
Departamento de Misterios
27 de abril de 1996
Esta noche el Ejército de Dumbledore fue descubierto. Hice lo que pude para proteger a Harry, pero el asunto se me escapó de las manos antes de lo que esperaba. No imaginaba que mis amigos lo descubrirían tan rápido. Solo me queda esperar que ese vejestorio no haya dejado mi chimenea conectada con las del castillo. Lo único que faltaría sería que me dejara completamente varado aquí.
Mientras camino hacia la sala común, la preocupación me pesa como una sombra. Entonces, para mi sorpresa, la maldita Umbridge le entrega una taza de té a Cho Chang. Al principio, sentí una extraña satisfacción. Dudo que Harry quiera volver a verla después de esto, pero mi alivio es breve. La imagen del sapo rosado imponiendo castigos despiadados a los estudiantes más pequeños del castillo me causa una inquietud que no puedo ignorar.
No he vuelto a hablar con Harry, y mucho menos ahora que Umbridge controla Hogwarts con mano de hierro. Lo único que puedo hacer es seguir protegiéndolo, pero no como Darcy Dumbledore, sino como Draco Malfoy. Al menos hasta que las cosas vuelvan a su cauce... si es que eso llega a pasar.
Sin embargo, hay algo que me da vueltas en la cabeza, Harry Potter debe ir al Departamento de Misterios. Allí, caerá en la trampa de Voldemort.
Con ese pensamiento, entro en mi habitación. Pero al llegar, una visión insólita me detiene en seco, la varita de Dumbledore descansa sobre mi cama. Junto a ella, una carta, escrita en esa letra fina y elegante que conozco tan bien. La tomo con cuidado y empiezo a leer.
Querido hijo,
Tendré que ausentarme por un tiempo, aunque sé que no me extrañarás. Eso, debo admitirlo, me causa una profunda tristeza. Te dejo mi varita para que la uses con juicio. Y algo en mi interior me dice que tu mente astuta y manipuladora ya tiene un plan que no me has compartido. Aún así, confío en ti... por ahora.
Cuídate, y cuida de Harry.
Con aprecio,
Albus, tu querido y amado padre.
—Viejo maldito —murmuro con una sonrisa de satisfacción—Finalmente, esa momia servirá de algo.
El destino de Hogwarts y de Harry está echado. Y yo, con la varita de Dumbledore en mis manos, tengo la ventaja que necesito. Todo marcha según lo planeado.
18 de mayo de 1996
Me siento repugnante. Hace dos semanas que Umbridge tomó el control de Hogwarts, y desde entonces no ha parado de imponer sus decretos absurdos, uno tras otro, como si su poder fuera una enfermedad que se extiende sin freno. Estoy atrapado en su red, y lo peor de todo es que formo parte de su escuadrón inquisitorial. Es mi "deber" aplicar castigos a los más jóvenes, aquellos que apenas han tenido tiempo de conocer el mundo. Niños, maldita sea.
Cada vez que levanto la varita contra uno de ellos, siento que algo dentro de mí se rompe, como una grieta que se extiende en mi interior. Las órdenes de Umbridge son claras, disciplinar, intimidar, someter. Y yo, como un peón en su juego, cumplo. El desprecio en los ojos de esos estudiantes es palpable, y lo entiendo. Me ven como una extensión de la misma opresión que Umbridge representa. No saben que cada vez que lanzo un hechizo para castigar, siento el mismo desprecio por mí mismo.
Lo juro. Tan pronto como mi plan se complete, Umbridge no verá la luz de otro día. No será una muerte rápida, ni misericordiosa. La torturaré hasta que su grasiento y repulsivo cuerpo se desangre a mis pies. Cada gota que derrame será un alivio para la ira que me consume.
Me he contenido durante semanas, soportando su voz chillona, su risa burlesca, su crueldad disfrazada de autoridad. Su rostro, esa mueca grotesca de falsa amabilidad, se ha clavado en mi mente, corroyendo cada pensamiento. Pero la imagen de su rostro retorcido por el dolor es lo único que me da algo de paz en esta prisión en la que ella ha convertido Hogwarts.
No será un simple Avada Kedavra. No, eso sería demasiado fácil, demasiado rápido. Quiero que sienta lo que ha hecho. Quiero que experimente, aunque sea por un instante, el mismo sufrimiento que ha infligido a los demás. La misma angustia que yo he sentido cada vez que he sido forzado a castigar a un estudiante bajo sus órdenes.
Los gemelos Weasley abandonaron Hogwarts a lo grande, volando sobre sus escobas con una sonrisa desafiante en el rostro, mientras el caos se desataba a sus espaldas. Los pasillos quedaron llenos de explosiones de colores, fuegos artificiales mágicos, y carcajadas que resonaban como un eco de rebelión. A pesar de la opresión que Umbridge ha esparcido como una sombra sobre el castillo, ellos se atrevieron a enfrentarla de la única manera que conocen: con humor y descaro.
Sentí una extraña sensación de alivio al ver las expresiones de asombro y alegría en los rostros de los estudiantes. Por un breve instante, las paredes frías y sofocantes de Hogwarts parecían vibrar con vida de nuevo. Era como si, por unos minutos, los gritos de terror y los susurros de miedo que habían impregnado cada rincón hubieran sido reemplazados por algo más puro, más humano. Risas. Felicidad. Algo que hacía tanto tiempo que no veíamos.
Mientras ellos cruzaban los cielos del patio y las bromas se desataban por doquier, Umbridge estaba furiosa, completamente impotente. Los estudiantes aplaudían, celebraban esa pequeña victoria. Aunque sabían que el castigo no tardaría en llegar, no les importaba. En ese momento, todo lo que importaba era que, por primera vez en mucho tiempo, alguien había humillado a la mujer que parecía intocable.
Y ahí estaba yo, observando todo desde las sombras, con una sonrisa contenida en mis labios. Parte de mí envidiaba a los gemelos. Ellos habían encontrado la forma de liberarse, de huir de este lugar antes de que los aplastara. Yo, en cambio, seguía atrapado en este juego de lealtades dobles y apariencias cuidadosamente mantenidas. Pero verlos volar lejos me dio esperanza, aunque fuera por un segundo.
15 junio de 1996
Los TIMOS habían comenzado en el castillo, y los estudiantes se encontraban esparcidos por los rincones, con rostros llenos de frustración mientras repasaban febrilmente, olvidando por completo la inquietante atmósfera que los rodeaba. No podían permitirse dejar de estudiar, ni siquiera cuando el ambiente pesaba como una sombra sobre ellos.
Hoy era el último examen, Historia de la Magia. Me acomodé en la esquina del aula, concentrándome en cada pregunta con precisión, detallando los puntos clave. Estaba tan absorto que terminé en apenas media hora, justo cuando escuché un golpe seco. Harry se había quedado dormido y caía de su silla, emitiendo gemidos angustiados mientras su cuerpo se retorcía de manera alarmante.
El aula entera quedó paralizada, todos lo miraban como si fuera un lunático, con los ojos llenos de miedo. Nadie se atrevió a moverse, excepto Hermione, Ron y Neville, quienes corrieron a su lado para despertarlo. Harry abrió los ojos de golpe, sudoroso y confuso, y sin mediar palabra, salió corriendo del aula, apenas diciéndole al profesor Binns que había terminado el examen.
Yo lo observé todo, sintiendo las miradas de mis amigos clavadas en mí. Ya han empezado a sospechar de mis frecuentes escapadas nocturnas. Saben que me ausento demasiado para ser coincidencia, especialmente porque en esas noches suelen atacar pueblos muggles. Incluso he tratado de encontrar a Dumbledore un par de veces, pero siempre sin éxito.
Cuando el examen terminó, me dirigí a la sala común, sintiendo los pasos de mis amigos detrás de mí. Sé que no podré ocultarles más tiempo lo que está pasando. Son demasiado inteligentes para mi comodidad.
—¿Qué pasa, Dray? —pregunta Pansy en cuanto cierro la puerta de mi habitación, lanzando un hechizo silenciador con rapidez.
—Lamento tener que involucrarlos en esto —digo con una sonrisa amarga—No era mi intención.
Pansy me mira con el ceño fruncido, mientras Theo y Blaise intercambian miradas tensas. Finalmente, es Theo quien rompe el silencio.
—Cuéntanos, Draco. Ya sabes que estamos contigo, pase lo que pase.
Su tono es inusualmente serio, y por un momento, vaciló. Pero ya no hay vuelta atrás.
—No soy leal a Voldemort —sentenció, sintiendo el peso de mis palabras hundirse en el aire como una roca.
Mis amigos permanecen en silencio. Blaise y Theo se miran, y algo pasa entre ellos. Una especie de entendimiento silencioso que me inquieta.
—Lo sospechábamos —dice Blaise al fin, con un suspiro pesado.
—Has cambiado —murmura Pansy, agarrándome del brazo con fuerza—Desde las vacaciones de verano... algo en ti se rompió. Ya no eres el mismo Draco. Estás diferente, distante.
Aprieto su mano, intentando ofrecerle una sonrisa reconfortante.
—Lo sé, Pans. Lo sé —susurro.
—Siempre te apoyaremos, sin importar qué —dice Blaise, rodeando a Pansy con un brazo mientras me lanza una mirada firme.
Inhalo profundamente, sabiendo que lo que viene será aún más difícil.
—Necesito su ayuda —les digo, sin rodeos—Pero deben saber que lo que voy a pedirles es extremadamente peligroso... y va en contra de Voldemort. Si no quieren hacerlo, lo entenderé, pero...
—Draco, si esto es importante para ti, cuenta con nosotros —responde Theo, interrumpiéndome—Si has decidido ponerte del lado de ese viejo chiflado, nosotros siempre te apoyaremos.
—No es eso —niego con vehemencia—No estoy del lado de Dumbledore... Estoy del lado de Harry Potter.
Un jadeo colectivo sale de sus labios, y Theo comienza a reírse, golpeando sus manos lentamente, como si hubiera ganado algún tipo de apuesta.
—¡Lo sabía! ¡Lo sabía! —canturrea, alargando las manos hacia Blaise y Pansy. Ambos sacan pequeñas bolsas de galeones de sus bolsillos y se los entregan a regañadientes.
—Maldita sea —murmura Blaise, frunciendo el ceño—Nunca pensé que la teoría de Theo fuera cierta.
—Aunque, ahora que lo pienso, tiene sentido —dice Pansy, pensativa—En primer y segundo año no hacías más que hablar de Potter...
—Eso no es lo importante ahora —interrumpo, mi tono más grave—Lo que importa es que la vida de Sirius Black está en peligro. Harry se dirigirá al Ministerio de Magia en unas pocas horas, y necesitamos exponer a Voldemort de una vez por todas. Para eso, necesito su ayuda.
—¿Qué necesitas que hagamos? —pregunta Pansy, con los ojos fijos en mí, su expresión seria y decidida.
—No nos queda más opción que ayudar a nuestra serpiente enamoradiza—dice Theo, sonriendo de medio lado.
Les devuelvo la sonrisa, aunque mi corazón late con fuerza. Ahora solo queda esperar que el plan funcione.
—¿Crees que sea un buen plan, Theo? —preguntó Pansy, sentada junto a la ventana del aula vacía que ofrecía una vista al Bosque Prohibido. Afuera, Harry Potter y sus amigos se alejaban volando en Thestrals, visibles solo para quienes habían presenciado la muerte.
Theodore Nott, con su habitual aire de inteligencia y frialdad, se inclinó ligeramente hacia adelante, sin apartar la mirada de la escena.
—No lo sé, Pansy. Draco está demasiado... enamorado de Potter. Si pone sus sentimientos por encima de la estrategia, todo podría derrumbarse.
—No seas pesimista. Draco es demasiado fuerte —intervino Blaise Zabini, con su tono calmado y seguro—Si alguien puede manejar a Potter, es él.
Theo cruzó los brazos, pensativo.
—Quizá deberíamos involucrarlo más en nuestro plan.
Pansy soltó un suspiro, mordiéndose el labio inferior con frustración.
—Lo amo, Theo, pero está tan cegado por Potter que me preocupa que termine sacrificando a todos los Slytherin por él.
—Es una posibilidad real —admitió Theo—No podemos confiar plenamente en él.
Blaise asintió, sus ojos oscurecidos por un brillo de astucia.
—Nosotros llevaremos a cabo el plan, Theo. Muy pronto serás Lord Nott, y entonces, podremos ejecutar la última fase sin interferencias.
Un tenso silencio se formó entre los tres Slytherins, una promesa no pronunciada pero comprendida. Pero el momento fue interrumpido por un sonido débil que venía de una esquina oscura del aula, los gemidos amortiguados de Dolores Umbridge, atada con cuerdas mágicas, su boca sellada por un encantamiento.
—Oh, pero si es nuestra querida directora —canturreó Pansy mientras se acercaba a la mujer con una sonrisa maliciosa.
Umbridge trató de gritar, pero la magia impedía que cualquier sonido coherente escapara de sus labios.
Pansy inclinó la cabeza, disfrutando del terror en los ojos de la mujer.
—¿Sabes algo, perra? —dijo, con un destello sádico en la voz—¡Voldemort está vivo! Y muy pronto lo verás con tus propios ojos.
—¡Crucio! —exclamó Theo sin previo aviso, apuntando su varita hacia Umbridge. La mujer comenzó a retorcerse en el suelo, su cuerpo crispado por el dolor insoportable. Aunque su boca seguía sellada, sus ojos reflejaban la agonía.
Pansy chasqueó la lengua.
—Theo, no tan rápido.
Theo la miró, con una sonrisa perezosa en los labios.
—Hablas demasiado, Pansy —respondió, mientras seguía observando los espasmos de Umbridge con indiferencia.
Pansy lo fulminó con la mirada, pero rápidamente recuperó su compostura.
—Sigue el plan —dijo con autoridad—Yo la torturaré. Blaise, asegúrate de que nadie nos descubra y luego llévala con los centauros. Theo, encárgate de borrarle la memoria... lo suficiente como para que pierda la cordura. Ese es el plan.
Blaise asintió con firmeza.
—De acuerdo.
Theo alzó las manos en señal de rendición, su habitual sarcasmo en el rostro.
—Está bien, está bien, como quieras.
Mientras Blaise vigilaba, Pansy continuó lanzando maldiciones Cruciatus a Umbridge, disfrutando de cada grito sofocado que la mujer no podía emitir, pero que se reflejaba claramente en sus ojos. La tortura duró horas, y cuando finalmente Pansy se detuvo, estaba satisfecha. Sonreía como si hubiera cumplido una necesidad largamente reprimida.
Theo se acercó para completar su parte. Con una habilidad inquietante, borró la memoria de Umbridge, desintegrando fragmentos de su mente hasta dejarla en un estado tan debilitado que pasaría el resto de su vida en San Mungo, si es que tenía suerte.
Finalmente, Blaise, con su elegante andar, se dirigió hacia el Bosque Prohibido. Umbridge flotaba a su lado, inconsciente, levitando por la magia que la mantenía prisionera. Cuando llegó al borde del bosque, los centauros lo recibieron con miradas de advertencia, pero Blaise, con su habitual elocuencia y astucia, negoció su salida sin dificultad, dejando a Umbridge a merced de la manada.
Los centauros no desperdiciaron la oportunidad. Lo que hicieron con Umbridge fue brutal, humillándola tanto física como mentalmente, asegurándose de que no olvidara quién realmente dominaba entre las criaturas mágicas.
Camino por los fríos y silenciosos pasillos del Ministerio de Magia, mis pasos resonando levemente sobre el mármol. Ya dejé claro a mis amigos lo que deben hacer, deshacerse de Umbridge y asegurarse de que el camino esté despejado. Este lugar lo conozco mejor que muchos, cada recoveco, cada esquina oculta. He estado aquí más veces de las que quisiera contar, vigilando de cerca esa maldita profecía desde que Nagini murió. Siempre alerta. Siempre esperando.
Finalmente, llego a la sala de las profecías. La atmósfera es densa y cargada de una energía casi etérea. Las interminables hileras de esferas de cristal blanco emiten un tenue brillo, como si contuvieran dentro los secretos más oscuros del mundo. Me abro paso entre ellas, el sonido apenas perceptible de mis pasos ahogándose en el silencio absoluto. Detengo mi marcha frente a la que importa: "Harry Potter y el que no debe ser nombrado". Esa pequeña esfera guarda el destino de ambos, de todos nosotros. Me acomodo en una esquina oscura, donde las sombras me envuelven, invisible pero alerta, y espero.
Pasa una hora. El tiempo se desliza lentamente hasta que las sombras se agitan con la llegada de los mortífagos. Lucius Malfoy aparece primero, con esa arrogancia que siempre ha cargado como una capa pesada, seguido de Bellatrix, cuyos ojos desquiciados brillan con anticipación. Tras ellos, Rabastan Lestrange, Augustus Rookwood, Antonin Dolohov, Mulciber, Jugson y Walden Macnair. Se mueven como una serpiente letal, confiados, demasiado confiados. No se dan cuenta de mi presencia oculta entre las sombras. No todavía.
Mis ojos permanecen fijos en ellos cuando, finalmente, el estrépito que estaba esperando sacude la sala, Harry y su séquito. Ginny, Hermione, Luna, Neville, y Ron. Han entrado haciendo más ruido del que deberían. Sus pasos retumban, las voces en tensión rompen el silencio, y no puedo evitar poner los ojos en blanco. ¿Así es como piensan enfrentarse a los mortífagos? Cada día me pregunto cómo han logrado sobrevivir hasta ahora, y creo que estoy a punto de descubrirlo.
Veo a Harry acercarse lentamente a la esfera de la profecía. Su mano vacila por un segundo antes de sujetarla con firmeza. Pero apenas tiene tiempo de reaccionar cuando los mortífagos lo rodean con movimientos rápidos y calculados. De un momento a otro, Luna, Neville, Ron y Hermione son apresados por los mortífagos, cada uno sujetado con varitas amenazantes apuntando a sus gargantas. Bellatrix da un paso al frente, su voz resonando con un tono peligroso y burlón.
—Danos la profecía, Potter —dice Lucius Malfoy, su tono gélido y autoritario, mientras sus ojos brillan con ansia.
Harry se queda quieto, con la mirada fija en sus amigos, la mano aún aferrada a la esfera. El silencio en la sala es sofocante, cada segundo se siente como una eternidad. Hermione, atrapada por Rookwood, se las arregla para hacer contacto visual con Harry. Con un leve movimiento de la mano, casi imperceptible, le indica lo que deben hacer. Es un plan desesperado, pero es lo único que les queda.
Harry entiende el gesto y asiente sutilmente. De repente, con un rápido movimiento de varita, él y los demás apuntan a las estanterías llenas de profecías.
—¡Reducto! —gritan al unísono.
Las estanterías crujen y se sacuden violentamente, las esferas comienzan a caer y estallar por toda la sala, liberando fragmentos de magia y voces ancestrales que llenan el aire con caos. El polvo y los escombros envuelven a todos, dándoles a Harry y su grupo el tiempo que necesitan para zafarse de los mortífagos y correr.
Los mortífagos intentan perseguirlos, pero las estanterías se desploman una tras otra, cortándoles el paso y creando un laberinto de confusión. Yo, desde las sombras, observo con calma mientras Harry y sus amigos se escabullen.
Corren sin detenerse, las voces de sus perseguidores resonando detrás de ellos, pero cada vez más distantes. A través de los pasillos del Ministerio, continúan hasta llegar a la Sala del Velo, ese lugar cargado de una magia antigua y misteriosa, donde la muerte y la vida parecen fundirse en un susurro.
El velo ondea en el arco, silencioso pero amenazante. Aquí fue donde Sirius Black cayó, y ahora, una vez más, el destino parece conducirlos hacia este lugar, donde todo puede cambiar.