
Sasuke
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El que sobrevive
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Otro día, un nuevo día.
A juzgar por la claridad que se filtraba por la habitación, ya había pasado gran parte de la mañana y, por supuesto, eso significaba que había sobrevivido otro día. El sol del mediodía en Nami no Kuni no era tan fuerte como lo era en su aldea, probablemente gracias a la niebla que envolvía gran parte de la zona.
Había sobrevivido otro día.
Sasuke no quería que esa idea fuese una revelación, una realización turbulenta que sacudiera todo pensamiento, pero la realidad era que sí lo era. En parte. Sasuke había visto su vida pasar frente a sus ojos en la batalla contra el ninja de la nieve. Había visto la desesperación en la cara de Naruto, había visto algo más oscuro también, pero no podía darle nombre a esa imagen. Y había renunciado a su destino sin siquiera dudar. Y había sobrevivido a su propia decisión.
(Sigo vivo todavía, Itachi. Sigo vivo, vivo).
No se sentía como una victoria.
Contemplar la propia mortalidad a los doce años podría haber sonado extraño, en otras circunstancias. No era inusual para un shinobi de Konohagakure no Sato y, seguramente, no lo era para ningún ninja que presumiera serlo, sin importar la edad que tuviera. Doce años quizá significaba algo en los ojos de Inari, pero nadie en Konoha se sorprendería por la muerte de un ninja en las circunstancias que habían enfrentado.
Los dos exámenes finales, el de la Academia Ninja y el que te probaba oficialmente como un ninja era la coronación de años de preparación para las posibilidades de fallar. Te preparaban para sobrevivir a las derrotas tanto como a los triunfos. Escoltar a Tazuna, por supuesto, había ofrecido múltiples inconvenientes más de los esperados y estrictamente hablando, solo Kakashi-sensei estaba calificado para la misión que habían tomado.
Pero Sasuke, Naruto y Sakura habían decidido continuar también. Y eso hacía la diferencia.
Sasuke era un Ninja, soberano de sus decisiones y futuro a los ojos de la ley en la Aldea Oculta entre las Hojas. Era el líder de su clan —lo único que quedaba de su clan. Y era un Genin inexperto —ser el mejor de la Academia no había ayudado mucho cuando se enfrentó con el instinto asesino de dos Jōnin la primera vez.
Haku no había sido su primer encuentro con la muerte, no sería el último tampoco. Y, aún así, no podía dejar de pensar en ello.
Había algo inesperadamente estimulante en el desafío que se había presentado contra Zabuza y su acompañante. A pesar del temor, a pesar del espantoso momento de terror que lo había apresado en ambas ocasiones, había querido probarse a sí mismo. Tenía doce años, un año menos que...
Seguía queriendo probarse a sí mismo. Necesitaba hacerlo.
Sasuke siempre había querido ser un ninja. En su momento, porque él… Porque toda su familia lo era. Luego, porque quería hacer honor al apellido Uchiha y qué mejor forma que ser parte de la policía de la aldea. Solo los mejores entre los mejores llegaban a ocupar roles en la fuerza policial y Sasuke, más que nada, quería mostrarle a su padre que podía hacerlo y que, aunque no era el prodigio de la familia, podía ser digno de su admiración. Podía ser más que el segundo hijo, el sucesor inconveniente…
Todas esas aspiraciones eran parte del pasado.
El sueño de convertirse en policía en la aldea, digno de respeto y admiración, ya no servía para nada. No había nadie a quien enorgullecer, no había nada de lo que enorgullecerse tampoco. El apellido Uchiha había sido manchado por uno de los suyos, ya no quedaba ninguno de ellos (solo dos, solo dos) , y para Sasuke los ninjas que estaban a cargo de la policía ya no tenían las mismas capacidades.
Ahora lo único que le quedaba era su meta. No un sueño infantil, no un deseo para el futuro.
Su meta.
Venganza.
Y, por eso, más que nada, saltar frente a Naruto para recibir el ataque de Haku —un ataque que, él había pensado, era mortal — había sido totalmente imprudente.
Más que eso.
Era una muestra de debilidad.
Sasuke no podía permitirse ese lujo, pensó, mientras retorcía la sábana en sus manos.
No podía darse el lujo de priorizar a otra persona. Él no podía hacer lo mismo que Sakura, que lloraba de impotencia y se aferraba a él con desesperación. Esa actitud era el epítome de lo que él no quería ser, lo que ninguno de ellos debería ser. Sakura tenía una debilidad muy grande, terrible, y Sasuke no quería seguir sus pasos.
La vida de Naruto no podía pesar más que su venganza.
Y, sin embargo, contra todo pronóstico…
—¿Sasuke-kun…? ¿Estás despierto? —Sakura se asomó en la habitación en la que se estaban quedando, con una expresión de tímida inquietud. Sasuke esperaba que pronto dejara de mirarlo así —como si él fuese un oasis en medio del desierto— en algún momento. No ocurriría en ese viaje, aparentemente. Y, menos aún, después de lo que había pasado con Haku y Zabuza—. Kakashi-sensei ya está tomando el almuerzo, Tsunami-san quiere saber si te sientes bien para ir al comedor con él.
—Enseguida voy —dijo. Su cuerpo se sentía pesado y sus movimientos le parecían sumamente torpes, pero la verdad es que no quería quedarse acostado por mucho más tiempo.
—¿Sasuke-kun?
Algo en el tono de la voz de Sakura hizo que la mirase. Sus ojos estaban abiertos, un poco inquietos.
—¿Qué?
—¿Estás bien? Has estado… ¿De verdad te encuentras bien? —dudó ella, temerosa. Su mirada vagó por la habitación por unos segundos—. Con… con todo, quiero decir. Con todo lo que pasó con Haku.
¿Le estaba preguntando si había tenido miedo de morir?
Todo su lenguaje corporal era rígido y Sasuke resistió la tentación de pedirle que no se metiera en sus asuntos. Era una pregunta inocua, en realidad. Y la preocupación de Sakura era, en su constancia, genuina. Quizá le estaba preguntando si estaba bien con esa experiencia, si había secuelas. Quizá solo estaba tratando de confirmar que ella no era la única que había sido sacudida por la turbulenta misión que habían tenido en la última semana.
Con Sakura, en realidad, no podía estar tan seguro.
Dada su personalidad, podría ser cualquier cosa en esa gama de dudas e intrigas.
No era la primera vez que él se veía en la encrucijada de reconocer sus propios límites. La primera vez, había sido la noche que perdió a toda su familia. La noche que perdió a su hermano. Tenía ocho años, entonces. Ocho años recién cumplidos.
Itachi…
No.
El hombre que Sasuke quería matar. El hombre con las manos manchas de la sangre Uchiha. El hombre que Sasuke odiaba .
Estaba pensando mucho en ese hombre, últimamente.
Culpaba a Naruto, por ello.
Culpaba a Naruto por muchas cosas.
Su vida sería más fácil si Uzumaki no hubiese terminado en el mismo equipo que él. (Mucho, mucho más fácil).
Sasuke asintió. —Estoy bien.
Sakura sonrió con suavidad y él sintió una punzada de agradecimiento por la solícita amabilidad de su compañera, a pesar de sí mismo.
Había más en ella que su intensa fascinación, lo que era a la vez frustrante y desesperante, en retrospectiva. Sakura había sido una de las mejores de la clase y tenía mejor control de chakra que él, pero tristemente no era la mejor en el arte del combate. Ni parecía estar centrada en convertirse en la mejor kunoichi que pudiera ser.
A Sasuke le costaba entender por qué quería ser ninja. ¿Cuál era su objetivo verdadero? No podía ser... no podía ser solo él. La vida de un shinobi era dura, era difícil, era desgarradora. Sakura no parecía estar lista para seguir ese camino. Naruto, brillante y aniñado como era, estaba más preparado. Él, por lo menos, ya conocía el dolor. No tenía un dolor como el de Sasuke —nadie, nadie podía entender un dolor como el suyo. Y Naruto, particularmente, no habría podido conocer ese dolor porque nunca había tenido que perder cosas. Pero él sabía sobre el dolor de la soledad y el vacío...
—Inari-kun, Tazuna-san y Naruto aún no han vuelto… así que tendrán la mesa para ustedes dos solos —comentó Sakura.
Ese Naruto. —¿Se fueron a la ciudad otra vez?
Sakura pestañeó. Una expresión extraña apareció en su cara pero el destello de emoción se fue antes de que pudiese identificarlo plenamente.
—Uh, sí. —replicó ella—. Dijeron que tenían que ir a ver a un colega de Tazuna-san, un viejo conocido… No estoy muy segura, la verdad.
—Hm.
—¿Necesitas…? —Sakura cuadró los hombros como si estuviera a punto de enfrentarlo pero, tras un momento de vacilación, se encaminó hacia la puerta de la habitación—. No te tardes mucho, Sasuke-kun.
—Bienvenido a la tierra de los vivos —dijo Kakashi, de buen humor. Sasuke sabía que estaba sonriendo. Era sorprendente la facilidad que tenía el Jōnin para expresar sus emociones debido a que cubría la mayor parte de su cara—. Maa, hoy te ves mucho mejor que ayer. Y mucho mejor que yo, también. Se ve que otra noche de sueño profundo era lo que necesitabas.
Era cierto.
Kakashi ya le había dicho que Sasuke tenía naturalmente mejor resistencia para los desgastes del Sharingan y, además, ya sabía que su maestro había tenido una larga semana de recuperación la primera vez que se había enfrentado contra Zabuza. Sasuke solo llevaba dos días en cama y ya sentía un hormigueo molesto bajo su piel. (No podía enfrentar por su cuenta a un Jōnin a los doce mientras que, a los trece años, él había destruido a todos en su clan. La diferencia era abismal).
Él tenía que ser más fuerte que eso, si quería lograr su propósito.
—Oh, estás aquí. ¿Ya te sientes mejor, Sasuke-kun? —preguntó Tsunami, con una sonrisa amable.
En esa casa, todos eran amables y gentiles. Demasiado amables, quizá. Suponía que tenía sentido mientras estaban en la misión —ellos tenían que tratarlos bien, especialmente después del engaño inicial de Tazuna—, pero ya había concluido todo y aún seguían siendo honestamente agradables. Corrían peligro, en su mundo. La amabilidad no servía para nada en el mundo ninja. Era un mundo oscuro y salvaje, con hijos que asesinan a sus padres y hermanos que traicionan todo. Sasuke se preguntó si por eso Naruto estaba empeñado en ser la sombra de Tazuna. Y, al mismo tiempo, desechó ese pensamiento. Naruto tenía la cabeza hueca, nunca pensaría en esos términos. (Excepto, claro, cuando sí era capaz de hacerlo).
Agradeció por el plato de comida. Sakura cumplió su palabra y dejó la mesa para Kakashi, que ya había terminado su porción, y para él. Sin Inari ni Naruto, en la casa reinaba el silencio. No era un silencio incómodo, necesariamente. No obstante, a Sasuke tampoco terminaba de gustarle del todo. El silencio traía muchos recuerdos indeseados.
—Lamentamos seguir molestando —Kakashi le dijo a Tsunami en voz baja, cuando ella se acercó para ver si necesitaban algo.
La mujer sacudió la cabeza, en respuesta. Sasuke centró su atención en su plato, no queriendo contemplar el caleidoscopio de emociones que había en su mirada.
—Por favor, no es una molestia. Ustedes han… han ayudado tanto —Tsunami hizo una pausa, buscando las palabras. Su voz era apenas un susurro—. Además de lo que han hecho por mi padre..., Inari- me han devuelto a mi Inari. No tengo cómo pagarles por eso.
—Maa —Kakashi hizo un gesto al aire, su voz calma y tranquilizadora—. Creo que eso fue más cosa de Inari que nuestra.
—Y de Naruto —señaló Tsunami.
Kakashi tarareó, lo que posiblemente era un acuerdo. —Bueno, Naruto sabe hacer sentir su presencia.
Sasuke resopló.
—Creí que un buen ninja tenía que hacer lo contrario —bromeó Tsunami y eso, eso era incluso sorprendente.
Kakashi soltó un suspiro, que podría haber sido una risa.
—Son un… equipo diferente al que esperaba cuando mi papá me dijo que contrataría a los ninjas de Konoha. —admitió ella—. Y me alegra.
Sasuke entendía exactamente lo que quería decir.
Era increíblemente irónico pensar que Hatake Kakashi era la persona en su equipo con la que Sasuke se encontraba más cómodo, pese a que era al que menos conocía. Kakashi, desde luego, estaba escondido detrás de enigmas y misterios, pero con él ya sabías que no debía esperar conocerlo en realidad. Incluso en su primer encuentro, Kakashi se las había arreglado para dejar eso en claro. Él era su sensei y solo eso, no pretendía ser más que eso ni pretendía ser menos. Era lo que un ninja debería ser con total exactitud y, con él, Sasuke sabía que encontraría exactamente lo mismo que buscaba. Un mentor comprensivo, capaz de suavizar sus miedos y alentar su progreso. Era sorprendentemente reconfortante.
Sakura y Naruto... eran la incógnita.
No eran lo que él esperaba que fueran y, al mismo tiempo, eran exactamente lo que había creído que serían.
Una pesadilla. Y una debilidad.
Haruno Sakura, aparentemente, era más de lo que aparentaba ser a primera vista, lo que era una bienvenida sorpresa. Su entusiasmo rozaba la vehemencia de Naruto —lo que explicaba que se llevasen mal—, pero había una intensa dedicación debajo de la superficie. Sakura era persistente y valiente. Solo necesitaba canalizar esa energía hacia lugares más productivos —lejos de Sasuke, especialmente.
Uzumaki Naruto no era tan transparente como pretendía ser, algo que Sasuke ya sospechaba desde que eran niños, pero no estaba acostumbrado al contraste constante que ofrecía. El desafío inesperado en el que se estaba convirtiendo. Naruto era el peor de la clase, siempre había sido el peor de la clase, y sin embargo…
Sin embargo.
No eran un equipo. Carecían de cohesión, la mayoría del tiempo. Sakura era volátil, Naruto era Naruto. Sasuke quería estar lo más lejos posible de la gente. Y, aún así, eran algo... En construcción.
Hmm.