
~* Sus ojos *~
. . .
I've spent a million days
I've had many darker days
I've tried everything to block out the pain
But it just seems to haunt me
In every possible way
. . .
[ Kiss me until my lips fall off, Lebanon Hanover]
El cuarto está vacío.
El aire se respira frío en tus entrañas, congelándote los pulmones como si inhalaras nitrógeno, tus manos húmedas. Estás jadeando, no puedes aceptar que el precioso color de sus ojos se ha desvanecido.
Entre tu laguna mental, su rostro poco a poco se materializa. Ha muerto; tu habitación como siempre solitaria y, sin embargo, sabes que está junto a ti, contra tu pecho.
Cuando piensas en Gaara, piensas en las gemas turquesas que tenía por ojos, como lagunas en el corazón de un bosque nevado. Todo él era una oda a la androginia retratada por los antiguos griegos, plagada de hermosura y pedazos de tragedia en cada uno de sus rasgos.
Desde niño tuvo una complexión delicada. Resultaba sorprendente que hubiera sobrevivido a la hipotermia siendo tan pequeño, aunque los estragos le dejaron una apariencia hermosamente enfermiza. Por mal que sonara, esa era otra de las cosas que más te gustaban de él: su piel blanquísima. Tan, tan blanca que, en combinación con el color de su cabello evocaba la imagen de la sangre salpicada sobre un manto nevado.
A menudo piensas que Gaara tuvo la posibilidad de ser feliz si hubiera estado a tu lado desde un principio. A veces, encontrabas en él a alguien hacia quien querías correr. Era un niño roto al igual que tú. Así como perdiste a tu hermano en la guerra, él perdió a su madre.
¿Pero cómo podrías siquiera comparar el nivel de dolor? Lo escuchaste de una de las enfermeras, días después de que lograron sacarlo del agua helada. La intención de su madre era ahogarlo con ella, luego de asesinar a su esposo al encontrarlo en una aventura con una de las mujeres del pueblo.
Conforme los años pasan, las probabilidades de adopción para criaturas que han dejado de ser unos niños se hacen todavía más escasas. La guerra dejó muchos huérfanos y muy pocas familias dispuestas a adoptar. Era todavía más complicado para aquellos marcados por eventos traumáticos. Su destino era quedarse ahí hasta la mayoría de edad, junto a otros desafortunados más.
Gaara, sin embargo, jamás se recuperó por completo. Su hermosura cadavérica traiga consigo convulsiones frecuentes y estados catatónicos que lo hacían quedarse en cama por días. Cuando eso pasaba, sus ojos se volvían grandes lunas turquesas, coronadas por espectros oscuros, ojeras traídas por el insomnio que lo atormentaba durante los días normales. A menudo escuchabas a las enfermeras del orfanato lamentándose por él. "Oh, tan frágil". No había ninguna clase de medicina conocida capaz de salvarlo de sus terrores nocturnos.
"Te sacaré de aquí" le prometiste alguna vez, en la biblioteca donde ambos solían leer novelas con finales más felices. "Cuando cumpla la mayoría de edad, encontraré un buen trabajo y te llevaré con el mejor doctor".
Él te regaló su hermosa mirada turquesa. "No hay lugar para mí en ningún lado, Sasuke".
Esa fue la última vez que lo viste con vida.
—No es verdad—te repites, apretando fuertemente una cajita pequeña contra tu pecho.
¿Qué es eso que aferras a ti con tanto fervor?, te pregunta una voz interna. Quien sabe, pero si de algo estás seguro es que…
—Estarás para siempre conmigo, Gaara.
No obstante, los rayos grisáceos de la mañana siguiente te hacen consciente de la sangre húmeda en tu ropa, y la pequeña caja que otora servía como alhajero, aferrada fuertemente contra tu pecho.
Los golpes en la puerta retumban contra tu cabeza. Lanzas una maldición, estás asustado. ¿Quién ha hecho esto? ¿Qué has hecho tú? Otro nuevo golpe en la puerta. Tu corazón galopa. ¿Quién ha hecho esto?
¡Un golpe más! Caes hacia atrás, presa del terror. La puerta se abre de par entrar. Un grito brutal y doloroso te arranca el aliento. Es Gaara, con su hermosura de ultratumba. Blancas las finas facciones, las cuencas de sus ojos bañadas en sangre. Y su dolor, ¡oh! su dolor.
Ahí donde su dedo apunta, ves sus ojos turquesa, dos lagunas en los corazones de un bosque nevado, junto al alhajero que dejaste caer al suelo.
Son sus ojos, dos pupilas turquesas que tú le has arrancado.