
Los regalos
Capítulo 3: Los regalos
Lo primero que hizo Scrooge al levantarse fue buscar a Donald con la mirada. Recordaba que le había estado haciendo un masaje y que se había quedado dormido. Encontró a Gus dormido y a Fethry ordenando, pero no había ni rastro de Donald. Decidió ir a buscarlo, pero solo se encontró con Hortence y Quackmore. Ambos se encontraban un tanto apartados, con las ropas y plumas desordenadas por lo que decidió darse prisa, no quería interrumpir a la pareja.
Estaba por marcharse cuando Hortence notó su presencia. Su rostro se endureció de inmediato y, contrario a lo que Scrooge pudo esperar, ella acudió acudió su encuentro.
—¿Por qué viniste?
—Ya te lo dije, perdí una apuesta.
—¿Qué clase de apuesta?
—Un juego de mesa.
No era una mentira. Ambos habían estado jugando uno de esos juegos para parejas y acordado que quien ganara podría pedirle cualquier cosa a quien perdiera, algo de lo que no podía hablar con nadie y menos con la madre de su amante, la conocía y sabía que de enterarse, su integridad estaría en peligro.
—¿Ese es tu único motivo?
—¿Por qué insistes? No oculto nada.
—Porque todo esto si extraño, no nos visitaste en años y te apareces de la nada.
—Tú también pudiste visitarme, sabías bien dónde estaba.
—¿Nos habrías recibido?
Scrooge calló. Sabía que su hermana tenía razón. Si bien era cierto que él se sintió culpable por lo que le hizo a la gente de aquella tribu y que tenía intenciones de cambiar, también lo era que estas se desvanecieron durante el recorrido a Duckburg. Se mantuvo haciendo negocios, endureciendo su corazón, ser el pato más rico del mundo se convirtió en su único propósito. Se topó con todo tipo de gente y aunque corazón fue endureciendose hasta el punto en que no quería a nadie cerca.
Donald había cambiado eso, pero era algo que no estaba dispuesto a admitir en voz alta.
—Eso pensé —respondió Hortence con amargura —, y pensar que —du hermana calló, parecía dolida, algo inusual en ella —, no importa.
A Scrooge le dolía ver esa expresión en el rostro de su hermana, expresión que había visto en el rostro de Donald en más de una ocasión.
—¿Por qué te quedaste? —volvió a preguntar Hortence.
Scrooge sabía que a Hortence no le agradaría saber su respuesta y que, conociendo su temperamento, era mejor que no dijera nada.
—¿Acaso eso importa?
Hortence lo estudió con la mirada, parecía que buscaba algo. Después de unos segundos, que a Scrooge le parecieron eternos, desistió.
—Aquí no hay ningún tesoro.
—¿Qué te hace pensar que busco uno?
—Eres Scrooge McDuck, siempre estás buscando formas de enriquecerte.
—Sé por qué dices eso y lo entiendo.
Scrooge tenía fama de despiadado. No regalaba nada y era implacable a la hora de hacer negocios. O al menos esa era la imagen que él mismo se había encargado de crear. Durante años había permanecido encerrado en su mansión, hasta que un día hizo una años puesta con Glumgold y salió en busca de un tesoro. Donald le había devuelto su espíritu aventurero y, junto a Della y los trillizos, el deseo de pertenecer a un hogar. Ellos hicieron que hiciera sus intereses a un lado y que prefiriera el bienestar ajeno.
—Puedes irte cuando quieras, nadie te lo reprochara.
—Deberías saber que nadie me obliga a hacer nada.
Hortence no agregó nada más. Seguía molesta, al igual que Donald, era muy transparente, pero no se veía tan furiosa como lo había estado el día anterior. La vio marcharse mientras que se preguntaba si debía detenerla.
—Desayunamos en media hora—le dijo Hortence —, no llegues tarde, los niños están ansiosos por abrir los regalos.
—Della y Fethry también.
—También hablaba de ellos cuando dije niños.
Scrooge vio a Hortence sonreír y, por primera vez en años, sintió que las cosas estaban mejorando entre ellos. Inconscientemente le devolvió la sonrisa.
Donald le había hablado del intercambio de regalos que solían hacer para navidad, también le había dicho que a él le correspondía obsequiarle algo a los trillizos. Había ordenado que envolvieran tres aviones de control remoto al gerente de una de sus fábricas de juguetes, convencido de que los amarían, después de todo era el juguete del momento.
De camino se encontró a su hermana, ella no lo vio. Matilda había encontrado a Daphne debajo del muérdago y ambas se estaban besando. Scrooge la había visto deseosa de salir con un vaquero, ella y Hortence no habían sido muy sutiles con ello, pero era la primera vez que la veía tan enamorada. Una parte de él deseaba acercarse a ella, saber qué había sido de su vida y recordar aquellos tiempos que compartieron en Glasgow, pero su orgullo no se lo permitía y el orgullo era más fuerte.
En el caso de Hortence no estaba tan sorprendido. La última vez que había visto a Quackmore fue cuando su hermana menor lo contrató en la boveda y en aquel tiempo eran novios. Discutían mucho, era cierto, seguían haciéndolo, no tenía sentido negarlo, pero también lo era que la atracción entre los dos había sido evidente desde la primera vez que discutieron.
Della, Fethry, Huey, Dewey y Louie se encontraban desenvolviendo los regalos. Todos se mostraron muy emocionados al ver sus obsequios, en especial los trillizos quienes tomaron sus aviones de juguete y salieron a jugar al patio.
—Ven, tío Scrooge —le dijo Della —. Hay un regalo para ti.
Scrooge se acercó. Tomó la caja que Della había señalado y la abrió, teniendo especial cuidado con la envoltura. No era porque la encontrara especialmente bonito, sino por la certeza de que en algún momento podría llegar a necesitarlo.
Supo que era de Donald en cuanto lo vio. Poco antes le había comentado lo mucho que deseaba tener una gaita escocesa y no creía que fuera casualidad el que recibiera una en esa navidad. Estaba por tocarla cuando fue interrumpido por Elvira.
—¡Qué bueno que te veo! —le dijo Elvira —, ve a la cocina y ayúdanos ayúdanos servir el desayuno.
Scrooge no tuvo oportunidad de negarse. Elvira prácticamente lo arrastró hasta la cocina. Vio a Donald cocinando y Gladstone tratando de robar algunos panqueques.
—Scrooge vino a ayudar con el desayuno —Elvira le quitó la gaita —, te la devolveré después. Gladstone, espera el desayuno.
Gladstone obedeció pese a que no estaba de acuerdo con lo que su abuela había dicho. Robó una cucharada de la mezcla y se dirigió al salón, sitio en el que se staba reuniendo la familia.
—Comencemos con el ponche de huevo —le dijo Elvira —, puedes servirlo en lo que guardo tu obsequio.
—No se vale robar —le advirtió Donald —, y no es excusa que la abuela prepare el mejor ponche del mundo.
Scrooge había llenado la bandeja cuando sintió que alguien lo besaba. Fue tan solo un roce y él quería más.
—Estabas debajo del muérdago —le dijo Donald con tono burlón.
—No entiendo por qué ponen esas cosas —Scrooge estaba ofendido, no por el beso, sino por la forma en que fue sorprendido. Donald parecía tener un don para atraparlo con la guardia baja.
—Idea de tía Daphne, ella dice que es una tradición que no puede faltar, aunque todos sabemos que es una excusa para besar a tía Matilda.
—Pero todos son familia.
Donald se río al escuchar esa respuesta.
—También hay matrimonios, Matilda y Daphne están comprometidas.
—Sabes a qué me refiero.
—También se pueden dar besos en la mejilla ¿sabes? Della y yo acostumbramos a usarlos para molestar a los trillizos. Dicen que ya están grandes para besos y mimos, pero el muérdago es el muérdago y debe cumplirse la tradición.
Scrooge se encontró con Elvira en la salida de la cocina. Ella le sonrió de manera amable y le cedió el paso. En cuanto llegó a la sala se encontró con la mayor parte de la familia. Hortence y Matilda lo veían fijamente, pero no había hostilidad en usted rostros, sino sorpresa y él entendía el motivo. Si bien era cierto que Scrooge McDuck no le temía a ningún trabajo también lo era que su orgullo era demasiado grande, algo típico de los McDuck.
Decidió acercarse a ellas, demostrarle que nada podía intimidarlo, pero lo que encontró fue muy diferente. Hortence y Matilda le sonrieron y no había burla en ese gesto. Esa sonrisa era la que solían dedicarle cuando era un niño y les contaba acerca de lo que había logrado trabajando.
—¡Nosotros también queremos ponche! —se quejaron los niños.
—Les traeré después, estos vasos son muy grandes para ustedes.
Scrooge no sabía si el ponche que estaba sirviendo contenía licor y prefería no arriesgarse.
—Quackmore, Gus —los llamó Elvira —, ustedes también pueden ayudar.
Quackmore y Gus obedecieron de inmediato. Ellos acompañaron a Scrooge a la cocina y lo ayudaron ayudaron repartir el ponche. Della y Lulubelle se encontraban decorando los panqueques por lo que tuvieron que esperar un poco para repartirlos. Ambas tenían restos de crema batida y dulce de leche en el rostro.
—Esperemos que el próximo año nos acompañe —le dijo Lulubelle y su sonrisa era sincera —, sé que ayer las cosas estuvieron un poco tensas, pero somos familia y la familia debe permanecer unida.
—Especialmente en Navidad —agregó Della —, no querrás que los espíritus navideños te visiten o ser el fantasma que anuncie su llegada.
—Tonterías —se quejó Scrooge.
Della y Lulubelle le sacaron la lengua de forma burlona y continuaron con su trabajo.
—¡Eider! —Lulubelle llamó a su esposo —. ¿podrías traer más bastones de caramelos y botonetas?
—Te dije que no usaras demasiado —se quejó Eider —, Gladstone, Abner, ustedes vendrán conmigo.
—No voy a cargar nada —se quejó Gladstone.
—Con tu suerte es suficiente.
Eider, Abner y Gladstone regresaron poco después, los dos primeros cargaban con pesadas cajas, llenas de bastones de caramelos, botones y muchos malvaviscos, aunque no se les había encargado.
Los trillizos, Della, Lulubelle, Gus y Fethry fueron los más emocionados al ver los dulces y también los únicos que intentaron apoderarse de una parte. No pudieron hacerlo pues Elvira se los prohibió.
Scrooge no se marchó de inmediato. Aseguró que se quedaba por la comida, nadie le creyó.