Las niñeras - Charlie x Lola

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Las niñeras - Charlie x Lola
Summary
Lola desea pasar tiempo de calidad con Charlie, su novia. Charlie ya se había comprometido a cuidar a Gus.A Lola no le quedará de otra que ayudar a Charlie a cuidar al niño, si desea pasar el mayor tiempo posible con ella.
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Capítulo N°04 – La casa de Charlie

Después de que Lola se negase a explicar lo que pasó de la forma más tozuda posible, los tres fueron a la casa de Charlie, en el fondo de la ambientación. La estática de la casa era bizarra y siniestra, lo que la hacía encajar perfectamente en el resto del circo.

Charlie abrió la puerta y dejó pasar a sus invitados. Entraron en la siniestra, pero elegante sala de estar. A Gus le encantaba el lugar, pero a Lola le inquietaba la bizarra casa y sus bizarros huéspedes.

Y hablando de ellos.

Las tres arañas de Charlie bajaron del techo. Ellas se soltaron de sus hijos y cayeron sobre Charlie; una en su cabeza y las otras en sus palmas.

– Oh, mes bébés! Est-ce que vous aves manqué maman? Parce que maman les a manqués!

Charlie acercó a las arañas su rostro, y ellas frotaron sus cabecitas contra las mejillas de Charlie con ternura; la araña sobre la cabeza de Charlie frotaba su cabecita en su cabello. Gus se enterneció por las muestras de afecto entre su tía y sus arañas, mientras que Lola permaneció indiferente.

Los tres, junto a las arañas y la estola, estaban en la sala. Gus y Charlie platicaban sentados alrededor de la mesita de centro; las arañas y la estola estaban con ellos. Por otro lado, Lola estaba sentada en el sofá. Gus no paraba de parlotear sobre hombres cámara y titanes extraños; Lola no quería saber nada al respecto. Sabía que, aunque a Charlie también le extrañaban, se daba el tiempo de prestarle atención.

Demasiado esfuerzo, la verdad.

Gus le platicaba a Charlie, las arañas y la estola sobre el capítulo de su serie hasta que su estómago le exigió comida por medio de rugidos.

– Veo que alguien tiene hambre – le dijo Charlie al niño, apretando su mejilla de forma gentil. Se puso en pie y dijo: –. Ya es la hora del almuerzo. Voy a preparar unos croque-monsieurs, ¿qué te parece?

Gus, con sus ojos iluminados, asintió rápidamente con la cabeza. Él estaba emocionado, pero Lola no reaccionó de la misma forma; ella frunció el ceño y arrugó la nariz, mostrando desagrado.

– ¿En serio vas a hacer sándwiches para el almuerzo al niño? – espetó Lola.

– Y a ti también. ¿Tienes algún problema? – le preguntó Charlie, con un tono burlón en su voz.

– ¿No te parece que los sándwiches son una comida muy vulgar? – repuso Lola –. Yo no comería algo tan ordinario.

– ¿De qué hablas? Si tú amas los perros calientes – le dijo Charlie riéndose.

Lola intentó hacerse la indiferente desviando la mirada, pero el rubor en sus mejillas la delataba. Gus vio esto y comenzó a reírse tímidamente. Pero enmudeció cuando Lola lo miró de reojo; había hostilidad en sus ojos.

– ¿Por qué le da pena? – le preguntó Gus a Charlie.

– Lola suele ser quisquillosa para la comida, ¡pero tiene sus excepciones! Recuerdo que, en nuestra primera cita, ella dijo que me llevaría al mejor lugar para comer en el parque, ¡y me llevó al local de Doug! Ella se comió como cuatro perros calientes.

– ¿De verdad? – exclamó Gus.

– Te lo juro. Pero la entiendo; estaban deliciosos. Fue un día increíble.

Charlie miró a Lola y le hizo ojitos de forma coqueta. Lola, otra vez, desvió la mirada sin poder ocultar su rubor. Por otro lado, Gus, enternecido, se reía.

Charlie ya se disponía a irse a la cocina. Pero Lola, en un cambio insospechado de actitud, se puso de pie y exclamó que quería ayudarla. Charlie pegó un brinco de sorpresa, y todos los demás miraban a Lola como a quien pierden el juicio sin previo aviso. Lola se percató de esto, pero no le dio importancia y sólo veía a Charlie.

– De hecho, me gustaría que cuides a Gus mientras preparo el almuerzo – le dijo Charlie.

– No hace falta, tus arañas y mi estola pueden cuidarlo – repuso Lola despreocupada –. Después de todo, él es un niño grande. ¿Verdad, Gustavo?

– Ése no es su nombre – repuso Charlie.

Y Charlie estuvo a punto de continuar regañando a Lola, pero Gus, tímido, le dijo que podía quedarse solo con el accesorio de Lola y los invertebrados de Charlie. Charlie quiso protestar, pero a Lola le bastó lo que dijo Gus; tomó a Charlie de la cintura y se la llevó de la cocina. Apenas las mujeres se fueron, Gus se acercó a la estola y lo picó los ojos con el dedo, para ver cómo reaccionaba. La estola ni se inmutó.

Charlie y Lola entraron a la cocina. Charlie se había enfadado, pero ya estaba más tranquila cuando entraron en la cocina.

– De verdad quieres estar a solas conmigo – masculló Charlie de forma coqueta.

– ¿Puedes culparme? ¡Eres un bombón!

Lola rodeó la cintura de Charlie y la pegó contra su cuerpo. Ella comenzó a besarla; Charlie se sonrojó y se reía.

– ¡Lola, basta! – repuso Lola sin parar de reír – ¡Tenemos que preparar el almuerzo!

– Sólo unos besos más…

Lola cumplió; después de unos besos coquetos más, aflojó su agarre. Charlie se dio la vuelta y tomó el rostro de Lola con ternura.

– De verdad eres una cosa seria… – le dijo Charlie en tono jocoso.

– Y tú sabes bien cómo hacer que esté tranquila – le dijo Lola, con una expresión seductora en su rostro. Antes que Charlie la regañase, Lola añadió: –. Ahora, vamos a cocinar. ¿Qué comen los niños?

La expresión de Charlie pasó de relajada y coqueta, a cansada y fría. Lola intentó apaciguarla fingiendo que nada pasaba y mirándola con intenciones seductoras. Pero no logró ablandar a Charlie en lo más mínimo.

– Mejor ve a cuidar a Gus – le dijo Charlie después de alejarse de Lola –. Yo me encargo del almuerzo.

– Char, no te pongas…

– Ahora no, Lola – repuso Charlie –. Tengo que cuidar a Gus. Y si no te lo vas a tomar en serio, mejor márchate.

Lola frunció el ceño y miró a Charlie de arriba abajo, buscando la más mínima seña de que su novia estaba jugándole una broma de mal gusto. Pero Charlie desbordaba frialdad hasta por el último de sus poros. Y el colmo fue el gesto que hizo; una afectada invitación para marcharse. Lola, con toda su rabia contenida, salió de la cocina.

Lola regresó a la sala. No había terminado de pudrirse en su enfado, cuando vio que no había nadie; su estola, las araña y Gus habían desaparecido.

Lola no se inquietó al principio; ni siquiera le dio importancia al asunto. No es como que un niño pueda desaparecer sin más.

Levantó la mirada, para revisar la telaraña gigante del techo. Pero no había nadie.

Buscó entre los muebles. No estaba escondido ni debajo ni detrás.

Revisó debajo de la mesa. Nada.

Se asomó por resquicio detrás de la librería, buscando a las arañas. Ni una sola telaraña.

Ansiosa, abrió la puerta del baño sin tocar. Vacío.

Subió al segundo piso y buscó en todas las habitaciones, incluida la de Charlie. Ni una señal de vida.

Inclusive subió al ático, lleno de polvo y de baratijas ominosas. Bajó huyendo tras comprobar que Gus no estaba allí.

Regresó a la sala y caminó de un lado a otro; su mente iba a mil por hora. Sabía que la angustia de Charlie sería mayúscula cuando se enterase de la desaparición del niño. Pero no tenía idea de dónde podría estar… El niño, el niño, el niño. Ella misma se vio consternada por el paradero de Gus.

No tenía de otra.

Lola regresó a la cocina. Charlie estaba a media preparación de un montón de croque-monsieurs. Ella se percató al instante de la llegada de Lola, y no se mostró amigable ni mucho menos.

– No quiero hablar contigo ahora – espetó Charlie.

– ¡Gus no está! ¡Desapareció!

Charlie se giró obstinada. La expresión de Charlie pasó de severa, a preocupada rápidamente al ver la gravedad de la expresión de Lola. Dejó todo de lado y salió corriendo; Lola fue tras ella.

Lola vio como Charlie buscaba a Gus por toda la sala, llamándolo a él y a sus arañas desesperadamente. A Lola se le encogió el corazón al ver a su amor tan perturbada.

– No está. Ya lo busqué por toda la casa – le dijo Lola.

Charlie se acercó a Lola; pasó de un momento al otro de la ansiedad al enfado de un momento al otro. Lola se estremeció, pero no se movió ni un centímetro.

– ¡¿Desde hace cuánto sabes que no está?! ¡¿Por qué no me lo dijiste?!

– ¡Me acabo de enterar! – repuso Lola – ¡Tenía que asegurarme que no estaba! ¿O querías que te asustará por una falsa alarma?

Charlie estuvo a punto de gritarle a Lola, pero se contuvo, cerrando los ojos y los puños. Lola se le acercó y acarició sus brazos mientras ella se calmaba.

– Tienes razón… Tienes razón… – masculló Charlie –. Ayúdame a buscarlo, por favor.

Salieron de la casa y buscaron a Gus por toda la ambientación, desde la carpa, hasta las atracciones, pasando por los puestos de comida y juegos. Después de la infructífera búsqueda, se reunieron enfrente de la carpa. Charlie tenía los ojos rojos, y su semblante exhibía tanto agitación como enfado.

– ¡No está por ninguna parte! – exclamó Charlie – ¡No puedo creer que se haya ido! ¡Ese niño va a estar en graves problemas cuando lo encuentre…!

– Tranquila, Charlie – le dijo Lola –. No eres tú quien habla, sino tú enojo…

– ¡No hables como si te importara Gus! – exclamó Charlie – ¡Sólo estás aquí porque quieres ganar puntos conmigo!

– ¡No me hables así! – repuso Lola –. Sé que qué no soy la persona más altruista del mundo, ¡pero siempre intento hacer lo mejor por ti!

– ¡Lo sé! Ya lo sé. Sé que tienes buenas intenciones – exclamó Charlie.

Lola se acercó a Charlie, tomó su mano y acarició el dorso de su palma. En respuesta, Charlie apretó la mano de Lola, y suspiró profundamente. A Lola le dio algo de paz ver cómo Charlie se calmaba, así fue un poco.

– Te debo una disculpa por gritarte – le dijo Charlie –. Es que…

– Sí, sí, sí, entiendo – le dijo Lola –. ¿Desde cuándo eres tan dura contigo misma? Mejor busquemos a ese niño.

– Tienes razón, tienes razón… – le dijo Charlie –. Busquemos a Larry y Lawrie. Ellos hablarán con R-T; él vigila todo el parque, así que debe saber adónde fue Gus.

– Tú ve – le dijo Lola –. Yo lo voy a buscar.

– ¿”Lo vas a buscar”? – replicó Charlie incrédula –. El parque es enorme. No lo vas a encontrar tú sola.

– ¿Y qué quieres que hagas? ¿Que me quedé sentada mientras esos robots idiotas convencen a ese lunático de que nos ayude? Además, me hago a la idea de algunos lugares en los que podría estar. Es mejor que me adelante en la búsqueda.

Charlie miró a Lola de arriba abajo; se veía recelosa. Pero no puso más objeciones a su plan. Ató el yoyo a la punta de su cabello. Lo arrojó su hacia un poste y, como cierto superhéroe arácnido, Charlie se fue balanceándose. Lola vio a Charlie hasta que ella salió del rango de visión. ¡Cómo le encantaba lo sexy que se veía su novia haciendo sus acrobacias!

Maldición; que no podía distraerse…

Lola se quitó su collar y lo arrojó. Pero, en lugar de brillar, cayó al suelo como una roca cualquiera. Lola se sintió supremamente estúpida.

Sacó su espejo de mano de su bolso y lo abrió. Por unos segundos, su expresión funesta se reflejó en el espejo. Pero, después de unos segundos, el reflejo le sacó la lengua. El rostro de Lola se contrajo en una expresión de furia.

– ¡Escúchame bien, maldita bruja buena para nada! – exclamó Lola –. No tengo tiempo para tus estupideces. Tengo que encontrar a ese niño, ¡y tú me vas ayudar, te guste o no!

– ¡Oooohh! Qué tierna eres. Tan preocupada por el pequeño Gustavo, me conmueves – le dijo su ego, con una afectada, fingida y burlona condescendencia. Y, pasando súbitamente al enfado, continuó: – ¡¿A quién quieres engañar?! ¡A ti no te importa ese niño en lo más mínimo! Sólo quieres quedar bien con tu estúpida noviecita.

– Tú no me conoces – espetó Lola.

– ¿”No te conozco”? ¡¿Qué no te conozco?! ¡Pero si yo soy tú, idiota! – exclamó el ego, pegando el rostro contra su lado del espejo – ¡He estado contigo desde el día que naciste! Desde que tengo uso de razón, he estado a tu lado. Sé todo sobre ti, ¿o cómo crees que he podido ayudarte a conseguir todo lo que te has propuesto durante todos estos años?

– No me estoy sintiendo muy ayudada justo ahora – repuso Lola.

– ¡Llevo semanas queriendo ayudarte! Pero tú insistes en andar con esa cleptómana obsesionada con las arañas – espetó su ego –. Mira, puedo entender por qué te acostaste con ella; está buena. Pero no entiendo por qué sigues con esta tontería de salir con ella como si fueras una adolescente infatuada.

– ¿Qué te importa? – espetó Lola grosera.

– “¿Qué me importa?” ¡Que no eres tú desde que juegas con ella a darse besitos bajo un árbol!

– ¿Árbol?

– Antes de andar con esa loca, eras icónica, una leyenda, ¡la estrella del momento! Te preocupabas por la única persona importante en este mundo; tú misma. Pero fue conocerla, y ahora te quieres hacer la señorita altruismo y desinterés. La llevas a comer, oyes sus problemas, le compras cosas, cuidas a ese niño tan raro, ¡pasaste dos horas con aquel loco hablando de arañas para comprarle una baratija a esa zorra! ¡Tú odias las arañas!

– Eso no es del todo cierto – repuso Lola.

– ¿Lo ves? Ése es el problema con las personas. Siempre harán lo que puedan para cambiarte y que pierdas tu esencia. Nadie te entiende…

– ¡Charlie sí! – repuso Lola. El ego intentó replicar, pero Lola no le dio oportunidad –. Ella lo entiende a la perfección, no sólo a mí.

– ¿De qué hablas?

– Ella no sólo me entiende a mí, entiende lo que es amarse a uno mismo. Ella no acepta esa ridiculez de “ser humilde y no presumir”; ¡ella sabe lo que es ser icónica y gritarlo a los cuatro vientos! Ella me entiende, nos entiende… Y bueno… de verdad es fabulosa, hermosa y encantadora… Por eso, necesito que me ayudes a encontrar a ese niño. Es como un hijo para ella, y yo tengo que hacer lo que sea para demostrarle que la amo. Así que ayúdame… por favor…

– Tú nunca dices “por favor”…

– ¿Ya entiendes lo importante que es ella para mí? – espetó Lola impaciente –. Ayúdame. Te lo suplico…

Su ego enmudeció de nuevo, pensativa. Después de un silencio mortificante, el ego levantó la mirada; su expresión era severa.

Y entonces desapareció; el espejo reflejaba el rostro de Lola una vez más. Lola guardó el espejo y miró a su collar. Éste brilló, y su ego resurgió… aunque, en lugar de verse majestuosa y digna, tenía un semblante cansado y aburrido.

– Te das cuenta que tú y yo no podemos revisar todo el parque solas, ¿verdad? – le inquirió su ego.

– ¿Desde cuándo eres tan quejumbrosa? – le riñó Lola – ¿Eres una niña o qué?

Su ego se envolvió en un intenso halo de luz, y resurgió con el aspecto que tenía Lola a sus ocho años; con su vestidito blanco, cintillo, zapatos de charol y todo.

– Sí soy una niña – le dijo su ego, con una mirada de falsa tristeza en sus ojitos –. Por favor, no seas muy dura conmigo…

– Eres una ridícula – espetó Lola ruborizada –. Vámonos ya.

Lola y su ego, de vuelta en su forma adulta, salieron del Circo Bizarro y tomaron caminos opuestos para encontrar a Gus.

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