
Corazón roto
Harry estaba sentado en el borde de su cama, la cabeza entre las manos, los codos apoyados en las rodillas. Su habitación estaba sumida en penumbra, iluminada apenas por la luz de la luna que se filtraba a través de las cortinas. Todo en su interior estaba en caos. El dolor y la traición lo consumían, pero debajo de todo eso, algo más acechaba, un anhelo que no quería reconocer, un eco de lo que había sentido por Darcy antes de que la verdad lo destrozara.
Un golpe suave en la puerta lo sacó de sus pensamientos.
—Vete, Ron —gruñó, suponiendo que era su amigo intentando consolarlo.
—No soy Ron.
La voz baja y quebrada de Draco lo hizo levantar la cabeza de inmediato. Harry se tensó, su mandíbula apretándose mientras el dolor se transformaba en furia nuevamente.
La puerta se abrió lentamente, y Draco apareció en el umbral, su figura apenas visible en la oscuridad. Sus hombros estaban encorvados, y la sombra de sus heridas físicas parecía reflejarse en su mirada atormentada.
—Harry —dijo Draco, y su voz tembló un poco al pronunciar su nombre.
Draco cerró la puerta detrás de él, apoyándose contra ella como si necesitara la fuerza para mantenerse de pie.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Harry con frialdad, sus ojos verdes atravesándolo como dagas—. ¿No has tenido suficiente con mentirme?
—Quiero hablar contigo —respondió, su voz apenas un susurro.
Harry se levantó de un salto, incapaz de contener su enojo.
—Necesito explicarte... —comenzó, pero Harry levantó una mano, deteniéndolo.
—¿Explicarme? —repitió, con una risa amarga que resonó en el espacio vacío—¿Explicarme qué, Malfoy? ¿Que todo este tiempo fuiste un mentiroso? ¿Que todo lo que vivimos fue solo una farsa?
Draco dio un paso hacia él, su mirada suplicante.
—No fue una farsa. Nada de lo que sentí por ti fue falso.
Harry se inclinó hacia adelante, sus ojos llenos de furia.
—¿Y cómo se supone que te crea? ¿Cómo puedo creer algo que venga de ti, cuando ni siquiera tu nombre era real?
Draco apartó la mirada, sus labios apretados. Cada palabra de Harry era como una estocada, pero sabía que las merecía.
—Lo hice para sobrevivir —dijo en voz baja—Para alejarme de mi familia, de su oscuridad. Darcy era... lo que deseaba ser.
Harry dio un paso hacia él, y aunque no lo tocó, la distancia entre ambos se llenó de tensión.
—¿Y qué? ¿Decidiste jugar conmigo para pasar el rato? —escupió, su voz cargada de veneno—¿Te divertía verme caer por alguien que ni siquiera existía?
Draco lo miró, sus ojos grises brillando con lágrimas que se negaba a dejar caer.
—Nunca fue así —respondió con fuerza—Nunca quise hacerte daño.
Harry soltó una carcajada sarcástica, apartándose de él como si su proximidad le quemara.
—Pues lo lograste, Malfoy. Me engañaste, me hiciste creer en algo... y ahora me doy cuenta de que no eras más que una mentira.
Draco dio otro paso hacia él, extendiendo una mano que temblaba ligeramente.
—No soy una mentira, Harry. Te amo.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire, frágiles como un cristal a punto de romperse. Pero Harry no las recibió como Draco había esperado.
—¿Amarme? —repitió Harry, su voz bajando a un susurro peligroso—Tú no sabes lo que significa amar.
Draco retrocedió como si lo hubiera golpeado físicamente, su pecho subiendo y bajando con respiraciones agitadas. Y se quedó un momento en silencio observando al pelinegro.
—Me lo prometiste, Harry. Dijiste que me perdonarías cuando supieras toda la verdad.
Harry lo miró con una frialdad que hacía temblar hasta el aire entre ellos.
—Le hice esa promesa a Darcy —respondió, su voz baja pero cargada de un dolor cortante—. No a Draco Malfoy. No importa quién digas que eres, nunca podría amar a alguien tan sucio y vil como tú. Nunca.
Draco sintió cómo aquellas palabras atravesaban su corazón, dejando una herida que ningún hechizo podría curar. Dio un paso atrás, incapaz de sostener la mirada de Harry, pero no dejó que las lágrimas cayeran. No aquí, no ahora.
—Entiendo... —dijo en voz baja, su tono despojado de toda esperanza—No esperaba que me perdonaras, pero quería que supieras la verdad.
Harry no respondió. Se dio la vuelta, mirando por la ventana, como si cerrar la conversación fuera la única forma de mantener su dolor bajo control.
Draco permaneció un momento más, esperando tal vez una palabra, una mirada, algo que indicara que aún había una chispa de lo que alguna vez compartieron. Pero lo único que encontró fue el frío silencio de la noche.
Finalmente, con el corazón destrozado, Draco se giró y salió de la habitación, dejando a Harry solo con su ira y su tristeza.
Cuando la puerta se cerró, Harry apretó los puños, sintiendo cómo algo dentro de él se rompía por completo.
Y aunque ninguno de los dos lo admitiera, esa noche los dos lloraron en soledad.
DIA SIGUENTE
La puerta de la habitación chirrió ligeramente al abrirse. Draco alzó la vista desde el rincón donde estaba sentado, con la espalda apoyada contra la pared fría y la cabeza inclinada hacia abajo. Al ver a Snape, su expresión endurecida no se suavizó.
El hombre, siempre imponente, parecía distinto aquella mañana. Sus hombros estaban ligeramente encorvados, y una tensión subyacente se reflejaba en su rostro. Sin decir nada, extendió una pequeña bolsa de terciopelo negro.
—Aquí está lo que me pediste que guardara —dijo con voz baja, pero firme.
Draco asintió sin palabras, tomando la bolsa. Sus dedos rozaron brevemente los de Snape, fríos como el metal. Se dirigió a una esquina de la habitación, donde la penumbra escondía los detalles de su rostro y comenzó a cambiarse la ropa que Molly Weasley le había prestado la noche anterior.
El silencio fue roto por la voz cortante de Snape.
—Luces patético.
Draco no reaccionó de inmediato. Ajustó el cuello del traje negro perfectamente entallado que acababa de ponerse, luego giró para enfrentarlo, su expresión más gélida que nunca.
—El amor es patético —respondió con frialdad, mientras se miraba en el espejo polvoriento del cuarto—. Y tú, más que nadie, deberías saberlo, ¿verdad?
La frase cayó como un golpe. Snape tensó la mandíbula, pero no respondió de inmediato. En cambio, lo observó cuidadosamente mientras Draco alzaba su varita y lanzaba un hechizo de glamour sobre sí mismo. Las ojeras profundas y los ojos rojos desaparecieron, pero no podían ocultar el vacío que había en su mirada.
—Comenzaré a creer que los Slytherin estamos malditos —murmuró Snape, su tono cargado de una amargura personal que no necesitaba explicación.
Draco lo ignoró deliberadamente. Sabía que no tenía sentido adentrarse en los dolores del pasado de Snape, no cuando el suyo propio lo consumía. Terminó de ajustar su atuendo y se giró para enfrentarlo, su expresión ahora una máscara impenetrable.
—¿Cómo reaccionó el Señor Oscuro tras mi huida? —preguntó, caminando hacia Snape hasta quedar frente a él.
El hombre lo estudió con detenimiento antes de responder.
—Furioso. Más que cuando perdió a Nagini. Creo que, en su retorcida mente, te considera una propiedad suya.
La revelación no lo sorprendió, pero el escalofrío que recorrió su columna fue inevitable.
—¿No planea matarme? —preguntó Draco, un destello de sospecha cruzando su mirada.
Snape negó lentamente con la cabeza.
—No, pero tu misión fue reasignada.
Draco lo miró fijamente, entendiendo lo que Snape no decía.
—Sé cuál es la misión. Y la detendré.
Sin esperar respuesta, giró hacia la puerta, la bolsa dimensional sujeta con firmeza a su cintura.
—¿A dónde crees que vas? —preguntó Snape, siguiéndolo con la mirada.
—No me quedaré aquí. Este lugar no es para mí.
—¿Y dónde planeas ir? —Snape se puso de pie, su voz más tensa—No tienes a dónde.
Draco se detuvo en el umbral y miró a Snape por encima del hombro.
—A la casa de Dumbledore.
El rostro de Snape, siempre estoico, mostró un atisbo de sorpresa.
—¿Qué?
Pero Draco no se molestó en explicarse. Abrió la puerta y salió al pasillo, dejando a Snape detrás.
En la cocina de Grimmauld Place
La cocina, con su habitual bullicio de platos chocando y conversaciones entrecortadas, se quedó momentáneamente en silencio cuando Draco cruzó el umbral. Los ojos de todos se clavaron en él, algunos con curiosidad y otros con abierta desconfianza. Molly fue la primera en romper el hielo, como siempre.
—Querido, siéntate. Estás tan delgado como un palo. Un buen desayuno te hará bien —dijo, señalando un lugar en la mesa con un gesto maternal.
Draco se detuvo y la miró, su expresión suave pero distante.
—Gracias, señora Weasley, pero debo irme —respondió con calma, su tono educado pero firme.
Molly frunció el ceño y dejó la espátula con la que estaba cocinando.
—¿Irte? —preguntó, visiblemente preocupada—. No puedes. Aquí estás a salvo, y pronto entrarás a Hogwarts.
Draco le sostuvo la mirada por un instante antes de responder, su voz fría y medida.
—No se preocupe. Mientras no me cruce con el mismísimo Voldemort, estaré bien.
El uso del nombre prohibido hizo que Arthur, que estaba tomando un sorbo de café, casi se atragantara. Sirius chasqueó la lengua desde su asiento, mientras Tonks levantaba una ceja, intrigada.
—Además —continuó Draco, ignorando las reacciones—, me hospedaré en la casa de Dumbledore.
En el fondo de la sala, Dumbledore alzó la vista de su té con una ligera sonrisa, aunque no dejó traslucir sorpresa alguna.
—Eso es... fascinante —intervino Tonks, quien parecía siempre dispuesta a suavizar el ambiente—. Nunca he estado en la casa de Dumbledore. Debe ser un lugar interesante.
Draco apenas le dedicó una mirada antes de que ella extendiera su mano hacia él.
—Soy Tonks, tu prima. Es un gusto conocerte. No todos los días uno encuentra familiares en el lado correcto de la historia —dijo con una sonrisa cálida.
Draco estrechó su mano brevemente, manteniendo su expresión impasible.
—Draco Malfoy —respondió, como si el simple acto de presentarse fuera un trámite necesario.
Tonks, sin desanimarse, continuó hablando.
—Cuando Dumbledore nos contó sobre tu verdadera identidad, mi madre estaba emocionadísima. Quiere invitarte a tomar el té en cuanto puedas.
Draco la miró con frialdad, aunque no con desprecio.
—Agradezco la invitación, pero creo que declinaré.
Tonks no perdió su sonrisa, inclinándose ligeramente hacia él.
—Bueno, las puertas de nuestra casa siempre estarán abiertas para ti.
Draco asintió con un leve movimiento de cabeza antes de girarse hacia Dumbledore, ignorando deliberadamente las miradas del resto.
—Necesito hablar contigo —dijo con firmeza.
Dumbledore asintió y se puso de pie, dejando su taza con calma.
—Por supuesto. Vamos.
Antes de seguirlo, Draco se volvió hacia Molly, que seguía observándolo con una mezcla de preocupación y ternura.
—Lamento no quedarme a desayunar, señora Weasley —dijo, su tono ahora más suave.
Molly le dedicó una sonrisa triste.
—Querido, si necesitas algo, cualquier cosa, no dudes en pedirlo.
Draco asintió, aunque evitó su mirada. Siguió a Dumbledore fuera de la cocina, dejando a los demás en un silencio lleno de preguntas no formuladas.
Sirius fue el primero en romper el hielo, cruzando los brazos con evidente desconfianza.
—¿Cómo podemos estar seguros de que no está aquí para espiarnos?
—Sirius—intervino Arthur, lanzándole una mirada de advertencia— Quizás no sea el momento.
—¿El momento? —espetó Sirius—¡Ese tipo es uno de los mayores idiotas en Hogwarts y ahora resulta que es un espía reformado! ¿Cómo no voy a cuestionarlo?
—Ya basta—dijo Arthur con severidad, aunque su voz no perdió la calma habitual—Dumbledore confía en él, y eso debería bastar.
—¿Bastar? —Charlie intervino desde el sofá, su expresión sombría—Sabes tan bien como yo que confiar ciegamente es un error. Draco Malfoy puede tener sus motivos, pero no significa que debamos bajar la guardia.
Tonks se cruzó de brazos y miró al resto.
—Es joven, está solo, y claramente ha pasado por mucho. Tal vez deberíamos darle el beneficio de la duda.
—Tal vez —admitió Arthur, aunque su rostro reflejaba más dudas que convicción—Pero eso no significa que no debamos mantenernos atentos.
La conversación continuó entre murmullos mientras la sala volvía lentamente a su bullicio habitual, aunque las miradas seguían desviándose hacia la puerta por donde Draco había salido, como si esperaran que algo más sucediera.
Dumbledore me guía a una habitación pequeña que parece más una oficina improvisada junto a la cocina. El ambiente es sobrio, con muebles desgastados que parecen haber presenciado demasiadas historias. Nos quedamos de pie un momento, mirándonos fijamente. Su mirada, llena de compasión y entendimiento, me hace sentir vulnerable, pero no lo dejo ver.
—Lo siento mucho, Draco —dice finalmente, rompiendo el silencio. Su mano se posa sobre mi hombro, apretándolo con una fuerza que pretende reconfortar, aunque solo consigue aumentar el nudo en mi garganta.
Me aparto suavemente, incapaz de sostener el gesto. Mis pasos me llevan a un sillón cercano, donde me dejo caer con un suspiro.
—Todo es mi culpa. Debí decirle la verdad mucho antes —murmuro, sintiendo el peso de mis propias decisiones.
Dumbledore se sienta a mi lado, la silla cruje bajo su peso, pero su presencia sigue siendo tan ligera como siempre.
—Harry es impulsivo, Draco. Dale tiempo. A veces, lo que más cuesta perdonar es lo que más necesitamos entender.
Alzo la mirada hacia él, con una determinación renovada que me sorprende incluso a mí.
—Siempre estaré dispuesto a darle todo lo que tengo a Harry —digo con firmeza.
Dumbledore me observa, sus ojos azules brillando con una mezcla de admiración y preocupación.
—Solo no olvides amarte a ti mismo en el proceso —responde con suavidad. Sus palabras son un recordatorio incómodo, una verdad que intento ignorar mientras aparto la mirada.
Un pensamiento oscuro cruza mi mente, el recuerdo de la profecía que me atormenta desde hace años. Pero me obligo a alejarlo. No me dejaré guiar por palabras vagas, ni por destinos trazados en tinta incierta.
—Deja de perder el tiempo con sentimentalismos, Dumbledore —digo con un tono más frío del que pretendía. Cruzo los brazos, adoptando una pose que pretende ser indiferente—Dime qué sabes sobre los Horrocruxes.
Dumbledore alza una ceja, pero no parece ofendido. Su paciencia es exasperante.
—Aún estoy en la pista de uno. Pero no he logrado confirmarlo del todo —responde con calma.
Asiento lentamente, reflexionando por un momento antes de hablar.
—Yo tengo la pista de dos más —digo, dejando caer la revelación con una aparente tranquilidad.
La sorpresa en su rostro es inmediata, aunque pronto la oculta tras su serenidad habitual.
—¿Por qué no me lo has dicho antes? —pregunta, su tono cuidadoso pero con un matiz de reproche.
Lo miro directamente, mi expresión calculadora.
—Porque aún no estoy seguro. Cuando tenga la certeza de qué son, te lo diré. Hasta entonces, prefiero no alimentar expectativas vacías.
Dumbledore se queda en silencio por un momento pero asiente. Finalmente, rompe la tensión con una pregunta inesperada.
—¿Realmente estás bien, Draco?
No hay juicio en su voz, solo preocupación genuina. Por un momento, siento la tentación de mentir, de construir una fachada de fortaleza. Pero las palabras escapan antes de que pueda detenerlas.
—No lo estoy —confieso, con un hilo de voz. Mi mirada se pierde en algún punto de la habitación—Necesito salir de esta casa. Alejarme de él lo más posible.
Dumbledore asiente, como si ya hubiera anticipado mi respuesta. Lentamente, mete la mano en el bolsillo de su túnica y saca un pequeño pin de ropa, viejo y desgastado. Lo sostiene frente a mí, como si fuera un tesoro invaluable.
—La Mansión Dumbledore y sus elfos domésticos son tuyos a partir de ahora —dice, extendiéndome el objeto que brilla débilmente bajo la luz de la lámpara—Este traslador te llevará allí. Es un lugar seguro.
Tomo el pin con cuidado, sintiendo su peso en mi mano. Levanto la mirada hacia él, queriendo decir algo, pero las palabras se atascan en mi garganta. Finalmente, solo asiento.
Sin decir nada más, activo el traslador. La sensación de tirón detrás del ombligo me arrastra lejos de la Mansión Black, dejando atrás las miradas inquisitivas, el peso de la culpa y, por un breve momento, el eco de las palabras de Dumbledore.
Ahora, solo me queda el vacío de una nueva soledad, pero también una oportunidad de empezar de nuevo.