
Memorias de un enfermo
Estar enfermo apesta. Pero estar terminalmente enfermo no apesta, eso va a un nivel completamente distinto.
¿Nunca habéis tenido una enfermedad terminal? Porque no es solamente que te estás muriendo el problema. También está el hecho de los efectos que tiene a tu alrededor.
Muchas personas con una enfermedad terminal tienen familia que se preocupa de ellos y también sufren a pesar de no ser ellos los enfermos. La desesperación de un padre o madre por que su hijo o hija viva, la depresión que se puede respirar en el aire de la habitación, la pura infelicidad en tus últimos momentos. Porque eso es a lo mejor lo peor en ese caso. Te estás muriendo, lo sabes, y aún así, no hay ni una pizca de felicidad con la que puedas partir. No es estar feliz de morir, pero una despedida con sonrisas que no se vean tan amargas y tan falta de felicidad estaría bien.
Otras personas mueren solas, sin tener personas que les vayan a echar de menos. Eso es a la vez mejor y peor que lo anterior. Por un lado, nadie va a sufrir con tu muerte, algo positivo porque no estás condenando a nadie a vivir la muerte de un ser querido. Por otro lado, nadie va a sufrir con tu muerte, algo negativo porque eso significa que no le importas a nadie. En el mundo hay personas tan poco egoístas como para estar feliz de que su muerte no le hiciera daño a nadie. En la realidad, la gran mayoría son egoístas, aunque eso tampoco es malo, todos somos personas. Ese sentimiento de egoísmo en que alguien sufra por tu muerte, a pesar de estar condenándolos a algo tan doloroso, porque no quieres estar sólo. Si alguien sufre por tu muerte, significa que alguien te quiere.
También se puede separar a los enfermos terminales en los que aceptan su muerte y los que no.
Muchos quieren negar con todas fuerzas que van a morir. Porque es morir, ¿sabéis? Nadie sabe con certeza lo que pasa cuando mueres, pero está ese miedo por la muerte, por lo desconocido de lo que hay después de la vida. Incluso los que creen en un paraíso idílico tienen miedo, ¿sabéis? Pueden tener tanta fe como quieran, siempre está esa inseguridad, el ligero miedo y duda mínimos. Es algo de vivos temerle a la muerte. Incluso los que aceptan que van a morir le tienen algo de miedo o incertidumbre, da igual lo que digan, siempre hay un mínimo de eso. Incluso los que saludan a la muerte como si fuera una vieja amiga, como se dice en Harry Potter.
Otros la aceptan. Porque llevan tiempo sabiendo que van a morir. Y es difícil, ¿sabéis? Vivir sabiendo que vas a morir tarde o temprano, no por vejez, sino por una enfermedad terminal. Aceptarlo no significa estar precisamente contento por ello.
A él le pasó eso, ¿sabéis?
Él también era un enfermo terminal. Un día simplemente le dijeron que iba a morir. Era un niño en ese entonces y no comprendía qué era la muerte. Pocos años más tarde entendió lo que significaba 'irse al cielo', había crecido hasta la adolescencia sabiendo que iba a morir. Y todos los que la han pasado saben lo asquerosa que es la adolescencia en cuestión de hormonas. No quería aceptar que iba a morir, porque eso a lo mejor significaba rendirse. Por eso se odiaba un poco a sí mismo, porque la aceptó. No era lo mismo no querer hacerlo que no hacerlo. Era simplemente que, con tantos años enfermo, la evidencia de que iba a morir golpeaba demasiado fuerte como para negarlo.
También le dijeron que tenía suerte, porque vivió más tiempo que muchos otros con su enfermedad hasta la mayoría de edad incluida. Él no se sentía tan suertudo. El hecho de vivir más que los demás no era algo para alegrarse, también significaba que tenía más tiempo para vivir sabiendo que iba a morir. Daba muchas rabia, ¿sabéis? Especialmente esos ojos que te siguen, ya sean de conocidos o no. Algunos tenían esa inocencia y certeza de que ibas a superarlo y vivir, los niños pequeños eran los mejores en eso. Otros te miraban con pena, porque sabían que ibas a morir y que no había esperanza. Sinceramente, él no sabía cuál odiaba más. Las dos le frustraban, las dos le hacían querer gritar. Gritar de rabia, gritar para decirles que pararan de mirarle, que si iban a mirarle con esos ojos, que no le miraran para empezar. Incluso los susurros de todo no le molestaban tanto como las miradas. Porque la gente puede decir muchas cosas, pero esas miradas lo decían todo de manera totalmente sincera. Sí, iba a morir, pero no quería ni su inocente creencia o fe (sin ningún apoyo en nada más que lo creían y punto, como si todo se fuera a arreglar porque sí) ni su miserable pena (¿para qué quería su pena? No servía de nada. No le hacía falta su pena para que se sintieran mejor consigo mismos por lo empáticos que eran, había gente que hacía eso. Tampoco necesitaba su inútil pena por muy sincera y falta de segundas intenciones que fuera. Porque de cualquier manera, esa forma de mirarle con pena era como si le menospreciaran. Aunque tuvieran buenas intenciones, el que te miraran con pena era de todas formas una manera de decir que eras menos. Sólo por que eres un enfermo terminal no significaba que no pudieras hacer otras cosas igual o mejor que él resto).
Al final murió, insatisfecho no por morir, sino por no ser libre para hacer lo que quisiera antes de morir. No quería morir en cama, hubiera preferido hacerlo viajando o cualquier otra cosa que se le hubiera ocurrido hacer.
Por otro lado, también recordaba ser un niño y saber que iba a morir. Recordaba saber lo que significaba desde que le dijeron que estaba enfermo terminalmente. Los síntomas eran bajos en ese momento, pero siempre supo que moriría, aunque nunca lo sintió tanto como cuando la enfermedad empezó a tomar efecto por más leve que fuera al principio. Aunque, de alguna manera, siempre tuvo esperanza de que sus padres y su hermana vivieran a pesar de que también tenían la misma enfermedad, y a la vez, aceptaba su inevitable muerte. Hubo un tiempo en el cual creía en sus padres y en la habilidad en la medicina de estos para encontrar una cura, pero a la misma vez eso se sentía tan lejano que sabía que antes de que pasara eso él moriría.
Recordaba también que esos primeros años nadie le dirigió mirada alguna de pena, sólo miradas que prácticamente gritaban la aceptación de que otro iba a morir por la enfermedad. Porque vivió en una ciudad en donde, poco a poco, la gente iba muriendo por una enfermedad.
También recordaba saber que no era una enfermedad, sino un veneno arraigado tanto en ellos a través de generaciones y generaciones de exposición. Recordaba la rabia que sintió contra el mundo en general. '¿Por qué?', era la pregunta que se hacía. Lo peor era que más tarde descubrió que podría haber sido evitado si no fuera por la codicia de unos que querían aprovechar de la situación. Así aprendió que el control de la información podía ser él arma más letal.
También recordaba ser el único vivo con su enfermedad. Era el último y también moriría como el resto de ellos. Y puede que lo peor fuera que todos los que aún seguían vivos para cuando eso ocurrió no murieron por el veneno (no enfermedad, esos malditos mentirosos), sino que les mataron. Les condenaron a morir para no esparcir lo que ocurrió en realidad.
Recordaba estar tan molesto con el mundo y con su gobierno que odiaba absolutamente todo. Odiaba todo tanto que se unió a unos criminales, a unos piratas, para hacerles daño. Si iba a morir de todas formas, moriría haciendo lo que quisiera y eso era hacer tanto daño como pudiera antes de morir. En esa banda de piratas también le dijeron que encontrarían una forma de que se curara, pero por más convicción con la que lo dijeran, él nunca les creyó (aunque nunca lo dijo en alto, no quería morir todavía innecesariamente sin hacerles aún más daño).
También recordaba a un idiota, un idiota con el que no se había llevado bien al principio. Incluso recordaba apuñalarle. Era un idiota que se escondía tras una máscara ante su propio hermano. Su verdadera cara (y no se refería precisamente a su cara física) podía parecer un poco tonta e inocente al principio, pero sus ojos decían que lo había pasado mal, que había visto cosas horribles pero que había salido de ellas. Así que, cuando el idiota le miró a los ojos, nunca vio ni pena ni inocencia en su mirada cuando le dijo que él viviría. Podría ser que hubiera llorado esa primera vez que se lo dijo (y decía primera vez porque luego no paró de decírselo de la misma manera), aunque siempre lo negaría hasta su último aliento. No lo dijo como si lo creyera, su tono decía que sabía que él iba a vivir. No lo dijo con esa potente inocencia que los niños tienen, sus ojos habían visto demasiado como para que siguiera teniendo esa esperanza ciega. Pero, a pesar de haber experimentado cosas horribles y haber visto la peor cara del mundo, el idiota sabía que él iba a vivir por muy en contra que estuvieran las cosas. Y no sólo lo sabía, sino que también hizo todo y más para asegurarse él mismo de ello. Porque el idiota no era de creer y 'saber' esas cosas sin hacer que pasaran por sí mismo aún si él, el que estaba enfermo (no, esta envenenado, no tenía ninguna enfermedad), no lo creyera.
También recordaba cerrar los ojos antes de recordar dos momentos distintos en los que estuvo o estaba enfermo terminalmente. Por un lado, cáncer. Por otro lado, el Síndrome del Plomo Ámbar. Por un lado, no se acordaba ni de su nombre, sólo de sensaciones y sentimientos que sintió y conocimiento no personal (estudios y cosas así). Por otro lado, su nombre era Trafalgar D. Water Law y se acordaba de la mayoría de cosas en su vida a la perfección gracias a su increíble memoria. Por un lado, recordaba haber visto y leído un anime, entre muchos otros, llamado One Piece, aunque no completo y saltándose varias partes. Por otro lado, recordaba haber vivido parte de ello. Por un lado, había muerto. Por otro lado, no había muerto todavía.
Las dos memorias se sentían igual de verdaderas. Aunque de una no recordase ni su nombre ni de nada de sus seres queridos, sólo cómo se sintieron sus reacciones ante su enfermedad terminal, todo era tan real que no dudaba de haberlo vivido. Aunque la otra recordaba haberla visto de algo ficticio en la primera dicha, todo lo podía sentir en su piel tan verdad como la otra.
Ahí fue cuando se dio cuenta de que había vivido una vida antes y que ahora estaba viviendo otra en un mundo que era ficticio en su primera vida. No sabía muy bien qué hacer con esa información. Pero lo que sí sabía era que no moriría insatisfecho, sin ser libre, sin hacer lo que quisiera.
Escuchó a alguien diciendo su nombre, el que recordaba, y abrió los ojos para ver a quien le había estado llamando. Tanto la voz como la cara la reconocía, era Cora-san, el que moriría si no hacía nada al respecto, el que le hizo creer por primera vez en sus dos vidas que viviría hacía sólo unos momentos poco después de que le hiciera abrir los ojos. Porque no fueron las memorias de otra vida las que le convencieron, fue ver a ese idiota con la maldita fruta en la mano y la sonrisa de satisfacción y felicidad de tonto que le dirigía. Y, por primera vez, sintió esperanza, podría ser que llorara un poco, pero nunca lo reconocería. Las memorias de otra vida sólo confirmaban el hecho. Porque creía antes en Cora-san que en las memorias de una serie ficticia de otra vida.
Fue entonces cuando estuvo seguro, no sabía qué hacer exactamente con más memorias, lo único que sabía era que salvaría a Cora-san. No moriría con ningún arrepentimiento esta vez.
Ah, y también sabía que las Akuma no Mi sabían horrible.