
Uno
Las drogas surtieron efecto y Sia estaba cara a cara con un Jedi de cabello rojo. Aunque tenía la vista borrosa y los oídos ensordecidos por los gritos de la audiencia, el brillo y el zumbido de su sable de luz era inconfundible. El chico parecía un fantasma, parado a mitad del enceguecedor coliseo, con rasguños y moretones causados por los enfrentamientos con las bestias. Cuando por fin pudo verlo claramente, el chico tenía el ceño fruncido y jadeaba violentamente, tal vez por cansancio, o tal vez por terror.
El chico vaciló al ver a Sia; bajó su sable de luz y relajó los hombros un poco, dudando sobre qué hacer con ella. Pero Sia sabía perfectamente.
La desagradable imagen de Sorc Tormo se proyectó sobre sus cabezas.
–¡Pero qué show! –gritó–. Pero aún no terminamos, ¡claro que no, mi rey! ¿Será que nuestro amigo Jedi se puede enfrentar a nuestra invicta Sia? ¿Será que puede sobrevivir ante una de los suyos?
A la señal, Sia extendió la mano y atrapó su propio sable de luz en el aire.
El Jedi pelirrojo se detuvo completamente, como si le hubieran dado un golpe en el estómago. Miró a Sia frenéticamente, pasando la vista por su cara, sus manos, su sable de luz.
–¡Hagan sus apuestas, mis amigos! ¿Cuál Caballero Jedi se extinguirá, y cuál saldrá victorioso? ¡Ja! –dijo la voz de Tormo mientras el holograma se desvanecía.
Sia se enderezó, aún un poco aturdida, y encendió su sable. El Jedi comprendió lo que estaba pasando y dio un paso atrás, negando con la cabeza.
–No… –murmuró–. No lo haré. ¡Enfrentame tú mismo, cobarde! –le gritó a Tormo en las gradas.
Sia se encogió, empezando a sentir miedo. No podía pasar por esto otra vez. Dirigió su sable hacia el Jedi, quien se sorprendió al mismo tiempo que el público estalló en vítores.
–Sí lo harás. Tienes que hacerlo –le suplicó–. Te matarán. Nos matarán a los dos.
El chico miró alrededor, dándose cuenta de los guardias armados escondidos en el perímetro de la arena. Sia sabía que intentar escapar terminaría con una muerte sin miramientos. También rehusarse a pelear. Tormo quería un show, un espectáculo, y quería que sus juguetes jugaran bonito.
Pero el Jedi dejó caer su sable de luz.
–No voy a pelear contigo –dijo.
Sia presintió el peligro. Si el chico no iba a entender las indirectas, ella iba a forzarlo a entender.
–¡Levanta tu puto sable! –gritó, más que nada para aplacar los abucheos del público, y a Tormo. Para realmente hacer a este chico entender, dio una estocada al aire, lo suficientemente cerca para hacerlo dar un salto atrás–. ¡Maldita sea, levantalo! –Sia dio otra estocada, y el Jedi tropezó de espaldas en su retirada, volviendo loco al público.
El chico levantó una mano y Sia se detuvo, al parecer ya estaba entendiendo la severidad de su situación. Eso, o realmente le tenía miedo.
– Por favor –Sia suplicó de nuevo con los ojos llorosos–. Sólo levantalo y haz lo que te digo.
El chico asintió y estiró la mano para convocar su sable de luz. Sia se preguntó, al tiempo que el Jedi se incorporaba lentamente, si se veía tan patética como se sentía, y si eso había hecho que el chico cambiara de idea.
Lo miró posicionarse detenidamente. El chico era alto y delgado, con los hombros lo suficientemente anchos para sugerir que sus músculos eran resultado de hacer labor física, no de entrenar. Tenía muchas pecas, las cuales resaltaban las cicatrices viejas por toda su cara, que casi se le hacía conocida. Tenía algunos cortes en los brazos y piernas, así que Sia dedujo que su defensiva no era tan buena. También se veía bastante cansado. No era una amenaza.
Sia elevó su sable de luz hasta que la punta llegó a la barbilla del Jedi, quien se quedó sin aliento.
–Esquiva –Sia dio la orden. El chico parpadeó con sorpresa, pero obedeció–. Izquierda. Derecha. –El chico bloqueó uno, dos ataques–. Arriba. –Sia chocó su sable de luz contra el de él sobre su cabeza. Las luces verde y azul iluminaron sus rostros.
Los estimulantes que le habían inyectado surtieron efecto con más ganas, y Sia empezó a percibir todo con más claridad. Los gritos del público, el zumbido de los sables de luz, la respiración laboriosa del Jedi; todo era una cacofonía abrumadora para los oídos de Sia, exacerbada por la repugnante voz de Tormo («A eso le llamo una verdadera Justa de Caballeros, ¿verdad, amigos? ¡Ja!»). Quería que se acabara lo más pronto posible, pero tenía que pagar sus cuotas.
–Rueda –susurró.
–¿Qué…? –el Jedi alcanzó a decir antes de que Sia lo empujara hacia atrás con la Fuerza, pero fue rápido y suavizó la caída rodando hacia un lado.
Sin darle tiempo de reponerse, Sia lo atacó.
–Bloquea –le ordenó cuando estaba lo suficientemente cerca.
El Jedi era rápido, más listo de lo que aparentaba. Esquivó, saltó, y se agachó cuando se le ordenó; todo le salía naturalmente y acataba bien las instrucciones, incluso aunque su forma de combate fuera incorrecta. Por un momento, Sia recordó las clases de pelea en el Templo.
Pero ni los espectadores ni su captor estarían satisfechos si la pelea fuese unilateral. El Jedi tenía que dejar una buena impresión si iba a sobrevivir. Sia tenía que hacerlo quedar bien.
–¡Vamos, Jedi! ¡Ven por mí! –lo provocó tras poner algo de distancia entre ellos. De forma casi imperceptible, el chico negó con la cabeza–. Dije, ¡ven por mí! –Sia gritó, golpeando el suelo con su sable. Renuentemente, el chico la atacó, esta vez tomando la ofensiva.
El baile comenzó de nuevo. Este chico era obediente, siguiendo casi perfectamente cada una de sus indicaciones. Sin embargo, su ofensiva era aún peor que su defensiva. Pero el público no tenía que enterarse de eso. Para ellos, solo eran payasos haciendo un circo.
–Dame con ganas, Jedi. ¿O qué? ¿Ya se te olvidó tu entrenamiento? –Sia gritó, evadiendo un débil intento de golpe.
–No quiero golpearte –se quejó.
Sia tampoco quería golpearlo. Quería salvarlo. Pero para salvarlo, el Jedi tenía que sangrar.
La energía que las drogas le habían dado a Sia se estaba acabando rápidamente. El chico también tenía cara de que se iba a desmayar en cualquier instante. El final estaba cerca.
–Arriba, Jedi –Sia le ordenó. Con un último esfuerzo, su oponente levantó los brazos y ella lo bloqueó. Se mantuvieron a raya mutuamente, sus rostros sudados tan cerca el uno del otro, con la respiración agitada.
–Vas a tener que dejar que te golpee –Sia le pidió.
–¿Qué?
–Por favor. Confía en mí –le suplicó.
El Jedi ni siquiera dudó. Asintió y dijo– A la izquierda.
Sia apagó su sable y dio un paso a un lado. La inercia hizo que el chico cayera, y en su caída, Sia lo golpeó en un costado, dejando que la Fuerza guiase su espada para no lastimarlo mucho. Rezó por no lastimarlo mucho.
El chico soltó un gruñido y cayó de cara al suelo, inmóvil. El público estalló en vítores, pero Sia no los escuchó. Sus ojos estaban fijos en el Jedi, escaneando su cuerpo por algún signo de vida. No había ninguno. Tuvo que hacer un esfuerzo enorme para no sucumbir al pánico y correr hacia él.
En lugar de eso, Sia volteó a ver a Tormo. Él le sostuvo la mirada por solo un segundo, pero eso fue suficiente. Sia tenía que probar que el chico estaba muerto si quería salir.
Lentamente, caminó hacia el Jedi caído. Su pecho no se movía. Le volteó la cabeza hacia un lado con el pie; su rostro estaba inerte. Sia se quedó sin aliento.
Pero era una verdadera chica del espectáculo, así que hizo un espectáculo de convocar su sable de luz con la Fuerza, encenderlo, y girarlo con triunfo. Las gradas enloquecieron y lanzaron regalos hacia la arena que nunca iban a llegar a manos de Sia.
–¡Ay, nena, de eso estoy hablando! –la imagen holográfica de Tormo dijo–. ¡Junten esas palmas, mis amigos, por nuestra querida Sia, la última Jedi de la República! ¡Ja!
El apodo le causó un escalofrío a Sia, pero saludó al público porque sabía que eso quería Tormo que hiciera. Siguió la actuación hasta que la plataforma secreta sobre la que estaban empezó a bajar. Pero se movía demasiado lento, y mientras más tiempo pasara el Jedi en el suelo, peor se pondría. Por fin, la luz se atenuó y Sia pudo dejar la apariencia.
–Perdón, perdón, perdón –Sia corrió hacia el chico. Sus ojos se abrieron de golpe, y soltó ruidos y muecas de dolor. Aliviada, Sia le ayudó a ponerse de espaldas, e intentó quitar las capas de ropa para llegar a su herida. El corte chamuscado y desagradable le trajo malos recuerdos, pero parpadeó para borrarlos. El chico gimió–. Ya sé, lo siento. Vas a estar bien.
Los guardias descendieron sobre ellos en ese mismo momento, pero Sia les entregó los sables de luz sin oponer resistencia. No tenía sentido intentar escapar cuando la adrenalina ya había abandonado su cuerpo y el chico estaba herido. Se olvidó de los guardias y se concentró en la herida.
–¡Ay, nena, pero qué buen truco! –Tormo dijo en un chillido, aplaudiendo, al tiempo que bajó para evaluar a sus mascotas–. Ustedes dos me acaban de hacer ganar mucho dinero, ¡ja! Y Sia, bebé, ¡ay! ¿Lo mantuviste vivo para mí? ¡Buena chica! –La tomó de la barbilla con fuerza y la obligó a verlo–. ¿No estás feliz porque te conseguí un nuevo amiguito Jedi?
–Chinga tu madre. –Furiosa, le escupió a Tormo–. ¡Pinche pedazo de mierda!
–Ya, bebé, ya basta.
Soltó el rostro de Sia, y ella sintió la ya conocida corriente de la porra eléctrica en su espalda. Paralizada, colapsó junto al Jedi pelirrojo con la garganta irritada de gritar. Sus ojos preocupados fueron lo último que vio antes de caer en la oscuridad.
Sia despertó en el lugar de siempre: en el centro de su pequeña celda de piedra mirando al techo de piedra. Tenía todo el cuerpo adolorido, las secuelas de los estimulantes y la porra eléctrica haciéndole zumbar las extremidades. Sabía que tenía que moverse para que la sensación desapareciera, pero como siempre, era demasiado difícil con el zumbido en la cabeza. «Hey» el zumbido parecía decir. «Hey. Aquí estoy.»
Mmm. Tal vez esta vez las drogas fueron demasiado fuertes. El zumbido había evolucionado para decir oraciones completas.
–Hey –dijo una voz masculina. Sia estaba segura que el zumbido en su cabeza no era masculino–. Aquí estoy.
Sia volteó hacia la derecha y vio el rostro del Jedi pelirrojo asomarse por una delgada grieta en la pared de piedra. Tuvo que parpadear varias veces para asegurarse de que no estuviera viendo alucinaciones.
–Llevas inconsciente mucho tiempo –dijo.
Sia se preguntó qué tanto. Cada vez le tomaba más y más tiempo despertar. Tal vez algún día ya no iba a despertar.
–Estaba preocupado –el chico terminó de decir. La palabra se le hizo incomprensible. ¿Por qué él habría de preocuparse por ella? Él era quien tenía la herida de sable–. ¿Estás bien?
Una pregunta tan estúpida que Sia se tuvo que reír. O intentó reírse. Le salió un sonido entrecortado que le hizo temblar el pecho.
–No –susurró.
–No, claro que no. Fue una pregunta tonta –dijo el chico, avergonzado.
–¿Y tú?
–Eh, he estado mejor. También peor –contestó, indiferente. A Sia le pareció una buena señal que el chico hiciera chistes después de haber sido apuñalado. Tal vez su conexión con la Fuerza no estaba tan mal después de todo, si su espada no le había dañado irreversiblemente el sentido del humor.
Muy lentamente, Sia se incorporó, girando hacia un lado y levantándose hasta estar sobre sus manos y rodillas. Esto le provocó náuseas, y tuvo que contener las ganas de vomitar. Pese a todo, no iba a vomitar enfrente de este chico.
Cuando pasaron las náuseas, casi se arrastró hacia la grieta en la pared y se acostó de lado, de cara a ella. El inquilino anterior de la celda había hecho esa grieta, para que él y Sia se hicieran compañía mutuamente. Sia estaba agradecida. Aunque desearía que ni ella ni el chico pelirrojo estuvieran atrapados ahí, al menos no estaban solos.
Se miraron el uno al otro por un momento, renuentes a mencionar lo obvio. Sia podía sentir la intensidad de la Fuerza en él, pero era una intensidad bruta e inmadura. El chico se veía más o menos de la edad de ella, así que debió ser apenas un niño cuando sucedió la Purga. Al contrario que ella, el chico probablemente no tuvo a alguien para guiarlo tras perderlo todo. Probablemente ni siquiera había usado su sable de luz antes de hoy. Sia se preguntó…
–Me llamo Cal –el chico dijo al fin.
Cal. «Cal.» Sia buscó en su memoria algún recuerdo de alguien llamado Cal, pero con su conexión a la Fuerza debilitada, le era cada vez más difícil recordar su etapa como Youngling. Si tan sólo pudiera meditar, estaba segura de que se acordaría de él, si es que había algo de qué acordarse.
–Mi nombre es Essia. Pero puedes decirme Sia.
–Essia… –el chico, Cal, se susurró a sí mismo, como si también estuviese intentando acordarse de ella–. No sabía… No pensé que habría… otros.
Sia sabía a lo que se refería.
– Tú te has estado escondiendo, ¿no? ¿Por qué no habría otros?
–Supongo. ¿Tú conoces a alguien? –preguntó Cal, con brillo en su mirada.
–No –Sia mintió.
–Ah. – El chico guardó silencio, y Sia no dijo nada más.
Cal se acomodó e hizo un gesto de dolor. Sia sintió una punzada de culpa. Nunca había recibido un golpe directo de sable de luz, pero sí se había rozado accidentalmente varias veces y no era nada placentero. Cal se acomodó por fin boca arriba, agarrándose el costado con los ojos cerrados. Sia alcanzó a ver que tenía vendajes, pero conociendo este lugar, esos vendajes no le estaban ayudando a sanar.
–Perdón –dijo.
–Gracias –Cal dijo al mismo tiempo–. ¿Por qué te disculpas? –le preguntó, mirándola.
Sia no estaba segura. Simplemente lo lamentaba. Lamentaba haberle causado dolor, que estuviera aquí, por no acordarse de él, por mentir.
–Perdón por lastimarte –le contestó, abatida.
–¿Es en serio? De no ser por ti, estaría muerto. Además –le sonrió, una sonrisa cálida y brillante, tan fuera de lugar en su rostro cansado, que hizo que Sia quisiera sonreír también. Qué curioso–. ¡Peleas increíblemente! ¡La mejor cosa que he visto en mucho tiempo! Incluso las partes intimidantes. –Sia se burló–. De verdad. ¿Dónde aprendiste todo eso?
Sia sopesó la pregunta. Sabía que lo que Cal realmente quería decir era «¿Cómo seguiste desarrollando tus habilidades con el sable de luz cuando todos nuestros maestros y compañeros están muertos?» Sia nunca admitiría, ni siquiera a otro Jedi, que ella todavía tenía un Maestro. Ya había puesto su vida en suficiente peligro al aventurarse a la galaxia. Si alguien supiera que él seguía vivo, podría perderlo para siempre.
–Sólo sigo practicando en secreto –Sia mintió de nuevo, aunque era sólo media mentira.
–¿Tú sola?
–Sí.
–Vaya –dijo Cal. Sia no estaba segura si le creía o no–. Bueno, pues tienes que enseñarme tus movimientos, cuando salgamos de aquí. Pronto.
Qué dulce, su optimismo. Demasiado dulce. Esto le molestó, así que Sia no dijo nada más.
En el silencio, Sia cerró los ojos e intentó conectar con la Fuerza. Hacía este ejercicio cada día que no tenía nada más que hacer, es decir, la mayoría del tiempo. Pero con cada día que pasaba, se volvía más y más difícil siquiera sentir la Fuerza a su alrededor, o dentro de ella. Ya tampoco podía sentir a su Maestro, lo que le rompía el corazón.
Pero en ese momento, sí podía sentir a Cal, y sólo a Cal. Una intensa atracción de la Fuerza emanaba de él. Aunque Sia sabía que la Fuerza conectaba a todo ser vivo, Cal se sentía diferente. Más fuerte. Más estable. Más acogedor. Sia se lo atribuyó a que él era uno de los últimos de su especie, como ella.
Tenían que haberse encontrado por una razón, ¿no?
Pero esa idea era absurda. No se encontraron el uno al otro, fueron capturados por un lunático masoquista. No era más que mera coincidencia. Y ambos, tal como el resto de su especie, terminarían muertos pronto.
Sia abrió los ojos y Cal la estaba mirando fijamente. Sus ojos eran tan verdes. Por un fugaz momento, recordó su planeta natal, un lugar que no había visto en casi una vida; su cielo despejado después del atardecer, antes de que saliera la luna, los vestigios de luz tornando los océanos y bosques de un espectacular tono verde. El verde de Cal.
Su expresión era inescrutable.
–¿Cuánto tiempo llevas aquí? –preguntó él.
–No sé –respondió Sia. Había dejado de contar los días desde el principio, cuando se dio cuenta que no había luz natural que indicase el paso del tiempo. Simplemente comía, dormía y peleaba–. Seis batallas –dijo–. Tú fuiste mi séptima.
–Mierda. –Era una manera de describirlo–. ¿Te obligan a pelear con bestias o con otras… personas?
–Nunca he peleado con otros Jedi –Sia mintió de nuevo, adivinando lo que Cal realmente quería preguntar. Pero de nuevo, no era completamente falso–. La verdad es que depende. Algunas veces me hacen pasar por todo el desfile de bestias, y otras veces me ponen como reto final para el pobre desgraciado que está en exhibición en ese momento. Matar o morir.
–Y tú has matado cada vez.
–Aquí sigo, ¿no? –dijo ella con seriedad, con amargura.
–Qué ojete–contestó Cal después de un segundo.
Sia se rió sin humor y el sonido se le quedó atorado en la garganta, haciéndola toser, que al mismo tiempo le hizo doler todo el cuerpo. Sólo había sentido dolor desde que fue capturada. Quería estar de vuelta en casa, sin dolor, a salvo.
Como si le hubiera leído la mente, ingenuamente Cal dijo– Nos voy a sacar de aquí.
Y esta vez, la risa de Sia fue burlona.
–¿Crees que serías el primero en intentarlo? –dijo, sus palabras tan despectivas que casi sintió el veneno escurriéndose en los labios.
–Obviamente sé que no. –La voz de Cal se escuchaba dolida y molesta–. Pero yo no lo he intentado, ¿o sí? Tengo un droide –siguió al no obtener respuesta de Sia–. Está por aquí, en algún lugar, lo liberé antes. Nos va a encontrar y nos va a ayudar a escapar.
–Nuestras vidas yacen en los hombros de un droide.
–No conoces a BD-1. Es el droide más listo y más valiente de toda la galaxia. Te prometo que vamos a salir de aquí.
Lo dijo con tanta convicción, que Sia casi le creyó. Luego Cal hizo otra mueca de dolor, lo que le recordó el dolor que ella misma sentía, y Sia se preguntó cuánto tiempo podía mantener Cal su optimismo. Sia sabía muy bien que la tortura, la explotación, las drogas y el hambre podían quebrantar el espíritu en cuestión de días. Eventualmente, Cal se rendiría ante la miseria de su situación, y ya no hablaría más tonterías de escapar. Pronto, los dos terminarían muertos.
Pensar de esta manera le daba asco, pero también el optimismo de Cal. Sia estaba cansada de existir, cansada de pensar, y cansada de escuchar su voz.
–Deberías intentar dormir –le dijo al Jedi. Todavía se escuchaba la molestia en sus palabras–. Te va a ayudar a ignorar el dolor, y tal vez tu pequeño droide estará aquí cuando despiertes.
–Ajá. Gracias. Descansa –respondió Cal.
Poniendo los ojos en blanco, Sia le dio la espalda a Cal y a la grieta en la pared que los separaba. Moverse le dolía demasiado, y lágrimas de frustración se deslizaron por su mejilla. Estaba enojada con Cal y su tonto droide, y con sí misma y el Imperio, y con su Maestro y con Tormo.
Mientras sus lágrimas caían, un nuevo sonido llamó la atención de Sia. Dejó de llorar por un momento, escuchando atentamente: era la respiración de Cal, profundamente dormido en su celda. Lo escuchó por un tiempo, centrándose en su respirar, en su ligero ronquido ocasional, en lugar de su propia desesperanza. Muy pronto le dio sueño también, y se sintió extrañamente reconfortada por la presencia de Cal. Le recordó que él estaba vivo; él , otro Jedi perdido, cuya vida debía ser tan similar a la suya. Si él estaba vivo, sin duda ella también. Tal vez sí podía seguir viviendo.
Por primera vez en bastante tiempo, Sia no tuvo ni una sola pesadilla. Realmente descansó.