Fiestas con los Malfoy y los Wayne: Más Drama que Regalos

Harry Potter - J. K. Rowling Batman (Comics) Young Justice (Cartoon)
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Fiestas con los Malfoy y los Wayne: Más Drama que Regalos
Summary
Situado en un futuro alternativo de Wayne's en Hogwarts, unos años después del caos de la guerra, nuestros protagonistas intentan llevar una vida más tranquila... o algo parecido. Sobrevivieron por los pelos y ahora enfrentan retos aún más aterradores: cenas familiares llenas de indirectas, peleas por quién pone la estrella en el árbol y drama romántico digno de una telenovela mágica. Este especial navideño romántico mezcla risas, momentos incómodos y ese caos perfecto que solo puede surgir cuando juntas a amigos, familia y una pizca de magia. Porque, al final, la verdadera pregunta no es si habrá paz en el mundo, sino si alguien logrará pasar la Navidad sin hacer un escándalo.
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Una Navidad Para Recordar

A Harry nunca le había gustado la Navidad. De niño, la festividad era un recordatorio cruel de lo que no tenía: mientras las luces titilaban y las familias se reunían alrededor de un árbol decorado, él estaba confinado en el oscuro y frío armario bajo las escaleras de la casa de sus tíos, ignorado. y olvidado. Los villancicos y el aroma de la comida solo llegaban a él como ecos distantes, señales de un mundo al que no pertenecen.

Cuando cumplió 11 años y empezó a pasar las fiestas en Hogwarts, todo cambió... un poco. Ahora estaba rodeado de alegría, banquetes y decoraciones mágicas que llenaban el castillo de un calor acogedor. Sin embargo, algo persistía en su interior, una punzada de recelo y melancolía al observar a sus compañeros regresar a casas llenas de abrazos y risas, mientras él se quedaba atrás, atrapado en los fragmentos de una familia que nunca fue suya. A pesar de la calidez del ambiente, Harry solo podía experimentar esas navidades "familiares" como un espectador más, viviendo a través de los momentos compartidos con la familia de sus amigos, un recordatorio de algo que nunca sería realmente suyos. 

Al final, para Harry, la Navidad siempre había sido una fecha vacía, un día como cualquier otro marcado por la ausencia de calidez y significado. Sin embargo, con el tiempo, las cosas empezaron a cambiar. Recordaba con especial cariño aquella primera Navidad con Sirius en Hogsmeade, donde, por primera vez, experimentó lo que era compartir risas y regalos con alguien que lo consideraba familiar. La primera Navidad en la Madriguera Weasley también se grabó en su memoria: el caos acogedor, los suéteres tejidos por Molly y la sensación de pertenecer a algo más grande que él mismo.

Ahora, con 20 años, las fiestas de ese año en particular se perfilaban como algo aún más especial. Por primera vez en su vida, esperaba la Navidad con genuina emoción. Había paz en su mundo, una tranquilidad que antes parecía inalcanzable. No había locos tras su cabeza ni sombras que amenazaran su felicidad. Y, lo mejor de todo, estas serán las primeras fiestas que compartiría con su novio, sin temores ni preocupaciones, solo ellos y la promesa de un futuro lleno de momentos para construir juntos.

 

—Amor, ya llegué —anunció Harry al abrir la puerta del apartamento, el sonido de su voz rompiendo la quietud del lugar.

 

Al entrar, se encontró con una escena tan habitual como entrañable: Draco Malfoy, su impecable y hermoso novio, estaba sentado en la mesa del comedor, rodeado de tres libros abiertos, completamente absorto en sus estudios. La luz del atardecer se colaba por el ventanal, iluminando su cabello platinado y resaltando la concentración en su rostro. Harry sonoro al verlo; Esa dedicación era tan típica en Draco.

Era curioso cómo nunca habría imaginado a Draco en ese escenario. Durante sus años en Hogwarts, Harry solía visualizar futuros para Draco que encajaban perfectamente con su porte elegante y su ambición innata: un influyente político, un inefable trabajando en los misterios del Ministerio o incluso un auror combatiendo las fuerzas oscuras con, valga la redundancia, fuerzas oscuras. Pero un estudiante universitario en el mundo muggle, sumergido en el estudio de fórmulas químicas, eso parecía sacado de un universo alternativo.

El recuerdo de cómo llegaron a este punto aún lo hacía sonreír. Puesto que el día que terminaron los últimos arreglos de la postguerra, Draco lo había sorprendido con una noticia inesperada.

 

—Harry, iré a Estados Unidos —dijo Draco, su voz firme aunque sus ojos reflejaban una mezcla de incertidumbre y esperanza. 

—¿Vacaciones con los Wayne? —aventuró Harry, pensando en las excéntricas relaciones de Draco con aquella familia de magos. Después de todo, en unas semanas ambos debían regresar a Hogwarts para terminar su último año y graduarse. —Supongo que no está mal; un mes fuera nos vendrá bien. 

 

Pero Draco negó con la cabeza, y el brillo en sus ojos se apagó un poco; su expresión era más seria de lo que Harry había anticipado. 

 

—No voy a volver a Hogwarts, Harry. Ya no tiene sentido para mí quedarme aquí. Jason y yo hemos decidido inscribirnos en una universidad muggle. Quiero estudiar química pura, algo completamente diferente. Yo simplemente siento que ya no encajo en este mundo. 

 

El desconcierto de Harry fue inmediato. ¿Draco, en una universidad muggle? Era difícil imaginarlo, pero, si lo pensaba bien, después de todo lo que habían pasado durante la guerra. Harry lo miró, desconcertado. La determinación en la voz de Draco era inconfundible, pero el trasfondo de su decisión lo dejó sin palabras. Si lo pensaba bien, ni siquiera él sabía con certeza si quería retomar sus estudios para ser auror y continuar con ese camino que todos esperaban de él.

 

—Sé que antes de todo este desastre querías ser un auror. —continuó Draco, enderezándose para mantener su compostura. —No quiero terminar contigo, pero tampoco quiero interponerme en tus metas. Nuestros caminos ya no van en la misma dirección, Harry. No soy tan egoísta como para pedirte que lo dejes todo por mí, pero tampoco soy lo suficientemente altruista y generoso como para quedarme y abandonar lo que quiero. Creo que deberíamos... 

—Para, Draco. —Sentencia Harry, cortando el discurso preensayado de su novio. —No vas a terminar conmigo. Dices que tu camino ya no está aquí en Inglaterra, perfecto. Entonces el mío tampoco. 

 

Draco lo miró, atónito, mientras Harry cruzaba los brazos como si fuera un asunto cerrado.

 

— ¿Cuándo nos iremos? Porque, créeme, no vas a mudarte a Estados Unidos con Jason y dejarme atrás. Te seguiré hasta el otro lado del Atlántico si es necesario. 

Por un momento, Draco permaneció en silencio, procesando las palabras de Harry. Entonces, una carcajada clara y sonora rompiendo el aire tenso. Claro que Draco no quería romper con su novio; de hecho, había planeado proponer una relación a distancia. Nunca había esperado que Harry diera un giro tan dramático. Pero si Harry estaba dispuesto a cruzar el océano por él, ¿quién era Draco para detenerlo?

Ahora que Harry observaba a Draco entre fórmulas y anotaciones, no pudo evitar sentirse orgulloso. Sí, su vida juntos era distinta a todo lo que había imaginado, pero incluso así él no flaqueaba en su decisión.

 

—Parece que ya has llegado. —Habló Draco, apartando su mirada de los libros. —¿Qué tal vas con la teoría para ser maestro de DCAO? 

—Sirius realmente lo hacía ver más sencillo, entre criaturas mágicas, hechizos, defensa y ataque que desconocía. Realmente me estoy preguntando cómo es que he llegado a vivir hasta el día de hoy.

—La pregunta que todo el mundo mágico se hizo después de ver cómo el mago que puso un hechizo tabú en su nombre fue derrotado por el Expelliarmus de un adolescente de 17 años. —Burló, Draco, mientras se acercaba a Harry para darle un corto beso. —Los aurores eran un chiste a tu lado.

—Siempre tan ocurrente, ¿no, cariño? —murmuró Harry, posando sus manos en las caderas de su novio. —¿Cuándo acaban tus parciales?

—Qué buena forma de matar el momento, Potter. —Se alejó Draco con una sonrisa frustrada. —Mañana es el último y soy libre. Lo que me recuerda, amor, que se me había olvidado avisarte que iremos a pasar Navidad y Año Nuevo en Inglaterra con mi familia.

—¿Con tus padres? ¿Los Malfoy? —repitió Harry, aún procesando la noticia.

—Y los Wayne —añadió Draco con la misma obviedad que si estuviera mencionando que el cielo es azul.

 

Harry alzó una ceja, cruzando los brazos.


—Claro, porque no recuerdo una sola Navidad que no hayas pasado con ellos desde que conociste a Jason en Hogwarts —dijo con un toque de desdén.

 

Draco le lanzó una mirada ladeada, como si estuviera recordando una lección básica a un alumno terco.


—En Yule de tercer año la pasé exclusivamente con mis padres, y el año pasado, si mal no recuerdo, estuvimos con los Weasley.

 

Harry suspiró, recordando aquel caos festivo.


—Pensé que podríamos volver a pasar Navidad con ellos este año. Ron me llamó hace poco porque Molly preguntó por ti.

 

Draco soltó una risa breve y algo amarga.


—Potter, sé honesto contigo mismo: la única razón por la que esa señora pregunta por mí es para saber si ya hemos roto. Además, no pienso soportar otra vez el trato que me dan en esa casa. ¿Lavar platos? Está bien, puedo tolerarlo. Pero que critiquen mis regalos, mi ropa y mi cabello... no, gracias. El año pasado fue la primera y última vez que pisé esa casa.

 

Harry intentó suavizar el tono de la conversación, buscando una solución.


—Vamos, Draco, podemos llegar a un acuerdo. Navidad con los Weasley y Año Nuevo con tu familia, o al revés: Navidad con los Malfoy y Año Nuevo con los Weasley.

 

Draco se cruzó de brazos y lo miró con la terquedad de quien ya había decidido.


—No. No voy a ceder en esto. Si alguien va a criticarme, que sean mis padres. Al menos tienen mejor gusto. No voy a someterme al escrutinio de los Weasley otro año. Incluso siento lástima por Fleur, y eso me recuerda: cenaremos con ella y Bill el 7 de diciembre.

 

Harry frunció el ceño, pero antes de que pudiera protestar, Draco agregó con frialdad.


—Ahora, si quieres pasar las fiestas con los Weasley, hazlo. Yo puedo ir con Jason a Inglaterra; iremos con mi familia y la suya. Y, en lo que a mí respecta, podemos reencontrarnos cuando tomemos el traslador de vuelta a Nueva York.

 

El tono final de Draco dejó claro que no estaba dispuesto a debatir más el asunto. Harry se quedó mirándolo, sopesando sus opciones, mientras Draco volvía a sus libros con la tranquilidad impenetrable de alguien que ya había ganado la discusión.

 

—Bien, bien, será con tu familia y los Wayne —cedió Harry con un suspiro pesado. 

 

Por más que la idea de pasar las fiestas con la familia de Draco no lo emocionara, sabía que no tenía mucho margen de negociación. Conocía demasiado bien a su novio, y también estaba seguro de que Draco no dudaría en irse a Inglaterra con Jason si se lo proponía. Y peor aún, Harry no podía quitarse de la cabeza la certeza de que, si los demás Wayne se enteraban de una pelea entre ellos, intentarían convencer a Draco de dejarlo. Esos hermanos solo aparentaban aprobarlo; en realidad, Harry sabía que estaban esperando el momento perfecto para persuadir a Draco de que merecía algo mejor. 

 

Draco, ajeno a las cavilaciones de Harry, le dedicó una pequeña sonrisa mientras recogía algunos de sus libros de la mesa. 

 

—Vamos, no será tan malo. Stella estará ahí; madre seguramente invitará a Sirius como lo hace todos los años. Será divertido, como la Navidad de quinto año. 

 

Harry resopló, recordando perfectamente aquella Navidad. 

 

—Claro, excepto por el pequeño detalle de que yo era el único emocionado esa vez. —Lo miró con una mezcla de resignación y reproche. 

 

Draco hizo una mueca que intentó disimular con elegancia. 

 

—Sí, bueno... muchas cosas pasaron ese año —admitió, encogiéndose de hombros. —Pero no importa. Esta será diferente. Será mejor, te lo prometo. 

 

Harry aún no estaba del todo convencido, pero no pudo evitar la sonrisa que se deslizó en su rostro. Después de todo, con Draco a su lado, incluso soportar las fiestas con los Bat~Brothers respirándole el cuello sería soportable. Claro, eso no significaba que no fuese un reto.

En un centro comercial abarrotado de Gotham, Jason Wayne cruzó los brazos con una expresión de evidente fastidio, observando la interminable fila frente a ellos. 

 

—¿Por qué estamos haciendo fila? —preguntó con tono agrio, lanzando una mala mirada a la gente frente a ellos, y luego a la multitud detrás de ellos. 

 

Roy Harper, acostumbrado a las quejas de Jason, no pudo evitar sonreír mientras fingía interés en su reloj. 

 

—Porque queremos comprar los mejores regalos para Dick y Draco. —Le recordó con paciencia, aunque la sonrisa en sus labios traicionaba su diversión. 

 

Jason bufó, evidentemente frustrado. 

 

—Dick no es tan buen hermano, y Draco definitivamente no merece tanto esfuerzo. —Replicó, cruzando los brazos con fuerza. Sin embargo, no se movió ni un centímetro fuera de la fila. 

 

Roy soltó una carcajada, incapaz de contenerse. Jason podía quejarse todo lo que quisiera, pero sabía que no abandonaría su objetivo de conseguir los regalos perfectos para sus hermanos. Jason Wayne era muchas cosas, pero nunca dejaba de demostrar, a su manera peculiar, cuánto le importaban aquellos que amaba. 

 

Mientras tanto, en la mágica Gran Bretaña, Cassandra Wayne y Fred Weasley discutían, aunque no de manera seria, sobre sus planes navideños. 

 

—No puedes hacerme esto, se supone que me amas. —Protestó Cass, cruzando los brazos con dramatismo. 

 

Fred suspiró, acostumbrado a las excentricidades de su novia. 

 

—Por Godric, Cass, no hagas esa cara. Pasar Navidad con mi familia no es tan malo. —Intentó razonar. 

 

Cass alzó una ceja, claramente incrédula. 

 

—¿Que no? Cariño, el año pasado Draco pasó Navidad ahí, y tu madre fue una perra con él. ¿Lavar platos? Solo Merlín sabe cuánto lo habrá rebajado esa mujer. Incluso se quejó de su cabello, ¡de su cabello! Si tu madre se atrevió a criticar el cabello perfecto de Draco, ¿qué irá a decir del mío? 

 

Fred rodó los ojos, aunque con una sonrisa. 

 

—Oh, vamos. Sé que mi madre puede ser complicada, pero incluso Fleur ha aprendido a manejarla. 

 

Cass se inclinó hacia adelante, apuntándolo con un dedo acusador. 

 

—No nos vayamos por ahí, amor. Fleur solo sobrevive porque puede insultar a tu madre en francés, y nadie le dice nada porque no entienden ni una palabra. Además, quejarse sería xenófobo. 

 

Fred no pudo evitar reírse, aunque rápidamente intentó cambiar de estrategia. 

 

—Bien, si vamos a hablar de familias, la tuya no es exactamente un modelo de normalidad. 

 

Cass lo miró con los ojos entrecerrados. 

 

—¿Disculpa? 

 

Fred levantó una mano, enumerando con los dedos. 

 

—Tu madre es ministra de magia, tu padre básicamente controla el mundo mágico desde las sombras, Dick tiene complejo de hermano mayor con todos ustedes, tu mellizo Jason duerme con un arma debajo de la almohada y su definición de diversión es disparar a cualquier intruso en la mansión, Tim es un sociópata en potencia que funciona a base de café, Damian es un psicópata con delirios de dominación mundial y una afición por podar el Bosque Prohibido, y no olvidemos a Draco, que puede literalmente matar a alguien con una sola poción. Literalmente, tu familia está llena de homicidas en potencia. —Fred se cruzó de brazos, satisfecho con su exposición. 

 

Cass lo miró fijamente por un momento, con los brazos cruzados, antes de que una carcajada burbujeante escapara de sus labios. 

 

—Tienes razón, pero al menos nosotros no criticamos los regalos de los demás. —Le respondió con un brillo desafiante en los ojos. 

 

Fred suspiró, sabiendo que aún no había ganado la discusión. 

 

—Prometiste que si te ganaba en esa competencia de atletismo pasaríamos Navidad y Año Nuevo con mi familia. Además, el año pasado las pasamos con la tuya. —Le recordó, tratando de mantener un tono razonable. 

—¿Y nos divertimos muchísimo, no? —respondió con una sonrisa que claramente insinuaba que no iba a ceder tan fácilmente. 

 

Fred exhaló profundamente, rascándose la nuca en un gesto de cansancio. 

 

—Sí, claro, adoro a tu familia. Dick es uno de mis mejores amigos, pero eso no quita que también quiera pasar tiempo con mi propia familia. Por favor, Cass... —comenzó, tomando suavemente sus manos entre las suyas—, te prometo que tendrás la cama más cómoda. No lavarás ni cocinarás, y me encargaré de detener cualquier comentario malintencionado de mi madre antes de que siquiera llegue a tus oídos. Incluso dejaré que te quejes en otro idioma que ellos no entiendan. 

 

Cass lo observó en silencio, sus labios luchando por no curvarse en una sonrisa. 

 

—¿Cualquier idioma? 

—El que quieras. —Aseguró Fred, alzando las manos como si estuviera haciendo un juramento solemne. Cass soltó una risa ligera, rodando los ojos.

—Está bien, pero si tu madre intenta que lave platos como a Draco, juro que Fleur y yo nos aliamos para organizar un motín. 

 

Fred sonrió ampliamente, aliviado de haber ganado al menos esta vez. 

 

—Hecho. Y te prometo que mi madre no volverá a intentar eso jamás. 

 

Cass lo miró un momento más antes de ir a sus brazos. 

 

—Por ahora te salvas, Weasley. Pero te advierto que las próximas fiestas serán con mi familia, y no acepto excusas.

 

Fred rió, envolviéndola con un abrazo cálido. 

 

—Hecho, princesa homicida. 

 

Draco por fin había terminado sus parciales finales y, como era de esperarse, había mantenido su lugar como el mejor de su curso. Mientras recogía algunos químicos del laboratorio para llevarlos a su apartamento, su mente ya estaba enfocada en los planes que había organizado para las vacaciones. Los frascos se apilaban cuidadosamente: algunos de plástico, otros de vidrio y otros de materiales más especializados, diseñados para contener sustancias corrosivas. 

Todo debía estar perfectamente ordenado antes de su partida. Había reservado un traslador con semanas de antelación para el 5 de diciembre por la noche, asegurándose de que todo estuviera planificado hasta el último detalle. Sin embargo, la vida, como siempre desde que conocía a Jason y Harry, parecía decidida a conspirar contra sus planes. 

Y ahí estaba: Draco Malfoy, con el ceño fruncido y el semblante de un dragón a punto de escupir fuego, malhumorado como pocas veces, discutiendo acaloradamente con el jefe del departamento de Turismo y Trasladores del Ministerio de Magia estadounidense. 

 

—Me importa una mierda si el ministro de magia estadounidense está a punto de morirse; hay trasladores de emergencia para eso. Yo pagué por este, y no voy a esperar una semana por otro. Tengo planes en Londres Mágico. —Draco espetó, su tono gélido y cortante, mientras encaraba al jefe del departamento de turismo y trasladores del Ministerio estadounidense. 

 

El hombre al otro lado del escritorio parecía incómodo, pero mantenía su compostura profesional, repitiendo las mismas excusas inútiles.

Draco soltó un suspiro de frustración al darse cuenta de que ni siquiera su dinero o su apellido podían adelantar un traslador ni conjurar uno nuevo de la nada. La opción de aparecerse cruzó fugazmente por su mente, pero fue descartada al instante: la aparición internacional estaba prohibida, y los hechizos de contención entre continentes lo hacían prácticamente imposible sin autorización ministerial. 

 

—Qué pérdida de tiempo —murmuró el rubio entre dientes mientras abandonaba el despacho con pasos firmes.

 

Se detuvo frente a una ventana que daba al skyline mágico de Nueva York, tomando un respiro para calmarse. Si algo había aprendido de vivir entre estadounidenses y rodearse de personas tan impredecibles como Jason y Harry, era que siempre existía un plan B... aunque detestara tener que recurrir a él. 

 

—Muy bien, Draco —se dijo a sí mismo, enderezando la espalda y ajustando su abrigo con elegancia. —Si no se puede viajar en traslador, ya habrá otra solución. Pero esto no quedará así. 

 

Con una última mirada desafiante a la oficina del departamento, se marchó decidido a idear un nuevo plan... Y posiblemente a escribir una carta para cobrar un favor al ministro de magia. Una lástima que por un error pierdas tu trabajo en Navidad.

Harry tenía un talento innato para los planes de respaldo; prácticamente era su especialidad. Desde que tenía memoria, nada en su vida había salido como él esperaba: desde cómo había vivido con sus tíos hasta cada uno de los incidentes que marcaron su tiempo en Hogwarts. Por eso, cuando Draco apareció frente a él, ofuscado por el caos del traslador cancelado, Harry no se inmutó. De hecho, ya tenía un plan B en mente desde el principio. 

 

—¿Viajar en avión? —repitió Draco, mirando a Harry como si le acabara de sugerir que cruzaran el Atlántico a nado. —¿Alguna vez te has subido a uno? 

—No, pero siempre hay una primera vez para todo. —respondió Harry con una sonrisa despreocupada que irritó ligeramente a Draco. 

 

El rubio se cruzó de brazos, reflexionando. 

 

—Bueno, supongo que podría pedirle prestado el jet a Jay. —comentó, con un tono más pensativo que entusiasta. —No creo que se niegue, pero organizar un vuelo intercontinental de último minuto no será precisamente sencillo. Tendríamos que coordinar la autorización de una línea de vuelo directa a Londres, y eso sin contar los permisos mágicos necesarios para que no detecten nuestras varitas en los controles. 

 

A pesar de su reticencia inicial, Draco empezó a considerar la logística. Sin embargo, había algo más que lo hacía dudar. 

 

—Es un viaje muy largo —añadió, con el ceño ligeramente fruncido. 

 

Harry lo observó con curiosidad, esperando una objeción más concreta. Draco, por su parte, empezó a calcular mentalmente: un vuelo directo de Nueva York a Londres tomaba entre siete y nueve horas. Eso, claro, suponiendo que no hicieran escalas, y Draco Malfoy no era alguien que disfrutara de largas horas en un espacio cerrado. Solo imaginarlo lo hacía estremecerse. 

 

—De pensarlo, casi prefiero quedarme aquí, poner un árbol mediocre y una estrella torcida, y ahogarme en whisky de fuego durante las fiestas. —soltó con un tono seco, aunque su mirada tenía un destello de dramatismo que Harry encontró extrañamente encantador. 

—Por favor, Malfoy —replicó Harry, intentando contener una sonrisa. —¿Tú, con un árbol mediocre? Ni en un millón de años. 

 

Draco lo miró, evaluando si debía molestarse por el comentario, pero al final solo suspiró, resignado. 

 

—Está bien. Si vas a insistir, al menos asegúrate de que ese avión no sea un desastre. Me desentiendo de cualquier responsabilidad.

 

Harry no pudo evitar sonreír con satisfacción. El plan B podía no ser perfecto, pero con Draco a bordo, las cosas siempre resultaban mucho más interesantes.   Sin embargo, Harry era plenamente consciente de que su novio no soportaría un viaje en clase turista. Draco Malfoy tenía estándares, y esos estándares estaban firmemente anclados a un estilo de vida que Harry aún encontraba, en ocasiones, exagerado. Aunque Harry nunca había volado en un avión, sabía que someter al rubio a la clase turista sería un suicidio social. A diferencia suya, Draco había experimentado el vuelo al estilo muggle, pero no de la manera convencional: cada vez que se había subido a un avión, había sido en el jet privado de los Wayne. Así que, técnicamente, Draco nunca había pisado un avión comercial en su vida, y Harry no estaba tan loco como para hacerlo empezar por clase turista ahora.  

Decidido a evitar un motín en pleno viaje, Harry optó por lo mejor que podía ofrecer la mejor aerolínea del país: los mejores asientos de primera clase en el vuelo más próximo a Londres. El rubio, por supuesto, se lo había recordado varias veces. Tenían una cena el 7 de diciembre en la noche con Fleur y Bill en un restaurante francés exclusivo, y Draco, con su perfeccionismo habitual, se negó a tolerar ningún tipo de retraso.  

La mañana del 6 de diciembre, Harry enfrentó uno de los mayores desafíos del viaje: sacar a Draco de la cama. A las 4 de la madrugada, en un mundo ideal, el rubio habría estado dormido profundamente, disfrutando de su aislamiento autoimpuesto del mundo mágico. Desde la caída de la Liga de las Sombras y el arresto de Slade Wilson, Draco había decidido refugiarse en el anonimato del mundo muggle, donde nadie le exigía levantarse temprano. Pero Harry no estaba dispuesto a ceder.  

 

—Draco, arriba. Tenemos que salir en menos de una hora. —Harry empujó ligeramente el hombro del rubio.  

 

Lo que recibió a cambio fue un aturdidor sin varita.  

 

—¿Te volviste loco? —se quejó Harry desde el suelo, con un dolor persistente en el costado.  

 

Draco ni siquiera pestañeó. Con una lentitud casi dramática, se levantó de la cama y se dirigió al baño, murmurando algo que sonaba peligrosamente parecido a una maldición hacia su novio.  

 

—Por favor, recuérdame por qué te amo. —Harry suspiró, todavía en el suelo, mientras observaba cómo Draco desaparecía por la puerta del baño, completamente ajeno a su sufrimiento.  

—Porque nadie más te soportaría —respondió Draco con voz neutral desde el interior del baño, y aunque sonaba como una queja, Harry notó el leve matiz de humor en sus palabras.  

 

Y así comenzó su día, exactamente como Harry había predicho: caótico, agotador y, como siempre, dramático.

El privilegio de viajar en primera clase hizo el proceso algo menos tedioso. Con prioridad en el embarque y la ausencia de filas, no hubo obstáculos que Draco pudiera usar como excusa para prolongar su mal humor. La verdadera ventaja, sin embargo, eran las cabinas, que podían transformarse en cómodas camas. A las 5 de la mañana, medio dormido y absolutamente derrotado por el cansancio, Draco se dejó caer en su asiento, murmurando algo incoherente mientras se acomodaba. En cuestión de minutos, estaba profundamente dormido, refugiado en el lujo que tanto apreciaba, dejando a Harry lidiar con los trámites y cualquier inconveniente. Después de todo, para eso tenía novio .

Cuando el avión despegó, Harry se inclinó para asegurarse de que el cinturón de Draco estuviera bien ajustado. Luego, con una sonrisa tierna, dejó que su mano vagara por los cabellos rubios de su novio, acariciándolos con delicadeza mientras lo observaba dormir. Por momentos, se preguntaba cómo alguien tan orgulloso y temperamental podía parecer tan vulnerable y tranquilo cuando dormía.

El vuelo era largo, pero Harry no tenía prisa. Había algo reconfortante en la calma de esos momentos compartidos, incluso si Draco aún dormía. Pero después de dos horas, el rubio comenzó a desperezarse lentamente, su cabello despeinado y su expresión adormilada revelando que aún no estaba del todo consciente.

Harry dejó escapar una leve risa al ver cómo Draco se estiraba con pereza, parpadeando contra la tenue iluminación de la cabina. Había algo encantador en esa vulnerabilidad matutina que rara vez mostraba.

 

—Parece que ya despertaste, dormilón. —comentó Harry, besando la cien de Draco antes de ayudarlo a ajustar el asiento, para que estuviera más cómodo. —¿Cómo te sientes? 

—Bien, supongo. —respondió Draco, frotándose los ojos. —¿Cuánto tiempo he dormido? 

—Unas dos horas, tal vez un poco más. Esta mañana estabas de un humor terrible. —Se burló Harry tomando la mano de Draco y besándola.

—Madrugada, querrás decir. —corrigió Draco, con molestia fingida para luego desviar su mirada sonrojada. —¿Dónde está mi comunicador? 

 

Harry rodó los ojos, adivinando de inmediato a qué se refería.

 

—¿Te refieres al espejo malgastado por el que te comunicas con el “segundo Wayne”? —preguntó Harry con un toque de sarcasmo, disfrutando de la oportunidad de molestar a Draco. 

—Tonto, sí. Recuerda que es él quien va a recogernos en el aeropuerto. Y ya deja de llamarlo “segundo Wayne”; sabes que eso le fastidia. 

 

Harry soltó un suspiro, pero su expresión mostraba una mezcla de diversión, resignación y molestia.

 

—A petición tuya. Por mí, nos apareceríamos en… 

—En ningún lado, porque es ilegal aparecerse en el mundo muggle inglés. —interrumpió Draco con burla, explicando lo obvio. —Porque para tu desdicha, tanto la ministra de magia como la jefa de aurores conocen nuestras firmas mágicas mejor que nadie. 

 

Harry se reclinó en su asiento, fingiendo un gesto dramático de derrota.

 

—Siempre tan pragmático, Malfoy. ¿Es mucho pedir un poco de aventura? 

—No necesito aventuras, Potter. Necesito llegar a Londres, abrazar a mi hermana, almorzar con mis padres y cenar con Fleur y Bill, y, con suerte, no lidiar contigo queriendo saltarte las leyes mágicas del país. 

 

La conversación terminó con una sonrisa burlona de Harry y un suspiro exasperado de Draco, quien rápidamente se enfocó en revisar su comunicador mágico, ignorando a su novio con maestría. 

Llegar a Londres marcó el inicio de un nuevo dolor de cabeza para Harry. No era ningún secreto que Jason y Harry no se soportaban; Hogwarts fue testigo de su animosidad mutua, que era casi un hecho universal. Para Jason, Harry era poco más que un parásito que drenaba la energía de Draco, su mejor amigo. Para Harry, Jason era la alimaña entrometida que siempre encontraba la manera de robarle los momentos con su novio.

La tensión no tardó en escalar cuando, apenas divisó a Jason en el aeropuerto, Draco soltó la mano de Harry sin pensarlo dos veces y se lanzó a abrazar al Wayne como si no lo hubiera visto en años. Para cualquiera que los observase, era un reencuentro emotivo, digno de dos amigos separados por un océano. Pero Harry sabía la verdad: hacía menos de una semana que Jason y Draco habían terminado su más reciente "aventura", una noche de copas que lo había obligado a soportar a Jason y a Roy en un bar. Supuestamente, la ocasión había sido para celebrar que ambos habían terminado sus exámenes finales, pero para Harry había sido poco menos que una tortura.

Mientras Jason rodeaba con facilidad el cuerpo de Draco en un abrazo lleno de camaradería, Harry se quedó atrás, observando con una mezcla de frustración y resignación. No era solo el abrazo; era la forma en que Jason siempre lograba captar toda la atención de Draco, como si él, Harry Potter, el Niño que Vivió y venció, no estuviera siquiera ahí. 

 

—Dramático como siempre. —Burló Harry con algo de irritación.

 

Jason, por supuesto, lo notó. Con su habitual descaro, levantó la barbilla hacia Harry y soltó un comentario casual, pero cargado de burla.  

 

—¿Qué, Potter? ¿Celoso?  

 

Harry sonrió con una mezcla de resignación y desafío, cruzándose de brazos mientras miraba al rubio.  

 

—¿Por qué habría de estarlo? Tú tienes cinco minutos de gloria; yo tengo todo el vuelo de regreso.  

 

Jason bufó con evidente exasperación, pero Draco, divertido y con la paciencia de alguien acostumbrado al tira y afloja, los miró como si fueran dos niños pequeños peleando por un juguete.  

 

—¿Pueden no empezar? Apenas llegamos. —exclamó Draco, conteniendo la risa ante aquella discusión entre su amigo y su novio.

 

Harry forzó una sonrisa, aunque el apretón en su mandíbula lo delataba. Para él, la "guerra" había comenzado desde el momento en que el avión tocó suelo londinense. Compartir a Draco con Jason siempre era una batalla en la que, inevitablemente, terminaba sintiéndose en desventaja.  Aun así, se sintió bien al ver cómo Draco volvía a su lado para tomar su mano y besarlo.

El grupo se dirigió al exclusivo sótano VIP del aeropuerto, donde el reluciente Audi azul rey de Dick esperaba aparcado. La vista del coche arrancó una sonrisa emocionada de Draco, especialmente al notar que no había nadie al volante. Eso solo podía significar una cosa: Jason planeaba dejarle conducir el preciado vehículo de su hermano mayor.  

Confirmando sus sospechas, Jason le lanzó las llaves con una sonrisa cómplice y se acomodó tranquilamente en el asiento del copiloto.  

 

—Jay, acabas de escalar posiciones en mi lista de personas favoritas. Stella debería empezar a preocuparse; podrías quitarle su puesto. —Draco encendió el auto, aunque esperó a que Harry se subiera en la parte trasera antes de arrancar.  

 

Harry frunció el ceño desde su asiento, haciendo cálculos rápidos en su mente y llegando a una conclusión desagradable: él estaba después de Stella en esa lista.  

 

—Oye, eso no es justo. —Se quejó con un tono de indignación mal disimulado.  

 

Draco se giró ligeramente, arqueando una ceja con aire de reproche.  

 

—Me levantaste a las 4 de la mañana, Harry. Creo que eso justifica muchas cosas.  —Bromeó Draco.

—Sufre en silencio, Potter. —Antes de que Harry pudiera defenderse, Jason intervino con su característico sarcasmo.

—Jason. —regaño Draco con una voz y mirada severa, la cual no pasó desapercibida para Jason. 

 

Una cosa era que Draco se burlara de su novio y otra muy diferente que Jason lo hiciera.  

 

—Aburrido.  

 

Draco, ignorando a ambos, pisó el acelerador a fondo en cuanto salieron del aeropuerto. La velocidad con la que conducía dejaba claro que no se preocupaba demasiado por los límites establecidos, aunque su destreza al volante era innegable. Harry, sin embargo, se preguntaba cómo era posible que la licencia de Draco en Inglaterra no hubiera sido revocada después de lo que había pasado en Estados Unidos.  

El ritmo frenético del viaje cambió abruptamente cuando entraron a Wiltshire, donde las carreteras privadas los guiaban hacia la imponente mansión Malfoy. Draco bajó la velocidad con un suspiro resignado, consciente de que su madre se infartaría si lo veía conduciendo como un temerario en su propio terreno.  

Una vez estuvieron dentro de los terrenos de los Malfoy; los tres se aparecieron directamente frente a la mansión. Toda la familia Malfoy ya estaba esperándolos, pero la primera en romper el protocolo fue Australis Stella, quien corrió hacia Draco con los brazos abiertos.  

 

—¡Dragón! —gritó la niña de seis años, su carita iluminada de emoción mientras su hermano mayor la levantaba en brazos para abrazarla y besarle la frente.  

—Mi pequeña Estrella, te he extrañado tanto. —Draco sonrió con ternura, irradiando un amor que pocas veces mostraba con tanta claridad. —¿Me extrañaste?  

—Sí, mucho. Ya no te vayas más. Papi dijo que te daría lo que quisieras si te quedas en la mansión.  

 

La inocente declaración de Stella hizo que Draco levantara la mirada hacia sus padres. Aunque su madre se acercó para saludarlo con un beso en la mejilla y cargar a la niña, su padre recibió una mirada de reproche que no necesitaba palabras para ser entendida.  

Draco soltó un largo suspiro, consciente de que enfrentarse a Lucius por intentar manipularlo a través de Stella sería inútil. Simplemente rodó los ojos y dejó el tema pasar, mientras Narcissa, con su impecable gracia, tomaba a Stella en brazos para llevarla a saludar a Harry.  

Lucius, por su parte, se acercó a Draco y lo abrazó con una calidez inesperada que descolocó brevemente a Harry. Sin embargo, rápidamente recordó que no debería sorprenderse; después de todo, sabía bien que Draco era el niño consentido de su padre. Incluso con 20 años, Lucius seguía tratándolo como si tuviera la misma edad que Stella.  

 

—También te extrañé, padre. —respondió Draco, devolviendo el gesto con naturalidad.  

—Harry, es bueno verte aquí otra vez; extrañamos la presencia de ambos en las fiestas pasadas. —Comentó Narcissa con una sonrisa cálida y cortesía impecable. —Espero que los señores Weasley no se sientan mal con tu ausencia este año. Australis, querida, saluda a Harry, no seas grosera.  

—Bienvenido, Potter. —dijo la niña, con una expresión de disgusto que no pasó desapercibida.  

 

Harry no pudo evitar sonreír ante la reacción de Australis, enternecido por el gesto que le recordaba a cómo era Draco en sus días más irritables. Sin embargo, dejó escapar un suspiro, plenamente consciente de que no contaba con la simpatía de la pequeña.  

Mientras tanto, Lucius no mostró el menor interés en Harry. Ni siquiera le dirigió la mirada, como siempre hacía. Para Lucius Malfoy, Harry Potter no era más que el molesto "niño que vivió", para arrebatarle a su hijo del seno de su familia. La indiferencia cortante de Lucius no sorprendió a Harry.

Para la tranquilidad mental de Harry, Jason no pudo quedarse mucho más tiempo en la mansión Malfoy, ya que debía regresar con su propia familia. La noticia fue un alivio para Harry, quien no pudo evitar sonreír al ver cómo la presencia de Jason comenzaba a desvanecerse de su día. La tarde fue amena; Draco y Harry almorzaron en la mansión, disfrutando de una comida tranquila, pero tan pronto como terminaron, Lucius comenzó con su habitual discurso sobre la necesidad de dormir en habitaciones separadas. Como era de esperar, ninguno de los dos le prestó demasiada atención. Narcissa, con una sonrisa tranquila, los guió hasta la antigua habitación de Draco, que estaba tal como la recordaba, salvo por unos cuantos juguetes que Stella había "tomado prestados" sin el permiso de su hermano.

Stella, ansiosa por la presencia de Draco, insistió en que jugara con ella. Aunque Draco pensó en ceder, Narcissa intervino rápidamente, asegurándose de que descansaran después de su largo viaje y, con una expresión de satisfacción, cerró la puerta detrás de ellos, a pesar de que, desde algún rincón de la mansión, se alcanzó a escuchar un grito lejano:

 

—¡Nada de puertas cerradas en la mansión!

 

Harry observaba la escena con una ligera sonrisa. Si alguna vez tuviera que describir cómo era la familia Malfoy a puertas cerradas en una entrevista, sin duda lo tomarían por loco y lo mandarían a San Mungo. Sin embargo, sabía que el caos que dominaba esa familia burocrática, aunque peculiar, era tan dramático y desconcertante como cualquier otra cosa en su vida. Era un torbellino de normas no dichas, intrincadas y a veces absurdas, pero que, por alguna razón, lo hacían sentir como en casa.

Los días en Londres se sucedían en una mezcla constante de surrealismo y emociones encontradas. El 7 de diciembre, por ejemplo, Harry y Draco cenaron con Bill y Fleur. Como Draco había planeado, la velada fue perfecta, salvo por los breves intercambios en francés entre él y Fleur, que siempre tomaban un giro hacia la crítica sutil de la señora Weasley. Tanto Harry como Bill se dieron cuenta de las pequeñas pullas, pero ninguno de los dos comentó al respecto, pues ya sabían que meter la cuchara solo alimentaría el drama innecesario. A pesar de todo, las cosas para Harry iban en un constante vaivén. A veces, se sentía como la persona más feliz del mundo cuando hablaba con su padrino Sirius junto con su suegra Narcissa, y otras veces, sentía el impulso de cometer un crimen de odio cuando veía a Jason robarse a Draco para ir a la tienda de bromas de los gemelos Weasley.

 

—¿Estás seguro de que pasarás Navidad con los Malfoy y los Wayne? —preguntó Ron, con una mueca de disgusto, observando cómo su amigo suspiraba y sorbía de su cerveza de mantequilla. —¿No temes que alguno de ellos te envenene la comida?

—No puedo simplemente escaparme a medianoche e ir a la Madriguera —respondió Harry con una sonrisa burlona, tratando de restarle importancia.

 

No es que Harry no disfrutara de la compañía de la familia de su pareja. De hecho, fuera de los comentarios pasivo-agresivos de Lucius sobre cómo había “robado” a su “niño” y la constante competencia por la atención de Draco debido a los constantes robos de tiempo por parte de Jason, no lo pasaba mal. Se llevaba bien con Narcissa, Bruce, Selina, incluso con Dick y su pareja, pero lo que realmente lo frustraba era tener que competir por la atención de Draco. Cuando este estaba con su familia, Harry siempre quedaba en segundo plano, algo que entendía, pero que no podía evitar desear que no fuera así. Su lado egoísta anhelaba que Draco no apartara nunca los ojos de él.

 

—Además, no llevaré a Draco allí sabiendo cómo lo trataron el año pasado —dijo Harry, con la voz teñida de resentimiento. Aquella era otra razón por la cual no insistió tanto en ir con los Weasley para las fiestas.

 

Porque una cosa era intentar que Draco se calmara con su resentimiento hacia la familia que le abrió las puertas cuando era niño, y otra muy diferente era hacer caso omiso a las groserías que esa misma familia le había dirigido a su novio. Harry había peleado el año anterior con Molly, Ginny y Ron por cómo criticaron los regalos que él había dado, sin mencionar el trato despectivo que Draco había recibido.

 

—Oh, vamos, hermano, ¿todavía sigue molesto por eso? Dile que deje de hacer drama. Yo lavo platos por Hermione todo el tiempo, y nunca me quejo —dijo Ron, tratando de restarle importancia.

—¿Cómo te sentirías si Molly le pidiera a Hermione que lavara los platos en Año Nuevo? —replicó Harry, con un tono que dejaba claro su exasperación y malestar. —Ni siquiera yo, que soy su novio y que vivo con él, le pido que lave platos. Era su primera Navidad con ustedes, y no solo lo trataron con desdén, sino que además le pidieron que lavara. ¿No lo entiendes?

 

Ron se quedó en silencio, como si las palabras de Harry lo hubieran dejado sin defensa. Imaginó lo que sentiría si a Hermione le hicieran algo similar, y sin poder evitarlo, entendió el enojo de su amigo. A pesar de que Draco fuera un Malfoy, Harry tenía todo el derecho de estar indignado y enojado en nombre de su novio.

La vida, para muchos, era como una piedra en el zapato, una molestia constante pero soportable. Para Draco Malfoy, en cambio, se asemejaba más a una lanza clavada en el costado, siempre presente y causando un dolor agudo e inevitable en los momentos menos oportunos.

 

—¡¿Cómo que Tim y Dami no estarán aquí en Yule?! —exclamó Draco, indignado y con un dramatismo que hubiera hecho sonrojar a cualquier actor de teatro. Su pecho parecía dolerle físicamente ante la noticia. —¿Cómo es que los han castigado? ¿McGonagall se ha vuelto loca? ¡Es Navidad! No puede dejarlos en Hogwarts. ¿Cómo es siquiera posible que castiguen a Tim, considerando que ni siquiera es estudiante? ¡Está reemplazando al profesor de Encantamientos, por Merlín!

 

Nadie en la habitación compartía la furia desmedida de Draco en ese momento, pero tampoco podían ignorarla. Draco estaba tan indignado que parecía a punto de aparecerse directamente en Hogwarts para exigir explicaciones a McGonagall en la dirección.

 

—Bueno… —comenzó Dick con voz cansada; era él quien usualmente era el primero en defender a sus hermanos, estaba claramente cansado y en su tono se notaba. —Tim está reemplazando al profesor, sí, pero también se le encargó cuidar a los estudiantes más jóvenes que se quedan en el castillo. Y Damian... bueno, quemó la torre de Astronomía con un accidente que involucró Fuego Maldito. Si eso no merece un castigo, no sé qué lo hará.

 

Draco, que había estado listo para continuar su alegato, se quedó momentáneamente sin palabras. Después de unos segundos de silencio atónito, frunció el ceño y masculló con evidente frustración:

—¿La Torre de Astronomía? Por Morgana… ese idiota. No le vuelvo a enseñar más hechizos prohibidos. —Draco suspiró profundamente, dejando a un lado su indignación inicial. —Aunque, siendo honestos, si Damian logró hacerlo, seguramente Tim lo ayudó. No es fácil burlar las protecciones del castillo desde la guerra.

 

Esa noche, Harry abrazó y mimó a Draco para consolarlo, quien estaba visiblemente afectado por la ausencia de los dos chicos que consideraba como hermanos menores; el rubio había estado muy ilusionado con la idea de verlos. No obstante, incluso en su tristeza, Draco no podía negar que Damian se había ganado su castigo, y que seguramente Tim lo había ayudado a burlar las protecciones del castillo.

Mientras tanto, la Navidad se aproximaba rápidamente, y el caos parecía seguir a Draco donde fuera. Con cada día que pasaba, la presión aumentaba. Dick y Wally estaban ayudando a Sirius a decorar Grimmauld Place, donde Sirius ofrecería la fiesta de Navidad ese año; la pareja creaba un ambiente festivo que debería haber sido relajante, en especial porque Draco y Harry iban a ayudar. Sin embargo, Draco estaba al borde de un ataque de nervios cuando descubrió que tanto Harry como él, en un acto de descuido monumental, habían “olvidado” el regalo de Jason en su apartamento en Estados Unidos. Era 23 de diciembre, y entre las restricciones legales de trasladores internacionales y la imposibilidad de aparecerse por la distancia, no había forma de recuperarlo a tiempo.

 

—¡Joder, Potter! ¿Cómo pudimos ser tan descuidados? —espetó Draco, arrastrando a Harry fuera de Grimmauld Place como un vendaval incontrolable. —¡Tendremos que hacer compras de último momento! Y si no encontramos algo decente, no te lo perdonaré.

 

El resto del día fue un torbellino de tiendas, multitudes y quejas constantes por parte de Draco, que arrastró a Harry por cada rincón del callejón Diagon y más allá, decidido a no aceptar menos que la perfección. Finalmente, después de horas de búsqueda, encontraron un regalo que Draco consideró digno. Exhausto pero satisfecho, Draco suspiró aliviado una vez que estuvieron a solas en su cuarto en la mansión.

El resto del día fue un torbellino de tiendas abarrotadas, multitudes exasperantes y las inevitables quejas de Draco, quien, decidido a no aceptar menos que la perfección, arrastró a Harry por cada rincón del Callejón Diagon y más allá. Finalmente, tras horas de búsqueda agotadora, dieron con un regalo que Draco consideró digno. Exhausto pero satisfecho, el rubio suspiró aliviado al cerrar la puerta de su cuarto en la mansión. El peso del día comenzaba a disiparse, aunque cierto malestar persistía. 

Harry, por su parte, lo observaba con una mezcla de culpa y nerviosismo. Sabía que Draco había estado, cuanto mucho, frustrado con él. Durante toda la jornada apenas le había dirigido la palabra, concentrado únicamente en resolver el desastre del regalo. Ahora, en la intimidad del cuarto, Harry se acercó con cautela. Lo abrazó por la espalda y dejó caer la cabeza en el hombro de su pareja. 

 

—¿Sigues molesto conmigo? —murmuró Harry, su voz apenas temblorosa, un esfuerzo por parecer más vulnerable de lo que realmente estaba. 

 

Draco suspiró, suavizando su postura al sentir la calidez del moreno contra él. 

 

—No estoy molesto contigo, Harry. Solo estaba estresado; no fue solo tu culpa por dejar el regalo. Yo tampoco lo recordé, y no tengo raciocinio a las cuatro de la madrugada. —Su voz era más tranquila, casi resignada, mientras afloraba una pequeña sonrisa al notar lo apenado que parecía su novio. —Debí organizar las cosas mejor. 

—Estabas cerrando tus exámenes y dejando todo listo en el laboratorio. Era mi trabajo encargarme del viaje. —respondió Harry, su tono teñido de culpa, aunque sus ojos delataron un brillo travieso cuando agregó—. Aunque, bueno... quizá dejé el regalo de Jason a propósito. 

 

Draco arqueó una ceja, girando levemente para mirarlo con incredulidad. 

 

—¿Lo hiciste a propósito? —preguntó, su tono bordeando la indignación, aunque no podía ocultar cierta diversión. 

 

Harry evitó responder directamente, inclinándose para dejar un suave beso en el cuello de Draco. 

 

—Solo digo que no me importa tanto si es algo relacionado con Jason. —admitió con un dejo de desdén. 

 

Draco soltó una risita, relajándose aún más. Harry siempre tenía esa leve animosidad hacia Jason, y Draco ya estaba acostumbrado.

 

—Igual, no puedo esperar que lo hagas todo por mí. —Draco reflexionó en voz alta, con un tono más relajado mientras giraba la cabeza para mirarlo. —Aunque… en realidad, me tienes muy mal acostumbrado. Haces todo por mí.

—Tienes tus prioridades; yo no estoy tan ocupado como tú con la universidad y tú siempre eres mi prioridad. —respondió Harry con una sonrisa antes de besar de nuevo su cuello, esta vez más atrevido. —Además, adoro que seas un tirano. Es sexy. 

 

Draco rodó los ojos, aunque no pudo evitar sonreír. 

 

—¿Ah, sí? Bueno, te recuerdo que aquí viven mis padres. —Su tono era de advertencia, pero sus palabras llevaban un desafío implícito. Al girarse para quedar frente a Harry, alzó una ceja con confianza. —Pueden escuchar. 

 

Lo que Draco no esperaba era que Harry aceptara ese desafío. En lugar de apartarse, el moreno afianzó su agarre en la cintura del rubio, inclinándose para dejar una marca en su pálido cuello. El gemido de sorpresa de Draco lo hizo retroceder un paso, llevándose la mano a la marca mientras miraba atónito a su pareja. 

 

—¿Estás loco? —susurró, alarmado pero con las mejillas encendidas. 

 

Harry, por su parte, esbozó una sonrisa inocente que no convencía a nadie. Se acercó de nuevo, sin intención alguna de dejar que Draco escapara. 

 

—Eso puedo arreglarlo con un hechizo. —Le susurró al oído antes de conjurar un Muffliato sin varita. Luego, con voz firme, añadió. —No planeo dejarte ir esta noche.

 

Draco sintió un escalofrío recorrerle la espalda al escuchar la firmeza en la voz de Harry. Había caído en la trampa, y lo sabía. Pero mientras los ojos verdes de su novio se clavaban en él con una intensidad cautivadora, Draco entendió que no tenía ningún problema en caer una y otra vez. 

La mañana del 24 de diciembre, como era de esperarse, comenzó con un ajetreo que solo una festividad en familia podía traer. Harry despertó al sentir un suave movimiento en el aire, y pronto un elfo doméstico apareció, informándoles que debían estar listos al mediodía para salir hacia la residencia Black. Sin más, la criatura desapareció, dejando a Harry mirando al techo mientras procesaba el mensaje. 

Giró la cabeza hacia Draco, que parecía que aún dormía plácidamente, con mechones rubios desordenados extendidos sobre la almohada. Después de la noche anterior, Harry sabía que aspirar a que su novio madrugara era pedir un milagro. Además, no tenía intención de despertar al dragón y arriesgarse a recibir un aturdidor antes de Navidad. En cambio, se permitió disfrutar del momento, jugando suavemente con un mechón dorado entre sus dedos. 

 

—Piensas demasiado. —La voz pesada de Draco rompió el silencio, amortiguada por las sábanas que aún lo cubrían. 

 

Harry sonrió al escucharlo. 

 

—Para mi desdicha, nunca he sido capaz de levantarme después de las ocho en esta mansión. Es como si mi cuerpo tuviera una alarma propia. —Draco añadió con un tono quejumbroso pero adormilado. 

—Tu cuerpo está acostumbrado. —respondió Harry, inclinándose para besar la coronilla de su novio—. ¿Cómo amaneces, amor? 

 

Draco emitió un sonido entre un gruñido y una risa ligera. 

 

—Cansado, gracias a alguien. —respondió con burla, sus labios curvándose en una sonrisa perezosa mientras mantenía los ojos cerrados. 

 

Harry no pudo evitar reír suavemente. 

 

—No recuerdo que te quejaras mucho anoche. —replicó con descaro, dejando un beso en el hombro expuesto de Draco. 

—Descarado. —Draco abrió un ojo, su rostro ruborizándose antes de lanzar una rápida patada que envió a Harry al suelo con un ruido sordo. 

 

Harry se incorporó entre risas, frotándose el costado. 

 

—Ve a lavarte, Potter. —murmuró Draco, acomodándose mejor entre las sábanas—. Yo veré si puedo dormir unos minutos más. 

—Claro, alteza. —contestó Harry con tono burlón mientras se ponía de pie, sacudiéndose la escasa ropa que traía puesta. 

 

Mientras se dirigía al baño, Harry no pudo evitar mirar a Draco una vez más. Incluso en sus momentos más gruñones, había algo hipnótico en él: la despreocupación elegante de su postura, la forma en que sus mechones dorados se desparramaban sobre las almohadas... Draco Malfoy era sencillamente irresistible.  

Al llegar a la mansión Black, el encanto de Draco no fue suficiente para mitigar la sensación de agobio que se apoderó de Harry. El lugar estaba abarrotado, y apenas cruzó el umbral, sintió el impulso de dar media vuelta. Sin embargo, Sirius y Narcissa no tardaron en interceptarlo, arruinando cualquier intento de huida. Mientras tanto, Draco, siempre un paso por delante, ya había localizado el carrito de alcohol más cercano y se servía la copa con el contenido más fuerte disponible.  

La agenda del día era implacable: un almuerzo formal con la burocracia, una ceremonia de agradecimiento a la magia a las cuatro, un baile social a las ocho y, finalmente, a las nueve, la retirada de los lords y funcionarios del ministerio para dar paso a una cena familiar íntima a las diez. A medianoche, llegaría el intercambio de regalos.  

Para cuando el reloj marcó las seis, Draco y Jason ya habían comenzado a hacer de las suyas, robando una botella de la prestigiosa reserva Black. Reclutaron a Theo, Blaise y Pansy para disfrutar del vino, ignorando por completo la formalidad del evento.  

 

—¿No deberías ayudarlo? —preguntó Blaise, señalando a Harry, quien trataba de mantener los ojos abiertos mientras conversaba con varios miembros del Wizengamot sobre las nuevas políticas ministeriales.  

 

Draco suspiró, mirando de reojo la escena antes de encaminarse hacia su pareja.    

 

—No deberías haberle dicho nada. —comentó Jason con un tono casual, señalando el anillo de Lord Potter en la mano de Harry—. Tarde o temprano tendrá que acostumbrarse. Esta será su rutina como lord.  

—Para alguien a quien Potter no le agrada, parece que te preocupa mucho su desempeño. —intervino Theo con una sonrisa sarcástica.  

 

Jason rodó los ojos.  

 

—No me agrada, es cierto. Pero es el novio de Draco, y si planea seguir con él, debe aprender a moverse en este círculo.  

—Hablas como si Draco estuviera destinado a quedarse aquí. ¿No están ustedes en una academia muggle en América? —preguntó Blaise, confundido.  

—Sí, pero todos sabemos que Draco volverá con su familia. Le encanta su laboratorio de química, pero eventualmente asumirá el rol que le corresponde.  

 

La conversación quedó suspendida por un momento mientras observaban cómo Draco finalmente intervenía. Con movimientos fluidos, esquivó a los funcionarios y se acercó a Harry, apartándolo de la conversación. Le ofreció su copa de vino, un gesto que arrancó una sonrisa de alivio del rostro de Harry.  

 

—Apuesto una mina de plata a que vuelve a los 30. —dijo Blaise con burla, retomando el hilo.  

—Yo digo que a los 35, después de hacerse un nombre en América, apuesto mi terreno en Gales. —comentó Theo, calculador.  

—Se casará con Potter a los 28 y regresará; pongo mi terreno cerca de Hogwarts. —Aventuró Pansy, sus ojos siguiendo la figura de Draco mientras se deslizaba hacia los jardines con Harry.  

 

Jason se encogió de hombros, confiado.  

 

—Ilusos. Vuelve a los 25. Y pongo mi biblioteca privada en juego.  

 

Jason estaba muy seguro; después de todo, nadie mejor que él conocía a Draco Malfoy y le daba realmente el respeto que corresponde a la gran variable que era Harry Potter en la vida de Draco. 

Antes de que la conversación pudiera continuar, una mano tiró del saco de Jason, llevándolo a una esquina. Era Roy, con las mejillas ligeramente encendidas por el alcohol.  

 

—¿Emborrachándote antes de tiempo? ¿No temes que el viejo Bruce te rete? —preguntó con un tono burlón, aunque claramente afectado por haber lidiado con los socios de su padre.  

—¿Y tú? Parece que el futuro jefe de Queen Magic Industries no soporta la presión del viejo Oliver. —replicó Jason, inclinándose para besar a Roy y mordiendo suavemente su labio inferior.  

—No todos podemos darnos el lujo de escapar a otro país para evadir responsabilidades. —bromeó Roy, entrecerrando los ojos.  

 

Jason sonrió con descaro.  

 

—No te hagas el inocente. Bien sabes que te gusta que esté en Estados Unidos. Después de todo, ¿quién es el que tiene la sede principal de su empresa allá? Aunque, si quieres, puedo mudarme de vuelta y encargarme de la sucursal de Wayne Enterprises en Inglaterra.  

 

Roy soltó una risa ligera, evitando responder. Ambos sabían que, más allá de las presiones y deberes que cargaban sobre los hombros, habían encontrado un refugio inesperado el uno en el otro, un consuelo que los mantenía a flote en medio del caos que sus familias imponían.

Si a Dick le pagaran por cada vez que había considerado asesinar a Roy Harper Queen, ya no necesitaría heredar nada de los Wayne para mantener su cómodo estilo de vida. 

 

—Sabes que ya no es un niño, ¿verdad? Tiene 20 años. No necesita que lo cuides. —La voz de Wally, tranquila pero directa, lo sacó de sus pensamientos mientras su mano aferraba con suavidad el puño cerrado de Dick.

—Para mí, sigue siendo como si aún tuviera 10. —murmuró Dick, desviando la mirada. —Y además, Roy es un oportunista. Es mayor que Littlewing; debería considerarlo un hermano.

—Si Jason parece un niño de 10 años, entonces, ¿por qué te saca casi 10 centímetros? —replicó Wally con una sonrisa, colocándose frente a Dick y atrayéndolo por la cintura. —Y dime, ¿realmente importa que Roy sea mayor? ¿Qué diría eso de nosotros? Yo también soy mayor que tú y empezamos a salir cuando tú tenías 16. Ellos solo llevan un año.

—Es distinto. Roy ha estado rondando a Jason desde que tenía seis años. Prácticamente lo vio crecer. Debería verlo como a un hermano.

—Solo le lleva 4 años a Jason; yo te llevo casi 3, no por eso dejas de ser mi pareja. Además, seamos sinceros, siento más pena por Roy que por Jason. Tu hermano es casi un criminal. 

—Mi hermano es un ángel. —protestó Dick, indignado, mientras intentaba zafarse del agarre de Wally. Sin embargo, este fue más rápido, arrinconándolo contra la pared sin soltar su cintura. 

—Caído será. —Se burló Wally. —Por Merlín, Rob, la semana pasada lo sacamos de una celda del Ministerio porque desarmó a tres aurores y golpeó al jefe de departamento de una tienda mientras peleaba con una abuelita por un libro. —La risa se filtró en su voz mientras recordaba el incidente. —Y solo lo dejaron ir porque es el hermano de la jefa de aurores. Ni hablemos de Estados Unidos. El año pasado lo arrestaron junto con Draco por destrozar un Ferrari. ¿Te acuerdas? Hasta casi hubo un juicio.

 

Dick dejó escapar un suspiro frustrado. 

 

—Aún no sé qué favor cobró Roy, pero te aseguro que sigo buscando pistas. Hasta el día de hoy no tengo idea de qué fue lo que hicieron para que les levantaran los cargos. —murmuró, evocando la imagen de su hermano en los separos, con una mezcla de exasperación y resignación. —¿Y tú desde cuándo defiendes tanto a Roy?

 

La carcajada de Wally llenó el pasillo antes de tomar a Dick de la mano y guiarlo hacia un pasillo vacío de la mansión. Sin decir nada más, lo besó, dejando que sus acciones hablaran por él.

 

—Solo siento lástima por cada pobre alma que decide entregarse a un miembro de tu loca familia. —dijo finalmente, con una sonrisa suave.

—Parece que olvidaste que tú fuiste el primero en vender tu alma a esta "loca familia", como la llamas. —respondió con sarcasmo.

—Corrección, Dick; no vendí mi alma; me regalé por completo. —Wally sonrió de oreja a oreja antes de volver a besar a Dick con una pasión renovada. Sus labios hablaban con la intensidad que las palabras nunca podrían alcanzar. —¿Te he dicho ya que mi corazón va a mil desde la primera vez que te vi? 

—¿Hoy? No. —replicó Dick con una sonrisa traviesa, tirando de Wally hacia él. —Pero puedes seguir diciéndomelo. 

 

Draco Malfoy siempre había sido terriblemente consciente de sí mismo, quizás incluso demasiado. Sabía, mejor que nadie, que no era una buena persona, por más que otros se empeñaran en verlo como algo distinto. La verdad, por cruda que fuera, es que sus acciones siempre se habían guiado por motivos egoístas y profundamente personales. Draco no tenía reparos en admitir que podría ver arder el mundo mágico sin pestañear, siempre y cuando las personas importantes para él estuvieran a salvo. Y aunque otros interpretaran sus acciones como heroicas, él sabía que no había nada más lejos de la realidad. 

Ese mismo carácter lo seguía en su relación con Harry. Draco no era un buen novio; él lo sabía. No era cariñoso, no le gustaban las demostraciones empalagosas de afecto, y cuando decía un “te amo” o un “te quiero” , lo hacía con un tono que rozaba lo sarcástico o bromista. Había una inclinación natural en él hacia el autosabotaje, y eso no hacía más que alimentar su convicción de que Harry se cansaría pronto de él.  

Desde el principio, Draco había apostado consigo mismo que su relación no duraría más de tres o cuatro meses. Después de todo, ¿qué mejor forma de matar un enamoramiento que enfrentar la realidad de la persona que has idealizado? Su relación estaba, según él, destinada al fracaso. Pero perdió esa apuesta de manera espectacular. Harry Potter era por mucho la persona más aferrada que Draco había conocido, y eso era decir mucho considerando que Jason era su mejor amigo.

Se dice que el amor cambia a las personas, pero Draco Malfoy era un caso perdido. Años después de haber empezado a salir con Harry, aún no podía decir un “te amo” sin que sonara como una broma. Pero eso no parecía importarle a Harry. Él se sentía amado, y eso era suficiente. 

Desde la perspectiva de Draco, parecía que Harry era quien sostenía la relación, quien ponía todo de su parte para que funcionara. Pero si le preguntabas a Harry, la realidad era completamente opuesta. Harry veía mucho más allá de las palabras que Draco no podía decir. Veía las acciones: cuando el rubio lo abrazaba en medio de una pesadilla, cuando lo cuidaba si enfermaba o cuando se enfrentaba incluso a Jason por él si este cruzaba la línea.  

Había momentos, pequeños y grandes, que decían más que mil palabras. Como en ese momento en que Draco lo estaba salvando de los políticos mágicos que buscaban desesperadamente su voto en el Wizengamot. Cada gesto suyo era una confesión silenciosa; cada mirada distante era, en realidad, un "te amo" disfrazado de frialdad. Draco podía insistir en que no era un buen novio, pero Harry jamás lo creería. Para él, Draco no necesitaba ser perfecto, solo necesitaba ser suyo. Y lo era.

 

—Gracias por salvarme. No tenía ni idea de que se me iban a lanzar encima como dementores hambrientos —murmuró Harry con cansancio mientras aflojaba el nudo de su corbata y le quitaba la copa de vino a Draco sin siquiera pedir permiso.

—Y es por eso que lo primero que debes hacer al llegar a una fiesta como esta es ubicar los puntos clave, como las zonas de bebidas —respondió Draco, casi como un profesor explicando una obviedad.

—Amor, que tú te acerques peligrosamente al alcoholismo no significa que yo vaya a emborracharme frente a mi padrino... y mucho menos frente a tus padres —replicó Harry, lanzándole una mirada acusadora—. Si me ven tambaleándome, sería la última estaca en mi ataúd. Tu padre ya cree que mereces a alguien mejor.

 

Draco chasqueó la lengua, dedicándole una sonrisa que bordeaba el sarcasmo. 

 

—No seas dramático, Potter. Si por mi padre fuera, yo estaría soltero de por vida. Nadie será digno jamás. Y no porque te odie a ti, ni porque seas Harry Potter o un mestizo... simplemente no puede aceptar que ya no soy el niño al que solía proteger. Para él, sigo siendo el niño que le pedía que le comprara un dragón.

 

Harry lo abrazó con fingida solemnidad. 

 

—Tal vez tiene razón en protegerte, quizá no te merezco. Tal vez te haga daño —bromeó, exagerando un suspiro trágico.

—Por favor, Potter. Tú no podrías herirme ni aunque lo intentaras. Me amas demasiado —respondió Draco, ajustándole la corbata con la misma frialdad meticulosa que siempre usaba para ocultar su cariño.

—Al menos reconoces que te amo —soltó Harry con una risa corta antes de acercarse a besarlo suavemente—. Tampoco le agradó mucho a tu hermana, por cierto.

—Ella cree que es por ti que dejé de vivir en la mansión —dijo Draco, desviando un poco la mirada. Por más que fingiera desinterés, el tema aún lo tocaba. Era él quien había decidido distanciarse.

—No me importa ser el malo del cuento si eres feliz, Draco —respondió Harry con firmeza—. No le debes explicaciones a nadie. Nadie tiene derecho a juzgar tus decisiones.

 

Draco lo miró con una mezcla de ternura y exasperación, soltando un suspiro resignado.

 

—Debes dejar de hacer eso, Harry.

—¿Dejar de hacer qué? —preguntó Harry, confundido.

—De tratarme como si fuera de cristal, haces todo por mí, todo el tiempo. Empiezo a creer que Jason tiene razón y que intentas hacerme dependiente de ti. ¿Qué se supone que haré si un día decides dejarme y ya no puedo hacer nada sin ti? —bromeó, aunque la sombra de una sonrisa traicionaba el peso real de sus palabras.

—¿Dejarte? Qué ridículo. ¿Para que la jauría de lobos que te ronda salte sobre ti apenas me dé la vuelta? Aunque Jason podría tener razón, tal vez sí quiero que no puedas vivir sin mí. Así no tendrás escapatoria y no podrás dejarme nunca —respondió Harry con fingida conspiración, aunque Draco no pudo evitar sonreír. La idea de Harry elaborando semejante plan maquiavélico le parecía tan absurda como adorable.

—Ja, ja, ja. Bien, ya entendí, loco obsesivo. Volvamos adentro. Tal vez consiga robarme un whisky o una botella de vino; aún tenemos que soportar a los Lords hasta la cena.

—No, no volvamos. —Me comerán vivo —protestó Harry.

—Para eso existe el vino, querido. ¿Aún no lo entiendes? El alcohol es la única forma de sobrevivir ante tanta burocracia —dijo Draco con teatral dramatismo.

—Tú naciste en la burocracia, Malfoy. Lo único que quieres es una excusa para alcoholizarte.

—Empiezo a creer que realmente me consideras un alcohólico —se quejó Draco, alzando una ceja.

—Oh, no te lo tomes en serio. Casi no bebes... excepto cuando sí lo haces, y entonces terminas en una celda con Jason —lo acusó Harry, con una mirada a medio camino entre la seriedad y la diversión.

—¡Eso fue una sola vez! —se defendió Draco.

—Unas cuantas. La última vez casi te llevaron a juicio porque pensaste que era buena idea influirle magia a un Ferrari. Draco, podrías haberte matado —lo regañó Harry, más preocupado de lo que le gustaría admitir.

—Exageras. He burlado a la muerte más veces que tú. Ya deberías saberlo: mala hierba nunca muere.

—Serás mi fin, Malfoy.

 

Draco sonrió con aire triunfal.

 

—Al menos podré presumir de que hice algo que ni Voldemort ni Dumbledore lograron.

 

El tiempo pareció detenerse en aquella burbuja privada que ambos compartían, donde las responsabilidades y el bullicio de la fiesta no podían alcanzarlos. Al final, fue Stella quien tuvo que salir a buscarlos, anunciando que los invitados ya se habían marchado y que era hora de cenar.

 

—Bueno, una cena con tu familia no puede ir tan mal, ¿verdad? —murmuró Harry, resignado.

—Tranquilo, querido. Para eso está el vino —respondió Draco, sonriendo mientras lo guiaba de vuelta al interior.

 

La cena había comenzado con una calma engañosa, el tipo de tranquilidad que solo puede lograrse cuando la mayoría de los jóvenes presentes ya había consumido suficiente alcohol como para soltarse la lengua sin pudor. Las risas y las conversaciones relajadas fluían entre platos y copas, hasta que, inevitablemente, Jason y Draco decidieron encender la chispa de una discusión que había estado latente desde hacía un año: su último arresto.

 

—Fue tu brillante idea conducir el Ferrari. —espetó Jason, apuntando a Draco con un tenedor, como si fuera un arma letal. 

—¿Ah, sí? ¿Y quién fue el genio que decidió inyectarle magia al motor? —replicó Draco, partiendo su carne con una precisión irritada. 

—No fui yo a quien le revocaron la licencia en cinco estados. Permanentemente, por cierto. —Jason sonrió con suficiencia. 

—¡Maldito! —Draco lo fulminó con la mirada—. Te recuerdo que fuiste tú quien me gritó que acelerara porque unos traficantes nos estaban persiguiendo. Pudiste habernos aparecido en cualquier otro lugar, pero no, decidiste "encantar" el maldito auto. 

—¡Nos salvé la vida! —protestó Jason, con tono de héroe injustamente acusado. 

—Y nos metiste directo en la comisaría. —Draco elevó la voz, dejando su cuchillo sobre el plato con un golpe seco. 

—No fui yo quien agredió a un auror. —Jason cruzó los brazos, como si eso sentenciara el debate. 

—¡Porque estabas demasiado ocupado golpeando a un policía! —Draco casi gruñó, y un silencio incómodo cayó sobre la mesa. 

 

O eso hubiera pasado, si no fuera porque Jason y Draco estaban tan absortos en su pelea que ni siquiera notaron cómo el resto observaba su intercambio como si estuvieran en el teatro. 

Por desgracia, aquella no fue la única chispa de conflicto de la noche. Lucius Malfoy, como buen aficionado a los comentarios mordaces, decidió intervenir, y Harry, por supuesto, no era alguien que dejara pasar una provocación. 

 

—Mi pobre hijo, reducido casi a la categoría de delincuente. Nada de esto habría ocurrido si no se hubiera ido a ese país a vivir en la miseria con Potter ni siquiera están casados. —Lucius suspiró dramáticamente, como si su mundo se estuviera desmoronando frente a él. 

 

Jason y Draco, aún atrapados en su discusión, ignoraron olímpicamente el comentario. Harry, en cambio, lo recibió con una sonrisa sarcástica y una chispa de diversión en los ojos. 

 

—Con todo respeto, Lucius, Draco ya había sido detenido mucho antes de que empezáramos a salir. —Harry se inclinó ligeramente hacia su suegro, pronunciando cada palabra con marcada calma. — Además, si fuera por mí, ya estaríamos casados y tendríamos un hijo. 

 

El sonido del tenedor de Lucius cayendo contra el plato resonó en la mesa. Su rostro se puso pálido como el mantel de seda, y por un instante pareció que necesitaría asistencia médica. Draco, por su parte, se atragantó con el vino y miró a Harry como si este hubiera perdido la cabeza. 

 

—¿Un hijo? —murmuró Draco, entre tosidos. 

—¡Oh, mierda, te lo dije, Dray! —intervino Jason con una sonrisa maliciosa, viendo la oportunidad de fastidiar—. Ten cuidado con Potter o encontrará la forma de encadenarte para siempre. 

 

Jason apenas había terminado la frase cuando algo silbó en el aire. Un disparo. Un proyectil de salva impactó en su hombro derecho, lanzado con precisión quirúrgica. Draco bajó la pistola con satisfacción mientras Jason gritaba teatralmente, llevándose la mano al hombro como si realmente hubiera recibido un balazo. 

 

—¡¿Estás loco, Malfoy?! —gritó Jason, levantándose de la silla. 

—No más que tú, Wayne. —respondió Draco, con una sonrisa peligrosa. 

 

Lo que siguió fue un caos absoluto: una guerra de disparos de pistolas de salvas entre Jason y Draco que tuvo a la familia entera como público horrorizado o, en algunos casos, como divertidos espectadores. El punto positivo: no estaban usando armas de fuego reales. El punto negativo: Narcissa y Selina irrumpieron en la escena, poniendo fin a la teatral batalla con un solo vistazo gélido. 

 

—¡A dormir los dos, inmediatamente! —ordenó Narcissa con la voz firme de una madre harta. 

—Y olvídense de abrir sus regalos. —añadió Selina, señalando hacia los paquetes sin abrir como una sentencia de muerte. 

 

Jason y Draco intercambiaron una mirada de mutua resignación, como dos soldados cayendo en batalla, antes de retirarse bajo la atenta y severa vigilancia de Narcissa y Selina. La cena continuó con aparente normalidad, pero todos sabían que esa noche sería recordada los siguientes años, o al menos hasta el siguiente escándalo que, con toda seguridad, volvería a tener a Jason y Draco como protagonistas.

Harry, sintiéndose mal por su novio, había decidido solidarizarse y se fue acostar temprano para no dejarlo solo en su miseria, aunque no pudo evitar alguna que otra mirada furtiva al regalo escondido que aún no había entregado lanzar. Por otro lado, Roy, siempre práctico, logró deslizarle su regalo a Jason en la habitación que compartían. Eso sí, si alguien se tomaba el tiempo de aguzar el oído, habría jurado que un ladrido se escapaba desde algún rincón de la casa. 

Harry, mientras tanto, sospechaba con algo de engaño. No haberle entregado uno de sus regalos a Draco en Navidad le dolía un poco más de lo esperado, pero decidió dejar el drama para otro momento. Se convenció a sí mismo de que Año Nuevo sería la oportunidad perfecta… Siempre y cuando Jason y Draco lograrán comportarse. Aunque, considerando cómo iban las cosas, tal vez estaba pidiendo demasiado.

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