
Castigo con Umbridge
24 de febrero de 1996
Harry no puede pasar una semana sin provocar algún desastre. Ayer, su entrevista en El Quisquilloso apareció publicada. Un plan brillante, me digo con sarcasmo, preguntándome quién fue el imbécil que le sugirió tal idea. Esa revista es un chiste, una burla disfrazada de medio informativo. Nadie con sentido común la tomaría en serio.
Mi preocupación aumentó cuando Umbridge arrastró a Harry fuera de la clase de Pociones. Sabía que algo no iba bien, y aunque mi instinto gritaba que irrumpiera en su oficina y la hiciera pagar, sabía que debía controlarme. Mis manos se cerraban en puños mientras esperaba en un pasillo oscuro, con el deseo de protegerlo a toda costa quemando dentro de mí.
Los minutos se arrastraron como horas, hasta que finalmente la puerta se abrió y Harry apareció, con el rostro cubierto de sudor y sosteniendo su mano izquierda con una expresión de dolor que me hizo hervir de rabia. Sabía que Umbridge lo estaba torturando con la Pluma de Sangre, pero esto... esto era demasiado. Normalmente lo sometía a una o dos sesiones por semana, cada una durando una hora. Hoy había estado allí dentro por más de cuatro horas.
Emergí de las sombras, observando cómo Harry se sobresaltaba al verme. Su reacción inmediata fue ocultar su mano herida bajo la túnica, como si eso pudiera borrar lo que había soportado.
—D-Darcy, ¿qué haces aquí? —murmura Harry, esbozando una débil sonrisa que no logró disimular el dolor que ardía en sus ojos.
—Sígueme —le ordeno, mi voz firme, casi áspera por la rabia contenida. Sin esperar una respuesta, me giré y comencé a caminar hacia la Sala de los Menesteres, mi ira aumentando con cada paso, pero el solo hecho de tener a Harry cerca me ayudaba a mantener a raya el deseo de hacerle pagar a esa maldita mujer.
—¿Estás enojado? —pregunta Harry, su voz temblorosa, intentando mantener el ritmo a mi lado, aunque sin atreverse a acercarse demasiado.
—Sí —respondo, mis palabras cortantes, mientras llegábamos a la pared donde se materializó una pequeña puerta. Dentro, la habitación era acogedora, con una cama, un par de sillones y una chimenea que proyectaba una luz cálida y suave en las paredes de piedra.
—¿Qué hice mal? —pregunta Harry, su voz teñida de confusión y tristeza, mientras sus ojos buscaban los míos.
—Hablar —respondo, mi tono firme y autoritario, mientras lo miraba con el enojo todavía palpitando en mi pecho—No puedes seguir hablando de lo que pasó en el cementerio, Harry. Debes aprender a callar.
Harry abrió la boca, sorprendido por la dureza de mis palabras, pero su sorpresa rápidamente se transformó en furia. Sus ojos verdes se encendieron con una ira que casi podía igualar a la mía.
—¡No puedes decirme qué hacer! —grita, su voz quebrándose con la intensidad de sus emociones—Solo quiero que el mundo mágico esté preparado para cuando Voldemort ataque.
—¿De verdad crees que el mundo mágico te apoyará? —le respondo, mi voz cargada de amargura mientras los recuerdos de mi propio pasado nublaban mi juicio—Se dejan influenciar por las mentiras del Profeta, pero en el fondo saben que Voldemort ha vuelto. Y cuando finalmente lo acepten, te usarán, te convertirán en su arma para derrotarlo. Pero Harry, apenas tienes quince años, eres solo un niño.
—¡Tú también eres un niño! —replica Harry, su furia ardiendo tan intensamente como la mía—Pero te envían a misiones de las que ni siquiera Sirius me habla. Estoy harto de que todos me traten como a un niño.
—Entonces deja de comportarte como uno —grito, mi frustración alcanzando un punto de ebullición—Aprende a guardar silencio, a observar, a esperar el momento adecuado para actuar. No puedes gritar tu verdad en medio de las clases solo porque contradicen lo que dices, solo te haces ver como un loco.
—¿Ahora me llamas loco? —Harry se dio la vuelta, dispuesto a marcharse, pero lo agarro por la túnica, obligándolo a detenerse. Con un movimiento brusco, le saqué la mano izquierda de la túnica, exponiendo las palabras cruelmente grabadas en su piel.
—¿Así piensas ganar una guerra? —le susurro, mi voz baja y amenazante mientras levantaba su mano para que viera las palabras "No debo decir mentiras" que estaban profundamente marcadas en su piel—Si no puedes defenderte de Umbridge, que no es más que la perra del ministro, ¿cómo esperas enfrentar a Voldemort?
Harry me miró con enojo, su furia reflejada en cada línea de su rostro, pero lo ignoré mientras lo arrastraba hacia la cama.
—¡Suéltame! —gritó, pero lo ignoré y lo empujé con fuerza sobre la cama. Sin darle tiempo para reaccionar, me subí sobre sus muslos, inmovilizándolo con mi peso.
—Dame tu mano herida —ordené, sacando una pequeña botella de crema de mi túnica. Harry apartó la mirada, cruzando los brazos sobre su pecho en un gesto defensivo que me hizo querer protegerlo y castigarlo al mismo tiempo.
Sin decir una palabra, le tomé el mentón con firmeza y lo besé. No fue un beso suave, fue un beso cargado de necesidad, de desesperación, de rabia contenida. Harry intentó resistirse, pero su resistencia se desmoronó bajo la intensidad de mi lengua, que exploraba su boca con un fervor casi salvaje. El beso fue tan profundo, tan posesivo, que Harry soltó un quejido de dolor, pero también de rendición.
Me alejo de él, lamiendo mis labios donde aún queda el rastro de su sangre, una evidencia de la mordida que le di con una intensidad que excedió mis intenciones.
—Dame tu mano herida—repito con firmeza, y el chico, con la mirada perdida, extiende su mano temblorosa hacia mí.
La tomo con delicadeza, aplicando la crema con un toque suave pero determinado. Sin embargo, mi furia se reaviva al notar que las marcas de las palabras están más profundas en su piel, como si cada palabra hiriente hubiera dejado una huella imborrable.
—Lamento la dureza de mis palabras—murmuro, mientras envuelvo su mano con una venda utilizando un movimiento preciso de mi varita.
—Es cierto—responde Harry, girando su rostro para evitar mi mirada. Sin embargo, puedo ver las lágrimas que se asoman a sus ojos—Soy un idiota. No debería desafiar a Umbridge, Hermione me lo ha dicho muchas veces, pero nunca le hago caso.
—Debes aprender a manejar tus emociones—le aconsejo, aunque sé que nunca me hará caso. Es un león tonto e imprudente.
Harry empieza a llorar en silencio, y cada sollozo suyo parece resonar en lo más profundo de mi ser. Me parte el corazón verlo así, es una visión que me llena de una tristeza abrumadora. Mi única esperanza es que mis palabras puedan llegar a él. No puedo soportar la idea de perderlo una vez más, especialmente sabiendo que el giratiempo, ese frágil salvavidas del pasado, ya no está disponible para nosotros. En este momento, más que nunca, el peso de la realidad y la fragilidad de la vida se hacen insoportablemente presentes.
Con una ternura casi desesperada, coloco sus manos sobre su cabeza, presionándolo contra la cama con un gesto protector.
—Mírame, mon amour de ma vie—susurro en su oído mientras él aparta la mirada, evitándome.
—No quiero—murmura Harry, obstinado y herido.
Empiezo a repartir besos a lo largo de su cuello con una lentitud deliberada, cada toque de mis labios una promesa de ternura y deseo. Mis besos son suaves y meticulosos, como si estuviera trazando un mapa de afecto en su piel. A veces, me detengo un momento más en ciertos puntos, dejando pequeños chupetes que actúan como marcas sutiles pero inconfundibles, como si quisiera reclamar ese espacio en su piel para mí.
—Mmmm, Darcy—gime Harry, su voz entrecortada mientras pronuncia mi nombre. Mis labios rodean su lóbulo, y chupo con fuerza, saboreando su reacción al sentir cómo su cuerpo se arquea involuntariamente bajo mi toque. Cada gemido suyo me provoca una sensación de poder que me envuelve, y me impulsa a seguir explorando sus límites.
—Mírame—ordeno, esta vez con menos suavidad, mi voz cargada de deseo. Mis dientes encuentran su camino hasta su cuello, y lo muerdo con firmeza, lo justo para provocar ese equilibrio perfecto entre dolor y placer.
—Mmmm, Darcy—gime Harry, su voz llena de deseo mientras pronuncia mi nombre. Sus ojos me miran llenos de lujuria, sus lentes torcidos sobre su rostro sonrojado, y su cuello, marcado por mis mordiscos.
Con una mano, presiono sus muñecas con fuerza sobre la cama, asegurándome de que no pueda moverse. Con la otra, saco mi varita y conjuro unas cuerdas que envuelven sus muñecas, sujetándolas firmemente al poste de la cama. La sorpresa se dibuja en sus ojos, pero no dice nada, solo me mira con una mezcla de curiosidad y anticipación.
Le quito los lentes de un tirón y los lanzo a un lado, mi paciencia desgastándose.
—Mis lentes—se queja Harry con voz temblorosa, apenas recuperando el aliento.
—¿Piensas en tus lentes en este momento?—le replico, mi tono molesto mientras mis manos se dirigen a los botones de su túnica. Con un movimiento fluido, se la quito, dejando su torso al descubierto. Su piel es suave, cálida, y su cuerpo esculpido parece hecho para ser adorado.
Me acerco para besarle con una urgencia feroz, presionando su cuerpo contra la cama, sintiendo cada curva, cada músculo bajo mis manos. Me separo, apenas un instante, solo para contemplar mi obra, Harry, atado y vulnerable, luciendo tan absolutamente irresistible que mi pene reacciona, palpitante, ante la visión.
Con un suave movimiento de varita, hago desaparecer el resto de su ropa, dejándolo solo en boxers. La reacción de Harry es inmediata, su rostro se vuelve carmesí al darse cuenta de su desnudez. Su erección, claramente visible bajo la delgada tela, me excita aún más.
Gateo sobre la cama, sujetando sus piernas y abriéndolas para acomodarme entre ellas. El contacto de mi erección contra la suya arranca un fuerte gemido de sus labios.
—Mmmm... ahhh—gime Harry, su voz ronca mientras vuelvo a presionar nuestras erecciones juntas.
—Mon amour de ma vie, me encantan tus gemidos—susurro con un tono bajo, cargado de deseo, mientras me inclino para besarle con fuerza, atrapando su boca hasta que su respiración se vuelve errática por la falta de aire—Hoy te haré disfrutar y gemir mi nombre hasta que no puedas más.
Me alejo de su boca, bajando lentamente por su cuello, plantando besos ardientes en su piel, hasta llegar a sus pezones, que están erectos, ansiosos de atención. Sin dudarlo, tomo uno en mi boca, chupándolo con fuerza, arrancando un grito de placer de Harry.
—Ahhhhhh—grita, moviendo sus caderas hacia arriba, buscando más fricción, pero lo sujeto con firmeza, manteniéndolo bajo control mientras sigo trabajando su pezón con mi lengua.
Después de darle un último lengüetazo, me muevo al otro pezón, dándole un beso suave antes de succionarlo con la misma intensidad, dejándolo rojo e hinchado, al igual que el primero. Harry está perdido en un mar de sensaciones, sus gemidos resonando en toda la habitación.
—Por favor, Darcy—**suplicó entre sollozos de placer—Por favor...
—¿Qué deseas, mon amour de ma vie?—pregunto, sacando su pezón de mi boca para mirarlo con una sonrisa burlona—Solo dímelo.
—Q-Quiero correrme. N-No aguanto más—suplica, tratando desesperadamente de mover sus caderas en busca de alivio, pero mis manos lo mantienen en su lugar.
—Tus deseos son órdenes para mí, mon amour de ma vie—murmuro mientras bajo mis manos desde sus caderas hasta el elástico de sus boxers, bajándoselos lentamente hasta liberar su erección, que está dura y lista para mí.
—¿Qué vas a hacer?—pregunta Harry, su voz temblando entre la anticipación y el miedo mientras me acerco a su pene.
—Adivina—le respondo antes de empezar a besar suavemente su miembro, explorándolo con mi lengua y disfrutando de cada reacción que provoca en él.
—Ahhhhhh... mmmm—gime Harry, su voz temblorosa mientras su cuerpo reacciona instintivamente al sentir cómo me llevo su pene a la boca. El contacto de mis labios alrededor de su erección lo hace arquearse de placer, sus manos atadas temblando ligeramente contra las cuerdas que lo mantienen inmovilizado. El calor y la humedad de mi boca lo envuelven, y comienzo a succionarlo lentamente, con una mezcla de ternura y deseo, como si estuviera saboreando una paleta que nunca quisiera terminar.
Mi lengua, suave y firme a la vez, empieza a deslizarse por toda la longitud de su miembro, explorando cada pulgada, cada vena palpitante. Me concentro especialmente en la punta, donde su sensibilidad es máxima, rodeándola con movimientos circulares que lo hacen gemir aún más fuerte. Cada vez que paso mi lengua por el frenillo, un espasmo recorre su cuerpo, arrancándole gemidos ahogados y desesperados.
Harry, perdido en un mar de sensaciones, intenta mover sus caderas, instintivamente buscando más profundidad, queriendo sentir cada vez más de mí. Siento cómo trata de empujar su erección aún más dentro de mi garganta, pero mantengo el control, ajustando la presión de mis labios mientras lo dejo entrar, centímetro a centímetro, hasta que lo tengo completamente dentro. La fricción es deliciosa, su sabor intoxicante, y la manera en que sus gemidos resuenan solo alimentan mi propia excitación.
Empiezo a aumentar el ritmo, succionando con más fuerza mientras mi lengua sigue acariciando la punta, cada movimiento calculado para llevarlo al borde del éxtasis. Harry respira de manera entrecortada, su pecho sube y baja rápidamente mientras trata de mantenerse en control, pero es evidente que está perdiendo la batalla. Su cuerpo se tensa bajo mi toque, y los gemidos que emite son más desesperados, más urgentes.
Cada vez que baja la cadera, yo lo sigo, ajustando mi ritmo al suyo, llevándolo al límite una y otra vez. La combinación de mi boca succionando y mi lengua acariciando cada rincón de su erección es suficiente para hacerlo perder la cabeza. Puedo sentir cómo se contrae, cómo su placer se acumula, alcanzando su punto máximo.
—Darcy, me voy a venir—jadea, su voz quebrada por la intensidad de lo que siente.
Al oírlo, intensifico mis movimientos, succionando con una firmeza renovada, mientras mi lengua sigue lamiendo y acariciando cada parte de su miembro. Siento el momento exacto en que se deja llevar, su cuerpo se arquea y suelta un último gemido ahogado mientras eyacula en mi boca, llenándola de su esencia caliente y salada.
Trago todo, saboreando cada gota, y no me detengo hasta que siento que ha dado todo lo que tiene. Finalmente, me separo lentamente, con una sonrisa de satisfacción en mis labios, mientras Harry yace completamente rendido, su cuerpo temblando de placer residual.
Me separo de él con lentitud, dejando que el último espasmo de su placer se disipe mientras le planto un beso suave en la frente. Con un movimiento sutil de mi varita, las cuerdas que sujetan sus muñecas se desvanecen, liberándolo. Harry, aún con el rostro encendido y el cuerpo exhausto, se cubre el rostro con ambas manos, un gesto que denota vergüenza e inseguridad.
—Es vergonzoso—murmura, su voz débil, intentando esconder su expresión vulnerable.
Sonrío con ternura, admirando la dulzura que emana de su gesto.
—Para mí, tus gemidos son lo más excitante que existe—le digo, mientras lo cubro con una sábana, protegiéndolo no solo del frío, sino también de la fragilidad de este momento íntimo.
Harry me mira desde debajo de sus pestañas, sus ojos aún nublados por el deseo y la curiosidad.
—¿Quieres que te devuelva el favor?—pregunta, su mirada desviándose hacia mi erección, que todavía persiste, dura y exigente.
Lo observo un momento, su oferta inocente y genuina, preguntándome si realmente entiende lo que está ofreciendo.
—¿Lo has hecho antes?—le pregunto, mientras me recuesto en la cama y lo atraigo hacia mi pecho, necesitándolo cerca, deseando la calidez de su cuerpo contra el mío.
—No—admite, ruborizándose aún más mientras se acurruca en mi cuello, ocultando su rostro en la curva de mi hombro. —¿Y tú?
Su pregunta evoca recuerdos que preferiría olvidar, experiencias de otra vida, de otro tiempo.
—No quieres saber—respondo con firmeza, mi voz teñida de un pasado que no tiene lugar aquí, en este momento, con él.
—Es verdad. No quiero saber—murmura Harry, su voz cediendo al cansancio que lo invade.—Solo espero que nunca vuelvas a ver a esos chicos.
—No lo haré. Y, respondiendo a tu pregunta, no quiero que me devuelvas el favor. Tenerte aquí, entre mis brazos, es más que suficiente para mí—le susurro, abrazándolo con fuerza, sintiendo cómo su cuerpo se relaja, rendido al confort de nuestra cercanía.
—Eres un romántico total—susurra Harry, con una sonrisa somnolienta antes de entregarse al sueño, su respiración suave y rítmica meciéndose contra mi pecho.
Lo observo mientras duerme, su rostro relajado y en paz, ajeno a la tormenta que se avecina. A medida que su respiración se vuelve más profunda, siento el cambio en mi propio cuerpo, la poción multijugos agotándose y mi verdadera forma regresando. Miro a Harry y el miedo me invade, sabiendo que la verdad lo destrozará cuando descubra que soy Draco Malfoy, el enemigo que jamás habría esperado en su cama.
Sin embargo, por más que anticipe el dolor que vendrá, no puedo evitar querer estos momentos con él. Me prometí que nunca tendría sexo con él como Darcy, y menos aún permitiría que me devolviera el favor bajo este disfraz. No sería justo, ni para él ni para mí.
—Solo espero que, cuando descubras la verdad, me perdones, mon amour de ma vie. Y si no lo haces, lo entenderé—susurro en voz baja, depositando un último beso en su desordenado cabello, aferrándome a este breve momento de paz antes de que la verdad lo cambie todo.
04 de abril de 1996
Mis pasos retumban en los fríos pasillos mientras me dirijo hacia la salida del tren. Debo regresar a la Mansión Malfoy y retomar mis obligaciones como discípulo de Voldemort. Las vacaciones de Pascua comienzan mañana, y el peso de mi deber se siente más pesado que nunca. Mantengo mi rostro impasible, mi fachada de frialdad bien establecida.
Pero de repente, el trío de oro se interpone en mi camino, bloqueando la salida con sus enormes maletas. Mi corazón late con fuerza al verlos, pero debo mantener mi compostura. Coloco mi mejor máscara de desprecio, mirándolos con una mezcla de burla y desdén. No puedo permitirme mostrar debilidad, especialmente cuando todos los Slytherin están observando.
Ron Weasley da el primer golpe, su tono cargado de una rabia controlada.
—¡Qué sorpresa verte, Mortífago!—espeta Ron, su mirada afilada como cuchillas. —¿No tienes un sitio más apropiado al que ir, como el infierno? Todos sabemos lo que eres, Malfoy, y no tienes cabida aquí.
Levanto una ceja, dejando escapar una risa fría que se siente como una bofetada.
—Oh, Weasley, qué encantador. Nunca te había visto tan emocionado. ¿No deberías estar vendiendo chucherías en una tienda? Parece que has olvidado cómo se comporta un verdadero caballero.
Ron se pone rojo de furia y avanza un paso hacia mí, pero Hermione lo agarra del brazo, tratando de calmarlo.
—Ron, no—dice Hermione con una mezcla de frustración y preocupación—. No vale la pena. Vamos a manejar esto con calma.
Harry, siempre el mediador, me observa con una mezcla de desconfianza y determinación.
—¿Qué quieres, Malfoy?—pregunta, su voz tensa pero controlada.
Mi sonrisa se ensancha, mostrando un toque de crueldad que me resulta doloroso mantener.
—¿Qué quiero? Solo pasar un rato agradable, Potter. Pero si estás dispuesto a jugar al héroe, te aseguro que te será más entretenido de lo que esperas.
Hermione avanza, su mirada dura y decidida.
—Sabemos perfectamente quién eres, Malfoy. Sabemos que estás aquí para servir a Voldemort. No te equivoques: no vamos a dejarte en paz.
—¿Ah, sí?—digo con sarcasmo, inclinándome ligeramente hacia adelante—. Me siento realmente amenazado. ¿Vas a asustarme con tu valentía de Gryffindor? Deberías considerar que tu bravura es más adecuada para un espectáculo de magia infantil.
Ron hace un movimiento brusco hacia mí, su voz cargada de furia contenida.
—¡Eres un monstruo, Malfoy! ¡Aprovechas a las personas y luego te escondes detrás de tu estúpida pureza de sangre! Eres patético, y el mundo entero se está dando cuenta.
Le echo una mirada helada, aunque me duele mantener esta fachada de indiferencia.
—Qué encantador, Weasley. Agradezco tus sinceras observaciones. Me siento realmente especial al saber que me consideras tan importante. Aunque, sinceramente, lo único que te preocupa es intentar sentirte superior a alguien por una vez en tu vida.
Harry se interpone, su expresión dura y decidida.
—No estamos aquí para discutir contigo, Malfoy. Queremos que sepas que haremos lo que sea necesario para detenerte a ti y a tus "amigos".
—Oh, qué valentía—respondo con un tono frío y mordaz—. Es admirable cómo se creen salvadores del mundo mientras viven en su burbuja de ignorancia. Pero no se preocupen, cuando llegue el momento, estaré encantado de ver cómo sus sueños de grandeza se desmoronan.
Hermione frunce el ceño, visiblemente frustrada y agotada.
—No tienes idea de lo que está en juego, Malfoy. Las vidas están en peligro, y tú solo juegas a ser el villano.
—¿Las vidas en peligro?—digo, levantando una ceja con una expresión de falsa preocupación—. ¿Y qué? En el gran esquema de las cosas, la vida es solo un juego de ajedrez. Algunos caen, otros avanzan. Nada nuevo bajo el sol, Granger.
Ron, al borde del colapso, señala hacia la salida.
—Lárgate, Malfoy. Y no te atrevas a volver. No necesitamos a alguien como tú aquí.
Me doy la vuelta lentamente, con una mezcla de desdén y satisfacción en mi rostro.
—Claro, Weasley. No quisiera arruinar la dulce atmósfera de su pequeño grupo. Disfruten del resto de su día heroico mientras yo regreso a mi realidad. Nos veremos pronto.
Con una última mirada llena de desprecio, me alejo de ellos, mis pasos resonando en el pasillo mientras me dirijo hacia la salida. Cada palabra de la discusión pesa en mi mente, pero no puedo permitir que se note. La tensión entre nosotros es palpable, y el costo de mi papel en este juego se vuelve cada vez más claro, pero debo seguir adelante, sin que se muestre la grieta en mi fachada de frialdad.
Vacaciones de pascua
La fría brisa me da la bienvenida, pero no tengo tiempo para disfrutar del aire fresco.
La Mansión Malfoy está en silencio, casi como si la oscuridad misma la envolviera. Al entrar, el ambiente es opresivo, pero familiar. El eco de mis pasos se mezcla con el silencio de los pasillos, y pronto llego a la sala donde me encuentro con Voldemort.
Voldemort aparece ante mí con su aspecto joven. Solo a mí me muestra esta forma, su verdadera apariencia que es tan diferente de la visión temida por el mundo. Sus ojos, de un rojo penetrante, brillan con una intensidad que desafía cualquier sombra de duda. Me ofrece una sonrisa enigmática mientras me acerco.
—Draco—su voz es un susurro, pero cargada de autoridad—. Bienvenido. Durante estas vacaciones, te enseñaré una nueva habilidad, la Legeremancia. Es una herramienta poderosa, crucial para nuestros fines.
Asiento, sintiendo una mezcla de anticipación y respeto. He oído hablar de la Legeremancia antes, pero nunca he tenido la oportunidad de aprenderla. Aunque soy un maestro en la oclumancia.
A medida que Voldemort comienza a explicarme los conceptos básicos, su proximidad y la forma en que se mueve por la sala parecen hipnotizarme. La magia que enseña es fascinante, casi adictiva en su complejidad.
—La Legeremancia—dice Voldemort, su voz suave pero firme—permite leer las mentes, explorar los pensamientos más profundos y secretos de los demás. Es una habilidad que requiere precisión y control. Solo aquellos con una mente aguda y un corazón fuerte pueden dominarla.
Durante las primeras semanas, pasamos horas en la sala de estudio, rodeados por antiguos libros y artefactos mágicos. Voldemort me guía a través de intrincadas técnicas de concentración y enfoque. Cada ejercicio es un desafío, pero también una revelación. La magia oscura que me muestra es poderosa y tentadora, un contraste mordaz con la luz tenue que ilumina el cuarto.
En momentos de intensidad, cuando mis pensamientos se vuelven turbulentos, encuentro mi mente vagando hacia Harry. Su imagen, sus ojos verdes, y la manera en que me miraba en la sala de menesteres me sirven de ancla. Cada vez que siento la tentación de perderme por completo en las artes oscuras, cierro los ojos y me imagino a Harry. Su presencia en mis pensamientos me da fuerza para seguir adelante, para no perderme en la oscuridad que me rodea.
Las sesiones de Legeremancia se vuelven más intensas. Voldemort no escatima esfuerzos para desafiarme, y su presencia cerca de mí es a la vez perturbadora y cautivadora.
Una noche, mientras estudio la teoría detrás de la Legeremancia en la biblioteca, me sorprendo a mí mismo perdiendo el hilo de la lectura. En lugar de concentrarme en las palabras del libro, mi mente se enfoca en la forma en que Voldemort maneja la magia, en su conocimiento y en cómo sus manos se mueven con gracia sobre los antiguos textos.
—Draco—la voz de Voldemort me saca de mi ensueño—¿Te ocurre algo?
Levanto la vista, notando el brillo de curiosidad en sus ojos. Aunque trato de mantener una expresión neutral, siento un calor incómodo en mis mejillas.
—No, maestro—respondo rápidamente, volviendo a mi lectura.
Voldemort asiente, pero puedo sentir que algo en él percibe mi conflicto interno.
—Recuerda, Draco—dice con un tono suave pero penetrante—, la Legeremancia es una herramienta poderosa, pero también una prueba de tu lealtad y tu fortaleza. Mantén siempre tu propósito claro.
A medida que las vacaciones avanzan, me doy cuenta de que la Legeremancia no solo está moldeando mis habilidades mágicas, sino también mi propia percepción del poder y la lealtad. La tentación de dejarme llevar por la oscuridad es grande.
Finalmente, el día llega para regresar a Hogwarts, y mientras me preparo para partir, me doy cuenta de que he aprendido mucho más que simples técnicas de Legeremancia.
La magia oscura y la atracción hacia Voldemort no han borrado mi deseo de encontrar un equilibrio, y la presencia de Harry en mis pensamientos me ha recordado que aún hay luz en la oscuridad.
Mientras me despido de la Mansión Malfoy, con el peso de la Legeremancia aún fresco en mi mente, me preparo para enfrentar el regreso a Hogwarts con una nueva perspectiva. La batalla interna continúa, pero estoy decidido a mantenerme fiel a mi propósito, sin perderme en la oscuridad que me rodea.