
"Error"
Por otro lado, Stephen había vuelto de una misión especialmente larga. Exhausto y con la ropa todavía impregnada del polvo y la sangre de aquel enfrentamiento interdimensional, echó un vistazo a la fecha en su reloj y chasqueó la lengua, fastidiado. Seguramente tendría una avalancha de mensajes de Peter y de May, acumulados por el tiempo, llenos de quejas, preguntas, anécdotas o simples saludos. Un fastidio absoluto. A veces maldecía el día en que Mary Fitzpatrick lo había arrastrado a este lazo no solicitado con los Parker.
Pero cuando finalmente miró su teléfono, la sorpresa lo sacudió. No había mensajes de Peter. Ni uno solo. En su lugar, sólo encontró un mensaje de May, corto y escueto.
<< "Adiós Strange" >>
¿Qué diablos significaba eso? Tal vez se había equivocado, aunque sonaba demasiado intencional como para ser un simple error. Además, ellos lo necesitaban, o al menos su dinero. Si realmente hubieran tomado distancia, era porque algo muy serio había sucedido.
Frunciendo el ceño, guardó el teléfono y decidió ir directo al departamento de los Parker. Si había alguna emergencia, Peter seguramente lo estaba esperando, como siempre lo hacía, sin importar cuántas veces él rompiera los acuerdos de día y horario. Era ya pasada la medianoche, pero eso no lo detuvo, ellos siempre estaban disponibles para él. Subió las escaleras de dos en dos, cruzó el pasillo casi de memoria y golpeó la puerta repetidamente.
Silencio.
Frunció el ceño y golpeó otra vez, con más insistencia. Nada. Su ceño se frunció aún más mientras una sensación incómoda se instalaba en su pecho. Justo cuando estaba a punto de insistir una vez más, la puerta se abrió de golpe y una anciana de expresión agria lo miró como si quisiera fulminarlo con la mirada. Su cabello canoso estaba despeinado, y llevaba una bata de casa que evidenciaba que acababa de ser despertada de su sueño.
— ¿Lo siento? Busco a los Parker —dijo, incómodo por la hostilidad en la mirada de la mujer.
— No viven aquí. Me mudé hace más de medio año —respondió con una voz ronca, entrecerrando los ojos.
Antes de que Stephen pudiera reaccionar, la anciana le cerró la puerta en la cara, murmurando un "descarado" que llegó a escuchar con total claridad.
Parpadeó, confundido. ¿Se habían mudado? ¿Sin avisarle? No tenía sentido. La Parker mayor le hubiera dicho algo, le habría dejado un mensaje, una nota, cualquier cosa. Tal vez sus teléfonos se rompieron o cambiaron de número.
Stephen suspiró y se pasó una mano por el rostro. Se sentía más cansado de lo que había admitido al principio. No tenía sentido dar vueltas a algo a esas horas. Lo mejor sería dormir unas horas y buscar respuestas en la mañana. O algún día cuando lo recuerde nuevamente. Sí, ese es un buen plan.
Días más tarde, la inquietud, la extraña sensación de que algo estaba mal, lo llevó a volver en su búsqueda. Primero se dirigió al hospital donde trabajaba May. Estaba seguro de que la encontraría ahí, trabajando como nunca por estar tantos meses sin el dinero que él mismo le proporcionaba para Peter. Pero su desconcierto creció cuando le informaron que May había sido despedida hacía meses y que nadie tenía idea de su nuevo empleo o de dónde podría estar tanto ella como Peter.
El malestar en su pecho se convirtió en una opresión incómoda. ¿Cómo era posible que todo hubiera cambiado tanto en el tiempo que estuvo fuera? ¿Por qué May no le había dicho nada? ¿Dónde demonios estaba Peter?
Stephen no solía preocuparse con facilidad, ¿era siquiera preocupación? En fin, en ese momento, por primera vez en mucho tiempo, sintió un escalofrío de genuina inquietud recorrer su espalda.
Pasó todo el día buscándolos a ambos pero no encontró nada, ni una pista. Suerte para él se topó con May mientras volvía al Sanctum.
— ¡May! —gritó cuando la vio pasar a toda prisa. Ella se veía radiante con un vestido primaveral y un sombrero color arena adornando sus cabellos castaños. Cuando se giró lo hizo con una mueca de desprecio.
— ¿Qué quieres, Strange? —preguntó casi gruñendo.
— ¿Dónde estaban? Los busqué por todos lados hoy —se cruzó de brazos, molesto. Ellos le estaban haciendo perder valioso tiempo que podría estar utilizando en su trabajo.
— Tu descaro es increíble, lo juro. Desapareces por casi un año ¿y quieres que te recibamos con los brazos abiertos? Despierta porque estás viviendo en una realidad paralela donde según tú, eres el centro del mundo. Y no lo eres, abandonaste a Peter, responsabilízate por tus acciones y piérdete. Mi hijo está mejor sin ti que contigo —dijo furiosa, lo que lo hizo poner de mal humor.
— ¿Desaparecer? Le dije claramente a Peter que me iba a una misión. ¿Abandonar? No abandoné a nadie, el chico solo está siendo dramático, por dios, tengo deberes más importantes que las cosas terrenales de las que tú o Peter pueden lidiar. El mundo depende de mí para vivir y tú quieres que me preocupe por Peter? Tengo cosas más importantes que algo tan terrenal como él.
Definitivamente se esperaba todo, menos el golpe que le dio la mujer, haciéndolo girar la cabeza por la fuerza que usó.
— Tú, Stephen Vincent Strange, eres el peor tipo de mierda que existe. Si no querías hacerte cargo de Peter y sus problemas “terrenales”, lo podrías haber dicho hace años y todo hubiese ido mejor, pero no. ¿Siquiera notas que no lo llamas tu hijo en lo absoluto? Él solo es Peter para tí, no tu hijo. Solo buscas ilusionar y romper el corazón de mi hijo una y otra vez. Adoptaron a Peter, ahora tiene un padre que se preocupa por él, una madre que lo ama con su corazón, una hermana menor, me tiene a mí y a mi pareja. Mi bebé no te necesita, en lo absoluto.
— ¿Qué basura es esa? Por supuesto que me necesitan, ambos me necesitan. Dependen de mí y mi dinero para llegar a fin de mes, la felicidad de Peter depende de verme, soy su padre biológico. No tiene a nadie más que a mí —gruñó totalmente furioso.
— Tu narcisismo y arrogancia no conoce límites, ¿verdad? Estamos bien y felices sin ti. ¿Sabes qué? Usa tus malditos poderes de mago barato y mira un día en la vida de Peter.
Stephen quería gritarle que él no era un mago barato, sino el Hechicero Supremo, pero ella solo se giró y se marchó, dejándolo con la palabra en la boca.
Frunciendo el ceño, caminó a paso rápido al Sanctum para poder meditar y pedirle a la gema del tiempo que le mostrará lo que era tan importante según May. Ignoró a Wong, que estaba leyendo un libro en la sala, aunque este lo miró de reojo con la ceja alzada, claramente consciente de su mal humor.
Una vez en su habitación, se sentó con las piernas cruzadas, inhaló y exhaló varias veces, intentando calmar su mente.
— Muéstrame un día en la vida de Peter Strange —susurró frente a la piedra, sintiendo a la energía cambiar, como si se estuviera negando a obedecer… Oh, el chico tenía un segundo nombre, ¿verdad?
— Muéstrame un día en la vida de Peter Benjamin Strange Parker.
Nada. Otra vez. La energía se negó de nuevo. Gruñó en desacuerdo.
— Bien, solo muéstrame un maldito día en la vida de mi hijo biológico.
Finalmente, sintió cómo todo a su alrededor cambiaba.
De repente, se encontró en una proyección astral, observando desde fuera una habitación iluminada con luz cálida. Frente a él, Peter dormía pacíficamente, su respiración acompañada y su cabello despeinado en suaves rizos. No recordaba que el cuarto de Peter fuese tan grande, pero, al mismo tiempo, se dijo a sí mismo que nunca había visto su cuarto.
Antes de que pudiera analizar más, la puerta se abrió con suavidad. Una mujer de cabello rojizo entró descalza, suelta de ropa, con el cansancio reflejado en sus facciones, pero con una expresión de ternura que iluminaba su rostro. Algo en ella le pareció extraño, hasta que notó la razón: en sus brazos, envuelta en una mantita, dormía un bebé.
— Pete, cariño, es hora de despertar —susurró ella, mientras pasaba una mano suave por los rulos desordenados de su hijo. Peter gruñó somnoliento, apenas levantando la cabeza de la almohada.
— ¿Mamá? —preguntó con voz ronca.
— Sí, piccolo. Tu padre está cubriendo una de mis reuniones hoy, por lo que vamos a desayunar con Happy y May. ¿Qué te parece?
El adolescente entrecerró los ojos, todavía perdido entre el sueño y la vigilia.
— Gran idea… ¿cinco minutos más? —La esperanza en su voz hizo reír a la mujer, que negó con suavidad.
— Happy y May te tirarán agua si no te levantas pronto, pero no puedo negarte cinco minutos.
— Gracias —murmuró Peter, acomodándose otra vez entre las sábanas.
Strange observó en silencio cómo la mujer se mecía ligeramente, acunando al bebé en su pecho antes de salir de la habitación.
Cinco minutos después, su hijo se levantó y se estiró con la pereza de un gato. Se frotó los ojos, tomó su teléfono de la mesita de noche y revisó algo antes de empezar a cambiarse para el día. Strange lo siguió en silencio mientras caminaba por pasillos decorados con un lujo discreto pero evidente. Había detalles cálidos en cada rincón, muebles de madera oscura, ventanas amplias que dejaban entrar la luz natural, alfombras suaves… demasiado esplendor para gente común.
— ¿Quién lo había adoptado? ¿Un millonario? —murmuró maliciosamente para sí mismo, con una sonrisa irónica. La idea le parecía totalmente absurda. O no, May podría haber estado lo suficientemente necesitada de dinero como para… actuar.
Pero cuando llegó al comedor, tuvo que tragarse todos sus comentarios.
Definitivamente, el chico había sido adoptado por millonarios.
El comedor era amplio y moderno, con una gran mesa en el centro. Había una máquina de café de alta tecnología y una estación de jugos naturales. En la cabecera, la mujer de antes—ya arreglada y con una taza en la mano—charlaba con May, quien le sonreía mientras ponía un poco de miel en su té. Un hombre de complexión fuerte, con una panza prominente, tomaba café con expresión soñolienta. Y sobre un pequeño moisés a un lado de la mesa, el bebé dormía plácidamente, envuelto en una manta color crema.
— ¡Buenos días! —saludó Peter alegremente al grupo.
— Mph… buenos días —tarareó el hombre somnoliento, bebiendo otro sorbo de café.
— Buenos días, cariño —respondió May con una sonrisa.
La mujer pelirroja se levantó rápidamente y fue a tomar los platos del chico, pero él negó con la cabeza.
— No, no, yo me encargo, mamá. Hoy es tu día libre —declaró Peter, sentándose a su lado. Ella sonrió con gratitud.
— Gracias, cariño, pero no vas a convencerme de no llevarte a la escuela. Tu padre casi cancela la reunión cinco veces para poder hacerlo él. Odia no poder llevarte… creo que le gusta tu balbuceo matutino —bromeó, haciendo que Peter se pusiera colorado.
— Lo bueno es que ya no tengo que lidiar yo con su vómito verbal —rió el hombre entre dientes, lanzándole una mirada burlona.
— ¡Oye! No soy taaan malo… bueno, quizás sí —susurró Peter con un puchero.
Strange apenas podía procesar lo que veía.
Virginia Potts. Harold Hogan.
Peter estaba viviendo bajo el techo de los Stark. No solo eso, sino que llamaba "mamá" a esa mujer. Y Stark… ¿Stark era el "padre" al que la mujer se refería? ¿El que quería llevar a la escuela? ¿El que casi canceló reuniones importantes por él?
— No puede ser —susurró Strange, con el ceño fruncido.
Todo en la escena destilaba calidez y afecto. Peter estaba relajado, cómodo, protegido. La conversación fluía con naturalidad, sin tensiones, sin miedo. Strange no pudo recordar la última vez que había visto al chico así. No había rastros de la inseguridad que solía mostrarle frente a él, ni rastro de la necesidad de aprobación que tantas veces le había dirigido.
De repente, el bebé en el moisés se agitó y comenzó a sollozar suavemente.
— Oh, Morgan, shhh, shhh, está bien —susurró Virginia, levantándose rápidamente para tomarla en brazos.
— Déjame a mí —intervino Peter con suavidad, extendiendo los brazos.
Virginia no dudó ni un segundo, demostrando la confianza en Peter y se la entregó con una sonrisa. Peter la acomodó contra su pecho y comenzó a balancearse suavemente de un lado a otro.
— Hey, pequeña… tranquila, soy yo, tu hermano mayor —susurró con ternura, acariciando su cabecita. El bebé dejó de llorar casi al instante, acurrucándose contra él.
La escena se le clavó en el pecho como una daga.
<< "Mi hijo no te necesita, en lo absoluto." >>
Las palabras de May retumbaron en su mente.
Jadeando de dolor, fue despojado de la visión y volvió en sí, tomando rápidamente su pecho, como si pudiera arrancarse el malestar con las manos. Su respiración era errática, cada bocanada de aire entraba con dificultad, y el sudor frío empapaba su frente. Su cuerpo entero temblaba, pero no por el esfuerzo físico, sino por el abrumador terror de lo que acababa de presenciar.
Podía sentir cada firma energética en un radio de cien kilómetros. Se aferró a su cordura mientras un mar de auras y vibraciones lo envolvía, cada una parloteando su propia melodía caótica en su mente. Pero entre todas, una energía destacaba por encima de las demás, una presencia imponente que parecía consumir el aire a su alrededor, hundiéndolo en un abismo de desesperación. Se sentía sofocado, como si la misma realidad lo estuviera expulsando, como si el universo lo estuviera rechazando.
Y entonces, la sentencia cayó con un peso imposible de ignorar.
— Stephen Vincent Strange, te libero de tu contrato. Tú no eres apto para ser un Hechicero Supremo. No eres apto para tener responsabilidad con una energía de esta magnitud.
Las palabras resonaron en el Sanctum como un trueno en la lejanía, pero dentro de su cabeza retumbaban como un grito desgarrador. Eran muchas voces a la vez, superpuestas, un coro de entidades antiguas e implacables. No eran palabras, eran juicios, eran condenas. Sentía su magia retorcerse dentro de él, resistiéndose a abandonarlo, pero también sabía que estaba perdiendo el control sobre ella. Algo se estaba rompiendo. Algo estaba siendo arrancado de su esencia.
Y entonces, las voces cambiaron.
Ahora eran erráticas y siniestramente coordinadas, formando una cacofonía insoportable. Gritaban en su mente, repitiendo verdades crueles, recordándole cada uno de sus pecados como padre. Su paternidad, su arrogancia, su narcisismo, su cobardía. No eran meros insultos, eran espejos que le devolvían la imagen más oscura de sí mismo, la que se había negado a reconocer.
— Abandonaste a tu hijo cuando más te necesitaba.
— Lo consideraste un error, un inconveniente, un obstáculo.
— Te creíste un salvador, pero fuiste un verdugo.
— Fuiste un maldito cobarde, Strange. Un cobarde con túnica.
Se llevó las manos a la cabeza, apretando los dientes con fuerza. Su cráneo parecía estar al borde de estallar, cada latido era un golpe seco y ensordecedor contra sus sienes.
Intentó cerrar los ojos, pero la luz radiante de la gema verde atravesaba sus párpados, quemándolo desde dentro, exponiendo cada una de sus fallas sin piedad.
La visión aún palpitaba en su memoria. Peter en esa casa, con Stark y Potts, con Hogan y May. Plenamente amado. Sin necesidad de él. No tenía espacio en esa familia, no tenía cabida en la vida de su propio hijo. Porque nunca se la había ganado. Nunca la había querido.
Y entonces lo entendió.
Había sido un padre de mierda.
No un padre ausente por circunstancias ajenas a su control, ni un padre trágico víctima de las circunstancias. No. Fue un padre negligente por elección, por arrogancia, por creer que sabía mejor que todos. Pensó que estaba protegiendo a Peter al mantenerse alejado, creyó que su distancia era un sacrificio necesario. Pero no, su distancia fue su propia condena. Y Peter… Peter encontró en Tony Stark lo que él nunca se atrevió a darle. Amor. Guía. Un hogar.
Peter merecía algo mejor que él. Siempre lo había merecido.
Y Stark… Stark lo supo desde el principio. Ocupó ese vacío con facilidad porque Strange nunca lo había llenado. Nunca lo intentó. Y lo peor de todo era que, aunque lo comprendiera ahora, aunque aceptara su fracaso, una parte de él todavía no se arrepentía. Porque durante años se había convencido de que había hecho lo correcto. De que Peter estaba mejor sin él. Y si realmente creía eso, si en el fondo de su corazón seguía pensando que su decisión fue acertada… ¿qué significaba eso sobre él? ¿Qué clase de monstruo prefería justificarse a sí mismo antes que admitir su error?
El eco de las voces en su cabeza disminuyó poco a poco, pero la energía en la habitación aún lo rodeaba como una bestia agazapada, esperando el momento exacto para devorarlo por completo. Sus rodillas cedieron y cayó al suelo, apoyando las manos en la fría piedra. Se sintió pequeño, frágil, indigno de todo lo que alguna vez tuvo.
Y por primera vez en su vida, Stephen Strange se preguntó si realmente merecía seguir llamándose hechicero.