Draco Malfoy y el año donde todo empezó a salir mal

Harry Potter - J. K. Rowling
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Draco Malfoy y el año donde todo empezó a salir mal
Summary
-Harry Potter ha muerto-gritó Voldemort.Draco Malfoy viaja al pasado mediante un peculiar giratiempo.¿Qué pasaría si regresar al año de Hogwarts donde todo empezó a salir mal?¿Qué pasaría si Draco Malfoy finge estar a lado de Voldemort para traicionarlo?Todo el mundo de Harry Potter pertenece a J.K Rowling.
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Destruirme

01 de octubre de 1996

Salgo del despacho de Dumbledore con pasos lentos, el eco de mis zapatos resonando en los pasillos vacíos. Cada paso se siente pesado, como si llevara un lastre invisible. Mi mente está nublada, y el peso de la verdad que acabo de escuchar amenaza con aplastarme. 

Necesito un respiro, algo que me ancle antes de perderme en este torbellino de emociones. Me dirijo hacia la Sala de los Menesteres, con la esperanza de encontrar algo de calma. Quizá, sólo quizá, podré entender por qué me siento tan destruido. O tal vez simplemente estoy sensible por lo que sucedió con Harry.

Cuando estoy a punto de entrar, la puerta de la sala se abre por sí sola, como si supiera que estoy aquí. Mis pasos se detienen en seco al ver el interior: una habitación demasiado familiar, cada rincón cargado de recuerdos que intento desesperadamente olvidar. Y allí, en el centro, de pie como una figura de mis pesadillas y sueños, está Harry.

—Harry... —mi voz apenas sale, un susurro ahogado por la sorpresa y la angustia. Es la primera vez que lo veo desde aquel fatídico encuentro en la Mansión Malfoy.

—Malfoy —responde con desdén, su tono cargado de veneno. Sus ojos, que antes eran un refugio para mí, ahora me atraviesan como cuchillos afilados. La frialdad en su mirada es un golpe directo a mi corazón.

—Puedes llamarme Draco... —trato de sonar tranquilo, pero mi voz tiembla. Cada palabra es un intento desesperado de ocultar el dolor que me provoca su indiferencia.

—Creo que Darcy suena mejor —responde ásperamente, y su sarcasmo es como sal en una herida abierta. Intenta pasar a mi lado, decidido a marcharse, pero por un instinto que no puedo controlar, extiendo la mano y lo detengo, sujetando su brazo. No quiero que se aleje. No puedo soportar que me deje así.

Harry se suelta de inmediato, como si mi toque fuera algo repugnante. Su reacción es un golpe a mi alma, tan fuerte que casi tambaleo.

—¡No me toques! —grita, su voz cargada de ira y asco— Ya tengo suficiente con recordar las veces que fingiste ser alguien que no eres.

—Harry... siempre fui yo. Darcy soy yo —mi voz es apenas un hilo, quebrada por el dolor y la desesperación. Intento alcanzarlo con mis palabras, pero parecen chocar contra un muro impenetrable.

—¡Deja de mentir! —Su risa, amarga y cruel, resuena en mis oídos como un eco interminable— Eres asqueroso, Malfoy.

La forma en que escupe mi apellido duele más de lo que estoy dispuesto a admitir. Siento que algo dentro de mí se rompe en pedazos.

—Déjame en paz. Y no te atrevas a tocarme de nuevo, nunca en tu vida.

Sus palabras finales son un cuchillo que se hunde profundo en mi pecho. No me doy cuenta de que estoy conteniendo la respiración hasta que Harry se aleja. Lo veo alejarse de la habitación que compartimos tantas veces, ese refugio que alguna vez fue nuestro. Mi garganta se cierra, y mis ojos arden, pero no puedo llorar. No aquí. No ahora.

 Sólo esté enojado. Dale tiempo, me digo a mí mismo, en un intento desesperado de aferrarme a la esperanza. Si de verdad me odiara, no habría entrado a ese lugar. Ese pensamiento me mantiene de pie, aunque apenas puedo soportar el peso de mi propia tristeza.

 Ese pensamiento me mantiene de pie, aunque apenas puedo soportar el peso de mi propia tristeza

10 de octubre de 1996 

—Dumbledore quiere verte en su despacho —anuncia Snape con voz cortante mientras entra a mi habitación sin molestarse en llamar.

Levanto la cabeza de golpe, irritado por su falta de educación. Llevo días atormentándome frente a mi escritorio, rodeado de papeles arrugados y borradores inútiles. La carta para Harry sigue siendo un imposible; las palabras se rebelan, incapaces de capturar lo que siento.

—¿Acaso nunca has oído hablar de tocar la puerta? —le espeto, frunciendo el ceño.

Snape se detiene, observando con desdén el caos de papeles desparramados por el suelo. Su boca se curva en una mueca cargada de sarcasmo.

—Verte así es casi... lamentable —dice, con ese tono suyo que roza la burla y la desaprobación a partes iguales.

—No pedí tu opinión —respondo, mordaz, mientras me levanto de la silla y camino hacia la chimenea.

—Es patético —remata él, su mirada fija en los restos de mis intentos frustrados.

Me detengo en seco y lo miro por encima del hombro, con los ojos llenos de veneno.

—¿Y no es más patético seguir amando a una muerta? —escupo, dejando que cada palabra corte como un cuchillo.

Snape se queda en silencio por un instante, lo justo para que crea que he ganado, pero entonces su voz regresa, fría y letal como un látigo.

—Pues yo diría que es más miserable amar a un vivo que no te corresponde.

Su respuesta me golpea como una bofetada, y la rabia se enciende en mi interior. Lo fulmino con la mirada, apretando los puños con fuerza, pero no le doy el gusto de contestar. En su lugar, doy un paso decidido hacia la chimenea, lanzo un puñado de polvo flu y murmuro con brusquedad.

—Despacho de Dumbledore.

El verde brillante de las llamas me envuelve mientras me alejo de su presencia, sintiendo aún su mirada incisiva clavada en mi espalda.

Emerjo de la chimenea con una mezcla de furia y agotamiento en mi pecho. Al enderezarme, lo primero que veo es a Dumbledore sentado detrás de su escritorio. Su expresión está cargada de una seriedad poco habitual; no hay rastro de la calidez que suele teñir su mirada. Por un momento, el silencio pesa tanto que me siento incapaz de hacer otra cosa que desplomarme en la silla frente a él, sintiéndome ya atrapado en algo más grande de lo que puedo manejar.

—¿Qué sucede? —pregunto al fin, con la voz firme, pero la sensación de un mal presentimiento me oprime la garganta.

Dumbledore sostiene mi mirada, imperturbable, como si estuviera a punto de enunciar algo tan natural como la hora del día.

—Voy a morir en nueve meses.

Mi corazón se detiene por un instante.

—¿Qué? —exclamo, incapaz de comprender del todo lo que acaba de decir.

—Estoy maldito. —Con una calma inquietante, Dumbledore se remanga la túnica, dejando al descubierto su mano derecha. La piel está negra, corroída, podrida hasta el hueso. La visión me revuelve el estómago, pero no aparto la vista—. Al destruir uno de los Horrocruxes de Voldemort, caí en una de las maldiciones que lo protegía.

El peso de sus palabras cae sobre mí como una losa. Un dolor inesperado y sofocante se instala en mi pecho. Sin poder evitarlo, llevo una mano al lugar donde late mi corazón, tratando de controlar las emociones que se arremolinan.

—¿No hay manera de salvarte? —pregunto, esforzándome por mantener la compostura.

—Existen dos soluciones —responde Dumbledore con la misma serenidad exasperante—. La primera es mantener la maldición bajo control por nueve meses. La segunda, cortarme el brazo antes de que la maldición alcance el corazón.

—Entonces es sencillo. Nos encargaremos de tu brazo. —Me pongo de pie de golpe, sacando la varita de mi túnica—. Lo haré ahora mismo. Incluso puedo llamar a Snape para que me ayude.

Pero antes de que pueda dar un paso, Dumbledore levanta una mano para detenerme.

—Quiero morir.

Mis movimientos se detienen. El aire parece volverse más pesado.

—¿Estás demente? —grito, con una furia que arde como un fuego incontrolable dentro de mí. En mi mente, los recuerdos de mi vida pasada regresan como un torrente imparable: las noches en las que me culpé por su muerte, el dolor que me desgarró al ver cómo su cuerpo caía desde la Torre de Astronomía. Y ahora, este anciano frente a mí admite que ya estaba condenado desde el principio.

—Eres un maldito —espeté con un rugido mientras levanto mi varita y lanzo un hechizo que hace volar todo lo que había en su escritorio al suelo. Los pergaminos, los tinteros, incluso el maldito bol de caramelos caen en un desorden estrepitoso.

—Lo sé —responde Dumbledore con una calma que sólo alimenta mi rabia.

Un amargo sonido brota de mi garganta. Es una risa fría, cortante, que se convierte rápidamente en un reflejo de mi desesperación.

—Todo este tiempo... todo este maldito tiempo he vivido en el pasado, persiguiendo fantasmas, tratando de redimirme por algo que nunca estuvo bajo mi control. ¿Y tú? Tú, el gran líder de la luz, te permites jugar con todos nosotros como piezas en tu tablero de ajedrez.

Me detengo de golpe. Mi mente conecta puntos que había intentado ignorar.

—Planeas morir a manos de Snape, ¿verdad? —pregunto, con la voz teñida de veneno—. Porque Theo no podrá matarte, pero quieres que Snape pruebe su lealtad al Señor Oscuro.

La sorpresa cruza el rostro de Dumbledore, aunque se esfuerza por ocultarla.

—¿Cómo lo sabes? —pregunta, con un deje de preocupación.

—No me lo dijo nadie. Lo adiviné. Porque es justo el tipo de plan que haría alguien tan miserable como tú.

Dumbledore guarda silencio. Tal vez sabe que no tiene nada que decir que apague el fuego en mis palabras.

—Antes de morir —continúa finalmente—, trataré de ayudarte a encontrar y destruir los Horrocruxes. Pero tarde o temprano, Harry deberá saber la verdad.

—Me encargaré de reunirlos antes de que termine el año —respondo, apretando los dientes. No puedo evitar sentirme como un peón en su juego, pero sé que no tengo otra opción. Una parte de mí todavía quiere detener la locura que se avecina.

Doy un paso hacia la chimenea, pero me detengo y lo miro una última vez, con una frialdad que sé que él siente.

—Eres egoísta, Dumbledore. —Mis palabras caen como cuchillas en la habitación—. Planeas dejar este desastre a los demás, morir como parte de tu plan y dejar que otros carguen con el peso. Si realmente quisieras redimir tus pecados, vivirías con ellos.

Le dedico una última mirada cargada de odio antes de girarme hacia la chimenea.

—Tienes una semana para cortarte el brazo. Si no lo haces, vendré por ti y te lo arrancaré yo mismo. Te enseñaré lo que significa ser un verdadero discípulo de Voldemort.

Sin esperar una respuesta, desaparezco entre las llamas, dejando atrás a un Dumbledore con los ojos llenos de arrepentimiento, contemplando el peso de su pasado, sus errores, y lo que significa ser llamado el líder de la luz.

Sin esperar una respuesta, desaparezco entre las llamas, dejando atrás a un Dumbledore con los ojos llenos de arrepentimiento, contemplando el peso de su pasado, sus errores, y lo que significa ser llamado el líder de la luz

12 de octubre de 1996 

Un joven de extraordinaria belleza caminaba a paso rápido por una calle desolada. Su cabello rubio, brillante como el oro bajo la tenue luz de la luna, ondeaba suavemente al compás de la brisa marina que acariciaba su rostro. Sus ojos, de un verde claro hipnótico, brillaban con una mezcla de pánico y determinación. A lo lejos, el rumor constante de las olas rompiendo contra las rocas se entrelazaba con el eco de sus pasos apresurados sobre el empedrado húmedo.

En su mano derecha sostenía un periódico viejo, las esquinas arrugadas por el uso. En la portada, la imagen de Sirius Black lo observaba, su mirada intensa y sus rasgos marcados acompañados de un titular que anunciaba su escape de una prisión muggle. Debajo, grandes letras lo declaraban "extremadamente peligroso".

—Maldición —murmuró el joven, su voz temblorosa mientras sus dedos apretaban con fuerza el periódico— No puedo creer que apenas me haya enterado de esto.

El miedo se reflejaba en sus movimientos; su andar se volvía más rápido, casi frenético, mientras su mente se llenaba de pensamientos oscuros.

—Debo salir de Gran Bretaña cuanto antes... —dijo entre dientes, mirando por encima de su hombro como si esperara que alguien lo estuviera siguiendo.

El frío de la noche se colaba bajo su abrigo, pero no parecía importarle.

—De todos los mundos posibles, tenía que nacer en el de Harry Potter —continuó, dejando escapar una risa amarga mientras sus palabras se mezclaban con el sonido del viento—. Y encima, en medio de una maldita guerra mágica.

A medida que sus pasos se aceleraban, sus miedos lo empujaban a seguir adelante, a no detenerse. Finalmente, se desvió hacia un callejón oscuro, apenas iluminado por la débil luz de una farola que titilaba, como si fuera a apagarse en cualquier momento.

Allí, envuelto en sombras, el joven se detuvo un instante, intentando recuperar el aliento. Su pecho subía y bajaba con fuerza, y el periódico en su mano temblaba junto a sus dedos.

—No puedo quedarme aquí... No me arriesgaré.

Con un movimiento decidido, desapareció en la oscuridad del callejón, dejando atrás la ciudad y sus peligros. Su único pensamiento era escapar, huir de Gran Bretaña, buscar un rincón del mundo donde pudiera estar a salvo de las garras de la guerra mágica que lo había atrapado.

 Su único pensamiento era escapar, huir de Gran Bretaña, buscar un rincón del mundo donde pudiera estar a salvo de las garras de la guerra mágica que lo había atrapado

 

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