Nada en la Vida de Draco Malfoy Sale Como Él Quiere.

Harry Potter - J. K. Rowling Batman (Comics) Batman: Wayne Family Adventures (Webcomic)
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Nada en la Vida de Draco Malfoy Sale Como Él Quiere.
Summary
Hay un principio muggle que Draco Malfoy cree que describe su vida a la perfección: la ley de Murphy. Según este principio empírico, "si algo puede salir mal, seguramente saldrá mal". Y, francamente, Draco estaba convencido de que alguna identidad cósmica se estaba riendo de él desde que tuvo uso de razón. Los hechos hablaban por sí solos.Cuando intentó hacer amigos, terminó mal. Muy mal.Quiso ir a Beauxbatons con Jason y Theo, pero no, claro que no. Acabó en Hogwarts. Y solo.Quiso mantenerse alejado de Harry Potter y, ¿adivinen qué? El imbécil de Gryffindor lo arrojó de su escoba.Planeó pasar Yule tranquilamente en casa con sus amigos, pero no, terminó castigado en el castillo por culpa de Potter.Pero, de entre todos esos infortunios, uno sobresalía como el epicentro de su desgracia: Harry maldito Potter. Porque, desde el momento en que puso un pie en Hogwarts, todo empeoró. ¿Coincidencia? Draco lo dudaba. Era como si Potter tuviera una conexión mágica con su mala suerte, una especie de imán que hacía que todo lo que podía salir mal, saliera aún peor.Así que, si algo estaba claro en la vida de Draco Malfoy, era esto: nada en su vida salía como él quería.
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Cómo Sobrevivir a los Amigos (o No)

Sostener una amistad nunca es fácil, y mientras más alto sea tu estatus en la sociedad, más difícil es confiar en las personas, especialmente en aquellos a quienes llamamos amigos. Esto era algo que Lucius Malfoy se encargaba de recordarle a su hijo Draco desde que comenzó a relacionarse con otros niños.          

 

—Ten cuidado con quienes permite que se acerquen a ti, hijo. Las personas siempreán aprovecharse de quien eres —le decía con firmeza, esperando que sus palabras arraigaran en la mente del pequeño.

 

A sus cuatro años, Draco no entendía el significado de esas advertencias. En las fiestas del Ministerio, se esforzaba por hacer tantos amigos como pudiera, ajeno al peso de la influencia y el poder que su nombre cargaba incluso a tan corta edad. Lucius y Narcissa, más allá de las rígidas normas de etiqueta, el prestigio de la pureza de sangre y la fortuna, amaban profundamente a su hijo. Harían cualquier cosa para verlo feliz, incluso tolerar que se relacionara con niños fuera de la élite mágica.

Lucius no estaba del todo de acuerdo con esto, pero Narcissa, Regulus y Severus lo convencieron. "Son solo niños, Lucius”. "Juegan, nada más" , le repetían. Pero todo cambió una tarde, dos años después.

Un día cuando Draco tenía seis años. Llegó corriendo a la oficina de su padre en el ala este de la mansión, con lágrimas en los ojos, sollozando desconsoladamente. Lucius, alarmado, se acercó rápidamente a su hijo. Había dos cosas claras en ese momento: su hijo estaba profundamente herido y quien fuera responsable pagaría caro por hacerlo llorar.  

 

— ¿Qué sucedió, Draco? —preguntó Lucius con voz suave mientras lo abrazaba y acariciaba su cabello con ternura.  

 

Draco intentó calmarse, pero las palabras salían entrecortadas por los sollozos.  

 

—Los invitan a la mansión a jugar. Les presté mis juguetes, papá. Incluso compartí los dulces que mamá y el tío Regulus me dan a escondidas. Pero… Pero… —Draco respiró hondo, intentando hablar con claridad.

—Tranquilo, hijo, eres un niño demasiado generoso. ¿Qué hicieron esos mocosos ingratos?  

 

—Se olvidaron de llevarse el postre que Mipsy preparó, así que corrí tras ellos para entregárselo… Y los oí. Estaban hablando de mí, padre. Se burlaban de cómo siempre intento agradarles, de cómo es fácil aprovecharse de mí. Decían que, si sus padres no les hubieran pedido que se acercaran a mí, nunca habrían sido mis amigos.

 

Draco se deshizo nuevamente en lágrimas; Era la primera vez en su corta vida que enfrentaba la crueldad directamente hacia su persona. Lucius sintió una ira fría creciendo dentro de él. En ese instante, cualquier consideración por la etiqueta o la diplomacia quedó relegada. Nadie, absolutamente nadie, tenía derecho a herir a su hijo de esa manera.  

 

—No llores más, Draco. Esos niños no merecen tus lágrimas. —dijo Lucius con un tono calmado, aunque sus ojos brillaban con una determinación peligrosa. —Te prometo que no volverán a lastimarte.

 

Mientras acariciaba el cabello de Draco y susurraba palabras suaves para calmarlo, Lucius comprendió que habría tiempo para enseñarle lecciones sobre la lealtad y la traición. Pero no esa noche. Esa noche, su hijo no necesitaba lecciones, solo necesitaba el consuelo de un padre que lo amaba por encima de todo.

Aun mientras abrazaba a Draco, calmando sus sollozos, la mente de Lucius ya comenzaba a maquinar. Sí, su hijo estaría triste por un tiempo, pero aquellos mocosos ingratos y sus familias se enfrentarían a algo mucho peor. Lucius Abraxas Malfoy, con fría determinación, los inscribió mentalmente en su lista negra, un lugar reservado para los más osados ​​enemigos de su familia. Ni siquiera un Weasley había caído tan bajo como para merecer ese lugar, pero ellos, en su necesidad, acababan de asegurar su exilio social.  

Cuando Lucius terminara, ni esos niños ni sus familias volverían a poner un pie en la Gran Bretaña mágica sin sentir el peso del apellido Malfoy sobre sus cabezas.

Decir que Draco estaba herido era quedarse corto. Había seguido al pie de la letra las reglas que creía necesarias para hacer amigos: fue amable, compartió sus cosas, incluso moderó su sarcasmo tanto como le fue posible. Pero a pesar de todo, lo habían traicionado. Esa experiencia no solo le dolió, sino que destruyó su confianza. El pequeño rubio, furioso y abatido, decidió que no valía la pena volver a intentarlo. Estaba decidido a no hacer más amigos... Al menos hasta que Theo y Jason irrumpieron en su habitación, como era costumbre.

 

—Draco, tu madre ha dicho que no puedes seguir encerrado aquí —declaró Theodore Nott, un niño castaño de siete años, con los ojos fijos en un libro mientras hablaba con tono impasible.

 

Draco, recostado en su cama con los brazos cruzados, levantó la mirada.

 

—Fuera de mi habitación, Theodore. Madre entiende mi dolor y no me obligará a hacer nada que no quiera.

—Oh, basta ya, rey drama —bufó Jason Wayne, un niño de seis años de cabello negro y ojos verdes, mientras exasperado tiraba de la manta para sacar a Draco de la cama. —No vine desde el otro lado del mundo para verte deprimido como un trapo viejo. ¿Qué te pasó esta vez? ¿Ensuciaste a tu dragón de peluche otra vez? Mira, ya aprenderás un hechizo para limpiarlo. Dame el muñeco y tu varita de práctica; lo arreglaré en un segundo.

—¡Hidra está en perfecto estado, bárbaro! —chilló Draco, levantándose del suelo mientras abrazaba su peluche con indignación. —Y no es eso. Lárguense los dos; Tampoco quiero verlos a ustedes.

—Por Merlín, Dray, no crucé el Atlántico para que me echaras de tu cuarto —protestó Jason, cruzándose de brazos con un tono molesto. —A ver, ¿qué es lo que te tiene así? ¿Tu padre te prohibió volar en tu escoba? ¿Snape ya no quiere enseñarte pociones? ¿Tu madre dejó de darte chocolates? ¿O tu tía Bellatrix por fin recuperó la cordura y ya no quiere comprarte un dragón? Dime, ¿qué es eso tan terrible que ni siquiera quieres salir a jugar? Lo que sea, te prometo que lo resolveré.

—No se trata de ninguna de esas cosas —respondió Draco, ahora algo avergonzado, porque en el pasado, efectivamente, se había deprimido por motivos similares. Luego, levantó la barbilla con aire desafiante. —He decidido que ya no tendré amigos, así que lárguense de mi casa. O mejor, haré que los pavos reales de mi padre los picoteen hasta la muerte.

 

Theo, que había permanecido en silencio observando la interacción entre Draco y Jason, dejó el libro sobre el escritorio y se levantó. Con calma, se acercó a Draco y lo envolvió en un abrazo. No se necesitan más explicaciones; con solo unir las piezas, supo lo que había ocurrido.

 

—¿Fueron esos nuevos “amigos” tuyos? —preguntó Theo en voz baja.

 

Draco no respondió, pero su mirada se apagó y los ojos comenzaron a llenarse de lágrimas.

 

—Esos niños que vinieron a tu cumpleaños el año pasado? —inquirió Jason, guiándose hacia Draco. Cuando vio el rostro de su amigo, comprendió la gravedad del asunto. Por un momento, su sarcasmo habitual se desvaneció. —¿Qué te hicieron, Draco?

—No quiero hablar de eso —murmuró el rubio, desviando la mirada mientras luchaba por contener un sollozo.

 

Jason estaba frustrado, no solo porque su mejor amigo estaba deprimido por culpa de unos niños idiotas, sino porque ni él ni Theo estuvieron ahí cuando todo pasó. Draco había pasado un mes entero sin escribirles, y Jason, inicialmente, solo había venido a reclamarle por eso. Pero ahora entendía que había algo mucho más grave detrás del silencio de Draco; eso lo enfureció aún más.

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