La familia de Donald

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La familia de Donald
Summary
Donald invita a Scrooge a la cena navideña, quería presentarlo como su novio, pero las cosas no resultan como esperaba, no sólo por una vieja disputa entre Hortence, Matilda y Scrooge sino por el hecho de que eran hermanos.
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Cena navideña

Capítulo 1: Cena navideña

Scrooge no celebraba la navidad, ni siquiera cuando era niño. Por mucho tiempo era considerada ilegal en Escocia y, aunque él dejó su tierra natal a los trece años, no tuvo la oportunidad ni el deseo de participar en dicha celebración. Él prefería trabajar, buscar formas de enriquecerse y consideraba que las fiestas, especialmente la navidad eran solo un desperdicio de dinero y de tiempo.

Luego llegó Donald a su vida. La primera vez que pasaron la navidad juntos fue durante un viaje de negocios, había encontrado información sobre un barco hundido y no quiso esperar para ir a buscarlo. Los trillizos fueron el motivo por el que quiso celebrar por primera vez la navidad, ellos, en compañía de Della y de Donald le habían hecho un regalo, una tarjeta y una caja musical, eso lo había conmovido.

Sus motivos para celebrar navidad nuevamente no fueron tan dulces, de hecho se podría decir que estaba en la casa de la abuela de Donald en contra de su voluntad. Su novio le había propuesto jugar un juego de mesa e hicieron una apuesta que él perdió. Varias veces consideró retirarse y estuvo a punto de inventarse una excusa, no se decidía entre una enfermedad o una reunión de emergencia, pero siempre desistía, su orgullo era más fuerte.

—No será tan malo —le dijo Donald mientras ataba las corbatas de sus sobrinos. Hizo una pausa y le dijo en un susurro —, además si te portas bien, prometo compensarte.

Scrooge sintió sus mejillas calentarse. Tenía una sospecha de lo que Donald estaba insinuando y ciertamente pensaba que, de estar en lo correcto, valía la pena asistir a una cena navideña.

—¿Puedes cuidar a los niños en lo que termino de vestirme?

Scrooge asintió, demasiado distraído para ser consciente de lo que había hecho. Un segundo fue lo que necesitaron los trillizos para desaparecer de su vista y un minuto lo que necesitó para encontrarlos. Los niños estaban en la cocina, en compañía de Della, tratando de robar el puré de papas que Donald había preparado para la cena navideña.

—Muy mal —les regañó Scrooge. Los trillizos y Della bajaron la cabeza avergonzados —, esa no es la forma de abrir una alacena.

—Muestranos cómo se hace —le desafío Della, ella y los patitos se mostraron felices por su cómplice.

Scrooge obedeció. Un golpe fue todo lo que necesitó para abrir la alacena, mas no tuvo la oportunidad de apoderarse del botín. Donald, a medio vestir, tomó el puré de papas y volvió a guardarlo. No regresó a su dormitorio, sino que se quedó en la cocina, abotonando su camisa y amarrando su corbata.

—Recuerden ir al servicio ahora que tienen tiempo, porque no haré paradas durante el camino.

—No lo necesitamos —respondieron Della y los niños al unísono.

—¿Seguros? —insistió Donald y luego se dirigió a Scrooge —, eso también te incluye.

Scrooge asintió, un poco ofendido al ser tratado como un niño.

—Recuerden que no haré paradas en el camino y que la granja está a las afueras de la ciudad.

Della, Huey, Dewey, Louie y Scrooge volvieron a asentir. Los cinco se mostraron un tanto molestos por lo que Donald decidió tomarles la palabra. No pasaría mucho tiempo antes de que tuviera que retractarse y detenerse en una estación de servicio. Los cinco patos que se habían negado a ir al servicio necesitaban de uno.

Donald aprovechó la ocasión para comprar una Duck-Cola. El que los niños se retrasaran hice que se distrajera y terminara comprando una caja de gaseosas. Cuando se dio cuenta de su error, era demasiado tarde, Della había abierto la caja.

—Son para la cena navideña —comentó Donald en un intento por disimular.

Scrooge fue el único que no le creyó. Tampoco le interesó, solo se limitó a tomar el refresco y a beberlo en lo que Donald buscaba a los trillizos. Cada uno llevaba una pila de dulces y bocadillos que Donald no pudo devolver.

El viaje fue largo. Tuvieron que hacer más paradas para usar el servicio e incluso se quedaron atorados en medio de una presa. Un camión se había quedado sin gasolina por lo que se quedaron atorados en medio de la carretera por horas.

Scrooge no se quejaba. No eran solo sus inexistentes deseos de participar en una cena navideña, sino el hecho de que se encontraba cómodo. Había comprado un periódico de finanzas en la estación de servicio por lo que podía revisar el estado de sus empresas y su mano libre estaba apoyada sobre la pierna de Donald, algo que no era visible desde los asientos traseros.

—¡Tenemos hambre! —se quejaron los trillizos y Della al unísono.

—Pueden comerse las golosinas que compraron en la estación de servicio.

—¡Ya se acabaron!

Donald cubrió su frente con su mano, se veía tenso y, probablemente lo habría estado más de no ser por las caricias de su novio.

—Vi un restaurante hace poco —comentó Louie en un intento por parecer inocente —, podríamos ir a comer algo o comer lo que llevamos para la cena navideña.

—De acuerdo, pidan algo para llevar y dense prisa, no sabemos cuándo podremos avanzar. No se olviden de traerme algo.

Los niños y Della se mostraron emocionados al escuchar esas palabras. Scrooge decidió acompañarlos. Si bien quedarse a solas con Donald era tentador, también tenía hambre y dudaba que pudiera hacer todo lo que deseaba con tantos vehículos cerca y con el tiempo condicionado.

Horas después se encontraban en la granja de Elvira. Donald se disculpó por el retraso, pero fue ignorado. Toda la atención de Hortence, quien había abierto la puerta era de Scrooge, el hermano al que no había visto en décadas.

—¿Scrooge? ¿Qué haces aquí? —preguntó Hortence, su voz denotaba ese mal temperamento que era usual en ella.

—Yo lo invité, él es mi...

—No sabía que estarías aquí —lo interrumpió Scrooge, su mirada se encontraba fija sobre Hortence.

Reencontrarse con su familia era algo que Scrooge había evitado durante años y que, aunque había considerado, nunca llegó a concretar. Él era el pato más rico del mundo y muchas veces se dijo que estaba mejor solo. En el fondo sabía que eso no era cierto y que no quería una vida sin Donald a su lado.

—Es la granja de mi suegra, es una tradición celebrar en familia.

—Traje puré de papas con salsa —interrumpió Donald, se notaba incómodo y no era el único en estarlo.

—Y yo galletas de jengibre —agregó Della con el mismo tono de voz.

Para Scrooge era obvio lo que planeaban, también que no funcionaría. Matilda también se veía furiosa y era solo cuestión de tiempo para que el temperamento McDuck se hiciera presente.

Scrooge planeaba retirarse, convencido de que eso era lo mejor, pero Donald lo sostuvo de las manos y lo llevó a rastras hasta la mesa. En cuanto estuvo sentado se dedicó a observar a los invitados, no conocía a la mayoría y esperaba que sus suegros formara parte de ese grupo, no quería ni pensar en lo que podría pasar si Hortence fuera la madre de Donald.

—Sé lo que planeas —le dijo en un susurro —, y no lo harás, recuerda, hicimos una apuesta.

—¿Sabes que me cobraré todo? —respondió en el mismo tono.

—Todo saldrá bien.

Scrooge lo miró con incredulidad y confirmó que Donald hablaba en serio. No le sorprendió, muchas de las suposiciones de Donald solían estar erradas.

—¿Desde cuando celebras la navidad? —le preguntó Matilda, el reproche era palpable en su voz.

—Perdí una apuesta.

—¿Qué tipo de apuesta?

—Preferiría no hablar de eso.

Scrooge no lo hacía únicamente por pudor. Si Donald era sobrino político de Hortence, algo que sospechaba, sabía que ella no estaría muy feliz de saber acerca de la clase de juegos que estuvieron practicando o lo que lo había hecho perder.

—Scrooge no es tan malo —intervinó Donald —, admito que a veces se comporta como un tirano, pero también tiene sus momentos. El año pasado nos hizo varios regalos y pasamos una agradable velada bajo el mar.

—Eso no compensa que estuvieran lejos de su familia —agregó Hortence, su mal humor seguía presente.

—Y siempre nos lleva a lugares divertidos —en esa ocasión fueron los trillizos quienes hablaron. Scrooge tenía problemas para diferenciarlos.

—Apuesto que a buscar tesoros o dinero —comentó Hortence —, el viejo Scrooge solo piensa en dinero y en cómo hacerse más rico.

—No estoy viejo —comentó molesto —, y el dinero no es mi única preocupación, la aventura también es importante.

—¿Por qué me cuesta tanto creerte?

Scrooge sabía el motivo. Hubo un tiempo en el que Hortence y Matilda lo acompañaron en sus aventuras y ambas fueron testigo de una de sus peores facetas. En esa ocasión había intentado comprar unas tierras al jefe de una tribu indígena, este no solo se negó sino que también lo ridiculizó frente a sus hermanas. Scrooge se vengó, destruyó su poblado y lo engañó para que le vendiera sus tierras.

—No lo sé, quizás es porque no me conocen realmente.

—Dime, Scrooge ¿alguna vez has pensado en enamorarte y formar una familia?

Scrooge observó de reojo a Donald y supo que él estaba pensando en lo mismo. No solo había pensado en formar una familia, sino que también había elegido a la persona que quería tener a su lado.

—¿Qué te hace pensar que no lo he hecho?

—No cuenta, la dejaste porque te importaba más el dinero.

—Y si te dijera que estoy viendo a alguien ¿qué dirías?

—Estás aquí —le acusó Hortence —, celebrando la navidad con mis hijos y nietos, no con tu pareja —lo último lo dijo de forma sarcástica.

Scrooge se vio tentado de decir que sí estaba pasando la navidad con su pareja, pero calló de pronto al ser consciente de lo que había dicho su hermana.

—¿Donald y Della son tus hijos?

—Sí ¿por qué tan sorprendido?

Scrooge se dijo que lo mejor para su propio bienestar era no responder a esa pregunta, también pensó en lo mucho que deseaba que nadie, especialmente Donald, supiera que Hortence era su hermana, pero sabía que eso no era posible, menos en la situación en la que se encontraba.

—Por nada.

—¿De dónde se conocen? —preguntó Fethry.

—Somos hermanos —respondió Matilda luego de una larga pausa.

Della y los trillizos comenzaron a celebrar. A Scrooge le alegró saber que ellos lo aceptaban. Él también los quería y los consideraba familia. Buscó con la mirada a Donald y no supo cómo interpretar su reacción, o la falta de esta.

—¿Qué? —fue lo único que dijo Donald, parecía no poder creer lo que escuchó.

Scrooge decidió que debían hablar a solas. Tomó su teléfono y pretendió haber recibido un mensaje.

—Donald, sígueme, tenemos que hablar sobre el trabajo.

—Es navidad —le reclamó Hortence.

—Descuida, planeo devolverlo —al ver la expresión de su hermana agregó —, pronto.

—Espero que así sea, no me gustaría que se enfriara la cena.

Donald no opuso resistencia, probablemente demasiado abrumado por lo que había descubierto. Ambos se dirigieron a la parte trasera del granero y se apoyaron debajo del símbolo de la suerte que había sido pintado años atrás, antes del nacimiento de Daphne.

—Así que eres mi tío —le dijo y su rostro mostró señales de enojo —. ¿Cómo es posible? ¿acaso lo sabías? ¿por qué no dijiste nada?

Scrooge negó.

—Es la primera vez que hablo con ellas en más de veinticinco años.

Donald se dejo caer con pesadez. No se veía enojado, pero sí afligido. Scrooge odiaba verlo de ese modo, incluso prefería que estuviera enojado. Lidiar con un Donald enojado era más fácil que con un Donald triste o decepcionado.

—No puedo creer que seas mi tío.

Scrooge no se sintió ofendido, él también pensaba lo mismo. Donald había demostrado ser un pato valiente, inteligente, noble y se había ganado más que su respeto. En más de una ocasión lo había considerado digno de pertenecer al clan McDuck, pero esa no era la forma en que quería que se integrara a su familia.

—¿Y sabes que es lo peor de todo? —Donald siguió hablando, no parecía esperar una respuesta de Scrooge —. Es que no me importa. Sé que debería sentirme asqueado, pero no lo hago, incluso me gustaría que las cosas continuaran del mismo modo. Debes pensar que soy un degenerado.

Scrooge ni siquiera lo había considerado, en el fondo sospechaba que era porque ambos pensaban del mismo modo. Sus sentimientos no habían cambiado ni un poco y eso le parecía reprochable. Donald era su sobrino, el hijo de su hermana menor, no debería pensar en planes para sacarlo de la cena navideña para pasar una noche buena a su lado, no debería querer besarlo o tener esa clase de pensamientos para alguien con el que compartía lazos sanguíneos.

—Estoy dispuesto a renunciar —Donald continuó hablando y eso lo hizo estremecerse —, poner distancia entre los dos y pretender...

—¿Y si no quiero? —interrumpió —. Te necesito —agregó con dificultad. Perder a Donald era más de lo que podía soportar —. Ya hemos llegado demasiado lejos ¿por qué detenernos ahora?

Los ojos de Donald se posaron sobre los suyos, podía notar la confusión en su mirada y algo más, deseo y esperanza.

—Nadie tiene porque saberlo, podemos seguir viéndonos a escondidas e ir a sitios donde no nos conozcan —Scrooge continuó hablando —, será nuestro secreto.

Donald permaneció callado y Scrooge temió lo peor. Estaba seguro de que lo insultaría e incluso que lo golpearía por dicha propuesta. La respuesta que obtuvo no pudo ser más diferente. Donald sí se lanzó contra él y lo hizo caer de espaldas, pero no lo golpeó, lo besó con fiereza.

—¡Donald, Scrooge! ¿Dónde están?

Ambos se separaron al escuchar esas palabras. Matilda no los había visto por lo que no tenían nada de que preocuparse.

—¡Aquí estamos! —respondió Donald —. Scrooge dice que puedo tomarme el día libre mañana y que planea quedarse.

Scrooge le dedicó una mirada cargada de reproche a Donald. Se le ocurrían tantos motivos por los que no era una buena idea quedarse.

—Te mostraré mi escondite secreto y te daré una recompensa —le dijo Donald en un susurro —, sé de un lugar donde podemos estar a solas.

—¿Podría tener un adelanto?

Donald llevó uno de sus dedos a su pico y comenzó a hacer movimientos bastante sugerentes. Eso fue todo lo que necesitó para convencer a su tío.

Ambos se reunieron con Matilda y regresaron a la cena. Las cosas no fueron más tranquilas. Scrooge, Hortence y Matilda no dejaban de enviarse miradas de reproche mientras que Donald y Gladstone discutían y hacían apuestas que ninguno de los dos podría cumplir.

—Y se supone que nosotros somos los niños —se quejó Huey.

—Vean el lado positivo —comentó Della —, más comida para nosotros.

El brindis navideño se sintió algo tenso. No hubieron insultos, ni reclamos, pero las palabras que se usaron dejaban en claro que los resentimientos del pasado no estaban olvidados.

—Brindo por la familia, por los buenos momentos que hemos compartido y los que vendrán, por el espíritu navideño y por los corazones generosos de aquellos que prefieren dar antes que recibir.

—¡Salud! —dijeron todos al unísono.

Scrooge se sobresaltó cuando sintió una mano acariciando su pierna. No era porque le desagradara el gesto, sino el hecho de que lo había tomado por sorpresa. Observó a Donald, notando la tranquilidad con la que comía, él no habría sospechado de no ser por la mano apoyada sobre su pierna.

Él también se mantuvo calmado. Ignoró a sus hermanas y pretendió que no había notado las caricias de su novio. La situación se tornó más complicada cuando la mano de Donald llegó a su entrepierna. Lo estaba disfrutando, le gustaba la adrenalina que le provocaba la posibilidad de ser descubierto y el tacto de su novio. Esto último era lo que más disfrutaba, Donald parecía saber lo que hacía y conocía su cuerpo, sus puntos más sensibles y la manera en la que le gustaba ser tocado.

—Gladstone y yo trajimos el postre —comentó Daphne orgullosa —, ambos nos ganamos una canasta de pastel navideño.

Donald gruñó por lo bajo y fue el único que no agradeció por el gesto. Los trillizos y Della se rieron de manera burlona.

—Yo traje puré de papas casero —murmuró Donald por lo bajo.

Gladstone le sacó la lengua de forma burlona.

Daphne y Gladstone se apoderaron de la conversación. Ambos hablaron de los premios que habían ganado la última semana y del viaje que estaban por realizar. Scrooge se sintió sorprendido cuando supo que Daphne y Matilda estaban casadas, con Hortence no fue el caso, ella y Quackmore estaban saliendo poco antes de que se distanciara de su familia.

Scrooge observó a Daphne y a Gladstone, ambos tenían mucho en común, el mismo cabello ondulado, los ojos parecidos y una suerte que parecía imposible, mentalmente se dijo que debían ser madre e hijo.

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