
Capítulo N°06 – Tenacidad
Lola y Janet llegaron a la entrada del Barco Pirata. Lola sintió un alivio inmenso cuando sus pies por fin tocaron el suelo.
– Aquí estamos – le dijo Janet –. ¿Te acompaño?
– Espera un montón – le dijo Lola. Tardó en responder, pues todavía se recuperaba del vértigo.
Sacó su teléfono e intentó llamar a Charlie. Hizo tres intentos, sin que Charlie contestase. Lola ya podía imaginarse lo difícil que obtener la cooperación de los robots; no veía otra explicación a la falta de respuesta a que todavía estuviese buscando a los gemelos, o que discutiese con ellos para conseguir su ayuda.
– ¿Podrías buscar a Charlie y decirle que ya encontré a Gus? – le preguntó Lola a Janet.
Janet asintió y se alejó volando a toda velocidad. Lola sintió vértigo de sólo verla volar.
Lola entró en la ambientación. Caminó por el puerto turístico, pasando al lado de los muelles, el barco pirata estaba atracado en uno de estos. Los muelles no tenían numeración, así que probó suerte allí. Se acercó al barco y llamó a su ego y Gus. Después de varios intentos sin resultados, se dio la vuelta frustrada y regresó al puerto.
Fue en ese momento en que Lola se percató que la ambientación estaba vacía; no sólo estaba libre del bullicio del resto de ambientaciones y atracciones; ni siquiera veía a los robots genéricos del parque, ni al trío pirata. Esto le disgustó a Lola.
Buscó un poco, y encontró a Darryl, Tick y Penny cerca de una bodega. Los tres dormían a pierna suelta, recostados contra un enorme barril. Lola los miró de forma severa; verlos entregados a la vagancia mientras el resto del personal del parque trabajaban tan duro la indignó.
Aun así, se abstuvo de reprenderlos; sólo tenía que llevarse a Gus.
Ella se acercó, se agachó y, con delicadeza, llamó su atención para despertarlos. El único que salió de su sueño fue Darryl; después de varios intentos, Lola consiguió que él se despertase lo suficiente para poder hablarle. Darryl la miró, con un aire distraído.
– Darryl, ¿cómo llegó al muelle tres? – le preguntó Lola, todavía hablando con calma.
– Por allá; el cuarto desde aquí… – le dijo él, y apuntó a su derecha.
Y se volvió a dormir. Lola se enderezó y caminó en la dirección que apuntó Darryl.
Poco después, y con retraso, Penny se despertó a medias.
– ¿Con quién hablabas…? – le preguntó a Darryl.
– Con… Colt… – masculló él con retraso.
Y siguieron durmiendo pacíficamente.
…
Lola llegó al tercer muelle. Desde el puerto ya podía ver a Gus, sentado en el extremo de muelle, y a su ego a poca distancia. Caminó hasta su ego. Ella estaba sentada sobre una caja; su aburrimiento y fastidio eran evidentes. Ella se bajó de la caja y se acercó a Lola apenas la vio.
– ¿Por qué tardaste tanto? – espetó su ego molesta –. El viento marino está arruinando mi cabello.
– Gracias por quedarte aquí – le dijo Lola –. Por un momento pensé que te irías.
– ¿Por quién me tomas? – repuso el ego –. Siempre estaré a tu lado para apoyarte. Incluso cuando hagas algo tan estúpido como vagar por este parque gigante, buscando a un niño que nada tiene que ver contigo.
El ego esperó una respuesta huraña de Lola, pero ella no le dijo nada. Estaba más centrado en el niño sentado a pocos metros de ellas. Lola no sabía si él no se había percatado de su llegada, o si solo la estaba ignorando. Fue en ese momento en que Lola reparó en algo, en algo en lo que no había pensado por el apremio de la situación, pero tan obvio ahora que tenía al niño enfrente suyo.
No sabía cómo proceder. No sabía por qué se había ido. No sabía qué estaba pensando.
No sabía qué hacer.
Su ego se percató de su dilema, y la sacó de su ensimismamiento de una buena cachetada. Lola es estremeció, pero no replicó; su sorpresa era demasiada.
– ¿Acaso estás dudando de ti misma? – espetó el ego –. No quiero que vuelvas a creerte incapaz de hacer algo nunca más en tu vida. Ve con ese niño y háblale como tú misma. Puedes lograr todo lo que te propongas, y tú lo sabes mejor que nadie.
Lola quedó congelada unos instantes, como si las palabras de su ego fuesen una ola de un océano polar. Pero, una vez procesadas sus palabras, Lola no salió de su estupor, también se armó de coraje.
– ¡Tienes razón! – exclamó Lola.
– ¡Por supuesto que tengo la razón! ¡Soy tú! – espetó el ego. Se quitó el collar, se lo extendió a Lola –. Habla con ese mocoso para poder irnos de aquí.
Lola le dedicó una última sonrisa, antes de tomar el collar y ponérselo. El ego se desvaneció apenas soltó el collar.
Lola inspiró, y se acercó a Gus. Ella se detuvo a su lado. Gus levantó la mirada; ella esperaba una reacción más cortante, pero se encontró con una expresión más bien temerosa. Después de pedirle permiso, Lola se sentó a su lado.
Por una caja que había obstruido su visión, ella no había visto que las arañas de Charlie y su estola estaban al otro lado de Gus. La estola reptó y se subió a los hombros de Lola. El zorro le hizo ojitos a Lola, pero no consiguió apaciguar su enojo.
Sin embargo, se centró en Gus. El niño estaba en posición fetal, con aire melancólico. Ella estuvo a punto de perder mucho tiempo qué decirle… Pero se decantó por seguir el consejo de su ego y ser auténtica.
– Niño, ¿sabes qué vas a estar en serios problemas por esto?
Gus no le dijo nada; se encogió más en sí mismo, consumido por su preocupación. Lola sintió pena por el niño. No repararía en ello en aquel momento, pero sintió una genuina empatía por él; por un niño por el que, hasta hacía unas horas, no daría nada, algo raro ella. Y, una vez más, ella habló con total concordancia con su forma de pensar:
– ¡Pero vamos! Tampoco robaste un banco o algo por el estilo. Si me dices por qué te escapaste, puedo hablar con Charlie para que no sea tan severa contigo.
La actitud de Gus cambió de golpe; se enderezó y se giró hacia Lola, con sus ojitos iluminados y brillosos. Lola se descolocó al verlo; reconocía esa expresión, una expresión de alguien que encuentra un alivio inconmensurable.
– ¿De verdad vas a ayudarme a pesar de todo? – le inquirió él.
– Claro… ¿A pesar de qué, exactamente?
Gus una vez más se encogió en posición fetal, más avergonzado que antes.
– Gus, tienes que hablar conmigo – le dijo Lola seria –. ¿Por qué huiste? ¿Y qué quieres decir con “a pesar de todo”?
– Es que… pensé que me odiabas…
– ¡¿Qué?! ¿Por qué? – le preguntó Lola, completamente sorprendida.
Gus se mostró cohibido. Lola, con todo el tacto posible, le pidió que hablase con ella. No fue necesario insistir demasiado; él se enderezó una vez más y, cautela, dijo:
– Es por como actúas. Vi cómo te enojaste cuando la tía Charlie me dio la mano. Siempre querías alejarme de ella. Y tú clon se puso furiosa cuando hablé en el circo…
Y no dijo nada más; volvió a encogerse, y evitó el contacto visual. Así, no vio la expresión de estupefacción que se asentó en el rostro de la mujer. De repente, Lola sintió un abrumadora y espantosa sensación; un sentimiento que, si bien no le era ajeno, rara vez la envolvía con su ominosa silueta.
Vergüenza.
Vergüenza que no la dominó. Lola no dejaría que ninguna emoción ridícula la frenase. Se había fijado el objetivo de llevar al niño de vuelta con Charlie, ¡y lo haría!… Aunque eso implicase abrirse con Gus para calmarlo.
Ella carraspeó y, después de vencer sus propias inhibiciones, reanudó su conversación con el niño.
– Verás, Gus. El problema no es contigo… Charlie y yo estamos en una relación.
Gus se enderezó y miró a Lola; una expresión de sorpresa e incredulidad apareció en su rostro. Lola no le dijo nada más; quería ver cómo se reaccionaba el niño.
La espera fue corta. Después de una breve, pero aparentemente intensa reflexión, Gus le preguntó:
– Entonces, ¿estabas celosa?
– ¡¿Qué?! ¿Celosa, yo? ¡Eso jamás! – espetó Lola.
El niño se dividió entre acojonarse por la brusquedad de Lola, y reírse de su histrionismo; al final, apenas sonrió. Lola respiró hondo y, calmada y un poco desganada, continuó:
– No es eso… Verás. Es la primera relación seria que tengo mi vida.
– Pero sí eres vieja – espetó Gus pensativo –. ¿Cómo es posible que hayas pasado tanto tiempo sin novia?
– Eso no importa – repuso Lola, con un ligero matiz de enojo en su voz. Ella, otra vez desganada, continuó hablando: –. Es mi primera relación, y todo es nuevo para mí. Y eso me hace sentir… insegura.
– ¿”Insegura”? Pero la tía Charlie me dijo que tú tienes más confianza que nadie.
– Y claro que la tengo– le dijo Lola. Suspiró con pesadez y, después de darse coraje, añadió: –. Pero sigo siendo humana. Puedo sentirme insegura o nerviosa. Como tú, que creías que te odiaba y saliste corriendo.
La última sentencia provocó una sensación de malestar en Gus. El niño, con una expresión seria en su rostro, desvió la mirada hacia el océano artificial. Lola, aunque ya se imaginaba lo que afectaba al niño, optó por no decirle nada, para dejarle un momento de reflexión.
Los dos observaron el océano, que estaba en una inquietante y nada natural tranquilidad. Una visión poco interesante que aburría a Lola por completo. Aun así, ella esperó con sobriedad, hasta que el niño, tímido y sin desviar su mirada del océano, le dijo:
– La tía Charlie va estar muy molesta conmigo…
– Y quedarte aquí a lamentarte no hará que esté menos enojada – le dijo Lola. Se levantó y le dijo: –. Vamos a hablar con ella. Tú y yo.
Lola se inclinó y le extendió la mano. El niño miró la mano enfrente suyo, y después miró al rostro de Lola. La expresión de la mujer era tranquila, pero con una amigable sonrisa. Gus, después de unas dudas, hizo un gesto y las arañas se subieron a su cabeza.
Lola recordó vagamente la primera vez que vio a las mismas arañas subirse en la cabeza de Charlie, y el espanto que se llevó. Pero, de tanto juntarse con ella, dicha escena ya no importaba a Lola.
Gus tomó la mano de Lola, y ella lo ayudó a ponerse de pie. Todavía tomados de la mano, Gus y Lola dejaron el muelle.
El niño no le dijo nada mientras caminaban por el puerto. Pero, de vez en cuando, levantaba la mirada fugazmente. Lola lo descubrió un par de vez, y siempre veía un rostro tranquilo.
El primer alivio que tenía en lo que iba del día.
Pero, apenas Lola y Gus llegaron a la salida de la ambientación, Janet apareció desde el horizonte, cargando a Charlie entre sus brazos. Gus, anticipando los regaños de Charlie, se puso nervioso, mientras que Lola, recordando su propia experiencia, sintió un profundo vértigo que tuvo que disimular con todas sus fuerzas.
Janet descendió, dejó a Charlie en el suelo, y aterrizó a una distancia prudente. Janet se veía tensa; ella misma había visto el enfado de Charlie.
Charlie, furiosa hasta en sus gestos, se acercó a Gus. Pero, justo antes de que pudiese darle la reprimenda de su vida, Lola intercedió.
– ¡Espera un momento! – repuso Lola –. Tengo que hablar contigo un momento.
Todos los presentes se sorprendieron, Charlie más que nadie. Pero Lola no le dio importancia; la tomó del brazo y se la llevó para hablarle en privado. Mientras ellas hablaban, Janet se quedó con Gus.
– Bonnie te manda saludos – le dijo ella al niño, en un intento de acabar con el silencio incómodo.
Charlie y Lola se detuvieron después de caminar unos metros. Lola no se hizo esperar ningún segundo y expuso su caso.
– Cariño, no regañes al niño.
– ¿”Que no lo regañe”? ¡Se escapó! ¡Me estaba muriendo de la preocupación! ¡Estuve como media hora discutiendo con esos robots estúpidos para que me ayudaran! Tú misma lo estuviste buscando todo este tiempo. Hay que castigarlo para que entienda las consecuencias de sus actos.
– ¿No te parece que estás exagerando? – repuso Lola y, antes de que Charlie dijese cualquier cosa, Lola se apresuró a decir: –. Además, yo lo hice sentir incómodo. Por eso huyó.
– Pero- ¡Eso no tiene nada que ver! ¡Él-
Lola acarició, con todo el cariño del mundo, los brazos de Charlie. La acróbata paró sus réplicas, únicamente por la impresión que le generó un gesto tan inopinado. La intención de Lola era calmar a su novia, pero su gesto sólo alimentaba su ira. Optó por detenerse y continuar la conversación.
– Mira, el niño ya está arrepentido de lo que hizo. No lo castigues más de lo que él ya se castiga a sí mismo.
– ¿”Se castiga a sí mismo“? ¡¿Ahora lo conoces mejor que yo?!
– Por supuesto que no. Pero me preocupa – le dijo Lola con firmeza.
Charlie enarcó las cejas. Estuvo a nada de gritarle, pero cerró la boca. Ella inclinó para ver al niño. Su reacción fue encogerse de hombros; se veía ansioso. Incluso así, el niño esbozó una leve sonrisa, y la saludó con timidez. Charlie miró a Lola otra vez. La actriz, con su típico aire de suficiencia, levantó las cejas. La estaba retando. La estaba retando a continuar con su actitud belicosa tras ver al niño tan afligido.
Charlie vaciló, pero al final caminó hacia Gus. Janet se hizo a un lado cuando ella se arrodilló enfrente del niño. Después de una silenciosa y recíproca mirada, Charlie le habló. Ella y Gus hablaron en voz baja, por lo que Lola no pudo oírlos. Pero pronto tuvo una razón para alegrarse. Charlie y Gus se abrazaron; un gesto del cual se podía apreciar todo el cariño y amor entre ambos.
Lola se sintió orgullosa por su logro. Orgullo que creció todavía más cuando su collar emitió un tenue, pero continúo brillo morado. El brillo del éxito.