![So Simp [Yandere! Uchiha Obito]](https://fanfictionbook.net/img/nofanfic.jpg)
lxxxiii. rojo carmesí
Cuando Kisho observó el estado de Jin en el cual parecía una persona completamente diferente, sintió como la rabia lo consumía de una manera tan arrolladora que ni siquiera le importaba el collar explosivo que tenía en su cuello, lo único que quería era agarrar a su maldita familia y masacrarla con sus propias manos -pero lastimosamente, era demasiado débil como para ello, ni hablar de los adultos o adolescentes, incluso los niños más pequeños podrían matarlo con facilidad-.
Jin… su dulce Jin, la Jin que podría pararse frente al mismísimo Hokage y decirle sus verdades -o ese cree él, por las numerosas quejas de Jin sobre cómo les prohibieron a un tal Orochi-san y ella acercarse al laboratorio de Fuinjutsu como una especie de castigo-, la mujer que no dudaría ni flaquearía ante nadie, manteniendo siempre la vista al frente con la vista al frente, ahora se encogía como conejillo tembloroso y cobarde cada vez que estaba cerca de un hombre, su rostro confiado parecía destrozado y estaba a punto de llorar cada vez que veía a una persona del sexo opuesto menos de seis metros de distancia.
Kisho sabía que su familia era malvada, también sabía que Jin había sufrido de algo por parte de su madre, pero ¿Qué era lo suficientemente aterrador como para asustar a alguien que saludaría a la muerte con una sonrisa desafiante? Kisho se estaba volviendo loco.
Menos mal que compró poderosos venenos para terminar de una maldita vez por todas con su asquerosa familia, después de todo, solo estaban a unos cuantos kilómetros de la isla Nanakusa la cual era considerada una isla neutral y la isla mágica en donde puedes encontrar todo tipo de hierbas medicinales.
Los venenos no están excluidos.
Los dientes de Kisho rechinaron mientras ocultaba ambas manos en las mangas largas de su kimono -o mejor dicho, el de Jin, la preciosa ropa que cubría su santo cuerpo deidificado ahora estaba sobre su indigna existencia, cubriéndolo perfectamente en los confines de su acogedor abrazo y bañándolo con su benevolente protección- , sus uñas rasparon la tierna piel de sus brazos marchitos, manchando sus dedos de ríos carmesíes por los arados de sus pulcras uñas a la vez que agachaba la cabeza sumisamente. Su cabeza estaba sumergida en pensamientos odiosos y desagradables, el desprecio creciendo a cada segundo que continuaba esta gran farsa, todo el rencor acumulado en años de abuso manifestándose en sus ojos azules oscurecidos carentes de la luz que en Jin encontró.
Cientos de planes detestables empezaron a surgir en su mente acelerada mientras se desarrollaba toda la asquerosa escena de hipocresías que se hacía llamar la ceremonia de matrimonio entre Jin y su detestable y asqueroso hermano mayor, esa inmundicia de ser humano.
Pero debe calmarse.
Según las leyes de Benisu, lo importante no son las ceremonias y mucho menos los acuerdos o compromisos, lo importarte es consumir el matrimonio a través del acto sexual. La única forma en que su preciosa Jin y ese insecto repulsivo sean considerados marido y mujer es que ambos consuman su matrimonio dentro de los 3 meses siguientes y se conciba un hijo.
Kisho sonrió con los ojos vacíos mientras una pequeña e imperceptible risa escapaba de sus labios.
Él era muy inteligente, se había obligado a tener cerebro para sobrevivir en un ambiente tan hostil, sus oponentes solo eran patéticas excusas de personas con poder y dinero, pero sus cerebros deficientes -o falta de ellos- nunca se preocuparon por el hecho de que Yoichi, a pesar de tener numerosos encuentros sexuales sin protección alguna, nunca dejó embarazada a ninguna de las criadas a las que llenó con su repulsivo semen como los insignificantes vertederos de semen que eran ellas.
¿A quién le preocupaba el incienso aparte de que oliera bien y diera un poco de ambientación? ¿Quién se preocupaba por los jabones, geles de ducha, cremas y pastas dentales?
La sonrisa de Kisho se agrandó.
Un Hagino infértil sería una gran deshonra o, peor aún, si la pareja se embarazara, no habría manera de que supiera que no era el padre, a menos de que el niño sea muy parecido a su verdadero padre, ¿Pero y si se hicieran las pruebas correspondientes y, de manera vergonzosa, su pariente masculino decidiera sospechar de sí mismo? Incluso si supera de su incapacidad, por mero orgullo y prestigio no podría decir nada debido a la vergüenza de su incapacidad física y tendría que criar al niño ajeno obedientemente.
Sus lindas y adorables hermanitas, ¿Qué tan tristes se pondrían al saber que no importa cuando se acuesten con sus futuros maridos, jamás podrán concebir hijos ni seguir con la línea de sangre de su esposo? ¿Qué tan miserables serán al tener que compartir a su noble esposo con meras concubinas hasta ser olvidadas por su inutilidad? Después de todo, para los Hagino, estas orgullosas féminas no eran más que una buena moneda de cambio para relaciones políticas, si sus hijas resultaran ser inútiles, no solo las desecharían, las obligarían a aguantar obedientemente las infidelidades de su esposo y las humillaciones con tal de tener el tratado comercial intacto.
Kisho se relamió los dientes sintiendo la satisfacción al imaginar los rostros desesperados de sus hermanas cuando llegue el momento.
Agitando su cabeza ante tales pensamientos, Kisho recordó lo que es importante ahora.
Jin.
Su dulce Jin… siendo desflorada por un bastardo sucio e inmundo como Yoichi… no es algo que él fuera a permitir fácilmente, por lo que tendría que ingeniárselas de alguna manera para estorbar en el camino, retrasar lo máximo posible a Yoichi y, en última instancia, si nada de eso funciona, simplemente tomar lo que quería como el bastardo repulsivo de Yoichi y hacer suya a su única luz de luna blanca.
Sus mejillas se sonrojaron al imaginar a Jin indefensa tomando su polla obedientemente para no tener que casarse con su hermano mayor. Jin era tan comprensiva y dulce, seguramente abriría sus lindos y celestiales muslos para él todo con tal de no casarse con su repulsivo hermano mayor, ella lloriquearía su nombre mientras se queja de la intrusión de su polla en sus dulces labios virginales.
De solo pensarlo, siente que su polla se endurece.
Jin no sabe lo que está sucediendo, sus ojos tiemblan de un lado a otro y su boca se enmudece, no puede escuchar nada de lo que las personas dicen como si hubiera una profunda estática que le impide ver la realidad de lo que sucede a su alrededor, su cuerpo estaba sudoroso y tembloroso, podía sentir el pánico a flor de piel, su respiración agitada y llorosa era un claro indicador de que algo malo estaba sucediendo y, con total honestidad, Jin solo quería huir lamentablemente lejos, pero cada vez que intentaba activar su chakra, sería quemada viva y ese hombre de rasgo borrosos volvería a su mente.
“Si te alejas a cierta distancia de mí, te quemarás hasta morir” entonces las marcas rojas -rojas… rojas, rojas, Rojas, rOjAs, RoJas, rOjaS. ROJAS- se encenderían en su cuerpo, rodeando todo su torso de una manera desagradable como una especie de ciempiés o insecto fraccionado entrelazado y el dolor agonizante de ser quemada viva desde dentro le quitaría todo el aliento y el conocimiento aparte del temor que calaba sus huesos y la inmovilizaba.
Su madre estaba allí, pero no le decía mucho, Jin solo quería correr y refugiarse en los brazos de mamá.
Jin quería sentir el cariñoso abrazo de mamá, sus suaves palabras de consuelo.
Catriel quería a su mamá.
Catriel quiere a su mami.
Mami, mami, ¿Dónde estás? ¿No me amabas? ¿No me amabas mucho? Yo también te amo, te amo mucho, por favor, mami, abrázame como antes, dame un abrazo, mami, mami.
Mami, por favor, sálvame de los hombres malos, mami por favor, por favor, regáñalos como a las tías malas, como a las profesoras que eran crueles conmigo sin razón.
Mami, mami, por favor vuelve, vuelve, yo también te amo.
Por favor, por favor.
Por favor, abrázame una última vez.
Por favor no me abandones.
No me dejes sola.
Por favor, por favor, mami vuelve conmigo.
Mami, cuídame de nuevo, sálvame de la oscuridad, prometo ser una niña obediente.
Mami por favor.
Ema chasqueó la lengua y ella misma hizo que Jin bebiera del potente alcohol que sirvieron especialmente para emborracharla rápidamente en su ceremonia de nupcias.
Mami, por favor, por favor no me abandones.
Por favor, mami.
La ceremonia continuó, Jin parecía una niña perdida y llorona, siempre derramando lágrimas y chillando confundida y aterrorizada ante el más mínimo ruido remotamente audible, alejándose como un ratoncito cobarde ante un feroz gato que quería comérsela cada vez que se acercaba un hombre a ella.
Por favor, mami, no mueras, te quiero mucho, ¿Qué voy a hacer sin ti?
Ema acompañó a Jin hasta las cámaras nupciales y una horda de criadas las siguieron desde muy cerca. Ema miró a su patética hija llorar y patalear como una niña pequeña, su rostro estaba rojo mientras gritaba palabras incongruentes, sus balbuceos, gritos y chillidos parecían a los de un cerdo listo para el matadero.
Una expresión de desdén apareció en su rostro mientras su mandíbula se tensaba de desagrado.
—Vístanla apropiadamente para su prometido —ordenó Ema mientras miraba cruzada de brazos como desnudaban a su hija delante de ella.
Luego vio a las criadas desaparecer dentro del baño durante unos veinte a treinta minutos antes de reaparecer con Jin, la cual parecía horrorizada, sollozaba a pulmón abierto como si sus lágrimas no tuvieran fin y su espíritu estuviera siendo torturado.
—¡Cállate, molestia! —rugió Ema y Jin se tragó sus sollozos como niñita, pero no dejó de llorar.
Ema observó cómo le ponían lencería sexy a su hija, sin duda alguna Jin había crecido exquisitamente en el tiempo que no se habían visto.
Sus senos se desbordaban del ajustado brasier, sus bragas semi transparentables casi apenas podían cubrir su lujoso coño y la tela de sus bragas se hundía en la línea de su gordo trasero en forma de corazón. Ema tuvo que apreciar a su hermosa hija, sin duda era una belleza fina y sexy, todo en ella parecía eróticamente atractiva.
Sin duda una mujer muy tentadora.
Ema no duda que, si ella fuese un hombre, saltaría sobre la bonita chica indefensa que lloriqueaba temblorosamente mirando todo con terror, ¿Qué más dulce y tentador que una belleza indefensa e inocente? Por esa reacción, Ema duda que Jin realmente se hubiera acostado con alguien en su vida, quizás todo lo que dijo en el carruaje eran puras mierdas y mentiras para hacerla enfadar y sacarla de sus casillas.
Cosa que logró.
—Mmm… ¿Qué tanto se demora ese hombre? —habló Ema con impaciencia, cruzada de brazos mientras golpeaba la punta de su pie con impaciencia, mirando a su bonita hija parecer una puta cachonda luego de ordenar que una de las sirvientas inyectara una jeringa con un líquido ligeramente espeso y desconocido para la -N1ñ4- Kunoichi.
Los hermosos ojos fucias de Jin estaban desenfocados con una ligera capa de neblina, sus hermosos labios regordetes estaban hinchados, rojizos y húmedos, su piel sonrojada eróticamente parecía una obra de arte difícil de resistir, su piel caliente sudaba exquisitamente mientras dulces y tentadores dejaban escapar suaves y eróticos jadeos de sus labios hinchados.
—Hum, fue difícil realmente encontrar este veneno afrodisíaco, al parecer, la mayoría de los shinobis no están dispuestos a vender o comprar venenos tan fuertes para utilizarlos en batalla ya que supuestamente la utilización de chakra en los ataques suele sintetizar esta clase de venenos mucho más rápidos y los quema sin la necesidad de hacer el acto sexual—Ema sostuvo fuerte y despiadadamente la mandíbula de Jin entre sus dedos índice y pulgar, la pequeña lengua rosada de Jin relamió sus labios hinchados sintiendo la resequedad en su garganta—. Esto es solo un pequeño seguro para que no intentes escapar de tu destino como esposa obediente, como no puedes usar chakra, solo aguantarás seis horas más y morirías si no cumples con tus deberes nupciales adecuadamente.
Ema miró el rostro sonrojado y jadeante de Jin, sus ojos pasearon por el rostro lloroso, sus labios hinchados, su delicado cuello níveo hasta sus grandes senos en ese tentador brasier de encaje blanco, sus pezones respingados asomándose tímidamente por el bordecillo del brasier.
Ema se burló ligeramente, una de sus manos apretó uno de los senos de Jin haciéndola gemir y sollozar lascivamente.
—Patética perra cachonda —se burló Ema al ver a su atractiva hija, su pulgar jugó suavemente con el pezón de Jin y soltó su pecho haciendo que Jin soltara un suave maullido casi necesitado y se encogiera en sí misma.
Entonces, la puerta se abrió revelando a un rubio molesto.
—Hasta que al fin apareces —bufó Ema cruzada de brazos y caminó hacia la puerta—. Simplemente fóllala, de lo contrario, morirá dentro de dos horas.
—Suegra realmente piensa mucho en mí, ¿Eh? —habló burlonamente Yoichi mientras miraba lascivamente el estado de Jin, la cual retrocedió hacia las manos de las criadas que la sostenían por detrás firmemente, intentando alejarse de él con pánico en sus ojos llorosos.
Jin lloró ahogadamente, intentó con todas sus fuerzas alejarse del hombre que estaba frente a ella en un yukata burdeo, el hombre se acercaba a ella lentamente, casi burlándose de su debilidad y Jin solo podía sentir pánico mientras recordaba a los robustos y grandes shinobis de Iwa a la vez que el dolor fantasmal de la tortura empezaba a manifestarse en lo profundo de sus huesos.
—N-no… no por favor… —Jin sollozó e intentó escapar nuevamente, pero fue retenida fácilmente por las mujeres que la sostenían, sus caderas levantadas mientras su rostro estaba estampado contra el suelo.
—¡Mmm! —Yoichi gimió mirando la erótica escena de varias mujeres sometiendo a su prometida, ahora esposa, tan eróticamente, como si esperaran a que él se acercara lo suficiente para bajarle las bragas y follarla—. Dios, está realmente es una buena, ¿Eh? Mira ese hermoso culo redondo y brillante, ese reluciente coño que pide a gritos ser follado.
Jin jadeó horrorizada cuando sintió como unas manos masculinas tomaban su trasero y lo amasaban suavemente separando sus nalgas a la vez que el hombre soltaba un silbido apreciativo.
—Ciertamente es una mujer hermosa, ¿No crees? —una voz profunda hizo que todos se congelaran, Yoichi incluso soltó el suave trasero de Jin por la sorpresa y todos se voltearan a ver hacia la ventana, menos Jin, la cual solo quería llorar y estaba intentando pensar en alguna contra medida para no ser abusada por ese asqueroso rubio—. Lástima para ti, que ella es mía.
La cabeza del shinobi de Kusa rebotó a los pies del rubio mientras las mujeres gritaban aterrorizadas.
—Je, pues te equivocas de mujer, amigo. Ella ahora es mía… —habló Yoichi confiadamente a pesar de la situación en la que se encontraba, la arrogancia de poseer a esta mujer que es anhelada estimuló su arrogancia innata y solo quería demostrar su superioridad follándose a la enamorada de este hombre delante de él.
¿Y qué si era un shinobi? Él ahora era el esposo legal de esta perra, Yoichi podría conseguir todo lo que quisiera porque tiene dinero y poder.
—Y no permitiré que nadie toque a mi mujer —gruñó amenazadoramente desapareciendo en el aire antes de estar detrás del rubio, dándole la espalda.
Yoichi intentó agarrar a Jin y pegarla a su cuerpo, mostrarle a este patético Shinobi que la Kunoichi le pertenecía, pero cuando sus manos se acercaron a ese jugoso trasero nuevamente, él salió disparado contra el armario del lugar.
Las marcas rojas en el cuerpo de Jin desaparecieron, pero el miedo aun persistía y nublaba su mente como si fuese una niña aterrorizada nuevamente.
—No, no, no, no puedes hacer eso —habló suavemente Obito metiendo sus dedos en la boca de Jin e impidiendo que se suicidara con un poderoso veneno que excluyó de sus sellos de desintoxicación, después de todo, varios shinobis tienen sus propios métodos para suicidarse si la situación lo ameritaba con tal de no traicionar a la aldea.
En especial las mujeres, ellas eran más propensas a tener varios métodos de suicidio si la situación lo ameritaba, prefiriendo la muerte antes de la deshonra de ser desfloradas por el enemigo y enfrentar un destino peor que la muerte.
—Mi pequeña Jin, soy yo —murmuró suavemente Obito mirando el rostro lleno de terror de Jin, la cual parecía ni siquiera poder verlo—. Soy el hombre que amas, del que estás enamorada —el Sharingan de Obito brillaba siniestramente mientras más sentía el terror de la mujer—. Soy tu Obito-kun, tu Obi-obi —Obito murmuró contra los labios de Jin esperando que ella lo reconociera.
Jin sollozó y lloró como si aún no lo reconociera hasta que el sello que Jin se había puesto en el cerebro delicadamente finalmente se reconstruyó y activó, haciendo que los ojos de Jin lucieran más lúcidos y observaba a Obito confundida, pero eso no le importó.
Recobrando el sentido, Jin recordó cada momento que vivió desde que fue marcada con esa asquerosa técnica de los Shinobis de Kusa en la quinta película de Naruto, “Blood Prision” y sintió una desgarradora ira envolverla.
Demonios, ni siquiera se cuestionó la repentina aparición de Obito abrazándola, ni siquiera la importó lo que le dio o cualquier mierda que haya sucedido, solo le importa el profundo odio que sentía, su rostro hermoso y delicado se volvió demoníaco y oscurecido, lleno de locura que incluso Obito dudó por un momento mientras la sostenía en sus brazos antes de que una oscura satisfacción inundara su pecho.
Se parecía a él.
—¿Qué es lo que quieres que haga? —murmuró cerca de sus labios.
El odio innato corroyendo todos sus pensamientos, la reacción de Jin se parecía tanto a como él reaccionó a la muerte de Rin a manos de Kakashi, todo su amor volviéndose un odio desgarrador que amenazaba con destruir este patético mundo, el dolor de la traición hirviendo en ciernes toda su cordura hasta evaporarla.
—¡Mátalos! —rugió Jin con su rostro contorsionado con el odio, el dolor y la traición, aunque no recordaba lo sucedido en Iwa porque su sello volvió a sellar esos recuerdos y, en consecuencia, los recuerdos de ella rememorando esos recuerdos prohibidos, Jin podía sentir la agonizante angustia y temor paralizante inundar su cuerpo en una asoladora sensación de impotencia.
Joder, incluso tenía recuerdos entremezclados de cuando era Catriel y la realidad entre ambos mundos se desdibujó para ella, confundiéndola en una espiral entre el tiempo pasado, presente y futuro, entre lo que alguna vez fue y lo que es ahora. Sus dientes rechinaron a la vez que su rostro lleno de cólera se oscureció al punto de que podría gotear tinta.
—¡Mátalos a todos! —Jin sentía como si algo dentro de ella se hubiera roto, como si su corazón se hundiera en una especie de oscuridad que simplemente no le importaba— ¡Mátalos! ¡Mátalos, mátalos, mátalos! ¡Mátalos a todos y no dejes ni uno solo! ¡Haz que la perra de mi madre muera entre terrible sufrimiento! ¡Que nadie sea libre!
Jin sentía su cuerpo débil, completamente destrozado de alguna manera por el shock de los varios sellos integrándose rápidamente en su cuerpo y activándose, como su chakra se desgastaba rápidamente y peleaba entre sí en conflicto del orden de activación, pero, sobre todo, podía sentir el repugnante veneno que su madre le había puesto.
¿Saben que incluso en el mundo shinobi no se usan afrodisíacos en las paleas? ¡Una especie de regla no escrita, una puesta en juego del honor de cada ninja! ¡Incluso los más ruines y sucios ninjas, los más despreciables, jamás utilizarían venenos afrodisíacos en las batallas shinobis! -aunque si los utilizarían para drogar y violar mujeres civiles-.
Jin no sintió nada cuando sacó un papel bomba de su muñeca y lo apuntó a las mujeres civiles que antes la sostenían, asesinándolas en una explosión.
Sentía que la rabia y la ira la consumían.
Ingenua.
¡Tonta!
Jin se regañó a sí misma.
—Tus deseos son mis órdenes —murmuró Obito contra su oído y besó tiernamente su cuello antes de que cientos de miles de ramas nacieran del suelo, atravesando a cada ser vivo dentro de la mansión y lentamente expandiéndose por toda la pequeña ciudad turística en la cual se encontraban.