
«Que suba la marea y se lleve este sentimiento que no hace más que doler» escribió en su libreta. Apretó la lapicera entre sus dedos y sintió desbordar sus propios sentimientos y los de Okinu. A lo mejor, ella tenía mucho de él. A lo mejor, era el resto de su corazón lo que le había dado sin pensar en darle un final diferente al suyo ¿por qué no lo hizo? Embriagados los infiernos de su olor, tiñó su vida con un amor que le costaría la felicidad. «Y será fiero el futuro que castigue en ceniceros lo que no te dije» recordó escribir para ella antojándole el vicio del cigarrillo y el tabaco.
¿Alguna vez lo sabría? Tsunade siempre conoció sus sentimientos, pero nunca los correspondió. En su juventud, quiso creer que era posible enamorarla, pero luego, se fue alejando de ella sabiendo que había alguien más en su corazón y él jamás tendría un lugar ahí. Pero su amor era quisquilloso, rebuscado y perseverante, sin embargo, respetuoso. Jiraiya no había vuelto a insinuársele de manera romántica a ella, aunque Tsunade sabía que nada había cambiado entre los dos: él siempre la amaría y ella no podría hacerle un lugar en su vida de la forma que él quería.
—Ojalá me quieras —decía antes. Ojalá, ese deseo que nacía en la punta de los dedos y se vertía en su escritura. Ojalá. Y ahí quedaban sus palabras de amor con un destinatario al que jamás podría llegar. ¿Cuántas cosas había en sus libros pensando en ella? Jiraiya la había idealizado en personajes a los que sí podría alcanzar, pero ella nunca leyó sus obras: no estaban a la altura de sus gustos y no le importó porque pensó que al menos, sus sentimientos quedarían resguardados de esa manera— te querré en todos los versos que no quieran tus pupilas.
Ella jamás leería una novela romántica erótica y él jamás volvería a hablarle de eso. Ambos tomaron caminos diferentes en su vida, sin embargo, él no podía olvidarla. Con el paso de los años y con lo grandiosa que se fue volviendo Tsunade, fue mucho más difícil. No sólo la amaba, la admiraba como no lo hacía con nadie más.
Pintó la escena con palabras en la que Okinu se reunía con Yoshi en el ocaso.
«Han venido picarazas a pintar con su canción el cabello sonrojado» la sonrisa de ella era un vestigio de mentiras bien construidas para ocultar todo lo que sentía. En caída libre estaba cada vez que lo veía y se derrumbaba y reconstruía para disimular que nada pasaba, que nada pasaría, que serían un eterno podría.
Si tan sólo los sentimientos pudieran borrarse, él los escribiría a todos, a todos y cada uno de ellos; desde el más triste al más feliz y los dejaría lejos, quedándose sólo con el recuerdo de un bonito amor y nada más. Pero ellos anidaban su pecho como mirlos desolados y ahí, vivían por generaciones sin interrupción.
Si tan sólo pudieran ser fáciles de olvidar.
«Te querré en la acequia, te querré en la roca fría, te querré cuando el fantasma de tu voz venga por mí» escribió. Okinu también lo escribiría, plasmaría en una carta todos sus sentimientos, sentada a la orilla del mar. Una carta con un único destinatario que jamás la recibiría. El viento arremolinaría en su corazón, subiría la marea y todo se lo llevaría. Y cuando finalmente, escuchara su nombre de su boca, ya nada sentiría.
Y así la vida seguiría…