
Torneo de los tres magos.
Hogwarts 1994 – Tercera prueba del Torneo de los Tres Magos.
Ruidoso. Todo es demasiado ruidoso. Al abrir los ojos, me encuentro detrás de una pequeña multitud que rodea el cadáver de Cedric Diggory, en la tercera prueba del Torneo de los Tres Magos.
El giratiempo funcionó. Me llevo las manos al pecho, solo para notar que llevo colgada una cadena de oro. El giratiempo ha desaparecido.
Mi atención se dirige a los sollozos ahogados de los estudiantes de Hufflepuff que están cerca del cadáver de Diggory.
Es demasiado tarde.
Desearía que Harry no hubiera presenciado la muerte de Cedric. He regresado al año en que todo comenzó a ir mal en nuestras vidas, cuando nuestras existencias se tornaron más oscuras y complicadas.
Mientras el mundo mágico creía que su salvador se había vuelto loco, yo estaba bajo el yugo del Señor Oscuro, sometido a torturas disfrazadas de entrenamiento Mortífago, infligidas por mi tía Bellatrix.
Desde las sombras, observo cómo el bastardo de Moody separa a Harry del cadáver de Cedric y lo arrastra hacia el Castillo. Sin perder tiempo, me dirijo hacia Severus. Sé que él es un espía de Dumbledore y un doble agente, pero también sé que cualquier movimiento en falso podría poner en peligro nuestras vidas, ya que ambos debemos regresar este verano a la Mansión Malfoy, donde reside Lord Voldemort.
Cambio de dirección y me dirijo hacia la cabra loca. Él aprecia a Harry y me ofreció ayuda en sexto año, pero fui un idiota al confiar en mis padres en lugar de en él. Me arriesgaré y confiaré en él.
—Director— susurro, encontrando a Dumbledore al lado de Amos Diggory, tratando de consolarlo.
—Ahora no es el momento, Señor Malfoy— responde Dumbledore, con ojos llenos de tristeza y culpa.
—Director, Moody no es quien cree, es Barty Crouch Jr., y se acaba de llevar a Potter— le susurro, mientras lanzo un hechizo silenciador alrededor para que nadie escuche accidentalmente— ¡Apresúrese, director!— grito con una urgencia.
Me doy la vuelta para dirigirme a las mazmorras. Pero no antes de ver la sorpresa en los ojos del director. Siempre sospeché que este anciano conocía mi amor por el niño que vivió. Me molesta pensar que no pude ocultar mi debilidad tan bien como pensaba.
Me siento en mi sala común, esperando la carta de mi padre. Los pocos Slytherin que se encuentran aquí en lugar de en sus habitaciones, tratando de dormir, no pueden ocultar su miedo y preocupación tan bien como creen.
Yo era igual. No pude esconder el terror que sentía por mi vida y la preocupación por mis padres. Eso fue mi peor error. Sin embargo, ahora soy diferente.
Ya no me importa mi vida. Ya no me importan mis padres. Ya no me importa el mundo mágico.
Solo me importa Harry Potter.
Mis pensamientos son interrumpidos por la llegada de un elfo doméstico. Se inclina hasta tocar el suelo y me entrega la carta antes de desaparecer de nuevo en un parpadeo. Este elfo tiene el permiso de Snape para entrar a Hogwarts y entregar correspondencia o regalos provenientes de la Mansión Malfoy.
Abro la carta con una mezcla de resignación. Conozco su contenido antes de siquiera leerla, pero aún así, cada palabra pesa como plomo en mi pecho.
Querido Draco.
Espero que te encuentres bien en Hogwarts. Quiero informarte que hemos recibido una visita distinguida en nuestro hogar. Por esta razón, es crucial que te comportes de manera ejemplar durante estos últimos días en la escuela. Nuestro invitado permanecerá indefinidamente, y tendrás el honor de conocerlo en persona y presentar tus respetos cuando regreses a la Mansión Malfoy.
He escuchado sobre el desafortunado accidente que sufrió el joven Diggory. Quizás fue un error intentar enfrentarse a fuerzas tan poderosas.
Te aconsejo que, por el momento, mantengas cierta distancia de Severus Snape.
Mantente atento y cuida de ti mismo.
Con afecto,
Padre
Despreciable. Mi padre es el ser más repugnante que conozco.
Arrojé la carta a la chimenea, observando cómo se consume en las llamas hasta convertirse en cenizas. Cada palabra escrita en ella era una ofensa a mi dignidad y a mi determinación.
Este verano será muy diferente al anterior. Ya no soy el niño de 15 años que se escondía en la mansión por miedo. Ahora poseo los encantamientos que aprendí de Bellatrix Lestrange, esa perra que me torturaba cada vez que se aburría. Sus lecciones, aunque brutales, me han fortalecido de maneras que no podía haber imaginado.
Mi núcleo mágico está igual a como lo tenía en la Batalla de Hogwarts; simplemente viajé al pasado y rejuvenecí. Sin embargo, mi magia ahora circula con una fuerza y un poder inigualables. Sonrío al reconocer la nueva intensidad de mi poder.
No descansaré hasta que la Mansión Malfoy caiga sobre todos los Mortífagos que habitan en ella.
Los días transcurrieron en un ambiente impregnado de tristeza. Todos los alumnos lloraban o permanecían en un silencioso duelo. Harry estaba igual, con la mirada baja y moviéndose en silencio cada vez que lo veía. No asistió a clases hasta el último día, que fue el día del funeral de Diggory.
Sus ojos, llenos de una tristeza profunda, me desgarran el corazón. Me duele el pecho al no poder hacer nada para consolarlo. Sin embargo, si me acercara a hablar con él o a ofrecerle algún tipo de consuelo, temería que pensara que estoy confabulando con el Señor Oscuro. La desconfianza que podría despertar en él es un riesgo que no estoy dispuesto a asumir.
Cierro los ojos mientras el Director revela quién fue el responsable de la muerte de Cedric. La atmósfera está cargada de una tensión palpable, y el miedo se siente como un peso en el aire.
Aquí comienza todo. Este verano, el mundo mágico se alzará contra Harry Potter, y yo me encuentro en medio de una tormenta que amenaza con destruir todo lo que una vez consideré importante.
Una vez terminado el funeral, me dirijo a mi habitación individual para recoger mis cosas y partir hacia la estación. Sin embargo, encuentro a Snape esperando junto a mi puerta.
Me acerco en silencio para abrirla.
—Adelante, Señor—lo invito a pasar.
Me hago a un lado, mientras Snape entra con pasos rápidos y su túnica negra ondeando detrás de él.
Me hago a un lado mientras Snape entra con pasos rápidos, su túnica negra ondeando detrás de él como una sombra. Cierro la puerta y lanzo un hechizo silenciador. Fijo mi mirada en esos penetrantes ojos negros, prometiéndome hacer todo lo posible para aligerar la carga de sus hombros. Él fue el único que se preocupó por mí hasta el final.
Me recargo contra la puerta, manteniéndome firme.
—Un encantamiento muy peculiar el que acabas de realizar, Señor Malfoy—dice Snape, deteniéndose frente a mí—¿Quién te lo enseñó?
—Soy demasiado inteligente para necesitar un maestro—respondo, cruzándome de brazos. Snape me dirige una mirada irritada antes de asentir.
—Dumbledore me dijo que ayudaste a Potter.
—Supongo que te envió a averiguarlo—aseguro.
—Así es. Teniendo esto claro, podemos evitar el uso de Legeremancia en ti.
Me río en voz alta mientras me dirijo hacia el baúl que está sobre la cama.
—No funcionaría—respondo con arrogancia, mientras encojo mi baúl y lo guardo en un bolsillo de mi túnica. Volteo para mirarlo a los ojos—Además, creo que es prudente que no descubras mis verdaderas intenciones, Señor. Es peligroso para alguien en tu posición.
Un pequeño destello de sorpresa atraviesa su expresión, desapareciendo tan rápido que, si no lo conociera bien, podría pensar que fue mi imaginación jugándome una mala pasada.
—Así que lo sabes—su voz se torna baja y peligrosa.
—Sé lo que quieres que se conozca—le digo, sintiendo que su mirada penetra en mi mente.
Abro mis defensas de Oclumancia para permitirle entrar. Busca entre mis recuerdos el momento en que hablé con Dumbledore, pero le muestro el recuerdo de mi vida pasada: observando desde la distancia la multitud que rodeaba el cadáver de Cedric y cómo Moody se llevaba a Harry sin que yo interfiriera. Cuando me fui a mi sala común en silencio, y la llegada de la carta de mi padre.
Snape intenta hurgar más en mis recuerdos, pero lo expulso fácilmente. No emito ni un quejido por la intensidad de su intrusión.
—Has estado estudiando mucho, Draco—susurra, con un toque de alivio en su voz.
—He aprendido del mejor, señor—le respondo. De ti.
—¿Conoces las consecuencias si el Señor Oscuro descubre que ayudaste a Potter? Te asesinará a ti y a tus padres—advierte Snape con gravedad.
—No te preocupes por mí, señor. No moriré. Pero no puedo decir lo mismo de mis padres.
—No esperaba esa respuesta—me dice, mirándome con la intención de analizarme, pero le resulta imposible. Si algo he aprendido bien es a ponerme una máscara impenetrable.
—Los odio. Me han hecho cosas que jamás les perdonaré, todo bajo la excusa de hacerme un mejor heredero—me dirijo hacia la puerta con la intención de irme, pero siento una mano en mi hombro, apretándolo con firmeza.
—Ten cuidado, Draco. Tu casa no será la misma—dice Snape, quitando la mano de mi hombro. Su voz refleja una preocupación genuina.
Le ofrezco una sonrisa sobre mi hombro.
—Estoy listo para sobrevivir. Después de todo, soy el Príncipe de Slytherin.