Milagro de armisticio

Naruto
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Milagro de armisticio
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Summary
He aquí una verdad sobre los Senju: hacían un soju de mierda.Y aún lo bebimos como si fuera el elixir de los dioses. Los Uchiha y los Senju hacen una celebración por su reciente tregua, todo el mundo está ebrio y feliz, Madara observa pensando en que es un verdadero milagro.
Note
Uhhh en realidad no sé muy bien que quería lograr con esto pero es una escena que ha estado en mi mente por algún tiempo así que la escribí.Menciones repetidas de asesinatos, amputaciones, abortos y violaciones, ninguna detallada.

He aquí una verdad sobre los Senju: hacían un soju de mierda.

Y aún lo bebimos como si fuera el elixir de los dioses.

 

La noche llegaba a su mejor punto, y la celebración se había animado con las acciones desvergonzadas de los ebrios. Estábamos en tierras Uchiha, a las afueras de nuestro asentamiento principal. El suave ruido de la corriente del Naka y el ulular de los búhos había quedado sofocados por las joviales melodías que tocaban las doncellas Senju y las carcajadas e intentos de baile que nuestros guerreros daban en el centro del claro.

A Ryuga, el único sobreviviente de siete hermanos, una guerrera Senju le había enterrado dos senbon envenenados en el antebrazo, él se cortó dos centímetros por debajo del codo y después le cortó el cuello a ella. Baru era demasiado joven cuando su padre, que había sido allegado a mi padre, y su hermano mayor fueron capturados para obtener información acerca de los primeros movimientos Uchiha en la guerra; sus cuerpos fueron encontrados flotando en el Naka sin ojos, sin lengua y sin dedos, su madre se había ahogado en el mismo río dos semanas después en un aparente suicidio y él con ocho años recién cumplidos había tomado las riendas de su familia. Tres de las cinco hermanas de Yuzune habían dado a luz a bastardos Senju productos de un asalto en el camino a llevarle agua, vendas y arroz a un refugio para heridos tras sufrir una apuñalada en la espalda; en cuanto nacieron, les sacó los ojos y los dejó en el bosque para ser devorados por animales salvajes.

Y ahí se encontraban, sentados en una de las mesas Senju perdiendo las últimas monedas de sus pagos en sus fracasos repetidos de probar los estilos tradicionales de apuestas del clan contrario. Yuzune, con su sonrisa fácil y sus ojos de águila, había conseguido a Sisinue en su pierna izquierda y a una joven Senju en la derecha; ambas sonrientes y conversando como si estuviesen sentadas sobre cojines en vez de sobre un hombre.

— Es como un milagro —murmuré al contemplar la escena.

— Tu eres el milagro Madara Uchiha, mi mejor amigo en todo el mundo, pronto uniremos nuestros clanes y será tal como siempre lo soñamos, debe ser esta la bendición sobre la que siempre están hablando los monjes —me contestó Hashirama con la voz animada y enlargecida, después azotó la cabeza contra la mesa de madera, derramando su apenas séptimo trago de soju y continuó murmurando incoherencias.

El soju lo habían traído los Senju, terroso y simple, con una insipidez solo propia de los licoreros principiantes, pero inusualmente potente. Incluso ante mi presunción de resistencia al alcohol, me encontraba mareado y entumido por la sustancia. El sekihan lo habían preparado los Uchiha y nuestras mujeres, huérfanas y viudas por mano de los Senju, lo repartían entre ambos clanes por igual.

Desde la mesa de nuestras sacerdotisas, la vieja Nanaba observaba con escrutinio la forma en que Hashirama me servía más soju y nuestras vestimentas se rozaban con cada movimiento. Tres semanas atrás, cuando regresé derrotado, anunciando un alto al fuego y una futura unión, me había dicho que estaba confiando demasiado en nuestros enemigos.

En la guerra anterior con los Senju, cuando no había pasado la década de edad, todos los varones de su familia habían sido asesinados en un secuestro a uno de nuestros asentamientos secundarios; su madre, ella y sus hermanas, junto con el resto de las mujeres de su pequeño poblado, habían pasado un mes cautivas antes de que retomaramos el lugar. Su madre fue una de las pocas mujeres Uchiha que habían dado a luz a un bastardo Senju y lo criaron, dejando a sus hijas y a ella misma en deshonra.

La vieja Nanaba fue reclutada en el templo de Amaterasu cuando la diosa la eligió al haberla hecho sangrar demasiado joven, y tiempo después se volvió la gran sacerdotisa.

Era una mujer de carácter duro, sus palabras tan afiladas como espadas y sin el temor de enfrentar al más terco de los altos mandos Uchiha; su poder dentro del clan era sólido y abismal. De alguna forma mi educación como heredero había quedado bajo su supervisión y no bajo la de mi madre.

— Eres nuestro líder Madara, a ti no se te permite sentir, solo razonar —me dijo, como si todavía fuera un joven a su cargo y no un veterano de guerra. Aun, yo no la había contradicho ni confrontado, porque a pesar de no ser un varón ni un guerrero, la mujer se había ganado cada gramo de mi respeto con su dureza y su lealtad. Aun, ella había mandado a hacer túnicas para Hashirama y Tobirama Senju y los había bendecido como hijos de Amaterasu en la mañana del armisticio.

No era la única inconforme con el rumbo que estaban tomando ambos clanes. Al lado de Hashirama, casi podía palpar el desprecio de Mito Uzumaki, a pesar de todas las capaz de cortesía con las que lo había envuelto.

— Esposo mío, tal vez sea hora de retirarnos a descansar, tu hijo no me ha dado tregua en toda la tarde y solo se tranquilizará durmiendo en tu presencia —le dijo a Hashirama. Su voz amable intentando llevarse a su marido. La excusa era visible, pero Hashirama estaba ebrio más allá de su autocontrol y era necesario retirarlo antes de que pudiera avergonzarse a sí mismo.

— Deberías escuchar a mi cuñada, hermano. Debemos cuidar a nuestro futuro heredero —la apoyó Tobirama Senju.

Hashirama se despidió con abrazos y sonrisas efusivas, Mito Uzumaki iba medio arrastrándolo aun con el estómago abultado de una embarazada que estaba a poco del alumbramiento. Era el embarazo más avanzado que había tenido y muy posiblemente el primero de cinco que pudiera llevar a término; durante los últimos cuatro años la gran mayoría de Senju que habíamos capturado, o de los cuerpos de quienes habíamos asesinado llevaban tatuada la triqueta para ayudar en la fertilidad de su matriarca.

Con lo infructuoso que había demostrado ser su vientre, se esperaba que naciera un varón. Si nacía una niña y además resultaba imposible otra gestación a término, la falta de un heredero de su bendecido líder podría causar problemas de sucesión en el clan. Aunque siempre estaba Tobirama.

El tenso silencio cayó sobre la mesa con la partida de Hashirama, pero no sobre la celebración. Parejas Senju eran quienes se habían levantado a bailar con la música, pero varios hombres y mujeres Uchiha se habían animado a unirse a ellos.

Yumubi, Kakazue, Nima y Yara se encontraban con guerreros Senju, dando vueltas y vueltas al ritmo de la música. Gazuru, con el único brazo que le quedaba después de perderlo por un doton que lo aplastó, sostenía a una mujer Senju de las caderas, intentando acercarla demasiado a él. Hazo y Genia, casados hace dos meses, imitaban pobremente los pasos de las parejas Senju. Un par más de mi clan se encontraban mezclados por ahí.

Genia estaba destinada a casarse con Daisuke, el hermano mayor de Hazo, pero después de encontrarlo desmembrado a cinco kilómetros de un campamiento Senju por ir de reconocimiento, Hazo había asumido sus responsabilidades y la había desposado.

— Realmente un milagro —murmuré.

— No te tomaba por el tipo de hombre que cree en los milagros, Uchiha —me respondió Tobirama.

El hombre incluso con lo que bien podría ser una jarra entera de soju encima, mostraba una sobriedad y enteres envidiables. Los ojos rojos fijos evaluando cada paso de cada asistente y el porte igual de recto que al inicio del día.

En el centro de la celebración, Ryu y su división, una de las más afectadas en los últimos dos meses, lanzaban bolas de fuego al cielo y hacían dragones danzarines con ellas. Los niños Senju y algunos Uchiha habían hecho un círculo a su alrededor, maravillados por las figuras en las llamas.

— Por supuesto que creo en ellos. Ya sean hechos por los dioses o por los hombres, improbabilidades tan enormes sucediendo solo pueden ser llamados así.

— ¿Crees que esta era una improbabilidad enorme?

— ¿Qué otra cosa sería, Senju?

— El armisticio tardó en suceder. La guerra ya no era sostenible para ninguno de los dos clanes, centrarnos en este conflicto ha hecho que nuestras tierras se dañen, nuestros guerreros se cansen y ha alejado a nuestros principales contratistas de nuestros servicios.

— Ciertamente, las guerras siempre finalizan; sin embargo, esto es más que un armisticio: uniremos los clanes, las guerras entre Senjus y Uchihas no volverán a suceder. Dos enemigos históricos uniéndose. Un milagro.

— Hashirama está bendecido, el clan lo ama y lo adora como a un dios, el armisticio tenía que suceder y era fácil de aceptar, la unión se da por la palabra de Hashirama y nadie irá en contra de ella. ¿Qué hay acerca de los Uchiha?

Corriendo entre las mesas, un pequeño ejército de niños robaba los monederos de los descuidados y hacían travesuras infantiles. Kaito, huérfano de padre y madre por la guerra y acogido en la familia de una de sus hermanas, era el aparente lidercillo; había robado bolas de dango de las cocinas y las repartió entre niños y niñas de ambos clanes, convirtiéndolos en sus pequeños secuaces. Diecinueve jóvenes Uchiha y diez Senju nadaban en la oscuridad del Naka, todos jugando como si fuesen del mismo clan.

— Mi palabra tampoco se contradice, Senju. Hace mucho que los Uchiha necesitan la paz. Solo mira a tu alrededor, todos ellos han sido lastimados de una u otra forma por los Senju, y de vuelta, y aquí están, esforzándose por que no vuelva a ocurrir.

— La euforia de la paz los lleva a olvidar la guerra. Una vez que los clanes estén asentados juntos, las diferencias harán resurgir viejos rencores, rencores de siglos de historia.

— Es cierto, nuestros rencores no pueden ser fácilmente olvidados, pero Hashirama y yo estaremos ahí para contenerlos. Lo importante es dejar sentadas la bases para que en futuras generaciones, la camaradería y la historia de ambos sea más fuerte que esos rencores.

— ¿Camaradería? ¿Cómo pretendemos lograr eso? Si ahora dejaremos las armas y nos volveremos clanes pacíficos.

— Hashirama te ha dicho sus ideas. No volveremos a enviar niños a la guerra, y estoy seguro de que en un futuro tampoco a ningún hombre. Sin embargo, desmilitarizarnos teniendo tantos enemigos es un error.

— Entonces nuestros guerreros se harán camaradas en el campo de batalla, no hay mayor forma de unión que un enemigo en común.

— No son los enemigos comunes lo que une, nosotros hemos tenido eso durante bastantes años. Es confiar en tu vida a tus camaradas y que ellos te la confíen de vuelta lo que mantiene la unidad y el sentido de pertenencia.

Tobirama se silenció por un momento, más reflexivo que derrotado. Al fondo, Hoeto, cuyo hijo mayor se había colgado después de que su novia fuera violada y asesinada por un Senju, inició una discusión con algún miembro del clan contrario; ambos hombres no estaban luchando en serio, golpes y empujones borrachos hasta que cayeron al suelo y se levantaron entre risas dándose la mano.

— Hashirama y yo hemos discutido sobre criar a nuestros hijos juntos, un lugar donde los niños pueden estar seguros, donde sean instruidos y preparados antes de ir a las batallas. Y donde se les enseñe que, Senju o Uchiha, lo más importante es Konoha.

— ¿Konoha?

— Así hemos decidido nombrar la nueva aldea.

— Todavía hay mucho por detallar y hacer en sus planes.

— Lo hay.

Izuna era el hermano que me seguía en edad y el último de mis hermanos vivos. De pequeños, cuando no sabían si sobreviviríamos la niñez o si nuestro chakra sería de fuego, compartimos una habitación y por las noches jugábamos a ser guerreros completos que se batían en duelo por el amor de alguna dama. Él, además de Hashirama, había sido la única persona que me había visto llorar por cada hermano que quemaba. Fui yo quién le enseñó el jutsu bola de fuego, a blandir una espada y a lanzar ilusiones con el Sharingan. Todos mis hermanos ocupaban una enorme parte de mi corazón, pero era imposible negar que, aun cuando todos vivían, Izuna siempre fue el más amado.

Hacía tres semanas Tobirama Senju le había cortado la mitad del tórax. Yo iba a matarlo, a él y a todo su clan; a destruir sus casas, quemar sus tierras, asesinar a sus mujeres y a escupir sobre sus dioses; lo iba a desollar vivo frente a todos hasta que se retorciera de dolor y su inmunda apariencia ya no fuera reconocible. En cambio, le serví otro trago. Un verdadero milagro.