
Amanecer entre sombras
Capítulo 10: Amanecer entre sombras
El silencio del claro se mantenía, como si la naturaleza misma respetara lo que había ocurrido entre ellas. El frío de la noche era palpable, pero ni Lux ni Jinx parecían notarlo. La cazadora estaba sentada aún sobre la hierba, su mirada perdida en algún punto entre las estrellas y el suelo, intentando digerir lo que acababa de suceder. Lux, por su parte, seguía arrodillada a su lado, sus ojos dorados aún fijos en Jinx, como si no quisiera perder ni un instante de lo que había entre ambas.
No había palabras en el aire, solo un entendimiento que no requería explicaciones. Pero dentro de Lux, algo rugía con fuerza, un mar de emociones que luchaba por definirse.
Por primera vez en mucho tiempo, sentía calor.
—Deberíamos... —empezó a decir Jinx, con una voz tan temblorosa como su sonrisa forzada— regresar, ¿no?
No lo decía porque quisiera irse. Lux podía sentirlo en la manera en que evitaba su mirada. Jinx, la temeraria cazadora de vampiros, estaba incómoda y expuesta.
Lux no respondió enseguida. En su interior, sentía cómo las piezas caían en su lugar. Durante semanas, había intentado entender lo que sentía hacia Jinx. Primero había sido una fascinación casi peligrosa. Luego, una preocupación constante. Y ahora, después de este momento, después de aquel beso inesperado, Lux lo entendió con claridad: estaba enamorada.
Amor.
Una palabra que su mente había evitado pensar. Una palabra que era demasiado peligrosa en su mundo y, sin embargo, demasiado real en ese instante. Porque Jinx no era solo una aliada, ni una amiga. Era un caos en el que Lux se sentía a salvo. Era la única que lograba verla, incluso cuando Lux no se veía a sí misma.
“No debería sentir esto”, pensó Lux, mordiendo el interior de su mejilla. Pero cuando miró a Jinx, con sus manos temblorosas apoyadas en el suelo y su expresión confundida, la respuesta fue clara: **sí debía.**
—No quiero irme todavía —dijo finalmente Lux, su voz firme pero suave, un contraste que llamó la atención de Jinx.
La cazadora la miró, visiblemente sorprendida.
—¿Qué?
—No quiero irme. Quiero quedarme aquí contigo un poco más.
Jinx parpadeó, desconcertada, como si las palabras de Lux fueran demasiado para procesar.
—¿Por qué?
Lux no respondió enseguida. En cambio, se acercó un poco más, lo suficiente como para que sus rodillas se tocaran. Sus manos, tan delicadas como seguras, buscaron las de Jinx, y esta vez, la cazadora no se apartó. La resistencia que solía tener —ese muro invisible que levantaba frente a todo el mundo— se desmoronaba poco a poco.
—Porque aquí no tienes que correr —respondió Lux finalmente, sus dedos entrelazándose con los de Jinx—. Aquí no tienes que esconder quién eres.
Jinx bajó la mirada hacia sus manos unidas. Sus labios se entreabrieron ligeramente, como si intentara encontrar algo que decir, pero no lo lograba. Había una vulnerabilidad en ella que Lux nunca antes había visto, y eso solo hizo que su corazón latiera con más fuerza.
—No entiendo cómo puedes... —Jinx se detuvo, apretando los dientes antes de continuar— cómo puedes verme así.
—Porque te veo, Jinx —dijo Lux, inclinándose apenas, acercando su rostro hasta quedar a pocos centímetros del de la cazadora—. A ti, la de verdad.
Los ojos de Jinx se alzaron de golpe, brillando bajo la luz de la luna. Hubo un instante de duda, de miedo, pero también de algo más profundo. Algo que había estado oculto bajo capas de cicatrices y desconfianza. Y entonces, cuando Lux pensó que la cazadora se apartaría, Jinx se inclinó hacia ella.
Aquel beso fue menos incierto, más decidido. Fue un choque de emociones reprimidas, de secretos compartidos solo en sus miradas. Las manos de Jinx subieron hasta el rostro de Lux, acariciando su mejilla con una ternura que parecía imposible en ella. Lux, a su vez, llevó una mano hasta la nuca de Jinx, acercándola más, como si temiera que pudiera desvanecerse si la soltaba.
La brisa fría se intensificó a su alrededor, pero ninguna de las dos lo sintió. Para Lux, el beso era como un refugio cálido en medio de una tormenta interminable. Para Jinx, era una prueba de que aún podía sentir, aún podía creer en alguien.
Cuando finalmente se separaron, ambas permanecieron con los ojos cerrados, como si quisieran prolongar el momento.
—Esto es... complicado —susurró Jinx, con una sonrisa que no era del todo segura.
Lux sonrió también, apoyando su frente contra la de Jinx.
—¿Y qué no lo es en nuestro mundo?
Jinx soltó una pequeña risa, uno de esos sonidos raros que Lux no escuchaba a menudo, pero que se sentían como un premio.
—Tienes razón —admitió Jinx, su voz más suave—. Pero eso no significa que no me asuste.
Lux tomó sus manos de nuevo, sosteniéndolas con firmeza.
—A mí también me asusta. Pero prefiero enfrentar el miedo contigo que estar sola.
Hubo un silencio después de eso, pero no era incómodo. Era un silencio lleno de significado, de promesas silenciosas y entendimiento. Por primera vez en mucho tiempo, Jinx no sintió que estuviera huyendo de algo. Y Lux... Lux supo que había tomado la decisión correcta.
“Te protegeré”, pensó, sin atreverse a decirlo en voz alta.
Se quedaron allí, bajo la luna, hasta que las estrellas comenzaron a desvanecerse con el primer atisbo del amanecer. Jinx, agotada pero tranquila, apoyó su cabeza en el hombro de Lux. Y Lux la dejó, su brazo envolviendo los hombros de la cazadora con un gesto protector.
Juntas, esperaron el amanecer.