La muerte de los dioses

Star Wars - All Media Types The Mandalorian (TV) Moon Knight (TV 2022)
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La muerte de los dioses
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Summary
La pelea por la Tierra ha comenzado y los dioses no parecen encontrar respuestas.Irónicamente, las mismas, están en una Galaxia muy, muy lejana.
Note
Culpo a don Pedro por esto, en ese video falopa en el que se reía porque Oscar había dicho que Moonknigth era más fuerte que Din. No me pude sacar de la cabeza esa idea y aquí está.Como siempre, les recuerdo que no soy una autora de base inglesa, por lo que habrán errores de ortografía y gramática, tampoco soy especialista en Egipto y los personajes le pertenecen a sus propios autores, yo no percibo ingreso por esto y sólo lo escribo para divertirme y entretener a otros.
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Sharat

Anubis se manifestó cerca de la nave en la que el Mandaloriano había emprendido viaje luego de dejar Tatooine en las manos de su nuevo líder criminal.

El dios con cabeza de chacal se encargó de cubrir sus orejas con la capucha de su manto, para protegerlas del frío húmedo del lugar. Ya que, si bien su cuerpo no podía ser afectado por las condiciones climáticas más adversas de Truif4, le había quedado la costumbre, luego de abandonar la Tierra humana y su sol abrasador, el cubrir su cabeza y sus hombros, a menos, por supuesto, que estuviese visitando la tumba de su amada en Tatooine.

La bella y amable Shmi Skywalker.

Sus ojos se cerraron al recordar a la mujer.

La primera persona en miles de años capaz de conmoverlo hasta el punto de hacer algo que no había hecho nunca: tomar una forma que le permitiese estar al lado de otro ser y compartir su mismo aliento mortal.

Tatooine había sido su refugio, desde cientos de años antes que ella caminará por sobre sus ardientes arenas.

El lugar al que había huido una vez que los dioses abandonaron la Tierra humana e impusieran la regla del no contacto. Allí había marchado para no tener que entablar relaciones con sus compatriotas divinos en el Gran Vacío.

Anubis no era de trabajar en equipo. En eso se parecía a Khonshu. Era un lobo solitario y, francamente, no soportaba ciertas actitudes, especialmente de Horus y Osiris.

Pero estos eran parte de la Ennead y el dios con cabeza de chacal no iba a generarle conflictos a su madre Neftis Nephthys con su hermana y su esposo, especialmente después de que estos les hubiesen perdonado la locura de Seth… y su propio nacimiento.

Su Galaxia.

Muy, muy lejana.

Ese sitio al que ninguno de los otros dioses se sentía atraído, entonces, había sido su hogar fuera del vasto y opulente Vacío. En ella había vertido su amor y conocimiento, una vez que pudo comprender la puja creativa que se daba dentro de la energía creadora que le daba forma y a la que, los mortales, denominaban Fuerza.

De las manos de Anubis habían nacido los Jedi.

Los eternos contrincantes de la faz destructora de la Fuerza.

Puesto que, cuando había visualizado que la energía había perdido el control y se dirigía a la destrucción de todo lo que había originado, el dios con cabeza de chacal, se había adelantado y había forjado la sensibilidad que les permitía a los Jedi percibir a la Fuerza y manipularla.

Y, aunque casi nunca se les había manifestado, como alguna vez lo hiciera a los sacerdotes de Egipto, había sido la voz en sus oídos, la inspiración en sus noches, el Maestro de sus formas de combate, gracias a lo cual, habían prosperado, hasta el punto en que la organización no había necesitado su presencia constante y el dios había podido deambular por la Galaxia alimentando su inacabable curiosidad de aprender y comprender, de experimentar y crear.

Tatooine, tan parecido al Egipto de sus amores, se había transformado en su hogar.

Las arenas que se extendían bajo la presencia de sus soles gemelos, habían besado sus pies y arrullado su espalda en las largas noches.

Y los ojos de una pequeña esclava que le había ofrecido de su agua al encontrarlo caminando sobre esas mismas dunas, le habían robado definitivamente el corazón y la cordura.

Shmi había sido un ser sensible en extremo. Capaz de verlo cuando nadie más podía hacerlo. De ayudarlo en sus creaciones luego de que Anubis la hubiese raptado de sus amos. De aceptarlo entre sus brazos, pese a todas sus diferencias.

La joven mujer lo había hecho experimentar la ilusión que había visto poblar los rostros de la mayoría de los dioses y de los humanos que les servían cuando una nueva vida se aproximaba, al anunciarle que el fruto de su unión crecía en su vientre.

Al dios que no había podido engendrar jamás, esos momentos le habían traído una dicha eterna. Una que nunca había podido disfrutar con su esposa Anput, antes de que esta decidiese no volver a tomar forma y unirse al Gran Vacío definitivamente.

Más Osiris había sido informado por sus espías de la decepción de Anubis y la felicidad había terminado.

Su juicio había sido duro y largo.

Frente a la Ennead fue puesto a elegir entre la vida de su hijo pronto a nacer y la de Shmi.

Hathor había salido en su ayuda entonces.

Una larga amistad unía a Anubis a la diosa del amor. Una que se había basado en especial en el cariño que le profesaba a esta diosa, su ya no presente esposa. Un lazo tan profundo que había hecho que el dios hubiese aceptado como última voluntad de su pareja, el pronunciar como propia a la hija que Hathor había engendrado por fuera de su matrimonio con Horus, con nada más y nada menos que Khonshu.

Anubis negó con la cabeza riendo bajo volviendo a abrir los ojos, Kebechet siempre había sido una joven adorable y no le había costado nada hacer el papel de padre con la asistencia de la diosa del amor, a quien los demás dioses habían simulado comprar la ilusión de la amiga, que asistía al esposo de Anput que había partido, en la crianza de su descendiente.

No era tonto. La mayoría de los divinos habitantes del Vacío, conocía o sospechaba el verdadero origen de la joven diosa. Su volátil carácter, su humor ácido y su impulsividad, contrastaban enormemente con los que tenían aquellos que decían ser sus padres, y su belleza, era demasiado parecida a la Hathor como para no preguntarse. Sin embargo, como había sucedido con su propia historia, los dioses habían hecho la vista gorda y, en todo caso, había cuchicheado tras puertas cerradas.

Y, en todo caso, no tuvieron el tiempo suficiente para hacerlo, ya que como su padre Khonshu, Kebechet, había elegido el exilio tiempo después de llegar a la adultez y, esporádicamente, el dios sabía de su existencia, ya que la joven diosa sabía exactamente cuál había sido su origen y, aunque le estaba agradecida por el engaño, lo consideraba más un tío que un padre.

La diosa de amor, por ende, en agradecimiento, había debatido con los demás dioses y defendido su posición. Había sustentado el accionar de Anubis en la soledad extrema, en la pérdida de su esposa, en el exilio y en miles de otras razones que habían movido a la Ennead a aceptar perdonarlo, a un determinado costo.

El de que su Shmi no recordase quien era. El del que su hijo naciera sin su padre a su lado. El de que ninguno de los dos pudiese, de allí en adelante, verlo o percibirlo. El que ambos volviesen a ser esclavos. El de que el mismo Anubis no podría regresar a la Galaxia por un período de años, en los que permanecería como sirviente de los dioses, asistiendo en la reorganización del Vacío.

Había sido una sentencia dura de aceptar. Por mucho que Hathor le hubiese asegurado que ella velaría por el que Shmi y Anakin atravesaran por un parto amable. Y que, en su esclavitud, sus cargas no fueran tan profundas y terminasen con un amo lo más benevolente posible.

El resultado del juicio lo había llevado a resentir profundamente su relación con Osiris. Una brecha se había abierto entre ambos desde ese momento.

Brecha que sólo aumentó al descubrir el dios que el hijo del líder de la Ennead, había intervenido en la vida de su Anakin, sometiéndolo a constantes tensiones hasta tornarlo al lado oscuro de la Fuerza y, a través de la potencia que le otorgaba su origen divino, destruir a los Jedi que habían sido el orgullo y mejor creación de Anubis, en venganza, suponía, del apoyo que le había brindado a la esposa de Horus, Hathor, al encubrir su infidelidad.

El dios con cabeza de chacal había convocado a un nuevo juicio entonces y, apoyado por las diosas, había arrebatado la autorización de Osiris para proteger a los descendientes de Anakin.

Horus no había tenido derecho a intervenir de manera tan extrema.

Anubis había cumplido su palabra y, gracias al dios con cabeza de halcón, los demás dioses se hallaban en falta al no proteger a quien habían prometido salvaguardar.

Y, pese a que la prohibición de que los niños, puesto que su hijo había procreado mellizos, pudiesen verlo o escucharlo, la misma se había acortado a cuando estos cumpliesen treinta y cinco años, mientras que su limitación de visita a la Galaxia había sido levantada inmediatamente. Otras manos entonces, habían atendido a los pequeños, pero siempre bajo su mirada atenta.

Ambos habían crecido y habían logrado superar sus expectativas, al liberar el alma de Anakin de las maquinaciones de Horus.

Luke y Leia.

Dos fuerzas creadoras y dirigentes sin disputa en esa Galaxia que se había convertido en su hogar.

Las vidas de ambos habían sido fascinantes y entretenidas. Y, como abuelo de los mellizos, había disfrutado sobremanera su actitud rebelde y confrontativa. Ni el Senado de la Galaxia, ni los sobrevivientes de la Orden Jedi, podían contenerlos.

Leia y Luke, iban a cambiar para siempre la historia de su universo.

_Si tan solo pudieses verlos amada mía.

Suspiró el dios girándose al percibir la presencia del pequeño que estaba destinado a acompañar a su nieto Luke el resto de sus días.

_Saludos sharat (niño) – expresó Anubis inclinando su cabeza con amabilidad – Vengo en paz, puedes salir de tu escondite, tienes mi palabra de que no represento un daño para ti o para tu jatij (padre)

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