
Es hora de comenzar, porque para cuando lleguemos al final entenderán muchas cosas que ahora quizás no tengan sentido.
Había una vez... un ser muy malvado, que habitaba entre la espesa niebla de los bosques más peligrosos, de las fechorías que se le adjudicaban un día se le ocurrió una genial idea, construir un espejo que reflejara lo peor de las personas, lo bonito era feo, el amor era odio y hasta el sentimiento más cálido ennegrecía y se retorcía a través de lo que este espejo reflejaba.
¡Ah! La dicha de ver a las almas perderse a través de un reflejo corrompido, era todo lo que quería.
Pero este ser era tan atolondrado que un día mientras volaba alto en el cielo tratando de encontrar su próxima víctima, el espejo se le cayó y al chocar contra el suelo desde un extremo se resquebrajo, no en cientos, sino en miles de miles de pequeños trozos que flotaron y fueron llevados en favor del viento cayeron entre zanjas, flores, arbustos, llegaron hasta las calles de las ciudades y se colaron en silencio a través de las personas provocando en ellas amargura, desdén, rencor y un odio nacido únicamente del aire.
.
.
.
.
.
.
.
.
Cuando Wednesday decidió aceptar a Joel en su vida muchas cosas habían cambiado en su forma de socializar con las personas, incluso para ser un Addams, con toda la excentricidad que cargaba a través de los genes, admitió que tuvo que bajar su guardia al encontrar alguien tan inusual como él, solían pasar algunas tardes en el cementerio de la mansión leyendo sobre casos de homicios sin resolver o simplemente divagando sobre los síntomas de diferentes enfermedades y sus consecuencias.
Joel era una persona ávida de conocimiento y contrastaba bastante con los datos fuera de lo común que solía aprender de Wednesday.
El día que el invierno llegó a la Mansión Addams y la nieve poco a poco comenzó a cubrir los alrededores, Joel le contaba a Wednesday que su abuela le había advertido que debía estar bien abrigado o podría ser víctima de la Reina de la Nieve.
— ¿Quién se atrevería a adjudicarse un título de realeza como si fuera dueña de una estación?
— Dice mi abuela que esa mujer tiene un castillo congelado oculto en las tormentas de nieve y su carruaje helado lo conducen un par de lobos.
— ¿Lobos árticos?
— No lo sé —Joel se acomodó sus gafas y sintió el viento frio golpearle la nuca— pero por seguridad me pondré mi abrigo extra.
Wednesday lo observó enfundarse en un suéter grueso, los normies a veces eran más débiles al clima, eso lo sabía, pero de ahí que sus acciones dependieran de un ente inventado para evitar que los niños traviesos jueguen a la intemperie en un clima como ese, era algo distinto.
— Entonces ¿me acompañarás a revisar el pantano hoy? —preguntó Wednesday dando un par de pasos hacia el lugar indicado.
— ¿No planeas abrigarte?
— No lo necesito.
— Pero...
Y sucedió que mientras ella intentaba sustentar el porqué no ocupaba un abrigo extra, un viento helado cayó sobre la Mansión, a travesó la verja principal y fue directo hasta ambos chicos, golpeó en la espalda de Wednesday que a su ves sintió como una fina aguja se clavaba en su pecho, se giró rápidamente, ojalá no lo hubiera hecho, el viento siguió golpeando y sin poder evitarlo sintió el ardor, la molestia en uno de sus ojos que la obligó a cubrirse con ambas manos a restregar y molestarse.
— ¿Wednesday? —Joel intentó acercarse para ayudarla pero ella solo se sacudió alejándolo.
Ninguno lo notó pero eran fragmentos del espejo maldito que se habían instalado apresuradamente en uno de sus ojos y en su corazón, su cuerpo abrazó el frio que la consumía desde dentro y luego simplemente dejó de resistir.
— Estoy bien —respondió de manera automática.
— ¿Segura? Pensé que te habías lastimado con algo.
— No siento nada, puedes dejar de preocuparte —respondió con una voz más monótona de lo usual, si es que eso era posible— creo que debemos dejarlo por hoy, tengo otras cosas que hacer.
Y sin más la joven Addams despidió a Joel y lo invitó a retirarse del lugar.
Los días siguientes que el chico llegaba temprano a verla, era bien recibido por el mayordomó que solo le pedía esperar en el recibidor, pero una vez que Wednesday hacía acto de aparición le decía que tenía otros planes ese día y que mejor lo dejaran para el día siguiente, y el siguiente.
Para Homero y Morticia más que preocupante era un asunto que los intrigaba, su hija no dejaba de repetir que tenía que encontrar a la dama de la nieve, a una reina, que vivía quizás en un país que solo parecía existir en sueños.
Incluso para ellos esta fantasía no parecía tener ni pies ni cabeza, pero confiados en que solo sería un interés momentáneo se descuidaron, dejaron que siguiera recorriendo las afueras de la Mansión y tarde fue cuando se percataron que una noche ella jamás volvió.
Mientras tanto Wednesday caminaba, el viendo no le molestaba, sus manos no temblaban, solo caminaba, entre la espesa niebla avanzaba y siguió el rastro de la nieve, desde donde el viento la traía, avanzó hasta que sus piernas se cansaron y cayó vencida por el sueño, esperando.
Joel por su lado el día que llegó, cuando Wednesday había escapado, no dudó en que tenía que seguir su rastro, sin ayuda de nadie se armó de abrigo, provisiones y comenzó su búsqueda, preguntando aquí y allá donde alguien hubieran visto a una chica extrañamente seria, con un par de trenzas y una mirada vacía, avanzar sin rumbo fijo. Él tenía que encontrarla, costara lo que costara.
Wednesday despertó, se encontraba recostada en una cama tan dura como el hielo, la habitación no la conocía, parecía ser una especie de habitación tallada enteramente en cristal congelado, se levantó y caminó hacia fuera, llegó a un largo pasillo y avanzó, escuchó una voz que susurraba una canción y se dejó guiar hasta que encontró un gran salón sobre el que habían dos tronos.
En uno de ellos una mujer de tez blanca, casi tan blanca como la nieve sostenía entre sus manos un pequeño conejo, ella estaba tarareando la canción, atraída por la voz caminó más cerca y se detuvo cuando la mujer la notó.
— Ya veo que has despertado —habló y sonó tan suave como si no hubiese dejado de cantar— espero que la cama no te haya molestado, aquí todo está un poco más... tenso por el frio.
— No, estoy acostumbrada a la rigidez —respondió en automático— perdone pero... ¿quién...?
La mujer se levantó del trono y con un gesto amable la invitó a acercarse, por alguna razón Wednesday sintió que era apropiado seguir sus indicaciones y caminó sin vacilar.
— Creí que dado el lugar y lo que te rodea lo habrías descubierto por ti misma.
— Eres la reina de la nieve.
— ¿Quién se atrevería a adjudicarse un título real? —replicó su propia frase— Algo así dijiste.
— Perdón, pero...
— Descuida, hay una razón por la que te he traído conmigo hasta aquí, verás... he notado que eres una persona bastante inteligente.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
Para Joel no fue fácil seguir cada uno de los pasos de Wednesday, cuando parecía que porfin estaba cerca nuevamente se extendía la distancia, casi dos años habían pasado desde que emprendiera ese viaje y aunque en muchas ocasiones estuvo tentado a dar la vuelta y regresar, el solo hecho de pensar que ella estaría en peligro a merced de cualquier cosa con la que se pudiese topar en el camino, lo reanimaba y día y noche viajaba en silencio, despacio, a veces encontrando amigos que le daban refugio por algunos días o semanas y otras veces, personas peligrosas de las que no dudaba en escapar.
Así transcurrieron dos años más hasta que Joel logró llegar casi de milagro a Spitsbergen, encontró el lugar, un castillo de cristal endurecido por el hielo, el hogar de la Reina de las Nieves, pero el Joel del inicio de nuestra historia ahora había cambiado, su voz se había hecho más grave, su porte era en definitiva más alto, su mirada cansada y su espíritu incansable habían madurado, decidido se coló en el reino donde nadie estaba permitido y corrió en búsqueda desesperada de Wednesday.
Ya que desde el día que desapareció, supo que había sido la reina de las nieves quien la había atraído lejos de todo.
Cuando la encontró Wednesday se hallaba en una especie de salón circular, tomando piesas de cristal congelado y acomodándolas alrededor de un gran rompecabezas.
— ¡Wednesday! —Joel casi llora de la emoción de reencontrarse con ella, pero la joven solo abrió más los ojos de par en par, extrañada
— ¿Quién eres?
— ¿No me recuerdas? —el chico sintió como su pequeño corazón se agrietó— Han pasado años, ya muchos años, creo que cuatro o cinco, no lo sé, un día te fuiste y yo —el avanzó hasta ella— Yo sabía que tenía que encontrarte.
— No te pedí que me buscaras.
— Bueno, tú eres importante para mi, claro que vendría a buscarte sin importar qué.
— No cambia el hecho de que no te pedí que lo hicieras, no te necesito aquí.
— Pero vamos... esta mujer te está manipulando, de seguro te congeló el corazón o algo, porque es imposible que tú...
— ¿Que yo qué..?
No pudo continuar la frase, el suelo tembló un momento y por la gran puerta ingresó la Reina custodiada por sus lobos, dirigió una mirada al joven y luego a Wednesday.
— ¿Qué hace él aquí? —cuestionó.
— Yo... vine por ella.
La Reina se deslizó hasta el lado de Wednesday y poniendo una mano sobre su cabeza la acaricio con cuidado antes de preguntar.
— Y tú Wednesday ¿deseas irte con él?
— No —contestó rápidamente— se puede ir por donde vino.
— Pero... ¡no debería ser así!
La Reina pareció erguirse en toda su extensión mientras estiraba los brazos y una ráfaga de viento levantaba a Joel sobre el aire.
— Tú no decides como debe ser, márchate, para siempre.
Y con un movimiento hacia adelante un torbellino lo envolvió arrastrándolo fuera del lugar, de regreso hasta el inicio de su viaje, de regreso a su hogar y lejos de la única amiga que pudo conocer en toda su vida.
Las puertas del palacio se cerraron con fuerza y la Reina fue a acomodarse sobre su trono, se recostó hacia atrás y suspiró largamente.
— Mi reina —habló Wednesday que se había acercado en silencio— ¿Pasa algo?
— Solo me molesta... me molesta la gente que cree que puede decidir sobre las otras personas —miró a Wednesday por un segundo— ¿tú realmente deseas quedarte?
Y mientras Wednesday asentía, avanzó subiendo y acomodándose en el trono al lado de ella, tomó una de sus manos y con mucho cuidado besó el dorso de esta antes de responder.
— Mi reina, lo único que veo en este mundo es mi eterna devoción a su frío corazón, no pido más que eso, estar a su lado hasta que mis huesos se resquebrajen al final de mi último aliento.
— Sabes que ya no debes decirme así —soltó la Reina algo avergonzada por sus palabras— solo usa mi nombre.
— Así será, Enid.