Hyuuga Massacre

Naruto (Anime & Manga)
F/M
G
Hyuuga Massacre
author
Summary
Hinata Hyuuga tenía solo ocho años cuando vió su mundo derrumbarse. Su familia, su hogar, todo lo que alguna vez valoró quedó reducido a cenizas, marcado por la traición y la sangre. Ahora, solo le queda un propósito: vengar aquello que le arrebataron.........Sasuke Uchiha viaja en el tiempo y el destino parecía haber cambiado. Un acuerdo con el clan Uchiha prometía traer estabilidad, pero solo sembró desconfianza entre los demás clanes. La masacre Uchiha nunca sucedió... fueron los Hyuuga quienes cayeron. El peso de la tragedia no desapareció, simplemente encontró a una nueva víctima.
Note
Una idea que tuve en mi mente desde hace un tiempo.... perdonen si sasuke es muy ooc, hice lo que pude :p

starting point

La oscuridad lo rodeaba. No había suelo bajo sus pies, ni aire en sus pulmones. Solo vacío. Un abismo sin principio ni final.

 

Sasuke intentó moverse, pero no había cuerpo que se moviera. Intentó respirar, pero no había aire que inhalar. No sentí el peso de sus extremidades, no sentí el frío, ni el calor, ni siquiera el latido de su propio corazón.

 

“¿Estoy muerto ?”

 

La idea se deslizó en su mente como un susurro venenoso. Tal vez esta era su condena. Tal vez después de todo lo que hizo, después de toda la sangre que derramó, este era su castigo. Un espacio sin tiempo, sin forma, sin vida. Un rincón del universo donde los condenados simplemente… existían.

 

O tal vez ni siquiera eso .

 

El pensamiento era aterrador. Porque si no podía sentir, si no podía moverse, si no podía respirar… ¿qué lo diferenciaba del vacío que lo rodeaba? ¿Era siquiera Sasuke Uchiha en este lugar?

 

Había estado al borde de la muerte antes. Había sentido el filo de la desesperación cuando Itachi lo dejó arrodillado el día de la masacre, en la pelea con Deidara cuando pensó por un momento que ese era el final, cuando su cuerpo ardió de dolor en la guerra. Pero incluso en esos momentos, había algo. Un sentido. Un propósito.

 

Aquí no había nada.

 

No había dolor. No había luchado. No había rencor.

 

Solo la nada absoluta, devorándolo desde dentro.

 

Si este era el infierno, no tenía fuego, no tenía gritos, no tenía castigos. Solo el peso insoportable del olvido, de la insignificancia, de la absoluta falta de significado.

 

¿Era este su destino? ¿Simplemente... desaparecer?

 

Si realmente estaba muerto, si este era el fin… ¿por qué aún podía pensar? ¿Por qué su mente seguía buscando una razón, una salida, una respuesta?

 

Entonces, la voz llegó.

 

“Así que este es el destino que elegiste”.

 

Y en ese instante en el que su mente anotó esas palabras supo, con una certeza fría y cruel de que su vida no había terminado. La voz no provenía de ningún lado y, aun así, resonaba dentro de su mente, vibrando en su pecho como un eco imposible de ignorar. Sasuke cerró los ojos. O quizás ya estaban cerrados. Aquí, en esta nada infinita, no importaba.  

 

“¿Destino?” Su propia voz sonó rota, más gastada de lo que recordaba. “¿Qué destino?”

 

Silencio. Luego, una risa tenue, burlona.  

 

“El que ha estado marcado en tu piel desde el principio. ¿No lo recuerdas? ¿No recuerdas cómo comenzó todo?”

 

¿Cómo olvidarlo?  

 

Aunque esta voz no estaba refiriéndose de forma directa a eso, el sabía de que estaba hablando. La imagen de su infancia se proyectó como una pesadilla que jamás desaparecía. La aldea iluminada por la luna, las calles en calma, su hogar. Y luego… el horror .  

 

Cuerpos apilados en el suelo, rostros familiares congelados en expresiones de terror. El aroma a sangre impregnando cada rincón, el peso de la muerte oprimiendo su pecho hasta hacerle imposible respirar.  

 

Y en medio de todo, la silueta de Itachi .  

 

Los ojos rojos brillando en la penumbra, el mangekyō Sharingan reflejando la masacre como si fuera una obra de arte perfecta.  

 

“No vales la pena.”

 

La voz de su hermano mayor le desgarró el alma tanto como aquella noche. La misma noche en que perdió todo, en que comprendió que ya no era un niño, sino un sobreviviente. La noche que marcó su camino con un único propósito: venganza.  

 

“Dime, Sasuke…”La voz extraña volvió, susurrante, seductora. “¿Valió la pena? ¿La venganza?”

 

El Uchiha apretó los dientes. Todo lo que había hecho, cada decisión, cada sacrificio… No podía haber sido en vano. No después de haber recorrido un camino tan oscuro, no después de haber traicionado, matado, perdido tanto.  

 

“¿Qué pensarías si te digo que hay una oportunidad de poder cambiarlo todo?”

 

Las palabras detuvieron su respiración.  

 

“Si pudieras evitar la masacre, si todo tu sufrimiento no tuviera que existir. Si pudieras salvar a los tuyos.”

 

 

Sasuke apretó los dientes con tanta fuerza que sintió el sabor metálico de la sangre en su lengua. Sus manos temblaban, no de miedo, sino de algo mucho peor: la duda.  

 

Toda su vida se había aferrado a un único propósito, una venganza que lo había consumido desde la infancia. Cada entrenamiento despiadado, cada enemigo al que había enfrentado, cada lazo que había destruido... todo con la promesa de que al final, el vacío en su pecho desaparecería.  

 

Pero no fue así.  

 

Itachi murió por sus manos, y en vez de satisfacción, solo encontró un abismo aún más oscuro dentro de sí. Se había arrodillado frente a su cadáver, con las manos empapadas en la sangre de su hermano, y por primera vez, el odio no lo sostuvo. Solo quedó él. Pequeño. Solo. Perdido.  

 

Había vendido su alma a Orochimaru, traicionado a los amigos que alguna vez lo llamaron hermano, caminado por un sendero cubierto de sombras y muerte. Se convenció de que era el único camino. De que no había otra opción. De que debía destruir Konoha, arrancarla de raíz, hacer que pagaran por lo que le hicieron a su clan.  

 

Pero entonces, la verdad.  

 

Itachi, un mártir en las sombras. Itachi, el niño prodigio que cargó con una decisión imposible para evitar una guerra. Itachi, su hermano, el que siempre lo amó.  

 

Todo su odio, todo su dolor, todo su sacrificio… ¿para qué?  

 

Se había condenado a sí mismo, a su hermano, a la memoria de su clan. Nada de lo que había hecho pudo traerlos de vuelta. Nada de lo que había sufrido significó algo al final. Solo había arruinado su propia vida.  

 

Ahora, esta voz le ofrece una posibilidad imposible. Un nuevo camino. Un nuevo propósito.  

 

Pero…  

 

Si pudieras evitar la masacre, si todo tu sufrimiento no tuviera que existir... Si pudieras salvar a los tuyos. 

 

Sasuke sintió que su pecho se partía en dos. Era una ironía cruel. Su deseo más profundo, aquel por el que estuvo dispuesto a sacrificar todo, se le presentaba ahora, cuando ya no era el mismo niño que lloraba en las calles de Konoha, mirando los cuerpos de su familia esparcidos en el suelo.  

 

¿Y si realmente podía cambiarlo? ¿Si podía despertar y ver a su madre esperándolo con la cena servida, a su padre observándolo con su habitual mirada severa, a Itachi sonriéndole como cuando eran niños?  

 

El dolor era insoportable.  

 

Porque entendía, con absoluta claridad, lo que significaba desear eso.  

 

Significaba admitir que toda su vida, cada batalla, cada sacrificio, cada lágrima derramada en silencio, había sido en vano. Significaba aceptar que no era un vengador, sino un niño desesperado que solo quería a su madre de vuelta.  

 

Y eso era mucho más doloroso que cualquier herida de guerra.  

 

Su respiración se volvió errática, su cuerpo temblaba, y por primera vez en años, sintió que podía quebrarse.  

 

Porque si tomaba este camino… si aceptaba esta oportunidad… estaba traicionando a la única persona que lo había guiado hasta aquí.  

 

Itachi había muerto para que él pudiera vivir. Para que pudiera elegir su propio destino.  

 

Y ahora, él quería rehacerlo todo.  

 

Un nudo ardió en su garganta, su pecho se contrajo como si el universo entero se encogiera a su alrededor.  

 

¿Realmente tenía derecho a hacer esto? ¿Qué ganan al hacer esto? Él ya no era un niño ingenuo. Había aprendido, a base de sangre y cicatrices, que los milagros no existían.  

 

Por eso se atrevió a preguntar.

 

¿A qué precio?

 

La risa volvió, más profunda esta vez.  

 

“Oh, Sasuke… el destino no se rompe sin consecuencias. Solo se redirige.”

 

Antes de que pudiera preguntar qué significaba eso, el mundo se desgarró.  

 

La oscuridad se agitó como un océano en tormenta. Sasuke sintió cómo su cuerpo era arrastrado por una fuerza incontrolable, su piel ardiendo, sus huesos crujiendo bajo una presión imposible. No podía gritar. No podía moverme. Solo caer.  

 

Y mientras se hundía en el abismo del tiempo, una última frase susurró en su oído:  

 

“Ve y rehace la historia… si puedes soportar el peso de lo que cambiarás”.

 

 


 

El primer golpe de conciencia fue un latido sordo en su pecho.  

 

No era dolor, pero algo en ello se sentía… extraño. Inusual. Incluso irreal.

 

El siguiente fue un murmullo en su cabeza. Un eco de algo que no debería existir. Luego, el peso de su propio cuerpo, un cuerpo que se sentía demasiado liviano, demasiado pequeño. Un escalofrío le recorrió la espalda antes de que sus ojos se abrieran, y la oscuridad se disipó, dando una imagen que le cortó la respiración.  

 

Su habitación.  

 

No la que había conocido en los últimos años, fría, vacía, llena de recuerdos desvanecidos. No el refugio solitario de un niño que creció demasiado rápido. No la de sus días en la oscuridad, donde las paredes eran solo barreras entre él y un mundo al que había jurado destruir.  

 

Era su habitación de antes.  

 

La misma ventana donde solía apoyar la frente cuando quería espiar a Itachi entrenando en el patio. La misma estantería desordenada con pergaminos que nunca terminó de leer, donde las letras de su nombre estaban garabateadas torpemente con la caligrafía torpe de un niño de ocho años. El mismo futón donde su madre lo arropaba cada noche, asegurándose de que estuviera cómodo antes de dejar un beso en su frente.  

 

Sasuke sintió el aire atraparse en su garganta, como si de repente todo a su alrededor se hubiera vuelto demasiado grande, demasiado real, demasiado imposible.  

 

Su corazón latió una vez más, fuerte, retumbando en sus costillas con un peso que se sentía insoportable. Su mano tembló cuando la levantó, mirándola con el ceño fruncido. Sus dedos eran pequeños. Sus muñecas delgadas. No había cicatrices de guerra, ni el desgaste de años de entrenamiento brutal, ni la marca de todo lo que había vivido.  

 

Era su cuerpo de niño.  

 

El cuerpo que tuvo antes de la sangre. Antes del odio. Antes de que todo se convirtiera en cenizas.  

 

Se incorporó de golpe, sintiendo cómo sus huesos parecían más ligeros, como si el tiempo mismo se hubiera burlado de él al devolverlo a una etapa donde aún podía correr sin sentir el peso de la muerte sobre los hombros.  

 

Pero esto no era un sueño.  

 

No podía serlo.  

 

Su respiración se volvió errática, el sudor frío resbalando por su cuello mientras sus ojos recorrían cada centímetro de la habitación. Todo estaba ahí, intacto, como si el universo hubiera decidido borrar cada uno de los años que había pasado después de la masacre, como si el infierno que había vivido nunca hubiera ocurrido.  

 

Pero ocurrió.  

 

Él lo sabía.  

 

Cada noche sin dormir, cada herida que llevó como prueba de su dolor, cada batalla, cada decisión que lo llevó al borde de la locura, todo estaba dentro de él. Y sin embargo, aquí estaba, atrapado en un cuerpo que aún no conocía el peso de una espada, en un tiempo donde su familia todavía respiraba en la otra habitación.  

 

No supo cuánto tiempo estuvo ahí, con las manos apoyadas sobre sus rodillas, con la cabeza gacha y la mente envuelta en un torbellino de pensamientos que no podía ordenar. No sabía si tenía miedo o si estaba paralizado por la incredulidad.  

 

Finalmente, sus piernas se movieron por sí solas, llevándolo hasta la puerta.  

 

La madera bajo su palma se siente cálida.  

 

Sus dedos se tensaron sobre el marco, su respiración entrecortada. Podía oírlo. Podía oír el silencio más allá de la barrera que lo separaba del resto de su hogar. Podía imaginarse el pasillo. El sonido de los grillos afuera. El leve murmullo de la noche.  

 

Pero no se atrevió a abrir.  

 

Porque al otro lado de esa puerta… ellos estaban ahí. Él lo sintió.

 

Su padre, con su presencia imponente. Su madre, con su cálida sonrisa. Itachi, con la sombra de una verdad que él nunca pudo ver un tiempo. Su clan. Su hogar. Todo lo que había perdido.  

 

Todo lo que nunca volvió a recuperar.  

 

Sus nudillos palidecieron con la presión que ejerció sobre la puerta, su pecho subiendo y bajando con cada respiración entrecortada. Sabía que solo tenía que empujar. Un movimiento tan simple, tan fácil. Pero se sintió como si estuviera al borde de un abismo, como si un solo paso lo fuera a devorar entero.  

 

Si abriría la puerta, ¿seguiría siendo real?  

 

¿Seguiría todo en su lugar?  

 

Lo peor aún…  

 

Si abriría la puerta, ¿se atrevería a dejarse creer que esta vez, las cosas serían diferentes?

 

Cerró los ojos y respiró hondo. Sintió su mano temblar levemente sobre la puerta, y antes de que pudiera darse más tiempo para pensar, empujó.  

 

La madera se deslizó con suavidad, y el pasillo se desplegó ante él como un fragmento arrancado de sus memorias más profundas.  

 

Todo estaba ahí.  

 

El suelo de tatami, inmaculado como siempre. Los faroles iluminando con una luz tenue, pintando sombras suaves en las paredes. La lejana melodía de los grillos entrando por la ventana entreabierta. Y más allá, al final del pasillo, la luz cálida del comedor, donde las voces de su familia flotaban en el aire, llenas de vida.  

 

Sasuke se cayó en seco.  

 

Su corazón latía tan fuerte que podía sentirlo en sus siete, en la garganta, en cada nervio de su cuerpo. Un paso. Luego otro. Se obligó a caminar, a avanzar, aunque cada movimiento se sintiera como si estuviera pisando tierra sagrada que no le pertenece.  

 

Y entonces los vi.  

 

Su madre estaba sirviendo el arroz con la misma paciencia y delicadeza de siempre, su largo cabello cayendo suavemente sobre un hombro. Su padre estaba sentado en su lugar habitual, con los brazos cruzados y su expresión severa, la misma que siempre lo había hecho esforzarse más, la misma que nunca le concedió más que un fugaz reconocimiento.  

 

Y Itachi…  

 

Itachi estaba ahí.  

 

Vivo.  

 

Sentado a la mesa con la postura recta, sus ojos oscuros clavados en su cuenco, su presencia firme pero tranquila, como si nada en el mundo pudiera perturbarlo.  

 

Como si no fuera el hombre que, en otra vida, lo había destruido con sus propias manos.  

 

Sasuke sintió que algo dentro de él se desgarraba.  

 

Se aferró con fuerza a los bordes de su yukata, sus nudillos palideciendo con la presión. No podía dejar que lo notaran. No podía permitir que vieran lo que pasaba dentro de él, que descubrieran la tormenta que lo consumía desde el momento en que despertó.  

 

Pero era imposible.  

 

Porque en el instante en que Mikoto levantó la vista y lo vio, toda la máscara se hizo trizas.  

 

"Sasuke." su voz era un susurro suave, amoroso, como un bálsamo que de pronto se sintió insoportablemente doloroso.  

 

Él no pudo moverse.  

 

Su madre dejó el cucharón de madera a un lado y caminó hacia él con pasos ligeros, sin prisa, pero con la misma calidez que siempre le había ofrecido. Y antes de que pudiera reaccionar, sus brazos lo envolvieron en un abrazo.  

 

Un abrazo que él no sentía desde hacía tanto tiempo.  

 

Sasuke se quedó rígido, con los ojos abiertos de par en par, su mente gritando que esto no era real, que esto no podía estar pasando. Pero sus manos, temblorosas y pequeñas, se aferraron a su kimono con fuerza, con una desesperación que no pudo contener.  

 

"Estás temblando, Sasuke." notó ella, acariciando su espalda con lentitud, como si tratara de calmar algo en él que ni siquiera entendía.  

 

No, pensé.  

 

No era solo su cuerpo el que temblaba. Era todo. Era su alma, era su pasado, era cada maldita cosa que había arrastrado consigo hasta este punto.  

 

Mikoto se separó un poco para mirarlo a los ojos.  

 

“¿Tuviste una pesadilla?” preguntó con dulzura, deslizando una mano por su cabello desordenado.  

 

Pesadilla.  

 

Si tan solo pudiera reducir todo lo que había vivido, todo lo que había hecho, a un mal sueño del que pudiera despertar sin más.  

 

Pero no podía.  

 

No cuando su madre estaba frente a él, cuando podía sentir su calor, cuando podía ver el brillo en sus ojos sin que la sangre empañara su rostro. No cuando su padre aún respiraba, cuando Itachi aún existía sin la sombra de un crimen irreparable sobre él.  

 

No cuando su familia estaba viva.  

 

Sasuke sintió que el aire volvía denso a su garganta. Quiso hablar, quería decir algo, cualquier cosa que no hiciera evidente el desastre que llevaba dentro. Pero sus labios no se movieron.  

 

Y entonces, una mirada se clavó en él.  

 

Itachi lo estaba observando.  

 

No con la indiferencia con la que solía analizar a los demás, no con el rostro inquebrantable de alguien que siempre estaba un paso adelante. No.  

 

Lo miraba con atención, con un leve fruncido en el ceño, con un destello en sus ojos oscuros que le provocó un escalofrío.  

 

Porque Itachi veía algo.  

 

No sabía qué.  

 

Pero lo veía.  

 

Sasuke bajó la mirada y apretó los puños.  

 

No. No podía derrumbarse. No aquí.  

 

Respir hondo, tratando de calmar la tempestad en su pecho.  

 

“Estoy bien”. dijo al final, su voz más baja de lo que quería, con un matiz rasposo que no pasó desapercibido para nadie.  

 

Mikoto le sonri con dulzura y le revolvió el cabello antes de guiarlo hasta su lugar en la mesa.  

 

“Come un poco, te sentirás mejor”.

 

Sasuke admitió no hablar.  

 

Se sentó. Tomó los palillos con sus dedos pequeños.  

 

Y cuando llevó el primer bocado de arroz a su boca, tragó con dificultad, sintiendo cómo el arroz se le hacía pesado en la boca, como si su cuerpo mismo se negara a aceptar la calidez de una cena en familia. Sus manos temblaban levemente, apenas perceptibles, pero lo suficiente para que él lo notara.  

 

El murmullo de la conversación flotaba a su alrededor, un eco distante de lo que debería haber sido una noche normal. Su madre hablaba con suavidad, su voz dulce como siempre. Itachi respondió con monosílabos, con la misma calma inquebrantable que lo caracterizaba. Fugaku, en su habitual rigidez, se mantenía en silencio, hasta que su mirada se posó en él.  

 

“Sasuke.”

 

El tono de su padre era firme, pero no agresivo.  

 

Sasuke levantó la cabeza con lentitud, como si le costara demasiado enfrentar esa mirada.  

 

Fugaku lo analizó por un breve instante, como si estuviera evaluando algo, buscando algo en su expresión que le diera una respuesta. Luego, apenas frunció el ceño.  

 

“Te ves… extraño.”

 

No fue una pregunta.  

 

Sasuke sintió un nudo en el estómago.  

 

La observación de su padre no tenía una connotación de preocupación, ni de interés real. Solo era un comentario al aire, algo que había notado, pero que claramente no valía la pena indagar más.  

 

Porque eso era él a los ojos de su padre.  

 

Un hijo menor que debía esforzarse más, demostrar más, ser más.  

 

Nada que ameritara su tiempo.  

 

Y aunque Sasuke lo sabía, aunque había aprendido a vivir con ello, a vivir con que su padre había muerto sin que él pudiera demostrarle su valía, la punzada en su pecho fue inevitable. Porque este era el hombre cuya validación había buscado durante toda su infancia. El mismo que nunca le había dado más que un escueto reconocimiento cuando lo hacía bien, y una indiferencia silenciosa cuando fallaba.  

 

Y ahora estaba aquí, de nuevo atrapado en esos días, en esa vida, sintiéndose tan pequeño como solía sentirse entonces.  

 

“Solo estoy cansado.” Respondió al final, esforzándose por sonar normal.  

 

Fugaku no le prestó más atención. Simplemente acercándose y volvió a su comida, como si la conversación nunca hubiera sucedido.  

 

Pero otra mirada seguía sobre él.  

 

Sasuke pudo sentirla incluso sin levantar la vista.  

 

Itachi.  

 

Su hermano mayor lo observaba con esa intensidad calculada, con la precisión de alguien que analiza cada detalle y lo descompone hasta entenderlo.  

 

Sasuke presionó los puños bajo la mesa.  

 

Porque sabía que Itachi estaba viendo más de lo que debería. Como siempre la había hecho.

 

"Sasuke." lo llamó en un tono más bajo, lo suficientemente discreto para que solo él lo escuche.  

 

Sasuke no respondió de inmediato.  

 

No quería mirarlo.  

 

Porque si lo hacía, si se atrevía a encontrarse con esos ojos, sabía que la tormenta dentro de él solo se haría más fuerte.  

 

Pero Itachi era paciente. Espera.  

 

Y Sasuke, inevitablemente, alzó la vista.  

 

Por un instante, vio lo que solía ver en Itachi cuando era niño: una calma inquebrantable, una presencia que parecía intocable.  

 

Pero ahora... ahora él sabía la verdad.  

 

Sabía lo que había detrás de esa máscara, lo que su hermano había cargado en silencio durante toda su vida. Sabía el peso de su sacrificio, el dolor que había soportado por el bien de la aldea, por el bien de la aldea, por el bien de él.  

 

Y aún así…  

 

Aún así, no podía perdonarlo.  

 

Porque la rabia seguía ahí.  

 

El resentimiento que lo había definido, que había guiado cada una de sus decisiones, que lo había convertido en la persona que era.  

 

No podía dejarlo ir.  

 

No podía solo aceptar la verdad y seguir adelante.  

 

Porque el odio era lo único que le había dado un propósito. Y ahora, en esta segunda oportunidad que se le había dado, se daba cuenta de que no odiaba a Itachi.  

 

Se odiaba a sí mismo.  

 

Por haber sido un niño débil. Por no haber entendido nada hasta que fue demasiado tarde. Por haber dejado que su vida fuera consumida por algo que nunca había podido controlar.  

 

Se odió por ser incapaz de mirar a su hermano y no sentir ese vacío dentro de él.  

 

Itachi entrecerró los ojos.  

 

Podía notar algo. No sabía qué, pero lo veía.  

 

Y Sasuke, incapaz de soportarlo por más tiempo, apartó la mirada.  

 

El silencio se alargó entre ellos, hasta que la voz de Fugaku rompió la tensión con la misma indiferencia de siempre.  

 

“Cuando termines de comer, prepárate. Debes llegar temprano a la academia.”

 

Sasuke parpadeó.  

 

Por un instante, casi había olvidado que en esta línea del tiempo, aún era un niño de ocho años.  

 

Que todo volvió a empezar desde aquí.  

 

Que todo podía cambiar… o repetirse exactamente igual.  

 

Terminó de comer con rapidez y se cambió para ir a la academia tal como le dijo su padre. Al salir de su distrito caminó con pasos automáticos, casi mecánicos, como si su cuerpo recordara el camino mejor que su mente. Todo le resultaba familiar ya la vez extraña, como un eco de algo que había dejado atrás hace demasiado tiempo.

 

Llegó antes que nadie.  

 

Aún era temprano, el aula estaba en completo silencio, y la brisa matutina se filtraba por la ventana abierta, moviendo levemente las hojas sobre el escritorio del profesor. Se sentó en su lugar de siempre, apoyó los brazos sobre la mesa y dejó escapar un suspiro. Sentía su propio latido con demasiada fuerza, la presión constante de un miedo que no podía nombrar. Su mente aún no terminaba de procesar todo lo que había sucedido. Había despertado en su antiguo cuerpo, en una época que ya no existía, en una realidad que había sido destruida hace mucho tiempo. Su hogar, su familia... Todo estaba aquí, intacto. El tiempo había retrocedido, y aunque eso debería ser una bendición, la incertidumbre lo carcomía por dentro.  

 

Cerró los ojos y dejó que el murmullo lejano de la academia lo envolviera. Los pasos en los pasillos, las risas despreocupadas, el sonido de las puertas deslizándose. Era un eco de una vida que ya no era suya, un mundo que se sentía a la vez cercano y ajeno. Escuchó los primeros alumnos llegar y abrió los ojos justo a tiempo para verlos entrar.  

 

Shikamaru caminaba arrastrando los pies con el mismo desgano de siempre, seguido por Chōji, que mordía distraído un trozo de algo. Ino entró con energía, hablando demasiado alto sobre algo que probablemente ni siquiera importaba. Kiba reía mientras Akamaru se asomaba desde su chaqueta, Shino permanecía en silencio a su lado. Sasuke los miró a todos, reconociéndolos con facilidad, pero sin detenerse demasiado en ninguno de ellos.  

 

Y entonces, la puerta se abrió de golpe.  

 

Naruto apareció en el umbral, despeinado, jadeando, con una enorme sonrisa en el rostro a pesar de la clara prisa con la que había corrido hasta allí. Su ropa estaba desordenada, probablemente porque se había vestido en el último momento, y sus mejillas estaban ligeramente sucias, como siempre. El rubio miró rápidamente alrededor del aula antes de dirigirse a su asiento, sin importarle que algunos se rieran por su tardanza.  

 

Sasuke sintió algo extraño en el pecho.  

 

Naruto era exactamente el mismo.  

 

El mismo niño que había pasado su infancia solo, buscando la atención de los demás con su torpeza y su ruidosa presencia. El mismo que nunca había sabido lo que era un hogar, el que siempre había intentado ocultar su dolor bajo una sonrisa. El mismo que, con el paso de los años, se convertiría en la persona más importante en su vida, en aquel que jamás lo abandonaría, que jamás se rendiría con él.  

 

Lo observar sin apartar la mirada, sintiendo una extraña calidez y, al mismo tiempo, un profundo pesar.  

 

Sakura llegó poco después, con la expresión radiante de siempre cuando entraba al aula. Buscó con la mirada y, al notar a Sasuke, sus mejillas se encendieron con timidez. Él desvió la vista sin decir nada, pero, por primera vez en mucho tiempo, ese acto le hizo sentir un dejo de nostalgia en lugar de fastidio.  

 

Sakura había sido muchas cosas en su vida.  

 

La chica que lo había admirado con devoción en su infancia, la que había intentado detenerlo cuando decidió marcharse, la que lo había esperado incluso cuando él ya no lo merecía. Había sido su amiga, su compañera, su apoyo en los momentos más oscuros. Y aunque en el pasado nunca había valorado su presencia, ahora comprendía lo mucho que había significado.  

 

 

Al final, todos estaban aquí. En el punto de partida.  

 

El día transcurrió con normalidad, o al menos, lo que para los demás era normal. En cambio, para él cada segundo se sentía demasiado real y a la vez como una ilusión. Pasó la mañana observando el aula, escuchando la voz de Iruka explicando temas que hacía tiempo dominaba, dejando que los recuerdos se mezclaran con la realidad. Cuando llegó la hora del descanso, sintió la necesidad de apartarse.  

 

No quería interactuar con nadie.  

 

No quería preguntas, ni miradas curiosas, ni la indeseada de sus compañeras. Así que subió a la azotea de la academia y se quedó allí, dejando que el viento fresco despejara el torbellino en su cabeza.  

 

Se apoyó contra la baranda, mirando la aldea a la distancia. Desde allí, podía ver los techos de las casas, el movimiento en las calles, los vendedores acomodando sus puestos. Todo estaba exactamente como lo recordaba, como si nada hubiera cambiado. Y sin embargo, para él, todo era diferente.  

 

Estaba vivo.  

 

Su clan estaba vivo.  

 

Pero eso no significaba que hubiera una salva.  

 

Bajó la mirada hacia sus manos. Las mismas manos que habían blandido una espada contra su propio hermano, las mismas que habían matado, destruida, perdida demasiado. Ahora, eran pequeñas otra vez. Pequeñas, pero manchadas con la memoria del pasado.  

 

El sonido de la campana anunciando el final del descanso lo sacó de sus pensamientos. Respiró hondo, controlando la sensación de vacío en su pecho, y volvió al aula.  

 

La clase finalizó poco después y los alumnos comenzaron a recoger sus cosas cuando Iruka llamó la atención del grupo.  

 

”Antes de que se vayan, quiero recordarles que mañana deberán traer sus uniformes especiales para entrenamiento debido a que el 14 de abril es considerado día del Taijutsu.” Expresó. “Por lo tanto, mañana...”

 

Sasuke dejó de escuchar en ese instante.  

 

Sintió su corazón detenerse.  

 

La fecha que Iruka acababa de mencionar…  

 

Era el día después de la masacre Uchiha.

 

El aire abandonó sus pulmones en un instante.  

 

Era como si su cuerpo hubiera olvidado cómo respirar, cómo moverse, cómo existir. Todo su ser quedó atrapado en un punto fijo, atrapado en la espiral del tiempo, donde la realidad y el recuerdo se fusionaban en un abismo del que no podía escapar.  

 

Eso significaba que hoy era el día en que ocurrió la masacre. 

 

Los sonidos a su alrededor se volvieron lejanos, irreales. Ni siquiera se dio cuenta de en qué momento sus compañeros comenzaron a abandonar la clase, de cómo las risas y las conversaciones se desvanecían poco a poco. No se dio cuenta de cuánto tiempo había estado inmóvil, de que Iruka lo estaba llamando con un tono de preocupación en su voz.  

 

Una mano en su hombro.  

 

Un nombre pronunciado.  

 

“Sasuke, ¿estás bien?”

 

El sonido lo atravesó como una flecha, pero no lo reconoció. Ni la voz ni la presencia. Nada tenía sentido.  

 

Su cuerpo reaccionó antes que él.  

 

Sus piernas se movieron por sí solas, lanzándolo fuera del aula, fuera de la academia. Apenas podía ver el camino frente a él, todo era un borrón distorsionado por la desesperación, por la sensación sofocante de estar atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar.  

 

No podía ser real.  

 

No podía estar pasando de nuevo.  

 

Sus pies golpeaban el suelo con fuerza, su respiración era errática, entrecortada, como si con cada inhalación su pecho se llenara de fuego en lugar de aire. El mundo a su alrededor se convirtió en un eco lejano, los rostros de las personas en la aldea pasaban sin significado alguno. Nada importaba más que llegar. Nada importaba más que ver con sus propios ojos si esto era una maldición inevitable o si todo lo que había vivido hasta ahora no era más que una mentira cruel.  

 

No le importaba lo que pensaran de él, si alguien lo veía correr de esa manera, si su rostro desbordaba un terror tan visceral que ni siquiera él podía reconocerlo en sí mismo.  

 

Solo podía pensar en una cosa.  

 

Su hogar.  

 

El distrito Uchiha apareció en el horizonte y su pecho se comprimió con un dolor indescriptible. Su visión se volvió borrosa por algo que no supo si era el agotamiento o la angustia pura. Cada paso lo acercaba más a la verdad.  

 

Y entonces, cruzó la entrada.  

 

Se detuvo en seco, como si su cuerpo se hubiera estrellado contra una barrera invisible.  

 

Las calles estaban llenas de vida.  

 

Personas caminaban con tranquilidad, interactuaban entre sí, charlaban sobre trivialidades, sobre la rutina diaria, sobre cosas que no importaban. Los niños corrían, jugando despreocupados bajo la mirada atenta de sus padres. La luz del atardecer bañaba los tejados con tonos cálidos, las sombras de las casas se alargaban suavemente sobre el suelo de piedra. Todo era bronceado… normal.  

 

Demasiado normal.  

 

Su corazón latía con fuerza desbocada, y sin pensarlo, avanzó unos pasos más. Cada respiración era un esfuerzo, cada movimiento se sentía como si su cuerpo estuviera arrastrando una tonelada de plomo. Miró a su alrededor, observando cada rincón del distrito, cada detalle, cada casa…  

 

Hasta que vió algo que calmó el completo caos que se gestaba en su interior.

 

La casa a la entrada del distrito.  

 

Esa casa.  

 

Un escalofrío helado recorrió su espalda.  

 

Era la primera casa que había visto aquella noche.  

 

El primer cuerpo.  

 

Apretó los dientes, cerrando los puños con tanta fuerza que sus uñas se clavaron en la piel de sus palmas. Su mente lo llevó de regreso al instante en que había corrido por estas mismas calles, pero no bajo la luz del atardecer, sino bajo la oscuridad de una noche teñida de rojo. En ese entonces, el silencio era absoluto, y el aire olía a muerte.  

 

Recordaba con una claridad aterradora el charco de sangre en la entrada, el cuerpo desplomado en el suelo, los ojos abiertos en una expresión de horror congelada en el tiempo. Recordaba el sonido de sus propios pasos temblorosos, el jadeo ahogado de su respiración mientras su mente se negaba a aceptar lo que estaba viendo. Recordaba haber corrido más adentro, desesperado, gritando nombres que jamás obtuvo respuesta.  

 

Pero ahora…  

 

Ahora esa misma casa tenía la puerta abierta y una mujer salió de ella, acomodando la ropa de su pequeño hijo mientras le pedía que no corriera demasiado lejos.  

 

Sasuke sintió que su visión se nublaba.  

 

Era real.  

 

Era real.  

 

Nada había sucedido.  

 

Todo estaba bien.  

 

Su familia estaba viva.  

 

Sus ojos recorrieron el distrito una vez más, buscando algo, cualquier cosa que indicara que todo esto era una ilusión, una trampa cruel. Pero no había rastros de muerte, ni sangre, ni silencio opresivo. Solo la vida cotidiana de un pueblo que nunca había sufrido la masacre que él recordaba.  

 

Sintió que sus rodillas temblaban.  

 

Todo estaba bien.  

 

Todo estaba bien.  

 

Su familia estaba a salvo.

 

Dejó salir un suspiro de alivio y caminó con pasos pesados ​​hasta su casa, cada músculo de su cuerpo aún tenso por la angustia que lo había consumido momentos atrás. Sus pensamientos seguían atrapados en la maraña de memorias y miedo, pero el simple hecho de ver su hogar de pie, intacto, con el aroma familiar de la comida flotando en el aire, lo hacía sentir como si un peso inconmensurable se hubiera disipado de su pecho… aunque no del todo.  

 

Apenas cruzó la puerta, la calidez lo envolvió.  

 

"Bienvenido a casa, Sasuke."

 

La voz de su madre lo detuvo en seco.  

 

Mikoto estaba de pie en la sala, sonriéndole con dulzura. Sus ojos reflejaban la misma ternura de siempre, esa que había añorado por tanto tiempo que ahora dolía mirar. Sasuke sintió que la garganta se cerraba de golpe. Era real. Su madre estaba allí. Viva.  

 

Y él... él también estaba aquí.  

 

Intentó responderle, decirle algo, cualquier cosa, pero no pudo.  

 

Mikoto frunció ligeramente el ceño al notar su expresión y se acercó con pasos suaves.  

 

“¿Qué ocurre, Sasuke?”preguntó con suavidad, inclinando un poco la cabeza. “Hoy te ves más pálido de lo normal.”

 

Sasuke desvió la mirada. No podía contar la verdad, no podía ni siquiera formar palabras coherentes. Su madre interpretó su silencio como otra cosa y suspir con comprensión, sentándose en el tatami y haciendo un gesto para que él hiciera lo mismo.  

 

“Tu padre puede ser muy duro a veces, ¿verdad?”

 

Él no respondió, pero Mikoto sonrió con un dejo de tristeza.  

 

“Sé que esperas su reconocimiento, que quieres demostrarle que eres fuerte…” le pasó la mano por el cabello con la misma delicadeza de siempre, una delicadeza que casi había olvidado. “pero quiero que sepas que para mí no hay nada que demostrar. Estoy orgullosa de ti tal como eres, Sasuke”.

 

Sus palabras fueron como un cuchillo directo a su alma.  

 

El dolor lo atravesó de una manera que no esperaba, tan crudo, tan desgarrador, que sintió deseos de gritar. Porque ella no lo sabía. No sabía quién se había convertido, las cosas que había hecho, los pecados que llevaba a cuestas. Si supiera la verdad, ¿seguiría sintiéndose orgulloso de él? ¿Podría mirarlo con la misma ternura si supiera cuántas vidas había arrebatado con sus propias manos?  

 

No.  

 

Se sintió sucio. Indigno de recibir ese amor.  

 

Tragó con dificultad y apretó los puños sobre su regazo. Su voz salió más baja de lo que esperaba, casi un susurro:  

 

“¿Y si no soy alguien de quien puedas estar orgullososa…?”

 

Mikoto parpadeó, sorprendida por la gravedad en el tono de su pequeño hijo.

 

“Eso no es posible”. respondió de inmediato, sin titubear.  

 

Sasuke sintió un escalofrío recorrerlo.  

 

Su madre suspir, como si intuyera que algo más lo estaba atormentando, algo más allá de la presión de su padre.  

 

"El mundo ninja es cruel, Sasuke". Su voz bajó un poco, volviéndose más suave. “Muchas veces nos obliga a hacer cosas que no queremos hacer, a tomar caminos que nunca imaginamos… Pero yo creo en ti. Sé que, sin importar qué pase, encontrarás tu propio camino, uno que haga de este mundo un lugar mejor.”

 

Sasuke sintió que su pecho se apretaba hasta casi doler.  

 

Si tan solo supiera.  

 

Si tan solo supiera que, en la línea de tiempo que él recordaba, su propio camino lo había llevado a la oscuridad, que había cometido los mismos errores que Itachi, que se había convertido en todo lo que juró destruir.  

 

Y sin embargo, ella creía en él.  

 

Siempre había creído en él.  

 

Cerró los ojos con fuerza, reprimiendo el temblor en sus manos.  

 

Tal vez… tal vez esta era su oportunidad.  

 

No solo para detener la masacre.  

 

No solo para salvar a su familia.  

 

Sino para hacer que su madre tuviera razón. Para ser el hombre en el que ella siempre creyó que se convertiría.  

 

Cuando volvió a abrir los ojos, algo dentro de él se había asentado.  

 

“Lo intentaré”. dijo, con una determinación silenciosa.  

 

Mikoto sonriendo, sin saber significado cuánto tenían esas palabras simples para él.

 


 

Los días posteriores pasaron con un ritmo extraño, una mezcla entre lo conocido y lo desconocido. Sasuke despertaba cada mañana con el mismo temor persistente: que todo fuera una ilusión, que abriría los ojos y su familia ya no estaría. Que este frágil mundo, donde la masacre nunca ocurrió, se rompería como el cristal de un espejo.  

 

Ese miedo lo llevó a acercarse a su madre más que nunca. Buscaba excusas para hablar con ella, para compartir momentos que antes habrían considerado triviales. Mikoto notó el cambio y lo recibió con calidez, sin hacer preguntas que lo hicieran retroceder. Con su padre fue diferente. Fugaku seguía siendo distante, imponente, pero Sasuke, en un esfuerzo casi inconsciente, comenzó a intentar comprenderlo. No justificarlo, pero sí verlo desde otra perspectiva. Aunque aún sentía la sombra del viejo resentimiento, había un pequeño avance.  

 

Pero con Itachi…  

 

No podía.  

 

Sabía que su hermano había notado el alejamiento, lo veía en la forma en que lo observaba de reojo, en los intentos sutiles de acercarse a él. Pero Sasuke no podía fingir. No todavía. La herida estaba demasiado fresca, demasiado presente. Saber la verdad no hacía que el resentimiento desapareciera. Y lo peor era que, más que a Itachi, se odiaba a sí mismo por ello.  

 

La academia se volvió insoportable.  

 

No soportaba repetir ejercicios básicos, no soportaba fingir que aprendería cuando ya sabía más de lo que cualquiera de sus compañeros podría imaginar. Se obligó a permanecer allí, a seguir la rutina, pero su paciencia se agotaba. Peor aún era el entrenamiento. Tenía el conocimiento, la experiencia de años de batallas, pero su cuerpo era débil, infantil, incapaz de ejecutar con precisión lo que su mente sabía hacer.  

 

Era frustrante.  

 

Era desesperada.  

 

Por eso, después de la academia, buscó otros lugares para entrenar, sitios donde pudiera recuperar aunque fuera una fracción de la habilidad que alguna vez tuvo. Llevaba unos días en eso pero ya comenzaba a notar la diferencia. Su cuerpo aún era débil, pero al menos podía sentir pequeños avances. No podía permitirse perder más tiempo con ejercicios básicos, no cuando tenía tanto por recuperar.  

 

El lugar estaba casi vacío a esa hora, salvo por un par de figuras en el otro extremo del campo. Sasuke apenas les prestó atención al principio. Estaba acostumbrado a ignorar a la gente que no le interesaba, y no tenía intención de hacer excepciones ahora. Pero entonces, en el rabillo del ojo, notó algo.  

 

Alguien cayó al suelo.  

 

Una niña.  

 

Una Hyuuga.  

 

No recordaba su nombre pero la reconoció, pero solo de manera vaga. Nunca había prestado demasiada atención a la heredera del clan Hyuuga en su vida pasada. Sabía quién era, recordaba su personalidad débil y retraída, pero nunca había tenido motivos para fijarse en ella. Y, francamente, tampoco lo tenía ahora.  

 

Aún así, por alguna razón, sus ojos la siguieron por un momento.  

 

Ella se tambaleó al ponerse de pie, su respiración irregular, las manos temblorosas por el agotamiento. A pesar de ello, volvió a adoptar su postura de combate, con las rodillas flexionadas y los brazos levantados, aunque era obvio que estaba al límite.  

 

Sasuke pensó en irse. No era su problema. No tenía por qué detenerse a observar.  

 

Pero antes de que pudiera apartar la mirada, escuche las voces.  

 

“Patético.”

 

Un hombre de su clan la observaba con desdén, los brazos cruzados sobre su pecho.  

 

“¿De qué sirve seguir si no puedes ni mantenerte en pie?”

 

“En estos tiempos tan críticos para el clan y la aldea, necesitamos una próxima heredera fuerte, no un fracaso”.

 

No había nada particularmente llamativo en esas palabras. Sasuke había escuchado cosas peores a lo largo de su vida. Pero lo que captó su atención fue la forma en que Hinata reaccionó.  

 

No protestó. No respondió. Solo bajó la cabeza y apretó los puños, aceptando en silencio lo que le decían.  

 

Y entonces, cuando Sasuke estuvo a punto de seguir con su entrenamiento, notó otra presencia.  

 

Neji Hyūga estaba allí, observando la escena con una expresión impasible. Pero Sasuke vio más allá de la indiferencia. Había algo en sus ojos... algo peligroso.  

 

Por un instante, un vago malestar recorrió su pecho. No era preocupación. No era interés.  

 

Pero era suficiente para que guardara la imagen en su memoria, sabía que esta interacción no podría ser el indicio de nada bueno.

 

En silencio, dió marcha atrás en camino a su distrito. Esos probablemente Hyuuga ya lo habían notado, y si fuesen lo suficientemente estúpidos para no haberlo hecho aún incluso con esos ojos que tenían, igualmente lo harían pronto. Prefirió evitar un momento incomodo y marcharse, con la imagen repitiendose en su mente.

 

 

-


 

Los días pasaban, pero la inquietud dentro suyo no disminuía. Aunque trataba de concentrarse en su entrenamiento y en la recuperación de sus habilidades, no podía ignorar la sensación de que algo estaba gestándose en la aldea, algo que no estaba destinado a terminar bien.  

 

Una noche, mientras regresaba a casa después de entrenar, escuchó las voces de su padre y otros miembros del clan desde una habitación cercana. Sasuke se detuvo, ocultándose en la penumbra del pasillo, con el corazón golpeando contra su pecho. No era su intención espiar, pero cuando reconoció el tono cortante de Fugaku, su instinto le dijo que debía hacerlo. Necesitaba saber que estaba sucediendo a su al rededor.

 

“Los Hyūga nunca han sido más que perros del consejo.” escupió su padre con desdén. “Durante décadas, han servido con la cabeza gacha, aceptando su papel sin rechistar, con esos aires de nobleza que solo ocultan su cobardía. ¿Y ahora quieres rebelarte? ¿Ahora se atreven a cuestionar su posición solo porque los Uchiha decidieron dejar de doblegarnos? Ridículo.”

 

Alguien más en la habitación soltó una carcajada seca.  

 

“Quizá pensaron que con nuestra alianza con el consejo, ellos quedarían expuestos. Si los Uchiha pueden negociar con los altos mandos, ¿qué les impide hacer lo mismo con los Hyuuga? Esos bastardos engreídos piensan estar a nuestro nivel.”

 

“Pero no les queda otra opción”. Continuó Fugaku con frialdad. “O se arrodillan como siempre lo han hecho o terminan aplastados.”

 

Sasuke sintió un escalofrío recorrer su espalda.  

 

No le sorprendió la forma en que su padre hablaba del clan Hyuuga, ni el desprecio en su voz. Fugaku siempre había tenido una visión clara de la jerarquía en la aldea, y no tenía reparos en señalar quién merecía respeto y quién no. Lo que le inquietaba era el peso de esas palabras, la certeza con la que su padre hablaba de un desenlace inevitable.  

 

Era obvio que el arreglo de los Uchiha con el consejo no podía salir bien. Y ya estaba empezando a ver las primeras grietas.  

 

Sasuke presionó los dientes, su mente conectando piezas sueltas.  

 

El recuerdo de Hinata colapsando en el campo de entrenamiento.  

 

Las palabras crueles de su clan, exigiendo más de ella.  

 

El modo en que Neji la había observado, con esa expresión fría y vacía.  

 

Y ahora, la certeza de que los Hyūga estaban atrapados en un juego de poder que involucraba a los Uchiha y los altos mandos de la aldea.  

 

¿Qué tan profundo llegaría a todo esto? ¿Y en qué momento explotaría? Con ese pensamiento en mente, subió las escaleras con el cuerpo tenso, cada paso sintiéndose más pesado que el anterior. La conversación entre su padre y los demás miembros del clan resonaba en su cabeza como un eco insistente, haciéndose sentir como si el aire en la casa fuera demasiado denso para respirar. Fugaku siempre había sido un hombre severo, alguien que hablaba con una certeza incuestionable, y en su voz no había habido ni una pizca de duda. Se arrodillarían… o serían aplastados.  

 

El peso de esas palabras lo enfermaba.  

 

Cuando llegó al pasillo, Mikoto lo esperaba junto a la puerta de su habitación. Su expresión era serena, pero Sasuke sabía que su madre siempre notaba más de lo que decía en voz alta. Lo miró con ternura, con esa dulzura que siempre había sido un refugio silencioso en medio de la frialdad del clan.  

 

“Sasuke, la cena está lista.”

 

Él la miró por un instante, sintiendo un nudo formarse en su garganta. La calidez de su voz, la suavidad con la que lo llamaba… todo parecía sacado de un sueño demasiado frágil, uno que en cualquier momento podía resquebrajarse. Forzó una expresión neutral y empresarial con la cabeza, apartando la mirada.  

 

"Comí algo en el camino a casa, Okaa-san, estoy muy lleno". 

 

Mikoto ladeó un poco la cabeza, observándola con detenimiento. Por un momento, él creyó que insistiría, que le preguntaría si algo iba mal, si debía contarle qué lo tenía tan tenso. Pero su madre no dijo nada más. Solo acondicionando con suavidad y pasó una mano por su cabello antes de dejarlo ir.  

 

Sasuke cerró la puerta tras de sí, apoyando la espalda contra la madera por un instante. Exhaló un suspiro tembloroso.  

 

No había comido nada.  

 

Pero aún así su estómago estaba hecho un desastre, un nudo apretado de ansiedad y asco que le hacía imposible siquiera pensar en la comida. Lo que había escuchado esa noche lo inquietaba de una forma que no sabía cómo procesar. Podía ignorarlo, pretendiente que no había oído nada, pero no lo haría. No podía. Porque sabía que lo que estaba ocurriendo con los Hyūga no era solo una disputa política más. Esto era el principio de algo mucho peor.

 

Se dejó caer en el futón, quedándose boca arriba, con la mirada fija en el techo de su habitación. Su mente trabajaba sin descanso, reconstruyendo cada detalle de la conversación, cada palabra, cada matiz en la voz de su padre. No había temor en sus palabras. No había precaución. Había certeza. Como si todo estuviera ya decidido, como si el destino de los Hyūga estuviera sellado sin que ellos ni siquiera se dieran cuenta.  

 

Y eso era lo que más le asustaba.  

 

Porque él había estado aquí antes. Había este sentido misma presión, este mismo aire espeso y enrarecido que precedió al desastre. Antes de la masacre Uchiha, el ambiente en la aldea también había cambiado. Las tensiones, las reuniones secretas, los susurros en los pasillos… desde la muerte de Shisui todo se había ido acumulando hasta que, una noche, todo terminó. En cuestión de horas, su clan dejó de existir.  

 

Nada podía ser perfecto.  

 

Lo había sabido desde el momento en que despertó en este nuevo tiempo, con la oportunidad de rehacer su historia. Había intentado aferrarse a la esperanza, convencerse de que si hacía las cosas bien, si se movía con cuidado, si actuaba en los momentos correctos, podía salvarlo todo. Podía evitar la tragedia. Pero ahora… ahora veía las grietas en su mundo. Lo que alguna vez creyó que estaba intacto, solo estaba cubierto con una frágil capa de ilusión. Y tarde o temprano, esa ilusión se rompería y él no puede hacer nada para pararlo, es un niño al cual nadie oiría, ni siquiera su familia.

 

Cerró los ojos con fuerza, sintiendo su mandíbula tensarse. No podía quedarse de brazos cruzados, esperando a ver si la historia volvía a repetirse. No podía permitir que otra masacre sucediera frente a sus ojos, que su clan vuelva a ser reducido a cadáveres en una sola noche. Su clan, su familia, estaban en una posición peligrosa. Fugaku hablaba con la seguridad de alguien que ya había trazado un camino, pero Sasuke no era ingenuo. Sabía que un arreglo basado en conveniencia y no en confianza era inestable, que todo esto podía derrumbarse en cualquier momento. Y si los Hyuuga realmente estaban descontentos, si este conflicto latente seguía creciendo, ¿qué consecuencias traería?

 

 

Se revolvió en su futón, incapaz de encontrar una posición cómoda. Sabía que no podía hacer nada.  

 

Era un niño. No tenía poder, ni influencia, ni la capacidad de involucrarse en una disputa entre clanes. Aunque entendiera la gravedad de la situación, aunque supiera que todo podía acabar en un desastre, nadie lo escucharía. Nadie tomaría en cuenta su opinión. Para su padre, para los ancianos, para los altos mandos de la aldea, él no era más que un espectador sin importancia.  

 

Y eso lo enfermaba.  

 

No saber qué iba a pasar, no saber si los Hyūga aceptarían la alianza o si se opondrían. No saber si esa oposición significaría el fin del frágil acuerdo con los altos mandos de Konoha. No saber si, al final, todo volvería a caer sobre los Uchiha y terminaría como la última vez.  

 

Otra masacre.  

 

El solo pensarlo le revolvía el estómago.  

 

Se cubrió el rostro con una mano, respirando hondo para calmarse. La impotencia lo carcomía desde adentro, como una sombra que lo envolvía por completo. Necesitaba saber. Necesitaba entender qué estaba pasando dentro del clan Hyūga. No podía quedarme esperando, sin hacer nada, sin siquiera intentar anticiparse a lo que podía venir.  

 

Pero, ¿cómo?  

 

No tenía forma de acercarse a los líderes Hyūga. No podía espiar sus reuniones ni interrogar a los adultos sin levantar sospechas. Pero había alguien que estaba ahí dentro, igual que él en su propio clan. Alguien que, aunque no tuviera influencia, podía sentir todo lo que ocurría dentro de su hogar.  

 

Hinata Hyuuga.

 

Sasuke la visualizó en su mente, grabando su expresión aterrorizada aquella vez que la encontró en el campo de entrenamiento. Ese encuentro fue suficiente indicio de que algo peligroso se estaba gestando en silencio. Recordó su mirada ansiosa, sus temblores incontrolables, la manera en que su voz se quebraba cada vez que intentaba hablar, la manera en la que aceptaba esos insultos sin cuestionar.

 

No era la persona más confiable para obtener información.  

 

Era débil. Solo con verla notaba que era un manojo de nervios andante. Completamente dominada por el miedo y las expectativas de su clan.  

 

Pero estaba ahí.  

 

Ella debía notar los cambios en el ambiente. Sabía cómo actuaba su padre, cómo se movían los ancianos de la casa principal, cómo se sentían los de la rama secundaria. Aunque no tuviera respuestas claras, aunque no pudiera darle un informe detallado, su actitud podía decirle mucho más de lo que ella misma entendía.  

 

El problema era cómo acercarse.  

 

Hinata no era alguien con quien tuviera una relación. Es la primera vez que, en sus dos vidas, nota su presencia y ni siquiera cree que ella le pueda mantener una conversación o incluso una mirada por más de dos segundos. 

 

Además, él mismo… no recordaba cómo tratar con una persona correctamente.  

 

Antes, en su otra vida, su forma de relacionarse con los demás había sido distante, fría. Se había aislado tanto de todo lo que ahora, al intentar analizar cómo debía interactuar con alguien, se encontraba con un vacío. ¿Cómo deberías hablarle? ¿Cómo podía hacer que confiara en él lo suficiente para revelar algo útil? ¿Cómo podía obtener información sin que ella sospechara de sus intenciones?  

 

Parecía complicado.  

 

Dudo.  

 

Tal vez estaba exagerando. Tal vez los Hyūga simplemente estaban tratando de mantenerse en su lugar y no habría una rebelión, no habría conflicto, no habría nada que temer. Tal vez estaba viendo señales donde no las había.  

 

Pero no podía arriesgarse a quedarse en la ignorancia. Si algo está sucediendo, necesito saberlo para poder planear algo.

 

Apretó los dientes, sintiendo su resolución aguantar. No importaba lo difícil que fuera, no importaba lo incómodo que se sintiera, lo intentaría. Al día siguiente, en la academia, encontraría la manera de acercarse a Hinata.  

 

Necesitaba respuestas.  

 

Y no se detendría hasta conseguirlas.