Of Broken Dreams and Mended Hearts (Traducción)

The Avengers (Marvel Movies)
M/M
G
Of Broken Dreams and Mended Hearts (Traducción)
author
Summary
Cuando la Casa de Barnes es dejada en una masiva deuda después de la muerte de George Barnes, su hijo mayor y heredero, Bucky, es forzado a sacrificar sus propias esperanzas y sueños y a entrar en un matrimonio arreglado con Steve Rogers. Steve parece lo suficientemente amable, tiene un empleo prominente en el gobierno, y fue votado el Mejor Partido de Sociedad. Pero la Casa de Rogers es significativamente más importante en cuanto a status que la de Bucky, lo que significa que Bucky se casará con alguien por encima de él en Sociedad, lo cual conlleva no solo recompensas, sino además ciertas… expectativas y pérdidas—algunas de las cuales Bucky haría lo que sea por evitar. Y dichas oportunidades podrían venir hacia él.A menos, claro, que comience a enamorarse de verdad de su nuevo esposo…(Traducción al español del original de Kellyscams)
All Chapters Forward

Capitulo 9

La ropa de Steve huele a Bucky. Tan es así que no desea cambiarse mientras se para en su recámara. Es el sutil aroma a dulce, muy parecido a Bucky mismo. Como es, la forma en que sabe, solo Bucky. Steve aún puede sentir en sus labios el cosquilleo donde tocaron los de Bucky. Desea tanto besar a su esposo de nuevo, que su corazón se acelere y contenga la respiración como lo hizo en el auto. Tras la forma en que reaccionó Bucky, con nostalgia y tristeza, Steve sabe que lo mejor es no besarlo de nuevo, al menos no tan pronto. Los conflictos que está teniendo Bucky son demasiados, y no es algo que Steve quiera incrementar.

Bucky se quedó en sus brazos todo el camino a casa. Estuvo rígido, sí, pero Steve estaba bastante seguro de que ahí es donde quería estar. Y definitivamente es donde Steve quería estar. Cuando regresaron, Bucky camino con él al segundo piso, y dudó antes de dirigirse a su habitación y encerrarse como lo ha hecho desde que llegó.

“Yo... Digo...” Bucky respiró profundamente. “Nos veremos para la cena, ¿verdad?”
“Si, por supuesto.” Le aseguró Steve, posando su mano en el hombro derecho de él. “Costumbre de la Casa Rogers, ¿recuerdas?”

Eso logró hacer sonreír a Bucky, y le obsequió a Steve una de sus miradas ilegales. Grandes ojos de mar alzando la vista hacia él y haciendo que el estómago de Steve de saltos.

“Sí. Entonces está bien. Te veré en la cena.”

Bucky tomó el brazo de Steve para que se inclinara un poco y, como en la parte trasera del auto esta mañana, besó su mejilla antes de correr a su habitación, cerrando la puerta tras él.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Steve mientras avanzó a su propia recámara, donde ha estado parado los últimos quince minutos.

De pie frente a su cómoda de madera oscura, Steve se pone un par de pantalones viejos y gastados. Se mantienen en su sitio con tirantes de cuero, y Steve decide no ponerse camisa hoy. Se pondrá su bata cuando llegue escaleras abajo.

Cuando sale de su recámara, los ojos de Steve se mueven directo a la puerta cerrada en el pasillo. En un tiempo, apenas hace unas semanas, esa puerta no significaba nada. Solo madera silenciosa. Ahora lo mira, como si retara a Steve a acercarse, atreverse a tocar, o solo abrirla, es su puerta después de todo. Pero no lo es, no importa qué tentaciones le lance. Steve le ha dado esa habitación a Bucky, y va a honrar su privacidad, incluso si su derecho como esposo dice que puede hacer lo contrario.

En vez de volverse a sí mismo loco de curiosidad, preguntándose que puede estar haciendo Bucky, Steve va primero a la biblioteca a ver el correo. Está todo en su escritorio, donde Truvie siempre lo pone. Una pila de sobres sellados con cera y pergaminos enrollados. La mayoría de los últimos vienen de familias fuera de Sociedad, ruegos y palabras desesperadas de aquellos que buscan su ayuda para encontrar justicia para un ser querido o incluso ellos mismos. Ocasionalmente, incluso recibe mensajes de gente ya en prisión que clama que ha sido acusada injustamente.

No hay gran cosa hoy, algunas cartas más de felicitación, dos respuestas de casos que ya ha pasado a su padre para que los revise, y una invitación a la apertura de un nuevo club al final de la próxima semana. Tomando unos minutos para responder las que requieren respuesta, Steve las pone todas en una pila y baja las escaleras.

“Estaré abajo.” Le dice a Truvie mientras pasa a su lado en el pasillo del primer piso. “El correo está en mi escritorio, ¿está bien?”
“Por supuesto, milord.” Responde e inmediatamente va en esa dirección. “¿Lo llamo para la cena?”
“Gracias, Truvie.”

Steve sigue su camino al nivel inferior, a la habitación hasta la esquina, designada como espacio de exhibición. En su bolsillo está la llave de cobre de dos dientes que usa para abrir la puerta. Corriendo el cerrojo de nuevo tras de sí, Steve enciende las luces. Un zumbido pasa por los cables mientras se encienden, los largos focos colgados del techo parpadean dos veces antes de quedarse encendidos. La luz natural sería mejor, pero él mantiene las cortinas de las altas ventanas cerradas. Es una habitación amplia. Aun desordenada. Como a Steve le gusta. No hay nada ahí que él no sepa exactamente dónde está en cualquier momento. El piso es madera, paredes blancas—todas ellas—piso incluído—manchadas de pintura. Varios caballetes están esparcidos por todos lados, todos cubiertos con mantas, pilas de lienzos inclinados contra la pared—algunos blancos, algunos a medio pintar, cubetas y botellas de pinturas llenan el piso, hay cientos de frascos de vidrio llenos de pinceles y brochas de distintos tamaños por todos lados. Hay algunos bancos de madera por ahí y un colchón doble empujado en una esquina para esas noches en que la habitación no deja a Steve irse. Junto a la puerta está una larga mesa de trabajo, cubierta de más pintura, y sosteniendo brochas, lápices, hojas de papel, carbón y en una esquina lejana, un fonógrafo, una pila de discos en el piso bajo éste.

Esta no es una habitación que Steve debería tener, incluso si le da la bienvenida cada vez que se ha alejado. La mayoría de la semana pasada la evitó, pero ha estado lejos demasiado tiempo. La extraña. Y ella le extraña a él. Si cualquiera descubriera este lugar, posiblemente él sería llevado a la Corte donde determinarán si es o no apto para su posición o para heredar el asiento de los Rogers en el Parlamento. Un tiempo en prisión podría incluso estar en su futuro por razones de fraude. Garabatos o un bosquejo ocasional, eso es una cosa, aceptable en Sociedad. Pero ¿esto? ¿Producir verdadero arte? No está bien.

La Sociedad ve esto como que alguien tiene un cerebro que trabaja distinto, incapaz de formar las mismas conclusiones lógicas y racionales que otros. Sensible. Dramático. Impulsivo. Fantasioso. Artistas, músicos, escritores, actores, cualquiera que trate de hacer una profesión a base de crear arte de cualquier tipo, nunca se le puede confiar con responsabilidades importantes. Steve está haciendo ambas cosas.

Lo que dijo Steve a Bucky hoy, sobre encontrar esas leyes injustas, sobre querer cambiarlas, no es totalmente un esfuerzo desinteresado. Los de Sociedad toman placer en el arte que todo tipo de gente crea—ya sea música, arte visual, cuentos, teatro, poesía—pero los cerebros detrás de todo eso no son del todo confiables. Y para Steve, ha estado tomando más y más riesgos.

Todo lo que debe hacer es preguntar a la carta sobre su mesa de trabajo para confirmarlo. Va dirigida a ‘Capitán’ y expresa la emoción del conservador del Museo de Arte Moderno de ser el anfitrión de su nueva exhibición. Capitán ha estado ganando mucha fama como el artista más prometedor del año. Tal vez es por el misterio y el anonimato que rodea el arte y al artista. Nadie del público sabe que Steve Rogers es Capitán, muy pocos realmente lo saben, ni siquiera sus padres.

Steve sabe que debería parar, especialmente ahora que tiene que pensar en Bucky. Pero simplemente no puede imaginarlo. Esto es lo que lo alegra. Entra en su cuerpo. Le da vida de las formas más maravillosas. Puede perderse horas y horas aquí, dormir un poco y despertar para empezar todo de nuevo. Tal vez el cerebro de Steve funciona diferente. Hay paz en crear, sin importar qué tan frustrante y largo y cansado pueda ser el proceso, poder crear algo de nada le trae algo a su interior que nada más puede hacerlo.

La gente ha sonreído, quedado atónita, incluso llorado, con sus exhibiciones—de Capitán. Steve hace a la gente sentir cosas. Y si la Sociedad lo quisiera, tendría que dejar de hacerlo.

De pie sobre la mesa, sus ojos analizando y re-analizando la carta a mano del conservador del museo, Steve suspira, liberando a su cuerpo de los miedos no deseados que tratan de albergarse en él de cuando en cuando. Mira su estudio, las piezas sin terminar cubiertas por mantas llamándolo. Asintiendo hacia ellas, primero escoge un disco de la pila y lo pone delicadamente en el fonógrafo. Hace girar la manivela y cuidadosamente pone la aguja sobre el disco, subiendo todo el volumen. La canción inicia despacio, gradualmente creciendo y alejando los pensamientos innecesarios de Steve. Miedos de ser encontrado, de fracasar, de la enfermedad de su madre, de su esposo escaleras arriba y miserable. Lo deja en la estancia con solo las emociones sobrantes.

Steve se acerca al caballete más cercano y tira de la manta. Esta es una pieza abstracta, una que no había pensado en crear hasta la semana pasada. Un árbol de hielo de brocha gorda. Brillante contra la oscuridad. Creciendo de entre el frío. Piso congelado, el fondo comenzando a tomar la forma de dificultad y caos.

Mezclando la pintura, Steve es incapaz de conseguir el color que desea, como el brillo de un par de ojos aguamarina en un océano congelado.

~~

Bucky se inclina contra la puerta. Su corazón late con fuerza y cierra los ojos, se desliza hacia el suelo. Ha ido y lo ha hecho de nuevo. Ha besado a Steve y ahora sus labios tienen ese cosquilleo de nuevo.

Por favor deténganse. Les ruega.
¿Por qué? Te gusta besarlo.

El sabor a chocolate sigue en su lengua. Bucky abre los ojos. Steve le compró chocolate. Porque sí. Se queja y considera buscar a Brock y decirle que inventó lo que dijo de Steve. Luego toma nota de sus cosas. La mayoría de sus ropas están desempacadas, colgando del semi vestidor—el resto siguen en el baúl que ha empujado contra la orilla de la cama. Hay unas cuantas cajas que tiene que revisar desperdigadas por todos lados, cajas que no se atreve a vaciar. Sus cosas no pertenecen aquí, en esta habitación hecha de una madera más oscura que la suya. Esquinas que susurran sombras a mitad de la noche.

Bucky alza la cabeza para ver hacia el techo. No hay respuestas ahí. Los minutos pasan, haciendo tictac de la misma forma monótona, y la mente de Bucky comienza a retarlo.

Algo de lo que dijo Alexander tiene perfecto sentido. Esta idea que ha sugerido, no es como si Bucky no la hubiese pensado antes. Si hay algo que aprendió tras la muerte de su padre es que a la gente en verdad no le importa. Tras todos sus fieles años en el Departamento de Inteligencia, la memoria de George Barnes habría sido destrozada, manchada para su familia. Tierra y lodo. Arruinada por al menos una generación. Todo por el motor de diésel de Hammer Tech que no estaba listo para ser usado aún. El prototipo era casi perfecto, pero cuando trataron de producirlo en masa... no funcionó. Porque George Barnes lo aprobó primero, la culpa cayó sobre él y solo él.

Ni una sola persona se atrevió a hablar a su favor, ni siquiera después de que su corazón cedió y se fue de este mundo para siempre. Silencio. Como Alexander había dicho, incluso Justin Hammer, el inventor de la máquina misma y amigo de su padre no lo apoyó. Si no es por el trato que hizo Winifred, el acuerdo de pagar la deuda sin importar cuánto tardara—incluso después de que el Buró Militar congeló y luego vació sus cuentas—la información se habría hecho pública y la Casa de Barnes no habría vuelto a ser acogida en Sociedad.

Sus cosas serían vendidas en subastas. Probablemente compradas entre los que ellos decían eran sus amigos. El penthouse en el Lado Superior Este de la Isla de Manhattan, las habitaciones que fueran sus compañeras de niño, vendidas a alguna otra Casa. Los empleados se quedarían a servir a alguien más. La Casa de Barnes habría quedado en quiebra y en las calles sin nadie a quien acudir.

Ahora Bucky no puede dejar de pensar en eso. La semilla fue plantada, y crece dentro de él a un paso sin precedentes. Ramas de duda y desconfianza. Estirándose bajo su piel, empujando y torciéndola dolorosamente. Una sensación de agonía que no cede.

Lágrimas tibias se agolpan en las esquinas de los ojos de Bucky. Salen rápidamente y sin importar cuan fuerte trate Bucky de hacerlas parar, siguen saliendo. Pasa su mano por su nariz y su cara, alejando la humedad que se niega a irse.

Sus ojos atraviesan la habitación de nuevo. Ahora se burla de él, de su inhabilidad de irse. Le recuerda que está atrapado, sin opciones, sin manera de escapar... excepto... tal vez la que Alexander le ha presentado.

Bucky se levanta y sale de ahí. No quiere nada que ver con Alexander Pierde, nada que ver con Brock Rumlow. Pero no soporta la idea de quedarse un momento más en esa habitación. No hoy. Dos semanas. Dos semanas de su vida han sido consumidas por ella. Debería salir. Caminar. Aclarar su cabeza.

En la cima de la escalera, Bucky se da cuenta de que no debería irse sin decirle a Steve primero. Como el jefe, debe de saber a dónde va su esposo, incluso si es solo una idea general. Bucky trata de evitar revolear los ojos. Protocolo. No se puede evitar.

Dando la vuelta, va a la habitación de su marido. De camino, Bucky se pregunta si tal vez Steve quiera ir con él. A su mano le gusta la idea, se entibia con el pensamiento de los dedos de Steve sosteniéndola mientras caminan juntos por el parque. Aromas de otoño y amigables brisas. Un cielo brillante y abierto tomando su mano. Bucky trata de no sonreír mucho.

La puerta está abierta así que solo toca en el dintel.

“Steve, quieres...”

Le habla a una recámara vacía y niega con la cabeza. Frunciendo el ceño, Bucky asoma un poco más la cabeza al interior de la habitación como si eso hiciera que Steve aparezca mágicamente.

“¿Steve?” Llama cuando se gira para estar en el pasillo de nuevo.

Por única respuesta recibe el suave viento que sopla contra la ventana. Debe mover una rama de un árbol afuera. Un rayo de sol baila por la habitación, dice hola y luego se va tan rápido como llegó. Bucky intenta la biblioteca y la encuentra vacía también. Ignora el llamado de todos los libros acomodados con cuidado en las repisas, rogando porque sus títulos sean leídos, y se va.

Bucky se para en el pasillo un momento, con las manos en la cintura y preguntándose a dónde ha ido su esposo. O tal vez eso no es anormal. Las últimas dos semanas, Bucky sólo ha estado en su recámara y la cocina. Siempre es posible que Steve se marche algunas veces entre que Bucky vuelve del trabajo y la cena. Bucky no podría saber. No es como que tenga que hacerle saber de todos modos. No funciona de ese modo. Bucky necesita decirle a Steve a dónde irá, no al revés.

Decepcionado, Bucky inhala profundamente y baja las escaleras hacia el recibidor principal. No podrá salir a caminar ahora si no puede decirle a su esposo dónde estará. Su esposo no está para ir con él tampoco. ¿Qué es más decepcionante? No está seguro. Con nubes negras sobre su cabeza, al menos puede pararse afuera un momento. Aire fresco y eso. Abre la puerta de cristal hacia la entrada y es golpeado de inmediato con un aire helado. La entrada cubierta siempre es más fría que el resto de la casa, y Bucky se da cuenta que debería tomar su abrigo.

“¿Va a salir, Lord Barnes?”

Con la mano aún en el picaporte, Bucky se gira para ver a Truvie venir por el pasillo, secando sus manos con un trapo blanco.

“Uh...” Cierra la puerta. “No. ¿Dónde...? no espera,” Más vale que haga esto ahora. “Uh, lo lamento. Por lo de hoy. Antes, con el desayuno. No fue mi intención, o, supongo que si quise ser grosero. Pero no debí hacerlo. Así que... lo siento.”

Bucky se queda sin aire para cuando termina de hablar. Debe haber divagado un poco. Lo cual, en cierto modo, es bueno. De verdad lo siente. Truvie le obsequia una pequeña sonrisa.

“Disculpa aceptada, milord.” Dice asintiendo con la cabeza graciosamente. Truvie luego ve a su alrededor como si se asegurara de que no haya nadie más. “¿Quería salir a fumar, señor?” Bucky siente sus ojos ampliarte. “A Lord Rogers no le gustará, pero no se preocupe. No le diré a nadie.”
“¿Cómo lo...?” Bucky ha sido tan cuidadoso respecto a sus cigarrillos de media noche. “¿Cómo lo supiste?”
Ella sonríe suavemente. “Guarda usted su cigarrera en el bolsillo del pecho de su saco de vestir. Puedo sentirlo cuando lo cuelgo, señor.”
“Hm.” Hace un sonido ahogado con la garganta. Aunque no era su intención, un cigarrillo en este momento suena agradable. “¿Dónde está Steve?”
“Lord Rogers está trabajando en la oficina de la planta baja.”
“¿Hay una oficina en la planta baja?” Bucky pregunta y luego mueve la cabeza. “¿Hay una planta baja?”
“Hay mucho más en este lugar que una recámara y la cocina, milord.” Ríe ella, suavemente. “Tal vez si le diese una oportunidad, podrían gustarle también las otras habitaciones.”

Bucky desvía la mirada, su rostro se sonroja. Sí, fumar podría ser justamente lo que necesita. Tal vez caminar por la cuadra. Nadie debe saber.

“Tal vez si fume ese cigarrillo.” Le dice a Truvie sin mirarla.

Se ha movido de vuelta a la entrada y ya está tomando su sombrero y su abrigo del perchero.

“¿Volverá para la cena, milord?”
Bucky suspira. Casi ríe. Tal vez Truvie sepa. “Debo hacerlo.”
“¿Sabe? Tengo una prima que trabaja en el hogar de la Casa Barnes en la Isla de Manhattan.”

Se detiene, casi saliendo por la puerta. La mención de su familia, aunque indirecta, hace que su corazón se contraiga. Bucky entra de nuevo y ve a Truvie otra vez.

“¿De verdad?”
Ella asiente. “Lo es. Siempre ha tenido cosas buenas que decir de la Casa Barnes, de usted, lo dulce y amable que siempre fue, usted en particular, y su familia.”

La sangre se le agolpa a Bucky en el vientre, fuego ardiendo sobre esta.

“No es mi familia.” Musita. “Ya no lo es.”
“Oh si, son su familia.” Le dice, sorprendiéndolo. “Nada cambiará eso.”

Bucky contiene un gemido. Truvie no entiende cómo funciona la Sociedad para nada si está dispuesta a decir esas cosas así como así donde cualquiera pueda oírla.

“No.” Niega Bucky con la cabeza. No puede dejar que nadie juegue más con su corazón. “No funciona de ese modo. Me he casado. La Casa Rogers es mi familia ahora.”

Truvie niega tristemente con la cabeza.

“Conozco mucha gente que habla de lo glorioso y glamoroso que sería escalar en Sociedad, pero, honestamente, yo no veo el atractivo. Cuando me casé con mi esposo, nuestras familias se volvieron una. Ninguno de los dos debió dejar nada atrás. Escogimos el matrimonio nosotros mismos, empezamos una familia juntos. No parece correcto, esta idea de que uno debe perder su identidad para casarse dentro de una Casa más importante. Pero...” Estira los labios. “Soy solo una sirvienta. ¿Yo qué sé de la Sociedad y sus complejidades?”

En algún momento mientras ella hablaba, Bucky bajó la vista. Siempre pensó que todos bajo la Sociedad deseaban un lugar en ella. Mucha gente está dispuesta a hacer lo que sea por probar un poco de eso.

“Creo que tienes mucha razón, Truvie.” Susurra, solo un fantasma de su voz saliendo de sus labios.
“Gracias, Lord Barnes. Disfrute su cigarro, señor.” Comienza a girarse, y se detiene para ver sobre su hombro. “¿Sabe? La Casa Rogers pone la mayoría de sus valores, si no es que todos, en la familia. Podría sorprenderse de las libertades que Lord Rogers le permitirá tener como cabeza de la casa.”
“¿Sabes qué...?” Bucky cierra la puerta principal y comienza a quitarse el abrigo. “Tal vez me ponga mejor a explorar aquí adentro.”

Truvie le sonríe y asiente rápidamente, casi como si aprobara esta decisión. Bucky no sabe por qué, pero eso es importante para él.

“Lo llamaré para la cena, milord.”
“Bueno...” Bucky se muerde el labio. “Steve dijo algo de necesitar aprender... ¿en la cocina? Tal vez...”

Simplemente se queda sin palabras ahí. Su cerebro está fallando de nuevo, desconectándose del resto de él como suele hacerlo en ocasiones. Pero Truvie parece entender la idea principal de su petición y asiente.

“¿Por qué no viene a buscarme a la cocina? ¿Qué tal en treinta minutos?”
“Bueno.” Murmura, pasando su mano por su nuca. “Gracias.”

Con otra sonrisa para él, Truvie se marcha, y lo próximos treinta minutos, Bucky los pasa viendo el lugar que ha sido su hogar las últimas dos semanas.

La primera habitación de la entrada es la sala recibidor. Grande y espaciosa, con una chimenea de ladrillo en la pared del este, tiene una repisa de piedra, hogar de varios marcos con fotografías. Son de Steve y su familia, una de él con Peggy Carter y su esposo Gabe Jones; hay una pequeña niña con piel morena en el regazo de Steve, una de Steve y Sam, incluso una de Steve con Tony Stark y la esposa con la que se casó por encima de su status, Pepper Potts. Se rumorea que sus padres, Howard y María, arreglaron el matrimonio para que Lady Potts lo pusiera en cintura. Si es verdad, ha hecho un buen trabajo. No ha habido muchos, más bien ninguna otra historia de él haciendo locuras últimamente, como la vez que pensó que era buena idea lanzare en paracaídas desde el puente de Brooklyn.

El comedor formal, por el cual Bucky sólo ha pasado una vez, es hogar de una gran mesa rectangular de oscura madera pulida que brilla con la luz que entra por la pared de ventanas. Es madera natural, y le va bien a la estancia, los verdaderos tablones de madera brindan más elegancia a ésta. Hay diez sillas de piel a su alrededor, esperando ser usadas. Probablemente están aburridas, sin ser usadas mucho pues Steve—y Bucky—viven aquí solos y la mesa en la salita de día es suficiente para ellos. Bucky se pregunta dónde tendrá que sentarse en caso de, y cuando, porque no está seguro de que vaya a pasar eventualmente, organicen una cena, ¿Tendrá que sentarse del otro lado de la mesa, frente a la cabeza de la familia como en la Casa de Barnes? ¿O se sentará al lado de su esposo, como se hace a veces?

A través de la cocina, en un lugar que nunca ha visto antes, está la sala de estar, del doble de tamaño de la salida. Este es el lugar donde entretendrán a sus invitados, donde el té y el café serán servidos, se harán conversaciones educadas, se tocará música... en el piano de media cola en la esquina del salón, el mismo que los ojos de Bucky se niegan a dejar de ver.

Es negro, perfectamente pulido, tanto las teclas como la tapa abiertas por el momento. Ver el marfil, las teclas blancas y negras brillando así del otro lado del salón, hace que los dedos de Bucky vibren. Su viejo piano, ha estado cerrado desde que perdió el brazo. No ha tocado el instrumento desde entonces.

¿Por favor? Los cinco dedos en su mano derecha preguntan. Podemos intentar. Los cinco dedos en su izquierda añaden.

Bucky no va a intentar solo para descubrir que sus dedos de metal son pesados y toscos, a dejarlos caer sobre las delgadas y delicadas teclas, y destrozar el dulce sonido que espera producir. La idea duele demasiado, deja un mal sabor en su boca.

“Aún puedes cantar, Bucky.” Su padre le dijo, cuando lloró en el hospital. “Aún puedes hacer música con tu voz.”
“No es lo mismo, Papá.”
Lloró él. “Nunca seré el mismo de nuevo.”

Bucky había visto hacia su izquierda, a donde su brazo solía estar, a donde ahora había espacio vacío y nada. Su padre se sentó en la cama a su lado, a su izquierda y todo, y puso su brazo alrededor de sus hombros. Bucky se inclinó hacia el confort de su padre.

“Tienes razón. Nunca será lo mismo de nuevo. Pero trabajaremos con eso, Buck. Y haremos esta vida nueva nuestra vida normal. Eres mi hijo. Haré lo que sea que pueda hacer para cuidarte.”

Bucky se enjuga los ojos. Aún están secos, pero siente que debe asegurarse. Saca el reloj de bolsillo de su padre, bueno, suyo. Forjado en plata antigua y pintado con un acabado negro-perlado, el reloj con su diseño abierto de engranes de cobre ha estado en la Casa Barnes por varias generaciones. Mientras los engranes giran, haciendo que el tiempo avance, tick-tock, tick-tock, Bucky se pregunta si significa que ahora pertenece a la Casa de Rogers. Su nombre es el mismo, pero no su Casa.

Viendo la hora, aún le quedan unos quince minutos antes de que deba ver a Truvie en la cocina. Se aleja de la habitación, no confiando en sí mismo dentro de ella.

Sus dedos están molestos con él, el piano decepcionado mientras él se aleja por la cocina. Bucky no pone atención a sus dedos o al instrumento. Ya no debe volver a tocar. Y de todos modos los libros en el piso de arriba lo llaman. Aún hay un poco de tiempo y puede al menos darles unos cuantos minutos de su atención, ver los títulos y saber qué hay allá arriba.

La biblioteca es agradable. Le gusta estar ahí, se enamora de ella de inmediato, no sabe cómo no se sintió atraído por ella cuando fue ahí antes.

Estabas buscando a Steve, ¿recuerdas? Su pecho le recuerda.
Oh, sí.

La pared del otro lado es más que nada ventana, un ojo enorme que deja entrar luz y da una amplia vista de los árboles casi desnudos en las aceras afuera. Hay un escritorio, cree que de caoba, cubierto de papeles—abarrotado en realidad—y una máquina de escribir y una lámpara de vitral bastante cerca de la orilla. Bucky la empuja amablemente hacia el centro para que esté a salvo.

Frente al escritorio hay dos sillas, grandes y cómodas, nubes mismas convenientemente decidiendo quedarse aquí. Tal vez un día pronto Bucky tendrá el placer de derretirse en una de ellas, con un libro en su regazo mientras lo arrastra a un mundo que no es el suyo... tal vez Steve esté trabajando en su escritorio.

Bucky descansa sus dedos en el escritorio, imaginando a Steve sentado aquí durante el día, haciendo su trabajo, tratando de ayudar a quienes necesitan su ayuda. Por qué está pensando estas cosas, no está seguro, pero la idea está ahí, apareciendo sin más en su mente como si su mente fuese una sala de juegos para ella, y finalmente se permite ver los libros.

Sus dedos rozan los lomos, acercándose a ellos, de algún modo conectándose con ellos y teniendo una silenciosa tregua. Estarán ahí para él cuando los necesite, estos libros, cientos, tal vez miles que Steve ha guardado con mimo en los estantes pegados a la pared. Algunos de sus favoritos están aquí, entre otros que nunca había visto, algunos en Ruso—los cuales Bucky puede leer con fluidez—otros, cree él, en Alemán y Francés. Algunos de los lomos están rotos y gastados, como si Steve los hubiese leído muchas veces. Frankenstein es el peor, y, Bucky supone que debe ser el favorito de Steve. En el estante con él está Matar A Un Ruiseñor, también un poco gastado.

Su mano se mueve sola, y Bucky toma el libro. Lo toma con cuidado de entre el resto de sus amigos y pasa los dedos por las primeras páginas. En solo ese corto tiempo, se siente a si mismo atrapado fuera de este mundo y dentro de Maycomb con Scout y Jem. Bucky cierra de golpe el libro. No tiene tiempo de perderse ahora mismo. Debe encontrarse con Truvie en—saca su reloj de bolsillo de nuevo—hace cinco minutos.

“Demonios.” Murmura mientras lanza el libro en una de las sillas-nube y baja a prisa a encontrarla.

~~

La música aún suena fuertemente por la habitación desde el fonógrafo. Who’s the betrayer? Who’s the killer in the crowd? The One who creeps in corridors and doesn’t make a sound.

Las manos de Steve están ocupadas trabajando. Se mueven rápido, haciendo veloz trabajo en algo que apenas y nota. Más hielo. Tomando forma de algo. No sabe qué es aún. Dejará que el arte decida por sí mismo. Pero esta pieza parece esperanzada. Vendrán mejores días.

La puerta es golpeada con fuerza. El sonido asusta toda inspiración, toda creatividad. El momento se ha perdido, espantado para que se le encuentre en otra ocasión.

“¿Sí?” Llama por encima de la música.
“Lord Rogers,” Responde Truvie desde el otro lado. “La cena está lista.”

Por supuesto que lo está. Esa sería la única razón, además de una emergencia, por la que cualquiera lo interrumpiría. Steve se pasa la mano por el cabello, dándose cuenta solo cuando la siente que tiene pintura fresca en él. Se limpia las manos en su camisa antes de quitársela y lanzarla a una de las bancas de madera. Steve apaga la música antes de responderle a Truvie.

“Subiré enseguida, Truvie.”
“Muy bien, señor.”

Antes de dejar la estancia, Steve da un vistazo al trabajo que ha logrado esta tarde. El lienzo que comenzó en el caballete donde estaba se seca en su mesa de trabajo. Steve está bastante complacido con él. Volverá más tarde a tapar todo.

Cerrando la puerta tras de sí, Steve se asegura de que esté asegurada y va arriba a cambiarse para la cena. Cuando llega a la cocina, Steve casi se cae hacia atrás con lo que ve. Ahí está su esposo, en la estufa, usando un delantal alrededor de su cintura—de los de Truvie. Contiene una risa, una risa que viene inesperadamente y solo porque está sorprendido.

Hay una gran olla de cobre en el quemador frontal, una olla más pequeña en el que está a su lado, y el inconfundible aroma a mariscos flotando en el aire. Bucky está frente a la olla pequeña, removiendo lo que sea que hay en ella. La mesa ya está puesta, una botella de vino se enfría a su lado.

“¿Qué está pasando aquí?” Pregunta Steve.

Anuncia su presencia suavemente, pero con la suficiente fuerza para ser escuchado. Y su voz lo logra, pues ni un segundo después, Bucky se gira, su mano liberando la cuchara de madera que estaba usando para remover.

“Clases de cocina.” Dice tras un momento de silencio. “Dijiste que las necesitaba, ¿verdad? Si no, solo dímelo porque es horrible y lo odio y si no necesito hacerlo no lo haré nunca más. Y ella es una santa.” Bucky observa a Truvie. “Eres una santa, ¿ya te lo había dicho?”
Truvie ríe. “Múltiples veces, Lord Barnes.”
“¿Cocinaste?” Pregunta Steve mientras avanza hacia la estancia.
Un poco de rosado tiñe las mejillas de Bucky. “Sí. Es... Lo que querías que hiciera, ¿no?”
“Sí, digo, lo es. Solo pensé que no estabas listo para hacerlo todavía.”
“Pues pensé que debía...” Bucky se muerde el labio y debe cambiar de idea porque se quita el delantal y se acerca a Steve. “¿Tienes hambre, esposo? Hice... Hicimos langosta.”

Una sonrisa se estira en los labios de Steve. Descubre que le agrada cuando Bucky lo llama esposo. Le gusta más cuando lo llama por su nombre, pero ‘esposo’ funciona. A Steve le gustaría tocarlo ahora. Idealmente, le encantaría abrazarlo, pero tomar su mano estaría bien. No hace nada.

“Sí tengo hambre, Bucky. Gracias.”
“¿Por qué no se sienta?” Sugiere Truvie. “Les serviré la cena.”
“Um, eso...” Bucky se muerde el labio. “¿Está bien?”
Steve asiente. “Sí. Vamos. Sentémonos. Todavía me quedan dos preguntas.”
Su esposo se emociona de nuevo. “Oh bien. Yo tengo lista una buena.”

Conteniendo otra sonrisa, Steve extiende su mano. Bucky no parece dudar cuando la toma, dedos tibios alrededor de los de Steve. El calor entra en la piel de Steve, profundamente, hasta sus huesos, enviando aun así un escalofrío al resto de su cuerpo. La acción, o la normalidad de ésta, debe sorprender a Bucky. Mira sus manos y luego a Steve mientras éste le guía a la mesa en la sala de día, con el ceño fruncido, pensamientos callados formándose en él. Bucky está por alejarse, por tomar su sitio del otro lado de la mesa como lo ha venido haciendo, pero Steve no lo deja. Recibe un par de ojos viéndolo, dos orbes brillantes de curiosidad.

“¿Por qué no te sientas aquí?” Steve mueve la silla al lado de la suya. “Ahí es, uh, donde... tú sabes...”

Bucky asiente, entendiendo. Esta es otra tradición de la Casa Rogers, la disposición de los asientos de los esposos. Al menos Bucky no parece incómodo por esto. De hecho, ve la silla con una sonrisa. Como si tuviera un chiste interno con ella del cual Steve no es cómplice.

“Huele bien.” Dice Steve a manera de cumplido cuando se han sentado.
“Gracias. Espero que sepa tan bueno como huele.” Suspira Bucky. “Porque no fue fácil de hacer. ¿Sabes lo molesto que es hacer puré de papas?”
Steve ríe. “Sí, de hecho lo sé.”
“Oh sí, supongo que lo sabes.”

Están callados un momento de nuevo mientras Truvie prepara la langosta para ser servida. Bucky lanza miradas furtivas a Steve. Secretas. Trata de no hacerlo, pero Steve lo nota.

“Qué tal...” Bucky se aclara la garganta. Sus ideas, atoradas ahí dentro. “¿Trabajas? ¿Más?” Suspira. “¿Abajo?”
“Oh.” La pregunta le cae de sorpresa a Steve. No está preparado para ningún tipo de pregunta sobre haber estado abajo, incluso una tan simple como esa. Una vieja ley de engaños le daría a Bucky suficiente causal para un divorcio y dejaría a Steve en la vergüenza. Mentiras se ciernen sobre él. Más fáciles que la verdad. No tan fáciles de decir. Steve responde suavemente. “Bien.”

Truvie entra entonces, salvando a Steve de la posibilidad de más preguntas, aunque parece que Bucky no tiene ninguna más. Pone los platos delante de ambos y luego se dedica a servirles vino. Steve está mirando su regazo y cuando Truvie se mueve para llenar la copa de Bucky, sus ojos se alzan y ríe levemente al descubrir que no sólo estaban él y Bucky en la misma posición, sino que ambos han alzado la vista al mismo tiempo.

“Veamos qué tal lo hiciste.” Dice Steve mientras deja que su tenedor se entierre en una pieza de langosta.
“No vas a divorciarte de mí si no está bueno, ¿o sí?”
Steve ríe con la boca llena. “Solo dije que debías aprender. No que tenías que ser bueno en eso.” Le tranquiliza. “Pero no es necesario. Está un poco bueno.”

Bucky lo mira, herido, con la boca abierta y una mano sobre su pecho. Jugando. Está bromeando, Steve está seguro de ello.

“¿Sólo un poco bueno?”
Steve junta el pulgar y el índice. “¿Así de bueno?”
Rueda los ojos exageradamente. “Supongo que eso tendrá que ser suficiente.” Bucky mira sus manos. “Supongo que eso significa que ustedes de verdad no tienen talento.” Vuelve a ver a Steve, con los ojos como diamantes y se encoge de hombros. “Pero dijiste que no ibas a dejarme. Lo siento. Estás atrapado conmigo ahora. Sin talento y todo.”

La boca de Steve aún está llena con su segundo bocado. Ha dejado de masticar para ver a su esposo. Hay una expresión juguetona en el rostro de Bucky, pero algo en la forma en que dice eso, y el recuerdo de él diciendo que es una basura de persona más temprano, hace que Steve piense que no está bromeando del todo.

La pequeña sonrisa en el rostro de Bucky desaparece y se concentra en comer. Su esposo ha decidido llenarse de comida para no hablar, tomar vino para bajarse la comida y tal vez encontrar algo de valor en ello. Steve no está seguro de qué hacer. No le gusta que Bucky hable así, especialmente no le gusta que se sobaje a sí mismo. Lo odia.

“Así que, um... querías...” Bucky empuja algo de comida por su plato. Le responde con silencio. “¿tomar un turno?”
“Un turno...” Steve baraja la idea en su cabeza. Tendrá que mencionar los comentarios de Bucky hacia sí mismo después. “Hmm... ¿estás ansioso de jugar de nuevo?”

Bucky aún está viendo su plato, pero sus labios se alzan en una sonrisa. Alzando la vista para ver a Steve, asiente.

“Te dije. Tengo una buena.”
“¿Por qué no te dejo hacerla?”
“¡No!” Bucky casi se queja. “¡Eso sería trampa!”

Steve ríe. Se contiene solo un poco.

“Bueno, bueno. Primera pregunta. ¿Playa o lago?”
Bucky arruga la nariz. “¿Qué?”
“Bueno...” A Steve le gusta esa carita que Bucky pone cuando lo confunde. “No te gusta el frío, ¿no?” Su esposo asiente. “Así que, estoy pensando que te gusta más el verano. Lo cual me lleva a creer que tal vez te guste nadar. O al menos, estar afuera en el sol. Así que... ¿Playa o lago?”

Quejándose, Bucky tamborilea sus dedos en la mesa. Largos y delgados dedos que hacen tap, tap, tap, con deliberada lentitud.

“Sólo para aclarar,” Dice él. “¿esto es algo que haces normalmente?”
“¿Qué?”
“Ser un sabelotodo.”
“Si por sabelotodo te refieres a que soy capaz de leer a la gente muy acertadamente, entonces... sí.”

Su esposo contiene una sonrisa, sus labios luchando contra él en un valeroso esfuerzo de iluminar su rostro.

“Playa.” Responde finalmente. “Me gusta la arena entre mis dedos.”

Una escena danza en la mente de Steve. Bucky tendido sobre una toalla en una playa clara. Con el cabello en el rostro. La piel dorada al sol, húmeda por haber nadado. Con los pies en la arena.

“¿Segunda pregunta?”
“¿Eh?”

Steve sigue en la playa con Bucky. Una cálida brisa de verano empuja su cabello hacia atrás mientras unta aceite de sol en la piel de su esposo.

“Tienes otra pregunta antes de mi turno.”

Oh, es verdad. No está en la playa, cómodo con Bucky, Bucky cómodo con él. Están en la salita de día, cenando. Una cena que Bucky preparó porque está casado con Steve y Steve necesita hacerlo aprender cosas que Bucky no desea aprender.

“Claro. Um. ¿Color favorito?”
“Yo... me preguntaste esto. Azul, ¿recuerdas?”

Sí. Le dijo eso mientras estaban de luna de miel en la casa de campo. Steve sonríe.

“Como mis ojos.”

Bucky no oculta su rostro lo bastante rápido. Steve aún logra ver el inicio de un sonrojo.

“Sí, esposo.” Suspira entre una sonrisa. Dulce e inocente. “Como tus ojos.”
Steve le ahorra la vergüenza y pregunta, “¿Cuál es tu comida favorita?”
“¿El chocolate no cuenta?”
“No.” Steve ríe. “Y ciertamente no quiero escuchar sobre mi esposo comiendo una comida enteramente de chocolate.”
“Oh demonios. Ahí va mi plan maestro.” Bucky ve la mesa y luego alza la vista, dándole a Steve una de sus miradas adorables, como si tal vez la idea de que Steve no quiera que tenga una comida de chocolate de verdad le lastimara. “¿Qué tal si... pregunto primero?”

Largas pestañas parpadean sobre dos brillantes ojos, derritiendo el corazón de Steve en oro líquido.

“Tal vez. Ya veremos. Dije que te consentiría después de todo.” Bucky se sonroja de nuevo. “¿Y dónde está mi respuesta?”
“Oh. Chuletas de cordero.” Deja ir su tenedor y se sienta derecho. “Mi turno.”
Steve ríe. “¿Emocionado?”
“¿Tu libro favorito es Frankenstein?”

Steve solo puede verlo un segundo. Se llena de frío. Niega con la cabeza y mira a su alrededor, buscando algo que no puede estar realmente en ningún lado de la estancia.

“Cómo... ¿Cómo sabes eso?”
“¿Eso es un sí?”
“Yo...” Su mandíbula tiembla una vez, luego otra, antes de cerrarse. “Sí.”

Bucky toma su tenedor y pone algo de comida en su boca. Se remueve un poco en su asiento, con una expresión bastante orgullosa en su rostro. Un pavo real justo al lado de Steve.

“¿Vas a decirme cómo sabes eso?”
“¿Es esa tu siguiente pregunta?”
“No. Respóndeme. Ahora.

La expresión de Bucky desaparece y la voz de Steve entra en sus oídos. Es dura, incluso fría. Ruda. No tiene intención de serlo. Pero este tema. Es uno tenso, personal. Demasiado personal. Escarlatina. Frankenstein. Neumonía. Frankenstein. Fiebre reumática. Frankenstein. Tos, dolores, escalofríos, heridas. Frankenstein. Pero eso no es culpa de Bucky. Steve le ha reprendido después de que su esposo ha trabajado tan duro esta noche. Steve necesita arreglarlo.

“Lo... Lamento. Yo solo... Mi madre...” Steve mueve la cabeza. Su voz aún es ruda, no parece poder quitarse la tensión. “Solía leerlo para mi, cuando yo era pequeño y... tú sabes, enfermo.” No es suficiente. Necesita darle más. Por qué significa tanto. “Yo solía pensar que era un monstruo. De verdad. Me viste, ¿cómo podía no hacerlo? Lo dije una vez. Madre me dijo que a veces la gente que es considerada monstruos solo era... incomprendida. Que los verdaderos monstruos estaban en los lugares más insospechados. Así que me leía Frankenstein, todo el tiempo, hasta que entendí eso.”

Con el corazón temblando, Steve acaba de darle algo suave y frágil a Bucky. Vidrio y cristal, único solo de él. Mucho más incluso que la historia de sus dolencias y medicinas. Esto es persona, un trozo de él. Y Steve confía en Bucky, para que lo guarde con cuidado.

“Es el libro más gastado en tu biblioteca.” Susurra Bucky, la mirada baja como si estuviese nervioso de que ha hecho algo malo.

Sus manos, cerradas en puños ansiosos, están sobre la mesa. Steve se mueve para poner una mano en su izquierda, luego recuerda que probablemente no le guste eso y se inclina para tomar la derecha.

“Mírame.” Bucky alza la vista. Despacio y titubeante, pero lo hace. “Lo lamento. Yo no... No hiciste nada malo, ¿está bien? Y es nuestra biblioteca.”
“Nuestra.” Su voz es distante, atrapada en cualquier pensamiento que pueda estar teniendo y que es incapaz de decir. “A veces soy tan estúpido.”
Y eso es todo. “No. Bien. Hora de reglas.”
“¿Reglas?”
“Sí. Reglas. Como el cabeza, puedo hacer eso. Ponerte reglas. Te lo dije.” Dice Steve gentilmente, “no hiciste nada malo. En serio.”

Bucky ha palidecido. Como fantasma. Blanco. Como sábana. Casi traslúcido, venas azules como mapas en su piel. Ha temido esto. Tal vez esperado por esto. Ahora que va a suceder, luce enfermo.

“Qué...” Steve apenas puede oírlo.
Steve acerca su silla para estar cerca de Bucky. “Es fácil. O, tal vez no tanto. No quiero que hables así de ti mismo.”
“Así...” Arruga la cara de esa forma que Steve usualmente encuentra adorable. “¿Así cómo?”
“Cosas como que eres basura. O que no tienes talento. O...”
“¿O que soy estúpido?” Susurra.
“Exacto. Nada de eso. No me gusta. No lo creo. No quiero escucharlo. ¿Entiendes tu nueva regla?” Bucky solo asiente así que Steve vuelve a intentarlo. “Déjame escucharte decir que lo entiendes.”
“Entiendo, Steve.”

Con su mano aún sobre la de Bucky, Steve puede sentirla temblar un poco. No ha tratado de alejarse aún, aunque su mano izquierda sigue en su regazo. Steve no está seguro de si es porque él sigue sosteniendo su mano y Bucky siente que no puede o si Bucky quiere que esté ahí. Desliza dos dedos bajo el mentón de Bucky—apenas es libre su mano, se encuentra con la otra en su regazo—y lo insta a alzar la vista para verlo a los ojos.

“¿De verdad piensas esas cosas, Bucky? ¿Piensas tan pobremente de ti mismo?”

Su esposo lo observa, buscando algo. ¿Algo en qué confiar, tal vez? Steve de pronto se llena de pánico. Su cuerpo arde de miedo. ¿Algún día Bucky confiará en él? ¿Encontrará razones para compartir sus secretos de vidrio y cristal?

“Yo…” La voz de Bucky suena débil. “No. Y sí.”
“A veces.”

Con frecuencia. No las culpas y fallas de cualquier otra persona. Mal carácter o necedad. Más que eso. Más profundo. Un monstruo en sus ojos. Uno que no existía cuando Steve lo conoció la primera vez como un niño que susurra cosas crueles que son mentira, que deja caer oscuridad y sombras por toda su alma. Steve quiere acercarse y sacarlo, ahuyentarlo a los confines del mundo para que no toque más a Bucky.

“¿Puedes besarme?”

La voz de Bucky perfora el silencio. Pesada y cálida, desvaneciéndose. Steve está tan sorprendido que cree haber escuchado mal.

“¿Qué?”
“¿Por favor?”
“¿Estás seguro?”

Asiente y Steve se inclina hacia adelante, posando sus labios en los de su esposo. A diferencia del primer beso—tenso, formal—o el segundo—dulce pero cuidadoso—este es rudo, intenso. Bucky enreda sus dedos en el cabello de Steve, su respiración caliente en su boca. Tira de él para acercarlo más, trata de devorarlo.

Cuando Steve trata de separarse, Bucky trata de mantenerlo ahí. Steve debe llevar sus propias manos a las manos en su cabello y quitarlas. La de metal es más difícil—hay pequeños sonidos de aire saliendo de ella mientras Bucky trata de forzar su agarre—pero cuando Steve la toma, y Bucky lo nota, lo deja ir.

Una vez separados, con respiración agitada y entrecortada, Steve está vibrante y confundido, ve a Bucky. Sus pupilas están dilatadas, el negro casi cubriendo el azul-hielo completamente. Oscuridad y deseo ahogando cualquier otra emoción. Llenos de instintos salvajes. Y Steve entiende.

“Bien.” Respira. “Bien.” Steve se inclina y besa la frente de Bucky. “No así, ¿de acuerdo? Así no. No voy a tapar esto con sexo. No lo arreglará, ¿sí? Lo arruiné.” Toma la mano derecha de Bucky entre las suyas. Son los bastante grandes para que desaparezca entre ellas. “Lo lamento mucho, Bucky.” Su esposo empieza a temblar y la gravedad de lo que Steve ha hecho por fin los golpea a ambos. Palabras erróneas, tono erróneo. Mundos enteros se destruyen demasiado rápido para que los arregle con solo una historia de su madre leyendo para él. Steve besa los nudillos de Bucky antes de acariciar su rostro con la mano. “Todo esto es mi culpa, ¿de acuerdo? No esperaba que hablaras del libro. Y estabas emocionado y tenías toda la razón al estarlo.”
Bucky alza la vista y dice, “Usualmente no soy así de sensible. Su voz tiembla, suave, incluso asustada. “¿Situación nueva? Te reprendí. Lo lamento.”
“Yo también.”
“No tienes razón para hacerlo. Es mi culpa. Todo esto. Lo siento.” Steve tiene ambas manos en el rostro de Bucky, acariciándolo de arriba hacia abajo, entre su cabello, por su mejilla, sobre su mandíbula. Roces gentiles, recordatorios. Cuidará de él, mientras él se lo permita. “Lo siento, Bucky. Por favor di que me perdonas.”
“Te perdono, Steve. Está bien. Yo…” Suena como si fuera a disculparse de nuevo, pero se lo guarda. “Estoy bien.”

Suena más fuerte ahora. Daño hecho. Reparado. Pero no sin consecuencias.

“¿Está bien si empezamos de nuevo?” Pregunta Steve.
Bucky ríe. “Tienes que ponerte al corriente, sí.”

Sonriendo, Steve lo besa de nuevo. Sin cuidado. Sin pensar. Quiere hacerlo y lo hace. Bucky corresponde. Rápido. Una vez. Un beso corto en los labios. Un familiar y casual intercambio de afecto. Evitan miradas, pero Steve toca sus propios labios, pasando sus dedos levemente sobre ellos.

“Bien. Um, tengo algo… para ti.”
“Ah.” Bucky suena más tranquilo. “Ahí están esas palabras de nuevo.”
“Tus cuatro favoritas.”
“Cierto.”

Una sonrisa tensa aparece en la boca de Bucky. Sus labios apretados, tratando de hacer que todo esté bien. Steve aún está tocando a Bucky, dudando de no hacerlo. Romper el contacto podría destruir todo de nuevo. Sabe que no. Es lógico Pero a Bucky le gusta que lo toquen y a Steve le gusta tocar a Bucky—los mantiene a ambos ahí, en el ahora. O tal vez solo a Steve.

Los ojos de Bucky se deslizan a un lado. Señal segura de que piensa en algo. Dice, “¿O es que te gusta molestarme, esposo? Eres la persona más mala del mundo, ¿recuerdas?”
“Lo recuerdo.” Ríe Steve. “Y tal vez no te lo de si sigues siendo un sabelotodo.”

Steve entra en pánico ligeramente. Muy poco muy pronto. Está bromeando con su esposo pero tal vez es demasiado pronto después de su pequeña pelea. Pero Bucky pasa su pulgar y su índice por su boca para cerrarla como un cierre, incluso con llave. Lanza la llave lejos para asegurarse. Steve ríe y luego busca en el bolsillo del pecho de su camisa, rompiendo la conexión de piel con piel. El mundo no se destruye de nuevo. Saca la invitación a la apertura del club nocturno que recibió en el correo y la desliza por la mesa.

El sello de cera hace un ruido pegajoso cuando Bucky lo levanta. Solo necesita un momento para verla. La invitación le dice rápidamente lo que necesita saber. Sus ojos se abren, brillantes y felices para encontrarse con los de Steve.

“¿Una apertura? Tú…” Hay optimismo precavido ahí. Bucky dijo que había visto sus entrevistas. Debe saber cómo maneja estas cosas Steve normalmente. “¿Querías hacer una aparición ahí?”

Cierto. Una aparición. Saludos y sonrisas para las cámaras. Ropa formal, algunas palabras, caminar por el perímetro y luego correr a casa. No es como Bucky. Saludos y sonrisas para las cámaras. Ropa formal, palabras y conversaciones, bebidas y baile, citas de medianoche.

“¿Quieres que pida una mesa?” Ofrece Steve. “Puedo hacerlo si quieres.”
“Oh.” Alza las cejas. “Eso no es… Usualmente no haces eso.”
“Tus amigos estarán ahí.” Puntualiza. “Y eso no es lo que te pregunté.” Sonríe Steve. “¿Necesito hacer una regla de eso también?”
“¡No!” Responde Bucky rápidamente. “Sí. Digo, no a la regla. Sí a… ¿la mesa? Si eso… ¿está bien?”
“Bien.” Steve asiente, sonriendo. Por su esposo. “Bien. Ven aquí.” Con la mano en la nuca de Bucky, junta sus frentes despacio. El contacto se ha restablecido. “¿Qué regla te dije antes?”
Toma un profundo respiro. Oxígeno para tomar fuerza, y recita. “No hablar mal de mí mismo.”
“Pediré la mesa. ¿Bien?”
“Bien. Sí. Gracias, Steve.”
“De nada.” Sus ojos están perdidos en los de Bucky. Lo marean. Aturdido y flotando. “¿Puedo besarte de nuevo?”
Bucky sonríe. “Sólo si dices que mi comida es,” Separa los dedos un poco más de como estaban los de Steve. “Así de buena.”

Steve ríe, y Bucky le da un beso en los labios antes de que pueda estar de acuerdo.

Forward
Sign in to leave a review.