Día 17 - Hyakume
Al interior de un frondoso bosque, donde la luz del sol apenas se logra ver debido a sus hojas, se encuentra un pequeño templo abandonado.
El dios de dicho templo había abandonado su hogar luego de que las plegarias disminuyeran. El templo estaba tan lejos del pueblo que era natural que perdiera visitas año a año, hasta solo quedar un frío lugar.
Aun así, pese dejar de ser el hogar de un dios, se había transformado en el hogar de un yokai bastante especial, su nombre era Haku y era un Hyakume.
Desconociendo el como había nacido o el propósito de su existencia, Haku decidió aferrarse a ese templo como su nuevo hogar tras escapar de muchos lugares. Al ser un Hyakume, tanto humanos como yokais temían de él y los ojos de su cuerpo, lastimándolo de por medio.
No odiaba a los humanos, y tampoco a los yokais, sino más bien les temía. Temía tanto ser lastimado que decidió permanecer oculto en aquel templo que ahora se había vuelto su refugio. Tenía todo lo necesario en ese lugar, un techo para refugiarse del frío y naturaleza para alimentarse de la energía que emanaban.
Pese a todo, aun existían algunos yokais que llegaban hasta el templo abandonado y, al verle le lanzaban piedras con tal de alejarle. De este modo transcurrieron los años, en donde Haku hacía todo lo posible para estar escondido.
Un día, un kitsune de cinco colas y cabello platinado llegó hasta el templo, Haku como era de esperar se escondió lo mejor que pudo, pero este yokai logró encontrarle. Asustado, pensó que volvería a ser lastimado, pero contra todo pronóstico, lo que recibió fueron suaves palmadas sobre su cabeza.
El kitsune amablemente curó sus heridas, conversó con él y le ayudó a resolver su problema, enseñándole magia. De esta forma Haku aprendió a defenderse y cuidar de su hogar. El kistune se retiró de la noche a la mañana sin esperar nada a cambio. Haku, ahora siendo capaz de usar magia, procuró crear una ilusión de sí mismo, haciendo que adoptara una grotesca apariencia, para asustar a quienes se acercaban al templo.
Sus días se volvieron más tranquilos. Finalmente había logrado tener paz en su hogar. En las noches, observaba cada ves que podía la luna, recordando la cabellera del kitsune, esperando ser capaz de volver a ver a tan amable yokai.