Capítulo 1- La llegada
Creo que no soy el único que no sabe cómo reaccionar estos días, aunque creo que eso es porque nunca he sido capaz de pensar en cómo reaccionar, siempre he seguido ordenes, siempre el buen soldado, y, Dios…, si no es amarga lo perfecta que es la definición de Diego ahora.
La llegada fue turbulenta, apareciendo todos juntos en el jardín, de noche, donde estaba la tumba de Ben, en nuestros cuerpos adolescentes y en una fecha de poco más de un mes después de la desaparición de Cinco.
Nos miramos unos a otros sin terminar de creérnoslo, que estuviésemos todos, juntos, vivos y de la misma edad aparente. Ver a Ben, en carne y hueso, sin ningún brillo azulado de los poderes de Klaus fue… increíble. El no paraba de verse las manos y de intentar hablar, hasta que Diego lo abrazo y le confirmo que estaba vivo, que todos le veíamos y se buscase el mismo el pulso. Todos nos mirábamos maravillados y por supuesto, fue el momento donde apareció papá, preguntando que hacíamos en el jardín, exigiendo un informe de Cinco y que se preparase para su castigo por la desobediencia.
Yo no conseguía reaccionar hasta que intento quitarme a Vanya que seguía desmayada de los brazos. Por primera vez en dos vidas hice algo que nunca pensé que haría.
Me negué.
No llegué a pensarlo, solo salió, puramente instintivo.
Afiance mi agarre con cuidado, era tan ligera y frágil, ¿siempre había sido así?, y en un movimiento brusco me aparte de él, protegiendo a Vanya.
El silencio de después no lo podré olvidar, fue la primera vez que entendía la frase de que un silencio podría ser ensordecedor.
Su mirada de decepción casi hace que me arrepintiese, pero ver a Cinco y Diego interponiéndose entre nosotros era lo único que necesitaba para mantenerme firme.
Ya no era ese niño de trece años. Mis desilusiones con él, ver como todas las fichas de domino que el impuso nos llevaron al apocalipsis, y peor aún, al sufrimiento de Vanya y de todos, mi propia ira me hizo barajar una horrible idea. Una idea horrible que odio que sea mía, que odio desearla aún ahora tanto.
Algo vislumbraría en mi cara, por que le vi retroceder, nos miró, casi pareció que alarmado, si es que el gran Reginald Hargreeves puede hacer esa expresión. Nos envió inmediatamente a la cama.
Todos subimos en silencio, un silencio casi antinatural. Nos miramos unos a otros y por supuesto el primero en romper el silencio, fue Klaus.
-Yo no sé vosotros, pero esta noche creo que es mejor no dormir solos, sobre todo, todos deberíamos estar cerca de Vanya. Nuestra chica bom-bom se puede despertar con ganas de rematar la faena.
-¡Klaus!
-Allison, no me grites en la oreja, ya se que tu garganta en ese mini cuerpo de animadora funciona bien. -La colleja estaba ganada y merecida en opinión de todos, menos Klaus, claro.
-Ningún cuarto es tan grande para que entremos todos.
-Gracias por lo obvio Diego, pero la buhardilla lo es, solo tenemos que llevar los colchones allí.
-Chicos, no es por joder la noche, pero acabo de volver a tener cuerpo y no creo que sea buena idea que duerma con vosotros.
-Tonterías, en comparación con Vanya ya no tienes el título del terror. Luther y yo llevaremos allí los colchones, Allison y Klaus cambiareis a Vanya, Diego y Ben pueden bajar por algo de comer, me muero de hambre.
Lo más insólito no fue que una vez dicho todos lo hicimos, o que ni Pongo ni Grace nos detuvieran, para mí, lo más impar fue que una vez acostados todos, con Vanya aun k.o., todos caímos dormidos en esa improvisada fiesta de pijamas. Fue una noche sin pesadillas o gritos.