
Llanto
31 de octubre de 1996
Con la llegada de Halloween, sentí cómo mis energías disminuían poco a poco. A pesar de ello, observaba de reojo a Theo y sus constantes escapadas a la Sala de los Menesteres.
Además Harry, se había vuelto malditamente bueno en Pociones, tanto que sus preparaciones no solo eran mejores que las mías, sino incluso que las de Granger, algo que, sinceramente, nunca creí posible. Sin embargo, no era natural. Sospechaba que la clave estaba en ese libro viejo y desgastado que no soltaba ni para respirar. Y recordé, con un escalofrío, el momento en que me lanzó el Sectumsempra en los baños. Era un hechizo creado por Snape, un conjuro oscuro y cruel que solo alguien con verdadero odio utilizaría.
Mientras caminaba por los pasillos casi vacíos de Hogwarts, mis pensamientos fueron interrumpidos al toparme con los gemelos Weasley. Vestían ropa llamativa y casual, completamente fuera de lugar en el castillo. Ambos se detuvieron al verme, sus expresiones mezcla de incomodidad y determinación.
—Chico Malfoy —llamó uno de ellos, su voz cargada de una energía que me incomodó.
Por un momento consideré ignorarlos, pero algo en su tono me hizo detenerme. Me volví hacia ellos con un gesto neutral y analicé sus rostros idénticos, preguntándome qué hacían allí. Desde que abandonaron Hogwarts el año pasado y abrieron su tienda en el Callejón Diagon, no había vuelto a cruzármelos más que en la base de la Orden del Fénix, donde siempre los ignoraba.
—Gemelos Weasley —respondí con un murmullo, observándolos con curiosidad. No sabía cuál de los dos era quién, pero ellos no tardaron en aclararlo.
—Yo soy Fred —dijo el de la sudadera roja brillante.
—Y yo, George —completó el otro, con una sudadera amarilla que parecía tan chillona como su personalidad.
—¿Necesitan algo? —pregunté con frialdad, cuestionando su extraña amabilidad.
Para mi sorpresa, ambos se miraron brevemente antes de murmurar al unísono.
—Gracias.
Parpadeo, sorprendido. No era una palabra que esperara escuchar de ellos.
—¿Eh? —exclamó, desconcertado.
—Nuestro padre sobrevivió gracias a ti —dijo Fred, con un tono más serio del que jamás le había escuchado a ningún Weasley.
—Nuestra familia está completa por tu ayuda —añadió George, mirándome directamente.
Intenté mantener la compostura, aunque sus palabras me tomaron por sorpresa.
—Creo que su padre hubiera sobrevivido incluso sin mi intervención —respondí con frialdad y honestidad, intentando restar importancia al tema.
—Tal vez, pero eso no cambia el hecho de que lo hiciste. Así que gracias —dijo George, sacando algo de su bolsillo, un pequeño collar de plata brillante. Lo sostuvo frente a mí con cuidado. —Tómalo. Si alguna vez necesitas un lugar seguro, solo grita nuestros nombres, y te aparecerás en nuestra tienda.
Antes de que pudiera reaccionar, Fred añadió, extendiendo su varita con una expresión sorprendentemente amenazante.
—Y si necesitas ayuda para exterminar a mortífagos, cuenta con nosotros.
—Queremos ayudarte de alguna forma, aunque sea mínima —agregó George, sus ojos reflejando sinceridad.
Acepté el collar sin decir nada y lo guardé en mi túnica.
—Gracias. Si algún día necesito de ustedes, estaré más que dispuesto a buscarlos —dije finalmente, dejando que una pequeña sonrisa sincera asomara en mi rostro. Ellos me devolvieron el gesto con una mezcla de orgullo y alivio.
—Eso sería genial —respondió Fred, mirándome como si quisiera decir algo más, pero se detuvo.
El sonido de pasos apresurados rompió el momento.
—¿Fred? ¿George? —la voz inconfundible de Ron resonó en el pasillo. Lo vi correr hacia nosotros, acompañado por Granger. Ambos parecían desconfiados al verme.
—¿Qué hacen con Malfoy? —preguntó Ron, su ceja arqueada y su tono cargado de sospecha.
—¿Qué te importa? —respondió Fred con indiferencia.
—No preguntes cosas que no te conciernen, hermanito —lo apoyó George con una sonrisa burlona.
Ron bufó, visiblemente molesto.
—Son insoportables.
Mientras tanto, Granger me observaba fijamente, con esa mirada suya que parecía atravesarme. Sentí un escalofrío. Esa chica creía saber todo sobre mi, y eso me irritaba.
—Nos vemos, Fred y George. Gracias —les dije con amabilidad, dispuesto a retomar mi camino. Sin embargo, antes de que pudiera irme, Granger habló.
—¿Has visto a Harry?
Me giré lentamente, tensándome.
—No. ¿Le pasó algo? —pregunté, tratando de sonar indiferente.
Ron intentó detenerla.
—Hermione...
Pero ella lo ignoró.
—No lo hemos visto desde el desayuno. Como hoy es el aniversario de la muerte de sus padres, pensé que tal vez habría ido a buscarte.
Ron parecía sorprendido por su observación. Yo, por otro lado, sentí un nudo formarse en mi estómago. Manteniendo mi fachada, respondí.
—No. Sería la última persona a la que Harry querría ver.
Me di la vuelta para marcharme, pero antes de alejarme del todo, escuché a Hermione susurrar.
—Yo que tú no estaría tan seguro.
Después de lo que Hermione me dijo, no pude evitar cambiar de dirección y dirigirme hacia la Sala de los Menesteres. Tenía un presentimiento, una sensación inquietante que me impulsaba a ir allí, como si algo me llamara. Cada paso que daba resonaba en el silencio del castillo, y mi mente no dejaba de dar vueltas a las palabras de Hermione.
Al llegar al séptimo piso, me detuve frente a la pared que daba acceso a la sala. Cerré los ojos por un momento, concentrándome en lo que necesitaba, un lugar para encontrar a Harry. Cuando abrí los ojos, la pared comenzó a transformarse, revelando una pequeña puerta que conocía demasiado bien. Era la misma habitación donde Harry y yo habíamos pasado tantos momentos íntimos, donde habíamos compartido risas, confesiones y silencios que hablaban más que mil palabras.
Con el corazón apretujado, empujé la puerta y entré. La escena que encontré me partió el alma. Harry estaba sentado en el suelo, con la cabeza apoyada en sus rodillas y los hombros temblando. Su llanto, ahogado pero audible, resonaba en la habitación, llenando el espacio con una gran tristeza.
Al notar mi presencia, Harry levantó la cabeza. Sus ojos esmeralda, normalmente llenos de vida y determinación, estaban ahora nublados por las lágrimas. El dolor en su mirada hizo que mi corazón se estremeciera, pero lo que dijo a continuación me destruyó por completo.
—Draco... —susurró, su voz quebrada. Pero, como si se diera cuenta de su error, se levantó de un salto, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano—¿Qué haces aquí, Malfoy?
Me acerqué lentamente, como si tratara de no asustar a un animal herido. Cada paso que daba era cuidadoso, calculado, pero también lleno de una urgencia que no podía ignorar.
—Hermione te está buscando —dije suavemente, manteniendo la voz calmada— Me preguntó si te había visto, y... me preocupé por ti.
Harry asintió, evitando mi mirada.
—Iré a buscarla —murmuró, intentando pasar a mi lado para salir de la habitación. Pero lo detuve, sujetándolo suavemente del brazo.
—Espera —dije, mi voz apenas un susurro— ¿Estás bien, Harry?
Por un momento, pareció que iba a negarlo, a decir que todo estaba bien, como siempre hacía. Pero entonces, algo en él se quebró. Sus hombros cayeron, y las lágrimas que había estado conteniendo brotaron de nuevo. Sin pensarlo dos veces, lo abracé. Esperaba que me rechazara, que se apartara, pero en lugar de eso, Harry se aferró a mí con una fuerza que me sorprendió. Hundió su rostro en mi pecho, y sentí cómo su cuerpo temblaba contra el mío.
—Estoy aquí —murmuré, acariciando su espalda con suavidad— Estoy aquí, Harry.
Lo guié hacia el sillón más cercano y me senté, colocándolo en mi regazo. Harry se acurrucó contra mí, como si buscara refugio en mi presencia. Sus lágrimas mojaron mi cuello, y sentí un nudo en la garganta al verlo tan vulnerable. Nunca lo había visto así, tan abierto, tan roto.
—Respira —le susurré, trazando círculos suaves en su espalda— Estás a salvo. No estás solo.
Harry no dijo nada, pero su respiración, entrecortada y agitada, comenzó a calmarse poco a poco. Lo sostuve en silencio, permitiendo que el tiempo se detuviera por un momento. No necesitaba palabras, solo necesitaba estar allí, para él.
Solo quiero estar a su lado, incluso si me odia.
Su cuerpo tiembla contra el mío, y aunque sé que debería alejarme, no puedo. No quiero. Es egoísta, pero necesito este momento, aunque sea una mentira, aunque sea un consuelo temporal para ambos.
—Harry... —murmuro con voz ronca, cargada de emociones que no sé si debería expresar. Mi mano acaricia su cabello desordenado, y él se estremece bajo mi tacto, como si mi cercanía le quemara. Pero no me aparta. Aún no.
—No entiendo cómo puedes estar aquí ahora —susurra finalmente, su voz apenas audible, rota por el llanto.
Levanta la cabeza lentamente, sus ojos verdes brillando con lágrimas frescas y algo más, dolor, confusión, ira contenida. Me mira fijamente, y siento que su mirada atraviesa cada capa de defensa que he construido a lo largo de los años.
Trago saliva, intentando encontrar las palabras correctas, pero ninguna parece suficiente. ¿Cómo explicas meses de errores, secretos y traiciones? ¿Cómo justificas haber tomado la forma de otra persona para ganarte el cariño de alguien que nunca te dio una oportunidad real?
—Yo... solo quería ayudarte —digo finalmente, sabiendo que suena débil incluso en mis propios oídos. Harry frunce el ceño, y su cuerpo se tensa en mi regazo. Intenta levantarse, pero lo sostengo con más fuerza, desesperado porque no se vaya todavía.
—¿Ayudarme? —repite con incredulidad, su tono subiendo gradualmente— ¿Es eso lo que crees que hiciste? ¡Me engañaste, Draco! Te hiciste pasar por Darcy, mientras yo confiaba en ti, mientras te abría mi corazón... —Su voz se quiebra, y sus manos temblorosas empujan contra mi pecho hasta que logra liberarse.
Se pone de pie tambaleándose, y su mirada llena de furia y repulsión me golpea como un puñetazo en el estómago. Nunca antes había visto ese nivel de odio dirigido hacia mí, ni siquiera durante nuestros años de escuela. Y duele. Duele tanto que apenas puedo respirar.
—Harry, por favor, déjame explicarte —imploro, levantándome también. Mis piernas tiemblan, pero no importa. Solo puedo pensar en recuperar lo que perdí, en arreglar lo que arruiné.
—¡No hay nada que explicar! —grita, retrocediendo unos pasos. Sus mejillas están sonrojadas, sus ojos hinchados, pero sigue siendo tan hermoso que me duele mirarlo—Todo este tiempo pensé que Darcy era quien me entendía, quien realmente me veía, pero era tú. ¡Tú jugaste conmigo! ¿Qué clase de monstruo hace algo así?
Sus palabras son como cuchillos clavándose en mi pecho, pero lo peor es que tiene razón. Soy un monstruo. Un cobarde que no tuvo el valor de enfrentar sus sentimientos directamente, que recurrió a trucos sucios porque tenía miedo de ser rechazado.
—Lo siento —susurro, mi voz apenas un hilo. Las lágrimas comienzan a formarse en mis ojos, pero me niego a dejarlas caer. No merezco mostrar debilidad frente a él— Nunca quise lastimarte, Harry. Solo... solo quería estar cerca de ti.
Harry sacude la cabeza, riendo amargamente.
—¿Cerca de mí? —dice con sarcasmo—No, Malfoy. Lo que hiciste fue invadir mi vida, manipularla, destrozarla. ¿Sabes cuántas veces deseé que Darcy fuera real? ¿Cuántas veces soñé con poder compartir mi vida él? Y cuando descubrí que eras tú todo el tiempo. Que nada de eso fue real. Me destrozo.
—¡Sí fue real! —exclamo, incapaz de contenerme. Avanzo hacia él, pero retrocede instintivamente, como si mi cercanía le repugnara— Lo que sentí por ti, lo que compartimos... eso fue real, Harry. La poción multijugos no cambió lo que siento.
—¡No te atrevas a decir eso! —grita, señalándome con el dedo—. ¡Nada de lo que pasó fue real! Tú no eres Darcy. Tú eres Draco Malfoy, el mismo imbécil arrogante que siempre me ha hecho la vida imposible. ¿Cómo te atreves a venir aquí y pretender que lo que hiciste está bien?
Sus palabras me atraviesan como dagas, pero lo peor es la verdad implícita en ellas. No soy Darcy. Nunca lo fui. Y nunca podré ser la persona en quien Harry confió.
Me quedo en silencio, sin saber qué más decir. Él me observa con desprecio, y luego baja la mirada, como si ya no pudiera soportar verme.
—Vete —dice finalmente, su voz fría y cortante— No quiero volver a verte nunca más.
Esas últimas palabras son como un golpe mortal. Quiero protestar, suplicar, hacer algo para cambiar su decisión, pero sé que no hay nada que pueda hacer. He cruzado una línea que no tiene retorno.
Asiento lentamente, derrotado, y doy un paso atrás. Mi corazón late dolorosamente en mi pecho mientras salgo de la habitación, dejando a Harry solo con su dolor. Cierro la puerta tras de mí, y cuando me apoyo contra la pared del pasillo, finalmente permito que las lágrimas fluyan libremente.
Por primera vez en mi vida, me doy cuenta de que he perdido algo invaluable. Alguien que nunca podré recuperar.
08 de noviembre de 1996
El Gran Comedor de Hogwarts estaba lleno de vida, como siempre. Los estudiantes charlaban animadamente, disfrutando de la cena mientras las velas flotantes iluminaban el vasto salón con una luz cálida y acogedora. Harry y Ginny estaban sentados juntos, riendo por algo que Ron acababa de decir. Yo, Draco Malfoy, aparté la mirada de ellos, sintiendo un nudo en el estómago. Cada día que pasaban juntos, las pocas esperanzas que tenía de que Harry me perdonara se desvanecían un poco más.
De repente, las puertas del Gran Comedor se abrieron de golpe. Todos los ojos se volvieron hacia la entrada, donde apareció Severus Snape, avanzando con pasos apresurados. Su rostro, normalmente impasible, mostraba una preocupación que rara vez se le veía. Mis ojos se encontraron con los suyos, y sin mediar palabra, me levanté de la mesa, sintiendo que algo grave ocurría.
—¿Qué pasa? —pregunté con calma, aunque mi corazón latía con fuerza.
—Es Dumbledore —murmuró Snape en voz baja, casi imperceptible—. Necesito que me ayudes.
Asentí rápidamente, sin dudarlo.
—¿Dónde está? —pregunté, intentando mantener la compostura.
—En su despacho. Démonos prisa —dijo Snape, girándose para salir del comedor.
—No es necesario —respondí, colocando una mano firme sobre su hombro. En un instante, el aire a nuestro alrededor se volvió denso, y un humo negro nos envolvió. Hacía unos días había descubierto que podía aparecerme dentro del castillo. Hogwarts, con su magia antigua y viviente, parecía reconocerme, permitiéndome moverme a través de ella. Era una sensación extraña, como si el castillo mismo respirara y me aceptara, a pesar de todo lo que había hecho.
El humo negro nos envolvió por completo, y en un abrir y cerrar de ojos, estábamos en la oficina de Dumbledore.
El despacho de Dumbledore estaba envuelto en una atmósfera opresiva, como si el aire mismo hubiera absorbido el peso de la tragedia. La tenue luz de las velas parpadeaba débilmente, proyectando sombras danzantes sobre las paredes cubiertas de retratos de antiguos directores, quienes observaban en silencio, sus expresiones serias y preocupadas. El olor a hierbas medicinales y a algo más oscuro, metálico y rancio, llenaba la habitación.
En el centro de la escena, sentado en su sillón de alto respaldo, estaba Albus Dumbledore. Su figura, antes imponente y llena de autoridad, ahora parecía frágil, como si el tiempo y el dolor lo hubieran consumido. Su rostro, normalmente sereno y lleno de sabiduría, estaba marcado por una expresión de agonía contenida. Sus ojos azules, que solían brillar con astucia y bondad, ahora parecían opacos, como si una parte de su esencia se hubiera desvanecido.
Mi mirada se desplazó hacia su brazo, o más bien, hacia lo que quedaba de él. El brazo derecho de Dumbledore yacía en el suelo, separado de su cuerpo, como un triste recordatorio de la batalla que había librado. La piel del muñón estaba ennegrecida, como si hubiera sido consumida por una fuerza maligna, y de él brotaba una sangre espesa y oscura, casi negra, que goteaba lentamente sobre el suelo de piedra. El brazo amputado, ahora inerte, parecía haber perdido todo rastro de vida, su piel marchita y su coloración cadavérica.
Mis ojos se encontraron con los de Dumbledore, y en ese momento, sentí el peso de la responsabilidad caer sobre mis hombros como una losa. Aquel hombre, que alguna vez había sido el mago más poderoso de todos los tiempos, ahora dependía de mí. La magia que una vez fluía a través de él con tanta fuerza y vitalidad había abandonado su cuerpo, dejándolo vulnerable y debilitado. Lo que quedaba de su poder ahora solo servía para mantenerlo con vida, como un hilo tenue que lo unía a este mundo.
Dumbledore, el anciano que había sido un faro de esperanza para tantos, ahora era apenas una sombra de lo que fue. Su magia, que antes podía rivalizar con la del mismísimo Voldemort, se había reducido a menos de la mitad. Estaba tan débil que incluso un simple hechizo de desarme, lanzado con la fuerza suficiente, podría acabar con su vida. La idea de que alguien tan grande pudiera caer de esa manera era desgarradora.
—Draco —murmuró Dumbledore, su voz débil pero llena de una calma inquietante— Sabía que vendrías.
Sus palabras resonaron en la habitación, cargadas de un significado que iba más allá de lo que decían. No era solo una afirmación; era un reconocimiento, una transferencia de responsabilidad. Él sabía que su tiempo estaba llegando a su fin, y que ahora era mi turno de proteger Hogwarts, de mantener a raya a Voldemort y a sus seguidores.
Me acerqué a él, sintiendo cómo el suelo crujía bajo mis pies. Cada paso parecía más pesado que el anterior, como si el propio castillo estuviera consciente de la gravedad de la situación. Me arrodillé junto a su sillón, mirando directamente a sus ojos, tratando de encontrar algo de la fuerza que una vez lo caracterizó.
—¿Qué debo hacer? —pregunté, mi voz temblorosa pero decidida.
Dumbledore sonrió débilmente, como si supiera algo que yo no.
—Confía en ti mismo, Draco —dijo, con un hilo de voz— Hogwarts te ha aceptado. Eso significa algo.
Sus palabras me atravesaron como un rayo. Hogwarts, el castillo viviente, con su magia antigua y sabia, me había permitido aparecerme dentro de sus muros. Era como si me hubiera reconocido, como si supiera que, a pesar de todo lo que había hecho, mi corazón ya no estaba del lado de la oscuridad.
Pero la responsabilidad era abrumadora. Mantener a Voldemort alejado de Hogwarts, proteger a los estudiantes, asegurarme de que el legado de Dumbledore no cayera en el olvido... Todo eso recaía ahora sobre mí. Y aunque sentía el peso de esa carga, también sentía una determinación que no había experimentado antes.
—No te preocupes —dije, poniendo una mano sobre la suya, notando lo fría que estaba— No dejaré que caiga.
Dumbledore asintió levemente, como si ya lo supiera. Luego, cerró los ojos, agotado, y dejó que el silencio llenara la habitación. Yo me quedé allí, arrodillado junto a él, sintiendo cómo la magia de Hogwarts parecía envolvernos, como si el castillo mismo estuviera preparándose para lo que vendría.
Mientras desaparecen en el humo, el Gran Comedor quedó en silencio por un momento. Los estudiantes de Slytherin, especialmente los mayores, intercambiaron miradas de temor. Solo habían visto a una persona aparecerse de esa manera, el Señor Tenebroso.
Ginny Weasley y Neville Longbottom se estremecieron al ver el humo negro. Les recordaba demasiado a la batalla en el Ministerio de Magia, donde habían enfrentado a los mortífagos.
—Esos malditos mortífagos —exclamó Ginny, con un tono lleno de odio— ¿Cómo pueden permitir que caminen libres por aquí?
—No son mortífagos, Ginny —dijo Hermione, con un tono de exasperación— Snape y Malfoy son aliados de la Orden.
—Aliados —replicó Ginny con sarcasmo— Son traidores. No se puede confiar en ellos.
—Ginny, Malfoy salvó a nuestro padre —intervino Ron, con un tono más calmado pero aún molesto— Sí, nos mintió, pero también ha ayudado a la Orden. No es justo juzgarlo tan duramente.
—Es un asesino —dijo Ginny, con los ojos brillando de rabia— Mató a su propia madre. ¿Qué clase de persona hace eso? Es un monstruo.
—Malfoy ha salvado a muchos muggles —murmuró Neville, casi como si no quisiera ser escuchado— No todo es blanco y negro.
—Pero también ha matado a muchos más —susurró Harry, mirando fijamente el lugar donde Draco y Snape habían desaparecido— No podemos olvidar eso.
—Exacto —dijo Ginny, sonriendo con satisfacción hacia Harry— Es un asesino, y siempre lo será.
—No sabemos por lo que pasó en esa mansión —dijo Hermione, levantando la voz— Nadie sabe lo que tuvo que hacer para sobrevivir. No es justo juzgarlo sin conocer toda la historia.
—Por favor, Hermione —gritó Harry, frustrado— No te dejes engañar. Malfoy es el discípulo de Voldemort. ¿Crees que lo eligió al azar? Ambos son iguales, crueles y despiadados.
Hermione se levantó bruscamente de la mesa, golpeando la superficie con ambas manos. Todos los ojos se volvieron hacia ella.
—Estás equivocado, Harry —dijo con firmeza— Dumbledore confía en Malfoy. Incluso diría que lo aprecia. Draco ha sacrificado mucho por nuestra causa. No es justo culparlo por lo que hizo para obtener información.
Sin esperar una respuesta, Hermione se alejó del Gran Comedor con pasos rápidos, dejando a sus amigos en un silencio incómodo. La defensa apasionada de Draco Malfoy por parte de Hermione había dejado a todos boquiabiertos, especialmente a Harry, quien la miró alejarse con una mezcla de incredulidad y frustración.