
Musa
Capítulo 5:Musa
La luz cálida del sótano bañaba el cuarto mientras Kiana y Mei se sumergían en su práctica. El violín de Mei susurraba notas suaves, mientras la guitarra de Kiana comenzaba a adquirir una nueva firmeza. Cada acorde parecía acercarlas más a algo que no podían definir por completo, pero sabían que era importante. La música, esa vieja amiga, estaba ahí para sanarlas, para guiarlas. Kiana, quien había temido tanto tocar en público, ahora sentía una pequeña chispa de esperanza dentro de sí.
Kiana se detuvo un momento, mirando a Mei. Estaba concentrada, pero su expresión era suave, como siempre. Mei no se veía impaciente ni preocupada, solo estaba allí, en su propio espacio musical, acompañándola en cada paso.
—¿Sabes? —comenzó Kiana con una voz tímida—. Creo que... creo que nunca había tocado así antes. No tan... libre.
Mei la miró, y su sonrisa fue la respuesta. Era tranquila, como si supiera que este momento llegaría.
—La música tiene ese poder —dijo Mei, dejando de tocar por un momento. Se acercó a Kiana, mirándola con ojos llenos de comprensión—. La música, cuando la dejas fluir, puede liberarte de todo. Incluso de tus miedos.
Kiana asintió lentamente, sintiendo que las palabras de Mei calaban profundamente en ella. Durante años había visto la música como algo que debía controlar, algo que la protegía pero al mismo tiempo la mantenía cerrada, atrapada en su propio temor. Pero aquí, en este espacio, con Mei a su lado, comenzaba a ver que podía usarla como una herramienta de sanación, como un camino hacia algo mejor.
—¿Y qué tal si... si llevamos esto más allá? —preguntó Kiana, mientras tomaba su guitarra con determinación—. Tal vez no debemos quedarnos aquí solo tocando entre nosotras. Tal vez... tal vez deberíamos cantar también.
Mei la miró con sorpresa, pero rápidamente esa sorpresa se convirtió en una sonrisa alentadora.
—Eso suena perfecto —respondió Mei, levantando su violín—. La voz puede ser tan poderosa como el instrumento. No tienes que hacerlo todo de una vez, Kiana. Podemos empezar con algo simple, algo que no nos presione.
Kiana miró la guitarra, sintiendo cómo una mezcla de nervios y emoción se formaba en su pecho. Cantar. Frente a Mei, lo había hecho antes, en privado, pero cantar ante un público... eso era otro nivel. Sin embargo, por alguna razón, la idea ya no parecía tan aterradora. Tal vez, si lo hacía con Mei a su lado, tal vez todo sería diferente.
—Lo intentaré —dijo Kiana con una nueva determinación. Aún había algo de miedo en sus palabras, pero también había un rayo de esperanza que no había sentido antes.
Mei sonrió, y esa sonrisa le dio a Kiana la confianza que necesitaba.
—Eso es todo lo que pido, Kiana —dijo Mei suavemente, levantando su violín de nuevo—. Tomemos esto a nuestro ritmo, y cuando estés lista para el escenario, yo estaré ahí contigo. No importa cuándo llegue ese momento.
Kiana asintió, sintiendo que el peso en su pecho comenzaba a aliviarse. No tenía que hacerlo todo ahora. No tenía que ser perfecta. Solo tenía que intentarlo. Y Mei estaría allí, como siempre, guiándola.
El día siguiente llegó con la promesa de un nuevo ensayo. La música fluía más fácilmente ahora, con el violín de Mei adaptándose a las notas de Kiana, guiándola en cada pausa, en cada cambio de ritmo. Pero Kiana sentía que algo más estaba sucediendo. Cada vez que tocaba la guitarra, sentía que las cuerdas no solo resonaban en el aire, sino en su corazón, en su alma. Había algo terapéutico en todo eso. Era más que música; era un paso hacia la liberación.
Cuando terminaron, se sentaron en el suelo, agotadas pero satisfechas. Kiana no sabía si había sido su mejor actuación, pero sí sabía algo con certeza: se sentía más ligera. Como si el peso de su pasado no fuera tan aplastante.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Mei, con una expresión suave, pero expectante.
Kiana levantó la vista, sus ojos brillando con una mezcla de emoción y agradecimiento.
—Creo que... tal vez esto me está ayudando más de lo que pensaba —dijo, tocando la guitarra suavemente.
Mei sonrió con orgullo.
—Ese es el primer paso. Ya estás en el camino, Kiana.
Las chicas llegaron más tarde, como estaba previsto, y la atmósfera en la habitación cambió de inmediato.
Himeko, tan directa como siempre, se acercó y preguntó:
—¿Cómo va todo con los ensayos? ¿Están listas para la gran actuación?
Mei respondió con calma, aunque una chispa de orgullo bailaba en sus ojos.
—Estamos avanzando. Creo que no mucho más de lo que planeábamos, pero el progreso está ahí.
Himeko asintió, y antes de marcharse les lanzó una mirada llena de ánimo.
—Recuerden, no hay prisa. Pero el festival está cerca. Si necesitan algo, estoy aquí.
Justo en ese momento, Kiana tomó su teléfono y vio que había recibido una llamada de Bronya. Decidió contestar, deseando obtener algo de consejo. La voz fría y calculadora de Bronya llegó inmediatamente a sus oídos.
—¿Qué tal va todo con los ensayos? —preguntó Bronya, sin perder tiempo con saludos.
—Vamos avanzando, aunque… no estamos seguras del tipo de música que deberíamos cantar —respondió Kiana, mirando a Mei que asintió, invitándola a continuar—. Queríamos saber si tenías alguna sugerencia. Algo enérgico, algo que nos impulse.
Bronya guardó silencio por un momento, pensativa. Kiana casi podía escuchar la maquinaria en su cabeza trabajando.
—Bien, en ese caso, lo que podrían hacer es combinar algo con energía, pero que también tenga una carga emocional. Algo que no solo se quede en la superficie, sino que realmente toque al público. Tal vez un tema que hable de superación personal, como la idea de enfrentar los miedos. Algo que les dé a ustedes mismas una sensación de poder.
Kiana miró a Mei, quien asintió con una sonrisa.
—Suena perfecto, Bronya —dijo Mei, tomando el teléfono para agregar—. Gracias. Sabíamos que tu experiencia sería útil.
—No hay de qué —respondió Bronya de manera fría, pero con un toque de satisfacción en su voz—. Solo asegúrense de que sea algo auténtico. La energía del público siempre se alimenta de lo genuino.
Kiana agradeció a Bronya antes de colgar. La conversación había sido breve, pero le había dado un enfoque nuevo. Hacía tiempo que no pensaba en la música como una forma de compartir lo que sentía, solo pensaba en la técnica, en lo que debía hacer. Pero ahora, todo eso comenzaba a cambiar. Ella podía cantar su verdad, su historia, y eso, de alguna manera, la haría más fuerte.
—Creo que ya sabemos lo que necesitamos —dijo Kiana, mirando a Mei, con una nueva luz en sus ojos—. Un tema que hable de nuestros miedos, pero también de nuestra capacidad para enfrentarlos.
Mei sonrió, satisfecho con la decisión.
—Y lo haremos juntas —dijo Mei con firmeza—. No importa lo que pase, Kiana. Siempre estaré aquí.
Kiana sintió una calidez en su pecho, una sensación de seguridad que no había conocido antes. La música, con todo su poder, comenzaba a transformarla. Y nada de esto sería posible sin su guía, su ángel guardián, su...Musa....