Nada en la Vida de Draco Malfoy Sale Como Él Quiere.

Harry Potter - J. K. Rowling Batman (Comics) Batman: Wayne Family Adventures (Webcomic)
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Nada en la Vida de Draco Malfoy Sale Como Él Quiere.
Summary
Hay un principio muggle que Draco Malfoy cree que describe su vida a la perfección: la ley de Murphy. Según este principio empírico, "si algo puede salir mal, seguramente saldrá mal". Y, francamente, Draco estaba convencido de que alguna identidad cósmica se estaba riendo de él desde que tuvo uso de razón. Los hechos hablaban por sí solos.Cuando intentó hacer amigos, terminó mal. Muy mal.Quiso ir a Beauxbatons con Jason y Theo, pero no, claro que no. Acabó en Hogwarts. Y solo.Quiso mantenerse alejado de Harry Potter y, ¿adivinen qué? El imbécil de Gryffindor lo arrojó de su escoba.Planeó pasar Yule tranquilamente en casa con sus amigos, pero no, terminó castigado en el castillo por culpa de Potter.Pero, de entre todos esos infortunios, uno sobresalía como el epicentro de su desgracia: Harry maldito Potter. Porque, desde el momento en que puso un pie en Hogwarts, todo empeoró. ¿Coincidencia? Draco lo dudaba. Era como si Potter tuviera una conexión mágica con su mala suerte, una especie de imán que hacía que todo lo que podía salir mal, saliera aún peor.Así que, si algo estaba claro en la vida de Draco Malfoy, era esto: nada en su vida salía como él quería.
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Del Azul al Verde y al Colapso Existencial

El 26 de agosto, Draco volvió al Callejón Diagon con un disgusto monumental. Esta vez, era para comprar los útiles escolares de Hogwarts, un destino que seguía negándose a aceptar. Había tenido la esperanza de que, al no enviar su carta de aceptación, no lo admitirían, pero la influencia de su padrino, Severus Snape, como jefe de casa de Slytherin, fue suficiente para que el colegio lo inscribiera de todos modos a último momento.  

 

—Maldita burocracia. —murmuró mientras Madame Malkin tomaba sus medidas para el uniforme. —El azul de Beauxbatons me habría quedado fantástico. 

 

De pie frente al ventanal de la tienda, el rubio dejó escapar un largo suspiro mientras su mirada se perdía entre los niños y brujas que paseaban por la calle. En ese momento, un niño con el cabello desordenado y gafas anticuadas entró a la tienda acompañado por una mujer pelirroja de aspecto atractivo. El chico se paró a su lado, mientras la mujer hablaba con la señora encargada de tomar las medidas de Draco. 

 

"¿Qué tanto me mira? ¿Tengo algo en la cara? Oh, la señora ha dicho Hogwarts… Entonces también vino por sus cosas. Bueno, sin Theo ni Jason en Hogwarts, debería intentar hacer al menos un amigo".

 

—Entonces, ¿Hogwarts? —comentó Draco, mirando al chico de ojos verdes que seguía observándolo sin apartar la vista. —No fue mi primera opción, pero ya sabes, pasaron cosas y ahora no me queda de otra. Por cierto, soy Draco Malfoy.  

 

El rubio extendió la mano, esperando que el otro niño la tomara. Sin embargo, pasaron varios segundos y el chico no reaccionó. Solo continuaba mirándolo con una expresión que Draco no lograba descifrar. 

“Qué grosero. Seguramente será un Gryffindor”, pensó Draco, con la ceja arqueada.

Fue en ese momento cuando un grito irrumpió en la tienda, rompiendo el silencio incómodo. 

 

—¡Harry! ¡Te estuve buscando por todas partes!

 

Draco bajó la mano de inmediato, rodando los ojos con fastidio ante el estruendo. 

“Qué ruidoso e impertinente. Hoy en día parece que nadie tiene educación. Merlín, que mi madre venga ya”, resopló Draco, deseando que todo aquello terminara rápido.

 

—Malditos pavos reales —murmuró con desgana, mientras observaba cómo el chico de las gafas se giraba hacia él, aparentemente sin saber qué decir o hacer.

 

El pelirrojo alzó la mirada hacia Draco, ahora completamente interesado.

 

—¿Tú eres? —preguntó con desdén, arrugando la cara.

 

Draco lo miró de arriba abajo, manteniendo su postura erguida. 

 

—Draco Malfoy. ¿Y usted quién es?

—Pff, ¿Draco? ¿Quién en su sano juicio le pone ese nombre a su hijo? Jajaja. —El pelirrojo soltó una risa fuerte y escandalosa, sin inmutarse.

 

Harry observaba la escena sin entender del todo lo que estaba sucediendo, mientras Draco se quedaba petrificado, sin saber si lo que sentía era ofensa, enojo o una mezcla de ambas. Al principio, trató de ignorar el comentario, pero pronto se dio cuenta de que, aunque lo odiara, no podría dejar pasar la oportunidad de devolver el golpe.

Sin perder su altanería, Draco comenzó a examinar al chico pelirrojo, sus ojos recorriendo cada detalle en busca de algo que pudiera usar en su contra.

 

—¿Te parece gracioso mi nombre? Ni siquiera tengo que preguntar quién eres, con ese cabello rojo y esa ropa vieja y sucia; debes ser un Weasley —dijo Draco, con una sonrisa maliciosa. No estaba seguro de si el chico era realmente un Weasley, pero lo dijo con la esperanza de que se ofendiera lo suficiente como para hacerle saber que, aunque Draco podía sentir que algo dentro suyo se quebraba, al menos tenía el control de la situación.

—Tú, hijo de… 

 

El pelirrojo, al parecer, estaba a punto de responder cuando Draco lo interrumpió, su voz fría y cortante.

 

—Cállate, no seas vulgar. Ya veo que en estos tiempos nadie tiene educación. Mi maestro de etiqueta se moriría si me comportara de esa forma —interrumpió con desdén, señalando al chico con el dedo.

 

Madame Malkin, finalmente, terminó de tomar las medidas de Draco, quien, visiblemente molesto, pidió que enviaran su pedido a Hogwarts. Con el mismo dramatismo con el que había entrado, salió de la tienda, dejándolos atrás.

“El día en que algo salga como quiero será el día en que por fin muera”, pensó Draco, mientras caminaba hacia la salida, sintiendo el peso de la frustración y la incomodidad inundarlo.

 

Hogwarts era, en la muy humilde opinión de Draco Malfoy, la peor escuela de magia que podía existir. Y eso era decir poco. Con apenas dos semanas en el castillo, ya había conseguido como enemigo nada menos que a Harry Potter, hijo del jefe de Aurores. Cada día se preguntaba qué pecado habría cometido en otra vida para merecer estar atrapado en ese lúgubre lugar, lejos de Theo y Jason, quienes probablemente se divertían mucho más en sus respectivas escuelas.

En solo dos semanas, Draco se había conseguido dos acosadores que decían ser hijos de los socios de su padre, lo cual era cierto, pero definitivamente no tenía la intención de tener secuaces que no eran capaces de preparar correctamente una poción de primer año... Eso o tal vez comparar el nivel de los demás con el suyo o el de Jason y Theo era algo desigual...

 

—Entonces, Malfoy, ¿por qué estás solo? —preguntó Harry con una sonrisa, que a Draco le resultó especialmente irritante.

—Oh, Harry, déjalo ya; es obvio que no tiene amigos; ni sus padres deben soportarlo —añadió Ron Weasley con desdén.

 

Draco alzó una ceja y, con un aire de superioridad, los miró como si fueran algo que acababa de pisar.

 

—Potter —dijo, arrastrando las palabras mientras cruzaba los brazos. —¿Qué tan desesperado de atención debes estar para venir hasta las mazmorras solo para arruinar mi mañana con tu patética presencia? Mira, no soy tu padre, y no es mi problema si él no te presta en tu casa, pero ustedes dos van a dejar de fastidiarme. Si no, iré a hablar con su jefa de casa. Ahora, si no les importa, tengo otras cosas mejores que hacer que ver sus horribles caras.

 

Draco no esperó respuesta y se marchó con la cabeza en alto, dejando atrás a Harry y Ron, cuyos rostros oscilaban entre la sorpresa y la rabia.

A pesar de su fachada impenetrable, la realidad era que Draco extrañaba a sus amigos. Todas las semanas recibía y enviaba cartas, principalmente de Jason, quien tenía la costumbre de responder con rapidez. Theo, en cambio, estaba tan ocupado en Durmstrang que solo lograba enviar una carta semanal, siempre breve, aunque Draco apreciaba cada palabra. Era lo único que lo conectaba con su mundo fuera de Hogwarts.

Una mañana, en el Gran Comedor, una voz femenina lo detuvo.

 

—Entonces, Draco Malfoy. —El tono dulce, pero altanero, lo obligó a girarse. Una chica de cabello negro y postura impecable lo observaba con interés. —¿Eres el primo de Australis Black?

—Sí, Stell es mi prima. —Draco la miró con curiosidad, intentando recordar si la había visto antes.

—Lis me habló de ti durante mis vacaciones en Italia. No me acerqué antes porque no estaba segura, pero ella me escribió diciendo que ahora estudiabas en Hogwarts.

—Cambio de planes de último minuto. ¿Cómo se llama, señorita? —preguntó, con una cortesía casi automática.

—Parkinson. Pansy Parkinson. Qué grosero de mi parte no presentarme antes —dijo, con una sonrisa que combinaba encanto y astucia, mientras extendía el dorso de su mano.

—El placer es todo mío, Lady Parkinson —respondió Draco, inclinándose para besar su mano con una cortesía casi automática. Recordó vagamente haberla visto en alguna de las tediosas fiestas del Ministerio.

 

Pansy rió suavemente antes de agregar:

 

—¿A Lord Malfoy le molestaría si mi amigo y yo lo acompañamos en el desayuno?

 

Draco sonrió con la típica mezcla de sarcasmo y elegancia que lo caracterizaba.

 

—¿Quién soy yo para privarles a usted y a su acompañante de la experiencia incomparable de desayunar en mi presencia?

 

Por un momento, pensó que había ido demasiado lejos cuando Pansy retrocedió con una risa nerviosa. “Tal vez debería medir mis comentarios. Theo y Jason son los únicos que entienden estas bromas”, pensó. Pero su preocupación se desvaneció cuando Pansy regresó acompañada por Blaise Zabini, quien hizo una reverencia exagerada que le arrancó una sonrisa sardónica.

 

—¿Podemos sentarnos con usted, su majestad? —preguntó Blaise, ayudando a Pansy a tomar asiento.

—Les concederé ese honor —respondió Draco, con un tono que mezclaba altivez y diversión.

 

Mientras se acomodaban, Draco dejó que una leve sonrisa cruzara su rostro. Por primera vez en días, no se sentía completamente solo.

“Tal vez esto no sea tan malo después de todo”, pensó, dejando que el aroma del desayuno lo reconfortara.

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