
El primer pétalo apareció en una mañana cualquiera, blanco como la nieve y pequeño como un susurro de lo inevitable. Kakashi lo observó con detenimiento, sintiendo el amargo ardor en su garganta, y lo aplastó entre sus dedos antes de que alguien pudiera verlo.
No tenía tiempo para estas cosas. Para sentimientos no deseados. Para un amor que nunca había debido florecer.
Obito y Rin estaban juntos.
Era algo natural, algo que encajaba en el mundo mucho mejor de lo que él jamás podría hacerlo. Obito, con su sonrisa cálida y su determinación inquebrantable, miró a Rin con una ternura que Kakashi nunca recibiría. Y Rin, siempre dulce, siempre amable, respondía con la misma devoción. No necesitaba a alguien tan roto y acabado como el.
Kakashi se lo repetía una y otra vez. Pero su corazón, testarudo como él mismo, no quería escucharlo.
◇◇◇
Los días pasaron y las flores se multiplicaron.
Empezaron con pétalos aislados en la mañana, fáciles de ocultar. Luego llegaron las pequeñas ráfagas de tos en medio del entrenamiento, los tallos que se enredaban en su garganta, la sangre que teñía las flores de rojo oscuro.
Él lo soportaba. Soportaba el dolor punzante en su pecho cada vez que Obito pasaba el brazo por los hombros de Rin, cada vez que reía, cada vez que lo miraba con esa luz en sus ojos que nunca sería para él.
Y sonreía. Como si nada estuviera mal..
◇◇◇
A veces Kakashi se detenia a admirar esas flores, cuando sus pensamientos no se detenian y no podia dormir, se preguntaba si podria hacer un gran ramo de esas hermosas flores que salian. Tan hermosas como sus sentimientos por su amigo quien amaba a alguien mas, Y a la vez tan dañinas y malditas, como su estupido corazón, decidiendo amar a alguien que no esta disponible.
Esas noches de insomnio solo le sirvieron para preparase y aceptar lo que eventualmente pasaria.
◇◇◇
Una noche, mientras patrullaban juntos, Obito se dio cuenta.
—Kakashi… ¿qué te pasa?
—Nada. —Su respuesta fue rápida, automática.
Obito se llevó el ceño.
—No me mientas. Te ves... peor que de costumbre.
Kakashi quiso soltar una risa amarga, pero en su lugar, su pecho se contrajo y la tos llegó de golpe. Tosió y tosió hasta que sintió algo subiendo por su garganta, algo suave, algo delicado.
Los pétalos escaparon de sus labios y cayeron en su palma temblorosa. Pequeños, blancos… manchados de rojo.
Obito se quedó en silencio, sus ojos oscuros abriéndose con una mezcla de confusión y horror.
—¿Eso es…?
Kakashi cerró el puño, aplastando las flores contra su piel.
—No es nada.
Y antes de que Obito pudiera decir algo más, antes de que pudiera preguntar, antes de que pudiera descubrir la verdad, Kakashi desapareció en la noche.
Sabía que esto solo empeoraría. Sabía que había una cura.
Dejar de amar a Obito.
Pero… eso era imposible.
Así que simplemente aceptó su destino.
Aceptó que algún día, cuando las flores se llenaran por completo sus pulmones, cuando su aliento se extinguiera entre pétalos blancos y sangre, Obito no sabría la verdad.
Porque él nunca, jamás, iba a decirlo en voz alta.
◇◇◇
Obito estaba furioso.
No de la manera en que se enoja en una misión, cuando un enemigo lo supera o cuando Kakashi le da órdenes con su tono seco y arrogante. No, esto era diferente. Esto era un enojo enredado con angustia, con miedo, con la horrible sensación de que algo se le escapaba de las manos y no sabía cómo detenerlo.
—Dime quién es —exigió, su voz más áspera de lo normal, sus puños temblando a los lados.
Kakashi apenas lo miró. Estaba sentado en la cama de la enfermería improvisada, con el torso inclinado hacia adelante, como si el simple acto de respirar le costara demasiado esfuerzo. Había una venda en su boca, intentando ocultar el último ataque de tos, pero no servía de nada. La sangre seguía manchando los bordes.
—No es asunto tuyo —respondió con su tono neutral, ese maldito tono que hacía hervir la sangre de Obito.
—¡Claro que sí lo es! —dio un paso adelante, al borde de perder el control—. ¡¿Cómo que no es asunto mío cuando tú… cuando te estás muriendo por culpa de un imbécil que ni siquiera te corresponde?!
Kakashi apretó la venda en su boca y desvió la mirada. No dijo nada.
Obito sintió que algo dentro de él se rompía.
—Dime quién es —su voz se redujo a un murmullo, densa con algo que no entendía del todo—. Dímelo, Kakashi. Juro que le haré pagar por esto. Juro que lo haré.
Kakashi cerró los ojos. Por un instante, pareció que iba a decirlo.
Pero no.
Él nunca decía nada.
—No puedes obligarme.
Obito apretó los dientes.
—¿Por qué lo proteges?
Kakashi sonrió. Pequeño, triste.
—Porque no es su culpa.
Obito sintió que el enojo burbujeaba de nuevo en su pecho. Su frustración era tan grande que apenas podía contenerla.
—¡¿Cómo que no es su culpa?! —gritó—. ¡¿Cómo que no es su culpa cuando tú estás así por él?!
—Obito…
—¡No me vengas con eso! —Su voz se quebró un poco. No lo soportaba. No soportaba ver a Kakashi tan… roto. Tan silenciosamente resignado.
¿Por qué no peleaba?
¿Por qué simplemente aceptaba morir?
—Dímelo —susurró de nuevo rogando desesperado por ayudar a su amigo—. Por favor.
Kakashi no dijo nada.
No podía.
Porque si lo decía, si pronunciaba el nombre de Obito, todo acabaría.
Obito se quedaría viéndolo con esos ojos suyos, llenos de furia, de desesperación, y luego… luego lo entendería.
Comprendería por qué Kakashi nunca había hablado, por qué nunca había pedido ayuda. Comprendería que todo este tiempo, el imbécil del que hablaba…
Era él mismo.
Así que Kakashi solo tosió de nuevo. Se inclinó hacia adelante, ahogándose en pétalos y sangre, y dejó que Obito se enojara, que gritara, que prometiera hacer justicia por él.
Porque en el fondo él nunca debía saber la verdad... al menos no mientras este vivo.
◇◇◇
Kakashi supo que la cirugía no funcionaría desde el momento en que abrió los ojos.
Había sentido la opresión en su pecho antes incluso de que la anestesia desapareciera por completo. No tan intensa como antes, pero seguía ahí, como una advertencia silenciosa de que nada había cambiado realmente.
No importaba cuánto intentaran extraer las flores de sus pulmones. No importaba cuántas veces los médicos dijeran que la operación había sido un éxito.
Mientras su amor por Obito siguiera existiendo, las flores siempre regresarían.
Y Kakashi no podía dejar de amar a Obito.
◇◇◇
—¿Estás seguro de esto? —preguntó Minato, con una tristeza que casi lo hacía ver mayor.
Kushina no decía nada. Solo lo miraba con los labios apretados, como si cualquier palabra que dijera pudiera hacer que todo se derrumbara.
Kakashi asintió.
—No hay nada más que hacer.
—Aún podrías intentarlo —insistió Minato—. Intentar olvidarlo.
Kakashi sonrió. Fue un gesto pequeño, cansado.
—¿Cómo se olvida algo que es parte de ti?
Minato no tuvo respuesta.
Kushina, en cambio, lo abrazó.
Kakashi se quedó rígido por un momento, sorprendido. Luego, lentamente, relajó los hombros y permitió que ella lo sostuviera. No recordaba la última vez que alguien lo había abrazado. No de esa manera.
—Eres un idiota —murmuró Kushina contra su cabello—. Un completo idiota.
Él cerró los ojos.
—Lo sé. Yo... —Susurro con voz quebrada— Los amo, gracias por todo.
◇◇◇
Cuando salió de la casa de Minato y Kushina, el viento nocturno le pareció más frío de lo normal.
No había nada más que pudiera hacer.
No había más caminos, más opciones, más soluciones.
Lo había intentado todo.
Y ahora… solo quedaba esperar.
Esperar a que su amor por Obito lo consumiera por completo.
Esperar a que, algún día, cuando finalmente exhalara su último aliento, Obito nunca supiera la verdad.
Porque aunque doliera, aunque le rompiera cada fibra de su ser, Kakashi sabía que lo único peor que morir por amor…
Era que Obito lo supiera y no pudiera hacer nada al respecto.
Así que aceptó su destino con la misma calma con la que había aceptado tantas otras cosas en su vida.
Y siguió adelante.
A pesar de que, con cada paso que daba, los pétalos comenzaban a regresar. Y con eso, comenzaba a desvanecerse.
◇◇◇
Rin lo observó con el ceño fruncido, su expresión atrapada entre la preocupación y la impotencia.
—Kakashi… ¿por qué no nos dijiste nada antes?
Él le sostuvo la mirada por un momento antes de desviar los ojos hacia el suelo.
—Porque no hubiera cambiado nada.
Rin apretó los puños.
—Eso no es cierto. Podríamos haber hecho algo. Obito y yo… nosotros… —su voz se quebró, pero forzó una sonrisa—. Él quiere encontrar al culpable de esto. Dice que le dará su merecido.
Kakashi dejó escapar una leve risa, sin alegría alguna.
—Lo sé.
—Entonces dime quién es.
Él negó con la cabeza.
—No.
Rin tragó en seco.
—¿Por qué?
Kakashi la miró de nuevo, y por un momento, parecía que iba a decírselo. Pero en su lugar, levantó una mano con suavidad y la apoyó en su mejilla. Rin contuvo el aliento. No porque pensara que Kakashi la veía de otra manera, sino porque ese gesto, tan tierno y frágil, le hizo darse cuenta de que él ya había aceptado su destino.
Y eso… eso era lo que más dolía.
Kakashi se inclinó ligeramente y depositó un suave beso en su frente. Fue un toque efímero, apenas un roce, pero Rin sintió que su corazón se encogía en su pecho.
Cuando él se apartó, su mirada era más suave de lo normal.
—Siempre serás como una hermana menor para mí.
Rin mordió su labio con fuerza para evitar llorar.
—No tienes que hacer esto solo.
Kakashi esbozó una pequeña sonrisa, esa que nunca llegaba a sus ojos.
—Claro que sí. Yo mismo me meti en esto y esta bien, no es tan malo como parece.
Rin negó con la cabeza, pero antes de que pudiera responder, él le dio la última estocada.
—Cuida de Obito que no se meta en tantos problemas. Sean felices por mi.
Fue en ese momento que Rin entendió.
No quién era la persona a la que Kakashi amaba. No.
Pero sí entendió que nada de lo que dijera cambiaría su decisión.
Kakashi ya había aceptado el final de su historia.
Y eso… eso era lo más cruel de todo.
◇◇◇
Su final llegó de forma silenciosa.
No hubo gritos, ni desesperación. Solo la brisa nocturna entrando por la ventana, moviendo con suavidad las cortinas blancas.
Kakashi estaba acostado, sintiendo su cuerpo más ligero de lo que nunca había estado. Su respiración era pausada, tranquila, como si por fin el peso en su pecho se hubiera disipado.
El dolor ya no estaba.
A su alrededor, los pétalos cubrían la habitación.
Eran demasiados. Blancos, rojos, algunos con los bordes teñidos de sangre seca. Se deslizaban entre sus dedos, cubrían la cama, el suelo, su cuerpo. Como si en su muerte se hubiera convertido en un campo de flores.
Y aun así, no le dolía.
No sentía angustia.
Solo una extraña paz.
Cerró los ojos, dejando escapar un último suspiro.
Pensó en Minato y Kushina. En Rin.
En Obito.
Tal vez, en otro mundo, las cosas hubieran sido diferentes.
Pero en este… este era su final.
Y lo aceptó con calma.
Su último pensamiento fue una oración muda, un deseo que nadie nunca escucharía.
"Ojalá pudiera verte… una última vez."
Y entonces, el viento se llevó su aliento.
◇◇◇
El sobre estaba viejo, con los bordes amarillentos y ligeramente doblados. Como si hubiera estado guardado por demasiado tiempo, esperando el momento correcto para ser encontrado.
Obito no sabia que pensar cuando encontro una carta debajo de su puerta de netrada esta mañana. Mucho menos saber porque Kakashi no se lo habia dicho en persona. Pero algo dentro de el le decia que era importante.
Sus dedos temblaron cuando deslizó la hoja fuera del sobre. La caligrafía de Kakashi era tan ordenada como siempre, pero había algo en la forma en que la tinta se deslizaba sobre el papel que le pareció… cansada.
Respiró hondo y comenzó a leer.
Obito,
Si estás leyendo esto, entonces supongo que ya es demasiado tarde.
No quería que lo supieras. No quería que encontraras esto. Pero al final, soy más egoísta de lo que pensé. Lo suficiente como para escribirte esto, incluso sabiendo que lo mejor habría sido guardar silencio para siempre.
Lo siento.
Lo siento por no decírtelo en vida, por esconderlo, por alejarme. Pero también lo siento por decírtelo ahora, cuando ya no puedes hacer nada al respecto.
Te amo, Obito.
Te amé desde hace tanto tiempo que ya ni siquiera recuerdo cuándo comenzó.
Nunca fue tu culpa. Nunca fue culpa de Rin. Yo mismo dejé que esto creciera dentro de mí hasta que se convirtió en algo imposible de arrancar. Pero quiero que sepas que no los culpo. No quiero que vivan con ese peso.
Quiero que vivas.
Quiero que seas feliz con Rin, que hagan lo que yo no pude: sigan adelante.
Rían, sueñen, vivan por mí.
Y por favor… por favor, no me odies por esto.
Siempre los he amado a todos. Y siempre los amaré.
Kakashi.
Las palabras se volvieron borrosas.
Obito apenas se dio cuenta de que estaba temblando, de que había arrugado el papel entre sus dedos mientras su respiración se volvía errática.
No.
No, no, no.
Con un nudo en la garganta, salió corriendo.
Atravesó las calles de Konoha sin importarle nada, sin detenerse, sin pensar.
Solo tenía un destino en mente.
La casa de Kakashi.
Las luces estaban apagadas.
Tocó la puerta con fuerza.
—¡Kakashi!
Nada.
Golpeó otra vez, su pecho oprimido por algo peor que la ira, peor que el miedo.
—¡Kakashi, abre la maldita puerta! ¡No puedes hacerme esto!
El silencio fue su única respuesta.
Obito no supo cuánto tiempo se quedó ahí, con los nudillos golpeando la madera hasta que comenzaron a doler.
Y entonces lo entendió.
Kakashi se había ido.
Se había ido con el mismo silencio con el que había vivido, con el mismo amor callado que había llevado consigo hasta el final.
Y Obito nunca lo supo.
Hasta que fue demasiado tarde.
◇◇◇
El funeral fue silencioso.
No porque no hubiera gente, sino porque nadie sabía qué decir.
La aldea entera asistió. Algunos shinobi hablaban de su talento, de sus logros. Otros simplemente miraban la tumba con expresiones sombrías.
Pero entre la multitud, solo dos personas se quedaron hasta el final.
Obito y Rin.
Obito no había dicho una palabra desde que encontró la carta.
No podía.
Solo miraba la lápida, con la mandíbula apretada y los puños cerrados, como si el enojo y la tristeza lo estuvieran consumiendo desde adentro.
Rin estaba a su lado, los ojos enrojecidos.
Pero no lloraba más.
Ya no quedaban lágrimas.
Frente a la tumba, las flores crecían en abundancia.
No fueron dejadas por alguien. Simplemente… brotaron solas.
Blancas, rojas, con los bordes oscurecidos por el tiempo.
La única prueba de un amor que nunca fue dicho en voz alta.
La única prueba de lo que nunca floreció y de lo que nunca se dijo.
Fin.