Apaga y Vámonos - Conclusiones
“I’ve already mastered surfing on platforms ‘cause sometimos when the waves are primo, I don’t want to waste time changing” [Lagoona Blue – Monster High]
El posmodernismo está aquí y parece que tiene intención de quedarse, la masa descerebrada de la que habla Ortega y Gasset se ha adueñado de todo y lo ha convertido en mercancía, el lenguaje que se habla hoy en día es el del dinero. No importa lo que se tenga que hacer para conseguir un material atractivo para las masas. El ser humano teme todo aquello que no comprende, rechaza lo que se sale de la norma y, por lo tanto el mercado, le ofrece moderadas emociones.
Monstruos, sí, pero dentro de los márgenes de lo permitido y lo apropiado.
Tolerancia, por supuesto, siempre y cuando venga representada por aquello en lo que el resto cree. Uno puede ser ‘feo’, siempre y cuando vista acordemente con la moda del momento. Uno puede tener tres ojos, colmillos, pero por favor, que no se dedique a morder a sus conciudadanos en la cabeza.
Abandono de la moral, con matices. En caso de ser completamente necesario el convertirse en una criatura sobre-musculada, por favor, que tenga suficiente presencia de ánimo como para huir a un desierto a destruir ahí lo que se ponga en su camino o, en su defecto, que su sentido del deber y el orden le empujen a luchar contra alguna criatura que amenace la seguridad de una gran población civil.
Hemos llegado a un punto en el que los monstruos ya no se puede diluir más al monstruo. Han abandonado el barco y han dejado atrás una sombra de lo que una vez representaron. Una carcasa vacía para que los autores la llenen a voluntad. No representan los miedos de la sociedad, porque los miedos han cambiado. Ya no tenemos miedo a la oscuridad, luchamos desesperadamente por olvidar que en algún momento vamos a morir.
Lo que tememos ahora es la devaluación de la moneda, las bajadas y subidas de la bolsa, quedarnos sin trabajo. Difícilmente podemos imaginarnos a Drácula, el hombre-lobo o a Mr. Hyde llevando a cabo acciones para conseguir llevar a cabo estos temores, pero, por si acaso, los hemos domesticado, les hemos enseñado algunos trucos de salón y los hemos puesto en el mercado, integrándolos bajo falsas pretensiones de enseñar a la juventud la importancia de la tolerancia.
En su artículo David Roas se pregunta si todavía se puede considerar al vampiro un monstruo. Yo creo que no. Es una criatura de cuento de hadas, una parodia de sí mismo que sirve solamente al propósito de entretener al personal.
Pero no desesperemos, pues, aunque buena parte de la industria relacionada con los monstruos los mantiene amaestrados y vistiendo como mujeres de moral incierta, aun quedan algunos autores talentosos que se revelan y mantienen los rasgos básicos del monstruo, que les dan voz, pero no les cortan los colmillos; que les convierten en personajes entrañables, pero no los matan de hambre. En definitiva: que los respetan y les dan nuevos significados.