
Descubierto
Base de la Orden del Fénix
Dumbledore, Sirius y los esposos Weasley estaban reunidos en la sala de estar, sus rostros reflejaban una mezcla de preocupación y ansiedad. El ambiente estaba cargado, como si las paredes mismas contuvieran la respiración junto a ellos. El reloj marcaba lentamente los segundos, acercándose a la medianoche. Cuando las manecillas finalmente se alinearon, un suave sonido rompió el silencio. Todos se tensaron, los ojos fijos en el traslador sobre la mesa. Pero nada ocurrió. Ningún destello, ningún movimiento. Todo permanecía en un inquietante estado de calma.
La ausencia de acción pesó como una losa. El traslador que Dumbledore le había entregado a Darcy seguía intacto, lo que solo podía significar una cosa: no había sido usado.
—¡Nos traicionó! ¡Esa maldita serpiente nos traicionó! —rugió Sirius Black, levantándose del sillón de un salto. Había pasado las últimas horas ahí, luchando por mantener la compostura, pero la frustración finalmente lo desbordó. Sus ojos chispeaban con furia mientras agitaba los brazos, como si quisiera derribar con su enojo el silencio que lo rodeaba.
—Cálmate, Sirius —replicó Dumbledore, su voz serena pero firme. Había una calma superficial en su tono, pero cualquiera que lo conociera bien podría notar la tormenta de emociones que cruzaba por sus ojos. Su mirada estaba fija en el traslador, casi como si intentara desentrañar un misterio que se negaba a revelarse.
—Vendrá —continuó, con una gran confianza, que pocos se atreverían a cuestionarla—Baja las defensas de la casa contra apariciones, tal como se había planeado si el traslador no se utilizaba.
Sirius apretó los dientes, su respiración entrecortada, pero finalmente asintió. La espera no había terminado, y la incertidumbre comenzaba a corroer la esperanza de todos los presentes.
En la segunda planta de la casa, Harry Potter, Hermione Granger, Ron Weasley, los gemelos Fred y George, y Ginny Weasley se habían reunido en silencio. Ocultos detrás de una puerta cercana a las escaleras, sus cuerpos tensos y sus respiraciones contenidas eran prueba de que todos compartían la misma sensación, algo grave estaba ocurriendo. Desde la captura de Remus Lupin a manos del mismísimo Voldemort durante una misión en busca de aliados entre los hombres lobo, la incertidumbre había llenado cada rincón de la casa.
Para Harry, la preocupación era doble. No solo temía por la vida de Remus, un hombre que representaba un vínculo con sus padres y un apoyo invaluable, sino que sabía cuánto significaba Lupin para Sirius, su padrino. Deseaba más que nada que ambos pudieran ser felices después de tanto sufrimiento. Pero lo que realmente lo mantenía despierto por las noches era otro temor, uno aún más personal, Darcy Dumbledore, su novio, había sido designado como el encargado de rescatar a Remus.
La sola idea de Darcy enfrentándose a semejante peligro lo llenaba de ansiedad. Sin ninguna forma de comunicarse con él, Harry se sentía atrapado en un torbellino de impotencia. Sus pensamientos se aferraban a la esperanza, rezando silenciosamente para que nada malo le sucediera. Había pasado las últimas noches sin dormir, sus ojos cargados de preocupación, y ahora permanecía junto a los demás, pegado a la puerta con las Orejas Extensibles que Fred y George habían inventado.
El aparato improvisado transmitía los susurros tensos de la conversación en la planta baja. Las voces de los adultos eran apenas audibles, pero el tono de preocupación era evidente. Cada palabra que lograban captar aumentaba la tensión en el grupo. Hermione y Ron intercambiaban miradas nerviosas, mientras Ginny mantenía los labios apretados, tratando de controlar sus emociones.
Harry, en cambio, no podía apartar su mente de Darcy. Por favor, que esté bien. Por favor. Las palabras resonaban en su cabeza como un mantra silencioso, mientras seguía presionando la Oreja Extensible con la esperanza de escuchar algo que calmara sus temores.
El reloj marcó las 12:15 de la noche con un eco sordo que pareció extenderse por toda la Mansión Black. El aire estaba denso, cargado de tensión, cuando un suave sonido de aparición irrumpió en el silencio. En el centro de la sala, dos figuras se materializaron, y el horror tomó forma ante los ojos de los presentes.
Remus Lupin estaba apenas vestido, sus pantaloncillos rotos y sucios apenas cubrían su delgado cuerpo. Su torso desnudo era un mapa de cicatrices, heridas abiertas y hematomas oscuros que resaltaban contra su piel pálida. Cada paso tambaleante que daba hablaba de un sufrimiento profundo, y su respiración era un jadeo irregular que apenas mantenía un ritmo.
A su lado, Darcy Dumbledore lo sostenía con brazos firmes, aunque su propia figura parecía al borde del colapso. Su túnica, desgarrada y empapada de sangre, dejaba entrever una herida abierta en el pecho que aún sangraba. Su rostro estaba cubierto de sudor, mechones de cabello oscuro pegados a su frente, y en sus ojos había una mezcla de agotamiento y determinación feroz.
El impacto fue instantáneo. Todos los presentes se pusieron de pie de un salto, las sillas y sillones rechinando contra el suelo en su apuro. Pero fue Sirius Black quien rompió la parálisis. Con un grito sofocado que apenas parecía humano, se lanzó hacia su amante, arrancándolo casi con desesperación de los brazos de Darcy.
—¡Remus! —exclamó Sirius, con el alma quebrándose en cada sílaba. Sus manos temblaban mientras envolvía a Remus en un abrazo feroz, sosteniéndolo como si su sola fuerza pudiera repararlo.
Remus se dejó caer contra él, su cuerpo demasiado débil para sostenerse por sí solo.
—Estoy bien, Siri —murmuró Remus, su voz apenas un susurro, como si hablar fuera un esfuerzo titánico—Pensé... pensé que nunca volvería a verte.
Apoyó la frente contra el cuello de Sirius, su aliento cálido pero débil acariciando la piel de su pareja. Aunque apenas podía pronunciar las palabras, el amor y el alivio en su tono fueron un golpe directo al corazón de todos los presentes.
Mientras Sirius seguía abrazando a Remus, Darcy se tambaleó, jadeando por el esfuerzo. Fue entonces cuando Dumbledore se acercó a él, colocándole una mano en el hombro con firmeza pero con cuidado. Darcy alzó la mirada, sus ojos oscuros llenos de una frialdad helada que parecía cortar el aire.
—Está furioso —susurró Darcy, su voz cargada de una amargura palpable—Casi muero.
Dumbledore asintió en silencio, la culpa visible en la línea tensa de su mandíbula. Extendió una mano hacia Darcy, quitándole la varita que el joven seguía aferrando con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. La varita temblaba en su mano, como si fuera lo único que mantenía unido su frágil control.
—Lamento haberte pedido esto —murmuró Dumbledore, su tono bajo, casi inaudible. Sin perder tiempo, comenzó a trazar hechizos curativos sobre el pecho de Darcy. La herida comenzó a cerrarse, pero las manchas de sangre seguían impregnando la túnica, un recordatorio imborrable de lo que había enfrentado.
Darcy intentó hablar, pero un ruido en las escaleras lo distrajo. Los pasos apresurados resonaron con fuerza, y en cuestión de segundos, Harry apareció, con el rostro descompuesto por la preocupación. Detrás de él, los Weasley y Hermione lo seguían de cerca, todos con expresiones de alarma.
—¡Darcy! —gritó Harry al verlo.
Sus ojos recorrieron al chico de pies a cabeza, deteniéndose en la sangre que cubría su túnica y en las heridas aún visibles. El corazón de Harry dio un vuelco al darse cuenta de que parte de esa sangre era, sin duda, de él.
—¡No te acerques! —gritó Darcy con un tono desesperado, levantando una mano como si quisiera crear una barrera invisible entre ellos.
Harry se quedó paralizado, pero su horror aumentó al ver lo que ocurría a continuación. El cabello negro de Darcy comenzó a cambiar, transformándose en un platinado brillante como la luz de la luna. Sus ojos oscuros se tornaron de un plateado líquido, frío e inhumano. Ese chico ya no era Darcy Dumbledore.
Era Draco Malfoy.
Un silencio sepulcral cayó sobre la sala, tan denso que parecía absorber el aire mismo.
—¿Darcy? —murmuró Harry, su voz rota, sus ojos empañados de lágrimas. Pero detrás de las lágrimas había algo más, una furia intensa, casi peligrosa.
—¿Malfoy? —susurró Ron, como si no pudiera creer lo que veía. Su rostro estaba pálido, los labios entreabiertos en un gesto de absoluto desconcierto.
Los gemelos Weasley intercambiaron miradas, sus expresiones una mezcla de asombro y desconfianza.
El señor Weasley rompió el silencio con una pregunta que resonó con fuerza.
—¿Tú sabías esto? —demandó, mirando a Dumbledore con una mezcla de incredulidad y reproche.
—Sí —admitió Dumbledore, con el peso del mundo en su voz—Fue mi idea darle esa identidad a Draco.
El rostro de Harry se torció en una mueca de incredulidad y rabia. Hermione, temiendo una explosión, lo tomó del brazo y, junto con Ron, lo arrastró hacia las escaleras. La lucha de Harry por liberarse de su agarre dejó claro que su furia estaba a punto de estallar.
La señora Weasley, que había observado todo con el rostro tenso, intervino con firmeza.
—Lo primero es curar las heridas —dijo, acercándose a Draco con decisión. Aunque sabía que su intervención no calmaría la tormenta emocional en Harry, su instinto maternal le decía que el joven frente a ella necesitaba ayuda.
—Yo me encargaré de Remus —dijo Sirius, su voz tensa pero controlada. Aunque no mencionó la mirada de traición en los ojos de Harry, la sintió como un peso insoportable.
Molly asintió, tomando a Draco del brazo y guiándolo hacia una habitación en la planta superior. La tensión en el aire era casi tangible, como si cada palabra no dicha fuera un cuchillo que cortaba lentamente la frágil paz.
Dumbledore, aún en la sala, dejó escapar un suspiro pesado mientras se volvía hacia Arthur.
—Llamemos al resto de la Orden —dijo, su tono cargado de resignación—Hay mucho de qué hablar.
Mientras observaba el caos que él mismo había sembrado, una certeza lo invadió, las mentiras que había contado para proteger a todos habían terminado por romper algo que tal vez nunca podría reparar.
Hermione cerró la puerta con fuerza, lanzando un hechizo para asegurarse de que nadie los interrumpiera. Harry se apartó de sus amigos, caminando de un lado a otro como un animal enjaulado. Su rostro estaba encendido, sus manos temblaban de rabia y sus ojos brillaban con una mezcla de ira y algo más oscuro,dolor.
—¡Todo este tiempo! —espetó de repente, su voz rompiendo el silencio con un filo cortante— ¿Cómo pude ser tan estúpido? ¡Era Draco Malfoy! Draco maldito Malfoy.
Hermione intercambió una mirada tensa con Ron, quien estaba sentado en la cama, tan desconcertado como su amigo, aunque menos explosivo.
—Harry... —comenzó Hermione con suavidad, pero él la interrumpió, apuntándola con un dedo tembloroso.
—No, Hermione. No me digas que "intente entender". ¡No hay nada que entender! —gritó, y su voz se quebró al final. Dio un golpe a la pared con el puño cerrado, como si quisiera liberar su frustración física.
Ron se movió incómodo, pero finalmente decidió intervenir.
—Mira, esto es una locura. Darcy... digo, Malfoy... siempre ha sido un bastardo. Ya sabes cómo nos trataba en Hogwarts. Esto... esto tiene que ser algún tipo de plan retorcido. ¿Y si todo esto fue para espiarnos?
Harry se detuvo en seco, sus ojos fijándose en Ron como si aquella idea hubiera prendido algo en su mente.
—¿Espiarnos? Por supuesto. Eso tiene todo el sentido. ¡Claro que era un plan! Se acercó a mí, me manipuló... —se llevó las manos al cabello, jalándolo con fuerza—¡Y yo fui tan idiota que caí!
Hermione frunció el ceño, cruzando los brazos con un gesto defensivo.
—Harry, no puedes estar seguro de eso. Tal vez él...
—¿Tal vez qué? ¿Que de verdad le importo? —preguntó Harry, su tono lleno de sarcasmo amargo— Vamos, Hermione, es Malfoy. ¡Nunca le importaría alguien como yo!
El silencio que siguió fue pesado, pero Harry lo rompió de nuevo con una risa seca y sin humor.
—¡Esto es ridículo! ¿Sabes lo peor? —preguntó, mirando a sus amigos con una expresión devastada—En algún momento pensé... pensé que podría ser real. Que Darcy, o quien demonios sea, de verdad...
Se detuvo, incapaz de terminar la frase. Hermione se acercó, colocando una mano reconfortante en su brazo.
—Harry, lo que sentiste era real —dijo en voz baja—Y tal vez ... Malfoy... también sintió algo.
Harry apartó su brazo con brusquedad, dando un paso atrás.
—¡No digas eso! —gritó, su voz temblando—No puedo... no quiero creerlo. Porque si lo hago, entonces todo esto duele aún más.
Ron suspiró, poniéndose de pie para mirar a su amigo directamente.
—Escucha, Harry. Malfoy puede haber sido Darcy todo este tiempo, pero eso no significa que lo que hizo estuviera bien. ¿Quién en su sano juicio engaña a alguien así?
Harry apretó los puños, sus uñas clavándose en las palmas.
—Exacto, Ron. Es un Malfoy. Los Malfoy siempre engañan, manipulan, mienten... —sus palabras salieron como veneno, pero al decirlo, sintió algo romperse dentro de él.
Hermione observó a Harry con preocupación, notando cómo su furia comenzaba a ceder bajo el peso de la traición. Su voz se suavizó.
—Harry, necesitas hablar con él. Saber la verdad.
Harry la miró como si hubiera sugerido algo absurdo.
—¿Hablar con él? ¿Para qué? ¿Para que me diga que esto fue solo un juego? ¿Para que me confiese que se burló de mí cada vez que creí en él?
Hermione negó con la cabeza, su expresión firme.
—No para eso. Para que entiendas qué sentía realmente. Tal vez no es tan simple como lo ves ahora.
Harry dejó escapar un bufido, girándose hacia la ventana. Afuera, la luna llena iluminaba la noche, pero él apenas notaba su luz.
—No importa lo que diga, Hermione. Nunca voy a confiar en él. Nunca me gustó Malfoy, y nunca me gustará.
Pero mientras decía esas palabras, algo en su interior se agitó. Era un eco persistente de los momentos que compartió con Darcy, los gestos, las miradas, las palabras que parecían tan sinceras. Algo que no podía simplemente borrar.
Se quedó mirando por la ventana, sus pensamientos enredados en una maraña de rabia, confusión y un dolor que no quería admitir.
La habitación estaba tenuemente iluminada por una lámpara que proyectaba sombras suaves sobre las paredes. Draco Malfoy, sentado en el borde de la cama, mantenía la mirada fija en sus manos, que descansaban en su regazo. Su cuerpo estaba tenso, como si el mero hecho de existir en aquel momento fuera una carga insoportable. La túnica ensangrentada había quedado a un lado, y su torso expuesto mostraba moretones oscuros que se extendían por su pecho y costillas, junto con cortes que aún no terminaban de cerrarse.
Molly Weasley, con su expresión habitual de calidez maternal, había encontrado un baúl de ropa limpia y le ofrecía una camisa de algodón de un tono claro, casi neutro.
—Toma, cariño, cámbiate esto. No es nada elegante, pero al menos estarás cómodo —dijo, entregándole la prenda con cuidado, como si temiera que incluso el más leve contacto pudiera herirlo.
Draco tomó la camisa con dedos temblorosos, pero no hizo amago de ponérsela. Su mente estaba demasiado ocupada, girando en torno a un solo nombre: Harry.
Molly lo observó por un momento, con esa habilidad suya para leer lo que otros intentaban ocultar. Sin decir nada, sacó un pequeño frasco de vidrio del bolsillo de su delantal y lo agitó suavemente, revelando un ungüento de un tono dorado.
—Esto ayudará con los moretones —comentó, acercándose con pasos decididos—No te preocupes, no quema.
Draco asintió, demasiado agotado para rechazar la ayuda. Se quedó inmóvil mientras Molly hundía dos dedos en la pomada y la aplicaba suavemente en las zonas más afectadas. Cada movimiento era firme pero cuidadoso, y Draco cerró los ojos, dejando que el frescor de la medicina aliviara un poco el dolor que irradiaba de su cuerpo.
—No tienes que quedarte callado, querido —dijo Molly después de un rato, rompiendo el silencio con su tono suave pero lleno de autoridad— Sé que tienes mucho en tu mente.
Draco dejó escapar un suspiro largo, sus hombros hundiéndose bajo el peso de la culpa y el miedo.
—No sé qué decir —murmuró, su voz apenas un hilo.
—Puedes empezar por cómo te sientes —respondió Molly mientras continuaba aplicando el ungüento.
Draco abrió los ojos y miró hacia el techo, sus labios apretados en una línea temblorosa.
—Tengo miedo —confesó finalmente, y sus palabras parecían cargadas de un peso infinito— Miedo de enfrentarlo... miedo de lo que piense de mí.
Molly dejó de untarle la pomada y se sentó a su lado, su mirada fija en el perfil abatido de Draco.
—¿Hablas de Harry? —preguntó con suavidad.
Él asintió lentamente, tragando con dificultad.
—Siempre he sido un cobarde —dijo, su voz teñida de amargura—Incluso cuando me oculté tras esa identidad falsa, nunca tuve el valor de ser sincero con él. Ahora, después de todo lo que ha pasado, ¿cómo podría siquiera mirarme?
Molly le dio una palmada suave en la rodilla, esperando que el gesto le transmitiera algo de consuelo.
—Draco, Harry está enojado, sí. Pero esa rabia viene del dolor. Porque le importas. Si no te importara, esto no le habría afectado tanto.
Draco dejó escapar una risa breve y amarga.
—¿Importarle? —repitió, con un toque de incredulidad—Soy Draco Malfoy, el mismo que le hizo la vida imposible durante años. ¿Por qué querría algo conmigo ahora?
Molly lo miró con paciencia, esperando a que se calmara antes de responder.
—Porque más allá de los nombres y las apariencias, fuiste Darcy para él. Fuiste alguien que lo hizo feliz, que lo apoyó. Eso no desaparece de un momento a otro, Draco.
Él negó con la cabeza, apretando las manos sobre sus rodillas.
—Tal vez. Pero Darcy no era real, ¿verdad? Era un disfraz. Y aunque todo lo que sentí por él fue... —Se detuvo, como si la palabra que buscaba fuera demasiado grande, demasiado peligrosa.
Molly lo animó con un leve asentimiento.
—¿Amor?
Draco cerró los ojos, las emociones brotando de un lugar que había mantenido oculto durante demasiado tiempo.
—Sí —admitió finalmente, en un susurro que parecía arrancarse de lo más profundo de su ser—Lo amo. Pero eso no importa. Porque ahora sabe quién soy realmente, y nunca va a querer a alguien como yo.
Molly lo observó con compasión, dándole tiempo para procesar sus propias palabras antes de inclinarse un poco hacia él.
—La verdad puede ser aterradora, Draco, pero también puede ser liberadora. Si lo amas de verdad, dile cómo te sientes. Déjalo decidir.
Draco se quedó en silencio, dejando que sus palabras calaran. Una parte de él quería esconderse, desaparecer y no enfrentarse nunca a lo que vendría. Pero otra parte, más pequeña pero cada vez más fuerte, sabía que Molly tenía razón.
—¿Y si me odia? —preguntó con voz rota, sus ojos finalmente buscando los de ella.
—Tal vez lo haga al principio —respondió Molly con franqueza, aunque su tono era amable—. Pero si el amor que compartieron fue verdadero, él encontrará el camino de vuelta.
Draco dejó escapar un suspiro tembloroso y se puso de pie, con movimientos lentos y cansados. Se colocó la camisa que Molly le había dado y la abotonó con cuidado, sintiendo que cada botón era como cerrar una capa de su armadura.
—Supongo que no tengo nada que perder —murmuró, aunque su voz apenas era audible.
Molly sonrió levemente, orgullosa del pequeño atisbo de valentía que veía en él.
—Exactamente, querido. Y quien sabe, tal vez también tengas mucho que ganar.