
Chapter 29
No se veía capaz de apartar su oscura mirada de la figura del contrario. Su rubio y corto cabello parecía danzar con el viento mientras que sus ojos azules se veían más claros al darles la luz del sol directamente.
Alcanzaba a oír sus murmullos que dirigía hacia el animal que se recostaba a su lado. Su estómago hacia arriba mientras movía su cola de vez en cuando y se dejaba acariciar por las manos del hombre.
El suave y refrescante aroma a limón invadía el aire, siendo consciente de que no se liberaba con tanta frecuencia como le gustaría sentirlo.
Su relación con Minato se había estancado desde hacía días. No habían vuelto a entrenar juntos y ahora eran escasas las veces en las que se sentaban juntos a beber el té de la tarde.
Madara podía entender que no se atrevía ni podía dejar de lado sus obligaciones. Sirviéndole a su unigénito como consejero y ambos intentando continuar con su labor hacia su gente de la mejor forma posible, no era algo de lo que se pueda deshacer por unos días.
Sin embargo, desde que todo quedó aclarado luego de reencontrarse con su sobrino mayor, Minato había estado presente en cada momento.
Compartiendo la tarde, pidiendo su opinión en cuanto a lo que su ducado se refería e incluso, más de una vez lo había invitado a recorrer el extenso campo en el que el lago intervenía.
Desde que Madara era joven, no solía negarse a nada que fuera beneficioso para él, mucho menos cuando se hablaba del placer que pudiera recibir.
No obstante, bien sabía que algo como eso no podría ocurrir o al menos, no de la forma tan fácil en la que siempre se presentó.
El alfa no había tenido una sola pareja en su vida, mucho menos tuvo hijos. No era algo que le desagradara, de hecho, le encantaban los niños. Aún así, nunca sintió el anhelo de ser padre al punto de querer buscar una pareja con la cual cumplir ese deseo.
Desde que se convirtió en un alfa adulto a la corta edad de dieciocho años, había aprovechado su vida lo mejor que pudo. Simplemente calmaba su deseo encontrándose con algún omega que quiera pasar una buena noche a su lado.
Y a pesar de que todos tenían el pensamiento de llegar puros al día de su boda, muy pocas fueron las veces en las que se negaron ante sus propuestas.
Les hacía pasar una buena noche, haciendo sentir especiales a los omegas por un momento y siempre teniendo presente entre ambos que solo sería una o algunas noches las que estuvieran juntos. Nada de romance, nada de cursilerías y solo entregándose el uno al otro con quien sea que estuviera en su cama en esos momentos.
Aún así, aquello no significaba que el alfa fuera incapaz de enamorarse.
Su padre, Tajima, había hecho todo lo posible por encontrar a un buen omega de alta cuna con el cual poder casar a su hijo mayor. Claro está, que aquello quedó solo en un anhelo del mayor, porque Madara nunca le permitió decidir sobre su propia vida y a pesar de lo que su progenitor le decía queriendo que intente centrar su cabeza en sus responsabilidades, poco le importaba en aquel entonces al joven de cabello negro que solo se encargaba de disfrutar tanto como fuera posible.
¿Quizás era una forma de retar a su padre para no seguir sus órdenes?
No podría asegurarlo, pero su cabeza estaba lo suficientemente centrada en no pensar siquiera en lo que su pareja de una noche pudiera sentir. Porque sabía que si había sentimientos de por medio, el casamiento y los herederos iban a ser el próximo paso que diera y él no estaba dispuesto a estancarse de por vida con una persona a la cual no estaba seguro de que amaría realmente.
Porque una cosa era el amor y otra muy diferente, la simple atracción.
Aprovechó de la mejor manera sus años de juventud, disfrutando de la plenitud que le traía el poder explorar de una manera más íntima el cuerpo de la persona que disfrutara con él y con su cabeza pensando en el siguiente movimiento de aquella noche.
No había conseguido enamorarse a lo largo de su vida, o al menos es algo de lo que estaba seguro, pero no estaba dispuesto a afirmar aquello.
Sin entablar una conversación al final del acto, sin querer conocer a fondo al omega que permanezca a su lado en las próximas horas, sin estar dispuesto a que todo eso se convierta en algo más. Prefería solo mantener aquellas situaciones como simple placer e incluso, algo ocasional en lo que duraban sus días de celo.
No prometía absolutamente nada porque no podría cumplirlo. No haría nada que el otro no quiera y solo disfrutaba de la mejor manera todo lo que se presentaría en las siguientes horas a oscuras.
Sin embargo, todo aquello quedó atrás en cuanto la punta de aquella espada fue a parar en el borde de su cuello.
Pudo conocer a un omega completamente diferente a los que estaba acostumbrado. Nada de amabilidad ni piel cubierta de maquillaje, mucho menos pudo hallar una cálida bienvenida en cuanto puso el primer pie en el castillo o encontrar a aquel rubio omega siendo protegido por sus guardias al ser lo suficientemente delicado como para cuidarse por si mismo.
Encontró a un hombre que demostraba la misma fiereza que sus expertos guardias, de ojos azules que le enseñaban una mirada peligrosa y sus manos sujetando magníficamente la empuñadura de su arma con toda la intención de asesinarlo allí mismo si le resultaba una amenaza.
No negaba que aquello lo ofendió. No iba a ser la primera vez en que peleara con alguien, pero si la primera vez en que alguien de una casta inferior a la suya lo detenía haciendo el menor esfuerzo.
El tiempo siguiente a eso, solo le sirvió para conocerlo mucho más.
Hablaron de su relación con quien fue su anterior alfa, siendo Madara lo suficientemente inteligente como para no decirle que se acostaba con quien se le cruzara.
Hablaron de sus familias, deseos y la realidad que se presentaba actualmente.
Minato había sido uno de los pocos omegas a los que había conocido en profundidad sin la intención de llevarlo a una cama, al menos en ese momento, porque luego del entrenamiento cuerpo a cuerpo, lo que menos podía pensar era en verlo como a un amigo.
Ellos eran simples conocidos que por situaciones de la vida que unió a ambas familias, entablaron una buena relación sin considerar al contrario como tal.
No obstante, Madara no se veía capaz de negar que aquel omega le resultaba lo suficientemente atractivo como para no despertar deseos carnales en él.
Minato no había aceptado estar a su lado por una noche, ni siquiera el alfa se lo propuso. Aquello sería una falta de respeto hacia quien había sido el duque de Luxemburgo antiguamente y no por el título que anteriormente tuvo, sino por el simple de hecho de que Madara se había atrevido a conocerlo con un pensamiento más profundo que solo llevarlo a su cama.
Conoció su penurias, su dolor al perder a su alfa y la fortaleza de continuar adelante por su hijo. Conoció su bondad y amabilidad. Conoció sus deseos y sueños. Conoció sus sonrisas genuinas y los brillos de sus ojos al hablar de lo que amaba. Conoció su amor hacia la naturaleza, su pasión por la cocina a pesar de que sus cocineros no le permitían la entrada luego de casi haber incendiado todo al querer hornear el pan y olvidarlo por charlar con su hijo. Conoció su gusto por los niños y su felicidad al ver a su unigénito e Itachi convivir. Madara había conocido de una forma tan íntima a Minato y aquella palabra había obtenido un significado completamente diferente a lo que había llegado a creer.
Su mente se dejaba llevar por aquellos pensamientos, algunos inocentes donde simplemente se encontraban él y Minato tomados de la mano, y otros no tanto al imaginárselo suspirando en su oído mientras sus delicadas manos se aferraban a su espalda.
Enamorado o no, le gustaba aquel omega y a pesar de querer tener un acercamiento distinto a como venía ocurriendo desde que llegó al castillo, no estaba seguro de querer arriesgar todo con él si el rubio se negaba, pero sentía la necesidad de declararse.
Porque estaba seguro de que aún con el paso del tiempo, Minato no había logrado superar a su antigua alfa.
Se acercó con pasos lentos hacia el hombre, procurando que captara su atención sin correr el riesgo a que le de un puñetazo, y se sentó a su lado manteniendo el silencio.
Notó apenas que el contrario lo miró por el rabillo de sus ojos antes de volver la mirada al frente.
Ninguno hablaba y Madara no estaba del todo seguro de iniciar una conversación cuando podía notar lo tenso e incómodo que el antiguo duque se sentía. Sin embargo, lo hizo.
—No reprimas tu aroma.—Le dijo en cuanto aquel olor a limón dejó de llegar a su nariz.
Minato se removió incómodo en su lugar y al instante, giró su cabeza hacia el otro lado para poner toda su atención en el animal que descansaba tranquilamente sin inmutarse de que una nueva presencia se encontraba con ellos.
No se atrevía a hablarle, ni siquiera se saludaron. Los nervios del rubio se disparaban de solo pensar en la cercanía que había tenido Madara hacia él al finalizar el combate cuerpo a cuerpo.
De hecho, si no hubiera sido por lo que había sucedido entre su hijo e Itachi por culpa del consejo, ni siquiera se hubiera presentado en la casa del azabache, bebiendo el té en completo silencio luego de haberle comentado lo sucedido.
Siempre mostrándose tan seguro de si mismo y tan calmo, como si lo que hubiera ocurrido entre ambos no hubiera sido la gran cosa.
—No es algo que me resulte muy cómodo.—Comentó.— Desde pequeño me han dicho que es un aroma extraño.
Uchiha asintió.
—Sin duda lo es.—Respondió mirándolo de reojo. Minato llevó sus piernas a su pecho y se abrazó a ellas, queriendo esconder su vergüenza ante las palabras del contrario.— Supongo que es otra de las cosas que te hacen único.
Una suave sonrisa de labios sellados acompañó sus palabras, reteniendo su risa al percatarse de la mirada sorprendida del omega. Se recostó hacia atrás apoyado en sus manos, queriendo admirar el paisaje y no dirigir su mirada hacia las mejillas sonrojadas del más bajo.
—¿Qué haces aquí? Esperaba que estuvieras con Itachi.
Madara torció su boca.
—Si, esperaba estar con él un rato.—Su ceño se frunció al instante en que recordó lo que vio al llegar.— El duque lo estaba besando cuando llegué al salón y ni siquiera se percataron de que yo estaba allí.
El omega sonrió.
—Supongo que estaban recuperando el tiempo perdido.
Un gruñido de parte del alfa lo hizo sonreír.
—No quiero pensar de que forma han recuperado el tiempo.—Murmuró molesto.— Es mi pequeño, tendría que estar con nosotros en nuestro hogar.
—Pero se aman.—Susurró entonces. Madara lo miró de reojo, observando la sonrisa que adornaba su rostro en esos momentos.
—¿Qué hay de ti?—Minato lo vio confundido.— Quiero decir, en cuanto a las relaciones ¿Estás completamente negado a que aparezca alguien más en tu vida?
Las manos del antiguo monarca se entrelazaron, comenzando a apretarse con nerviosismo.
—Supongo que mi tiempo ya pasó.—Susurró.— Formé a mi familia y no me veo compartiendo mi vida con alguien más.
Madara se acomodó de rodillas, acostumbrado desde pequeño a mantener aquella postura todo el tiempo que quisiera.
—Aún eres joven.—Contrarrestó.— ¿Quizás sea por lo que puedan pensar de ti?—Minato lo vio con duda.— Se que puedes creer que ya el tiempo de conocer a alguien más ha culminado, pero debes entender que eso no es así y puede haber una persona esperando por ti. No tomes a alguien más como a un reemplazo a tu antigua alfa, porque ella fue tu esposa, misma con quien pasaste los mejores momentos y con quien formaste una familia. Permanecerá siempre en tu corazón.—Sonrió.— Pero puedes hacer un espacio para volver a amar.—El azabache se puso de pie y le dio la espalda.— No tomes lo que te diré como una falta de respeto, pero solo si estás dispuesto, me gustaría poder intentar avanzar contigo un poco más que como simples conocidos o una amistad. Se que me has notado, has notado mi mirada, así que... Solo piénsalo.
Madara se alejó con pasos tranquilos, aparentando la calma que no sentía en su interior. Podía sentir su garganta cerrada y agradecía a cualquier ser divino porque no se le haya notado aquello mientras hablaba.
Minato, por otro lado, observaba la silueta del alfa alejándose cada vez más.
Su mente se mantenía en blanco mientras podía oír una y otra vez las palabras del aquel hombre, como si Madara continuara a su lado repitiendo cada frase antes de abandonar el lugar.
Sus mejillas estaban encendidas, sus ojos más abiertos de lo normal y el nerviosismo se apoderaba de su ser al igual que la ansiedad.
¡MUCHAS GRACIAS POR LEER!