
Entrenamiento
Después de descubrir el verdadero significado de la bendición de Lady Magic, mi padre me miraba con orgullo, mientras mi madre fingía preocupación por mí. A mis espaldas, sin embargo, no perdía la oportunidad de exigirle que me entrenara con aún más severidad.
Los días transcurrieron en una rutina de dolor y disciplina. Mi magia estaba en proceso de adaptación a mi nuevo cuerpo, un proceso que mi padre aprovechaba para perfeccionar su técnica con los Crucios, dejándome poco margen para defenderme.
Pero hoy, todo es diferente. Mi magia se ha sincronizado finalmente con mi cuerpo juvenil.
Estoy en la sala de duelos de la Mansión Malfoy, enfrentándome a mi padre. Ambos lanzamos Crucios simultáneamente. Esquivo el hechizo con agilidad, conjurando un Protego que me envuelve en una burbuja protectora. Sin perder tiempo, lanza otro Crucio, esta vez apuntando a mi pecho.
Ese lugar duele como el mismísimo infierno.
Respiro profundamente, centrando mi concentración mientras contraataco con un Expelliarmus. El hechizo impacta directamente, haciendo que la varita de mi padre salga volando hacia mí. La sujeto en el aire y le dirijo una sonrisa burlona.
—He ganado, padre.
—Excelente, Draco. Iré a informar a nuestro señor—mi padre se aproxima, extendiendo la mano para recuperar su varita.
—Recuerdo una lección importante que me diste cuando tenía once años—guardo su varita en el bolsillo de mi túnica—¿Recuerdas, padre? Fue el día en que usaste un Imperdonable en mí por primera vez. Me dijiste que nunca debía bajar la guardia con mi enemigo. Y yo soy tu enemigo, padre. ¡Crucio!
El hechizo lo golpea con fuerza, haciéndolo caer de rodillas con una expresión de sorpresa en su rostro. Nunca imaginó que tendría el valor de actuar así.
Mientras mi padre se retuerce en el suelo, sin emitir un solo gemido, siento una satisfacción macabra. Observar cómo soporta el dolor es magnífico.
Mi récord personal es de cinco minutos sin gritar. Me pregunto cuánto tiempo resistirá él.
Sus gritos comienzan después de dos minutos, y son música para mis oídos.
—Siempre es un placer verte, Draco—la voz de Voldemort resuena detrás de mí, interrumpiendo mi momento de satisfacción con su tono frío y serpentino—Cometí un error al permitir que Lucius te entrenara. Detente, Draco, o podrías matar a tu padre—ordena con una voz helada.
Sin voltear a mirarlo, mantengo mi atención en el sufrimiento de mi padre y pregunto con voz controlada.
—¿Sería un problema si lo mato ahora mismo, mi señor?
Un silencio denso llena la sala antes de que Voldemort responda con su voz inflexible.
—Lo necesito con vida, por el momento.
—Entiendo, mi señor—bajo mi varita con una inclinación respetuosa. Me giro para encontrarme con un Snape sorprendido, parado al lado de Voldemort. Ignoro el suspiro tembloroso de mi padre mientras intenta levantarse y sonrío al ver su orgullo más herido que su cuerpo—Te saludo, mi señor—realizo una reverencia profunda.
—Lucius, ¿tienes algo que decir en tu defensa?—Voldemort observa a mi padre, que ahora está de pie, con una mirada penetrante.
—N-No, mi señor—susurra mi padre, con la voz apenas audible.
—Lárgate, no quiero verte en este momento.
—E-Entiendo—mi padre se dirige a la salida con pasos lentos y temblorosos.
—Profesor Snape, es un placer verlo de nuevo entre nosotros. Es una agradable sorpresa—saludo con una expresión impasible.
—Veo que se conocen—silba Voldemort con interés.
—Sí, mi señor. Draco es excelente en pociones. Puedo decir con confianza que es el mejor alumno que he tenido—responde Snape, su voz traicionando un leve temblor. Parece que ha soportado demasiadas sesiones de Cruciatus.
—¿Es así? Severus no es conocido por sus halagos. Debes sentirte orgulloso, Draco.
—Lo estoy. Ser reconocido por un gran maestro de pociones es un honor—mi voz suena fría y controlada.
—Es una buena noticia que se lleven bien, ya que a partir de hoy será tu nuevo maestro de duelo. Enséñale bien, Severus—ordena Voldemort antes de dar media vuelta para marcharse.
—Como ordene, mi señor—responde Snape de inmediato, reverenciándose incluso mientras Voldemort se aleja.
La sala queda en silencio, con mi padre ya fuera y Snape a mi lado. La sensación de poder es embriagadora. He tomado un paso más hacia el dominio absoluto, y ahora, con un nuevo maestro de duelo, el siguiente capítulo de mi entrenamiento comienza.
—Dumbledore te envió de vuelta, es bastante cruel de su parte—comentó.
Serví té de canela en dos tazas, mientras la luz tenue de la tarde se filtraba a través de las cortinas, creando un ambiente cómodo pero cargado de tensión. Nos encontrábamos en una pequeña área de descanso, donde el aroma del té y el silencio apenas aliviaban la tensión entre nosotros.
—Fue decisión mía—replica Snape, tomando una taza y llevándosela a los labios con un gesto que denotaba tanto reflexión como determinación.
—Una decisión arriesgada, si me preguntas—respondo mientras me acomodaba en mi asiento, observando cómo el vapor ascendía de mi taza.
—Puedo decir lo mismo sobre la tuya—contesta, su tono marcado por una mezcla de reproche y curiosidad.
Bebimos el té en silencio, cada uno inmerso en sus pensamientos. La tensión palpable se mantenía en el aire entre nosotros, una barrera invisible que parecía aumentar con cada sorbo.
—¿Por qué ayudaste a Potter, Draco?—pregunta Snape finalmente, su voz quebrando el silencio. La frustración y la curiosidad estaban claramente presentes en su tono.
—Porque solo él puede vencer al Señor Oscuro, ¿no?—respondo con calma.
—No te creo—deja la taza de té en la pequeña mesa que nos separaba, sus ojos fijos en mí con una intensidad que era difícil de ignorar.
—No me importa—respondo con frialdad.
—Debes decirme, Draco, o empezaré a creer lo que me dijo Dumbledore—la desesperación en su voz era palpable.
—¿Qué te dijo ese viejo?—pregunto, mi tono revelando un interés genuino.
—Que estás enamorado de Harry Potter—dice Snape con incredulidad, sus palabras flotando en el aire entre nosotros—Algo imposible, si me preguntas—me quedó en silencio por un momento, lo cual fue suficiente para confirmar la verdad—¡Por Merlin! ¡Es cierto! Eres un grandísimo idiota—su voz se tornó en un regaño, pero había una pizca de preocupación en su mirada.
—No me lo tienes que recordar—resoplé, sintiendo el peso de sus palabras.
—Draco, el amor es la peor arma que un mago puede tener—la expresión de Snape se volvió melancólica, sus ojos cargados de una tristeza que parecía venir de un lugar profundo—Cuando te enamoras, estás preparado para dar tu vida por esa persona, y eso es una debilidad lamentable.
—Lo dices por Lily Potter, ¿no?—pregunté directamente, mi mirada fija en la de él.
—¿Lo sabes? Supongo que sí, todos en esta mansión han escuchado mi historia—la tristeza y la culpa pasaron por su rostro antes de que se levantara con un gesto que denotaba resignación—No le diré nada a Dumbledore, solo le confirmaré que no pondrás en peligro a su niño de oro.
Meto la mano en mi túnica y sacó una poción de color azul claro. La lanzo con precisión, y Snape la atrapa en el aire con una agilidad sorprendente.
—Tómala, ayuda mucho a relajar los músculos después de estar bajo un Crucio—digo con indiferencia.
—Gracias—Snape miró la poción con un leve asentimiento—Has cambiado mucho, Draco.
—¿Es algo bueno, verdad?—mencionó intentando descifrar el tono de su comentario.
—Estoy empezando a pensar que no—responde, su voz cargada de una compleja mezcla de sentimientos que ni él mismo podía desentrañar.
Me dirijo a la habitación que me ha sido asignada en la Mansión Malfoy con pasos rápidos y decididos, ignorando las miradas curiosas y los murmullos de quienes cruzo en el camino. El peso de la preocupación me acompaña a cada paso, una sombra persistente que se niega a desvanecerse.
Es inquietante, pienso con amargura.
No quiero ver a Draco sufrir, especialmente no por el arrogante Harry Potter. La angustia se cierne sobre mí como una tormenta inminente. Conozco mejor que nadie el daño que puede causar un amor no correspondido, el tipo de dolor que se anida en el corazón y se envenena con el tiempo.
Me atormenta la idea de que Draco, con su habilidad para esconder el dolor y su fachada imperturbable, pueda estar sufriendo en silencio. Los recuerdos de mi propio pasado, de cómo el amor y el desamor pueden destrozar a una persona, me atormentan. Las cicatrices de mi propia experiencia se sienten frescas, como si nunca hubieran sanado del todo.