
Segunda Prueba
—Es momento de iniciar la segunda prueba; solo cinco jóvenes prometedores han aprobado —exclamó Voldemort con un brillo de júbilo en sus ojos—Señorita Pansy, elija.
Pansy avanza al frente, y en medio de la sala se encuentran las chicas muggles, de rodillas y sujetas con cuerdas mágicas. Están paralizadas por la magia, lo que hace innecesario atarlas como animales, pero los Mortífagos sienten un placer retorcido al hacerlo, disfrutando de su impotencia.
Quiero apartar la mirada de esta escena, pero esta vez no puedo. Si lo hago, fallaré una vez más.
Mi amiga se acerca a una muggle de nuestra edad, de cabello castaño. Puedo ver la vacilación de Pansy antes de enviar, de forma temblorosa, un Crucio a la chica. La muggle no soporta el hechizo ni un instante antes de desmayarse.
—Es aburrido, Señorita Pansy —dice Voldemort, recargándose en su trono con evidente desdén.
—Lo entiendo, m-mi señor —asiente Pansy, mirando hacia él—¡Avada Kedavra!
La magia que sujetaba a la chica muggle se desvanece, al igual que su vida. Su cuerpo cae al suelo con un fuerte golpe, un eco que resuena en mis oídos.
Los aplausos de los Mortífagos resuenan por toda la sala, y yo los imitó, aunque mi corazón se siente pesado con cada aplauso.
—Excelente. Es su turno, Señor Theodore —ordena Voldemort, y su mirada es un destello de anticipación.
La misma escena cruel se repite tres veces más, cada vez más desgarradora, hasta que finalmente llega mi turno.
Con la mirada impasible, me centro en la chica que tengo frente a mí. Se ve un poco mayor que yo, y su cabello tiene un extraño color azul, que brilla incluso en la penumbra del salón.
En mi vida pasada, usé Legeremancia en ella antes de lanzarle un Crucio. Fue un grave error de mi parte.
Ella es Emily, tiene 18 años, vive en un pueblo rural y, no hace mucho, fue aceptada en lo que los muggles llaman Universidad. Estaba tan feliz por la noticia que salió con sus otras cuatro amigas para festejar. Pero fueron raptadas en una redada de Mortífagos, un destino que nunca debieron enfrentar.
La mirada de Emily está perdida y llena de dolor al ver los cadáveres de sus amigas.
—¡Crucio!
Aunque la ayude a escapar, la vida de Emily nunca será la misma. Es mejor acabar con su sufrimiento.
—¡Avada Kedavra! —la vida desaparece de los ojos de Emily, y yo soy el culpable.
El salón se queda en un silencio sepulcral, como si el aire mismo se hubiera congelado.
—¿Por qué no la torturaste más tiempo? —pregunta Voldemort, dirigiéndome una mirada cruel que perfora mi alma.
—Los muggles son débiles, es una pérdida de tiempo jugar con ellos, mi señor —explicó con calma, intentando mantener la compostura ante su mirada inquisitiva.
—Déjennos solos —ordena Voldemort, y la atmósfera se vuelve aún más tensa, como si el aire estuviera cargado de anticipación y miedo.
El eco de las risas y los aplausos de los Mortífagos resuena en mi mente, recordándome la oscuridad que me rodea y la línea que he cruzado. La culpa se asienta en mi pecho, una carga que no puedo ignorar. Sin embargo, en el fondo, una parte de mí se siente atrapada en este ciclo de violencia, preguntándose si algún día habrá una salida.
—No soy tonto, Draco —susurra Voldemort, su voz baja y amenazante—Torturaste a Nott con facilidad, pero a esa despreciable muggle no. ¿Por qué?
—No es divertido, mi señor —respondo, sintiendo cómo la tensión se acumula en el aire.
Estoy apoyando una rodilla en el suelo con la cabeza gacha.
Estoy arrodillado, con la cabeza gacha, esperando el impacto de un Crucio. Sin embargo, grande es mi sorpresa cuando Voldemort se levanta de su trono y camina hacia mí, hasta detenerse frente a mí. Su presencia es abrumadora, y el frío que emana de él parece calar hasta los huesos.
—Entiendo tu punto. ¿Prefieres torturar magos, entonces? —pregunta, su mirada penetrante como un rayo.
—Sí, mi señor —mi voz suena calmada, y un escalofrío recorre mi espalda. Algo está mal.
—¿Es así? —Coloca una mano sobre mi hombro, y su toque es helado, como si el mismo invierno hubiera cobrado vida—Demuéstralo.
En un instante, ambos desaparecemos del Salón Principal. La sensación de desmaterialización es extraña y vertiginosa, por primera vez desde que viajé en el tiempo, me siento ansioso.
Aparecimos en un camino angosto rodeado de árboles, y la lluvia cae a cántaros a nuestro alrededor, creando un ambiente sombrío y opresivo. El sonido del agua golpeando el suelo es casi ensordecedor, y el aire huele a tierra mojada y a algo más, un aroma metálico que me hace sentir inquieto.
Voldemort lanza una pequeña bola de luz que ilumina el camino hacia una pequeña choza que se vislumbra a unos diez metros de distancia. La cabaña parece abandonada, con la madera desgastada y cubierta de musgo, como si la naturaleza intentara reclamarla.
—¿Quién vive ahí? —pregunto por inercia, sintiendo una extraña mezcla de curiosidad y temor.
—Señor —responde Voldemort, caminando hacia la choza con pasos decididos, su figura oscura contrastando con la luz que emite su hechizo.
—¿Quién vive ahí, señor? —vuelvo a preguntar, esta vez con un tono más respetuoso, intentando mantener la calma.
—Igor Karkarov. El director del Instituto Durmstrang —responde Voldemort, su voz cargada de desprecio.
Voldemort lanza un hechizo no verbal hacia la choza, y una cúpula de color negro se forma a su alrededor, como si la choza hubiera sido tragada por la oscuridad. La magia es impresionante, un recordatorio del poder que posee.
—Este hechizo fue creado por mí cuando tenía tu edad —explica Voldemort, su voz resonando con orgullo—Captus, sirve para atrapar a tu enemigo. Si aprendes a usarlo, nadie podrá escapar de ti.
—¿Por qué me enseñas esto, señor? —pregunto, mirando su espalda, sintiendo que hay algo más detrás de sus intenciones.
—Estoy interesado en ti —se detiene y se da la vuelta para mirarme—Un hijo de Lady Magic, aparte de Dumbledore y de mí, solo puede significar que esta guerra terminará pronto. Sospecho que tú puedes ser el detonante para elegir el bando ganador.
—Soy alguien sin importancia, señor —digo humildemente, sintiendo que mis palabras no reflejan la verdad de lo que está en juego.
—¿Sí? No lo creo —responde, su mirada intensa perforando mi fachada de modestia.
Voldemort se da la vuelta y camina hacia la cúpula, que se abre de tal manera que deja una abertura del tamaño de una puerta.
—Entremos —ordena, y su tono deja claro que no hay lugar para la discusión.
Al entrar, Voldemort se ríe histéricamente, lanzando varios hechizos no verbales que mandan a volar un par de sillones hasta que se estrellan contra la pared. La escena es caótica, y la risa de Voldemort resuena en mis oídos como una sinfonía de locura.
—¿Creíste que esta humilde choza podía esconderte de mi ira? —se burla, mirando a Karkarov, que se encuentra acurrucado detrás de los sillones, su rostro pálido y lleno de terror.
—M-Mi s-señor, yo... —Karkarov se arrodilla, su voz temblorosa—Iba a buscarlo para pedir su misericordia. Estaba tan asustado cuando desapareció que solo podía escapar de Azkaban e ir a buscarlo.
—¿Es así? —Voldemort lo observa con desdén, como si estuviera mirando a un insecto aplastado.
—P-por supuesto, mi señor. Si tan solo hubiera encontrado un indicio de su paradero, lo hubiera ayudado sin pe... —Karkarov cae al suelo, soltando un grito de dolor, retorciéndose en agonía durante unos minutos.
—Eres tan patético —Voldemort lo observa con repulsión—Pero tienes suerte, no te mataré.
—Gracias, mi señor —dice un tembloroso Karkarov, agarrando la túnica de Voldemort y besándola—. Gracias por su misericordia, mi señor.
Atrás quedó el arrogante director de Durmstrang.
Voldemort se aleja de él con fastidio, caminando hacia los sillones caídos y transformándolos en una lujosa silla, como si el acto de tortura fuera un mero entretenimiento.
—No te mataré yo, pero lo hará mi discípulo —dice mientras se acomoda en la silla, su voz llena de satisfacción.
—¿Q-Qué? —tartamudea Karkarov, mirándome por primera vez desde que entré a la choza, su expresión de horror palpable.
—¿Discípulo?—preguntó desconcertado.
—¿Te niegas? —pregunta Voldemort, su irritación creciendo.
Como si pudiera hacerlo.
—Es todo un honor, mi señor —digo mientras me arrodillo frente a él, sintiendo que el peso de la decisión se cierne sobre mí.
—La lección de hoy es Captus. Pero te enseñaré un método nuevo de tortura —explica, mirándome de una manera extraña, como si estuviera evaluando mi potencial—Ya que consideras al Crucio una pérdida de tiempo, este nuevo hechizo solo lo tienes que enviar a tu enemigo y tendrá una muerte lenta y dolorosa.
—M-Mi señor y-yo...
—Karkarov, cállate —ordena Voldemort, y su voz es un látigo que corta el aire—El hechizo es Erupit Venae. Inténtalo, Draco.
Miro a Karkarov, que aún está arrodillado, susurrando frases incoherentes, su rostro una máscara de desesperación.
—Hazlo —ordena Voldemort, y la presión en mi pecho aumenta.
Lo apunto con mi varita, sintiendo el poder fluir a través de mí, una energía oscura que me llama.
—J-Joven Malfoy, me conoces. E-Estuvimos hospedados con los Slytherin, por favor, no hagas esto —súplica Karkarov a mis pies, su voz llena de terror.
—¡Erupit Venae! —grito, y Karkarov cae al suelo con un quejido de dolor. ¿Funcionó?
Voldemort comienza a reír como un loco, su risa resonando en la choza.
—Estupendo —dice con júbilo—Después de todo, eres un hijo de Lady Magic.
Karkarov empieza a gritar, sus gritos resonando en mis oídos, cada uno más angustioso que el anterior. Su cuerpo se retuerce en posiciones imposibles, y la desesperación lo consume.
El tiempo pasa lentamente, y no puedo apartar la mirada de esta grotesca escena.
M-Me gusta.
Sus venas comienzan a reventar una por una, y la sangre sale disparada en todas direcciones, manchando las paredes y dejándome completamente bañado en su esencia.
Miro hacia el cuerpo de Karkarov, que está irreconocible, una masa de carne y terror.
—Excelente, lo lograste al primer intento —halaga Voldemort, su voz llena de satisfacción.
—Gracias, mi señor —murmuro, conmocionado, mientras miro la sangre escurrir por mi cuerpo, sintiendo una mezcla de horror y fascinación.
—Lo sientes, ¿no? —pregunta Voldemort con alegría—El placer de asesinar.
—Sí —murmuro en voz baja, sintiendo cómo la oscuridad se cierne sobre mí.
—Lady Magic te dio la misma bendición que a mí. Por un momento, creí que tendrías la bendición de Dumbledore.
—¿Qué bendición? —pregunto, mirando directamente a esos aterradores ojos rojos.
—La bendición de la muerte —responde, y su risa resuena como un eco en la choza.
Lo que no sabía Draco Malfoy es que Voldemort se sentía complacido por el compañero que, según él, Lady Magic creó para él. Después de muchos años en soledad, el Señor Oscuro cree que finalmente ha encontrado a su igual, un discípulo que podría llevar su legado de terror al siguiente nivel.
Aparecemos en medio del Comedor de la Mansión Malfoy, donde se está llevando a cabo una cena de celebración para los futuros jóvenes Mortífagos. El ambiente es tenso y opresivo, cargado de la arrogancia y el odio que caracterizan a los seguidores de Voldemort.
Todos se quedan en silencio al verme aparecer al lado del Señor Oscuro, cubierto de sangre. Mi presencia, marcada por la violencia y la muerte, es un recordatorio de la crueldad que Voldemort exige de sus fieles.Voldemort camina hacia el asiento principal de la mesa, su figura imponente y aterradora.
Voldemort camina hacia el asiento principal de la mesa, su figura imponente y aterradora.
—Lucius, muévete —ordena a mi padre, sentado a su lado izquierdo. Mi padre se levanta rápidamente y se sienta en medio de la mesa, en un lugar vacío—Snape, siéntate en su sitio.
—Sí, mi señor —dice Snape, tomando el lugar de mi padre. Su rostro es una máscara de lealtad, pero sus ojos reflejan un brillo de inteligencia y cautela.
—Mis queridos Mortífagos, el traidor de Igor Karkarov ¡ha muerto! —grita Voldemort, y sus palabras son recibidas con gritos de celebración y el sonido de copas chocando en señal de un brindis.
Miro hacia Snape, quien me analiza con seriedad, buscando indicios de debilidad o vacilación. Pansy y Blaise, sentados en los asientos más alejados de Voldemort, me miran con preocupación. Theo tiene un rostro impasible mientras analiza su entorno, como si buscara una salida.
—Celebremos la muerte de ese traidor. Además, celebremos el hecho de que Draco Malfoy será mi primer discípulo —los Mortífagos sueltan un jadeo de sorpresa, y no pueden ocultar el asombro que les provocó esa noticia.
Mi padre comienza a aplaudir, y es seguido por todos los demás en el Comedor. La idea de que un Malfoy sea el favorito de Voldemort les llena de orgullo y envidia en partes iguales.
—Draco, siéntate a mi lado —ordena Voldemort, y su voz es un susurro que resuena en mi alma.
Camino a pasos lentos hacia la mesa y me siento a su lado, sintiendo cómo la oscuridad se cierne sobre mí.
—Desde esta noche, el Joven Malfoy se convierte en mi discípulo y en mi mano derecha —anuncia Voldemort, y su mirada se clava en mí, como si quisiera leer mis pensamientos.
Esto es peligroso. Todo cambió porque al regresar en el tiempo fui bendecido por Lady Magic. Ser el discípulo de Voldemort es problemático, me van a presionar para tomar la Marca Tenebrosa.
Aprieto la mandíbula con fuerza, recordando lo sucio que me sentí al ser considerado como propiedad de Voldemort. No, esta vez jamás tomaré la Marca Tenebrosa. Encontraré una manera de escapar de este destino, de proteger a mis amigos y protegerlo a él sin tener que sacrificar mi alma.
Mientras los Mortífagos brindan y celebran mi nombramiento, siento un nudo en el estómago. Sé que el camino que me espera está lleno de peligros y tentaciones, pero estoy decidido a no sucumbir a la oscuridad. Seré fuerte, seré inteligente, y encontraré la manera de cambiar el curso de la historia.
30 de agosto de 1995
—¡Levántate! —grita Voldemort, lanzándome un Crucio.
Caigo al suelo, luchando por esquivarlo. Estoy empapado en sudor y cubierto de sangre por los cortes que adornan mi piel, cada uno un recordatorio de lo que significa ser entrenado por el mismísimo Voldemort.
—Sí, maestro —grito, esforzándome por ponerme de pie nuevamente.
Cada fibra de mi cuerpo duele, ser entrenado por él es como vivir un infierno en vida.
—¡Expelliarmus! —lanzo hacia esa maldita serpiente, pero ella lo esquiva con facilidad—. ¡Protego!
—¡Avada Kedavra! —el hechizo choca contra mi escudo, que apenas se mantiene estable, temblando bajo la presión.
Maldito loco, eso pudo matarme.
—¡Avada Kedavra! —grito de nuevo, con la esperanza de acabar con ese maldito idiota.
Voldemort evita mi hechizo con un Protego no verbal, como si fuera un niño jugando con un juguete.
—Terminamos tu entrenamiento. Ve a preparar tus cosas para tu regreso a Hogwarts —ordena Voldemort, su tono desinteresado.
—Sí, maestro —digo, tratando de sacudirme el polvo y la sangre del rostro.
—Recuerda tu misión, Draco.
—Lo haré, maestro —inclinó la cabeza en señal de despedida, aunque mi mente está llena de dudas.
Camino a pasos lentos hacia mi habitación, la sangre escurriendo de mis heridas, cada gota un recordatorio de lo que he soportado. La misión que me encomendó Voldemort es sencilla, solo debo espiar a Harry. Es algo que he hecho siempre.