
Riquillo de Pueblo
Cuando por fin salió de su estupor, Peter había logrado pensar que al menos estar tranquilo con el profesor rubio debería ser un regalo que apreciar. Hay que admitir que tiene un poco de curiosidad que no parece verse saciada, no sólo por el lugar, ni siquiera tiene que ver del todo con el Alfa moreno, porque claro, tiene consciencia de que existe.
¿Quién podría ignorarlo?
Terminó por llegar a la sala común de docentes, mirando que Steve parecía estar hablando con alguien más.
Cuando se acercó, se dio cuenta que era una bella mujer pelirroja y esbelta.
—Ah, Parker. ¿Cómo te fue con tu última clase?
Peter se alzó de hombros, en realidad nada mal, pero no tiene mucho que decirle, pero sí bastantes preguntas que espera que el hombre pueda responder.
—Por cierto, tenía unas cuantas dudas...
—Claro, dime, trataré de responder todas las que pueda, no tengas miedo. Tú dispara.
Los nervios llegaron lentamente, pero se recompuso con una sonrisa.
—Bueno, quería saber primero que nada si hay una librería cerca, no he visto nada aquí, y me gustaría poder comprar algunos. Con la prisa, no he tenido el tiempo de checar detalle a detalle. Aunque busqué, y no he visto en el pueblo.
—Oh, sí, no, tienes que salir a la ciudad cercana, pero no es mucho tiempo, está a 30 minutos. Te puedo recomendar algunas —explicó el rubio con una sonrisa, de quedó un par de segundos así hasta que recordó a la pelirroja, tomando a la misma suavemente de la espalda, empujando para que se uniera a la conversación con ambos.—, ella es Natasha Romanoff, es profesora de gimnasia.
Peter asintió, sonriendo levemente para tomar la mano que le fue tendida, oh, una alfa, el olor le picó en la nariz, si bien no fue desagradable, pronto perdió el interés.
A veces los olores llegaban y se quedaban por un tiempo hasta que las personas se acostumbraban al nuevo intruso, porque es cierto, no se acostumbra uno a cualquier olor.
No importa si eres Omega, Alfa, incluso Beta, las primeras dos castas siempre tratarían hacer de las suyas con los olores. Más que nada al estar por primera vez comunicándose, era conocerse de forma biológica, casi instintiva, de ahí muchas veces radicaba una chispa que podía ser llevada rápidamente a un fuego ardiente.
Que fuera a durar esa relación era muy punto y aparte.
—Es un gusto, soy Peter. Steve iba a enseñarme las instalaciones, ¿Te gustaría acompañarnos? —ofreció sonriendo. Más era mejor.
—El gusto es mío —la sonrisa fue cálida, a pesar del olor cítrico que era bastante persistente. Se preguntó si solamente era él que se estaba negando a inhalar para reconocerla. Para comprenderla.
—Oh, sobre eso… me salió un altercado, y creo que no podremos hacer eso.
—Yo puedo enseñarle alrededor —miró al rubio, y luego al de ojos avellana. —, si estás de acuerdo, claro.
El mismo asintió antes de dejarlos, dándole una palmada a la alfa, antes de despedirse para irse.
—Tendrás que disculparlo, ese hombre siempre se la pasa de un lado a otro corriendo, no te agobies, igual, espero que te guste la escuela, ¿ya conociste a los demás profesores? —le indicó que le siguiera, saliendo juntos, Peter dejó las cosas mientras llevaba solamente un pequeño vaso de café.
Caminaron los pasillos, aún desiertos, no, Peter aún no conocía a ninguno de los demás profesores. De hecho, había algo en él que le decía que mantuviera la cabeza baja, pero sabe que en parte es que aún no se siente seguro. Es un lugar nuevo, no puede permitirse hacer alguna tontería.
Siente cierta felicidad en encontrar que la Alfa es bastante agradable. No hay nada de soberbia ni de miradas extrañas a su olor, algo que en algunas ocasiones llegaba a pasar. Y aunque estaba acostumbrado, se sentía mejor cuando no hacían preguntas.
Observó alrededor mientras le enseñaba el lugar de gimnasia y deporte, tenían una cafetería amplia, y un gran estacionamiento, suponía que en un pueblo como aquel, las cosas eran mucho más sencillas, y no tendría ningún problema. Eso esperaba, porque hasta el momento, se daba cuenta que la tranquilidad del lugar era todo lo que necesitaba ahora.
Sabe que tiene que llamarle a Mary Jane, pero, ¿Qué le diría? Perdón, he huido sin decirte. No, no quiero que nadie sepa en dónde estoy, en realidad me gusta estar solo de momento, no quiero ayuda.
Bien, un pensamiento largo y desvariado de su situación emocional que iba en declive.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —la voz femenina le trajo de vuelta.
—Sólo si me dejas hacer otra de vuelta. —comentó jovial. A sus casi 30, su humor sigue siendo como el que tenía cuando estaba en la universidad.
Quizá es por eso que le suele caer bien a los alumnos y la gente mayor le trata como un niño. Cosa que no le gusta, claro está, es un hombre. No necesita que siempre le estén haciendo sentir como si fuera incompetente. Lo único que lograban cuando pasa eso, es que dudara de sí mismo.
Quiere ser perfecto. Pero, ¿Cómo puede siquiera intentarlo cuando la idea se le esfuma con malos comentarios? Desearía que pudiese simplemente ignorar su cabeza.
—¿Por qué te mudaste aquí? —le preguntó con curiosidad, el olor lo tranquilizó, no había hostilidad, y algo le dijo que podría negarse a contestar. Podría simplemente cambiar el tema o decir cualquier otra cosa, ella entendería, o se veía el tipo de Alfa que simplemente agradecería su sinceridad para entonces seguir con otro tema. Pero su boca estaba sellada. —, lo siento no quería hacerte sentir incómodo, es sólo… eres el cotilleo del momento, ¿Sabes? Todos están sorprendidos, no suele venir nadie nuevo, y si te soy honesta, la mayoría fuimos lo suficientemente chismosos para preguntar de dónde venías. Quién eras, qué profesor.
Peter se sintió pequeño, ¿Realmente habían investigado todo? Quería huir. Pero no era el momento. Ella debió notar algo en su rostro, ¿O sería que volvió a desprender ansiedad y se dió cuenta?
—No quise sonar intrusiva, lo lamento.
—No, no… está bien. Creo que tienes razón, yo actuaría de la misma manera. Es sólo complicado, pero me siento tranquilo aquí, me agrada el pueblo. Nunca antes había vivido en uno, pero es agradable… —sonrió, no era mentira.
—De igual manera. La mayoría aquí es curiosa, pero, bueno, es un pueblo pequeño, la mayoría de los ancianos conocen a todos, y los que no, quizá ya tengan delirio senil. —se rió levemente.
Llegaron de nuevo a donde estaban anteriormente. Le siguió dentro y la mujer comenzó a hacer café caliente.
—Y no te preocupes —le miró de reojo, sonriendo suave, el muchacho castaño se había sentado y se frotaba los brazos para darse algo de calor. —, todos tenemos secretos. Si alguien quiere saber algo, eventualmente tendrá que preguntarte, ¿No? Y de todas maneras, siempre puedes negarte a responder. No es como si fueran a morderte el cuello para obligarte.
Le entregó el café negro y puso otro para ella, sentándose.
—Pensé que tendrías que irte.
—Oh, no, aún me faltan los que se quedan a extracurriculares. Algunos se quedan a atletismo, y bueno… —la voz se fue apagando mientras le daba un sorbo al café.
—Pensé que eras de gimnasia.
—También. Fui atleta hace muchos, muchos años.
Peter asintió. Tenía sentido para él.
—¿Puedo preguntarte algo? —el castaño la miró de reojo, una parte de él, se sintió de alguna forma, intranquila, si le preguntan por qué, él no sabría responder del todo. Quizá porque sentía que estaba mal husmear… —, ¿Qué me puedes decir de O'Hara?
Pero eso no era husmear. Solamente se estaba preocupando por un adulto. ¿Cierto?
Sí. No es husmear.
Aquella tarde había sido productiva. De regreso, el agua había disminuido y se dió cuenta de que tendría que ir a las afueras de la ciudad a comprar ciertas cosas.
Cuando por fin llegó a las afueras de la ciudad, de nuevo, llegó una lluvia esta vez mucho más agradable y menos violenta. Por más que quisiera decir que lo odiaba, no era así, ese tipo de climas le parecía agradable. Sí, le daba ganas de dormir todo el día, pero también le relajaban todo el tiempo al punto de poder dormir a cualquier hora del día.
Y aunque sus noches y sueños están plagados de pesadillas, algunas veces logra conciliar el sueño tranquilo.
En la carretera vio el cuerpo reconocible de alguien, avanzando lento, hasta poder ir a la par para abrir la ventana, dejando que el agua se metiera.
—Súbete.
El muchacho le miró, haciendo una mueca y después sonriendo al negar.
—Hobart, sube, te vas a resfriar.
El muchacho suspiró, ¿cómo podría decirle al hombre que eso no era nada comparado con lo que realmente podría enfermarlo?
Le hizo caso, no por buena voluntad.
Cuando por fin se acomodó en el auto, Peter encendió la calefacción, y entonces siguió el ritmo anterior en el auto.
—Está helando afuera. ¿Qué hacías ahí?
—Buscando a Miles. Y tengo que ir a recoger a alguien —se alzó de hombros. —¿Y tú qué haces aquí? ¿Vas a la ciudad?
—Tengo que encontrar unos libros y comprar unas cosas. Cuando lleguemos, me dices dónde te dejo, ¿Por qué estabas buscando a Miles, tengo que volver a por él?
—No, todo bien. ¿Qué vas a buscar? La mayoría del pueblo ya tiene los libros, los traen de fuera, sabe. Así los alumnos no tienen que salir, sólo pagamos una pequeña cuota para el repartidor. —explicó.
Las cosas en aquella Universidad, como se daba cuenta Parker, no funcionaban como en otras. Pero tenía sentido, tomando en cuenta que también, mucha gente parecía diferente ahí, por no decir más. No le desagrada, pero desconfía. Y si es sincero, no le sorprende, sabe que está en modo supervivencia, lo quiera o no.
Al inicio pareció no tragarse la historia, pero el muchacho parecía tranquilo.
—¿Por qué se mudó, profesor? No es muy usual que una persona deje todo de la ciudad para venir a un pueblito a medio de la nada. ¿Gustas de lo poco convencional? Un verdadero antisistema de la aglomeración de gente. —admitió con orgullo. Definitivamente ambos estaban cada quien con sus ideas, eso no impidió al moreno a seguir hablando. —No es tan malo si se deja de lado el capitalismo, la pasamos bien en los lugares pequeños.
—No lo dudo. La verdad sólo necesitaba un cambio de aires, a veces la gente necesita un cambio radical, incluso si no lo queremos.
La sonrisa le marcó un poco las ojeras, estaba durmiendo mejor. Terrible, como desde hace tiempo, pero mejor.
—Estás más relajado que cuando te encontramos en el bosque.
—Oh, sí… es solo, no esperaba quedarme en ese estado, fui por la curiosidad. Es decir, nadie piensa que va a tener un accidente —comentó nervioso esta vez, carraspeando. —, me gusta la vegetación, pero nunca he vivido en un lugar tan verde. No esperaba que fuera tan peligroso —se alzó de hombros.
En realidad, nunca había vivido en ningún otro lugar que no fuera su lugar de nacimiento. Había viajado, claro, pero nunca había vivido en otro lugar.
—El clima es húmedo, hay mucho musgo, lo que quiere decir que habrá lugares muy resbalosos y peligrosos para la gente. Por eso es preferible que no te adentres demasiado si no conoces el lugar, si te persigue un animal, es más probable que mueras por un accidente al salir corriendo.
Oh, por eso, se dijo, entendía la consternación del muchacho y… Miguel.
—¿O'Hara no vino contigo?
—Miguel sigue por ahí. Yo no, tengo que ir a la ciudad a recoger a alguien.
Quiso saber más, pero no se atrevió a presionar, sería raro. Las palabras de Natasha no se le iban de la mente.
Está consciente de que ser Alfa en una sociedad en la que aún hay vestigios de alfacentrismo, sigue siendo algo importante, sigue siendo bien visto. Y todos desean que seas el cliché de hombre grande, musculoso y totalmente posesivo. Bien, Miguel O'Hara cumplía con dos de esos requisitos de los que supiera hasta ahora.
Pero también, hay algo de gentileza en su frialdad. Cuando le cargó tan firme, y cuando decidía quedarse en silencio, quizá lo odiaba, pero también podía ser tímido, ¿no es así? Cualquiera fuera la razón, el muchacho tenía una gran señal en la frente que gritaba que lo mejor era correr para el otro lado.
Pero él es el profesor nuevo, y el muchacho falta bastante. Es normal que se preocupe por él, ¿no es cierto?
—¿Entonces la ciudad? ¿A quién irás a recoger?
—Eh, alguien. Es un, eh, digamos que es algo parecido a una familia muy lejana, vendrá del extranjero, le han aprobado para seguir sus estudios de intercambio aquí. —admitió con felicidad.
Hobart era un muchacho excelente, al menos hasta el momento. Su opinión quizá cambiaría con las semanas, pero esperaba que no. Quería un semestre tranquilo, o lo que quedaba del mismo.
—Dime, ya que estás aquí, ¿hay algo que deba saber? Los pueblos siempre tienen sus mitos y leyendas, ¿hay algo aterrador en el bosque? —preguntó divertido.
Cuando Parker era pequeño, su Tío Ben solía decirle que los bosques eran de los lugares más fantásticos del mundo, junto con las profundidades del mar. Podía soportar las llanuras interminables, pero jamás se ha encontrado capaz de meterse demasiado profundo en el mar. La piscina era una cosa, el mar desconocido era otra, y su mente siempre encontraba formas de jugarle algo cruel.
—Bueno, tenemos varias leyendas —se acomodó el muchacho, sin miedo le bajó a la calefacción, y aunque Peter sentía frío, podía ver que el muchacho en cambio parecía tener algo de calor. Además, de su lado, la ventana estaba algo empañada, mientras que en la propia seguía normal, entonces, la explicación era sencilla: el muchacho debería estar desprendiendo más calor. —, pero no creo que sea de tu interés, la mayoría de la gente cree que son historias para asustar a los niños y que no se adentren al bosque.
—Oh, vamos, no pueden ser tan terribles si se las dicen a los niños. Y asegúrate de no tutearme en frente de los demás, no quiero que se den ideas erróneas.
—Precisamente se las dicen a los niños porque son terribles… hmm, el tuteo viene cuando uno se muda acá.
Parker negó suave. No haría eso, no jugaría aquello a ver qué tan permisivo era con él.
—Soy muy mayor que tú, niño. Lo mejor es que no me tientes, sigues siendo mi alumno. —comentó de buen humor.
—Bien, profesor Parker, dígame entonces, ¿realmente desea saber? Porque son terribles esos cuentos. Incluso hay uno que hasta a mí me llega a poner chistoso.
El muchacho negro sonrió, parecía más jugar con él que decirlo enserio.
—Claro, pruébame.
—Bueno, hay leyendas de que hay criaturas que despedazan gente. Animales gigantes, ¿Conoces a los Wendigo?
—Todos conocen a los Wendigo. ¿Dicen que hay en el bosque? Bueno, si despedazan gente… creo que cualquiera se mantendría a raya. Pero tú y los de tu reservación…
—Es diferente. Nosotros podemos defendernos, sabemos cómo hacerlo.
—Bueno, algún día tendrás que enseñarme, parece muy interesante y definitivamente a mí me agradaría sobrevivir si algún día me meto al bosque, así que, claro, unas clases no le vienen mal a nadie.
Peter escuchó varias de las anécdotas, unas más sangrientas que otras, pero quizá es que comenzaba a darse cuenta de que no lo asustaba la fantasía, la realidad podía ser mucho más cruel.
Manejó un tiempo más antes de que Hobart le indicara dónde dejarlo, y no dudó en decirle que si necesitaba algo, le llamara en la Universidad , porque estaba interesado en seguir con aquellas historias tan interesantes, y que pasaría a cierta hora, en caso de que decidiera irse con él, y su amigo podría irse también con ellos.
Aún no tenía un celular, tendría que pasar por uno.
Hizo lo que debía, compró algo más de ropa, un celular barato, y algunos libros que le llamaron la atención.
Fue a uno de los restaurantes cercanos antes de regresar al pueblo cuando al volver, no vió a Hobart, era probable que los hubieran recogido, así que no tuvo problema y se relajó cuando entró. Cena tranquila, todo bien, incluso se limitó a llamar de vuelta a Mary Jane durante la cena.
—¿Peter?
—MJ. —sonrió nervioso desde su lado de la línea. La comida llegó, tapó el celular para agradecer a la camarera. —Hola, este es el nuevo número, le pasó algo al viejo y tuve que cambiarlo.
—Eso explica por qué no me contestabas los mensajes, me mandaba a buzón. Iba a ir a tu departamento, pero me ocupé. ¿Si vas a poder asistir?
—Sí, sobre eso… yo creo que estaré ocupado, tengo que arreglar unas cosas.
No necesitaba verla para saber que le venía una reprimenda y había cierto rostro que le indicaba que no estaba del todo conforme con la respuesta. Pero le siguió algo distinto.
—No has salido mucho, estoy segura… Harry y yo queremos verte. Además, queremos saber de ti. No hemos hablado demasiado desde…
—Estoy bien. —aseguró, su mente le gritó que era un mentiroso, y aunque había comenzado a comer, se le fue el apetito. ¿Era tan malo que quisiera que nadie se preocupara? Quería lidiar con todo, y al mismo tiempo, se sentía muy abrumado, no es que no quisiera dejarse ayudar, es que no sabía por dónde comenzar. —Sólo estoy algo ocupado.
—Harry está preocupado, me preguntó si… estabas bien, si estabas teniendo tus celos a solas. Sabemos que —Peter carraspeó incómodo.
No quería hablar de algo así, si bien estaba pasando todo eso a solas, y dolía, dolía un carajo, había decidido que era lo correcto. No quería simplemente dejar entrar a nadie a esa burbuja en la que se había decidido esconder.
Se le aceleró el corazón al recordar un atisbo de algo parecido a un grito, y por unos segundos, sus ojos quisieron llenarse de lágrimas.
Temblando tuvo que sacar el billete, antes de alejarse de ahí.
Escuchó que MJ seguía hablando, pero colgó para esconderse en uno de los callejones, tembloroso antes de arquearse y vomitar.
Se le llenaron los ojos de lágrimas, y sintió que se mareaba, siguió produciendo demasiada saliva, volvió a vomitar. El sabor rancio le hizo jadear, lloriquea mientras se apretaba el estómago para sacar todo.
Aquello era horrible, se le cayó el celular y tuvo que cerrar los ojos mientras su mano estaba en la pared de una estructura, y estaba doblado aún demasiado inseguro de que pudiera erguirse.
Qué detestable.
Qué débil, se regañó, quería odiarse y al mismo tiempo la compasión le embargaba, estaba roto, demasiado lejos de la reparación que podría darle alguien. No necesitaba terapia, era algo que ni siquiera eso podría arreglar. Siempre estaría agrietado y le faltarían partes, no necesita que nadie le diga lo que es obvio: no está completo, y está demasiado lejos de la sanidad mental.
Se tuvo que abrazar a sí mismo, demasiado asustado, tenía que irse, tenía que volver a la casa. Oh, su nueva casa, aquél debería ser su lugar seguro, pero sabe que al llegar lo único que va a sentir es soledad.
Cuando se siente seguro de que ya no está temblando, se limpia con la manga de la camisa lo que quedaba de saliva, se dió asco a sí mismo, levantando el celular, dándose cuenta de que lo había estrellado.
Nuevo, y roto tan pronto. Suspiró cansado, qué más da.
Se subió a su auto, y no tuvo corazón para volver por el platillo casi sin tocar del restaurante.
Encendió, y arrancó.
Debería llamar de vuelta a MJ, y una parte de él quería hacerlo, pedirle disculpas por irse así, inventar alguna mentira, quizá simplemente decirle que se había ido de aquél departamento, algo. Quería pedirle disculpas por haberse escondido, y decirle a Harry que necesitaba que estuviera con él.
Los celos para él eran dolorosos y aunque Harry no era su pareja, a veces era mejor al menos olerlo y sentirlo cerca, que estar llorando en el baño vomitando porque no puede con ese dolor y asco que siente.
Cuando por fin siente que algo va bien, y la lluvia quizá lo deje estar tranquilo, hace completamente lo opuesto y comienza a repiquetear con fuerza, las luces del auto no son suficiente para ver más allá, se dice que no puede estar en esa condición, puede tener un accidente.
Todo sucede demasiado rápido. El ciervo, el sonido de las llantas no deteniéndose. El grito, y por fin, el golpe.
Flores, le gustan las flores, en especial los girasoles. Sabe que son caras, pero por fin, feliz de todo, él le ha traído un ramo sólo para él, y no podría estar más feliz de eso, porque le besa y le mima el rostro.
—Es un regalo. —y el hombre le acaricia la cadera, le pega a su cuerpo y vuelve a hablar, con esa voz tan melosa que tiene cuando quiere algo. —Vamos al cine, te llevaré a cenar, todo lo que mi Peter pida.
Y por esos segundos, le cree. Desea creerle, y cae rendido.
Le besa los párpados, le besa el puente de la nariz y le dice que estarán bien, que todo va a estar bien.
Las disculpas llegan, y de nuevo todo vuelve a estar tranquilo, porque siempre que hay problemas, ese hombre es el primero que llega a aconsejarle y hacerle sentir bien. No hay nada que pueda salir mal, nadie que lo hiera, porque existe él, y le ha querido.
Es amado por alguien aún en su condición. Es querido, le ha aceptado tal cuál es, y eso era más que suficiente para seguir deseando sus besos.
—...sor… No me escucha, profesor. —la voz suena varonil cuando le dan palmadas en el rostro.
Tiene que abrir los ojos con queja porque alguien le está apuntando la luz directo y se tapa con la palma para poder entrecerrar los párpados.
—Ah, dios, pensé que… tengo que llevarlo al hospital.
Una fuerza le carga y se da cuenta que inhala hondo, sus hormonas están completamente angustiadas y es el único olor, complementado con sus dolencias, que puede emitir. No hay paz, no hay confort, Miguel puede olfatear con dureza lo que el hombre está sufriendo, y no está muy seguro de que todo sea por el físico.
Sabe que tiene que llevarle al hospital, pero no puede evitar que al acomodarlo en el asiento del copiloto, alzar un poco la manga de la camisa, tomándole con firmeza el brazo, e inhalar para comenzar. Cierra los ojos unos momentos para concentrarse.
Al abrirlos, puede ver las venas negras que le plagan la piel, y aunque podría quejarse, se queda quieto, observando curioso al castaño. No tiene heridas en la cabeza, pero no duda que haya una contusión en él.
Su otra mano le acaricia la mejilla, parece semi consciente, y su pulgar se pasea por debajo de uno de sus ojos, no está mojado por la lluvia, puede olerlo, está llorando.
¿Qué es lo que le aflige tanto? Su interior se agita y no puede evitarlo, aunque ya no hay dolor físico que pueda quitarle, se acerca al asiento para poder acomodar el rostro del mayor en la zona de su cuello. Trata de darle confort de una forma personal, demasiado íntima, lo sabe, pero le da igual, el olor agrio del dolor es demasiado y no le gusta.
Desprende sus propias feromonas, que a pesar del olor a lluvia, tratan de violentarse contra el rostro del castaño, quien a los pocos minutos, parece más tranquilo, el olor doloroso aminora y Miguel se siente mejor incluso. Ha logrado calmarlo de todas las maneras que puede.
Se retira y cierra la puerta, tendrá que hacer unas llamadas, pero lo hará una vez que estén en el pequeño hospital del pueblo.
Sube al auto, y se asegura de seguir emanando tranquilidad, tiene que hacerlo, parece agradarle al contrario, y él no va a privarlo de eso por el momento.
El castaño gime en inconformidad, abriendo lentamente los ojos, pero O'Hara se queda tranquilo, porque parece que el contrario apenas si está entendiendo dónde está.
—¿Miguel? —la voz sale rasposa, puede sentir la lengua dormida. —¿Dónde… Me estás llevando al hospital? Ay, no, ¿maté al venado?
El moreno parpadeó confuso.
—Sí, tienen que revisarte. No parece que tengas algo roto, y sobre el auto, no te preocupes, mi madre tiene un amigo que nos hará el favor de llevarlo a tu casa.
—¿Maté al ciervo? —repitió, esta vez parecía más triste, Miguel insistió en que oliera de él, quería… algo, lo que fuera, cualquier otra emoción que esa agriedad, y si Parker la notó, decidió no decir nada de momento. —Lo siento. ¿Cómo me encontraste?
—En realidad iba pasando por ahí y vi el auto.
Mentiroso.
—Me acerqué y me di cuenta de quién era.
Doble mentiroso.
Miguel no iba a confesar que el olor del contrario era demasiado para él, que podía empalagarle el paladar y aún así, quería más. ¿De dónde venía tanta ansiedad? El profesor no era un Omega, ¿cierto?
Todo en él decía que había algo más, pero se sentía demasiado confundido para preguntar en esos momentos al respecto.
También estaba el hecho de que era algo personal. Si la mayoría no preguntaba, es porque podías notarlo y olerlo, a excepción de que fueras Beta, pero el profesor no era como los demás. Olía distinto. Olía bien.
No importa, era solamente un olor.
—No vi ningún ciervo, puedes estar tranquilo.
De nuevo con el tuteo, el mayor suspiró, tratando de acomodarse en un quejido. Se sentía igual a cuando hacías exceso de ejercicio, pero no había dolor más allá de eso, trató de recapitular las cosas.
Hobart, ropa, celular, restaurante, vómito, su celular roto, que por cierto, ¿Ya habría vuelto a perder? Se palpa los pantalones.
—Si buscas un celular, no vi nada, tal vez lo tiré por accidente cuando te traje al auto.
El contrario gruñó en discomfort, otro celular a la basura, se regañó, no podía estarle pasando algo peor. Y ahora un estudiante lo miraba de aquella forma. Qué deplorable debe ser que el estudiante al que trataba de ayudar a pasar de año, ahora era quien le estaba ayudando a él. No se supone que deba ser de esa manera.
—Lo siento, yo… Creo que sigo algo confundido.
Miguel asintió.
El silencio le dio tiempo a Peter para entender su situación. Estaba con el muchacho estrella, no era el más platicador, le había dicho Romanoff, pero a final de cuentas, era un muchacho inteligente y bastante capaz de lo que se propusiera.
Lastima que siempre elige evadir los deportes, parece preferir ejercitarse fuera, recuerda, y no puede evitar recorrerle con la mirada. Fuerte, imponente, grande, moreno, pero hay algo que lo hace esconderse de pronto. Quizá el hecho de que tuviera esas cualidades eran más aterradoras que llamativas para él.
Siente algo de repulsión a su persona y se acurruca en su lugar.
Ninguno de los dos habla en todo el camino.
Como le dijo, le llevó al hospital, donde le checaron con cuidado y minuciosamente a pedido de O'Hara. Se sentía extraño, pero se había dado cuenta que había algo de influencia en él por todos los lugares.
Claro, es el riquillo del pueblo, tal vez.
Aún con eso, no le parece una persona soberbia. Y cuando el chequeo termina, Miguel le asegura que puede llevarle.
Intenta negarse hasta que desiste y se deja hacer. ¿Qué haría, caminar hasta casa?
Derrotado se deja llevar por el moreno, no sin antes decirle que le pagará la gasolina, siente culpa de alguna forma.
Cuando suben al auto, Peter deja de oler a Miguel, y se siente incluso… decepcionado, debe decir.
Le agrada el silencio. Le da tiempo a pensar, tiene que llamar a MJ, tiene que pedirle disculpas, tiene que decirle a Harry que lo siente. Y le gustaría volver sólo para visitar la tumba de su Tía May, debería poder hacer algo, pero se sume en su depresión cada vez más, y no siente que pueda hacer algo para salir.
Soltero, Sigma, con un trabajo en un pueblo escondido y un pasado turbio que él mismo reconoce como jodido, no es precisamente un buen partido. No que esté buscando pareja, pero se siente mal porque ni siquiera se siente real todo lo que ha sucedido. Se siente lejano.
—Sobre su clase —comenzó el menor, parecía tratar de encontrar las palabras correctas, dudoso, ¿estaría poco acostumbrado a hablar o simplemente no tenía ganas ni forma de decir las cosas? —, trataré de asistir lo más que pueda. El director sabe sobre nuestras faltas, pero no es por trato preferencial. Los que vivimos en la reserva tenemos ese permiso, porque a veces ir por el bosque es peligroso.
—¿Qué, el Wendigo se los puede comer? —alzó la ceja con diversión.
Miguel gruñó suave.
—De seguro ya le dijeron los chismes del pueblo. Eso es sólo un mito, no hay Wendigos, pero si hay animales peligrosos.
—¿Cómo cuáles? ¿Osos? No vi ninguno, pensé que no se acercaban tanto a la gente. Imaginé que no habría a las orillas de la población. Y si hablas de mapaches, tampoco he visto. Dudo siquiera que puedan vivir con este pueblo inundado todo el tiempo.
—Hay lobos.
Peter se quedó en silencio, ¿los había? Tenía sentido, pero no lo había pensado antes.
—Imagino que han de ser lobos grandes, entonces.
—Gigantes, como un oso.
—Un oso. —comentó incrédulo.
—Con la altura de un rascacielos si se ponen en dos patas. —la sonrisa en su comisura, casi imperceptible si no fuera porque Peter le miraba a cada rato, lo sorprendió.
Así que el muchacho tenía sentido del humor. Por fin pudo sentirse mejor.
Cuando llegan a su hogar, agradece, bajándose con cuidado.
—Profesor.
Peter voltea.
—Prometo asistir más a sus clases.
Y con eso y una sonrisa un poco más extendida, con aquellos ojos que revolotean en señal de un peligro escondido, se aleja en su auto negro.
Tiene que romper su ventana para entrar, puesto que no lleva las llaves, y se mete por aquél hueco. Se deshizo de sus prendas mojadas y decidió que por el día, había sido suficiente. Su camisa aún tiene impregnado algo del olor del muchacho, y lo aleja tan pronto cuando se da cuenta de que se ha pasado un par de minutos inhalando hondo.
Esa noche duerme tranquilo, por primera vez en mucho tiempo, duerme más de 4 horas corridas, sin temblores, sin gritos, sin llantos. Sólo la negrura del sueño y Morfeo besándole los cabellos.