
Navidad en familia
Capítulo 2: Navidad en familia
Scrooge había imaginado algo muy diferente cuando Donald le advirtió que no podría dormir si que quedaba con él en la sala. Asumió que estarían a solas y que tendrían algo de tiempo para los dos, no que tendrían que lidiar con tres niños incapaces de esperar a la mañana de navidad, cinco si incluía a Fethry y a Della.
—Te estoy viendo, Huey —lo regañó Donald —, sé que estás detrás del sofá.
Scrooge vio a un patito saliendo de su escondite. Llevaba una pijama negra, el gorro probablemente se le había caído poco antes. Mentalmente se preguntó cómo es que Donald y Della podían reconocerlos. Para Scrooge los tres se comportaban y actuaban exactamente igual. No creía que fuera el único en pensarlo, había visto que muchos los identificaban por los colores que soían vestir.
—¿Sabes qué puedes hacer para que pase más rápido el tiempo? —Huey negó —. Dormir y antes de que te des cuenta, tú y tus hermanos estarán abriendo sus regalos.
Huey hizo un puchero, pero no se quejó. Recogió un gorro rojo del suelo y se dirigió a su dormitorio, Scrooge esperaba que a dormir y no a planear su siguiente movida, pero sabía que no sería así, en especial cuando vio a Donald sacar a Dewey y a Louie del árbol navideño.
—Vayan a dormir, niños —les dijo Donald, su voz denotaba severidad —. Los estoy viendo, sé que están del otro lado de la puerta.
Los pequeños patitos se dejaron ver, bajaron la cabeza y siguieron los mismos pasos del trillizo faltante. Fue en ese momento que Scrooge notó que uno de los obsequios se estaba moviendo. Dar con el hilo de caña de pescar que estaban usando para esa tarea no fue difícil, aunque no tan sencillo como dar con los responsables, Della y Fethry estaban ocultos detrás de uno de los muebles, tirando del hilo.
—¡Tío Scrooge! —se quejó Della —. Solo queríamos proteger los regalos.
—Sabíamos que los trillizos intentarían tomarlos y pensamos en esconderlos antes de que pudieran tomarlos.
—Descuida, Donald y y yo estamos haciendo un buen trabajo.
—Y nosotros queremos ayudar.
—¿Seguros de que ese es el único motivo? —les preguntó Scrooge.
No conocía a Fethry, pero sí a Della y sabía lo imprudente e impulsiva que podía llegar a ser. También estaba enterado de que ella se había ofrecido a cuidar de los obsequios y que su ofrecimiento, al igual que el de Fethry, había sido rechazado. Donald se lo había contado cuando le explicó lo que tendrían que hacer esa noche.
—También queríamos darle un vistazo.
—Podrán hacerlo mañana, cuando sea el momento de desenvolverlos.
—Por fis —suplicó Della —, hazlo por mí, por todas las navidades que no pasamos en familia.
—Y por mí —agregó Fethry —, el sobrino al que nunca conociste.
Scrooge amenazó a Della y a Fethry con su bastón, provocando que ambos salieran corriendo. Mentalmente se dijo ue tendría que trabajar más en su imagen. No podía permitir que comenzaran a verlo como a alguien blando, incluso si se trataba de su familia. Se dijo que Della y los niños podrían pedirle los regalos que no les había dado y Donald podría querer un trato preferencial en el trabajo.
Decidió consultar su reloj. Ver la hora no lo hizo sentir más animado. Eran pocos los minutos que habían pasado desde la medianoche y muchas las horas que faltaban antes del amanecer. Una parte de él quería permitir que los niños tomaran los regalos y terminar con todo eso, pero otra parte no podía permitir algo así, su orgullo que no estaba dispuesto a aceptar una derrota, incluso si se trataba de algo que consideraba tan absurdo.
—¿Quieres café? —le preguntó Donald —, también puedo traer algo de queque navideño.
Scrooge asintió. No tenía sueño, estaba acostumbrado a trabajar hasta tarde, pero era comida gratis y pocas veces podía negarse a algo gratis, incluso si era basura. Era el pato más rico del mundo y lo era por un motivo.
Ver ceniza cayendo por la chimenea le hizo saber que no estaba solo.
—Donald ¿sabes con qué puedo encender una chimenea? —Scrooge hizo una pausa y revolvió unas cuantas cosas —. No importa, ya encontré algo.
—¡Espera, tío Scrooge! —gritaron Della y Fethry al unísono —. ¡Estamos en la chimenea!
—Santa Claus está en la chimenea —Scrooge pretendió no saber nada —, siempre he querido quemar u gordinflón trasero.
Della y Fethry se dejaron caer de golpe, levantando una nube de polvo en cuanto tocaron el suelo. Scrooge no pudo contener la risa.
—¡Tío Scrooge! —se quejaron los patos más jóvenes.
—¿Qué? —pretendió inocencia —. Santa Claus sabe lo que hizo y ustedes también. Vayan a limpiarse antes de que ensucien todo.
Donald se topó con Della y con Fethry en la puerta, pero todo lo que hizo fue limitarse a cederles el paso.
—¿Acostumbran hacer eso?
—Todos los años.
Scrooge aceptó el café y el queque navideño que Donald le ofreció.
—La navidad antes de la pasada estuvieron cerca, por suerte tía Matilda estaba un paso por delante y colocó cajas vacías debajo del árbol.
Scrooge se río por unos momentos y calló al notar la mirada de Donald. Tenía esa sonrisa que solía mostrar en varias ocasiones y que no había podido descifrar.
—¿Qué?
—¿Qué?
—Yo pregunté primero.
Donald le robó un beso fugaz, algo que solía hacer con relativa frecuencia. No era algo que molestara, al contrario, pero no era algo que estuviera dispuesto a admitir.
—Debiste haberme dicho desde el principio.
—No quería asustarte.
—¿Asustarme? —Scrooge McDuck estaba ofendido —. Soy Scrooge McDuck, el más listo de los listos y el más duro de los duros. Cuidar de esos regalos es un juego de niños para mí.
Un grupo de gallinas interrumpió esa conversación. Aquellos animales corrían de manera descontrolada, subiéndose sobre los muebles y haciendo bastante escándalo.
—Encárgate de las gallinas —le dijo a Donald —, yo me encargaré de los regalos.
Donald asintió y comenzó a atrapar a las gallinas. Dar con los patitos no fue difícil, los niños se encontraban gateando en dirección al árbol navideño.
—Debo admitir que eso fue bueno, pero no lo suficiente.
—Hagamos un trato —le dijo el trillizo de gorro verde —, tú nos dejas ver los regalos y nosotros te dejamos dormir.
—Déjenme pensarlo —Scrooge pretendió pensarlo, pero todo lo que hizo fue cargar a los pequeños —. No.
—¡Por fis!
—¡Te daremos nuestros dulces!
—Tentador, pero sigue sin ser suficiente.
—Debe haber algo que quieras.
—Hay algo, pero ustedes no lo tienen —respondió Scrooge burlón.
—¿Es comida?
—¿Es dinero?
—¿Es el manual de los Jóvenes Castores?
—Tentador, pero ninguno tiene razón.
Los trillizos intentaron adivinar cuál era el precio de Scrooge sin resultado. Después de unos minutos comenzó a ser evidente que tenían problemas para mantenerse despiertos.
Donald regresó poco después de que se quedaran dormidos.
—¿Puedes cuidar de los regalos en lo que llevó a los niños al dormitorio?
—Della y Fethry necesitarán ser más que listos si pretenden engañarme y lo digo en serio, esos disfraces de cajas son bastante malos.
Della y Fethry salieron de las cajas que habían usado a modo de disfraz. Ambos estaban en el pasillo y planeaban aprovechar el alboroto que los trillizos habían provocado.
—¿En serio, Della? A veces no sé quienes son peores, si los trillizos o tú y Fethry.
Ambos se mostraron avergonzados. Scrooge sospechaba que el motivo de su vergüenza era el que los descubrieran y no lo que estaban haciendo.
—Deberían ir a dormir, no lograrán nada aquí.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Della, pero ella no dijo nada. Scrooge reconoció esa sonrisa como la misma que solía hacer cada vez que planeaba algo. La última vez que la había visto fue poco antes de que saliera en una aventura con Donald, la piloto había organizado una fiesta en la ausencia de su hermano.
—Donald, creo que deberías darte prisa en dejar a los niños en su dormitorio.
—¿Por? —un codazo bastó para que Donald entendiera —, voy en seguida.
Della y Fethry hicieron exactamente lo que Scrooge estaba esperando. Ambos pretendieron tener mucho sueño y siguieron de inmediato a Donald.
Scrooge sabía que Donald sería embaucado, o como mínimo perseguido por un rato, pero no le molestaba. Eso los mantendría alejados de los regalos y eso era lo único que le importaba. La idea de atarlos pasó por su mente, pero decidió que su situación familiar ya era demasiado mala y que lo mejor era no empeorarla.
—¿Sigues aquí? —le preguntó Matilda, su voz denotaba rencor.
—Alguien debe cuidar los obsequios —era fácil pretender que no le importaba, llevaba años fingiendo que el dinero era lo único que le importaba. Con Donald era más difícil, incluso desde antes de que se convirtieran en pareja.
—No parece ser como algo que harías.
—No sabes nada de mí.
—Ambos sabemos quién tiene la culpa.
Scrooge quería decirle que había intentado buscarla, que muchas veces se encontró deseando saber más de ellas y que incluso consideró contratar a un investigador privado, que por años la soledad lo había abrumado, pero que al final el orgullo fue más fuerte y que terminó por encerrarse en su bóveda.
—Tenía un imperio que construir.
—Claro, típico de Scrooge. Puedes irte, le diré a Donald que Daphne y yo los cubriremos.
Scrooge señaló el colchón en el suelo, lugar donde él y Donald habían estado acostados poco antes.
—Puedes ir al granero, hay camas extra.
Scrooge estaba por dejar la habitación cuando se encontró con Daphne. Su cuñada no parecía molesta con su presencia, al contrario, parecía feliz de tener una familia más grande con la que celebrar.
Scrooge la ignoró, no se sentía con ánimos de hablar con ella. La discusión con su hermana lo había afectado más de lo que le gustaría admitir. Daphne no le dio importancia, todo lo que hizo fue acurrucarse al lado de Matilda y envolverse con las cobijas.
Scrooge se dirigió al granero, pero no se durmió de inmediato. Utilizó su computadora portátil, ese dispositivo que se había obligado a adquirir para poder monitorear sus negocios en todo momento y mantener su lugar como el pato más rico del mundo. Saber que no estaba solo no afectó su trabajo y solo se detuvo cuando Donald llegó al granero.
—¿No crees que es muy tarde para estar despierto? —le preguntó Donald.
—Ya he perdido mucho tiempo —se quejó Scrooge, en ningún momento apartó la mirada de su computadora.
Donald cerró la computadora portátil de golpe y se la quitó a su tío antes de que este pudiera hacer algo para evitarlo.
—¿Cuál es el problema?
Donald se acercó a Scrooge y comenzó a hacerle un masaje sobre los hombros.
—Es mejor que descanses, mañana será un largo día.
Scrooge no quería dormirse, pero el cansancio comenzaba a pasarle factura y los masajes de Donald no ayudaban. Su tacto lo hacía sentir relajado, muy relajado.