
Problemas Paternales
- ¿Son cadenas? – Katarina, quien en un principio había pensado que Samira simplemente estaba siendo desagradable con ella cuando sólo había empatizado un poco, entendió por qué la había mandado a callar.
La flor del desierto no le contesto, era como si simplemente hubiera esperado que Katarina confirmara lo que estaba escuchando para salir disparada de nuevo a la biblioteca, donde estaba aquel hombre gravemente herido.
- ¡¿Tienes a uno de esos niños aquí, hijo de puta?! – gritó, dándole una cachetada con el dorso de su mano, logrando que el labio del hombre se partiera. Luego lo tomo por la camisa –Mas te vale que me digas donde esta o te juro que lo que te hicimos hasta ahora será un simple juego de niños. – su acento shurimano resplandecía cuando estaba enojada.
El hombre apenas la miro, el dolor y la pérdida de sangre lo tenían pálido y débil, pero la sonrisa retorcida que apareció en sus labios hizo que la sangre de Samira comenzará a hervir. Retrajo su puño enguantado lo más que pudo para estrellarlo con suficiencia fuerza contra aquella cara que le daba asco, una vez, dos veces, tres veces; con energía y constancia, una y otra vez, sintiendo como el cartílago de la nariz cedía ante su puño y la sangre de aquel hombre salpicaba en su rostro.
-Samira…- la voz de Katarina se escuchó alejada, distante -…Samira…- era como si no estuviera ahí, en la misma habitación, ni si quiera en la misma casa -¡Samira!- la pelirroja tuvo que gritar y colocar una mano en el hombro de la morena para se detuviera, sus uñas se habían enterrado en la oscura piel como una medida para traerla de vuelta a la realidad –Creo que sé dónde pueden estar…-
De inmediato soltó al general que ahora se ahogaba con su propia sangre y puso su atención en la pelirroja que le hizo una seña con la cabeza para que la siguiera. La llevó de nuevo al recibidor, luego a una puerta que estaba bajo las escaleras y que daba a lo que parecía un sótano. Estaba muy oscuro, pero ahí el sonido del metal arrastrándose era más claro. La asesina encendió una lámpara de aceite que había tomado del recibidor, aquel lugar era amplio, con piso de piedra al igual que las paredes. En el fondo, agazapada y cubriéndose el rostro de la repentina luz había una chica de no más de veinte años atada a una cadena de varios metros que le permitía caminar por toda la habitación, pero no salir de ella. Sus grilletes no eran el único par, había varios tirados por todo el piso, como si antes hubo más víctimas.
-Por favor, no me lastimen. – la chica habló en otro dialecto que Samira de inmediato reconoció como proveniente de Shurima. Era normal que la chica estuviera aterrada, quien sabe que le había hecho el general o su gente, además, Katarina no tenía una cara muy amable que digamos y ella… pues ella tenía salpicaduras de sangre por todo su rostro.
-Parece ser que es la única. - Katarina dirigió sus verdes ojos por todo el lugar, ignorando olímpicamente a la chica –Imagino que habrá vendido a los demás o sólo la tenía a ella de momento. – miró a Samira quien sacó un pañuelo de entre sus ropas para limpiarse la sangre del rostro, luego usó el mismo pañuelo para enredarlo en su puño, se había lastimado los nudillos por la golpiza que le dió al general. –Si sobrevive para cuando lleguen los agentes del alto mando sin duda será condenado a la guillotina. -
-Afuera debe estar un cuervo del general Swain, sube y dale el reporte de lo ocurrido. – ordenó Samira, diciéndole de aquella manera que deseaba que la dejará sola con la asustada jovencita. La pelirroja lanzó una mirada a la chica, luego de nuevo a su mentora y tras suspirar le entregó la lámpara para que no se quedarán a oscuras y subió a hacer lo que le ordenaron.
Cuando se quedaron solas Samira sonrió de forma amigable pero no se acercó, guardó una distancia prudente.
-Tranquila, estas a salvo ahora. – habló el mismo dialecto que la muchacha - ¿Puedo acercarme? Necesito liberarte de eso…- señaló el grillete que llevaba en el tobillo, notando que los ojos de la joven brillaron con reconocimiento al escucharla hablar en su misma lengua e incluso sonrió levemente para después asentir sólo con la cabeza así que Samira se acercó y agachó, dejando la lámpara en el suelo para observar aquello que la tenía cautiva. Sonrió, era un grillete simple de metal, nada que no pudiera abrir con facilidad. Sacó de entre su cabello trenzado una ganzúa que usaba para todo tipo de cerraduras, un gran invento que había comprado en Piltover en una de sus últimas visitas. –Dime, ¿Cómo te llamas? ¿Tienes un lugar al que regresar? – comenzó a mover el artefacto dentro de la cerradura, con una facilidad que decía que no había hecho ese tipo de cosas una o dos veces.
-Aneska – la voz era baja, como insegura, temerosa –Tengo una tía.-
Estando tan cerca podía apreciar más a la chica que tenía un tono de piel avellana, muy parecido al suyo. Le calculaba unos diecinueve años. Tenía el cabello hasta los hombros, con unas rebeldes ondas que le daban un aspecto salvaje además portaba unos bonitos ojos oscuros, con pestañas espesas.
-¿Crees que tu tía este feliz de verte de nuevo?-
-Supongo, ella no quería que me uniera a las filas noxianas, dijo que por mi edad ya era tarde para empezar un entrenamiento, que sólo les estorbaría. -
Un clic metálico anuncio que el cerrojo por fin había cedido y el tobillo de la chica fue liberado, al alzar su único ojo se topó con una gran sonrisa, como si hubiera hecho un acto de magia ante una persona muy impresionable.
- ¿Te gustaría venir conmigo? Tengo espacio para uno más en mi caballo. - bromeo un poco –Por mi trabajo viajo mucho, no puedo asegurarte cuando podrás volver con tu tía, pero si el hecho de que lo harás. ¿Qué dices? –
XXX
-Tienes que estar bromeando. - murmuro Katarina. Al ver que Samira se reunía con ella frente a la casa, con la jovencita abrazada a su brazo como si se tratara de un koala pensó que era normal, después de todo estaba traumatizada y ella había sido su salvadora. Lo que si no pensó es que le dijera que iría con ellas hasta que tuvieran una misión en Shurima, donde se asegurarían de dejarla sana y salva. –Los agentes no tardarán en llegar, ellos se encargarán de que ella este bien. –
-Pero ella no quiere ir con ellos. ¿Verdad? – Samira volvió a mirar a la chica que, aunque no tenía ni idea de que hablaban asintió sólo porque la mujer lo hizo.
- ¿Y a mí que putas me interesa lo que ella quiera? – gruñó Katarina mirando a ambas con el ceño fruncido.
-A mí me interesa y es lo que importa. – Samira le regresó el ceño a la pelirroja - ¿Cuántas veces tengo que repetirte que quien toma las decisiones aquí soy yo? – comenzó a caminar para salir de la hacienda –Vámonos, no quiero cruzarme con los agentes, son unos engreídos y no entiendo por qué, lo único que hacen es limpiar la mierda del alto mando. –
Las cejas de Katarina se unieron más, casi formando una sola pero aun así comenzó a seguir a Samira, porque si iba a lidiar con gente arrogante prefería mil veces que fuera su mentora y no un montón de don nadie que seguro se burlarían de ella por acabar de una simple mercenaria.
- ¿No te das cuenta de que nos va a estorbar? ¿De qué incluso puede salir herida? – Katarina se había adelantado unos pasos, para interponerse en el camino de Samira y la chica, para hacerse escuchar.
-¿Umnh? – la mercenaria alzó una ceja –Ya cargo a cuestas contigo y por lo que veo estas perfectamente bien.- sonrió ladina, arrogante, sabiendo que esas palabras calarían hondo en la pelirroja. No agregó nada más, simplemente le sacó la vuelta y continúo su camino.
Por su parte, la asesina, se quedó quieta unos momentos, como si le costara procesar lo que le dijo Samira. Apretó ambos puños con furia ¿cómo se atrevía a compararla a ella, una asesina ampliamente experimentada, que había sido entrenada desde su tierna infancia con una muchachita que posiblemente lo único que sabía hacer bien era llorar y poner cara de corderito? ¿Estaba acaso minimizando el trabajo que realizó en la tarde y esa noche? Caminó hacía ellas dando amplias zancadas, cuando pasó a su lado golpeo con el hombro el costado de Samira quien sólo la miro con diversión en el momento en que desapareció en las copas de los árboles.
XXX
Cuando Samira y Aneska llegaron a la posada era ya entrada la madrugada, sin embargo, no estaba Katarina esperándolas. Si bien eso sorprendió de cierta manera a la rosa del desierto, no se alarmó o preocupó, era una asesina muy eficaz, los que deberían de preocuparse eran los demás dado el humor que seguramente cargaba.
-Sí no te importa tomare un baño. – señaló su cama –Si estás muy cansada, puedes dormir ahí, pero imagino que también quieres un buen baño. - sonrío pues inmediatamente pensó en su compañera pelirroja, a la que seguramente le habría lanzado la propuesta de bañarse juntas para “ahorrar tiempo” sabiendo que recibiría un rotundo no por respuesta, sólo por molestar.
- ¿Qué paso con tu amiga? ¿No vendrá? - no se necesitaba ser muy listo para darse cuenta de que esa habitación era de las dos, por las camas gemelas –Parece que se enfadó mucho. ¿Fue por mi culpa? –
-Ella siempre es así, no te preocupes, sabe cuidarse bien sola. – Samira sonrió reconfortante, se había detenido en la puerta del baño –Ya volverá, sólo debemos esperarla el tiempo necesario. -
Si bien la duda de Aneska no fue del todo resuelta, se quedó conforme. Entendió que lo que sea que había pasado no había sido su culpa, parecían ser cosas entre ellas dos y ciertamente no le incumbía.
XXX
Katarina no regresó a la posada ni al pueblo. Cuando se separó de Samira, con el enojo a flor de piel, se desvió a las entrañas de aquel bosque y se detuvo cuando pensó que estaría sola, no quería toparse con nadie en ese momento. Además, tampoco quería que Samira la encontrará fácilmente, aunque se regañó mentalmente por pensar con ingenuidad que esa mujer altanera se “dignaría” en buscarla, de seguro le importaba menos que un penique lo que le pasara.
Al menos el lugar que había elegido era bonito y tranquilo, una especie de lago, con el agua cristalina que funcionaba de espejo a la luna, luciérnagas bailaban sobre la superficie danzando al son del canto de las ranas y árboles de todo tipo custodiaban la periferia, cuando el viento soplaba las ramas y hojas y ramas hacían un relajante sonido que ayudo a Katarina a tranquilizarse lo suficiente como para dormir.
Aun así, al despertar, la molestia seguía presente. El estar sola le había ayudado a comprender cuál fue el motivo exacto de su arrebato y la raíz de este. Ser comparada con alguien tan insignificante como lo era para ella la chica del sótano fue un duro golpe a su orgullo el cual su padre se había encargado de inflar desde que era sólo una infante, ella era Katarina Du Couteau, miembro de la más honorable familia de asesinos en Noxus, que parecía haber nacido para matar y la única capaz de llevar las riendas de la familia cuando su padre dejara este mundo.
No pudo evitar que los recuerdos se apelmazaran en su cabeza, memorias que creía había olvidado brotaban una a una sin que pudiera detenerlas y se repetían una y otra vez, como para atormentarla. En especial una.
Tenía ocho, acababa de volver tras haber cometido su primer asesinato, una prueba acorde a su edad: matar a uno de los tantos desertores de las filas noxianas, un trabajo sencillo que cumplió al pie de la letra. Se presentó ante su padre para mostrarle una de sus dagas cubierta con la sangre de su víctima, como prueba de que había cumplido su cometido. Él se encontraba reunido con otros generales noxianos, así que aprovechó la oportunidad para presumir.
- ¿Ven esto? - el hombre le había quitado la daga y la extendía ante los otros, insistiendo con gestos de su otra mano que la vieran bien pues tenía runas que habían sido grabadas con el único fin de delatar si aquella no era la sangre de la víctima –Lo he dicho siempre, es una asesina nata, perfecta para ser mi heredera. – los hombres asintieron mientras elogiaban a su padre con palabras como “Debe ser cuestión de sangre” o “Con un padre como tú ¿Cómo no va serlo?”.
Nadie la veía a ella, ni si quiera su padre, pero eso no era lo que más la incomodaba, es que hablaban de ella como si fuera una especie de extensión del general Du Couteau, un clon, como si de alguna forma hubiera nacido con todos los conocimientos que tenía cuando no era así, había comenzado a entrenar apenas había aprendido a caminar, su vida entera se concentraba en el riguroso entrenamiento que su padre le imponía y todavía ni cumplía diez años. Ninguno de esos hombres sabía acerca de lo que tenía que hacer diario, de que a veces se iba a la cama llorando porque no soportaba el dolor corporal y que en más de una ocasión era castigada brutalmente al no alcanzar los absurdos estándares de su padre.
En el presente, Katarina, sintió escocer su garganta a tal punto que pasar saliva le resulto doloroso. Cerro los ojos porque estos también habían empezado a arder levemente, ella lloraba, pero sin duda no lo haría por esta situación, era estúpido y no tenía sentido. Solo que no podía dejar de recordar a Samira diciendo que quería que su padre viera el potencial que podía llegar a tener, para luego anularla completamente.
Necesitaba admitir que tenía problemas con buscar aceptación en figuras paternales/maternales.
XXX
Samira no se preocupó cuando Katarina no se presentó a la mañana siguiente ni en todo el día, pensó que hacerlo sería una gran falta de respeto para ella, conocía sus habilidades y no le pasaría nada grave. Sabía perfectamente que estaba molesta, no iba a invadir su espacio.
Esa noche volvió a compartir cama con Aneska, respetando así el lugar de la pelirroja por si volvía en algún punto de la noche.
Como si lo hubiera vaticinado, Katarina llegó a la habitación pasando la media noche. Como la bien entrenada asesina que era se las arregló para no hacer ruido al entrar, estaba oscuro pero la luz que entraba por la ventana era suficiente para identificar la figura de Samira en su cama. A decir verdad, el darse cuenta de que no habían partido sin ella, de que la habían esperado le sacaron una pequeña sonrisa que inmediatamente perdió cuando al ver su cama no vio a la chica así que instintivamente volvió a mirar la cama de la mercenaria sólo para darse cuenta de lo que sospechaba, la tipa del sótano estaba durmiendo con ella.
¿Cómo podía ser tan descarada? Katarina supuso que Samira había rescatado a esa pobre muchacha porque de alguna forma le recordaba a su pasado, pero ahora entendía que no era más que obra de su lujuria sin límites.
Seguramente ni si quiera la había esperado y había pasado todo el día haciendo quien sabe qué cosas con esa joven, lo más probable es que habían terminado tan cansadas que habían decidido viajar hasta el día siguiente.
¡Pues se jodía! Había vuelto. Porque Katarina estaba dispuesta a recuperar su honor como fuera, así tuviera que soportar a esa arrogante, libidinosa y mentirosa mujer.
Hasta el momento se había concentrado en no hacer ruido para no ser una molestia, pero después de ver esa escena se empeñó en ser lo más ruidosa posible, sin tener consideración alguna, tal y como hacía Samira cuando estaba ebria. Entró al cuarto de baño para ducharse, azotando la puerta, abriendo la llave al máximo, tumbando algunos frascos de interior y volviendo a azotar la puerta cuando salió. Grande fue su enojo cuando se dio cuenta que ninguna de las dos se había despertado.
Molesta secó su cabello húmedo antes de meterse a la cama, incomoda de tener que dormir sabiendo que a un lado estaba sucediendo algo muy cuestionable, tanto así que decidió darles la espalda. Esa mujer era tan descarada que, si se levantaba en algún momento y la notaba, seguro comenzaría a hacer actos carnales sin importarle su presencia.
Dada la situación en la que creía haber encontrado a su mentora y la fulana esa, le costó capturar el sueño y cuando al fin lo estaba logrando sintió movimientos en su cama, para ser más específicos a su espalda. Alguien movía las sabanas y hundía el colchón. Extrañada, pero preparada con un cuchillo que siempre ponía bajo la almohada, se giró solo para encontrarse con Samira recostada de lado, mirándola directamente. El cuchillo que abalanzo al momento de girarse se detuvo a centímetros del pecho de la mujer. Ella no parecía asustada, la miraba tranquila en la oscuridad.
-Qué bueno que regresaste, cherry.-