
Muggles
Era una mañana fría, cubierta por un velo de niebla que parecía arrastrar consigo las voces del mundo muggle.
El tren avanzaba como una serpiente de hierro, y en uno de sus vagones, sentados entre la gente común, iban Nixa y Grindelwald. Él vestía como un hombre cualquiera, de abrigo largo y sombrero gris. Ella, con su cabellera plateada recogida en trenzas simples, llevaba un vestido color pastel, medias altas y un peluche entre los brazos. El disfraz era perfecto.
Pero en los ojos de la niña —grandes, antiguos, analíticos— brillaba algo que ningún adulto presente sabría descifrar.
—Recuerda —murmuró Grindelwald, sin mirarla—, los muggles no necesitan ver tu poder. Solo necesitan olvidar que lo tienes.
Nixa asintió, y en un segundo, su expresión se transformó: sus labios se curvaron en una sonrisa leve, los ojos se entornaron con inocencia, y abrazó su peluche como si fuera su único escudo ante el mundo.
Una pareja de ancianos en el asiento de enfrente le devolvió la sonrisa.
—¡Qué niña tan bien educada! —susurraron entre ellos.
—Una joya —agregó la mujer, casi enternecida. Nixa le devolvió una mirada tímida y desvió la vista al suelo, como si se sintiera abrumada por la atención.
Grindelwald no dijo nada. Solo observó, satisfecho.
Caminaron más tarde por un mercado al aire libre, rodeados de vendedores, niños gritando, autos ruidosos. Nixa jugó su papel a la perfección. Pidió un helado con voz suave. Agradeció con una reverencia exagerada. Hizo que una mujer solitaria se arrodillara para preguntarle si estaba perdida, solo para soltar una risa dulce y decir: “No, mi papá está allá. Gracias por preocuparse.”
Una pequeña escena. Una sonrisa. Y había obtenido toda la atención.
Más tarde, en un parque muggle, sentados bajo la sombra de un árbol, la niña dejó caer la máscara. Su voz recuperó la quietud cerebral que la caracterizaba.
—Son fáciles —dijo, limpiándose las manos con un pañuelo que conjuró disimuladamente—. El lenguaje corporal, las pausas… la emoción correcta al momento correcto. Parecen más centrados en lo que creen que ves en ti, que en lo que tú realmente eres.
Grindelwald asintió sin sorpresa. Encendió un cigarro con un simple roce de su dedo.
—La multitud necesita una historia para seguir. No les importa que sea real… solo que sea suya.
Nixa lo miró por un largo instante.
—He estado leyendo tus discursos. —Hablaba como si fueran documentos antiguos, no memorias de su padre—. Los primeros eran brillantes. Pero luego te impacientaste. Usaste la violencia para acelerar el cambio. Y eso te convirtió en lo que los muggles llaman... un monstruo.
Grindelwald no se alteró. Sopló el humo con lentitud.
—La paz es para quienes tienen siglos por delante. Yo no los tenía.
—Lo sé. Pero si hubieras esperado un poco más, si hubieras sido menos... directo —dijo con exactitud quirúrgica—, el mundo mágico habría comenzado a escucharte. Tu error no fue el ideal. Fue el método.
El silencio que siguió fue tenso, pero no frío.
—Y Albus —añadió ella con tono neutro—, no te detuvo porque no entendiera tu visión. Lo hizo porque sabía que no podía cargar con el precio de lograrla. Tu error fue la impaciencia. El suyo… fue el miedo.
Grindelwald la miró, por fin, no como a una niña. Sino como a algo más.
—¿Y tú? ¿Qué camino tomarás?
Nixa bajó la vista. Un grupo de niños muggles corría cerca. Uno de ellos tropezó y cayó, rompiendo en llanto. Su madre corrió a levantarlo. Nixa observó la escena sin pestañear.
—Ambos tenían razón en algo —susurró ella—. El cambio es inevitable. El mundo mágico no podrá mantenerse oculto para siempre. Algún día, la burbuja explotará. Y cuando lo haga… seremos vulnerables. Expuestos a la avaricia, a la ciencia, a su miedo.
Miró a su padre. Sus ojos eran como espejos.
—Yo no pretendo salvarlos ni destruirlos. Solo prepararme.
Grindelwald dejó caer la colilla. La aplastó con el talón. Luego le tendió la mano, como si sellaran un pacto silencioso.
—Entonces, que el mundo tiemble cuando llegue ese día.
Ella se la tomó. Con firmeza. Sin niñez.
Y la niebla comenzó a alzarse de nuevo, envolviéndolos como dos figuras que caminaban entre siglos. El pasado y el futuro unidos por un vínculo imposible: sangre, magia… y propósito.
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