
Ikol cayó de rodillas cuando la visión terminó de reproducirse frente a ella, las lágrimas caían por su rostro mientras la habitación se llenaba del sonido de sus sollozos. Se sentía tan rota, tan lastimada y sé dio cuenta de la triste realidad.
No importaba lo que hiciera, para los demás siempre sería la mala, la mentirosa y traicionera. No les importaba las ocasiones en donde ponía su vida en peligro por querer complacerles en sus mandatos. Sabía que Thor la amaba, pero ¿hasta cuándo iba a tenerle de su lado?
Y aquello le hizo tomar una nueva decisión. Si creían que ella iba a dañarlos, se lo iba a demostrar, pero no lo haría de golpe. No, eso no le ayudaría a demostrarles que no era una chiquilla malcriada, si no que si ella quisiera en estos momentos todos estarían venerándola.
Así que se trasportó al único lugar en donde nunca la buscarían. Midgard.
El lugar al que llegó era un edificio bastante moderno y lleno de tecnología, sus pasos se escucharon por el lugar silencioso. Hasta llegar a la puerta de una de las oficinas, sabía que en ella se encontraba aquella mujer de la que necesitaba deshacerse.
—¿Quién eres y cómo lograste entrar aquí? —Masculló molesta la mujer y levanto una pistola para dispararle.
Aquello no sucedió porque con un gesto de la mano de Ikol salió volando, los ojos verdes de la diosa se clavaron sobre la mujer. Aún si se notaba peligrosa, no era un impedimento para adquirir el lugar.
—Eso a ti no te incumbe. —Y con esas últimas palabras la mujer que antes estaba ahí desapareció.
Ikol se acercó hasta la silla y se sentó sobre ella, sus ojos recorrieron la vista frente a ella. Una sonrisa surgió en sus labios, su plan había comenzado solo necesitaba conseguirse los aliados correctos.