
Capítulo N°02 – El choque
Charlie y Lola llegaron a la estación principal; unas cintas de seguridad y un par de robots impedían el acceso. Con ellos estaban Chuck, hablándoles, y Gus, que jugaba con un escarabajo para disipar su aburrimiento. El bichito atacaba los dedos del niño como si fuesen sus enemigos mortales.
– Allá están – le dijo Charlie a Lola –. Voy a buscar a Gus. Tú espérame aquí.
– ¿Acaso no puedo ir contigo? – repuso Lola.
– ¡No…! No es eso. Es que… no se me ocurrió que tú…
– ¿Qué no querría acercarme? Sí justamente para eso vine. Vamos de una vez por eso niño.
Las dos se acercaron a la estación. Gus fue el primero en percatarse de su arribo; apenas vio a Charlie, se levantó de un brinco y corrió para abrazarla; el desdichado escarabajo se quedó boca arriba. Ella avanzó, lo abrazó con cariño y acarició su cabello.
– ¡Hola, tía Charlie! – exclamó Gus contento – ¿Es verdad que hoy vas a cuidarme?
– Claro que sí, cariño – le dijo Charlie, con un tono maternal.
La reunión entre Charlie y Gus extrañó a Lola. Había algo… lindo en la forma en que se abrazaban.
Chuck se acercó. Estuvo a punto de, con sus ademanes caballerosas y amenas, de expresarle su gratitud a Charlie por su ayuda. Pero, tan pronto se percató de la presencia de Lola, pasó a la suspicacia y la confusión.
– Charlotte, ¿Qué hace Lola aquí?
– ¿Qué quieres decir con eso? – le increpó Lola.
– Basta, basta. No hay necesidad de pelear – les dijo Charlie, antes de que pasaste a mayores –. Lola me va a ayudar a cuidar a Gus. Somos… buenas amigas.
– ¿Y desde cuándo Lola ayuda a los demás? – repuso Chuck –. Es una narcisista que sólo piensa en sí misma y su reflejo.
– Ahora mismo estoy pensando en ti, Chuck – le dijo Lola irritada –. Y con gusto te puedo mostrar en lo que estoy pensando.
– ¡Basta ustedes dos! – exclamó Charlie. Gus se alejó de ella, y Chuck y Lola enmudecieron –. Sí se van a comportar como niños, ¡los voy a tratar como tal! ¡Discúlpense ahora!
– La buena de Charlotte tiene razón – exclamó Chuck apenado –. Le ofrezco una disculpa, signora Lola.
Lola, menos proclive a ceder, aceptó toscamente las disculpas de Chuck, lo que le ganó un furioso llamado de atención de su novia. Después de soportar la mirada fulminante de Charlie, a Lola no le quedó más que ceder y disculparse apropiadamente.
– Acepto sus disculpas… Y en verdad lamento haberlo tratado así.
– Disculpa aceptada – le dijo Chuck. Su actitud se había vuelto más serena. Después se dirigió a Charlie y le dijo: –. Por cierto, hay una questione importante que quiero tratar contigo. ¿Podemos hablar en privado?
Charlie accedió; le dijo a Gus que se quedase con Lola, y a Lola que estuviese pendiente. Ella y Chuck se alejaron lo suficiente para que no pudiesen oírlos.
Mientras ellos se alejaban, Lola, más ociosa que otra cosa, miraba el trasero de Charlie, mientras ella se alejaba. Charlie quedó de espaldas, por lo que Lola pudo continuar admirando de sus posaderas sin ser descubierta. Posaderas que la alborotaban. Se había quedado con las ganas de hacerle de todo; abrazarla, besarla de pies a cabeza, acariciarla, hacerla reír, dormir a su lado. Sus ansias de estar con ella sólo crecían por cada segundo que-
La persistente sensación de ser observaba sacó a Lola de su maraña de pensamientos. Entonces se percató del globo que flotaba a centímetros de su rostro. Le molestaba la cara de tonto que tenía el condenado globo. Bajó la mirada, y vio a Gus, quien sostenía el globo, viéndola fijamente.
– Niño, ¿de dónde sacaste ese globo? – le increpó Lola.
– ¿Eres amiga de la tía Charlie? – le preguntó Gus.
– ¿No la escuchaste? – replicó Lola evasiva –. Sí, lo soy. ¿Por qué preguntas?
– ¿Y por qué le estabas viendo el pompi? – le preguntó Gus.
La pregunta de Gus golpeó a Lola como un bloque de hielo; la vergüenza que le provocó le petrificó el rostro como el frío del metafórico bloque. Estuvo a punto de gritarle, pero redujo el tono de voz al último momento, más para que Charlie y Chuck no la escuchasen.
– Eso no es cierto. ¡No mientas!
– Yo te vi – repuso Gus, muy serio.
La actriz y el niño se enfrascaron en una intensa confrontación de miradas; era tal su fiereza, que ni siquiera parpadeaban. Estuvieron casi durante un minuto, hasta que Lola levantó brevemente la mirada. Al corroborar que Chuck y Charlie seguían hablando, sacó treinta dólares de su bolso.
– Si te olvidas de esto y no le dices nada a Charlie, son tuyos – le dijo Lola, agitando los billetes enfrente de Gus.
El niño no lo dudó ni un instante y tomó el dinero. Gus guardó el dinero en su bolsillo justo cuando Chuck y Charlie volvieron. Él se estaba despidiendo de Gus, cuando un estruendo que venía desde la estación los sobresaltó a todos. Chuck se giró hacia los robots, y lo decepcionaron al escogerse de hombros. Él se despidió rápidamente y se fue a la estación, refunfuñando en italiano.
– Pues… Ya es hora de irnos – dijo Charlie.
Charlie extendió la mano. Lola se sintió como una estúpida cuando se dio cuenta que ella la ofrecía la mano a Gus. La acróbata y el niño se adelantaron; Lola se quedó atrás unos momentos, lamiéndose las heridas de su ego, antes de seguirlos.