
8.- Dancing With The Stranger
Tony Stark.
La oscuridad atrapada en las paredes nubla mi mente, oscurece mis pensamientos y los hace retumbar en mi pecho. Creí haberlo superado, haber logrado salir de las ruinas de mi vida.
Tomo mi vaso de whisky y le doy un trago. Siento el ardor recorrer mi garganta, mi piel ardiendo y mis latidos acelerándose. La misma historia de siempre, ser un hombre ahogado en las penumbras de los escombros que ha provocado por sus acciones. Dejando a la calidez de una compañía fuera de mi alcance, lejos del toque de mi mano y reducida a un anhelo en mi mente.
El frío me consume en noches como estás, la manera en que la gran torre me rodea hace que no se pueda encender la vida en mí. La coraza de frialdad en mi entorno, encerrándome y tapando cada grieta por donde exista la posibilidad de que un rayo de luz se cuele y avive una chispa en mí.
No quiero estar solo está noche.
Doy el trago restante a la bebida en mi mano y dejo el recipiente sobre la mesa en este desolado y oscuro lugar. Tiento con mi mano mis bolsillos y no encuentro las llaves de mi auto.
Maldigo y decido simplemente salir caminando, perderme una noche deambulando quizá lograría aminorar la soledad. Al rozar las suelas de mis zapatos con el suelo provocan un sonido de eco, alzo mi vista y miro al cielo, observo las nubes grises y oscuras indicando la avenida de una lluvia, no me preocupo, la lluvia es mejor al silencio solitario. Vuelvo a centrar mi mirada en las calles desoladas, veo a pocas personas dar pasos yendo a sus hogares, me miran y con un gesto de cabeza las saludo.
Me pregunto si al verme podrán a travesar y ver a través de los agujeros de mi alma. Durante tanto tiempo me he estado rompiendo, deshaciéndome por no poder romper las cadenas atándome a no buscar un poco de felicidad.
De día aparento fortaleza, pretendo ser un hombre famoso, querido e idolatrado por el mundo, devolviendo un brillo que no es mío, solo artificialidad. Mientras por la noche el ahogo en mi pecho se hace presente, la falta de aire viniendo con los ataques de ansiedad, el vacío lastimándome y me encuentro a mí mismo conduciendo hacia la locura.
Fueron años fingiendo tras una máscara, para que al final todas las inseguridades se sumasen y me encerraran. Quiero salir, quiero sonreír.
Visualizo frente a mí lo que parece una fiesta, las luces de colores resplandecen alrededor de la casa y la música rompe el silencio. Veo a un chico salir, los rulos chocolates cayendo por su frente y su mirada cansada encontrándose con la mía.
Me acerco a paso normal y me dirijo a él. — ¿Mala noche?
El me mira y suspira recargándose en la pared.
—Mala vida.
Sonrió, agacho mi mirada por un segundo y me recompongo volviéndole a ver.
—Te entiendo.
Me vuelve a mirar y tratando de sonreír me dice. —¿Ah, sí?
—En efecto, la vida se ha encargado de no ser muy gentil.
—Tal vez la gentileza este sobrevalorada —se despega se la pared y se acerca más a mí—, y lo verdaderamente bueno sea la rudeza.
—¿La rudeza? —pregunto extrañado.
—Sí, que la vida te demuestre de formas crueles que todo es limitado, que nos fuerza a actuar rápido para no arrepentirnos, de lo contrario, pasaremos nuestra vida preguntándonos porque no podemos estar bien.
Su voz es juvenil, rápida, pero experta o al menos lo aparenta, porque puedo identificar el pequeño titubeo. Me enfoco en sus ojos mientras habla, ellos tienen un brillo nublado.
—¿Qué te paso? —La pregunta sale de mi boca al darme cuenta de lo mal que seguramente la está pasando.
—La rudeza de la vida —Me forma una sonrisa—, ya te lo dije. ¿Y a ti?
—Me encuentro prestándote atención, ya sabes, hablando con un extraño a media noche. ¿Tú que crees?
El asiente y me mira sin decir nada por unos segundos, y cuando creí que no diría nada más, habla.
—¿Bailas?
Su pregunta me toma por sorpresa.
—No en realidad, soy de pasos un poco torpes.
El ríe.
—Espera un segundo.
Yo no respondo, pero lo espero mientras lo veo entrar. Volteo tras de mí y no veo a nadie más, un relámpago destella y suspiro, el frio comienza a aumentar. Al cabo de unos minutos miro salir al chico con una mochila colgando de su hombro.
—Sígueme.
Vuelvo a sonreír en esta noche y siendo algo poco común en mí, lo acepto sin hacer preguntas a mí mismo. Camino a su paso, unas cuadras más adelante, él se detiene, y veo que solo es una calle más, algunas luces iluminando tenuemente y totalmente vacía sin rastro de vida, lo miro preguntándole que hacemos ahí.
—Observa.
Lo veo abrir su mochila, una pequeña bocina sale de ella, la cual conecta a su móvil. Mi ceño se frunce pero él tiene una sonrisa en su rostro.
Una canción comienza a sonar, y lo veo moverse al beat inicial. Otro relámpago detstella tras de él y veo lo bien que se ve.
—Te dije que no sabía bailar.
—Te enseñare.
Veo la forma en que se mueve, rítmica, lenta y sensual. He presenciado gente bailar, pero jamás moverse de una forma tan suave y ágil.
—Vamos. —insiste.
Toma mi mano y me hace caminar hasta quedar centrados a mitad de la calle. Yo rio y tratando de imitar sus pasos lo observo, parece que no lo hago tan mal al recibir una mirada sorprendida de él. Al movernos mi cuerpo se siente diferente, libre en esta calle bailando a mitad de la noche, no encerrado en la oscuridad de mi torre.
Fijo mi ojos en él y lo veo hacer lo mismo conmigo, parece leer entre líneas cada parte de mí, siento una extraña calidez rodearme y abrazarme cuando nuestras manos se toman, cuando nuestros cuerpos se cruzan.
Él toma de mi mano y me da una vuelta, a la par que me suelta alejándose unos pasos atrás, se mueve, parece libre, parece disfrutarlo y también lo hago. Pienso en la soledad siempre esperando por mí en cama, he estado bajo ella toda mi vida, siempre queriendo que mi corazón se rompa, y yo pidiendo que me deje ir.
Pero por fin esta noche logro que palpite y baile al ritmo del chico castaño frente a mí. Y al volver a unir mi cuerpo al suyo y rozar sus manos sé que no volveré a caer en ese agujero, no lo permitiré nuevamente.
Me enfoco en prestar atención a la canción, y sonrió ante la ironía de la canción escogida por mi acompañante.
Me encuentro bailando con un extraño.
Cuando la canción entra a su verso final, las gotas comienzan a caer, son rápidas y pesadas al caer sobre nuestros rostros, esta vez soy yo quien se acerca moviéndome al ritmo, lo hago girar y para cuando el ultimo verso suena lo acerco a mí.
En ese momento, la soledad no me sigue más, puedo ver un brillo cálido esta vez en su mirada, el también ríe. Al terminar la canción, él corre a guardar su móvil y bocina.
El extraño se acerca hasta mí, veo sus rulos chocolate oscurecidos por la humedad y sus labios toman un tono rojizo.
—Soy Peter —pronuncia, y sé que se convertirá en alguien más a partir de ese momento, dejando atrás a ser solo un extraño.