
Regreso a Hogwarts
01 de septiembre de 1995
Por la ventana de mi vagón, observo la llegada de Harry en compañía de los Weasleys, y un perro que, sin duda, es Sirius Black.
La puerta se abre de golpe, dando paso a Pansy, Blaise y Theo, que entran con la energía típica de nuestra amistad.
—¡Draco! —grita Pansy al verme, corriendo hacia mí para abrazarme con fuerza.
—Suéltalo, Pansy, lo vas a matar —dice Blaise, apretando mi hombro en un saludo amistoso.
—Deja de molestar —resopla Pansy, soltándome con un gesto de exasperación.
—Es bueno verte limpio, Draco —dice Theo, sentándose a mi lado. Su tono es serio, pero hay un destello de alivio en su mirada.
Hago una mueca al recordar que la última vez que los vi, estaba cubierto de sangre, un recordatorio de mi reciente entrenamiento con Voldemort.
—Sentémonos —ordena Pansy, y todos tomamos asiento.
El vagón se queda en absoluto silencio.
El vagón se queda en un absoluto silencio, la tensión palpable en el aire. Ignoro las miradas inquisitivas de Blaise y Pansy, que están sentados frente a mí, y el suave sonido del pasar de las páginas del libro de Theo, que parece más un intento de distraerse que de leer.
—Draco, ¿de verdad apoyas al Señor Oscuro? —pregunta Pansy, lanzando un silenciador para que nadie escuche por accidente.
—Es mi maestro —explico, tratando de sonar indiferente, aunque la verdad es más complicada.
La mejor manera de proteger a mis amigos es mantenerlos en la ignorancia, al menos hasta que cumplan la mayoría de edad y pueda ponerlos a salvo, lejos de sus padres y de Voldemort.
—Entiendo —dice Blaise, mirando a Pansy con preocupación.
—Y yo que pensé que estabas enamorado de Potter —declara Theo, dejando de leer su libro, su tono burlón aliviando un poco la tensión.
—No digas tonterías, Theo —exclamo, fingiendo repulsión mientras mi mente se agita.
Controlo mi expresión, Theo es tan inteligente que si me ve vacilar, aunque sea por un segundo, se dará cuenta de mi mentira.
—Creo que nos ocultas algo, Draco —articula Pansy en un susurro—. Te conocemos.
—Es verdad —dice Blaise, sujetando la mano de su novia con fuerza, como si eso pudiera protegerla de la verdad.
—Se están creando ideas erróneas —declaro, levantándome del asiento—. Vamos, Pansy, debemos ir al vagón de Prefectos.
Mientrasme alejo, siento la presión de sus miradas en mi espalda, pero no puedopermitir que me atrapen.
—El director siempre ha estado chiflado, pero convertir a Weasley en prefecto... ¡Eso es demencia pura! —exclama Pansy, su voz cargada de desdén al ver a Ron Weasley luciendo orgullosamente su nueva insignia de Prefecto.
Ron, con las orejas enrojecidas, aprieta los puños. Antes de que pudiera responder, Hermione Granger intervino, sus ojos brillando con determinación.
—¡Cierra el pico, Parkinson!—espetó Hermione, su voz temblando ligeramente por la ira contenida—Ron se merece esa insignia tanto como cualquiera de nosotros.
—Vaya, vaya... Hasta una sangre sucia como tú, Granger, se da cuenta de que la comadreja no merece esa insignia —intervengo, mi voz destilando veneno—Es como darle un libro a un trol... completamente inútil.
Pansy soltó una risita maliciosa, claramente disfrutando del espectáculo. El ambiente en el vagón se volvió aún más tenso, como si el aire mismo pudiera encenderse en cualquier momento.
Ron, incapaz de contenerse más, intenta abalanzarse sobre mí.
—¡No le digas así! —ruge, pero Hermione lo detiene, agarrándolo firmemente del brazo.
—Tranquilízate, Ron —suplica Hermione, su voz mezclada con preocupación y determinación—. Eso es lo que Malfoy busca. Si lo golpeas, te quitarán tu insignia de Prefecto.
—Hazle caso a tu noviecita, traidor de sangre —dijo con desdén—. A menos que quieras perder tu único logro académico que tendrás por el resto de tu vida.
El rostro de Ron se tornó de un rojo intenso, sus pecas casi desapareciendo bajo el rubor de la ira.
—¿Qué sabes tú de logros? —grita con furia—Maldito mortífago, lo único que haces bien es estar de lameculos con Snape y con el-que-no-debe-ser-nombrado.
—¿Lameculos? Qué adorablemente patético. No me parece que sea lo mismo que tu única hazaña en esta vida miserable, ser el mejor amigo del niño-que-vivió —declaro, mi tono cargado de sarcasmo y desdén.
—¡Cállate, Malfoy! —interviene Hermione, mirando a Ron con una mezcla de preocupación y frustración—Tu unico logro es estar siempre en segundo lugar, ¿verdad? Nunca has podido superarme en nada.
—Tu ma... —Pansy empieza a hablar, pero se detiene cuando alzo una mano para hacerle un gesto de silencio.
—Admito que tienes la inteligencia necesaria para ser una sangre sucia, Granger —digo, dirigiendo una mirada desafiante a los otros prefectos de Slytherin presentes, consciente de que un desliz podría despertar sospechas—Pero no eres tan brillante como crees. Enamorarte de un Weasley es, francamente, insensato. A lo sumo, te ofrece una insignia de prefecto y una vida tan insignificante como sus logros.
Hermione se sonroja, sus ojos llenos de una mezcla de dolor y furia. Abre la boca para responder, pero es interrumpida por la llegada de Snape.
—¿Qué está pasando aquí? —pregunta Snape, sus ojos recorriendo a cada uno de los prefectos con una frialdad que corta el aire. Me encuentro con su mirada y respondo con una sonrisa aparentemente inofensiva.
—Nada, señor. Simplemente estábamos conociéndonos mejor —digo con una sonrisa pulida, la amabilidad en mi rostro tan falsa como un galeón de chocolate.
Snape entrecierra los ojos, claramente desconfiado, pero no parece dispuesto a profundizar en el asunto.
—Vayan a hacer sus rondas por el tren —ordena con desdén—. No es momento para la camaradería.
La tensión se siente como un nudo en el estómago mientras todos nos levantamos para cumplir con la orden. El silencio que queda en el vagón está cargado de resentimiento, con cada uno de nosotros regresando a sus respectivos roles.
14 de septiembre de 1995
Han pasado dos semanas desde que regresé a Hogwarts, y la rutina parece no haber cambiado en lo más mínimo. Harry sigue siendo tan imprudente como siempre, desafiando a Umbridge con su actitud rebelde. Cada noche es castigado, y a pesar de que debería mantenerse en silencio, no puede evitar hablar como si estuviera en una constante batalla con su propio sentido común.
Resoplo con frustración, sintiendo el peso de mi impotencia. La presencia de Umbridge en Hogwarts, respaldada por el Ministerio de Magia, es un recordatorio constante de la desinformación y el encubrimiento. El Profeta continúa negando la realidad, afirmando que Voldemort sigue siendo una sombra de leyenda, cuando la verdad es otra.
Dumbledore no es idiota. Debe estar al tanto de la forma en que torturan a su niño dorado. Si no está haciendo nada al respecto, debe estar tramando algo.
Me dirijo a la sala común de Slytherin, absorto en mis pensamientos, cuando Snape me intercepta con su presencia imponente.
—Sígueme —ordena con un tono firme que no deja lugar a dudas.
Lo sigo por los oscuros pasillos del castillo hasta que llegamos frente a una gárgola de piedra.
—Ranas de chocolate —dice Snape con una voz autoritaria.
La gárgola se mueve con un crujido, revelando una escalera de caracol que serpentea hacia arriba.
—Estúpida contraseña—comentó, mientras Snape comienza a subir las escaleras con paso decidido.
—Qué lástima que mi contraseña no le agrade, Señor Malfoy —comenta Dumbledore con un tono casual y ligeramente irónico, justo cuando llegamos a la enorme puerta de madera del despacho.
La oficina del anciano es tan imponente como se podría esperar. A pesar de su edad avanzada, Dumbledore parece mantener un estilo que es a la vez acogedor y venerable.
—Bueno, es estúpida —repito con un toque de desafío en mi voz, mirándolo a los ojos con una mezcla de desdén y curiosidad.
—Eres tan encantador, Señor Malfoy —responde Dumbledore con una sonrisa enigmática, dándome un paso a un lado—. Pasa, hay mucho que necesitamos discutir.
—Demasiado —murmuro.
—Tome asiento, Señor Malfoy —dice Dumbledore con una serenidad imperturbable, señalando la silla frente a su escritorio.
—Gracias, Director —murmuro con indiferencia mientras me acomodo en el asiento, mi actitud una mezcla de frialdad y desinterés.
—Permítame preguntarle algo, Señor Malfoy. ¿Por qué decidió ayudar a Harry Potter? —la voz de Dumbledore es directa, y su mirada, incisiva.
—¿No es eso lo correcto? —respondo con un tono impasible, sin revelar más de lo que pienso.
—Es un comentario sorprendente, especialmente viniendo del primer discípulo de Voldemort —Dumbledore me observa con una intensidad que parece insinuar que hay más en juego de lo que parece.
Su actitud es molesta. Me molesta.
—No todos los alumnos siguen ciegamente los pasos de su maestro —replico con frialdad, mi tono desprovisto de emoción.
—Entonces, ¿puedo concluir que no estás del lado de tu maestro, Señor Malfoy? —pregunta Dumbledore con un matiz de esperanza en su voz.
—Exactamente.
—¿De qué lado estás, hijo de Lady Magic? —Dumbledore inquiere, su tono más analítico.
—Del lado de Harry Potter —afirmó con convicción—Siempre estaré del lado de Harry Potter.
—Excelente —Dumbledore sonríe con aprobación—Sin embargo, lamentablemente tendrás que involucrarte conmigo, ya que el otro bando busca la muerte de Harry Potter.
—Lo sé —confirmó, sin dejar espacio para dudas.
—Entonces hagamos un trato —propone Dumbledore, su sonrisa se amplía—Sé mi espía.
—¿Qué gano a cambio? —pregunto, levantando una ceja con desdén.
—Privilegios y la seguridad de la persona que amas —responde Dumbledore con una sonrisa que revela su conocimiento de mi vida personal.
Su conocimiento es irritante.
—Acepto. Pero tengo condiciones.
—Dímelas. Haré lo posible por cumplirlas —Dumbledore dice mientras se acomoda en su silla.
—Como bien sabes, soy hijo de Lady Magic. Según Voldemort, estoy destinado a caminar solo y cubierto de sangre, como él —lo miro con seriedad—. Úsame. Soy poderoso, y tú sabes que encarcelar a los Mortífagos no es suficiente. Estamos en una guerra donde todo se reduce a matar o ser asesinado.
—De acuerdo —Dumbledore me observa con una mezcla de lástima y respeto—Te usaré.
—Gracias. Soy legalmente mayor de edad, así que te pido que me concedas acceso libre para entrar y salir del castillo. Tengo asuntos que atender.
—Puedo hacerlo —Dumbledore lo piensa—Supongo que no me dirás nada sobre tus salidas.
—Supones bien.
—Está bien —Dumbledore suelta un suspiro, que parece pesar sobre sus hombros cansados—. Acepto.
—Por último, mi ayuda debe permanecer en secreto para la Orden. No quiero que nadie sepa que te estoy ayudando.
—Eso es imposible. En tiempos de guerra, la Orden necesita confianza. Debo identificar al que proporciona información.
—Supongo que tienes un punto —digo, reconociendo que no me sentiría cómodo confiando en alguien sin saber quién es—Pero no quiero que nadie conozca mi identidad. Inventa una.
—Está bien —murmura Dumbledore—. Aunque, ¿de qué servirá si todos reconocerán tu rostro?
—No te preocupes por eso. Solo crea una identidad. Yo me encargaré de mantenerme en el anonimato.
—Eres muy exigente —Dumbledore se levanta, caminando hacia una percha donde descansa un fénix viejo.
—Voldemort está buscando la profecía —Dumbledore se detiene en seco, sorprendido—Pero eso ya lo sabías, ¿no?
—¿Te lo dijo?—murmura Dumbledore sorprendido.
—Sí, me lo dijo —miento, con una certeza calculada—Me ha confiado secretos sin pedir nada a cambio.
—Crearé una identidad confiable para ti. Piensa en un nombre que te guste —Dumbledore dice mientras gira para mirarme—Te llevaré a conocer la Orden en un par de meses. Espero que estés listo para compartir esos secretos.
—Lo estaré —afirmo mientras me levanto de la silla.
—Es bueno contar contigo, hijo de Lady Magic.
—¿Por qué confías en mí? Después de todo, tengo la bendición de la muerte —digo con duda, cuestionando mi lugar en este oscuro mundo—Soy como él.
—Te equivocas —Dumbledore me mira a los ojos con una intensidad que atraviesa mi alma—Conoces el amor, algo que Voldemort nunca conocerá. Me recuerdas a alguien que desesperadamente quería escuchar que no se parecía a él, por eso confío en ti.
—Eso suena ridículo —digo, sonriendo con ironía. Camino hacia la salida, pero me detengo sin girar—Darcy.
—¿Qué? —Dumbledore pregunta, desconcertado.
—Me gusta el nombre Darcy —digo sin mirar atrás, mientras cruzo la puerta y me alejo.