
Capítulo N°01 – El apoyo
Después de una semana, Lola regresó a Starr Park. Aunque la tarea de asistir a entrevistas, fiestas y demás para dar a conocer el parque resultaba agotadora, Lola estaba más que dispuesta a poner todos sus esfuerzos en ello. Después de todo, ¿quién más podría hacerlo? Necesitaban a una persona carismática, cautivadora y locuaz para capturar la atención de potenciales visitantes, y Lola era la única que poseía todas esas cualidades a un nivel tan elevado.
Aunque, tal vez podría haber otra persona casi tan fabulosa como ella…
Lola se dirigió a los estudios Brawliwood, lugar en el que trabajaba y recibía a sus fans. Pese a su cansancio, quería entregarles a Mico y a Gray los regalos que les había conseguido. Por supuesto que podía enviar a un robot con sus regalos… Pero, ¿cómo privar a sus amigos del regalo más importante de todos?: su presencia.
Lola entró a la oficina administrativa de los estudios. En la sala principal estaban Gray y Mico. Ellos estaban tan concentrados discutiendo sobre una cosa cualquiera, que no se percataron de la llegada de actriz… hasta que ella reveló su presencia, histriónica como siempre.
– ¡Hola, muchachos! Sé que les hice mucha falta, pero ya he vuelto… ¡Y les traje unos regalitos!
Gray y Mico se estremecieron y se giraron hacia Lola. Las expresiones y saludos nerviosos del mimo y del primate no fueron gratas para Lola.
– ¿Y a ustedes qué les pasa? – les increpó Lola –. Ya sé que no son precisamente agradecidos hacia la dicha de mi presencia, ¡pero al menos nunca me habían visto como si fuera un insecto o algo así!
Los intentos de Mico por decir cualquier cosa sólo dieron como resultado balbuceos y miradas culposas; rápidamente buscó auxilio en Gray. Él, no menos desasosegado, sacó un letrero de uno de sus portales. Éste rezaba “No te esperábamos tan pronto”.
– ¿En serio quieren que crea que no me esperaban a la hora exacta a la que les dije que iba a volver? – repuso Lola.
Gray y Mico se vieron el uno al otro; cada uno esperaba que el otro saliese con una respuesta convincente, pero ninguno se atrevía a decirle lo que estaba pasando.
Pero, después de todo, no hizo falta; una voz lo hizo por ellos.
De la cocina, con paso elegante y aire portentoso, salió Charlie. Ella, con una expresión burlona, miró a Lola. La expresión suspicaz de Lola reafirmaba la preocupación de Mico y Gray de que las mujeres se encontrasen.
– ¿Se puede saber qué haces aquí? – le increpó Lola.
– ¿Ya olvidaste que tenemos un asunto pendiente? – le preguntó Charlie, mientras hacía girar su yoyo en el aire.
La expresión de Lola se volvió hostil; el buen humor de Charlie no se enturbió ante semejante negatividad. Después de unos segundos de mirar a la acróbata como a la plaga, Lola se giró hacia Mico y Gray.
– ¿Por qué no me dijeron que ésta estaba aquí? – les preguntó.
Mico sólo se encogió de hombros, y Gray hizo aparecer un letrero que rezaba “no lo sé”. Esto les regresó una mirada fulminante de Lola.
La actriz se acercó a sus compañeros y, de mala gana, les dio los regalos que les traía; un vino de hace diez años y un disco de vinilo.
– Aquí tienen – les dijo Lola –. Sí me disculpan, tengo unos asuntos que atender. Nos vemos.
Lola le dedicó una última mirada funesta a Charlie, y salió de la oficina. Charlie, después de despedirse con aire coqueto de Mico y Gray, siguió a Lola. Ellos estaban más que aterrados.
– Lo que sea que vayan a hacer esas dos, no puede salir bien, ¿verdad? – vociferó Mico acabado.
La respuesta de Gray apareció en forma de letrero, que rezaba “por supuesto que no”. Esta acción le ganó una mirada de reproche de su amigo primate.
– Lola y yo no pasamos meses aprendiendo lenguaje de señas para que uses esos estúpidos letreros – le increpó Mico.
…
Charlie y Lola llegaron al edificio de los camerinos. El camerino de Lola era el más grande y lujoso de todos, justo lo que se merecía. Con un gesto exagerado, invitó a Charlie entrar, y Lola mismo entró detrás de ella.
Una vez Lola cerró la puerta, ella y Charlie se miraron fijamente. Fue un momento breve, pues pronto comenzaron a reírse; Lola con risa enérgica en intensa, y Charlie más comedida y fina.
– ¿Viste las caras que pusieron ese par de idiotas? – exclamó Lola, casi sin aliento –. Te dije que sería divertido burlarnos de ellos.
– Reconozco que fue muy divertido – le dijo Charlie –. Qué buena forma de recibirme.
– ¡Espera, espera, espera! Que tengo algo mucho mejor para ti – le dijo Lola alegre.
Lola sacó de la bolsa el último regalo que traía consigo. Charlie suspiró de emoción al ver un collar, cuya joyería era una araña de colores brillantes, ojos grandes y, un diseño adorable.
– ¡No puede ser! ¡Es bellísimo! – exclamó Charlie, teniendo ya el collar en sus palmas–. Los saltícidos son tan adorables.
– Y no elegí ese diseño sólo por eso – espetó Lola –. La capacidad de esas arañas para saltar me recordó tanto a ti.
Charlie le quitó los ojos al collar y miró incrédula a Lola; su rostro era evidencia de su enternecimiento.
– Eso no sólo es tan lindo, también es correcto.
– ¡Pues claro que es correcto! No podía hacer algo menos que conseguirte el mejor regalo posible.
Lola había conseguido el regalo perfecto para Charlie… Pero, pese a que Charlie le hablaba de arañas todo el tiempo, a Lola siempre le costaba recordar información de estos artrópodos más allá de trivialidades ampliamente extendidas. Tuvo que consultar a un aracnólogo para tener la información que necesitaba, con el fin de obtener el regalo perfecto.
Aracnólogo… Lola nunca se imaginó que aquello existiese.
Charlie se acercó a la ostentosa peinadora de Lola. Se miró en el enorme espejo después de ponerse el collar; la expresión en su rostro era de encanto y alegría.
Lola, a poca distancia, contemplaba a Charlie a través de su reflejo; a esa mujer hermosa, elegante, cautivadora y fantástica, con lo que siempre soñaba. Ella se acercó a Charlie y la abrazó por la espalda, y apoyó la barbilla en su hombro; ella tuvo que estirar el cuello, ya que Charlie era más alta. Charlie colocó sus manos sobre las de Lola, sobre su vientre, y se rio con timidez.
– Te pusiste muy cariñosa de repente – le dijo Charlie.
– Es tu culpa – le dijo Lola. Y, después de darle unos besos en el hombro, añadió: –. Eres demasiado hermosa para que pueda estar lejos de ti.
Charlie miró de soslayo a Lola, y ella le devolvió la mirada. Estuvieron así hasta que Charlie, todavía entre los brazos de Lola, se dio media vuelta. Charlie tomó el rostro de Lola entre sus palmas, y acarició con ternura sus mejillas con los pulgares. En los ojos de Lola se podía ver el arrobamiento de su corazón.
Y, sin más rodeos, se besaron. Sus labios se rozaban entre sí con lentitud, pero intensidad. Sin importar las veces que se besasen, Lola siempre evocaría las mismas sensaciones que experimentó aquella primera vez; una calidez que se propagaba por todo su cuerpo, que se alimentaba del deseo de estar junto a Charlie, de besarla, de abrazarla, de acostarse a su lado y acariciar su cabello, de sentarse a su lado y hablar por horas sin parar de lo que sea. Cautivada, ella apretó más el abrazo y pegó a Charlie contra su cuerpo. Charlie hizo justamente eso, sin parar de besar a Lola.
Después de unos besos quedaron frente con frente; ambas, ruborizadas, sonriendo ampliamente.
– Te extrañé demasiado – le dijo Charlie.
– Obvio que me extrañaste – le dijo Lola, con un tono pretencioso en su voz –. ¡Si es que estoy divina!
Charlie estuvo a punto de echar la cabeza hacia atrás y reírse por esa ocurrencia, pero Lola tomó su rostro, y le llenó el rostro y los labios de besitos rápidos.
– Yo también te extrañé mucho, mi amor – le dijo Lola, adoptando un deje seductor.
Entonces, Lola deslizó la punta de su dedo suavemente sobre la clavícula de Charlie. Deslizó su dedo hacia abajo, hasta estar a la altura del collar. Charlie la fascinaba en todos los sentidos. Tenía tantos deseos de recorrer todo su cuerpo…
– Veo que sí me extrañaste – le dijo Charlie ruborizada.
Cómo respuesta, Lola le dio más besitos, y no tardó en besarle el cuello. Lola sintió una satisfacción tremenda al sentir la respiración profunda de Charlie; estaba disfrutando de los besos.
Sin embargo, el encuentro no llegaría más lejos. Además de los besos, Lola sólo llegó a sujetar uno de los pechos de Charlie, y darle un par de caricias. Pero fue en ese momento en que Charlie le cortó el rollo, empujándola ligeramente hacia atrás.
– ¡Espera, espera, espera! – vociferó Charlie –. Ahora no puedo. Tengo que irme.
Lola miró a Charlie con una expresión de extrañeza, como quien está demasiado drogado para comprender la más sencilla de las instrucciones. Cómo Lola no dijo nada, a Charlie le tocó explayarse.
– Sólo pase a saludarte; en media hora tengo que ir a cuidar a Gus.
– ¿El niño de la Estación Fantasmal? – le preguntó Lola extrañada – ¿Y por qué no lo cuida Chuck?
– Van a hacer unas reparaciones en una de las estaciones, y Chuck tiene que estar ahí.
– ¿Y no hay nadie más que se encargue del chamaco? – protestó Lola.
– Todo el mundo está ocupado hoy. Además, que ya me ofrecí a cuidarlo, no puedo echarme para atrás.
Por un momento Lola no dijo nada; sólo se quedó viendo a Charlie, con una expresión distraída en su rostro. Y, después, se alejó de Charlie y se cruzó de brazos, con una mirada de falsa indiferencia en su rostro.
– Pues vete ya – le dijo Lola –. Veo que un niño cualquiera es más importante para ti que tu novia que no has visto en una semana.
Lola, ofendida, ya había dado la conversación por terminada, pero Charlie no. Ella abrazó a Lola y le dio varios besos en la mejilla. Lola ya reconocía esa forma de besar de Charlie; ella siempre lo hacía cuando notaba que estaba triste o molesta, como una especie de consuelo.
– No te pongas así, mi amor – le dijo Charlie, con un deje suplicante en su voz –. Tú sabes que de verdad quiero estar contigo. Pero Gus es muy importante para mí, y tengo que cuidarlo.
Pero estas palabras no surtieron efecto en la obstinación de Lola, que ni miraba a Charlie. La acróbata pasó de buscar la comprensión de Lola, a enfadarse. La soltó y se despidió apática. Charlie estuvo a punto de irse hasta que Lola, súbitamente, le preguntó:
– ¿Qué tal si te acompaño?
Esta vez fue Charlie quien acabó con la expresión de confusión en su rostro. Y, esta vez fue Lola, pretendiendo que aquello no era gran cosa, a quien le tocó hablar.
– Eso. Ir contigo. Y cuidar al niño. Juntas. Eso.
Después de unos instantes de silencio y expectación, Lola miró de soslayo a Charlie. Charlie ahora había adoptado una expresión pensativa en su rostro. Lola, por muy indiferente que se viese por fuera, se estaba muriendo en el interior. ¿Y si no la quería con ella? ¿Y estaba enfadada por su reacción y no quería estar con ella?
Vaya espanto es la inseguridad.
– ¿De verdad quieres ayudarme con el niño? – le preguntó Charlie incrédula.
– ¿Por qué lo preguntas así? – le increpó Lola. Respiró profundo y, más calmada, le dijo: –. Pues sí. Tú harías todo, claro… Pero yo estaría allí… para, ya sabes… apoyo.
Manteniendo contacto visual con Charlie, Lola continuó con su fachada de indiferencia. Y casi perdió la fachada cuando Charlie le sonrió. Y aquella no era una sonrisa cualquiera. Era una sonrisa cándida y brillante, que derretía a Lola, que la convertía en una boba enamorada. Lola estaba tan ensimismada, que se olvidó de la existencia de Charlie, hasta que ella la abrazó y le plantó en beso en la mejilla. Esto, más la sonrisa, pusieron roja a Lola.
– Claro que quiero que me acompañes – le dijo Charlie.
Después de que Lola hubiese recobrado la compostura, se dispusieron a irse. Sin embargo, al último segundo Lola le pidió un momento a Charlie. Lola caminó hasta un baúl, y lo abrió de par en par. La estola de Lola trepó por su cuerpo hasta llegar a sus hombros. Mientras volvía con Charlie, Lola acariciaba la cabeza del zorro bufanda.
– ¿Por qué dejaste tu estola aquí? – le preguntó Charlie.
– El estúpido de R-T me obligó a dejarlo – exclamó Lola saliendo del camerino –. Vete tú a saber por qué.