
¿Por qué ha abierto Drácula un hotel?- El monstruo diluido
El problema con la humanización del monstruo es cuando ésta llega demasiado lejos. Tal y como dice Friedrich Nietzsche, al ser humano le cuesta reconocer la existencia de ‘otros mundos’ perceptivos, resulta extremadamente difícil reconocer que el mundo tal y como lo conocemos no existe per se, sino que es nuestra interpretación subjetiva de la realidad y que incluso entre los miembros de nuestra especie es difícil – sino prácticamente imposible – coincidir en una única Verdad. Nos resulta extraño reconocer que, por ejemplo los animales, perciben una realidad diferente y numerosos intentos de trasladar la voz narradora a animales u objetos, ha llevado a una humanización de los mismos. Reflejamos nuestra realidad, le damos bigotes y orejas peludas y creemos que hemos conseguido reflejar el punto de vista de un roedor. Esto con criaturas que existen, imaginemos pues darle voz a un monstruo, un ser fantástico que desafía los límites de lo posible con su mera existencia, ¿cómo verá él el mundo? Nos es imposible imaginarlo objetivamente.
Al crear un personaje, el autor le da – consciente o inconscientemente – características propias. Así, la evolución histórica y las referencias que lo forman se convierten en el padre de la criatura, el autor es su madre y, como cualquier madre, querrá que aquellos consumidores vean a su ‘hijo’ bajo la luz más positiva posible.
En la lucha del autor por crear un mundo que pueda comprender en el que incluir a su creación imposible, la solución más sencilla que se ha encontrado es la de convertirlo en “una especie o raza más de las que habitan el mundo”. Los monstruos pierden su característica imposible para transformarse en criaturas de fantasía, así Roas. “Su imposibilidad queda al margen, y las historias se centran o bien en la batalla por el poder entre humanos y no humanos, o bien en la exterminación de unos por otros, o bien en el relato de la convivencia entre ambas comunidades….”
Ejemplos de esto lo encontramos en sagas como “Underworld” [USA, 2003, 2006, 2009, 2012], en la que existen tanto vampiros como licántropos viviendo alegremente entre los seres humanos y luchando por el exterminio de la otra raza; “Twilight” [USA, 2005-2008] en la que una joven adolescente va al instituto y se enamora de un vampiro que convenientemente es vegetariano y cuya reacción al sol en lugar de ser mortal le hace brillar con piel diamantina; o la serie de televisión “Buffy the Vampire Slayer” [1997-2003] en la que una joven se convierte en cazadora de criaturas ‘infernales’.
Esta visión del monstruo como especie puede ser concebida como una amenaza al más puro estilo alienígena – el monstruo existe principalmente como amenaza y agente invasor – o como una especie que está ahí y con la que no hay más remedio que convivir. La primera visión, como explica Roas no crea monstruos físicos sino morales citando a Neil Badmington en su “Pod Almighty! Or Humanism, Posthumanism and the strange case of the Invasión of the Body Snatchers”: “the esential distinction between the human and the inhuman moves from the physical to the metaphysical: humans have feelings; aliens do not.” Roas afirma que “si lo convertimos [al monstruo] en una raza o especie más de las que pueblan el mundo, lo que hacemos con él es naturalizarlo; le extirpamos un rasgo que es común al resto de seres y fenómenos fantásticos: la excepcionalidad.”
En el caso de que se aplique el segundo caso, el monstruo no sólo resulta naturalizado, sino que pierde también su característica distintiva de producir temor. Si a eso se le añade el convertirlo en un ser que no se alimenta de seres humanos, no está limitado a la oscuridad y tiene moralidad, ¿qué nos queda del monstruo original?
En su artículo, Roas cita a varios autores en busca de respuesta a esta pregunta “Dentro de la ficción vampírica actual, por tanto, las barreras entre lo humano y lo monstruoso son cada vez más delgadas y confusas”, plantea Ana Mª Caro en “Vampiros en la ficción televisiva del siglo XXI: el mito inmortal”, mientras que citando a Joan Gordon y Veronica Hollinger (en su “Blood read: the vampire as a metaphor in contemporary culture”) “ya no encontramos seres sobrenaturales como Drácula u otros engendros que sólo piensan en matar o planear cómo matar. El vampiro ahora es una criatura que se preocupa por la ética y por el amor, duda, se arrepiente e incluso desea cambiar, dejar de ser un asesino lo que permite que la moralidad de la historia gane tonos de gris.” Los autores contemporáneos no sólo humanizan a los monstruos, sino que también los actualizan y ‘normalizan’ en sus costumbres y apariencias. ¿Cuántos vampiros hoy en día duermen en sarcófagos rellenos de su tierra natal? A Drácula le hubiese resultado mucho más sencillo trasladarse hasta Londres si no hubiese tenido que cargar con cajas y cajas llenas de tierra. Citando a Jules Zanger y su “Metaphor into metonymy: the vampire next door” Roas comenta que el vampiro – aunque se puede aplicar también a otros monstruos – ya no es un extranjero, no es una criatura ajena a las costumbres del lugar en el que vive. En muchas ocasiones incluso ha presenciado la evolución de una misma ciudad durante generaciones. “Además, consciente de cuál es su situación y el peso del mito en la cultura popular, se convierte en un vampiro autorreferencial que comenta, o incluso ridiculiza los tópicos del género.”
“This is how we’re represented. Unbelievable” [Drácula al ver los vampiros de 'Twilight' en la película de animación “Hotel Transylvania” [USA, 2012]
El vampiro se diferencia de otros monstruos como el licántropo o el Mr. Hyde en tanto que es inmortal, y, por lo tanto se ha convertido en el uno de los más flexibles a la hora de ser adaptado. Al fin y al cabo solo se pueden hacer tantas cosas con hombres-lobo y científicos de personalidad dividida antes de que todo se convierta en una copia falta de innovación, y, por lo tanto, aburrida para el público y éste deje de comprar. El vampiro, se encuentra en la élite, la aristocracia de los monstruos. Con una criatura inmortal se pueden explorar mundos insospechados. Tan pronto puede estar aburrido de su propia existencia, melancólico porque todos sus amigos se han muerto, como perfectamente contento con su vida hasta que individuo X – generalmente (aunque no siempre) del sexo opuesto y suficientes características para ser considerada una Mary Sue[1] - del que se enamora y descubre dos cosas:
1.) O bien que es una criatura despreciable y que debe cambiar su forma de vida para que se adecue a lo que es moralmente correcto consiguiéndolo y finalmente viviendo feliz para siempre con el amor de su vida – lo que desemboca en una historia similar a “La Bella y la Bestia” [Disney, 1991]
2.) O que, a pesar de querer cambiar su vida moralmente errónea, descubra que le es imposible porque, entre otras cosas, su naturaleza monstruosa le lleva a desear sangre más que cualquier otra cosa y no puede vivir sin ella, por lo que acaba encontrando una liberación en la muerte.
El segundo caso es uno de los más habituales entre todos los monstruos – no sólo los vampiros. La muerte trágica del monstruo sirve a varios propósitos, siendo el más importante de ellos la potencialización de la sociedad. El monstruo humanizado se da cuenta de que lo que ha hecho está ‘’mal’, adquiere una conciencia, pierde el último despojo de narcisismo y hae el sacrificio final ‘salvando así su alma inmortal’. Por lo tanto – y como ya hemos dicho más arriba – nuestra visión subjetiva de la inmortalidad, condiciona la visión interior del monstruo, que también se siente compungido a la hora de ver la eternidad extendida ante sí mismo.
Los hombres-lobo y los Hyde tradicionales fueron los primeros en sacrificarse con tal de eliminar su ‘mancha’ y ‘maldad’ del mundo. Sin embargo esta decisión siempre la toma el ‘alter ego’ del monstruo, el hombre racional, que comprende que el monstruo que habita en su interior es incontrolable y debe ser erradicado. El Vampiro, sin embargo, es el primero en reconocer su ‘culpa’ y aceptar un castigo.
Un final más ‘satisfactorio’ cuando se le da la voz al monstruo es el final feliz, el cual suele ser igual de moralista, pero parece mucho más tolerante y permisivo que la estricta visión de que los monstruos son todos malvados y deben ser erradicados de la faz de la tierra. En las historias con final feliz, el monstruo ha sido representado bajo un foco más amable, sus crímenes pasan a un segundo plano y simplemente no s encontramos con un personaje bizarro, aunque simpático.
Un ejemplo de esto lo encontraríamos por ejemplo en las películas de animación de Shrek [USA, 2001, 2004, 2007, 2010] y Hotel Transylvania [USA, 2012]. Una vez se implanta el monstruo amable con el que el espectador se siente identificado – aunque rechace algunas de las características de estos monstruos a nivel subconsciente – se le planta delante una pareja – generalmente humana – y se le concede un ‘y vivieron felices para siempre’. No obstante, aun cuando hay una aceptación del monstruo, esta visión siempre está condicionada por los tabúes sociales, el más importante de todos es la preservación de las especies. Ya sea por H o por B, la pareja del monstruo encuentra una manera de abandonar su humanidad y convertirse en lo mismo que el monstruo. Esto se ve claramente en Shrek [USA, 2001]. La princesa, que tan avergonzada se encontraba de ser un ogro la mitad del tiempo, está perfectamente contenta con permanecer como ogro durante el resto de su vida para poder vivir con Shrek. De esta manera se evita la mezcla interracial y no aparecen ‘híbridos’, incluso aunque esto fuese genéticamente posible.
“His blood allows for a perfect union beteween our species”
“There can be no such union. And th speak of it is heresy!”
[Singe y Viltor – Underworld, 2003]
Generalmente el cambio de especie es algo que se presenta como ‘obligatorio’ para los personajes, ya que, generalmente tiene que ver con el hecho de que el monstruo en cuestión es inmortal. En estos casos el humano pide en repetidas ocasiones ser convertido en monstruo y es la reticencia del monstruo humanizado la que detiene esta conversión hasta el momento del final feliz.
Hay muy pocos casos en los que se permite la mezcla de especies y estos suelen estar dirigidos a causar el problema del protagonista. Son casos como el de Dampir, personaje cuya madre era humana y cuyo padre era Drácula de una serie manga bajo el título “Vampire Hunter D“; Duncan, protagonista de la película Firebreather [USA, 2010] o en la que Duncan es el hijo de una humana y un dragón o Eve [“Underworld: Awakening, 2012], la hija de un vampiro y un híbrido entre vampiro y hombre-lobo.
[1] Personaje ficticio (en caso de ser masculino se le conoce como Gary Stu) excesivamente idealizado y fácilmente identificable con el alter ego del autor o lector. Sus características principales son las de acaparar toda la atención en la historia y cambiar elementos importantes del argumento de la forma más conveniente para apoyar un romance con el personaje preferido del autor. Generalmente no tiene defectos, lo cual lo convierte en un personaje unidimensional.
El término fue adoptado a partir de la historia satírica de Paula Smith en 1973 “A Trekkie’s Tale” y está muy extendido por el mundo de crítica literaria y del fandom.