Las niñeras - Charlie x Lola

Brawl Stars (Video Game)
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Las niñeras - Charlie x Lola
Summary
Lola desea pasar tiempo de calidad con Charlie, su novia. Charlie ya se había comprometido a cuidar a Gus.A Lola no le quedará de otra que ayudar a Charlie a cuidar al niño, si desea pasar el mayor tiempo posible con ella.
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Capítulo N°03 – El conflicto del ego

Los tres llegaron al Circo Bizarro; Charlie era de los pocos brawlers que vivían en su ambientación.

Ellos se detuvieron en la entrada del lugar, unos, y contemplando la bizarra carpa de la bizarra ambientación, en donde tenían lugar bizarros espectáculos para gente común y corriente.

– ¿Podemos ir a la carpa antes de ir a tu casa, tía Charlie? – le preguntó Gus entusiasmo.

– Claro que sí, mi pequeño – le dijo Charlie.

Apenas ella le dijo esto, Gus corrió a toda velocidad hacia la carpa. Charlie estaba a punto de ir tras él, pero Lola la detuvo posando su mano en su hombro.

– Deja que se vaya a jugar un rato – le dijo Lola –. Así, tú y yo podemos pasar un rato a solas.

Lola enarcó las cejas y sonrió después de decir esto, dejando muy claro sus licenciosas intenciones.

– Lola, tengo que estar pendiente de él – repuso Charlie –. Y llevo unos días sin verlo; me gustaría pasar más tiempo con él.

Charlie se alejó, a pesar de la mirada de frustración de Lola. Pero, antes de alejarse demasiado, regresó y le dio treinta dólares a Lola. Lola tomó los billetes, confundida al respecto.

– ¿Y esto qué? – le inquirió Lola.

– Es el dinero que le diste a Gus para que no me dijera que te atrapó viéndome el trasero – le dijo Charlie.

Lola quedó petrificada nuevamente; veía los billetes que apretaba con fuerza entre sus dedos. Se había puesto roja, y no podía articular palabra alguna para defenderse.

– No quiero que vuelvas a sobornar a Gus; no quiero que adquiera malos hábitos – espetó Charlie –. Y tampoco me mires como a un trozo de carne enfrente de él. Si te vas a poner como una adolescente alborotada, es mejor que nos veamos después.

Estas últimas palabras sacaron a Lola de su entumecimiento mental. Desesperada, corrió hacia Charlie y le cortó el paso.

– ¿Acaso crees que te vas a deshacer de mí tan fácilmente? – repuso Lola, intentando conservar el donaire –. Ya te dije que te iba a ayudar, ¡y no pienso irme por nada del mundo!

Charlie esbozó una expresión de sorpresa, cercana a la sospecha. Pero su expresión se relajó, y dio lugar a una más amena, y acabó en una risa jocosa.

– ¡De acuerdo, de acuerdo! Tampoco hace falta ser tan intensa – exclamó Charlie –. Sólo no te atrevas a sobornar a Gus otra vez. Vamos.

Ellas entraron en la carpa. El lugar estaba vacío; más allá de las gradas, la arena central y la tarima, no había nada en medio de la bizarra oscuridad. Tampoco vieron a Gus, lo que las inquietó. Pero, de lo que se habían percatado, es que el niño flotaba sobre sus cabezas, montado en su globo. Él descendió lentamente y, antes de saltar del globo, profirió un “grito de guerra”. Los dos se horrorizaron al verlo caer, y Charlie apenas tuvo tiempo de atraparlo. La risa del niño se esfumó tan pronto Charlie lo regañó con vehemencia.

– ¡Gus! ¡Te he dicho que no hagas cosas así! – exclamó Charlie – ¡Te pudiste lastimar!

– Perdón, tía Charlie… – masculló Gus apenado.

– Tampoco te pongas triste – le dijo Charlie después de bajarlo –. Esto te lo digo por tu bien. ¿Entiendes?

El tono maternal de Charlie consoló a Gus, y buena parte de su vergüenza desapareció. Lola se ensimismó. Pensaba en los gestos de Charlie hacia Gus. No sólo en el trato tan amable que tenía con él, también cómo se preocupaba por su bienestar, y lo firme que podía volverse en ello. Todo esto la hizo dimensionar mejor el amor que ella sentía por el niño. Esto hizo sentir a Lola… ¿conmovida?

– Tía Charlie, ¿puedes mostrar una de sus presentaciones? – exclamó Gus de repente, dando saltitos.

– Son rutinas – le dijo Charlie –. Y con mucho gusto. Aunque no tengo una nueva lista, así que-

– ¿Quéeeeeeeee? – exclamó Gus. De un momento a otro, había dejado de saltar y su rostro desbordaba tristeza.

– No te preocupes, Gus; haré la rut-

– Yo puedo hacer algo – dijo Lola de pronto –. No creo que el niño haya visto mucho de lo que puedo hacer.

Gus, Charlie y la estola vieron a Lola; salvo la inexpresiva estola, todos estaban sorprendidos por el repentino ofrecimiento de Lola. Lola respondió viéndolos como si les sorprendiese que el agua moja.

– Pero, Lola… tú eres una actriz – repuso Charlie.

– Exactamente, mi querida Charlie– le dijo Lola mientras hacía unos ejercicios de estiramientos –. Tienes que tener todos los talentos posibles para sobrevivir en el mundo del espectáculo. Tú deberías saberlo mejor que nadie.

Antes que Charlie dijese nada, Lola los mandó a ella y a Gus a sentarse en las gradas. El niño acató de inmediato, pero Charlie fue más reticente; Lola tuvo que insistirle para que se fuese con el niño.

Lola se subió a la tarima. La estola, que subió hasta el área de las luces de alguna manera misteriosa, manejaba un gran foco e iluminaba a Lola, de una manera más misteriosa todavía. Gracias a su ya de por sí estentórea voz y su experiencia actoral, Lola pudo hacerse a escuchar sin necesidad de un micrófono.

– ¡Dama y caballerito! ¡Desde esta humilde locación, su servidora, Lola!

Lola hizo una pausa dramática; no tenía ninguna razón en particular, más allá de gozar de la atención… aunque no obtuvo mucho de ésta. Aunque sus espectadores estaban en silencio y atentos, no se veían particularmente emocionados. Lola disimuló su fastidio, y continuó.

– Para mi presentación, necesitaré a un ayudante… ¡Pero aquí no hay nadie más! ¿Cómo resolveremos este predicamento?

Lola hizo otra pausa dramática, fingiendo no tener la solución para su propia pregunta. Gus y Charlie se mostraban más interesados, pero no tanto como quería Lola.

Perfecto. Si no tenían muchas expectativas, sería mucho más fácil impresionarlos con sus talentos.

Entonces, ¿por qué se enojó ante su indiferencia previa?

Vanidad.

Lola se quitó el collar de diamantes y lo arrojó con un grácil movimiento. El collar describió una trayectoria parabólica y, justo antes de caer al suelo, emitió un intenso brillo morado. El resplandor tomó consistencia y, en un abrir y cerrar de ojos, tomó la forma de Lola. Su ego, más allá de su brillo espectacular, era idéntica a Lola; inclusive su voz y sus gestos eran una réplica exacta de la original.

– ¡Por suerte para todos ustedes, ya estoy aquí! – exclamó el ego, haciendo una reverencia.

Lola y su ego hicieron otra pausa dramática, porque nunca había suficientes pausas dramáticas. Esta vez sí consiguieron impresionar a sus espectadores. En especial Gus, que comenzó a aplaudir con entusiasmo. Charlie, aunque también sorprendida, también se veía vagamente incómoda.

– ¿Por qué hay tan pocos aplausos? – preguntó el ego extrañada. E, intentando ver más allá de la luz del reflector, añadió – ¿Para qué par de pelagatos estamos haciendo este show?

– No te distraigas – repuso Lola, y le extendió una baraja de cartas –. Tenemos un espectáculo que dar. El público es lo de menos.

El ego olvidó el asunto y tomó la baraja. Revolvía las cartas mientras Lola explicaba lo que harían.

– Sé lo que están pensando. “¿El viejo truco de adivinar las cartas? ¿Pero no sabría qué carta eligió su ego? ¿Dónde está el truco en eso?”. ¡Nada de eso!

El ego continuaba revolviendo las cartas. Ella presionaba las cartas hasta que salían volando, y las atrapaba con la otra mano; inclusive lograba hacer que describiesen un arco sobre su cabeza. Y todo con una facilidad envidiable. Pero, justo cuando Lola estaba por explicar su acto, el ego cometió error, y todas las cartas salieron volando de sus manos. El ego quedó de piedra, y Lola la miró con disgusto.

Una leve decepción surgió en Gus, pero se dio cuenta que no había ni una sola carta a los pies del ego. Inclusive se levantó de su asiento y se inclinó todo lo que pudo para encontrarlas con la mirada. Lola se percató de esto, y esbozó una sonrisa de suficiencia. En ese momento levantó la mano, y sorprendió a su reducida audiencia; ¡tenía la baraja en la palma de su mano!

– Ten más cuidado con la baraja – le dijo Lola a su ego –. Es importada y me tomó dos horas de regateo conseguirla.

Ella presionó la baraja con los dedos, y las cartas salieron volando en línea recta. El ego las tomó sin problemas y volvió a revolverlas.

– Sí, sí. Lo que digas – le dijo su ego –. Empecemos con el espectáculo de verdad.

El ego reanudó sus prestidigitaciones con las cartas. Entonces apiló las cartas y tomó una carta de la baraja; era el rey de corazones. La imbuyó con su propio resplandor morado y lanzó la carta al aire. Ésta fue incrementando de tamaño hasta caer al suelo, justo detrás de Lola; para ese punto ya duplicaba su altura. Gus y Charlie, impresionados, apenas emitieron suspiros ahogados. Lola podía sentir su asombro, y se alimentaba gustosa de él.

El rey, recubierto del resplandor morado, salió de la carta. Un gigante con ropas majestuosas, parado entre Lola y su ego, con aires de solemnidad, era una imagen que robaba el aliento.

Una pausa dramática para deleitarse con el asombro de su público, y comenzó el espectáculo. Los corazones del traje del rey se desprendían y caían como globos. Lola y su ego los atrapaban y los empujaban hacia arriba, hasta que había una veintena de corazones flotando sobre sus cabezas. Charlie y Gus los observaban en un silencio expectante.

– ¿Qué dices, reina? – le preguntó Lola a su duplicado – ¿Llevamos a cabo el show como lo planeamos, o lo llevamos a lo grande de una?

– ¡Obviamente hay que volarles la cabeza! –exclamó su ego – ¡Hay que prender los juegos artificiales!

Lola asintió y dio un par de palmadas. Un gesto del rey, y los corazones comenzaron a explotar, dejando hermosos destellos y más corazones detrás de sí. Los nuevos corazones a su vez explotaban, manteniendo con vida la nube de fuegos artificiales. Ellas habían montado un espectáculo extraordinario, y lo sabían. Charlie, boquiabierta, apenas podía aplaudir, mientras que Gus enloqueció; brincaba, aplaudía y gritaba de emoción. Pocas veces se había visto tan entusiasmado a ese niño.

– ¡Lola es increíble, tía Charlie! – exclamó Gus pletórico.

Y esa única frase fue suficiente para desatar el desastre. El ego escuchó la exclamación; y su expresión se volvió rígida como roca. Lola se percató de esto y se puso nerviosa, pero optó por ignorar el asunto tanto como pudiese.

El ego aguzó la mirada, y, por fin, vio a Charlie. La acróbata se estremeció y, nerviosa, movió la mano lentamente en señal de saludo. Gus se percató de esto y dejó de aplaudir. El ego, furiosa, se dirigió hacia Lola y la increpó con rabia.

– ¡¿Qué hace esa zorra aquí?! – exclamó el ego.

– No seas dramática – repuso Lola, fingiendo que aquello no era la gran cosa.

El ego estuvo a punto de maldecir a Lola de formas no aptas para oídos de nadie, pero se contuvo. En su lugar, y de un chasquido, hizo desaparecer todas las ilusiones que había creado. Se quitó el collar de diamantes y se lanzó a Lola; el ego se desvaneció apenas dejó de estar en contacto con el collar. Lola atrapó su collar entre sus brazos y lo miró molesta.

¿Qué significaba que una parte de sí misma estuviese celosa de su novia?

Lola levantó la mirada hacia Charlie y Gus; estaban consternados. Lola intentó darle un buen cierre a su show, pero no tuvo tiempo de decir nada, pues el reflector se la despojó del beneficio de su luz. Lola levantó la mirada, y vio a su estola luchando por hacer funcionar de nuevo el reflector.

Lola suspiró y miró si collar. Emitió unos destellos rápidos; su ego se estaba burlando de ella.

¿Qué significaba que una parte de sí misma se burlase de su propia vergüenza?

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