
El dios y su mentira
Loki había sido silenciado tantas veces, las verdades siempre ignoradas, siempre consideradas mentiras, que pronto, se convirtió en un mentiroso. Un embaucador. Se apropió de las palabras mordaces y dirigidas hacia él, y les dio significado. Les dio poder: Dios de las mentiras.
Si le preguntasen cuando comenzó, cuando aquel título cobró significado, moldeándolo en el oscuro príncipe de Asgard, no sabría decirlo. Más de mil años de vida le harían eso a alguien.
Se lo harían a cualquiera, incluso a un dios.
Así que sí, para cuando todo en su vida se fue al carajo luego de saber que había soportado tantas mentiras… Cuando saber que su sola piel, su nombre, eran una mentira… ¿Qué importaba la verdad?
¿De qué le valía contar la verdad sobre su no tan feliz estadía en el vacío? ¿Sobre los monstruos y un titán cruel y despiadado? ¿Sobre su intento de sabotear una invasión que, bien dirigida, (y, oh, por las nornas, ¿no había él dirigido con éxito las más recientes conquistas de Asgard…?) habría costado tantas vidas que habría devastado a la humanidad?
Loki sabía que no iba a ser escuchado.
Sabía que cada palabra que saliese de su boca sería considerada una mentira, un intento de evadir la responsabilidad de sus actos. Que cada palabra en su defensa significaría haber tomado el camino del cobarde, incluso más de lo que lo era por utilizar magia en una civilización destinada a la batalla. Así que había permanecido en silencio (no es que hubiese podido hablar luego de ser silenciado con un bozal como si fuese un animal), y había aceptado la sentencia de su no-padre.
Porque, si había un conocimiento que el mago mantenía como advertencia, era que él y la verdad no eran amigos. Que la verdad siempre estaba lista para joderlo, para romperlo y armarlo, moldeándolo para los usos de los demás. Loki sabía que la verdad lo había eludido toda su vida, escondida junto a una fría piel azul y repugnantes ojos rojos.
Loki sabía que la verdad quemaba tanto como el fuego sobre su espalda mientras las palabras (“pequeño dios”) se sentían como una marca que ardería por siempre sobre su piel.
Loki sabía que la verdad, su verdad, siempre había sido malinterpretada y descartada. Así que perfeccionó el arte de mentir. De engañar. De ocultar.
Tomó su sentencia con arrogancia, y planeó su escape con astucia. Abandonó su condición de prisionero, y también, la de príncipe que alguna vez había sido. Eso no importaba. Todo lo que importaba, era su libertad. Así que planeó y pensó, y cuando dudó a donde ir, Midgard se presentó ante sus ojos como el lugar adecuado.
Caos, contínuo progreso, mentes ingeniosas y vidas cortas. Allí, repararía lo roto bajo sus manos mientras fue el títere de otro. Allí, sería un dios entre los hombres.
Pero había una cosa que Loki no había aprendido en más de mil años, y lo golpeó con fuerza, dejándolo tan aturdido como un golpe de Mjölnir jamás lo logró. Había una verdad que no supo cómo ocultar, y cuando quiso acordar… Se convirtió en una dolorosa mentira.
La primera vez que buscó la compañía de Stark, no estaba seguro de lo que estaba buscando.
Llevaba un tiempo en Midgard, y estaba aburrido de que nadie supiese de su presencia. Sí, esa había sido su idea al comienzo, pero el dios del caos no estaba hecho para seguir reglas, y jamás les negaba el cambio a sus ideas.
Cuando el aburrimiento golpeó, recordó la invasión. Profundos ojos oscuros, belleza y humor, y una mente tan ingeniosa como nunca se había cruzado en los nueves reinos. Un breve hechizo de localización, y luego, como el príncipe caprichoso que en realidad nunca había sido, había aparecido frente al hombre que había llamado su atención luego de un pobre y desafortunado encuentro.
“Dime, Stark… ¿Qué dirías a la idea de ser jodido por un dios?”, Loki preguntó, luego de un momento en que ambos se observaron mutuamente.
Si empleó sus dones para detectar la verdad en su respuesta (un “sí” jadeante y entusiasmado), y luego curó al hombre, quitando todo el alcohol de su sistema en los segundos entre que preguntó y luego se dedicó a follarlo… Entonces nadie necesitaba saberlo. Solo sabía que la visión de Stark, de Ironman, bajo sus manos, dócil y dispuesto a ser tomado, hizo algo en Loki. Le hizo sentir algo que llevaba siglos sin sentir. Despertó un hambre que creía saciada por los múltiples amantes que había tenido.
Fue algo francamente estúpido, acostarse con su supuesto enemigo, pero el mago no pudo evitarlo. Pronto, su necesidad de estar con el mortal se hizo tan fuerte que necesitó volver a encontrarse con el inventor. Se convirtió en un hábito, y para su horror, se sorprendió notando que su hambre por el humano era insaciable. Había algo en él, en el hermoso modo en que se entregaba a Loki, que desarmaba al dios por completo.
Quizás fue por eso que no lo vio venir hasta que fue demasiado tarde. No sintió que sus toques titubeaban momentáneamente, negándose a proseguir el modo en que ambos estaban acostumbrados a encontrarse. No notó que se encontraba pensando en el mortal con demasiada frecuencia, hasta que él era lo único que nadaba en los confines de su mente.
Quizás, si hubiese estado preparado, no hubiese intentado tan bruscamente borrar sus ideas, negar sus sentimientos. No hubiese reducido sus encuentros a una y otra escena de dominación que cada vez lo dejaban más vacío, más consumido por la necesidad de querer más.
Así fue como comenzó la mentira, el peor de todos los engaños: fingir que no estaba perdidamente enamorado de Anthony Stark.
Porque, cuando sus manos titubeaban sobre la piel del ingeniero, queriendo adorarlo, tratarlo con suavidad… Entonces el mago reafirmaría su agarre con firmeza. A veces con tanta fuerza, que sabía, le dejaría marcas al mortal como recordatorio de su tiempo juntos.
Porque, cuando sus embestidas perdían ritmo, se apresuraba a retomarlo con dureza, intentando alejar ese pensamiento que flotaba en su cabeza, esa voz que susurraba… (Mejor hazle el amor).
Así fue como, en un actuar desesperado que le nublaba el juicio, cometió errores, y desperdició cada oportunidad de abandonar la mentira que se había impuesto. La mentira sobre estar enamorado.
Porque un dios como él… No podía amar a un simple mortal, y un hombre como Stark… Definitivamente no era capaz de amar a un monstruo como Loki.
Tal vez por eso no supo ver las señales. Definitivamente por depender de su mentira, recurrió a descartar continuamente al ingeniero con comentarios hirientes.
Porque era más fácil rechazar al inventor con palabras mordaces, que revelar lo mucho que deseaba aceptarlo (sí, Anthony, cenaría contigo ésta y todas las noches), y dejar en evidencia sus sentimientos, sin saber si serían bienvenidos.
Sin saber si la verdad lo alejaría del inventor.
Porque era más fácil recurrir a la crueldad (“eres todo una puta”), que dejar caer las palabras que querían escapar por su lengua plateada (He recorrido los nueve reinos, vivido mil años, y nunca he encontrado a nadie tan hermoso como tú. Me destrozas, Anthony. Te conservaría a través de la eternidad. Amo cada parte de ti).
Así fue como no supo ver las señales. Cómo la mentira se convirtió en su realidad. Así fue como no supo ver que el mortal que amaba también le amaba a cambio.
Así fue como lo rompió antes de notar siquiera que algo anda mal.
Sabía que era demasiado duro con Anthony. Lo sabía, y, aun así, continuó haciéndolo por su propio bien. Porque Loki era egoísta, y prefería aferrarse a la mentira que lo mantenía junto a Anthony, que a la verdad que podría alejarlo del mortal.
Ese era un error que luego supo, nunca sería capaz de perdonarse.
Así que, sabía que era demasiado duro con él. Que a veces se excedía. Que a veces no lo preparaba lo suficiente para tomarlo. Que a veces sus palabras rozaban el desprecio y la crueldad. Lo sabía, y sabía también el monstruo que era por no cambiarlo.
Pero la cuestión fue que no se detuvo, y Stark nunca lo detuvo, así que pensó que tal vez… Quizás el modo en que funcionaban era algo que Anthony disfrutaba. Que en verdad le ponía ser subyugado y casi humillado. No era distinto a otras decenas de amantes que había tenido en su larga vida. Así que continuó haciéndolo, continuó mintiéndose, y olvidó que no solo el mentiroso era capaz de mentir.
Olvidó que estar tan sumido en un mundo donde lo que tenían él y Stark era solo sexo, donde Loki lo subyugaba y utilizaba a su antojo sin remordimientos, donde el amor no existía y él no era un patético dios queriendo rogar un poco de amor… Olvidó que se distanciaría de la realidad, y que sus mentiras le impedirían ver otras mentiras.
Le impidieron ver que Stark también era capaz de ocultar la verdad.
Probablemente no supo verlo hasta que fue demasiado tarde. Hasta que el ingeniero sollozó en medio de su encuentro, y eso lo paralizó (porque sabía, sabía que lo tomaba con demasiada fuerza, sabía que en algún momento le haría daño).
Lo paralizó porque obtuvo el primer plano de su rostro desmoronándose, y sintió miedo del daño que era capaz de hacer, del daño que probablemente ya había hecho, y del que quizás nunca se había enterado… (Porque ¿no lo tomaba siempre sin ver su rostro? ¿qué tal si llevaba algún tiempo apretando los dientes, y dejando a Loki tomar lo que quisiese por miedo a no poder detenerlo? ¿Qué tal si se había equivocado, creyendo que Stark era una fuerza capaz de detenerlo si las cosas no iban como le gustaban?).
El miedo lo congeló, le heló la sangre, y se apresuró a retirarse del cuerpo que sentía haber profanado. El miedo lo desgarró, mientras se alejaba de la cama, sin saber si debía marcharse o quedarse, sin saber si había dañado al inventor irreparablemente. Necesitando comprobarlo, repararlo, arreglar lo que probablemente no podría ser arreglado.
El miedo lo destrozó, mientras las palabras caían de la boca de Anthony (“por favor, por favor, detente…”), y el horror (“lo siento, hoy no… lo siento, por favor…”) de que su amante rogase y se disculpase, cuando podría ordenarle detenerse, lo desgarró por dentro.
Porque Loki los había llevado a eso.
Él sabía que, si la verdad siempre lo había destrozado… Las mentiras también podrían hacerlo. Solamente no supo ver que su mentira sería capaz de destrozar a alguien más. Que el ingeniero había quedado atrapado, y ahora, yacía perdido en un mundo de inseguridades al que Loki lo había arrastrado.
Sintió que su corazón se desgarraba una (“que cosa lamentable soy…”), y otra vez (“patético”). Que cada decisión que había tomado estaba errada. Que se había equivocado, ciego y negador, y había colmado al inventor de inseguridades, de un notable sentimiento de inferioridad (“¿Me abandonarías, Jarvis?”). Porque, ¿acaso no lo había tratado Loki a Anthony como un ser inferior? ¿Cómo si estar con él fuese casi como un desperdicio de tiempo? Aún recordaba su invitación para cenar, y, ¿qué si había sido sincera? ¿Qué si había sido el modo de Anthony de pedir más…?
El estómago de Loki se apretó, y se sintió físicamente enfermo. Todos sus encuentros pasados desfilaron tras sus ojos, mientras se permitía verlos de un nuevo modo. Del modo en que siempre los percibió, y una, y otra vez, se negó a reconocer.
Las manos de Anthony algunas veces lo habían tocado como si fuese su amante, no su pasatiempo. Sus miradas fueron cariñosas, y luego cautelosas, y el mago había fingido no verlo ni una vez, prefiriendo ocultarse tras la lujuria y el placer que siempre seguirían al inventor una vez que regresaba al papel que desempeñaba.
El mago lo veía ahora. Anthony lo había estado intentando, incluso cuando su miedo al rechazo, al abandono, era real y justificado. Mientras… Norns.
Loki había actuado como un tonto.
Sus palabras se sintieron como grava cuando cayeron de su boca, y quemaron como todas las mentiras que había dicho antes lo habían quemado. Se sintieron como si no tuviese derecho a pronunciarlas (“Shh, tranquilo, Anthony”), y realmente, no lo tenía, porque, ¿cómo podría él? Todo lo que había hecho había sido engañar, mentir y enmascarar sus sentimientos como el cobarde Jötun que era.
Había tomado sin arriesgarse a pedir más, sin pensar siquiera que el ingeniero pudiese necesitar más.
Sus manos temblaron cuando cubrieron el cuerpo del frágil mortal que había tratado injustamente, que había usado a su antojo, siempre tomando, siempre dominando y exigiendo. Su promesa se deslizó por su lengua plateada (“No te haré daño”), y jamás había despreciado tanto su título de dios de las mentiras como en aquel momento.
Sintió al inventor temblar y tensarse bajo su toque, y, aun así, necesitar el consuelo que sólo recibiría del mismo idiota que lo había dejado en aquella situación. Sus manos podrían estar sosteniendo a Gungnir, y jamás sería algo tan precioso y delicado como sostener a Anthony entre sus brazos.
Cuando emitió su juramento, Loki entendió que siempre sería un mentiroso, porque no importaba su intención, sus palabras (“Nunca te dañaría, Anthony”) eran una mentira, porque él ya lo había dañado.
Él ya lo había roto, y por las nornas, Loki no tenía idea de cómo arreglarlo.
La cuestión con las mentiras, es que tarde o temprano salen a la luz, y es por eso que siempre hay un poco de verdad en las mentiras. Eso era lo que hacía de Loki un buen mentiroso: sus mentiras siempre ocultaban una verdad.
Cuando el momento de abandonar la mentira lo alcanzó, Loki se preparó. Flexionó sus brazos, apretando el agarre que mantenía sobre el inventor, quien había acabado por quedarse dormido en los brazos del mago. Cerró los ojos, y apoyando su frente sobre la nuca del ingeniero, soltó un suspiro tembloroso.
Quería memorizar aquel momento.
El modo en que Anthony se sentía tan pequeño entre sus brazos. El modo en que su calidez lo empapaba, calentando su cuerpo helado. El modo en que el mortal emitía pequeños quejidos mientras dormía, y luego soltaba un suspiro de comodidad cuando Loki lo atraía hacía su pecho. El modo en que su reactor generaba un constante, tranquilizante y hermoso sonido, porque mientras lo escuchase, significaba que Anthony estaba vivo, y el ingeniero significaba todo para Loki.
Sostuvo el mortal entre sus brazos, y luego, cuando el inventor se removió, cuando el cuerpo que envolvía se tensó, consciente de la situación en la que se encontraban, lo dejó ir.
Anthony se sentó en la cama, aún desnudo, y cuando éste hecho se hizo notar, se apresuró a estirar las mantas hasta su pecho, ocultando su reactor. La timidez se cernía en su expresión mientras se giraba para encontrarse con la mirada del mago, y Loki entendió que, a pesar de las decenas de veces que estuvieron juntos, nunca se habían tomado el momento para descubrir el cuerpo del otro.
Descartando la punzada que sintió ante aquella revelación, Loki lo imitó, y por un segundo, ambos se observaron.
“Tú… Tú aún estás aquí”, la incertidumbre y la cautela brillaron en los ojos del ingeniero. “¿Por qué?”
Loki dudó.
“No podía dejarte solo luego de…” el mago señalo su alrededor, como señalando todo lo que sucedió, pero no estaba seguro de cómo decirlo. Él, lenguaplateada, no estaba seguro de qué decir. Apretó sus dedos en puños, y cerró los ojos. Las palabras se derramaron rápidamente, una tras otra, como si Loki hubiese sentido miedo de decirlas: “No podía abandonarte luego de saber que te había lastimado tanto”.
Loki oyó una fuerte inhalación, y abrió sus ojos, dirigiendo su mirada al ingeniero. Sus ojos le observaban ampliamente, confusos y con creciente pánico en la mirada.
“Loki… No sé qué crees que hiciste, pero no me lastimaste en lo absoluto… Sé que me derrumbé por completo, pero prometo que no fuiste rudo… Yo sólo…”, se apresuró a responder, tan rápido que casi tropezó con las palabras.
“Stark…”
“No, de verdad Lokes, solo… Estaba teniendo un mal día…” el genio apretó la manta a su alrededor, hasta que sus nudillos se pusieron blancos. “Solo, todo regresó de golpe, pero de verdad, no me lastimaste… Yo solo no estaba en la zona. Pero todo está bien entre nosotros… Nada tiene que cambiar, solo olvidemos lo de anoche y sigamos adelante como siempre…”
La voz del genio perdió intensidad conforme las palabras de deslizaban una tras otra, y sus ojos fueron bajando ante la ausencia de respuesta, hasta que no estaban en ningún lugar cerca del dios. En señal de sumisión, notó Loki, y se sintió como el ser más repulsivo del universo al notar que Stark, quien era un genio orgulloso y arrogante, sentía la necesidad de bajar los ojos ante él.
Su mente lo llevaba una y otra vez a aquél ruego (“Por favor, por favor, detente…”), y se sentía enfermo al cuestionarse lo diferente que debía pensar Anthony al respecto de sus encuentros, si sentía la necesidad de rogar, de bajar la mirada…
“¿Cómo puedes…?”.
¿Cómo puedes estar sentado así frente a mí? ¿Cómo puedes ocultar de ese modo lo mucho que te he dañado? ¿Cómo puedes seguir queriendo estar conmigo, sabiendo que soy un monstruo? ¿Cómo puedes quererme más de lo que te quieres, Anthony?
Loki quería preguntar tantas cosas.
Quería que Stark se recompusiera, que volviese a ser el ser arrogante y colmado de sarcasmo, y lo echase de su torre. Quería que Anthony lo perdonase, y lo dejase continuar formando parte de su vida. Quería ser mejor. Quería poder confesarle su amor sin estar tan jodidamente asustado. Quería correr y olvidar el ser cobarde que era.
Por las nornas, había sufrido la ira de un titán, el desprecio de un padre y la decepción de una madre. Había sobrevivido a su caída, atravesado el vacío y escapado de prisión… y, sin embargo, era incapaz de enfrentarse a una conversación con el hombre que amaba y había lastimado.
Si tan solo supiese cómo abandonar las mentiras, su papel de mentiroso… Loki creyó que era el momento de intentarlo.
“¿Cómo puedes decir que nada tiene que cambiar, cuando esto entre nosotros te ha estado haciendo daño?”, preguntó finalmente.
Cuando no obtuvo una respuesta, el mago se apresuró a tomar el mentón del genio con suavidad, incitándolo a encontrarse con su mirada, ejerciendo un mínimo de presión.
“Mírame”, pidió, “Anthony, mírame, por favor”.
Aquél ruego alcanzó al genio, quien elevó su mirada hasta que los profundos ojos marrones se encontraron con los brillantes ojos verdes. La sorpresa resplandecía en la mirada del inventor.
“Me llamaste Anthony”, susurró, y había una pregunta en aquella declaración que el mago se apresuró a contestar, mientras acariciaba lentamente la mejilla del ingeniero.
“Sí, Anthony…” susurró, “Tu siempre has sido Anthony para mí…”.
“¿Qué es lo que…?” el genio titubeó, tensándose. “¿Qué es lo que eso significa? Porque, no sé si pueda Lokes, no sé si pueda seguir… Si esto es solo una estrategia, un modo de jugar conmigo…. No sé si pueda aguantar… No soy tan fuerte.”.
Loki apretó sus dientes hasta que su mandíbula dolió, y su corazón se apretó en su pecho.
“¿Es eso lo que has estado haciendo, Anthony? ¿Soportándolo?”, necesitó preguntar, incluso si la respuesta lo destrozaba por completo.
“¿Qué…?” Anthony susurró, consternado, “¿Qué es lo que preguntas? Lokes, ¿qué está sucediendo contigo.”.
La pregunta colgó sobre ellos.
Por las nornas.
Loki respondió.
“Lo que sucede, Anthony, es que he estado actuando como un completo idiota. Te he tomado como me diera la gana, sin… Casi sin preguntar, tan confiado en… En la idea de que tú me querías tanto como yo te quería… Las nornas saben que me he equivocado contigo, y sé que no lo merezco, pero necesito saber…” Loki tomó aire, y soltó el rostro del inventor, apenas consciente de que su mano había permanecido tanto tiempo en la mandíbula del mortal.
El inventor se apresuró a atrapar su mano en una de las suyas, en un agarre desesperado.
“¿Qué? ¿Qué es lo que necesitas saber? Dime, Loki”.
El inventor parecía tan transparente, la esperanza brillando en sus ojos, y el dios se armó de coraje, dándole a aquella cálida manu un pequeño apretón.
“¿Tú de verdad me quieres, Anthony? Esto ente nosotros… ¿Hay alguna posibilidad de que puedas aceptarme luego del modo en que he actuado? Prometo que cambiaré, que seré mejor, lo que sea que necesites Anthony… Solo…”
No quiero perderte.
No puedo perderte.
El dios no podía obligarse a decir aquellas palabras. Estaban fuera de su naturaleza. Pero sus ojos… Para un observador minucioso, sus ojos le dirían lo mucho que la idea de perder al ingeniero lo estaba destrozando. Lo mucho que lo quería y necesitaba.
Y quizás Loki era un mentiroso, pero siempre se preguntó cómo nadie se daba cuenta de la verdad, cuando sus ojos solamente reflejaban verdades.
“Quiero amarte”, decían sus ojos. “Éste soy yo, real y sincero, por primera vez en lo que se sienten eones. Éste soy yo, cuando la mentira cae…”
Nadie nunca lo había visto, pero entonces… Entonces Anthony lo leyó como a un libro abierto. Él vio al dios y su mentira, y una pequeña sonrisa, tímida y suave se posó en su rostro, mientras se permitía aceptar que, de hecho, el dios lo quería.
“Sí. Solo te necesito a ti, Lokes” murmuró, su voz apenas un susurro.
El dios se congeló, y luego, lo besó como nunca antes se había permitido besarlo.