
Segunda clase de oclumancia
06 de Febrero de 1996
Camino por un sendero oscuro y serpenteante en medio del bosque, rodeado por la penumbra. Después de avanzar un rato, la silueta de una cabaña emerge entre los árboles. Es una estructura encantadora, con un jardín de rosas que brilla débilmente bajo la luz de la luna. La belleza del lugar me sorprende, contrastando con la tensión del momento.
Al abrir la puerta de la cabaña, me encuentro con un interior cálido y acogedor. La pequeña cocina está meticulosamente ordenada, y la habitación contigua contiene ropa perfectamente ajustada a mi talla. Todo está diseñado con un detalle exquisito, desde los muebles hasta los accesorios. En la pared cuelga una fotografía de Dumbledore sosteniendo a un bebé, un gesto que revela el esfuerzo de Snape por crear un ambiente familiar.
Me siento en un sillón en la sala, la única luz proviene de una lámpara de aceite que parpadea tenuemente. A las once de la noche, el tiempo parece estirarse mientras espero la emboscada que han planeado. Me acomodo mejor y examino la varita de Dumbledore que tengo en las manos. Es una varita inusual; cada vez que la utilizo, siento una expansión en mi magia, una sensación de poder incrementado que me resulta a la vez intrigante y familiar.
Las horas pasan lentamente. La ansiedad se acumula mientras el reloj marca la primera y luego la segunda hora sin señales de ataque. Miro el reloj con creciente frustración, preguntándome si han descubierto la trampa. De repente, un hechizo anti-apariciones rodea la cabaña, y una sonrisa se dibuja en mi rostro. Están aquí.
El sonido de una explosión sacude la cabaña cuando la puerta es derribada por un poderoso Bombarda. Un placer perverso me inunda al ver a los cuatro mortífagos que llegan: Rodolphus Lestrange, Avery, el señor Nott y el señor Crabbe. Me levanto del sillón, preparándome para el enfrentamiento que se avecina.
—Oh, pero ¿quién tenemos aquí?—susurra Rodolphus Lestrange mientras avanza con pasos tranquilos y calculados. Detrás de él, Avery, el señor Nott y el señor Crabbe siguen, con expresiones que varían entre la curiosidad y la amenaza.
—Vaya, el hijo de Dumbledore—observa Avery con una sonrisa fría y despectiva—Aunque no te pareces mucho a ese viejo.
Sonrío con arrogancia, un gesto que refleja tanto mi confianza como mi desprecio.
—Me parezco más a mi mamá—respondo, manteniendo la mirada fija en ellos.
—Eres valiente—murmura Lestrange, con un tono que mezcla admiración y desdén—Lástima que tu papá no esté para protegerte.
—Lo mismo digo. No tienes a Voldemort para protegerte—replico, dejando que la burla resuene en mi voz.
Avery lanza un Crucio con rapidez, pero lo esquivo sin esfuerzo gracias a un escudo defensivo.
—Infeliz, no pronuncies el nombre de nuestro señor con tu sucia boca mestiza—rugió Avery, su rabia evidente en cada palabra.
—En realidad, soy sangre pura—murmuro, encogiéndome de hombros con indiferencia.
—Eres un traidor de sangre, igual que tu padre—dice Lestrange con enojo creciente—Pensé que la información de Snape era errónea, nunca imaginé que ese viejo tuviera un hijo. Pero resulta que eres igual de arrogante que él.
Sin perder tiempo, realizo un rápido movimiento de varita y lanzo un Avada Kedavra hacia el señor Crabbe. El hechizo es tan veloz que nadie tiene tiempo de reaccionar. Crabbe cae al suelo, muerto al instante, su expresión congelada en una última sorpresa.
—Deja de hablar—digo, dirigiéndome a Nott con un hechizo asesino. Nott apenas logra esquivar el hechizo, moviéndose torpemente bajo la presión.
—¿Un mago de la luz usando los imperdonables?—dice Lestrange riendo con locura—Mi señor estara feliz con la noticia.
Esquivo un Crucio de Avery, manteniéndome concentrado mientras contraataco a Nott. Mi paciencia se está agotando.
—No soy un mago de la luz—murmuro con fastidio. La división entre luz y oscuridad creada por Voldemort y Dumbledore siempre me ha parecido ridícula. ¿Por qué no puede haber un término medio?
—¡Crucio!—grita Nott, su hechizo cruzando el aire. Lo esquivo con un Protego y reaparezco a su lado, una sonrisa en el rostro.
—¡Avada Kedavra!—lanzo a Nott, que cae al suelo con una expresión de incredulidad y sorpresa.
Avery jadea, visiblemente asombrado.
—¡Imposible!—exclama Lestrange—Colocamos un hechizo anti-apariciones.
Me doy la vuelta, la varita aún en alto, con una sonrisa desafiante.
—No subestimes mis habilidades. Fui criado por el mago más poderoso del mundo—digo, alardeando un poco para molestarlos—Conozco un par de trucos.
Y no miento. El viejo me enseñó este truco, a veces, ese vejete resulta ser bastante útil.
—Maldito—grita Avery, lanzando una maldición asesina. La esquivo con facilidad, moviéndome ágilmente.
Aparezco detrás de Avery, listo para atacar, pero antes de que pueda dar el golpe final, Lestrange interviene con un escudo protector.
—No caeremos en ese truco dos veces—dice Lestrange, apretando la mandíbula con enojo.
Lestrange y Avery se reagrupan, sus miradas cargadas de furia y odio. Lestrange se acerca, sus ojos resplandecen con una intensidad peligrosa. Avery, con el rostro torcido en una mueca de desprecio, lanza un hechizo.
—¡Crucio!—grita Avery, dirigiendo el hechizo con una furia renovada.
Esquivo el hechizo con un ágil movimiento, contrarrestando con un escudo mientras mi mente calcula el siguiente paso. La varita de Dumbledore, en mis manos, parece vibrar con una energía poderosa. Siento su magia fluyendo a través de mí, otorgándome una confianza inquebrantable.
Lestrange avanza, su varita levantada para lanzar un hechizo asesino. Pero antes de que pueda atacar, contraataco con un Avada Kedavra. Lestrange apenas tiene tiempo de levantar un escudo, pero el hechizo lo atraviesa, desintegrándolo en un estallido de luz verde. Su cuerpo cae al suelo, inmóvil, la sorpresa y el miedo en su rostro.
Avery jadea, horrorizado por la muerte de su compañero. Su furia se vuelve palpable.
—¡No puedes hacer esto!—grita Avery, lanzando un Crucio descontrolado, sus manos temblando de rabia.
El hechizo lo esquivo con facilidad, y mientras Avery se distrae con su propia ira, me acerco rápidamente. Aparezco a su lado con un gesto fluido, mi varita apuntando directamente a él.
—Eres el último—digo con frialdad, observando a Avery con una mirada de determinación.
Avery intenta lanzar otro hechizo, pero su movimiento es torpe y desesperado. Aprovecho la apertura, realizando un movimiento rápido con mi varita.
—¡Stupefy!—el hechizo impacta a Avery con fuerza, haciéndolo caer al suelo, inconsciente.
Rápidamente me acerco a él y, usando un hechizo de atadura, lo inmovilizo. Las cuerdas mágicas se ajustan alrededor de su cuerpo, atándolo firmemente a una silla que encuentro en la cabaña. Sus movimientos son inútiles contra las fuertes ataduras, y su respiración se calma, sumido en un sueño forzado.
Fue divertido el duelo, pero algo dentro de mí ansía ver su sangre escurrir por el suelo. Es momento de poner en práctica lo que Voldemort me enseñó.
Me acerco a Avery, que comienza a recobrar la conciencia. Su rostro se distorsiona de horror al darse cuenta de su situación, y sus ojos se llenan de súplica.
—No, por favor...—murmura Avery, con una voz apenas audible.
—¿Qué es a lo que le temes tanto, Avery?—le pregunto con frialdad, mi voz carente de cualquier atisbo de compasión.
—No... no lo hagas...—suplica, tratando de liberarse inútilmente de las cuerdas que lo atan a la silla.
—¿Por qué no?—miro a mi alrededor, y noto un cuchillo de cocina en la encimera. Lo tomo, admirando su filo mientras lo acerco a la piel de Avery.
El miedo en los ojos de Avery es evidente, y su respiración se acelera.
—No tienes que hacer esto...—murmura, su voz quebrándose—Eres un mago de la luz por favor...
—Oh, pero quiero hacerlo—respondo, acercando el cuchillo a su rostro.
Salgo de la chimenea con una sonrisa amplia, sintiéndome liberado, como si el asesinato hubiera sido el verdadero propósito de mi existencia. La euforia que me embarga es casi física, una mezcla embriagadora de adrenalina y satisfacción.
—¡Dumbledore, tu varita es impresionante! ¡Estoy considerando robártela!—exclamo, mi voz vibrando con un entusiasmo frenético, como si estuviera bajo los efectos de alguna poderosa droga. —Si llegas a morir, supongo que será mi herencia.
Bromeo, pero mis pasos se detienen bruscamente al ver a Remus Lupin en el despacho de Dumbledore. El amanecer se filtra a través de las ventanas, proyectando un débil resplandor dorado sobre el despacho. ¿Qué hace Lupin aquí a esta hora? Una mueca de desdén aparece en mi rostro.
—No te heredaré mi varita, Draco—dice Dumbledore con una calma serena que apenas oculta un toque de firmeza.
Mis ojos se agudizan al oír mi nombre, y observo la reacción del hombre lobo. Su rostro muestra una aceptación tranquila, sin sorpresa.
—Supongo que ya lo sabes—digo, volviendo mi mirada hacia Lupin, buscando alguna señal de conmoción.
—Sí, lo supe desde el primer día que te vi—responde Lupin con un tono de resignación, como si no fuera nada nuevo para él.
—¿Por qué no dijiste nada?—pregunto, mi voz cargada de intriga—No te traté bien en tercer año.
—No dije nada porque estaba al tanto de tus sentimientos hacia Harry—responde Lupin, su mirada fija en la mía con una penetrante intensidad.
Suelto una maldición entre dientes. ¿Es que todo el mundo lo sabe?
—Pensé que era bueno ocultándolo—murmuro, frustrado.
—Eres hábil en disimular, pero tu olor no puede mentir—dice Lupin con una perspicacia implacable.
—Eres un maldito perro—le suelto con un tono mordaz.
Lupin sonríe, pero no parece herido por mi insulto, su expresión es un reflejo de una paciencia antigua.
—¿Podrías limpiarte? El olor a sangre es demasiado fuerte para mí—pide Lupin con una amabilidad que resulta molesta.
Me lanzo un hechizo de limpieza, observando cómo la sangre de Avery desaparece de mi túnica. Aunque la evidencia ha desaparecido, el sentimiento de triunfo persiste.
—¿De quién es la sangre?—pregunta Dumbledore, su voz grave resonando desde su escritorio.
—De Avery—respondo, revisando mi túnica para asegurarme de que esté limpia.
—¿Lo mataste?—pregunta Lupin, su tono cargado de una tristeza contenida.
—Hice más que eso—murmuro con una satisfacción sombría.
—¿Solo enviaste a un mortífago?—murmura Dumbledore para sí mismo, como si intentara comprender la magnitud de la situación.
—Fueron cuatro, Avery, Nott, Crabbe y Rodolphus Lestrange—digo con una sonrisa de deleite oscuro—Sinceramente, esperaba a mi padre o a mi querida tía, pero parece que no fueron enviados.
—¿Mataste a Lestrange?—murmura Lupin, su voz cargada de asombro.
—¿Qué haremos con él?—le pregunto a Dumbledore, señalando a Lupin—¿Quieres que lo asesine?—digo, apuntando con la varita hacia el hombre lobo con una amenaza implícita.
Dumbledore abre los ojos de par en par, sorprendido por la frialdad de mi tono. Lupin da un paso atrás, claramente asustado.
—¿Dumbledore?—llama Lupin, su voz llena de una ansiedad que contrasta con su habitual calma.
—Basta, Draco—ordena Dumbledore rápidamente—No dirá nada.
Bajo mi varita y le lanzo una sonrisa burlona a Lupin, mi expresión es una mezcla de desafío y satisfacción.
—Soy un excelente mentiroso—le digo con un tono que sugiere un juego peligroso.
18 de febrero de 1996
—¡Oficina de Dumbledore!—salgo de la chimenea con pasos fríos, el eco de mis zapatos resuena en el espacio casi sagrado del despacho.
Dumbledore, en un gesto tan peculiar como magnánimo, nos ofreció su despacho para las clases de oclumancia de Harry. Hoy es nuestra segunda sesión, aunque mi mente está dividida. Últimamente, he salido por las noches a los pueblos muggles que sé van a ser atacados por mortífagos. Allí, he tenido el placer, si es que puede llamarse así, de asesinar a varios de ellos.
Me dejo caer en el sillón, el cuero cruje bajo mi peso mientras cierro los ojos por un instante, apenas un respiro para despejarme. Sin embargo, el cansancio acumulado me vence, y caigo en un sueño involuntario.
—Darcy—escucho una voz que me llama desde algún rincón de mis sueños. Siento unos labios suaves que rozan mis mejillas, despertándome de golpe. Abro los ojos rápidamente y me encuentro con Harry, sentado a mi lado. Su mano sostiene la mía con delicadeza, y su rostro está tan cerca que apenas puedo respirar.
Lo miro detenidamente, memorizando cada detalle de su rostro, sus hermosos ojos verdes que parecen atravesar mi alma, sus largas pestañas que proyectan sombras sobre sus pómulos, y esos labios rojos y carnosos que tan a menudo me tientan. Harry es demasiado hermoso, tan perfecto que parece inalcanzable, un sueño que no debería ser mío. Pero mientras él quiera estar a mi lado, aprovecharé cada segundo, hasta que la verdad sobre quién soy realmente lo aleje de mí para siempre.
—¿Por qué tus ojos reflejan dolor?—pregunta Harry, acariciando suavemente mi mejilla, como si quisiera disipar la oscuridad que me envuelve.
Sin pensarlo, lo sujeto por la nuca y lo atraigo hacia mí para un beso apasionado. Mi lengua explora su boca con una mezcla de urgencia y devoción, arrancándole un gemido que me envuelve en una ola de placer.
—Te extrañé—murmuro contra sus labios, separándome apenas lo suficiente como para morder su labio inferior. Harry deja escapar otro gemido, y la chispa entre nosotros se enciende aún más.
—Yo también—responde Harry, sonrojado y con la respiración agitada. Sus palabras son una caricia para mi alma, un bálsamo que calma el fuego que arde en mi interior.
—¿Cómo estás, mon amour de ma vie?—le pregunto mientras me recuesto más en el sillón, jalándolo suavemente para que se acurruque en mi pecho. Lo abrazo con fuerza, como si con ello pudiera mantenerlo a salvo de un futuro incierto—¿Has vuelto a soñar con Voldemort?
Harry se acomoda contra mí, su cuerpo se adapta al mío con la facilidad de la costumbre, como si perteneciera ahí, en mis brazos. Es tan tierno, tan vulnerable, que mi corazón se encoge.
—He estado preocupado por ti esta semana—murmura, su voz suave como un susurro—Debo decirte algo... y Hermione me dijo que sería buena idea contártelo, pero... Y-Yo...
—Dime, mon amour de ma vie. No importa lo que sea, jamás podría enojarme contigo—le digo, depositando un suave beso en su frente. Las palabras son sinceras, porque mi amor por Harry es incondicional, una fuerza que no puedo controlar ni deseo hacerlo.
Harry parece dudar, pero finalmente me mira con una determinación que admiro y temo al mismo tiempo.
—Cho me besó en San Valentín—dice abruptamente, sus ojos fijos en los míos, buscando una reacción.
Siento cómo mi expresión se enfría, lucho por contener la ola de celos y la oscura satisfacción que me invade ante la idea de hacerle pagar a Cho por su atrevimiento. Pero me controlo, aunque apenas.
—Ya veo—murmuro entre dientes, mi voz teñida de celos que intento ocultar.
—No te enojes—suplica Harry, sus ojos brillan con una mezcla de preocupación y arrepentimiento.
—No tendría derecho de enojarme, Harry—respondo, aceptando la cruda realidad—Tú y yo no somos nada.
Harry parpadea, sorprendido. Puedo ver un destello de dolor cruzar su rostro antes de que lo esconda bajo una máscara de enojo. Se aparta de mí, sentándose erguido a un lado del sillón, su expresión endurecida.
—Es cierto—dice con firmeza—No somos nada. Así que puedo besarme con todo Hogwarts, ¿no?
—Si es tu elección, lo aceptaré—murmuro, aunque mi corazón se quiebra con cada palabra.
—¿Puedo follar con muchos chicos, entonces?—pregunta Harry, su tono hirviendo de rabia, un desafío en cada sílaba.
—Si esa es tu elección, lo aceptaré—repito, manteniendo mi voz firme mientras sostengo su mirada—Siempre respetaré tus decisiones.
Tomo su mano con fuerza, sin soltar su mirada, y le doy un suave beso en el dorso.
—Siempre aceptaré tus decisiones, porque yo soy tuyo. Y sé que tú nunca serás mío.
Al oír mis palabras, Harry se abalanza sobre mí, quedando a horcajadas sobre mi regazo. Sus ojos arden con una intensidad que me consume.
—¿Eres mío?—pregunta Harry, sujetando mis mejillas, sus ojos buscan algo en los míos.
Asiento, incapaz de apartar la mirada de los suyos.
—¿Puedo hacer contigo lo que quiera?—murmura, acercando sus labios a los míos, su aliento cálido contra mi piel.
—Sí—respondo, mi voz apenas un susurro mientras mis ojos se fijan en sus labios.
—Entonces, a partir de ahora eres mi novio—declara Harry con una ferocidad que no deja lugar a réplica.
—Está bien, mon amour de ma vie—digo, y lo beso con hambre, devorando cada parte de él.
Siempre obedeceré las órdenes de Harry.
El beso no tiene nada de suave. Nuestras lenguas luchan por el control, y sujeto con fuerza la cintura de Harry mientras él comienza a mover sus caderas. Siento cómo mi cuerpo responde a su cercanía, mi erección crece bajo el vaivén de sus movimientos, y un gemido escapa de mis labios antes de que pueda detenerlo.
—Harry, basta—intento detenerlo, pero Harry no me escucha, su cuerpo se mueve con una desesperación que me vuelve loco.
—No quiero—gime Harry, su aliento caliente contra mi oído—Quiero esto.
Mi autocontrol se desmorona, y en un arrebato lo tiro sobre el sillón, colocándome sobre él. Harry me mira con sorpresa y deseo, sus ojos brillan con la misma lujuria que siento arder en mi interior.
—Harry—murmuro, mientras abro sus piernas para acomodarme entre ellas, sintiendo la dureza de su cuerpo contra el mío.
—D-Darcy—gime Harry cuando nuestras erecciones chocan, su cuerpo tiembla bajo el mío.
Con manos temblorosas, desato su túnica, revelando su pecho desnudo. Paso mis manos por su piel caliente, disfrutando de la sensación mientras su respiración se acelera. Sus ojos, nublados por el deseo, me observan, y sé que mi erección solo crece al ver cómo se deshace por mí.
—Mmm... Ahhh...—los gemidos de Harry me enloquecen mientras beso su cuello, mi mano se mueve con suavidad sobre su erección, presionando, aumentando su placer.
Recorro su mandíbula, su cuello y sus omoplatos con una serie de besos cuidadosos, marcando cada rincón de su piel con devoción. Finalmente, mis labios se detienen en el borde de su pantalón, y busco en los ojos de Harry el permiso para continuar. Con esfuerzo, él logra asentir, su expresión revelando una mezcla de entrega y vulnerabilidad.
Abro la bragueta de Harry y le bajo los pantalones junto con sus bóxers, dejándolo completamente desnudo ante mí. La visión es tan excitante que no puedo evitar lamerme los labios.
Harry, con la respiración entrecortada y el rostro enrojecido, se retorcía bajo mi toque. Sus ojos verdes, normalmente llenos de determinación, ahora estaban nublados por el deseo. Las manos de Harry se aferraron a los bordes del sillón, sus nudillos blancos mientras un gemido bajo escapaba de sus labios.
—N-No es justo que yo sea el único desnudo—murmuró Harry con voz temblorosa, sus palabras entrecortadas por la necesidad.
Una sonrisa peligrosa se dibujó en mis labios mientras mi mano, firme y segura, se deslizaba hacia abajo, acariciando la base de su erección. Cada movimiento que hacía provocaba un temblor en su cuerpo, como si sus nervios estuvieran encendidos, chispeando con electricidad. Sin dejar de mirarlo a los ojos, me acerqué a su oído, mi aliento cálido contra su piel.
—Solo disfruta, mon amour de ma vie—murmuré, mi voz ronca, casi una orden, mientras comenzaba a mover mi mano de arriba a abajo, lenta y deliberadamente.
Harry gimió, un sonido tan profundo y crudo que resonó en mi pecho. Sus caderas se alzaron en busca de más, su cuerpo respondiendo instintivamente a cada toque, cada caricia. Sus labios se abrieron, susurrando mi nombre en un tono suplicante.
—Ahh... Mmm... D-Darcy...
Pero justo cuando la tensión en su cuerpo alcanzaba un punto álgido, detuve mis movimientos. Un sonido de frustración escapó de su garganta, y su mirada se oscureció, cargada de necesidad. Mi propio deseo ardía en mi interior, apremiante, mientras liberaba mi erección de la prisión de mi ropa, todo bajo su atenta mirada, que no dejaba de seguir cada uno de mis movimientos.
Me incliné sobre él, capturando sus labios en un beso feroz, casi desesperado. Mordí suavemente su labio inferior, arrancándole otro gemido que reverberó en mi boca. Cuando nuestros cuerpos se encontraron, la sensación de nuestros penes rozándose hizo que ambos nos estremeciéramos de placer. Comencé a mover mis manos sobre ellos, apretando ligeramente, haciendo que ambos perdiéramos el control.
—Darcy... Ahhh...—gimió Harry, su voz un eco del deseo que nos consumía a ambos.
Mi respiración se aceleró, mi mente nublada por el placer que me arrastraba como una ola imparable. Me incliné hacia su oído, dejando que mi cabeza descansara en el hueco de su cuello, sintiendo su piel caliente bajo mis labios.
—Ahhh... Harry...—susurré, dejando que su nombre escapara en un gemido grave mientras besaba el lóbulo de su oreja, mis manos nunca deteniéndose, marcando un ritmo que pronto nos llevaría al borde.
El cuerpo de Harry comenzó a tensarse, sus músculos contrayéndose mientras se acercaba a su límite. Su respiración era errática, cada inhalación un esfuerzo, cada exhalación un gemido más fuerte que el anterior. Su voz, apenas un susurro, rompió el aire entre nosotros.
—M-Me siento extraño... Ahhh...
Sabía lo que eso significaba, y sus palabras sólo encendieron mi deseo aún más. Besé su cuello, dejando una marca rojiza antes de murmurar contra su piel.
—Vente para mí, mon amour de ma vie—le susurro con voz grave, acercándome a su oído, dejando que mis palabras acaricien su mente al mismo tiempo que mis manos acarician su cuerpo.
El efecto de mis palabras es inmediato. Harry suelta un jadeo tembloroso, su cuerpo se tensa bajo mis manos, y siento cómo su placer culmina, derramándose en mi mano. Su espalda se arquea y sus dedos se clavan en el sillón, aferrándose a la realidad mientras se pierde en la marea de sensaciones que lo envuelve.
Al ver cómo sus labios se abren en un gemido silenciado por la intensidad del momento, cómo su pecho sube y baja con cada respiración agitada, siento mi propio control desmoronarse. Mi deseo, reprimido durante tanto tiempo, se desata en una oleada abrumadora. Con un gruñido bajo y profundo, me dejo llevar, liberando mi propio placer junto a él.
—Lo hiciste muy bien, mon amour de ma vie—susurro, inclinándome para capturar sus labios en un beso tierno, lleno del amor que siento por él. Es un contraste absoluto con la pasión desenfrenada que nos consumió hace solo unos segundos.
Harry, aún con la respiración acelerada, me mira con ojos nublados por el deseo y la vergüenza. Hay un brillo de vulnerabilidad en su mirada que solo intensifica mi deseo de protegerlo y amarlo.
—Q-Quiero más—murmura, su voz es apenas un susurro, pero la necesidad que contiene es imposible de ignorar.
No puedo evitar una sonrisa al ver cómo su deseo supera su vergüenza. Con un gesto suave, envuelvo su pene nuevamente entre mis manos, comenzando a acariciarlo de arriba a abajo, despacio al principio, incrementando la presión y el ritmo cuando veo que su cuerpo responde a mi toque.
—Mmmm... Dracy—gime, y la forma en que mi nombre sale de sus labios, arrastrado por el placer, hace que mi propio deseo resurja, tan potente como antes. No hay nada que desee más que complacerlo, que hacerlo sentir amado y deseado.
—Tus deseos son órdenes, mon amour de ma vie—susurro antes de inclinarme sobre él para besarlo nuevamente, hundiéndome en la suavidad de sus labios.
El tiempo pierde significado mientras estamos juntos, nuestras manos y cuerpos entrelazados en un ciclo interminable de caricias, besos y gemidos. En algunos momentos, nuestras caricias son suaves, casi reverentes, y en otros, el fuego de nuestro deseo nos consume con una fuerza que parece inagotable. Nos venimos tantas veces que pierdo la cuenta, cada vez más hambriento del placer que solo él puede darme.
Finalmente, exhaustos pero satisfechos, nos encontramos abrazados en el sillón, nuestros cuerpos todavía temblorosos por la intensidad de lo que acabamos de compartir. Mientras acaricio suavemente su cabello, una ligera sonrisa se forma en mis labios al pensar en lo afortunado que soy de tener a Harry en mis brazos.
Pero una sombra de preocupación cruza por mi mente. Con una exhalación profunda, murmuro para mí mismo, apenas audible.
—Solo espero que mi padre no se entere de esto...
La risa suave de Harry vibra contra mi pecho, y cierro los ojos, disfrutando del calor de su cuerpo contra el mío, al menos por un momento más antes de que la realidad vuelva a separarnos.