
꧁ 𝐇𝐚𝐧𝐚𝐡𝐚𝐤𝐢 𝐃𝐢𝐬𝐞𝐚𝐬𝐞 ꧂
hana (花), significa "flor", y hakimasu (吐 き ま す), significa "vomitar".
La enfermedad de Hanahaki es nacida de un amor unilateral, donde el paciente lanza y tose pétalos de flores cuando sufren un amor no correspondido.
A menudo se desarrolla durante meses o incluso años, comenzando tosiendo algunos pétalos; y creciendo en intensidad (y dolor), hasta que la víctima está vomitando flores enteras, momento en el cual la enfermedad ha entrado en sus etapas finales.
°°°
Algo extraño estaba sucediendo con Malfoy.
Algo muy, muy extraño.
Harry lo miró ingresar a la cafetería del ministerio, con su cabello cortado perfectamente y su vestimenta de Auror. No lucía diferente a otros días, salvo por el hecho de que estaba más pálido de lo usual, y su piel adquiría un tinte grisáceo cuando eso pasaba, dándole un aspecto cadavérico. Sus ojos estaban cansados y caminaba tan lento que parecía que se iba a romper. Harry fácilmente podría haber pensado que aquel día había amanecido con una simple viruela de dragón o algo, si no fuera porque el usual pañuelo blanco que siempre andaba trayendo, no se despegaba de su boca. Y no solo eso.
Estaba teñido de un rojo vivo y cubierto de sangre.
Le resultaba extrañamente familiar, aunque Harry sabía que nunca lo había visto así, no desde sexto año. Hablando más concretamente, jamás había visto a Malfoy tosiendo sangre y presentándose de igual forma al trabajo como si aquello no fuera al menos una señal de que algo andaba irremediablemente mal.
Se pasó, casi sin notarlo, mirándolo durante todo el almuerzo, olvidando así que se suponía que tenía que almorzar con Ginny. Malfoy leía los documentos de una investigación mientras le daba pequeños mordiscos a unas galletas, a pesar de que en realidad no podía comer demasiado al estar con el pañuelo pegado a la boca. Harry casi rompió la regla de no hablarle a menos que fuera necesario, solo por satisfacer su curiosidad.
Se paró –aún sin quitarle los ojos de encima– a dejar la bandeja en el mesón, y retirarse. Pero cuando pasó por su lado, Malfoy levantó los ojos de repente, casi como si un imán tirara de ellos, y alzó una ceja en su dirección, haciéndolo quedar clavado al piso.
—¿Qué carajos miras, Potter? —espetó con veneno.
Y Harry no fue capaz de responder, porque se veía incluso peor de cerca.
Y de una manera retorcida, extrañamente bien.
La palidez de su piel contrastaba con su uniforme, y sus ojos estaban vidriosos, incluso más luminosos de lo que Harry los vio alguna vez. Su cara enmarcaba lo angulosas de sus facciones y lucía algo frágil. Malfoy nunca se había visto especialmente fuerte, la verdad, pero la diferencia entre su aspecto y la tenacidad de sus palabras eran algo que lo maravillaba e irritaba a la vez.
Harry no respondió. En cambio, detalló un poco más la imagen frente a él, como si buscara una pista que delatara qué estaba sucediendo. Y Malfoy hizo lo mismo, sin hablar. Sus orbes recorrieron a Harry unos segundos, hasta que se enfocaron en su bandeja, en sus manos, y otro ataque de tos lo atacó, obligándolo a romper el contacto visual.
Entonces, Harry recordó qué era lo que le resultaba tan familiar acerca de Malfoy pálido, tembloroso y con sangre.
La imagen de un muchacho tendido en el linóleo de un baño abandonado, cubierto de cortes profundos y desangrándose lentamente mientras él miraba, llegó a su mente de pronto.
•••
La primera vez que Draco tosió hasta sacar una flor por su boca fue en sexto año, luego de despertar en la enfermería.
Él no sabía qué estaba pasando en un inicio, no lo recordaba, simplemente había despertado en una cama con el cuerpo adolorido y una punzada en las sienes; cuando una sacudida violenta hizo que se doblara en dos y repentinamente comenzara a sentir que se estaba asfixiando. Alguien se posó a su lado casi al momento, a medida que su garganta se cerraba, y en su interior, sus pulmones parecían hacerse cada vez más y más pequeños, siendo amarrados por una cuerda invisible hasta el punto que se le hacía físicamente imposible seguir tosiendo sin sentir que estaba quebrándose unas cuantas costillas.
Entonces, en medio de la desesperación, había expulsado de sus labios un lirio, naranjo y brillante, que cayó encima de las sábanas mientras todo se quedaba en silencio.
Y Draco no solo sintió que sus pulmones se habían encogido.
Sino que su corazón también.
Porque, oh joder...
Se quedó mirando la flor por unos largos segundos, mientras reconocía la voz de fondo de Madam Pomfrey preocupada haciéndole preguntas, cuando los recuerdos de lo que había sucedido llegaron a él, golpeándolo y haciéndolo cerrar los ojos.
El baño. Potter. Sectumsempra.
Draco soltó un suspiro tembloroso, mientras su cuerpo parecía querer volver a toser. Casi podía sentir las raíces comenzando a asentarse en su garganta y cortándole la respiración, aunque no estaba muy seguro de que aquello fuera a doler más de lo que dolía el saber que era detestado de tal forma. El querer a alguien que no solo te rechazaba, si no que era capaz de usar magia negra en ti.
Draco se llevó una mano al pecho, intentando calmar la nueva oleada que quería atacarlo.
Por años, lo único que le había sucedido era que de vez en cuando, florecía los lugares que tocaba; o un pequeño pétalo escapaba de sus labios cuando se molestaba demasiado con Potter. Pero desde ese día... Desde ese día comenzó a hacerse más serio. Draco sabía que su condición ya no podía seguir siendo ignorada.
Porque mierda. Potter casi lo había partido en dos. Casi lo había asesinado en medio de una conmoción mental, y no le había temblado la maldita varita. Draco podía ignorar el desprecio que profesaba en su dirección los años anteriores; podía olvidarlo y fantasear cada noche que se iba a dormir, que un día... un día podría suceder algo, aunque fuera meramente carnal. Que a quien había querido prácticamente toda la vida algún día correspondería sus sentimientos. Pero desde ese momento no podía permitirse ser tan iluso, aunque quisiera.
Potter y él eran algo imposible, y el lirio que ahora descansaba entre sus dedos era la prueba de aquello.
Draco recordaba la ira que sintió, la profunda tristeza que lo invadió y el cúmulo de emociones. ¿Cómo podía ser tan imbécil? ¿Dejándose enfermar de amor? De amor. Su vida era tan patética que, no solo debía sufrir por la guerra que se cernía sobre su cabeza, si no que además de todo, había comenzado un camino de ida hacia la muerte, porque la persona que quería no le correspondía y jamás podría hacerlo. Y Draco sabía que no había nada que hacer al respecto. A menos que Potter retornara su amor.
Y, en primer lugar, no estaría tosiendo flores que le cortaban la respiración si esa opción fuera viable.
Draco recordaba haber observado el lirio por un tiempo insanamente largo, detallando su aroma y forma, recordando el simbolismo que tenía, antes de que sus ojos comenzaran a arder y él ahuyentara las lágrimas mientras parpadeaba. Sentía un odio que le quemaba por dentro, arrugando las sábanas y la puta flor a la vez.
Odiaba el hecho de que, de toda la gente, tuviera que ser Potter. Odiaba que, por más que intentaba, no podía convencer al resto o a sí mismo de que el idiota era un fraude y no valía la pena. Odiaba desearlo tanto, y no físicamente hablando. Odiaba desear su amistad, odiaba desear sus sonrisas, odiaba desear su afecto, odiaba desear el presenciar cómo su mirada se ablandaba cada vez que veía a la sangre sucia y la comadreja. Odiaba fantasear con que algún día lo mirara así a él. Odiaba que no pudiera odiarlo y que todas sus esperanzas estúpidas se hubieran apagado en el momento en que pisó ese baño.
En su memoria, vagamente podía escuchar como Madam Pomfrey seguía hablándole y preguntando cuánto tiempo llevaba sucediendo aquello y si es que había habido casos directos de familiares que tuvieran la enfermedad de Hanahaki, al ser una condición que se daba mayoritariamente –si es que no completamente– en líneas sangre pura. Pero Draco no tenía ánimos para contestar a sus preguntas.
No, el Draco del recuerdo simplemente se daba vuelta, ignorando su voz, y se hacía un ovillo, sujetando las vendas que querían curar los cortes del hechizo.
Y comenzaba a llorar.
Que es que la vida era demasiado irónica.
Si es que uno se esforzaba en encontrarle algún sentido, claro.
El Draco del presente inclina la cabeza, observando la variedad de flores que estaban organizadas en los pequeños canastos fuera de la tienda, e inhala un poco, sintiéndose nauseabundo mientras la memoria de aquel día se disolvía en un rincón de su mente, y un último pensamiento se aferraba a su cabeza.
¿Hace cuánto tiempo que no lloraba?
Se frota la parte posterior de la cabeza y suspira, adentrándose al local y yéndose por la opción segura: lirios.
Sabe que a Harry le gustan los lirios, al ser la flor por la que su madre fue nombrada. Y muy a pesar de que Draco le hubiera dicho incontables veces el significado que tenía, le siguen gustando, incluso al final. Harry era una persona terca después de todo, y Draco mucho tiempo atrás aprendió a no pelear batallas que no podía ganar.
Le dice a la mujer que está tras el mesón que quiere un gran ramo de lirios para llevar, y ella sonríe simpáticamente como si supiera qué está sucediendo, y él sonríe de vuelta, y repentinamente todo se siente tan mecánico que Draco pierde la noción de por qué está ahí. Porque de pronto todo carece de sentido.
¿Cuál es el punto, después de todo?
No es como si Harry fuera a agradecer que le lleve un ramo de flores. No es como si el mismo Draco quisiera volver a acercarse a esas cosas por el tiempo que le quedaba de vida.
Pero de todas formas, paga y asiente cuando la mujer envuelve los lirios y se los entrega, deseándole, con la misma sonrisa simpática, que tenga un buen día.
Y Draco realmente ya no sabe qué significan esas palabras.
•••
Harry intentó buscar por su propia cuenta el significado de lo que estaba sucediendo con Malfoy.
Pero como era de suponer, no encontró absolutamente nada.
Nunca había visto algo así antes, y le parecía totalmente demencial. ¿Acaso su jefe no lo había visto? Parecía que sí, pero todos lo trataban como si fuera algo con lo que se tenía que aprender a vivir, en vez de darle un descanso y salvarle al resto del mundo la inquietante visión de aquel pañuelo repleto de sangre.
Porque era normal verlo con el trozo de tela, siempre lo traía, y siempre andaba tosiendo si es que hacía memoria. Sin embargo... ¿sangre? ¿Acaso era el único que lo encontraba tan extraño?
Harry no quería ser obsesivo con el tema, de verdad que no, pero le ponía de los nervios verlo así de pálido, le recordaba a cosas en las que prefería no pensar. A cosas que era mejor enterrar. Le recordaba a la guerra y a cómo se había visto en cierto tiempo. Y no se suponía que debía ser así. Habían pasado cuatro años, casi cinco, desde que la guerra había terminado, y parecía que ni siquiera así dejaba de acecharlos desde las esquinas.
Honestamente, Harry debería solo olvidarlo y ya. Malfoy no era nada más que su compañero de trabajo, y cada uno tenía sus vidas aparte. Jamás se habían interesado por el otro, no de verdad, y el averiguar qué sucedía con él no cambiaría absolutamente nada.
Harry se repitió aquello innumerables veces. Y sin embargo, cuando fueron asignados a trabajar como pareja en un caso de desapariciones y tráfico de pociones, lo primero que salió de sus labios cuando Malfoy se sentó a su lado fue:
—¿Por qué estás tosiendo sangre?
El rubio pausó en sus movimientos, completamente tenso y mirando hacia el frente. Bajó el pañuelo de su boca para llevarlo hasta su pecho, sacando su varita mientras le aplicaba un Tergeo no verbal. Y Harry miró.
Entonces, levantó la nariz de una forma tan característica que le recordó al muchacho de quince que conoció, en vez del hombre que tenía enfrente.
—No es tu maldito problema. —Fue la respuesta.
Harry frunció el ceño ante la actitud tan déspota. Pero se sintió aún más estúpido al haber preguntado.
Bajó la mirada hasta un documento y lo abrió, malhumorado.
—Me han emparejado contigo y estoy obligado a soportarte, para mi disgusto —masculló por lo bajo—, así que yo diría que sí es mi problema si en cualquier momento manchas de sangre los papeles del caso.
Malfoy resopló, tomando él mismo uno de los archivos mientras rozaba su mano, haciendo que Harry se sobresaltara.
—No te preocupes, Potter —dijo, alejándose del tacto como si doliera—. Ninguno de los estúpidos papeles se van a manchar por la pequeña inconvencia de que estoy muriendo, no te preocupes.
¿Qué?
¿Qué?
Harry enfocó su mirada en él al segundo. Malfoy estaba con la cara enterrada en uno de los documentos y con esa expresión de aburrimiento tan familiar en su persona.
—Eso no-
—Trataré de mantenerlo bajo control mientras esté a tu alrededor —lo interrumpió con fuerza—. No te prometo mucho, pero haré lo posible.
Harry comenzaba a sentirse como un idiota.
—Malfoy...
Él ni siquiera se inmutó.
—Mira, secuestraron a una chica justo fuera del trabajo de tu novia, eso debe sentirse feo.
Las cejas de Harry se juntaron aún más.
—Malfoy...
—¿Por eso te preocupa tanto que los archivos se dañen? —preguntó, cargado de sorna—. ¿Acaso sientes que podría pasarle a ella en cualquier momento?
El intento de Harry de calmar los ánimos se disolvió en un instante, arqueando las cejas y mirándolo de forma directa.
Una parte de su cerebro registró que ni siquiera le había interesado demasiado el comentario acerca de Ginny.
—¿Qué?
El bastardo pasó una página.
—Ya sabes —continuó, arrastrando las palabras—. Por eso te casas con la comadrejilla. En el caso de que se muera por fin y nos hiciera un favor a todos, al menos pasarías a formar parte de manera oficial del clan Weasley.
Entonces, levantó la mirada, y la malicia que Harry recordaba ver allí todo el tiempo de niños, el brillo de retorcida satisfacción, no estaba. Las palabras lo golpearon, y le irritó el sentir que no eran del todo falsas. Que Malfoy no era un completo mentiroso.
—Vete a la mierda —soltó él, procesando lo que acababa de decir.
Tensó la mandíbula, mientras desviaba sus ojos furiosamente a los papeles, y comenzaba a anotar. No iba a dejar que lo molestara.
—Ahí es donde estoy, por si no te habías dado cuenta —dijo con burla—. Te tengo a mi lado.
Harry soltó un bufido, con la acusación acerca de su boda rondando por su cabeza sin detenerse. Malfoy no solía comportarse así. La mayoría del tiempo, sus conversaciones se basaban en monosílabos y eran en gran parte lideradas por Harry. De vez en cuando, decía cosas para sacarlo de quicio; no sería Draco Malfoy si no lo hiciera. Pero no lo buscaba así. Por eso funcionaba como una relación cordial de trabajo, porque no lo buscaba de esa manera. No lo había hecho por un largo tiempo.
—¿Por qué tienes que ser un cabrón tan... mierda? —espetó, apretando los puños—. No has cambiado ni un poco.
Malfoy rio. Y no era una risa bonita. Nunca lo era cuando actuaba así.
—¿Eso es lo mejor que tienes? —dijo, y lo que más le molestaba era escuchar la burla en su voz. Como si todo aquello le resultara divertido. Estaban hablando de personas muertas, joder—. Vamos, Potter, acabo de abrirte los ojos respecto a tu prometida, ambos sabemos que tienes más ingenio que eso. Entretén a esta alma que se extingue lentamente.
Y como siempre, cuando terminó de hablar, Harry sabía de qué hilo tirar para que le doliera.
—Es una lástima eso —dijo de pronto, tratando de sonar casual—. Que estés muriendo de a poco.
Aquello bajó sus guardias.
Harry lo miró, viendo cómo la sonrisa de Malfoy se desvanecía, y se transformaba en algo más... Algo que no era capaz de identificar.
—¿Qué? —preguntó, con un hilo de voz.
Harry se encogió de hombros, volviendo a los papeles.
—Eso —prosiguió—. Es una lástima que estés muriendo de a poco. Uno diría que después de todo, la vida sería un poco más misericordiosa y lo haría rápido. El mundo sería un lugar mejor entonces.
Finalizó con una sonrisa.
Harry no necesitaba levantar la vista para saber que Malfoy estaba tornándose rojo de la rabia. No necesitaba levantar la vista para saber que estaba buscando en algún lugar de su mente un insulto creativo para devolver, igual o peor que el que había dicho. No necesitaba levantar la vista, para saber nada de eso con total certeza.
Pero sí lo necesitó para saber qué estaba pasando, porque Malfoy no contestaba.
Y Harry solo pudo sentir cómo su corazón se hundía en su interior.
El aire se atoró en su garganta al verlo, casi morado y con una expresión de horror en el rostro. Malfoy tenía una mano en su pecho y se arañaba la piel, tomando con fuerza el borde de la madera. Parecía estar aguantando... lo que sea que estuviera aguantando.
Pero no pudo por mucho.
Prontamente, la sala se llenó de un sonido, un sonido que parecía haber sido sacado de una película de terror. No era una tos como tal, si no parecía más bien alguien que estaba devolviendo absolutamente todo lo que se encontraba dentro de él. Incluida su alma. Malfoy buscó el pañuelo, mientras tosía y tosía y no paraba.
Y Harry se arrepintió de haberle dicho todo eso. Ni siquiera lo pensaba en realidad, solo quería fastidiarlo como él lo había fastidiado. No quería verlo muerto, por supuesto que no, el solo pensamiento le parecía absurdo. Pero había algo acerca de Malfoy que siempre lo ha hecho reaccionar así, como echar gasolina a un incendio. Solo no parece capaz de parar. No paró en primer año, cuando le quitó la recordadora a Neville y se dispuso a seguirlo a pesar de que era su primera vez en una escoba. No paró en segundo, cuando creyó que era el heredero de Slytherin y creó un plan con poción multijugos de por medio para adentrarse en su Sala Común y atraparlo. No paró en tercero, en cuarto, en quinto, y ciertamente no paró en sexto, al punto de cometer uno de los mayores errores de su vida. Harry simplemente no sabía dónde dibujar la línea cuando se trataba de Malfoy.
Pero ahí estaba, y sabía que esa vez la había cruzado. Porque joder, decirlo al aire era una cosa, y ver, ver cómo la vida de una persona se estaba escapando de entre sus manos, era otra totalmente diferente.
Harry solo puede sentir frío, un frío que lo aturde y le hace preguntarse por qué mierda ver a su rival de toda la vida de esa forma está causando tal caos en su interior.
Malfoy se dobló y se inclinó hacia su tacto, habiendo olvidado momentáneamente que era Harry Potter el que estaba intentando ayudarlo, el que estaba tomando su espalda y su mano para impedir que se lastimara y quien se encontraba simplemente desesperado porque se detuviera ya.
Entonces, lo que sea que estaba causando tanto estrago para dejarlo respirar, salió de los labios de Malfoy.
Y Harry lo miró, conteniendo un grito tanto de sorpresa como de repulsión.
Ahí, encima de la mesa y cubierto de sangre, había un narciso que parecía haber sido arrancado de su interior.
•••
Draco entra a la casa vacía, y el olor es lo primero que lo golpea, mientras camina por el pasillo.
Se pregunta qué más podría gustarle a Harry, a pesar de que en general, sabe las respuestas. De todas formas, no quiere errar: ya se ha equivocado lo suficiente para una sola vida.
Se adentra a su habitación, tomando nota de lo poco iluminada y pequeña que parece ahora. ¿Siempre ha sido así? Se siente extraño. Como la habitación de una persona normal, no la de el salvador del mundo mágico.
Continúa avanzando, manteniendo sus ojos enfocados en las cosas más importantes, cuando ve que encima de su cama hay una sudadera negra. Draco la toma sin dudarlo dos veces, recordando innumerables ocasiones en las que lo vio con ella, sobre todo en los momentos en que estaba despreocupado y sin querer cumplir expectativas de nadie. Brevemente le asalta la duda de por qué no la lleva encima en ese momento, se siente tan poco natural imaginarlo vestido de otra forma. Suspira, tomándola, e intentando ignorar el resto de objetos que exigen su atención, como la pila de cartas a un lado de la cama, el reloj que descansa en su mesita de centro, o el envase a medio comer de golosinas muggle que Harry siempre olvida botar.
Supone que no le haría mucha gracia que Draco se pusiera de intruso con sus cosas.
Sin embargo, hay algo que no deja de llamarlo, y que no puede dejar de notar: y es el exceso de lentes que tiene dispersos por toda la casa. Estuches, anteojos rotos o dentro de bolsas, de diferentes colores y tamaños. En los muebles, en una silla, en el suelo. Lentes que Harry parece olvidar reemplazar o simplemente echar a la basura.
Lo hace sonreír brevemente, el pensar en Harry intentando cambiar el modelo de sus anteojos pero fallando en el intento, aferrándose a sus características gafas redondas.
Draco toma unas con marco café, cuadradas y casi tan grandes como las que siempre le ha visto usar, y sabe que son nuevas. Porque aprendió, desde muy temprana edad, que los lentes de Harry Potter nunca están completamente limpios. En los bordes, siempre parecen algo manchados y borrosos, seguramente en consecuencia de no limpiarlos con lo que corresponde, si no con lo primero que se encuentra.
De todas formas, toma el par, que se ve algo gastado en los bordes, y los echa a su bolso.
No recuerda haberlo visto con sus gafas la última vez.
•••
Harry se quitó los lentes, limpiándolos con el borde de su camisa y negó, aún sin entender.
—Hanahaki —dijo por tercera vez, pestañeando en dirección a Hermione, quien lo observaba con una ceja arriba.
—Hanahaki —repitió ella de nuevo, asintiendo con la cabeza.
Era domingo, dos días después de que el incidente con Malfoy hubiera sucedido y éste lo hubiese empujado lejos luego de calmarse, deseándole que se lo follaran de todas las formas posibles mientras salía del cuarto sin mirar atrás.
Y luego de que Harry se calmara también, sabía que tenía que dejarlo hasta allí, olvidarse del tema. Por supuesto que tuvo que haberlo hecho. ¿Qué posiblemente querría tener que ver él con flores y tripas? Nada.
Pero Harry no había podido quedarse tranquilo, y luego de seguir buscando por su cuenta la explicación a por qué demonios Malfoy estaba escupiendo flores y no encontrar nada, había decidido preguntarle a Hermione el día de su almuerzo dominico.
—Ya te dije, Harry. Es una enfermedad que se da en las líneas sangre pura, o descendientes directos de ellas —explicó su amiga con un suspiro exasperado, revolviendo la ensalada de la mesa mientras Ron intentaba hacer dormir a Rose en el asiento a su lado—. Solía ser muy popular en el siglo XVIII, y los registros datan de una sola recuperación. El resto siempre terminaba muerto, cuando la enfermedad llegaba a su etapa final y las espinas hacían su aparición ya no había mucho que los médicos pensaban que se podía hacer.
Aquel sentimiento helado que le acompañaba desde el viernes se expandió.
—¿Y hay algo ahora que se pueda hacer? —preguntó, con la boca seca.
Hermione frunció el ceño, como si intentara recordar algo con precisión.
—Hay investigaciones, acerca de una operación manual, casi al estilo muggle, pero nada oficial porque los cuerpos de los magos no lo soportan —contestó, comenzando a servir—. Hasta ahora, lo único que se sabe es, que la solución principal, se trata de que el amado del afectado retorne el sentimiento.
Fue su turno de fruncir el ceño, obviando la conversación que estaba pasando a su costado.
—¿Pero...? —Se aclaró la garganta, dedicándole una pequeña sonrisa de agradecimiento cuando le tocó su porción—. ¿Las espinas aparecen de pronto? ¿Eso es lo que hace que te mueras de verdad? No entien-
—Las espinas aparecen cuando ya no hay vuelta atrás en tu condición. Una de las razones, por ejemplo, es que el ser amado ya tenga otro sujeto de afecto —lo interrumpió, rodando un poco los ojos—. El interés de Malfoy debe haber conseguido pareja, y debe ser una estable, así que él sabe que al ser de esa forma, no hay manera ya de que las cosas cambien y sea amado de vuelta. Es por eso que es el punto de no retorno. La enfermedad ya lo estaba matando, pero ese es el golpe final. ¿Entiendes?
Harry realmente no entendía aún. Claro, sabía la teoría de la enfermedad, comprendía en términos prácticos por qué se daba y cómo se daba, pero no entendía. ¿Cómo podías amar tanto a alguien, que comenzaba a matarte a ti mismo? ¿Qué tanto debía ser el sentimiento de pérdida, de saber que nunca estarías con esa persona, como para que hiciera que doliera hasta físicamente? Él nunca había experimentado algo así. Porque sí, seguro, amaba a Ginny, pero estaba seguro de que no moriría si no la tenía, y pensaba que no era muy probable que ella lo hiciera tampoco.
Juntar el concepto de amor con la cara de Malfoy se sentía tan jodidamente extraño.
—No tiene ningún sentido —dictaminó, mientras ella se sentaba.
—Es bastante romántico —comentó Hermione tomando el tenedor, apuntándolo—. Trágico, pero romántico.
—Y doloroso —intervino Ron entonces, quién hasta ese momento se había mantenido al margen de la conversación.
Siempre se mantenía al margen –o al menos lo intentaba– cuando se trataba de Malfoy, desde que Harry le había dicho que necesitaba un buen ambiente laboral luego de la mierda que habían pasado.
El moreno se volteó brevemente a su mejor amigo, Rose tocaba las pecas de Ron mientras éste hablaba.
—Un tío murió de eso... y compañero, de las cosas más horribles que he visto. —Soltó un escalofrío, haciendo que una somnolienta Rose se meciera entre sus brazos—. Cuando la enfermedad comienza a aparecer, las raíces hacen que te duela el pecho porque... Bueno, porque pesan y te impiden respirar. Pero las espinas... —Soltó un silbido ésta vez—. Hombre, las espinas se clavan en tus órganos y eso hace que te desangres de a poco. Muy, muy de a poco...
Harry pensó, pensó en raíces comenzando a crecer en sus entrañas, metiéndose por sus pulmones. Pensó en espinas clavándole, que cada vez lo hacían más y más, y tuvo que parar de comer, solo de comprender al fin el dolor por el que Malfoy estaba pasando, a cada maldito segundo.
Y tú le dijiste que el mundo sería mejor una vez que ya no estuviera.
La imagen tan gráfica de aquello hizo que Harry tuviera náuseas, y dejó caer el tenedor, mirándolo de hito en hito.
—¿O sea que Malfoy va a morir? —preguntó, recién cayendo en cuenta. El frío ya le llegaba hasta la nuca—. ¿Así y ya?
Ron hizo una mueca divertida.
—Pues sí. ¿Te imaginas a alguien enamorándose de él para salvarlo? —Bufó—. No es muy probable.
Harry no podía contradecir aquello, pero aún así parecía menos probable que no fuera posible.
—Solo me tomó un poco por sorpresa —murmuró—, eso es todo.
Porque Malfoy había sobrevivido a la guerra. Había sobrevivido a Voldemort en su hogar. Había sobrevivido a tener que ver a Lucius en Azkaban cada vez que atrapaban a alguien nuevo en una misión. ¿Y eso era lo que terminaría matándolo? ¿Que alguien a quien él quería no era capaz de corresponderle? Parecía ridículo hasta en sus oídos. Harry simplemente no podía entenderlo.
—Yo creo que lo que es realmente impresionante es que el hurón sea capaz de amar a alguien además de sí mismo —comentó Ginny entonces, tomando su brazo mientras reía—. Eso sí es una sorpresa.
Harry la miró, sobresaltado, y Ginny lo miró de vuelta con sus comisuras arriba, mientras Ron y Hermione se reían de su pequeña broma y hablaban de lo cierto que era aquello.
Pero él no se sintió capaz de hacer lo mismo, porque...
¿Cómo podía haber olvidado que ella estaba ahí?
Un sentimiento pesado se instaló en el fondo de su estómago, al mismo tiempo que cierta conversación volvía a su mente, cierta conversación en la que no había podido parar de pensar, porque era estúpida. Por supuesto que era estúpida, porque él amaba a Ginny. Por eso se casaba con ella. Él amaba a Ginny, ¿verdad? Ese tipo de cosas pasaban, y-
Apartó rápidamente cualquier pensamiento respecto a ese tema.
Y Harry rio finalmente, fingiendo que aquello le había causado gracia, pero algo en su pecho que no lo dejaba estar en paz.
Draco Malfoy estaba muriendo.
•••
El momento en que comenzaron a crecer espinas en el interior de Draco, fue la mañana en que vio el titular de El Profeta que anunciaba el compromiso entre Ginny Weasley y Harry Potter.
Se sintió como un estúpido. Incluso más de lo que ya pensaba que era. A medida que pasaron los años, las raíces en sus pulmones y costillas crecían y crecían, pero una pequeña parte de Draco aún pensaba... Aún pensaba que había solución. Pensaba que podría curarse. Después de todo, no había muerto aún, ¿no? Su enfermedad aún no llegaba a la etapa final. No creía que alguna vez Harry correspondiera a sus sentimientos, por supuesto, aunque eso no le impedía pensar que quizá él podía desenamorarse del moreno.
Y lo intentó. Por supuesto que lo intentó.
Draco se folló a tanta gente como pudo, olvidando sus nombres e incluso sus caras. Se los folló, y por unos momentos pudo dejar de pensar en Harry mientras lo hacía. Les prometió el cielo y la tierra a sus amantes. Inició relaciones y trató de convencerse a sí mismo de que podía hacer eso. De que el amor enfermizo y no correspondido que florecía dentro suyo desaparecería y se vería reemplazado por un sentimiento hacia alguien que sí podía tener.
Pero eso no sucedió jamás.
Con cada acción, cada gesto, cada palabra, Draco se encontraba comparando de forma inconsciente a sus parejas con Harry. Su nariz no se arruga cuando se ríe. En su mejilla se forma una margarita leve. Frunce el ceño cuando está confundido. Respira agitado cuando se enoja. No habla así. No camina así. Su cabello no luce así. No sonríe así. No actuaría jamás así. No lo tocaría así. No lo besaría así. No sería así.
Harry era incomparable e inalcanzable y joder- cómo dolía saber que nadie podría llenar sus zapatos para así poder salvarse.
Era en esos momentos en los que se arrepentía de haber sido tamaño imbécil con él cuando eran niños. Si hubiera sabido... Si hubiera sabido lo que le deparaba el futuro, habría sido diferente. Habría sido tan diferente... Y así al menos podría disfrutar de su compañía aunque fuera como un amigo. Aunque fuera como un pequeño pedacito de su vida. De su corazón.
Era mejor que no tenerlo para nada.
O eso creía él.
Draco niega con la cabeza, a medida que se acerca a la cocina de Harry, ahuyentando esos pensamientos. No le hace bien a nadie lamentarse o ahogarse con las cosas que pasaron o que pudieron pasar. Lo mejor era enfocarse en el presente; si es que existía un presente en lo absoluto.
Por unos minutos, se queda en el umbral de la puerta, observando la cocina mágica. Trata de imaginar a Harry paseando de allá para acá, intentando cocinar algo decente. Al menos Draco se aseguró de no hacerlo trabajar de esa forma. Se aseguró de aprenderse sus platillos favoritos y cocinarlos cada vez que podía.
Suspira, apoyándose en la pared.
Era extraño pensar que a Harry no le gusta ese lugar. Nunca le gustó, por eso no lo llevó allí. Y ahora Draco puede entender por qué. Todo parece tan lúgubre y apagado y tan no-Harry, que resulta hasta deprimente.
Negando, se aleja, pensando en lo loco que es saber que, mientras no sea necesario, quizás no volverá a entrar allí.
O quizás sí.
•••
Quizás la forma de ayudarlo, es sabiendo quién es, pensó Harry.
Había tenido tiempo para meditarlo durante el fin de semana, y a cada momento estaba más convencido de que si podía hablar con la persona de la que Malfoy estaba tan enamorado, quizás tendría una chance.
Se estaba obsesionando una vez más, lo tenía claro, pero es que le parecía tan... Frívolo, cómo la gente podía estar consciente de que alguien se encontraba en la etapa final de una enfermedad mortal, y no hacer nada al respecto. Que sí, que Malfoy no fue la mejor persona en sus días; pero desde que se convirtió en Auror, había salvado más vidas de las que alguna vez llegó a condenar en su adolescencia. Además, Harry era su compañero en prácticamente cada caso, porque según Robards complementaban conocimientos o vaya a saber uno qué. Sabía mejor que nadie en quién se había convertido Malfoy, y no merecía morir.
Y, bueno, Harry se sentía culpable de lo que le había dicho la última vez que se vieron.
Así que, pasada casi una semana cuando volvieron a reunirse, Malfoy entró a la oficina de Harry para resolver el caso, y este, pasado unos minutos en los que habían estado ignorándose y en silencio, habló.
—Malfoy...
No le hizo caso, como era de suponer. El rubio continuó anotando y pasando página como si no se hubiera escuchado absolutamente nada.
—Malfoy... —repitió.
Esta vez incluso tuvo el descaro de fingir que alguien más le había hablado en otro lugar, como si lo estuvieran llamando a lo lejos. Un movimiento totalmente infantil, si se lo preguntaban. Finalmente, negó y volvió a su trabajo.
—Malfoy —dijo una vez más, firme.
Nada. Ni puto caso.
Harry se irritó.
Tomó la muñeca del hombre que escribía sin parar en la hoja, para que así le prestara atención.
—¡Hey!
Contra todo pronóstico, Malfoy saltó y se zafó de su agarre como si el simple contacto le quemara. Lo miró de lleno, llevando la mano que Harry había tomado hasta su pecho.
—No. Me. Toques —siseó amenazadoramente.
Harry levantó las manos para hacerle entender que estaba hablando con él en son de paz y tragó saliva, alejándose un poco.
—Lo siento —dijo, con calma.
Malfoy aún lucía desconfiado, pero bajó un poco la guardia. Retornó la mano al lápiz y volvió a su posición inicial, mirándolo por la esquina del ojo.
—¿Qué quieres? —espetó.
Harry suspiró. Cuando le había hablado a Malfoy realmente no tenía idea de qué decirle. Creía que no quedaba muy bien un: "Hola, sí, lamento enterarme qué te está pasando en realidad. A todo esto, ¿quién es el desafortunado?". Así que simplemente dijo lo primero que se le vino a la mente.
—Creo que- no sé —respondió, bufando, mientras se reprendía mentalmente—. No deberíamos discutir.
Malfoy resopló en respuesta como si Harry estuviera hablando estupideces y regresó de lleno a su hoja. Al menos no había desechado su idea al instante.
—Hablo en serio —insistió el moreno ante su terquedad—. Ambos ya somos adultos, y no tiene sentido pelear por comentarios tan infantiles. —Harry posó las manos encima de sus ojos, por debajo de sus lentes, y tomó un respiro hondo para lo que quería decir a continuación—. Tampoco tiene sentido decir comentarios infantiles de los que uno se arrepiente después.
Esa era la única disculpa que le ofrecería.
Después de todo, Malfoy inició la pelea diciendo esas cosas de Ginny. No justificaba lo que Harry había dicho, obviamente, pero eso no quería decir que él tuviera menos culpa. Se arrepentía, sí, eso no significaba que se rebajaría a rogarle a Draco Malfoy por un perdón.
Quitó las manos de sus ojos, para encontrar que el rubio lo miraba con la cabeza ladeada, luciendo completamente desconfiado.
—¿Por qué? —preguntó entonces con cautela.
Harry desvió la mirada hasta sus propios archivos, aunque en realidad no estaba leyendo nada. Toda su atención se encontraba puesta en la persona hostil de su costado.
—Ya te expliqué por qué —respondió al final.
Malfoy suspiró de la forma en la que los adultos suspiran cuando quieren explicarle algo a un niño.
—De todas formas, eso no explica por qué de pronto te interesa si nos peleamos o no —terminó diciendo.
Harry pausó, considerando seriamente por un momento decirle la verdad y ya. Que se veía horrible, casi como un cadáver en persona, y que no quería hacer de su último tiempo un infierno. Que ya era lo suficientemente perturbador verlo escupir flores con sangre de aquí para allá de vez en cuando, como para tener que soportar aquello cada que estuvieran discutiendo. Pero pensó que Malfoy no apreciaría tanta honestidad. Que creería que era lástima.
Así que calló.
—Porque vamos a pasar mucho tiempo juntos —contestó Harry finalmente—, y sinceramente, quiero dejar de sentir que aún estoy en una guerra.
No era una mentira, después de todo.
Discutir con Malfoy por el simple hecho de que cuando eran niños se llevaban mal, era un constante recordatorio de que ambos estuvieron en bandos distintos durante la guerra. Era un constante recordatorio de lo que había sucedido. Harry solo... Quería olvidar aquello. Quería creer que el mundo lo dejaría olvidar aquello.
Malfoy no se veía del todo convencido, pero seguramente terminó pensando que quizás, era lo mejor.
—Está bien. —Asintió, dudoso, mientras se mordía el labio.
Harry asintió de vuelta, y volvió a los papeles, quedándose en silencio. Era lo mejor que podría haber esperado de Malfoy. Era lo normal, después de todo, no era como si Harry creyera que de pronto iban a bromear y hacerse mejores amigos. Solo... le parecía extraña toda la situación. La discusión que tuvieron la última vez, la tregua de parte de Harry, la enfermedad de Malfoy, cómo de pronto se ponía a toser y fingía que estaba bien. Le parecía surrealista.
Negando, comenzó a trazar la línea de tiempo de los casos en las hojas. Personas desaparecidas y otras cuantas que reportaban haber sido presas de Amortentia, Veritaserum, Filtro de Muertos en Vida, todas ellas describiendo al mismo sujeto administrarlas o acompañar al victimario. Estaba claro que era un negocio ilegal de pociones, ya que las fechas no coincidían con ninguna compra por los medios regulares, además de que todos los Maestros de Pociones ya habían sido interrogados. Lo que Harry y Malfoy debían hacer era encontrar donde estaba el laboratorio en el que se preparaban. Y era verdad que eso sería difícil si no paraban de pelear por cinco minutos.
Al cabo de una hora, Malfoy señaló que los casos en el mapa formaban un círculo, por lo que el laboratorio debía estar no muy lejos de donde se cometió cada crimen. Harry mostró la línea de tiempo, notando que había cierto patrón entre los desaparecidos y los drogados en contra de su voluntad, así que ambos tuvieron grandes avances para una sola tarde.
Por poco no notó que no quedaba mucho que hacer por el día, cuando Malfoy se paró, tomando todas sus cosas. Harry suspiró, negándose a mirarlo. No descubrió quién era su enamorado, ¿no? Pero al menos pudo ablandar el terreno para descubrirlo.
Satisfecho, sacó un paquete de galletas de su bolsillo, y cuando se iba a echar una a la boca, lo oyó.
—Potter.
Harry miró hacia arriba al instante, encontrando a Malfoy ya parado, pero aún en su lugar, frente a la silla al costado del moreno. Estaba tenso, y aunque su rostro estaba girado en dirección a Harry, sus ojos no querían mirarlo de forma fija.
Harry no dijo nada, con la galleta a medio camino. Alzó las cejas, esperando que dijera algo. Malfoy tosió un poco, limpiándose con el pañuelo que traía siempre en mano.
El rubio tomó aire.
—No eres el único que cree que ya no tiene sentido pelear por cosas tan estúpidas —dijo finalmente, dejándolo boquiabierto. Malfoy nuevamente no lo miraba de forma directa—. Y decir comentarios infantiles de los que uno se arrepiente después.
Harry sabía que era una disculpa.
Sonrió, asintiendo a falta de palabras y le ofreció la galleta que tenía en la mano. Draco la miró, con cara de asco, pero Harry sabía que en realidad no le disgustaba porque era el mismo tipo que le vio comer días atrás. El moreno alzó más el brazo, sin dejarse intimidar.
—¿Quieres una? —preguntó.
Malfoy se le quedó viendo extrañamente por unos segundos, antes de tomar la galleta mientras rodaba los ojos y se encaminaba hacia la puerta con sus cosas. Harry creyó, por un segundo, que estaba sonriendo. Pero no lo podía decir con certeza.
Cuando tomó el pomo de la puerta, sin embargo, al ojiverde se le ocurrió una idea.
—Malfoy —llamó.
El rubio detuvo sus movimientos y se volteó hacia él. Harry se mordió el labio, sin estar seguro de como sacar el tema.
—Mañana en la noche, McLaggen hará una reunión para los Aurores en El Caldero Chorreante —soltó, casi sin tomar aire entre palabra y palabra. Malfoy alzó una ceja, como si no entendiera qué le podría importar a él—. ¿Lo sabías?
Él asintió escuetamente en respuesta, visiblemente incómodo.
—Lo había oído.
Harry agitó su cabello, sintiéndose incómodo también de pronto. Tal vez decirle eso no había sido la mejor idea, después de todo.
—¿Por qué no vas? —preguntó, como si nada.
Malfoy cambió el peso de su cuerpo al otro pie y apretó la galleta que Harry le había dado con fuerza, arrugando la frente. El moreno pasó saliva.
—¿Por qué iría? —replicó.
Harry se encogió de hombros.
—Mejorar la relación entre Aurores, qué sé yo —dijo él, desviando la vista—. No veo por qué no.
Esperó la respuesta de Malfoy en silencio, más nervioso con cada momento que pasaba. Harry tomó la pluma, comenzando a juguetear con ella, y no se atrevió a mirarlo. Malfoy volvió a girarse, tomando una vez más el tomo de la puerta.
—Lo pensaré —respondió finalmente.
Harry sonrió por lo bajo. Bien. El plan era simple: si era alguien de los Aurores, podría notarlo. No creía que la enfermedad cambiara según estuviera cerca de la persona o no, pero tendría que notarse en los ojos de Malfoy, ¿no? Después de todo, estaba tan enamorado que se estaba muriendo por esa persona. Harry podría ayudarlo así, y sacarse el peso de saber que estaba dejando morir a alguien.
Malfoy abrió la puerta.
—Adiós —dijo Harry entonces—. Nos vemos.
El rubio lo miró de una forma indescriptible desde el umbral.
—Adiós, Potter.
Y con ello, se fue.
Al día siguiente, Harry se encontraba en su cuarto preparándose para la noche. Abotonaba su camisa, ignorando la molesta mirada de su prometida desde la cama.
Harry trató de peinar su cabello, aunque lamentablemente sabía que no podría aplacarse. Se preguntó brevemente por qué estaba haciendo esto, al fin y al cabo. ¿No había otra forma de ayudar a Malfoy que no fuera soportar al idiota de McLaggen una noche entera?
Negó inconscientemente. Sabía que no la había. Harry se alejó del espejo mientras jugaba con la sortija de su mano, absorto en sus propios pensamientos.
—Casi ni estás aquí —dijo Ginny de pronto desde su lugar.
Harry suspiró. Estaba claro que no lo dejaría marcharse tan fácil, como él había creído.
—Gin —dijo, con cautela—. Hemos hablado de esto un montón de veces. Mi trabajo es parte importante de mi vida, y sabes que casi nunca salgo solo para divertirme —explicó Harry pacientemente, llegando a los pies de la cama. Se encogió de hombros, mirando alrededor—. Mañana estaré aquí.
Su novia bufó, cruzándose de brazos.
—Lo mismo dijiste anteayer —espetó, molesta.
Harry pasó sus dedos por las sienes.
—Anteayer tuve que quedarme hasta tarde porque mi compañero no estaba. Creo que es bastante diferente.
Ginny chasqueó la lengua, frunciendo el ceño.
—Querrás decir que gracias al inútil de Malfoy tuviste que quedarte hasta tarde.
Harry la miró de hito en hito. Ella no parecía perturbada por lo que acababa de decir, a pesar de que él le había conversado un montón de veces acerca de lo que estaba pasando con Malfoy, y que probablemente sabía que la razón por la que su compañero había faltado era porque ni siquiera tenía fuerzas para levantarse de la cama.
O que había terminado en San Mungo.
—Gin —dijo Harry con lentitud, casi con incredulidad—. Está muriendo.
El semblante de la pelirroja se relajó visiblemente mientras soltaba el aire que estaba reteniendo. Harry no creía que estuviera arrepentida, pero al menos había notado la insensibilidad de su comentario.
—Lo sé —dijo entre dientes, pero más suave que lo demás—. Lo siento.
Harry suspiró nuevamente, antes de inclinarse para así dejar un leve beso en su labios. Ginny le correspondió, dejando que la tensión abandonara gran parte de su cuerpo. No quería pelear con ella.
Últimamente lo hacían mucho.
—Mañana estaré aquí —prometió.
Harry sabía que, muy en el fondo, en esa pequeña parte de sí mismo que no se permitía escuchar, había una voz que le decía que era una mentira.
Que no debería prometer cosas que no podía cumplir.
Olvidándose del asunto, se perdió en el pasillo camino a la sala de estar.
Harry no sabía de dónde venía esa indiferencia hacia Ginny, o a ese tema en particular. Aún la amaba, obviamente, pero la razón por la que Gin se había enamorado de él era porque... porque era Harry Potter, ¿no? Sabía a qué se abstenía cuando se casó con él. Sabía que para Harry era vital cumplir su misión de Auror correctamente. O... O la gente moría. Encontraba absurdo que pusiera tanto problema por los horarios hasta tarde, cuando estaban a punto de casarse. No es como si estuvieran recién iniciando su relación, por favor.
—Okay —llamó Harry desde la Sala, abriendo la conexión—. Me voy.
—Adiós, Harry —respondió Ginny del cuarto.
Harry tomó una porción de polvos flú, llamando la dirección del Caldero Chorreante.
Ni él se devolvió a besarla, ni ella salió de la habitación para despedirse.
El moreno emergió de la chimenea a los pocos segundos, notando de inmediato que el grupo de Aurores ya había reservado una mesa en una de las esquinas. Algunos de sus compañeros le hicieron señas desde sus asientos, y Harry caminó hasta ellos, correspondiendo a las sonrisas que lo recibían, sin poder evitar notar una clara ausencia entre los hombres.
El ojiverde saludó a todos con una seña de manos y se sentó. Algunos ya llevaban copas encima, y comenzaron a hacer bromas deshinibidas acerca de Harry y cómo había llegado tarde. Pero el moreno no les prestaba atención. A medida que pasaban los minutos, y vaciaba un vaso de cerveza de mantequilla, sus ojos no se despegaban de la puerta, preguntándose si Malfoy iría, después de todo. Nunca afirmó nada.
Cuando Harry había perdido la esperanza, el timbre de la entrada volvió a sonar, y una cabeza rubia fue lo primero que logró ver.
Lucía... distinto. Claramente Malfoy no conocía los colores en su guardarropa, pero el gris de su túnica hacía resaltar sus ojos de una forma que Harry no había apreciado en otros momentos. Aún estaba delgado, y pálido, pero la manera en la que llevaba el pelo, suelto a los lados y no pegado al cráneo como en el trabajo, lo hacía parecer otra persona.
Harry atrapó sus ojos a la lejanía, y lo vio sonreír con burla.
El moreno volvió rápidamente a su trago, captando las miradas que el resto de Aurores compartía. Hasta donde Harry sabía, ninguno se llevaba realmente mal con Malfoy, tampoco eran amigos, pero... Lo normal. Si tenía que adivinar, la actitud de sus compañeros venía del hecho de que ninguno tenía claro cómo actuar alegre al lado de alguien que estaba prácticamente sentenciado a muerte.
Por suerte, Malfoy se sentó a su lado, sin mostrarse afectado por los nervios de los Aurores y arqueó una ceja.
—¿Pueden dejar de actuar como si me hubiera muerto ya? Por el jodido Merlín.
Y con eso, la tensión del ambiente se disipó.
Harry se permitió esbozar una pequeña sonrisa, tomando la nueva ronda de Whisky de Fuego que alguien puso en la mesa y se relajó, mientras Malfoy lo observaba brevemente.
El resto de la velada, todo salió bien. Mejor que bien, si debía ser honesto. Las bromas se reanudaron poco después de que Malfoy se sentara, y ni siquiera McLaggen se comportó como el idiota que Harry sabía que era. El único inconveniente, si se podía decir así, era la constante presencia de Malfoy a su costado. Harry era demasiado consciente de ella.
De vez en cuando, sus muslos chocaban, o Harry ponía la mano encima de su propia pierna y pasaba a rozar el pantalón del rubio. La risa, despreocupada y absurdamente clara de su compañero, era algo que nunca había oído. No era ese sonido pedante de Hogwarts, ni algo forzado. Tampoco los comentarios sarcásticos que decía al aire parecían ser dichos para fastidiar. Harry se encontró mirando a Malfoy, pero al Malfoy que era cuando no se comportaba como un idiota.
Llegó un momento, en que casi olvidó quién era realmente. Porque Harry había conocido otro lado de Malfoy. Uno que no mucha gente debía de conocer.
Y, durante toda la noche, no tosió flores.
Harry llegó aquella noche a Grimmauld Place reprendiéndose por olvidar cuál era su plan en primer lugar. Pero es que simplemente no se había acordado de fijarse si el enamorado de Malfoy estaba allí. Estaba demasiado impresionado con esta nueva perspectiva del hombre. Una que antes no había pasado por su cabeza.
Y de ahí en adelante, esa era la visión con la que se acercaba a Malfoy, llegando a olvidar que podía ser tan agradable como antipático.
Los días comenzaron a pasar, haciendo que Harry se llevara mejor con él. De vez en cuando se permitía hacerle bromas, o invitarlo a más reuniones, aunque el rubio no siempre aceptaba. Todo iba increíblemente bien.
Hasta que, por supuesto, abrió su bocota.
Estaban trabajando, y Harry hizo una pequeña mención a los múltiples anillos que Malfoy ocupaba, molestándolo porque los encontraba feos. El rubio lo había mirado, listo para atacar de vuelta, seguramente a su ropa, o a sus gafas, cuando se llevó una mano al pecho y lo atacó una tos.
Una tos que Harry casi había olvidado que continuaba allí.
Afortunadamente, no duró mucho, pero una vez que Malfoy se calmó y quedó tendido en su asiento de forma relajada, Harry no pudo contenerse.
—¿Quién es?
Las palabras abandonaron sus labios antes de que pudiera detenerlas, y se reprendió mentalmente por eso. Se quedó muy quieto, viendo cómo Malfoy abría los ojos y se giraba hacia él en un santiamén.
—¿Disculpa? —siseó.
Oh, joder. Por supuesto que no había sido buena idea preguntarle así. Por supuesto que no había sido buena idea preguntarlo en absoluto, ¿qué estaba pensando? Harry abrió y cerró la boca varias veces, sin saber qué decir.
—Yo...
El entendimiento llegó a las facciones de Malfoy de forma abierta y dolorosa, aunque Harry no comprendía por qué. En menos de dos segundos, estaba de pie bruscamente, mirándolo con ojos llameantes y la mandíbula apretada. Harry solo pudo devolverle la mirada, sin moverse un solo centímetro.
—No es de tu puta incumbencia, Potter —escupió, antes de darse media vuelta y salir dando un portazo.
Harry agachó la cabeza, suspirando.
Sabía que esa vez sí debía pedirle perdón.
•••
Draco recuerda ese momento y esboza una sonrisa triste.
Tantas cosas, tantos malentendidos entre ambos.
En ese momento, Draco realmente pensó que Potter sabía. Que estaba intentando sacarle la verdad para "ayudarlo". Recuerda la rabia que sintió, y el miedo. El miedo de que quedara al descubierto su corazón y cómo había amado a ese hombre con tanta intensidad por casi diez años. Recuerda que lloró hasta dormir ese día, y tosió hasta manchar sus sábanas de sangre, sin poder respirar. Recuerda que la desesperación amenazaba con comérselo vivo.
Al parecer esa era una constante en su vida.
Estar cerca de Harry le hacía bien. Le hacía tan bien... Sus pulmones casi le permitían respirar con claridad cuando lo veía reír, y las flores solo crecían encima de su piel, los pétalos cayendo a medida que caminaba. Y al mismo tiempo, era un arma de doble filo, que le decía que apenas el hombre dijera un solo comentario insensible, podría llegar a matarlo.
E irónicamente, siempre había sido así, desde que eran niños. Era hasta cómico.
Las cosas hubieran sido demasiado distintas si no le hubiese hablado en esa tienda de túnicas, creyendo con toda seguridad que había hecho un amigo. Hubieran sido tan distintas, si no hubiese quedado fascinado por el aura de su magia. Hubiesen sido tan distintas si nunca le hubiera ofrecido la mano en el tren. Draco deseaba nunca haberle ofrecido la mano en el tren. Deseaba nunca haber querido ser su amigo. Deseaba nunca haberlo conocido.
Todo sería mejor. Se habría ahorrado tanto sufrimiento si simplemente hubiese ignorado la existencia de Harry Potter y lo hubiera dejado en paz.
No valía la pena conocer lo que era el amor, si ese era el precio que debía pagar.
Draco suspira. Lo ha olvidado una vez más. No tiene sentido llorar sobre la leche derramada.
Sale por la puerta delantera de Grimmauld Place, dejando que la madera se cierre tras él, mientras siente un logro malestar en el estómago que se va tan rápido cómo llega.
No sabe si estar agradecido o no.
•••
Harry debía estarlo, sinceramente. Debería sentirse agradecido de no tener que soportar a Malfoy.
De no tener que aguantarlo día a día, o ver su cara. De que se haya alejado desde que le hizo esa pregunta estúpida. De que lo evitara o faltara al trabajo.
Debería sentirse agradecido, de verdad.
Pero no era así.
Harry se encontró buscando casos aparte del que tenían entre manos, para estar con él, para poder hablarle y así pedirle perdón. No había notado hasta ese momento que en realidad, le agradaba Draco Malfoy. Tan extraño como pudiera escucharse. No quería dejar esa relación de compañerismo solo porque había actuado como imbécil. Aunque no sabía muy bien por qué lo había molestado tanto, sinceramente. Pero podía entender que podía ser un tema personal. Lo mínimo que podía hacer era buscar oportunidades para poder decírselo.
Hasta que lo consiguió.
Harry ni siquiera recordaba que había pedido un cambio de compañero de su último caso, diciendo que necesitaba a alguien más conocedor de la alquimia y ese tipo de cosas, cuando Malfoy entró a su oficina aquel martes con una cara de tres metros.
Harry apreció su imagen unos momentos, dándose cuenta de que lucía peor que las últimas veces que lo vio. Estaba más apagado, incluso más pálido, si eso era posible. Las ojeras bajo sus ojos jamás habían sido más pronunciadas y parecía que iba a quebrarse con cada paso que daba. El moreno negó, sintiéndose peor por haber preguntado.
Malfoy atravesó la habitación, sin prestarle atención nuevamente, y se sentó a su lado como era costumbre. Sacó los archivos, sin siquiera decir hola y Harry suspiró.
Bueno, no tendría otra oportunidad.
—Lo siento —dijo de sopetón, sin darle la oportunidad de fingir indiferencia o que lo corte antes de poder disculparse—. Siento lo que dije, no sabía que te iba a molestar. Solo...
—Déjalo —lo interrumpió Malfoy.
Harry sabía que estaba incómodo, tenso, o lo que fuera. Siempre parecía algo tenso a su alrededor, incluso cuando estaban llevándose mejor. El ojiverde negó.
—Sé que no era de mi incumbencia. —Se apresuró en decir, para luego agregar en voz baja—: Solo quería ayudar.
Malfoy suspiró, claro y profundo, antes de comenzar a escribir.
—Potter —replicó, con aparente calma—. No es tu problema.
Harry asintió a pesar de que no lo estaba viendo.
—Lo sé —dijo, sin dejar de mirarlo—. Pero es- es estúpido. Si hablaras con él-
Los fríos ojos grises de Malfoy se posaron en él al instante, dejando de lado la pluma por fin. Destilaban furia y frustración.
Y algo más.
Aunque Harry no podía identificar qué.
—No soy un proyecto de caridad —escupió con fuerza—. Si hablara con él, probablemente me rechazaría, o intentaría sentir algo por mí, conociendo cómo es. O lo fingiría. Ese tipo de rechazo terminaría matándome al fin. —Harry sintió cómo la sangre abandonaba su rostro—. ¿No lo entiendes?
Terminó la oración tosiendo un poco, antes de desviar la vista y clavarla en el papel, aunque sin hacer ademán de volver a escribir.
Harry sintió cómo su estómago cayó levemente. No había pensado en eso, por supuesto que no. Después de todo, quien quiera que fuese el enamorado de Malfoy no le correspondía, eso era lo vital del asunto. Obviamente el hacerse así de consciente de su rechazo terminaría matándolo.
El moreno bajó la mirada entonces.
—Lo siento —murmuró.
Malfoy seguía inmutable.
—Déjalo.
Se quedaron así unos momentos. Cada uno enfocado en los archivos que tenían encima de la mesa y sin moverse en lo absoluto. Malfoy respiró hondamente y apoyó el codo en la mesa, descansando su cabeza en la palma, así bloqueándole la visión a Harry.
El ojiverde se mordió el labio, decidiendo entonces retornar al caso. Después de todo, sí tenía que resolverlo y sí que le iba a servir Malfoy para ello.
De todas formas, al cabo de un rato, no pudo resistir volver a hablarle.
—Hoy es el cumpleaños de Ernie. Oí que te invitó —murmuró, a falta de palabras—. Pensé que querrías ir.
Malfoy ni siquiera se giró en su dirección para contestar.
—Lo pensaré.
Harry nunca esperó que, frente a la sequedad de su respuesta, decidiera ir finalmente.
Pero así fue.
Aquel día la ansiedad fue tanta que Harry ni siquiera se molestó en ir a casa a cambiar sus túnicas. Llegó al bar de los primeros, felicitando a Ernie y con la duda creciente de si Malfoy aparecería o no.
Y sí que lo hizo.
Llegó no muy diferente a la primera vez que fue al Caldero Chorreante, con su cabello suelto y una túnica que resaltaba sus facciones. Pero Harry no prestó mucha atención a eso. Lo único que podía pensar era en que nuevamente no tendría que lidiar con el Malfoy hostil, y eso le provocaba tanto alivio y gratitud que apenas se entendía a sí mismo.
La noche transcurrió, y una vez más, Harry se maravilló al ver esa faceta de Malfoy. Esa que guardaba para ciertas ocasiones y personas. Luego de rondas y rondas de alcohol, incluso fue capaz de volver a soltarse con Harry. Y para cuando terminó la noche, se podía decir que retomaron la relación cordial que mantenían antes de la pregunta desafortunada que Harry le hizo.
Casi podía olvidar que la cagó. Y descubrió que Malfoy, increíblemente, le caía demasiado bien cuando no estaba siendo un idiota.
Fue una buena noche, así que para cuando Harry llegó a casa horas después, llevaba una sonrisa en el rostro. Estaba de buen humor.
Pero todo se vio arruinado cuando ingresó a la sala de estar.
Ginny estaba sentada en la mesa del comedor con platos fríos, una vela casi consumida al centro. La expresión de su cara era asesina, y estaba preciosa, vestida formalmente, con maquillaje y una túnica verde.
Harry tragó en seco al verla, sintiendo un nuevo peso instalarse en sus hombros, mientras la culpa comenzaba a nacer en su estómago. Suspiró, apoyándose en la pared y agachó la cabeza. Había olvidado que tenían una cena. Que iban a celebrar su aniversario. Su aniversario. Harry había olvidado su puto aniversario por estar muy ocupado haciendo... ¿qué? ¿Averiguando qué le sucedía a Malfoy? ¿Reparando relaciones con su némesis de la infancia?
Dio un paso al frente, mareado.
—Gin...
No sabía qué decir. Realmente, nunca fue bueno con las palabras, pero en ese momento su mente estaba en blanco. Podría pedirle perdón, o decir lo siento, sin embargo sentía que no sería suficiente, que esta era una de esas cosas que Ginny no perdonaría tan fácilmente.
Harry estaba harto de pelear, joder.
—Al menos podrías haber tenido la decencia de avisar que no ibas a venir —espetó ella, levantándose mientras rechinaba los dientes.
Harry volvió a avanzar para así poder sentarse a su lado. Mantuvo la mirada en el suelo, sintiendo cómo los ojos cafés de Ginny seguían cada uno de sus gestos. El moreno solo quería terminar con esa noche, y no tener que arrepentirse de haber tenido un buen momento, por mucho que hubiera sido en la peor fecha posible.
Harry se reclinó en la silla y esperó en silencio a que Ginny comenzara sus acusaciones. Cerró los ojos, aguardando el primer golpe.
Pero lo que recibió en cambio, fue una pregunta con voz rota.
—¿Tan poco te importa? —susurró la pelirroja, dejándose caer nuevamente en su lugar.
Harry abrió los ojos alarmado, viendo cómo ella tenía la mirada fija en el plato. Por primera vez, fue consciente de que seguramente Ginny había cocinado todo. Que había esperado sentada por horas a que Harry llegara como había prometido. Que la comida se enfrió y ella se quedó allí, sintiendo que a él le importaba una mierda.
—N-no... No —dijo Harry, tropezando con sus palabras—, no...
Ginny suspiró temblorosamente, formando puños con sus manos y bajando la mirada, reprimiendo las lágrimas que Harry veía que se asomaban por sus ojos.
—Desde que anunciamos el compromiso, casi no estás —empezó en voz baja y pequeña. La culpa se hacía cada vez más y más grande—. Casi no te veo. No hablas conmigo, pareces obsesionado con tu trabajo. Con el jodido Malfoy y su enfermedad de mierda. —Soltó lo último con veneno, con rabia, haciendo que Harry se diera cuenta de que efectivamente era así. Desde que el compromiso se había anunciado, había pasado cada una de esas cosas. Ginny suspiró, pasando una mano por su cara—. No te ves feliz.
Entonces, levantó sus ojos, enfocándose en Harry. El moreno contuvo el aliento.
—Deberías verte feliz.
Y Harry supo que tenía razón.
Estaba a punto de casarse, debería estar saltando de felicidad. Debería ayudarla a hacer planes y gritar a los cuatro vientos lo afortunado que era. Debería verse como Ron antes de su compromiso con Hermione, que parecía hablar a cada segundo del día de cómo sería su vida una vez que fueran marido y mujer. Debería parecer que entraría a la mejor etapa de su vida, y no a una puta cárcel.
Pero no era así.
La oración de Ginny fue dicha con tantas emociones, que el cuello de Harry se apretó. Trató de tocarla, pero ella se apartó al instante con brusquedad. Su cara se arrugó en una mueca de tristeza, aunque no lloró. Ginny nunca lloraba, aunque las cosas se pusieran mal.
Por primera vez, deseó que pudiera hacerlo. Que soltara la rabia que él le había hecho pasar.
—Gin... —intentó, aunque nuevamente no tenía idea qué podría remediar aquello.
Ella se giró de lleno al ojiverde.
—¿Vas a casarte conmigo de todas formas? —preguntó, comenzando a elevar la voz.
Harry parpadeó un par de veces, sintiendo el efecto del alcohol palpable en su cerebro.
—Por supuesto que sí —respondió casi de forma automática.
Ginny tomó una honda respiración, con su barbilla comenzando a temblar.
—¿Quieres casarte conmigo?
Harry abrió la boca, y luego la cerró.
Y luego la volvió a abrir.
Y a cerrar.
Su mente se hizo un revoltijo, mientras Ginny esperaba una respuesta. Pero Harry no podía dársela. Debía ser fácil. El "sí" no debería sentirse ajeno en sus labios. Debería sentirse horrorizado de que su prometida siquiera estuviera dudando de su compromiso con la relación. Debería sentir muchas cosas.
Pero Harry solo sentía que si decía algo de aquello, estaría mintiendo.
Y Ginny llegó a la misma conclusión.
—Eso era todo lo que necesitaba —dijo levantándose y perdiéndose por el pasillo.
Harry se quedó en su lugar unos segundos, anonadado por lo que acababa de suceder, antes de pararse y seguirla hasta la habitación. ¿Se estaba terminando? ¿De verdad se estaba terminando? Eran años y años de relación. Ginny era lo único que conocía en la vida. Se habían enamorado de adolescentes y habían logrado establecer una relación por mucho tiempo. Vivían juntos, Merlín.
¿Cómo se estaba derrumbando todo en una noche?
—Ginny... —Trató de detenerla, mientras ella guardaba prendas y prendas en una maleta que había convocado encima de la cama.
No se detuvo.
—No, Harry —replicó, su voz temblando entre tristeza e ira—. Ambos sabemos que el compromiso fue un intento de recuperar algo que terminó mucho tiempo atrás. Años atrás.
Entonces Harry lo entendió, retrocediendo un paso como si hubiera sido golpeado. Aquello no se estaba derrumbando en una noche. Su relación se estaba cayendo a pedazos incluso sin que el pelinegro lo notara. Ginny y él no tenían nada en común desde hace bastante tiempo atrás. Apenas compartían tiempo juntos. Harry la olvidaba frecuentemente.
La pelirroja tomó la maleta, saliendo furiosamente del cuarto. El cuarto que habían compartido por años.
—No funcionó —dijo, hablando a sus espaldas.
Harry la siguió por el pasillo, siendo demasiado consciente de la ausencia de Ginny, quien aún ni siquiera se iba.
—Lo siento —fue lo único que pudo articular.
La mujer se detuvo frente a la chimenea y se giró hacia él. Sus mejillas estaban rojas, y el gesto de su cara parecía determinado.
—Deberías —dijo, antes de arrojar los polvos a las llamas.
Y se fue.
Y Harry no sintió nada en absoluto.
•••
Draco se detiene en la mitad de la calle, a la espera del autobús noctámbulo. No sabe por qué lo toma. Podría Aparecerse, sería mucho más fácil y rápido y probablemente menos peligroso, pero hay un alivio en ver a la gente existir.
La brisa acaricia su piel, aunque no se siente capaz de disfrutar el clima ese día. Hace bastante que no le pasaba que tantos pensamientos de Harry lo atacaran de una sola vez. Es extraño, por decir lo menos, lo que aquello ocasiona dentro de sí.
Sin embargo, no se para a pensar en ello.
El autobús llega, y Draco paga su pasaje sin prestar mucha atención al muchacho que lo recibe. Camina por el pasillo, viendo cómo había gente durmiendo, o sentada, o solo respirando en una esquina. Se pregunta qué tan diferente se ve a ellos. O qué tan igual. Y nuevamente una pregunta respecto a Harry le ataca, cuando el bus comienza su recorrido.
El muchacho tomó ese transporte a los trece años por primera vez en la vida. Draco oyó de él, por supuesto, pero jamás pensó en tomarlo, era indigno de un Malfoy. Para Harry tuvo que haber sido tan... nuevo. Tan extravagante. ¿Se habría sentado, tratando de disfrutar el viaje? ¿Habría querido bajarse? ¿Se habría maravillado con las cosas que es capaz de hacer la magia?
Una parte de él, quiere lamentar el no haberlo preguntado hasta entonces. Pero lo desecha.
En cambio, imaginarse a Harry con cara de tonto mientras ve cómo el bus se hace angosto para pasar entre dos autos lo hace sonreír al instante.
Y eso es lo único que lo hace sonreír sinceramente desde hace semanas.
•••
Harry se encontraba riendo más a menudo.
Y eso no debería ser así. Había terminado una relación de años. El supuesto amor de su vida se había marchado, cancelado la boda dentro de sus seres queridos, y le había dicho a todo el mundo que lo suyo estaba muerto para siempre. Y Harry solo podía sentir que la extrañaría, pero como alguien con quién hablar. No como novia, y ciertamente no como esposa. Las paredes de Grimmauld Place se sentían vacías, y ni eso podía borrar el hecho de que Harry se sentía... libre. No era consciente hasta ese momento de que estuvo a punto de entregar toda su vida a su novia de la adolescencia.
Toda la vida.
El tiempo avanzaba, y aunque hubiera pasado un mes, aún no se hacía de público conocimiento que Harry y Ginny cancelaron el compromiso. El moreno se preguntaba brevemente, al ver los artículos de Corazón de Bruja, si a Gin le dolía ver cómo la gente hacía especulaciones, fueran buenas o malas.
Porque él no podía sentir nada.
La razón detrás de eso era que simplemente Harry era una pésima persona. Tenía que serlo. No había otra explicación para aquello. Ginny y él habían peleado mucho en el último tiempo, pero ella fue quien lo abrazaba cuando se sentía mal, o la que lo hacía reír luego de un largo día. Quizás Harry solo era un- robot, y ya. Si no, no entendía como podía ser tan frívolo.
Harry agitó la cabeza, volviendo a centrar su atención en lo que estaba pasando en ese momento. Malfoy y él se encontraban en una locación abandonada, en uno de los límites de un pueblo mágico y la ciudad muggle. Iban avanzando de a poco, conscientes de que era muy probable que allí estuviera el origen del laboratorio ilegal de pociones que tanto estaban buscando. Malfoy iba quejándose por lo bajo, diciendo que no debían haber entrado sin refuerzos.
—Ya los llamé, Malfoy —espetó Harry en un susurro—. Llegarán en cualquier momento. ¿Quieres callarte?
El rubio hizo un ruido exasperado.
—Claro, como tú vuelves de la muerte cada que te da la gana —murmuró de vuelta, molesto, pero no volvió a hablar.
Harry sonrió, en contra de lo que se supone que debía hacer, aunque la sonrisa se le borró en un santiamén, mientras se adentraban más en el almacén y llegaban a un cuarto nuevo e inexplorado.
Porque la habitación estaba impregnada con Amortentia.
Harry sintió cómo su estómago se hacía un nudo, al comenzar a reconocer los olores al instante. Palo de escoba. Tarta de melaza. Y...
Ese aroma floral que solo podía corresponder a Ginny.
Harry sintió cómo pausaba en sus pasos, solo por unos momentos, a medida que el olor bailaba en sus fosas nasales.
Ginny continuaba en su Amortentia.
No sabía qué sentir, quizás no era el mejor momento para averiguarlo. Pero si se supone que aún amaba a Ginny, ¿por qué no se sentía así? Aunque que estuviera en la poción no significaba nada, no realmente, después de todo eran solo los olores que más te atraían, y el cabello de Ginny olía genial, tenía que reconocerlo. Solo... Él pensaba que-
Fue solo un segundo de antelación, solo uno, y afortunadamente Harry alcanzó a reaccionar.
Un rayo de luz violeta se dirigía hacia Malfoy.
—¡Cuidado! —gritó él a su compañero.
Todo pasó muy rápido. En un par de segundos, el moreno había empujado a Malfoy, haciéndolo quedar de espaldas contra el suelo mientras él caía encima del rubio a medida que conjuraba un escudo con la varita que los protegía a ambos. Por solo un pelo, la maldición que iba dirigida a su compañero habría impactado contra Harry. El moreno vio cómo se desintegraba contra las protecciones de su propia magia, y la persona que los atacó continuaba tirando hechizos.
—Mierda... —murmuró.
Se levantó de encima de Malfoy en un dos por tres, sin prestarle atención al obvio rubor que le había cubierto las mejillas. Harry podría haberlo molestado, si otra hubiese sido la ocasión, pero en ese preciso momento, la prioridad era atrapar a los criminales y salir de ahí ilesos.
Los tipos comenzaron a correr en dirección contraria, por lo que Harry adivinó que en alguna parte del local había una forma de salir, dado que Malfoy y él habían puesto una barrera Anti Aparición. Harry no dudó en seguirlos, sintiendo cómo el rubio le imitaba quejándose por lo bajo.
No fue hasta que lo oyó quedar sin aire, que Harry recordó qué estaba sucediendo con Malfoy.
El moreno se giró de inmediato para mirarlo, y lo encontró disminuyendo la velocidad de sus zancadas, mientras que de su boca comenzaba a brotar una flor, el tallo descendiendo por su cuello. Harry ahogó un jadeo, viendo cómo de los pétalos de la flor brotaba sangre. Sangre que caía a sus pies.
Fue un momento de desconcentración, uno, pero fue suficiente para que una amenaza que Harry no había visto acechara.
Un hombre salió de su costado, y, como Malfoy estaba detrás de su escudo, pero no se encontraba protegido del lado, cualquiera que hubiese sido el hechizo que disparó, pegaría de lleno en el pecho del ojigris.
Harry no dudó, a medida que el miedo se apoderaba de sus movimientos. Se abalanzó para ponerse entre el conjuro y el cuerpo de Malfoy al instante. El escudo lo seguía hacia donde fuera, pero aún así mientras corría y lo protegía con su espalda, porción de su brazo quedó al descubierto.
El hechizo llegó a rebanar la piel hasta el hueso.
Quizás fue casi poético, que los refuerzos llegaran en ese preciso instante.
Harry cerró los ojos, sintiendo el dolor impregnarse en cada poro, mientras unas manos gentiles lo tomaban y lo arrastraban, a medida que los gritos llenaban el lugar. Oyó a Malfoy decir a sus compañeros a lo lejos que debían Aparecerse en ese instante, y apenas pudo procesar el resto de la situación, cuando el tirón en su estómago se hizo presente, y de pronto estaba en medio de San Mungo. Malfoy gritó nuevamente, diciendo que Harry Potter había sido herido, y vio los pies de una Sanadora posarse a su lado de inmediato.
Pero no podía prestarle atención realmente a su alrededor. El dolor en su brazo era casi cegador. Harry mantenía los ojos cerrados, temiendo que si los abría, encontraría la piel colgando y su hueso partido por la mitad. Todo era demasiado confuso, y lejano, y sinceramente prefería que se quedara así.
Fue un alivio cuando lo llevaron a una habitación y le indujeron el sueño. Y lo último que sintió antes de caer en la inconsciencia, fueron las cómodas sábanas del hospital mientras una mano sujetaba con fuerza sus dedos. Una voz susurrando palabras dulces.
Para cuando Harry despertó, horas después, toda herida había sido curada y se sentía mil veces mejor de lo que se había sentido antes de la misión. Parpadeó un par de veces, buscando los lentes a un lado de la cama, solo para ver a Malfoy sentado allí, con el ceño fruncido y la boca formando una sola línea.
Su corazón se encogió. No esperaba verlo. No esperaba que alguien estuviera esperando que sanara. Harry ignoró la forma en que su pulso se disparó, y desvió la mirada.
—Potter —dijo él, a modo de saludo.
Sin responder, Harry se colocó los lentes, bajando la vista hasta su brazo. Nada. No había sido nada grave, si no, habría dejado una herida. Sin embargo, podía adivinar que en el hospital no lo dejarían en un cuarto común, o recuperarse como el resto de la gente. Harry negó con la cabeza, sintiendo que aquello era bastante innecesario.
—Potter —volvió a llamar Malfoy desde su lugar, sacándolo de los pensamientos.
Harry levantó la mirada brevemente, sentándose mejor en la cama para así poder juntar sus cosas e irse.
—¿Mmm? —preguntó, distraído.
Escuchó a Malfoy tomar una respiración honda, mientras se removía incómodamente desde su asiento.
—Me salvaste la vida —dijo, casi bruscamente.
Harry frunció el ceño también, destapándose y girándose, tratando de bajarse. Quizás debía esperar a su Medibruja o Medimago, pero la verdad, quería irse a casa.
—Bueno —respondió encogiéndose de hombros—. Eres mi compañero, ¿qué más se supone que debía hacer?
Malfoy soltó un suspiro exasperado, como si Harry realmente fuera un estúpido que no entendía nada. Harry levantó la vista, aún con el entrecejo junto y encontró al rubio negando a medida que se pasaba una mano por el cabello.
—Nuevamente te debo algo —explicó, masajeando sus sienes.
Ah. Así que de eso se trataba.
—No-
—Sí —lo interrumpió Malfoy, cuando Harry comenzaba a negarlo.
El azabache suspiró, tomando su varita desde el velador y atrayendo sus zapatos. Por suerte, no habían considerado necesario ponerle una bata. Eso haría mil veces más incómoda aquella situación.
—No quiero nada —respondió Harry sin inmutarse, mientras se colocaba sus zapatos—. Era mi obligación.
Malfoy chasqueó la lengua.
—No. No lo era.
Harry no respondió. No era su obligación per se, sin embargo, no creía que Malfoy fuera tan estúpido cómo para pensar que lo iba a dejar morir, o que no intentaría salvar a su compañero en un caso. Además, últimamente tenían una relación casi amistosa, no eran como dos enemigos salvando la vida del otro sin ningún propósito o sentido.
—Joder —murmuró Malfoy para sí mismo—, ¿de nuevo me salvaste la vida?
Harry se levantó, cruzándose de brazos.
—Suenas irritado —dijo en su dirección, alzando una ceja.
—Estoy irritado —le corrigió el rubio—. No quiero deberte nada más.
Por primera vez, Harry enfocó por completo su atención en Malfoy. Estaba sentado en la silla, con aires de terquedad y suficiencia a la vez. Parecía algo mejor a lo que Harry lo vio horas atrás, y la flor que estaba comenzando a crecer por los costados de su boca había desaparecido. Debía ser complicado, tener que respirar con eso tapando tu garganta.
Reprimiendo un escalofrío, y dejando eso de lado, Harry no entendía por qué Malfoy estaba siendo tamaño idiota al respecto, en vez de solo agradecerle y ya. No había salido nada mal al final, ¿no? Le había comprado más tiempo de vida. No tenía que comportarse de esa manera. Pero suponía que estaba en su naturaleza. El ojiverde negó, apoyándose un momento en el colchón.
—En unas noches, será la celebración de fin de año del ministerio —dijo lentamente, esperando que aquello fuera suficiente para zanjar esa estúpida conversación—. Pero unas noches antes, nosotros hacemos nuestra propia celebración. Inefables y Aurores.
Malfoy no entendía adónde iba, estaba escrito en todo su rostro. Seguramente esperaba que Harry le exigiera tener una deuda de vida, o algo así. Pero la verdad, cómo Malfoy no deseaba deberle nada más –aunque no estaba seguro a qué se refería con "más"—, Harry tampoco tenía intenciones de querer cobrar deudas con el mundo.
Harry arqueó ambas cejas.
—Ve y págame los tragos —dictaminó.
Malfoy lo miró con cautela, siendo dolorosamente obvio que deseaba preguntar el por qué, por qué Harry lo querría allí, por qué le diría algo así en vez de cobrar algo más serio.
Pero finalmente se lo pensó mejor. El rubio asintió, bufando.
—Está bien.
Harry asintió de vuelta.
—Nos vemos.
No esperó a que un Sanador llegara. Se perdió por los pasillos, dejando a Malfoy atrás, y se dedicó a buscar un punto dónde Aparecerse directamente dentro de Grimmauld Place.
Los días pasaron rápido, y Harry ni siquiera se dio cuenta que la noche en la que vería a Malfoy sí o sí ya había llegado.
Continuaban viéndose en el trabajo, obviamente, y la relación seguía siendo la misma. Almorzaban con el resto de sus compañeros Aurores y Malfoy trataba de sacarlo de sus casillas cada vez que podía. Pero había cierta distancia desde que Harry le había salvado la vida. Y no tenía idea del por qué.
Aquello cambiaría esa noche, por supuesto, con tanto alcohol encima y el ameno ambiente que siempre se gestaba entre todos era imposible continuar con esa fachada.
Harry estaba a punto de marcharse al bar, cuando de repente, la conexión flú comenzó a vibrar, ese ruido característico que le decía que alguien deseaba comunicarse con él.
El moreno frunció el ceño, acercándose hasta la chimenea mientras terminaba de abrochar los últimos botones de su camisa. Harry se arrodilló, aceptando la llamada, solo para encontrar cómo el rostro de una mujer se asomaba en las llamas.
—¿Harry? —preguntó ella.
Harry sonrió al verla.
—Hola, Hermione.
El ojiverde se inclinó aún más para que su cara fuera visible a su amiga. Ella se relajó cuando lo vio, dejando que una pequeña sonrisa se dibujara en sus labios. Harry se dio cuenta ahí, de cuánto la extrañaba. No la veía en persona hacía semanas ya, solo de lejos en el Ministerio, debido a su trabajo y a que no quería interferir con Ginny.
—¿Cómo estás? —preguntó ella.
Harry se encogió de hombros.
—Bien —fue su respuesta escueta. No era una mentira, después de todo—. ¿Qué tal tú y Ron?
Su amiga suspiró, hondo y profundo, y Harry supo que iba a ser regañado en un par de segundos.
—Bien, bien... Aunque podrías comprobarlo por ti mismo —respondió ella. Hermione hizo una pausa, cómo si no estuviera segura si decir lo que quería decir a continuación, pero luego de meditarlo unos segundos, habló de igual forma—. Ron te extraña.
Harry se sintió culpable al instante, y se mordió el labio, asintiendo. Él también extrañaba a Ron. Verlo cada semana era un ritual sagrado que habían adquirido desde la guerra. Les ayudó a ambos en sus peores momentos, y era extraño abandonar la tradición por las eventualidades de la vida.
—No has venido últimamente —volvió a decir ella, enarcando una ceja.
Harry dejó salir el aire que había acumulado en sus pulmones y pasó una mano por su frente, tomando el puente de su nariz. Cuando Ginny se fue, jamás pensó que sería tan difícil volver a organizar su vida.
—No quería... Ya sabes... —replicó, tratando de expresar lo que pensaba—. No quería quitarle a Ginny la oportunidad de ir y estar con ustedes, y no quería hacer a Ron tener que elegir entre su hermana y yo.
Era una mierda, lo sabía. Y sabía que después de lo de Fred, la prioridad de Ron siempre sería su familia. Por mucho que dijera que Harry era su hermano, Harry tenía claro que en esto, no podía pedirle que se pusiera de su lado. El ir, llegar justo en un momento en el que Ginny se encontrara allí, o que ella llegara en el momento en que Harry se encontrara visitando, los pondría a todos en una situación incómoda e injusta.
Además, ninguno había hecho un real intento por contactarlo hasta ahora. Eso debía decir que se molestaron lo suficiente para dejar que Harry se disculpara.
Harry no se disculparía porque una relación no funcionó.
—Ay, Harry... —dijo Hermione entonces, luego de unos segundos de silencio—. ¿De verdad crees que no tiene arreglo?
El ojiverde suspiró una vez más, sintiendo nuevamente esa familiar tensión que tenía cada que pensaba en su ex. Ni siquiera sabía qué fue lo que hizo que su relación no funcionara en primer lugar. Sí, Harry llegaba tarde, y había olvidado la cena que Ginny organizó, y eso estuvo mal de su parte. Pero estaba bastante seguro de que las relaciones eran de a dos, y que lo suyo con Gin durante bastante tiempo carecía de norte. Casi no hablaban de nada que no fuera trivial, e inútilmente Harry había creído que casarse solucionaría aquello.
—No sé, Hermione —contestó con honestidad.
No tenía idea qué había que arreglar. Quizás todo.
Harry no quería hacer eso.
Harry no quería que tuviera arreglo.
—Se iban a casar —insistió Hermione con suavidad—. Seguramente eso no puede olvidarse tan rápido, ¿no?
El moreno se abrazó a sí mismo, intentando pensar en un futuro con Ginny en él. Con Ginny volviendo a él.
Y no lo veía. Parecía lo correcto de hacer, de todas formas. Lo predestinado. Lo que todo el mundo esperaría.
Pero no lo que él deseaba.
—No lo sé... —volvió a decir.
Hermione lo contempló unos segundos, repasando en su mente los pro y los contra de su relación. Su amiga le dedicó una mueca triste, alejándose un poco de las llamas.
—¿Por qué no vienes y lo hablamos? —cuestionó, dispuesta a hacerse un lado para abrirle paso a su sala.
Harry lo pensó unos segundos. Pensó en cómo iría esa conversación. En cómo Hermione o Ron, o ambos, tratarían de hacerle ver el error que estaba cometiendo. Tratarían de recordarle las cosas buenas. Tratarían de convencerlo.
E incluso, tal vez, terminarían lográndolo.
Harry negó con la cabeza rápidamente.
—Lo siento, hoy no puedo —respondió, dedicándole una sonrisa de disculpa. Se aclaró la garganta, intentando mediar la situación—. ¿Qué opinas de mañana?
Hermione apretó los labios, sin verse satisfecha. Sin embargo, no insistió.
—Está bien —dijo al final, asintiendo—. Cuídate.
Harry se levantó, sintiendo la culpa nacer nuevamente en su interior.
—Adiós Hermione —habló, a punto de cerrar el flú.
Ella lo detuvo.
—Harry —llamó, con voz clara.
Harry detuvo sus movimientos, inclinándose un poco hacia la chimenea para aparecer nuevamente en el campo de visión de su mejor amiga. Ella estaba sonriendo nuevamente.
—Piénsalo —dijo Hermione con delicadeza—. No tomes decisiones apresuradas.
Harry creía que ya había tomado una decisión, y una bastante razonable. Pero no dijo nada.
—Gracias —replicó, volviendo a levantarse—. Saludos a Ron y Rose.
Y con ello, cortó.
Harry se quedó mirando la chimenea unos segundos, pensando en lo que acababa de hacer. No había sido consciente antes de que verdaderamente su relación con Ginny había terminado. Para siempre. Y que él no deseaba en cambiar ese hecho para nada. Creía que ambos serían más felices así. Creía que ambos merecían mucho más que las migajas que se estaban dando. Era más por mera costumbre, al final. El amor que alguna vez tuvieron se había extinguido, y fue lindo mientras duró.
Pero eran adolescentes, por amor a Merlín. Era una locura pasar más de cien años juntos solo porque se sentía cómodo.
Harry se puso la túnica, decidiendo que prefería Aparecerse aquella noche. No quería pensar en Ginny. No quería pensar en su fallida relación. No estaba seguro de que estuviera haciendo lo correcto, pero estaba seguro de que no se sentía incorrecto tampoco.
Además, no era la noche para eso.
Harry se Apareció en el callejón fuera del pub que se había estrenado cerca de El Caldero Chorreante y caminó a la puerta. Desde afuera podía ver cómo en una de las mesas más alejadas de la ventana había un grupo grande de gente, que Harry asumió que eran sus compañeros.
Con una sonrisa en la boca, ingresó. El lugar era extrañamente acogedor, a pesar de la pobre iluminación que tenía. Harry podía escuchar las risas a lo lejos, suponiendo que probablemente ya estaban un poco bebidos. Él nunca había sido bueno para las multitudes o las juntas sociales, pero si no se la pasara tan bien, no iría tan seguido. Además, no era como si aparte de los casos que debía resolver, tuviera mucho que hacer que no fuera dormir. Era una buena distracción.
Justo cuando estaba llegando a la mesa, una jarra de Whisky de Fuego aterrizó en sus manos de golpe. Harry subió la mirada, encontrando el gesto malhumorado de Malfoy que empujaba el vaso en dirección a su pecho.
—Vamos a empezar de inmediato, Potter, que no tengo toda la noche —le dijo, hablando solo para que él escuchara.
Harry sonrió al instante, sintiendo cómo su cuerpo hormigueaba ahí donde Malfoy tenía su mano apoyada contra la ropa. El pelinegro tomó la jarra, mientras el rubio se giraba y avanzaba los últimos pasos a la mesa.
Harry lo miró, notando cómo su cabello estaba cada vez más largo, y lo usaba suelto, rozándole la barbilla. De vez en cuando, veía cómo por su cuello sobresalían tallos de rosas y trataba de disimular su aspecto cansado con un glamour. De todas formas, con o sin todo eso, la imagen de Malfoy en ese momento hizo que algo se revolviera en su interior. Y no algo necesariamente desagradable.
—Buenas noches para ti también, Malfoy —saludó Harry, de buen humor. El gruñido del ojigris solo le hizo reír—. Encantador, como siempre.
Entonces Harry se dejó caer en la silla al lado opuesto en el que Malfoy había tomado asiento, y la velada comenzó.
Imitaciones de todos los cargos altos del Ministerio fue lo primero que sucedió, a medida que las bebidas alcohólicas subían y subían en cantidad. Anécdotas, bromas, e incluso retos llegaron a jugarse, hasta que empezaron las discusiones sobre que algunos no darían besos porque todos eran hombres. Harry no participó de la discusión, de todas formas. Para los nacidos de muggles sería raro, pero en el mundo mágico era algo usual ver a dos personas del mismo género comerse la boca. Él mismo había llegado a la conclusión de que aquello no le molestaba en lo absoluto. Ni verlo, ni hacerlo. Pero considerando que su separación de Ginny todavía era algo secreto, decidió callar.
Y durante todo el tiempo, sintió un par de ojos grises encima suyo.
—No deberías tomar tanto, Potter, o pueden regañarte en casa —dijo Seamus con una sonrisa borracha frente a él, a unos puestos de Malfoy.
Harry parpadeó, volviendo a la tierra y notando que había estado tan ocupado actuando cómo si no le importara que cierto rubio no paraba de mirarle, que no se dio cuenta que la discusión ya se había detenido.
Notó, por el rabillo del ojo, cómo Malfoy lo observaba con una ceja alzada.
Harry se aclaró la garganta, encogiéndose débilmente de hombros.
—No creo que le importe, la verdad —contestó con una sonrisa suave.
Seamus abrió la boca para hacer otro comentario simpático, de seguro, pero otra persona se le adelantó.
—¿No le importa a ella, o no te importa a ti si se enoja? —preguntó Malfoy sonriendo ampliamente.
Un par de "uuuh" se escucharon por la mesa, como si Malfoy realmente hubiera dicho lo más desafiante del siglo. Harry negó con la cabeza, descubriendo que se encontraba algo mareado.
—¿Por qué te importa a ti lo que suceda o no? —cuestionó en cambio.
Malfoy se encogió de hombros, tomando su propio vaso y estirando el brazo en la silla a su lado, reclinándose en su propio asiento sin despegar los ojos de él.
—Quiero saber si al final del día no tendré a una novia desesperada porque emborraché a su prometido —replicó, con la boca al borde de su jarra—. Nada más.
Harry iba a contestar algo, para así zanjar el tema, pero el salvaje de McLaggen le pegó a la mesa, con una sonrisa divertida, quitándole la oportunidad.
—Mira, mientras no te lo tires, no creo que haya problema, ¿no? —cuestionó a modo de broma.
Harry casi se atragantó con su bebida, y sintió el calor subir hasta sus mejillas, mientras el resto tenía distintas reacciones. Pero el moreno no pudo prestarles atención, no mientras la mirada de Malfoy le recorría el cuerpo, subiendo de intensidad al mismo tiempo que dejaba nuevamente el vaso encima de la madera.
Harry pasó saliva.
—Creo que podríamos arreglar eso —contestó él.
Harry no sabía qué quería decir, pero todos se rieron, así que él los imitó. Sentía un nerviosismo gigante crecer en la boca del estómago y su piel picar, pero esa vez, no se iba a dejar intimidar. Subió sus orbes esmeralda para conectarlos con los plata, retándolo.
Y no dejaron de mirarse en toda la noche.
Incluso cuando alguien más le hablaba, los ojos de Harry continuaban volviendo a Malfoy, y los ojos de Malfoy continuaban volviendo a Harry. En su mente se repetía una y otra vez lo que había dicho. ¿Significaba algo...? ¿Era solo una broma? ¿Algo para seguir la corriente? No lo sabía. Pero quería averiguarlo. Quería entender a ese hombre desesperante, que podía escupirle cosas ofensivas y bruscas en un momento, y luego al otro sonreír, molestarlo o irritarse porque le había salvado la vida. Harry quería entender eso.
Quería entender eso y más.
Los tragos le estaban pasando la cuenta, eso debía ser. Si no, no se explicaba por qué no podía parar de mirar a Malfoy, cómo no podía dejar de delinear los ángulos de su cuerpo. Si no era por el alcohol, no tenía sentido que cuando Malfoy se levantó, diciendo que quería fumarse un cigarrillo y le diera una larga mirada a Harry, éste lo haya seguido a los pocos minutos, casi sin pensarlo.
Cuando salió, Malfoy estaba apoyado en una pared del mismo callejón al que él se había aparecido. Su cabello se movía por la brisa de la noche, y en sus labios tenía un cigarrillo encendido. Harry se paralizó al verlo, su corazón comenzando a latir con fuerza. El rubio alzó una ceja, y su interior dio un vuelco, sin entender realmente por qué estaba ahí. Por qué lo había seguido.
Harry avanzó hasta llegar frente a él. Estaban a menos de un metro de distancia, y de su boca querían salir un montón de preguntas. Su cerebro deseaba formar un pensamiento coherente, algo racional, algo que no fuera el simple deseo de pegar su cuerpo al de Malfoy y responder a los sentidos que le gritaban que necesitaban más. Tocarlo. Hablarle. Sostenerlo de la cintura. Compartir el cigarro. Cualquier cosa.
Malfoy lo miró, botando el cigarrillo. Él tampoco parecía saber qué hacer, pero la intensidad de su mirada continuaba ahí, haciendo que algo cálido se expandiera por cada célula de su cuerpo. El ojigris se lamió los labios, respirando temblorosamente.
Harry dio otro paso al frente. Quería...
No sabía qué quería.
—Malfoy.
Fue lo único que dejó sus labios, antes de que Harry pusiera sus manos a cada costado de su rostro y se inclinara hacia él.
A esa distancia podía sentir el perfume caro y el olor a fierro combinado con algo extremadamente dulce. El cerebro de Harry no fue capaz de procesarlo en su totalidad, de todas formas, porque Malfoy elevó las caderas en un acto casi inconsciente, y de pronto, sus entrepiernas se rozaron, dejándolos separados por nada más que unos cuantos centímetros.
Entonces, lo besó.
Harry tomó a Malfoy de la mandíbula y comenzó a moverse encima de sus labios con fuerza, sintiendo que era subido al cielo de sopetón. Las manos del rubio fueron a parar a su cabello al instante, de forma desesperada, atrayéndolo más si es que era posible. Malfoy delineó su labio inferior con la lengua, mientras Harry succionaba y comenzaba a meter la suya dentro de la boca del ojigris.
Su estómago bailaba, y su pulso se encontraba disparado. Harry llevó las manos a la nuca de Malfoy, el frenesí del beso aumentando. Sus labios eran suaves, extremadamente suaves, y el cuerpo ajeno parecía amoldarse al suyo. Harry acunó la mejilla del ojigris, mientras las lenguas batallaban por quién tenía el poder en toda la situación. Era mejor que cualquier otra cosa que Harry hubiera probado antes, era como beber gloria, cómo sentir que cada latido, cada movimiento y respiración le pertenecía al otro.
Malfoy se separó entonces, exhalando brevemente encima de sus labios por unos segundos, para luego comenzar a bajar por su cuello, mordiendo brevemente el lóbulo de su oreja.
Y Harry se dio cuenta.
Bastaron unos segundos para que las memorias hicieran clic en su cerebro, a medida que las manos de Malfoy recorrían sus costados. Su pecho se hundió, mientras su corazón comenzó a latir con fuerza.
El olor... El olor dulce que provenía de su boca, era nada más ni nada menos, que el mismo aroma en su Amortentia.
Las flores de Malfoy eran el mayor componente de su jodida Amortentia.
Algo decayó en su interior, sintiendo cómo el mundo daba vueltas. Todo había cambiado de un momento a otro, porque ahí estaba. Ese aroma floral... Ese aroma floral que tanto le gustaba, que había estado patente en su vida desde que tenía dieciséis, provenía de las flores que crecían dentro de su antiguo enemigo de la infancia.
Pero eso no podía ser posible, ¿no? No. No lo era. Eso había sido años atrás, y Ginny era la dueña de ese olor, no Malfoy. Eso era absurdo. Ni siquiera sabía si estaba enfermo en ese tiempo, en Hogwarts. Harry no podía haberse sentido atraído hacia él en aquel momento. ¿Verdad?
¿Verdad?
Pero lo sentiste nuevamente días atrás, y sabes que esta vez no estás enamorado de Ginny.
Harry sacudió la cabeza levemente, ignorando sus pensamientos incoherentes. Estaba medio borracho y bastante caliente para ese punto. No iba a comenzar a preguntarse o no la veracidad de tal revelación a mitad de la noche, en un callejón, con Malfoy frotándose indiscriminadamente contra su entrepierna.
Harry agarró sus caderas, apretando los dientes, a medida que comenzaba a buscar la boca del rubio de nuevo y se olvidaba al fin de la inquietud de hace segundos atrás. Malfoy correspondió a su beso otra vez y- joder. Era como ser besado por un ángel.
Entonces se separó, mirando a Harry directamente a los ojos, haciendo que se le cortara el aliento. Sus mejillas estaban sonrojadas, su pecho se encontraba agitado y su cabello era un desastre. Harry no recordaba haber visto nada más caliente en la vida. Malfoy sonrió en ese momento ante su expresión, una sonrisa llena de lujuria, mientras se inclinaba para hablar en su oído.
—Te voy a hacer sentir tan jodidamente bien —murmuró, provocándole un escalofrío en su espina dorsal.
Esa fue la única advertencia que tuvo, antes de que el mundo girara a su alrededor, y Harry de pronto se encontrara parado en medio de una sala de estar que no conocía.
Pero no tuvo tiempo para apreciar la decoración, tampoco, porque apenas miró lo que le rodeaba, los labios de Malfoy estuvieron nuevamente sobre los suyos, tomándolo de la cintura y obligándolo a avanzar por un pequeño y estrecho pasillo, hacia lo que Harry presumía, era su habitación. Malfoy de pronto paraba, y lo empujaba contra una pared, besando su cuello y jugando con su ropa interior, haciendo que Harry casi llegara al punto de renunciar al orgullo que le quedaba y rogarle que por favor lo llevara ya a la cama.
Aún era incapaz de formar un solo pensamiento coherente, mientras Malfoy tiraba de su cabello para exponer su garganta. Todo lo que su mente repetía una y otra, y otra vez era: Draco. Draco. Draco.
Cuando por fin llegaron al cuarto, Malfoy fue quien lo empujó a la cama, subiéndose a horcajadas encima de él. Quitó la túnica de Harry con rapidez, casi con desesperación, mientras desabrochaba sus botones con velocidad. Harry, por su parte, no se quedaba atrás. Quitaba cualquier impedimento entre la piel de Malfoy y su propio cuerpo con vehemencia. Necesitaba tocarlo. Necesitaba sentir su calor. Necesitaba estar pecho con pecho, necesitaba... No sabía qué necesitaba, solo que tenerlo desnudo era el requerimiento principal.
Cuando ambos estuvieron sin nada del torso hacia arriba, Harry no aguantó más y conjuró un hechizo no verbal que hizo que los pantalones de ambos se desvanecieran. Malfoy pestañeó en su lugar, aturdido, antes de darse cuenta de lo que acababa de pasar. Harry ni siquiera fue capaz de apreciar cómo se veía Malfoy sin absolutamente nada encima, porque la expresión del rubio en ese instante se contrajo en dolor. Pero no uno malo. Si no, ese tipo de dolor que decía que se estaba conteniendo. Que el solo hecho de Harry haciendo magia no verbal estuvo a punto de llevarlo al borde.
Harry nunca había estado más caliente.
Se inclinó para besarlo otra vez, aunque ahora fue un beso mucho más desordenado. Nada más que lenguas y mordiscos. Las manos de Harry viajaban por todo lo que pudiera tocar, sus brazos, su torso, su cintura, su pecho, su culo, sus caderas, su polla. Todo a su alcance. Quería más. Necesitaba más. Malfoy gemía encima suyo, moviéndose encima de la erección de Harry con un gesto que era sacado de las mejores revistas pornográficas.
—¿Cómo nunca noté... —comenzó a decirle Harry, atrayéndolo hacia él mientras dejaba besos por su cuello y el resto cuerpo— lo precioso que eres?
Malfoy hizo esa expresión una vez más, mientras Harry besaba su oreja y gemía allí. El rubio continuaba haciendo que sus erecciones chocaran, mientras se movía en su regazo.
—Has sido un ciego para muchas cosas —suspiró, en broma.
Harry medio rio, antes de que lo volteara en la cama. Malfoy estaba tendido en sus espaldas en segundos, mirándolo con ojos grises brillantes, iluminados por la tenue luz de la noche afuera. Harry bebió de esa imagen, de esas facciones marcadas y definidas e infinitamente delicadas. Se separó un poco para apreciar su cuerpo, tan delgado como el suyo y blanco como la nieve. Cubierto de cicatrices... Las cicatrices que él mismo causó.
El moreno se estremeció, pasando saliva, antes de agacharse y atrapar una, la más grande, y así besarla con suavidad.
Sintió cómo Malfoy se atragantaba con su respiración, pero no dijo nada, a medida que Harry comenzaba a bajar por su pecho y besaba el resto de sus cicatrices con ternura infinita. Deseaba poder curarlas, deseaba poder hacer que desaparecieran por completo, deseaba nunca haberlas causado en primer lugar. Sin embargo, no podía revertir el pasado. Así que simplemente continuó lamiendo y suspirando encima de su piel, tratando de hacerle entender a Draco que esa era su forma de decirle que lo sentía.
Y que era hermoso con o sin esas heridas.
La Marca Tenebrosa brillaba a su costado, y Harry la besó también, ganándose una mirada cada vez más y más hambrienta de Malfoy, que no se perdía ni uno solo de sus movimientos.
Harry bajó y bajó, hasta llegar a la ingle del rubio. Sintió unos dedos delgados enterrarse en su cabello y el moreno contempló su polla. Rosada, dura, y con líquido preseminal goteando. Tragó en seco, siendo vagamente consciente de que era la primera vez que estaba haciendo eso con un hombre, a pesar de que lo había fantaseado innumerables veces.
Tomando aire, Harry se inclinó hacia abajo y metió la cabeza a su boca.
Malfoy se arqueó en la cama, quitándolo de ahí con brusquedad al instante. Jaló de su cabello, haciendo que lo mirara a la cara.
—Fóllame —pidió entonces, con la voz cortada—. Fóllame, Potter.
Harry sintió cómo las mariposas en su estómago hacían su aparición, mientras su propia polla daba un salto de interés. El moreno tomó el muslo de Malfoy, levantándose un poco hasta que pudo verlo de arriba.
—¿Estás seguro? —preguntó con suavidad, tratando de ignorar todas las voces que le gritaban que la metiera y ya.
Draco bufó y Harry se dio cuenta de lo estúpido que sonó al preguntarle aquello. Por supuesto que quería. Por supuesto que lo deseaba. El hecho de que no le haya dejado hacerle una mamada demostraba que Malfoy creía que no iba a durar mucho, y lo quería dentro suyo.
Harry dudó un instante, recordando de forma breve que esta era su primera vez con alguien que no era Ginny. Que nunca había hecho eso. Que... Que era totalmente novato.
Pero quería hacerlo de todas formas.
—Escúchame, Potter —dijo Draco, cortando el hilo de sus pensamientos. El rubio pasó un brazo por la parte posterior de su cuello, haciendo que Harry se inclinara sobre la cama y pusiera sus brazos de soporte—. Quiero que me folles y te deshagas en súplicas de más —susurró, encima de sus labios—. Quiero sentir tu polla dentro mío, abriéndome. Quiero sentir que mañana no podré caminar. Quiero que te olvides de cómo hablar. ¿Entiendes?
Harry cerró los ojos con fuerza, el calor creciente de su vientre aumentando más y más.
—S-sí —fue capaz de decir.
Malfoy sonrió entonces, besándolo una vez más y bajando su mano hasta tomar su polla y darle un apretón.
—Hazlo —ordenó.
Y Harry obedeció a sus órdenes.
Se lo folló lentamente contra el colchón, sintiendo cómo el respaldo de la cama chocaba contra la pared y los gemidos de Draco bañaban sus oídos. Se lo folló rápido después, soltando incoherencias y haciendo que Malfoy tomara su erección y comenzara a masturbarse frenéticamente mientras gritaba su nombre sin parar.
Era la cosa más jodidamente caliente que había oído jamás.
Harry nunca se había sentido así antes. Nunca había experimentado aquella perdición. Absolutamente nada era importante. Sus manos recorrían cada pedazo de piel disponible, y solo podía pensar que aunque estaba dentro suyo quería más. Necesitaba más. No sabía- no entendía...
No duraron mucho. Harry se corrió dentro del rubio en un grito silencioso, y Draco lo hizo repitiendo una y otra vez su nombre, manchando a ambos de semen y sudor.
Harry salió de él luego, cayendo a su lado mientras murmuraba un hechizo de limpieza. Se sintió fresco al instante, y decidió que no iba a prestarle atención a los pensamientos intrusivos que repetían una y otra vez que acababa de acostarse con Malfoy. Que estaba recién separado. Que al parecer él era el aroma de su Amortentia. No.
Malfoy se quedó callado también a su lado, mirando el techo.
Entonces Harry se giró hacia él, y ni siquiera se dio cuenta, cuando envolvió los brazos alrededor de su cintura para atraerlo en un abrazo.
Malfoy se acomodó en su pecho, sin decir una palabra, y Harry comenzó a trazar círculos en su piel, sintiendo por primera vez en un largo tiempo, una sensación de paz antes de irse a dormir.
Hasta que llegó el día.
Harry despertó de a poco, sintiendo que el cuerpo a su lado estaba levantándose. Por unos mili segundos, creyó que estaba en Grimmauld Place y un extraño ocupaba su lugar. Pero aquella sensación desapareció al momento en que por su visión se coló un delgado cuerpo blanquecino y cabellos desordenados de color rubio.
Harry sonrió, con la cara pegada a la almohada.
—Hey... —saludó, con voz rasposa.
Observó cómo Malfoy se quedó en su lugar sin moverse, antes de que mirase hacia atrás de forma breve. El ojigris delineó sus facciones, antes de voltearse y así ponerse una camiseta y algo para cubrirse.
Harry frunció el ceño al ver su seriedad. ¿Había estado muy mal anoche? No recordaba aquello. Recordaba que había sido bueno... Mejor que bueno. Algo de lo que no podría arrepentirse nunca.
—¿Estás bien? —preguntó, sentándose en la cama.
Malfoy se levantó, caminando hasta la cómoda en su habitación, sin dirigirle una sola mirada más a Harry.
—Creo que deberías irte —dijo, hablando hacia sus espaldas mientras se miraba en el espejo.
Algo desagradable se extendió por el cuerpo de Harry, quien se dedicó a despertarse de forma completa. Miró a su alrededor, viendo cómo las paredes estaban adornadas por unos cuantos cuadros de Malfoy con su familia. La familia que había perdido. Y con unos cuantos amigos de Hogwarts. El color de las paredes era blanco, y todo parecía perfectamente en su lugar.
El único que parecía no encajar era Harry.
—Woah —dijo el moreno, tallando sus ojos mientras buscaba sus lentes—. ¿Ni siquiera un hola? ¿Un, "te haré un té"?
Malfoy resopló, girándose por fin en dirección hacia él. Se apoyó en la cómoda, su expresión completamente en blanco.
—La comadrejilla debe estar esperándote con un té y una hostia preparada, considerando que ayer no volviste a tu casa —replicó, cuando Harry se colocó sus gafas—. Cuando no volviste a casa con ella.
Oh.
Oh.
Eso era lo que lo tenía así.
—Dra- —comenzó a decir, pero fue interrumpido con brusquedad.
—Así que deberías irte —espetó, observando con cuidado la reacción de Harry.
El azabache consideró contarle la verdad. Toda la verdad. Decirle que Ginny y él no eran absolutamente nada, que la noche anterior había sido de lo mejor que había experimentado. Que quería repetir. Que no debía preocuparse por prometidas o bodas o siquiera porque el sexo entre ellos fuera inmoral, pero cuando abrió la boca, con las palabras luchando por salir, Draco se le adelantó.
—No significó nada, Potter, déjalo así. No fue nada del otro mundo —lo cortó, haciendo que Harry lo mirara boquiabierto—. Si tu miedo es que lo vaya a contar a El Profeta puedes quedarte tranquilo.
Se sintió como un golpe, aunque no debería. Porque Malfoy tenía razón. Ambos estaban borrachos y no pensaban con claridad. El rubio tenía todo el derecho de decir esas cosas. De pensarlas también.
Eso no explicaba por qué dolía.
—¿Qué? —murmuró Harry.
Draco no se volteó para contestar.
—Que no significó nada —repitió, con indiferencia—. Follamos y ya está. Ve a desayunar a tu casa.
Harry agarró las sábanas, sintiendo el frío de lo que sucedió el día de ayer llegarle a cada hueso.
—¿No significó nada? —repitió, más para sí mismo que para él.
Draco rio cruelmente. Harry había olvidado cómo se oía esa risa en sus labios, mezquina, vacía y burlesca. Había olvidado, que después de todo, era Draco Malfoy con quién hablaba, y que Draco Malfoy tenía un talento innato para la crueldad.
—No, ¿qué pensabas? —se burló—. ¿Acaso vas a terminar con la chica Weasley por mí? ¿Eso es lo que va a pasar? ¿Cancelarás la boda del año, por una follada que tuviste mientras estabas borracho y de la que ni nos acordamos?
Harry cerró la boca, tratando de desaparecer.
Es que tenía razón. Todo lo que decía, absolutamente todo, tenía sentido. Malfoy no le debía nada.
Pero, ¿por qué le afectaba así? ¿Por qué sus entrañas se sentían revueltas?
Harry buscó algo que decir, pero sus neuronas al parecer no querían hacer sinapsis. Se sentía demasiado... Herido, quizás. En el orgullo o lo que fuera. No lo sabía. Solo... no entendía su propio comportamiento. Y quería cambiar eso, quería cambiar todo. La forma en la que Malfoy lo ignoraba. Quería volver a la noche anterior. Quería tomar desayuno a su lado y follarlo en la pared de la cocina. ¿Cambiaría aquello si le dijera, que en realidad no estaba con Ginny?
La respuesta llegó de inmediato.
Por supuesto que no.
Solo ahí fue que le golpeó, como una daga, que Malfoy no sentía nada por él.
Nada más que simpatía, si es que se le podía llamar así. Y atracción. O morbo tal vez, de tener al "héroe" del Mundo mágico en su cama. Pero su corazón pertenecía a alguien más. Malfoy no necesitaba fingir indiferencia, no necesitaba dejar que Harry se quedara para despedirse como cualquier otro amante, porque la persona con la que Malfoy realmente quería hacer todas esas cosas no era él.
Y sin importar su relación con Ginny, sin importar si Malfoy tenía conocimiento de que estaban separados o no, eso no iba a cambiar.
—Eso creí —dictaminó el rubio finalmente, dándole una última mirada.
Harry se levantó entonces, comenzando a buscar sus cosas e ignorando la avalancha de pensamientos que amenazaban con destruir su sanidad mental. Se puso su ropa, y se prometió olvidar lo que sucedió ese día. Olvidar que alguna vez sostuvo a Malfoy, y durmió abrazado a él. Olvidar la sensación única que había experimentado.
Ni siquiera pasó al baño, Harry tomó su varita, conjuró hechizos de limpieza en todo su cuerpo, y anduvo por el pasillo, sin mirar la decoración del piso que Malfoy tenía. El hombre estaba en la Sala de Estar, apoyado en una de las paredes. Harry no le habló. No se despidió, simplemente abrió la puerta, y se perdió por ahí.
Antes de cerrarla, Harry creyó haberlo visto acariciarse el pecho con una mueca de dolor.
•••
Hace mucho que Draco no tiene una acción impulsiva.
Todos sus movimientos son fríamente calculados y con un propósito detrás. Quizás es porque no puede darse el lujo de sentir, de sentir tanto que las palabras salen solas de su boca, o su cuerpo se mueve antes de que su cerebro dé la orden.
Y lo extraña un poco. El actuar de esa forma.
Lo odiaba cuando era más pequeño, porque lo hacía sentirse como un jodido Gryffindor. Lo hacía parecerse a personas que no debería parecerse, y ganarse regaños de parte de su padre que no quería escuchar. Pero en ese preciso momento, no le podría importar menos. Draco lo extraña y ya.
Desvía la mirada brevemente hacia la ventana, sin discernir dónde se encuentra en ese instante. Sabe que falta poco, solo por estimación de tiempo, y sabe que el autobús lo dejará exactamente en el lugar que necesita.
Y Draco siente que debe bajarse antes de que eso suceda.
Avanza hasta las puertas traseras, y dice que quiere bajar. Estas se abren, mientras Draco trata con todas sus fuerzas de no recordar las cosas malas. Trata con todas sus fuerzas de no recordar que antes de Harry, fue el secreto de mucha gente más. Trata de no recordar cómo esa mañana que lo echó de su apartamento, todos sus sentidos le gritaban que estaba siendo un idiota. Que valía la pena ser el sucio secreto de él, de él sí. Pero dolía demasiado en ese momento para contemplarlo.
Lo demás no dolía. Le daba igual ser el engaño, la tentación del resto de sus amantes, el causante del rompimiento de compromisos y matrimonios. Aquello era distinto.
El karma tiene formas extrañas de cobrar las deudas.
Draco suspira, tocando el pavimento, y siente cómo el muchacho que le recibió se despide de él, a medida que el autobús noctámbulo continúa su recorrido. Sube la mirada hacia el cielo, dándose cuenta de qué es lo que está fuera de lugar en ese momento.
No debería haber sol. No es apropiado que haya sol.
Draco baja los hombros, y empieza su caminata. La lección que ha aprendido regresando a su mente.
Las cosas, no siempre son como uno quiere.
•••
Harry no sabía por qué había esperado lo contrario.
Una parte de él creyó que luego de lo que sucedió, Draco le hablaría como si nada. Como si la nada hubiese devorado lo que pasó entre ambos. En cambio, el rubio volvió a su vieja costumbre de ignorarlo cada vez que lo tenía cerca, y no mirarlo o hablarle más de lo necesario cuando trabajaban juntos en un caso.
Y Harry, por una vez, no lo buscó.
Era para mejor, de verdad. De aquello no podía salir nada bueno. Malfoy tenía a su enamorado y él acababa de salir de una relación de años. No iba a funcionar, ni siquiera como encuentros casuales. Eran muy diferentes además, seguro que pasarían todo el tiempo discutiendo y en desacuerdo. No iba a funcionar jamás.
Eso se decía Harry todas las noches.
Que supiera que era lo mejor, no frenaba las ganas que le daban de hablarle cada vez que lo veía. Su orgullo era más grande por supuesto, pero Malfoy lucía más y más demacrado con el paso de los días, y florecía en los lugares más extraños. Harry había oído que su jefe llegó a mandarlo a casa por ataques de tos desafortunados. Ni siquiera seguía yendo a las reuniones con sus compañeros para así poder examinar de cerca qué tanto daño tenía en ese momento.
A Harry le gustaría que las cosas fueran más fáciles.
Pero así no era la vida.
Así que imitó el comportamiento de Malfoy en su mayor medida. No le habló, no se acercó a él, no buscó excusas para conversarle, o casos para estar cerca de él. Harry hizo su vida como si Malfoy nunca hubiera estado a punto de formar parte de ella. Y, ni el rubio objetó, ni Harry se detuvo.
Hasta que llegó la noche de la fiesta del Ministerio.
No sucedió mucho durante la primera parte de la velada. Harry saludó a la gente que le correspondía y luego se retiró a una de las esquinas a observar. Ni siquiera sabía por qué había venido, si era sincero. Se sentía casi como una responsabilidad, y se arrepintió a la media hora. No le gustaban ese tipo de eventos sociales, se aburría, se sentía ahogado.
Fue una buena distracción que Richie haya llegado a hablar con él.
Harry estaba contando los minutos para poder retirarse sin causar un alboroto, cuando el guapo chico que estaba en sus prácticas en el departamento de Aurores, se acercó adonde estaba. Fue solo charla casual, que Harry estuvo gustoso de corresponder. A eso, y al coqueteo que no demoró en empezar.
No podía tener a Malfoy. Bien. Pero eso no quería decir que debía cerrarse a conocer más gente.
Fue en el momento en que su cerebro llegó a esa conclusión, que sintió cómo una mirada le quemaba la nuca.
Harry se volteó levemente hacia atrás, para encontrar unos ojos fijos en él. Malfoy apretaba la copa en sus manos con tanta fuerza, que Harry creyó que podría quebrarla, y sus labios formaban una fina línea. El azabache le devolvió la mirada unos segundos, alzando una ceja, antes de seguir con sus asuntos.
Definitivamente debía traer glamour, no había forma de que las ojeras bajo sus ojos hubieran desaparecido o que un escaso rubor cubriera sus mejillas. Fuera como fuera, algo dentro de Harry se retorció ante la imagen. Se veía recatado, más recatado que con el traje de Auror e infinitamente más demandante y estricto. Le daban ganas de romper cada botón de una sola vez.
Harry tomó un trago de su bebida, fingiendo oír la anécdota que Richie le contaba.
Pero no podía ignorar que una vez más, que la mirada de Malfoy continuaba pegada en él. No podía ignorar lo que aquello le hacía sentir.
Entonces, en medio de su intento de controlar las emociones que una persona le estaba provocando al otro extremo de la sala, Richie se inclinó hacia él, tomándolo de forma nada sutil por la cintura. Harry estuvo a punto de preguntarle qué estaba haciendo, ahí, frente a toda esa gente, cuando por el rabillo del ojo, vio la delgada figura de Malfoy volar fuera del lugar con zancadas fuertes.
Harry parpadeó unas veces, alejándose del hombre.
—Lo siento, ¿me disculpas un segundo? —preguntó, aunque no esperó la respuesta.
Sin pensarlo, Harry siguió a Malfoy por la dirección en la que se fue. Probablemente, se retiró al punto de Aparición en el último piso del Ministerio, así que se apresuró en tomar el ascensor, esperando poder interceptarlo antes de que se marchara.
¿Por qué estaba haciendo esto? Harry no tenía idea.
Efectivamente, Malfoy se encontraba entrando al punto de Aparición cuando el moreno lo alcanzó. Harry estiró una mano, dispuesto a preguntarle por qué se había ido así.
—Hey- —comenzó a decir, tratando de buscar una excusa para que no se marchara.
Afortunada o desafortunadamente, no fue necesario. Malfoy se giró al segundo de oír su voz, con toda su cara contraída en rabia.
—¿Quién mierda te crees que eres? —escupió, hablando entre dientes.
Harry bajó la mano, deteniéndose en su lugar. ¿De qué carajos estaba hablando?
—¿Disculpa? —preguntó incrédulo.
Malfoy tensó la mandíbula mientras lo observaba, avanzó un paso hacia Harry, quién no se movió de su lugar.
—¿No te sientes ni un poco mal por la Weasley, Potter? —siseó, con sus ojos haciéndose más y más duros.
Harry meneó la cabeza, confundido, mientras se cruzaba de brazos. ¿Qué mierda significaba todo esto?
—No entiendo a qué viene esto —dijo, expresando sus pensamientos en voz alta.
A Malfoy no debería importarle si "engañaba" a Ginny o no. De hecho, no le importaba, lo había dejado bastante claro. ¿Por qué sacarle en cara que coqueteó con alguien más? No tenía ni un poco de sentido.
—¿Para qué mierda te casas entonces? Primero yo, ahora ese tipo —continuó Malfoy, destilando rabia—. Le has coqueteado toda la puta noche, sabiendo que estás comprometido.
La arruga de su entrecejo se hizo más profunda, y Harry avanzó también, estirando su brazo para apuntar con su dedo índice el pecho de Malfoy.
—No veo cómo eso puede ser de tu incumbencia —replicó con calma.
Malfoy enarcó una ceja, acortando la distancia para que el extremo del dedo de Harry se enterrara en su túnica.
—Tú viniste aquí a preguntarme qué me pasaba —dijo, retomando ese tono de voz vacío.
Harry analizó sus reacciones y lo que había dicho. Que Malfoy no sintiera nada por él, no significaba que le gustara compartir. Quizás era una de esas personas que jugaban a ignorar para hacerse las interesantes. No lo sabía, pero lo único que explicaba su comportamiento, era que Malfoy en realidad no quería que Harry se follara a otra persona. Orgullo, o posesividad. Daba igual.
No se iba a quejar.
—¿Estás celoso...? —preguntó, dejando la oración en el aire.
—No tengo por qué estar celoso —espetó Malfoy, poniéndose una vez más a la defensiva.
Harry comenzó a esbozar una pequeña sonrisa.
—Creo que sí lo estás —respondió, con aires de finalidad.
Los ojos de Malfoy se volvieron dos rejillas.
—Potter...
Harry quitó su dedo del pecho de Malfoy y volvió a cruzarse de brazos. Se inclinó un poco hacia él, saboreando la victoria.
—Te molesta que esté coqueteando con alguien más —lo molestó—, que hoy termine en la cama con alguien má-
No pudo terminar la oración, porque de un momento a otro, las manos de Malfoy se posaron a cada costado de su cara, y los labios ajenos se estamparon contra los suyos.
Harry se quedó con los ojos abiertos una décima de segundo, hasta que Malfoy ingresó la lengua dentro de su boca y empezó a lamer cada lugar sensible que Harry poseía. Succionó su labio inferior, pegando sus cuerpos, y sus manos fueron a parar a la espalda baja de Harry, respirando agitadamente.
—La única cama en la que vas a terminar hoy es en la mía, ¿entiendes? —habló encima de sus labios.
Harry no respondió. En cambio, abrió la boca para así poder recibir la lengua de Malfoy que se encontraba delineando sus labios. El rubio entendió la señal casi de inmediato, una vez más explorando el interior de su boca y haciendo que ese olor floral se inmiscuyera por las fosas nasales de Harry mientras retornaba al beso. No era gentil. Era deseo, puro y sin segundas intenciones.
Malfoy tomó al ojiverde del cuello, obligándolo a mirar hacia arriba.
—Dilo —ordenó, acariciando sus clavículas.
Harry pasó saliva, observando la expresión lujuriosa que Malfoy tenía en el rostro.
—Sí.
Los ojos del rubio se volvieron oscuros al oírlo, y se acercó a su oído, metiendo la rodilla por entre los muslos de Harry.
—Te voy a follar hasta que te olvides cuál es tu nombre. ¿Está bien? —comandó, enviando descargas eléctricas por todo su cuerpo, a medida que mordía su lóbulo.
Harry soltó un suspiro, tomándolo de la cintura.
—Sí —murmuró.
Malfoy se alejó, y Harry casi se quejó en voz alta por ya no sentir su calor. De todas formas, el rubio se paró en el punto de Aparición y extendió una mano hacia él.
—Ven aquí.
Harry lo miró unos segundos, a él, y a los dedos que esperaban ser tomados. Sentía que dar ese paso era meterse a la boca del lobo. Era meterse en un lugar del que no iba a escapar jamás. Era estar consciente de que de ahí no podría salir nada bueno. Que al final del día, Malfoy amaba a alguien más. Que incluso podría terminar muriéndose. No era una buena idea.
Harry entrelazó sus dedos, dando un paso al frente.
Ahí empezó una historia de besos robados en la oscuridad y engaños a sí mismo.
•••
Draco realmente pensaba que era el secreto sucio de Harry.
Y estaba bien con serlo. De verdad. Al menos en un inicio.
Todo el mundo hablaba de la pareja del año. Hablaba de Ginny Weasley y Harry Potter y de su relación aparentemente perfecta, pero él obtenía una morbosa satisfacción al saber que, sin importar lo que dijeran, sin importar lo mucho que el Salvador del Mundo mágico quisiera a su prometida, Harry volvía a él. Siempre volvía a él.
Eso no quería decir que no lo matara por dentro.
Su enfermedad se encontraba en una discordante. Por un lado, quería matarlo ya, quería terminar de perforar sus últimos órganos y dejarlo morir, porque estaba consciente de que su amor había encontrado a otro amor. Pero por otro, su cerebro tenía una muy buena forma de engañarse a sí mismo, cada vez que follaban y Harry lo miraba como si él hubiera creado la galaxia. Como si Draco fuera la cosa más hermosa que hubiera visto en la vida.
Las flores respondían a estos estímulos de una forma errante.
Draco da unos pasos, sintiendo ese familiar vacío comenzar a comerle el estómago, y lo empuja lejos. Tan lejos como puede.
No era el sucio secreto de Harry. Eso lo sabe. Debería recordarlo de esa forma.
Draco era mucho más.
Y si hubieran sido un poco más honestos, quizás las cosas habrían sido diferentes.
•••
La vida con Draco en ella, era completamente distinta a lo que Harry habría podido imaginar alguna vez.
Realmente no lo entendía. No. Lo. Entendía. Había días en los que era un sol, cantaba y hacía bromas y sonreía hasta que las mejillas parecían dolerle. Y otros, en los que lucía como si la simple presencia de Harry le molestara y quisiera deshacerse de él.
Por ejemplo, el día anterior, lo había asaltado en uno de los baños en el Ministerio y le hizo una mamada, para luego sentarse a su lado en la cafetería, comprándole el almuerzo y dándole la mano por debajo de la mesa, mientras le hacía insinuaciones sutiles frente a todos sus compañeros que le hacían enrojecer hasta el cabello. Y, al día siguiente... Ese día... Draco despertó echándolo apenas Harry abrió los ojos.
No sabía por qué se extrañaba. Después de todo, cuando Harry iba a la casa de Malfoy en su mayoría casi ni hablaban, y el moreno siempre evitaba quedarse más tiempo de lo necesario. Eran contadas las veces que pasaba la noche allí aunque lo deseara. Cuando empezó aquello, Harry tenía claro que lo que sucedía entre ambos tenía fecha de vencimiento. Draco creía que dentro de un año se casaría, y Harry tenía claro que era el sustituto de alguien más. Alguien que Malfoy añoraba y no podía tener.
Lo sano era marcharse, por supuesto. Harry no quería involucrarse más de lo necesario, no debía. Pero los meses pasaban, y cada vez se hacía más y más molesto que lo expulsara así de su vida. Como... como si Harry no fuera nada. Como si no fuera mejor que la mierda de sus zapatos.
Pero no todo era malo. Imposible; por algo Harry deseaba quedarse con él en ocasiones. Recordaba una en concreto, en la que Draco se había detenido en medio de una sesión de besos, alegando que ya no se sentía tan bien, mientras se frotaba el corazón, y Harry solo pudo atinar a mimarlo, incluso cuando no se tratara de su propio apartamento.
—¿Te gusta el café con leche? —había preguntado, llamándolo desde la cocina.
Draco, pálido, llegó envuelto en una cobija, tosiendo en una servilleta. Harry lo miró, sintiéndose extrañamente enternecido por la imagen. Malfoy, de esa forma, lucía de todo menos el niño arrogante que una vez había sido.
—No tienes que hacer esto —dijo él con voz débil. Casi suplicante.
Harry paró sus movimientos para observarlo. Aquel día tenía que haber sido especialmente malo, por la pinta demacrada que el rubio traía encima. Sin embargo, Harry encontraba más y más difícil ver defectos en su persona. A sus ojos, Draco parecía brillar con la luz.
—Sé que no tengo que hacerlo —le dijo, caminando hacia él—. Pero quiero. Quiero que estés bien.
Era lo más honesto que se había permitido ser con el rubio desde que todo aquello había comenzado. Harry pensaba que los polvos entre ellos eran tan buenos porque se caían mal antes; pero no era así. Ya sabía que Malfoy le agradaba, pero descubrir que solo "no lo quería ver morir", si no que lo quería ver bien, era otro tema completamente distinto.
Draco tragó en seco, desviando la mirada, mientras volvía a toser en el pañuelo.
—Ven aquí —le dijo Harry, llegando hasta estar frente a él. Era unos centímetros más bajo, pero en ese momento, Draco se veía más pequeño que de costumbre—. No tienes por qué sobre-pensar todo.
Inesperadamente, Malfoy no trató de alejarse, o se burló, simplemente se quedó mirando su pecho por unos extenuantes segundos y suspiró, apoyando su frente allí repentinamente.
Harry lo envolvió entre sus brazos con fuerza.
—Me gustaría-
El moreno esperó, mientras Draco correspondía a su abrazo, apretando la espalda de Harry como si la vida se le fuera en ello. Draco enterró la nariz en su cuello haciendo que el ojiverde pusiera una mano en su cabello, masajeando allí.
A pesar del tiempo que pasó, Draco no completó jamás esa oración.
Harry suspiró, sin romper el abrazo, y se quedaron así por... Pudieron haber sido horas, honestamente. Hablando en voz baja, bromeando, y luego Draco preparando su propia taza de café, mientras Harry lo abrazaba por detrás, apoyando la barbilla en su hombro y mirándolo por el rabillo del ojo, besando su mejilla o simplemente existiendo con él.
Draco se sentía seguro. Draco se sentía... Simplemente bien.
Por eso, cuando Draco lo echó, minutos atrás, y Harry le devolvió en broma si al menos podía desayunar algo, se sintió profundamente herido y molesto de que el rubio se hubiera burlado de él, diciendo explícitamente que: "No era material para abrazos después del sexo, o desayunos en la cama. No valía la pena que se quedara para eso."
Harry se puso la camiseta bruscamente entonces, y cuando Draco se perdió por el pasillo lo siguió hasta la sala de estar.
—¿Por qué te importa? —llamó tras él.
Malfoy se giró, subiendo ambas cejas y mirándolo con incredulidad.
—¿Disculpa?
Harry alborotó su cabello, negando con la cabeza. No entendía a este hombre. Simplemente no lo entendía.
—Follamos casi cada maldita noche, ¿por qué tienes que echarme como si te fuera a pegar la jodida peste? —espetó, sintiéndose más molesto con cada segundo que pasaba.
Draco medio resopló, al mismo tiempo que se reía y volteaba a verlo de lleno. Apoyó su cuerpo en la pared, luciendo como la perfecta imagen de la indiferencia.
Solo lo hizo enfurecer más.
—Tienes una mujer esperándote, Potter —replicó, arrastrando las palabras—. Lo mínimo que puedes hacer es irte.
Harry formó puños con sus manos. Cada vez que le pedía explicaciones directas acerca de un tema, Malfoy las desviaba hacia Ginny. Y ya había quedado claro que le importaba un carajo, si no, no se lo follaría cada vez que tuviera ocasión. Si no, no actuaría de la forma en la que lo hacía. Harry hizo un ruido exasperado.
—¿Por qué te importa tanto si regreso o no a Ginny? —preguntó, yendo al grano.
Draco rio, esa risa que detestaba.
—No me importa —respondió, chasqueando la lengua—. ¿Sabes qué? ¿Quieres saber la verdad? No te quiero aquí, joder. Eso es todo. Me enferma tener que fingir. Me enferma que estés aquí.
Harry dio un paso atrás, sin saber qué decir por un largo momento.
Dolía. Dolía y no se entendía a sí mismo. Solo follaba con Malfoy, sin compromisos o seriedad. Su corazón se hizo muy pequeñito, e ignoró cómo su garganta empezaba a picar, dejando que la ira tomara control de sus emociones en vez de la tristeza avasalladora que le atacó al oírlo.
Harry asintió, dándose media vuelta.
—Bien —escupió—. No tendrás que volver a verme en tu puta vida entonces, imbécil.
Se devolvió por dónde iba, buscando todas sus prendas para así poder marcharse lo antes posible de allí. Tenía rabia, y se negaba a sucumbir al tumulto de emociones atoradas en su pecho. Esa era la última vez. Era la última vez que soportaba aquello. Era la última vez que Malfoy tenía tanto control encima de él. Era la última vez que-
Un ruido lo sacó de sus pensamientos.
Harry pausó sus movimientos, luego de abrocharse los pantalones. Se quedó quieto un segundo, antes de que ese ruido, ese ruido que a veces lo perseguía en sueños y no lo dejaba descansar. Ese sonido que le recordaba la realidad de su situación y la de Draco, comenzó a resonar por toda la estancia.
Harry salió del cuarto, casi corriendo al pasillo dónde había dejado al rubio.
Y Draco empezó a tener un ataque.
Estaba morado, por la asfixia de las flores en su sistema, las raíces haciéndose más y más opresivas, las espinas clavándose en sus pulmones. Estaba apoyado en la pared, y pétalos salían de su boca con descontrol. Harry llegó hasta él, afligido y pidiendo que por favor no le pasara nada. Que por favor acabara antes de que empeorara.
Y entonces, el ruido de su tos lo hizo temblar.
Draco se dobló sobre sí mismo y comenzó a expulsar flores y flores por la boca, junto con mucha sangre. Harry se acercó frenético, tomando su espalda y recorriendo su cuerpo, intentando buscar o hacer algo que lo calmara.
—¿Draco? —preguntó, para hacerlo reaccionar.
Pero Draco estaba demasiado ocupado tomando bocanadas de aire y atorándose con los pétalos. Harry lo agarró de la cintura, arrastrándolo hasta el baño y sin prestarle atención al horrible sonido que raspaba las vías respiratorias del rubio.
Draco se inclinó sobre el lavabo, y empezó a toser encima de él. La sangre manchó la cerámica, mientras el ojigris se deshacía, apretándose a Harry para así tener una estabilidad.
El moreno se encontraba más allá de la desesperación, y el miedo. Tenía miedo de que se hiciera peor, de que tuviera que Aparecerlo en San Mungo. Tenía miedo de que lo último que le dijera hubiera sido que no lo volvería a ver. Porque era una mentira. Era una maldita mentira. Harry no podría alejarse de Draco ni aunque quisiera. Y no quería, tampoco. Draco se había vuelto tan indispensable en su vida como lo era respirar.
Y sabía que no era recíproco.
El dolor de Harry era lo que más resaltaba de sus sentimientos. Si alguna vez llegó a dudar, a fantasear como un idiota, que él era en realidad el enamorado de Draco, en ese momento fue hecho aterrizar en la realidad. No podía serlo. No podía.
Porque Harry sí le correspondía a él.
Draco tomó una bocanada de aire escandalosa, intentando levantarse, y Harry lo sostuvo en su lugar buscando inútilmente algo que hacer.
—No... —dijo con dificultad, mientras tosía—. Pue...do... Res- res...
Harry lo tomó de la cintura, tirándolo en un pequeño abrazo.
—Ssh... —susurró, tratando de que no hablara—. Ssh.
Draco continuó intentando regular su respiración, mientras la tos disminuía. Era un desgaste –tanto físico como mental– que hizo que el rubio dejara caer todo su peso en Harry que aún lo tenía abrazado. Poco a poco, el moreno se deslizó por la pared del baño, fría contra su espalda, hasta quedar sentado en los linóleos del suelo. Allí acomodó a Draco contra su pecho, con sus piernas hacia su costado.
A medida que el tiempo pasaba, la tos llegó a menguar, y luego, hacerse completamente inexistente. Draco suspiró encima de su cuello, con los ojos cerrados y la sangre manchando su boca, su cuello y su ropa. No quedaba rastro de las flores. Harry por fin pudo respirar con tranquilidad.
Harry por fin pudo sentir alivio.
Y ahí fue cuando se dio cuenta que deseaba poder cambiar su destino. Deseaba ser capaz de que Draco se enamorara de él.
Porque él sí sería capaz de devolver sus sentimientos. Él sí lo amaría de la misma forma que Draco amaba a otra persona. A otra persona que no lo merecía. Que no merecía que se estuviera muriendo así por él. No merecía un segundo de su tiempo. Draco sí merecía ser querido de vuelta. Y el saber que Harry podría darle eso, que podría amarlo lo suficiente por los dos, solo hacía que su pecho se desgarrara, que todos sus sentidos le dijeran que huyera antes de que la bomba le explotara en la cara.
No era jodidamente justo.
¿Y por qué mierda se había enamorado de él?
Harry abrazó su cuerpo y lo pegó hasta su pecho. Ni siquiera recordaba por qué había empezado la discusión en primer lugar, sólo sabía que necesitaba verlo bien. Merlín, necesitaba verlo bien. Necesitaba que se calmara.
Necesitaba que viviera.
—Draco... Lo siento —murmuró en su coronilla, dejando un pequeño beso mientras acariciaba su cabello—. Lo siento, por favor.
Draco hizo un sonido estrangulado y lloroso, su cuerpo temblando de pies a cabeza. Harry sabía que su camiseta estaba cubierta de sangre y pétalos y Merlín sabía cuánta cosa, pero no le importaba. Su mayor preocupación en ese preciso momento era que Draco respirara.
Que por favor respirara.
—¿Quieres que me vaya? —preguntó al cabo de un rato, oyendo cómo la respiración del rubio se regulaba.
Draco negó, a medida que envolvía sus brazos en la cintura de Harry y escondía la cara entre su ropa. El moreno lo apretó, sintiendo el hachazo de dolor e impotencia que le decía que él no podía hacer nada.
—Lo siento —susurró Harry, sin entender bien por qué precisamente se estaba disculpando—. No debí haber hecho eso.
Draco no respondió en un principio, simplemente continuó nivelando su interior. Harry contó los segundos, hasta que estos se transformaron en minutos. El monstruo de la incertidumbre y la culpa comenzando a comerlo vivo.
—No hiciste nada, Potter. Yo soy un imbécil. Eres demasiado bueno para mí —murmuró finalmente—. Solo-
Se interrumpió a sí mismo, acariciando su pecho por encima de la ropa. Harry cerró los ojos, un cansancio arrollador asentándose encima de sus hombros.
—Puedo cocinarte algo —dijo Draco entonces, con voz muy pequeña—. Lo siento también.
Harry intentó alejarse para así poder mirarlo a la cara, pero el rubio se apegó a él, sin permitirlo.
—No, Draco. —Negó Harry—. Estaba siendo un idiota-
—Déjame cocinarte —lo interrumpió.
Harry enterró los dedos en sus hebras claras y los mantuvo allí, inseguro de qué decir y con su corazón latiendo a mil por hora.
—Me puedo ir —ofreció, aunque no quería—. No estás obligado a nada.
Draco fue el que lo apretó esta vez, hablando contra la tela que amortiguó su voz.
—Quédate —pidió—. Quédate. Te necesito.
Harry tenía la réplica en la punta de la lengua. Sentía que acababa de romper reglas y barreras que Draco inútilmente había establecido en esa relación, y creía que no estaba en su derecho. No estaba en su derecho.
Pero entonces, el rubio levantó la cara y lo miró, lo miró con esos ojos grises, grandes y claros y jodidamente hermosos que hacían querer dar vuelta el mundo para verlos el resto de su vida.
Harry sabía que estaba perdido en ese instante.
—Por favor —dijo.
Y Harry lo hizo.
•••
Tener a Harry era más doloroso que no tenerlo en absoluto.
Draco tenía que luchar contra todos sus instintos cuando lo tenía cerca. Tuvo que construir miles de barreras para no sumirse en una fantasía delirante acerca de Harry enamorándose de él, al final de todo. Por eso ponía distancia. Por eso le recordaba al moreno y a sí mismo cada que podía, que había un tercero en la ecuación.
Y que si Draco se permitía soñar, acabaría muerto.
Le habría gustado poder olvidarse de aquello. Sumergirse en el confort que le traía que Harry lo abrazara por las noches, y sentir que le estaba dando un pequeño pedacito de su corazón.
Era patético, pero era la verdad. Draco se conformaba con eso. Draco solo quería un pequeño pedacito de su corazón. Solo pedía aquello. Era mejor pensar que tenía un poco de su afecto, a que no tenía nada.
Hasta que el tiempo comenzó a pasar, y realmente creyó que Harrry desarrolló cierta medida de cariño hacia él, o que al menos se preocupaba por Draco y lo que le sucedía, que no le era completamente indiferente.
Y pensar en eso, pensar que a pesar de sentir afecto hacia su persona, no era suficiente para dejar a la chica Weasley... Dolía. Joder, cómo dolía.
Porque sabía que era insuficiente.
Basta de eso.
Draco pausa sus movimientos, reprendiendose mentalmente. Viéndolo desde un punto de vista objetivo, aquel día estaba mucho más pesimista que de costumbre. Demasiados recuerdos, pensó. Demasiadas cosas que no olvidar.
Su memoria se pierde en cambio, en una tarde que Draco le preguntó a Harry por qué no podían ir a Grimmauld Place si Ginny casi no estaba ahí durante el día. O... nunca, en realidad, supuestamente preparándose para el compromiso en la casa de sus padres. Draco quería ir, no a hacer algo en específico, simplemente porque deseaba ver la casa que alguna vez vio crecer a su madre. Entonces Harry le había mirado con seriedad, tanta, que le hizo reír.
—¿Por qué quieres ir a semejante pocilga? —preguntó de vuelta.
A lo que Draco había respondido con una sonrisa en la boca:
—Porque es tu hogar.
Y Harry había besado su mejilla, empezando a desempacar la comida chatarra que le había traído a Draco, solo porque sabía que le gustaba.
—La verdad, este lugar se siente mucho más como mi hogar.
Y Draco había pensado en ello por meses.
Incluso se permitió fingir que quería decir que él era su hogar. Una burbuja que se rompía cada vez que recordaba que la chica Weasley era su presente, y no él.
Bueno, ahora sabía que en realidad nunca fue así.
Draco se detiene, sintiendo un cansancio que iba más allá de lo físico, mientras se llevaba una mano al pecho, esbozando una mueca irónica al ver una familia caminar a su lado. ¿Qué pensarían sus padres de esa situación?
Ellos siempre le dijeron que el futuro que el mundo le prometía sería brillante.
Draco piensa que desde que inició la guerra, el futuro no ha hecho más que empeorar.
•••
Harry se preguntaba por qué era así.
Por qué las cosas tenían que ser así. Por qué Draco simplemente no podía mejorar. Por qué el estar con Harry, el permitirse desayunar con él, cocinarle figuritas, -y quemarse en el proceso- hacer el amor, compartir, bromear... por qué aquello no era capaz de curarlo. Por qué no era suficiente. Harry estaba dispuesto a ayudarlo, si tan solo lo dejara.
Pasaban casi cada momento del día juntos. Veían películas, se burlaban de la gente que consideraban tonta. Draco lo abrazaba cuando tenía un mal día y Harry procuraba comprarle las cosas que le gustaban cuando lo veía triste. Hablaban y reían y discutían, y casi podía sentir que estaban en una relación. Discordante y para nada sincera, pero real.
¿Por qué Harry simplemente no podía convertirse en el motivo de su mejora?
Por escasos momentos, se permitió fantasear con eso. Incluso lo había llegado a creer, en su cabeza casi logró engañarse. Que maravilloso sería, ¿no? Ser él quien pudiera encontrar la cura a Draco. Ser él a quien Draco quisiera ver en las mañanas, o la persona en la que pensara cuando escuchaba canciones de amor o veía películas. Pero Harry había pillado su expresión cuando eso pasaba. Luciendo siempre... perdido en sus memorias. Pensando en alguien más. Pensando en esa persona, que nunca tendría. Cuando él estaba a un lado, estaba ahí. Harry queria gritarle que no fuera estúpido, que lo viera. Que él haría lo posible si le diera la oportunidad. Que... Que-
Una vez casi lo hace.
Draco le había pedido que le mostrara cosas del mundo muggle, más de la que él ya conocía, y Harry había planeado una cita en el otro extremo del país en caso de que se encontrasen con alguien del Mundo Mágico, lo que había tenido a Draco de malas en un inicio. Aunque, con el paso de la velada, en la que Harry lo llevó a un parque de diversiones, a comer a un Restaurante, y luego al cine, Draco se fue relajando, hasta volver a ese estado de ánimo que tenía cada vez que sus pensamientos no le carcomían la cabeza. Al punto en el que, luego de unas horas, se puso a contarle cada chisme de la sociedad sangre pura que había conocido cuando iban a Hogwarts.
—Teníamos una apuesta —dijo él solemnemente mientras hacían fila para comprar un helado.
Harry frunció el ceño, metiendo las manos a sus bolsillos.
—¿Una apuesta? —preguntó extrañado.
—En cuarto año —comenzó a explicar, con una sonrisa malévola—. Sobre a quién ibas a invitar al baile. Si a Cedric, o a Hermione Granger.
Habían pasado demasiados años como para que la mera mención del nombre de Cedric aún doliera. Harry podía recordarlo solo con un sentimiento de culpabilidad. Más, en ese momento, lo único que pudo hacer fue sonreír, observando el leve rubor de las mejillas de Draco.
—¿Cedric? —replicó—. En ese tiempo ni siquiera pensaba en chicos de esa forma.
—Oh, ¿estás seguro? —Se burló Draco, haciendo un puchero condescendiente—. ¿Potty cree que era un macho heterosexual en esos años? —Harry rodó los ojos, a pesar de que adoraba que Draco se pusiera de esa forma—. Por favor, había una razón por la que esa apuesta existía en primer lugar.
Harry alzó las cejas.
—¿Ah, sí? —retó—. ¿Cuál?
—La forma en la que lo mirabas —replicó Draco, dando un paso mientras la fila avanzaba—. Tengo que admitirlo, con los años aprendiste a disimular, pero en ese tiempo- Potter por favor, me sorprendía que no se te cayera la baba.
Harry soltó una risita. Sinceramente, nunca había pensado que Cedric le interesara de aquella forma. Pero le gustaba escuchar a Draco hablar así.
—La verdad si estás buscando ofenderme, me siento bastante halagado. ¿Apuestas a mi favor, e insignias para todo el colegio? Los Slytherin me prestaban bastante atención en ese entonces.
Las mejillas de Draco se tornaron aún más rojas mientras apartaba la mirada, aunque la timidez solo le duró unos segundos, antes de que se pusiera a exclamar lo ofendido que terminó cuando la cita de Harry acabó siendo "esa gemela Patil", y todos los galeones que le había hecho desperdiciar, haciéndolo carcajearse.
Luego, se aventuró por dramas aún más serios, como la mamá de Blaise al parecer siendo una asesina en serie, aunque nunca se le hubiese podido probar nada. Uno de los escándalos sucedió en pleno quinto año, pero Harry no lo recordaba gracias a toda la presión que estaba sufriendo en ese entonces. El problema y hostigamiento a Blaise fue tal que casi se marchó del colegio, y si no hubiera sido gracias a Theodore Nott y Draco quienes lo defendieron de las burlas y acusaciones "falsas" a su madre, sexto año habría sido bastante diferente.
—¿Y sabes qué? —continuó hablando el rubio, moviendo exageradamente las manos—. La mamá de Blaise quiso casarse con mi padre. Cuando eran jóvenes. Agradezco a todo el universo que no lo hizo.
Draco nunca mencionaba a sus padres, o casi nunca, la verdad. Por eso cuando lo hacía, Harry le prestaba total atención, guardando cada línea, cada detalle y expresión. Queriendo decirse a sí mismo que él era una de las pocas personas con las que Draco compartía ese tipo de cosas.
—¿Y por qué no lo hizo?
—Porque estaba enamorado de madre, obviamente —replicó Draco, como si estuviera explicando algo a un niño.
Harry se pasó la mano por la barbilla, a pocos puestos del mostrador para comprar.
—Siempre creí que se casaron como obligación —comentó, curioso.
—En un inicio fue así, ¿sabes? Pero luego... —dijo Draco, mientras por su expresión pasaba algo indescriptible—. Él se enamoró de ella. La amaba. La amaba de una forma que- Harry.
Harry se encontró con los ojos grises de Draco. Tan claros y relucientes y jodidamente esperanzadores. Quería mirarlos por siempre. Toda la maldita eternidad.
Se inclinó, dejando un casto beso en sus labios que lo hizo sonreír.
Sin embargo, aquella expresión volvió a su cara casi al instante.
—¿Sabías, que mandó a hacer un cuarto que era una réplica de su habitación de niña? —le dijo Draco comenzando a bajar la voz, perdido en sus recuerdos—. ¿O que con sus hermanas, madre hizo una lista de todos los lugares que quería visitar antes de morir? Y en cada cumpleaños, padre la llevaba. Íbamos todos juntos, y ellos abandonaban los protocolos por unas horas y simplemente nos sentábamos a contemplar el paisaje, o hacer picnic o- —Pausó, dando un paso adelante. Harry tomó su mano de forma inconsciente—. La amaba. La amaba tanto, que durante la guerra lo único que lo mantuvo cuerdo fue ella. No yo. No su instinto de supervivencia. —Draco se pasó una mano por la cara—. Madre.
Harry no sabía qué decir. Draco no acostumbraba a hablar de sus padres en primer lugar, pero mucho menos acostumbraba a mostrarse frágil frente a él, no ese tipo de frágil. Compartiendo cosas que pudieran hacerlo ver vulnerable. Y Harry apreciaba aquello por razones egoístas y equivocadas, pero lo apreciaba.
Le dio un apretón a su mano, deseando ser capaz de poder hacer más. Solo no sabía qué, o cómo. Nadie le había enseñado nunca.
—Siempre quise algo como eso —completó el rubio, de forma ausente.
Harry se giró a él, abriendo la boca, queriendo expresar todo lo que llevaba sintiendo desde hace un tiempo.
Y estuvo a punto de decirle que todavía podía tenerlo. Con él. Que él podía dárselo. Que él era capaz de construirle una réplica de la Mansión si se lo pedía. Que haría lo que fuera por él. Por sus sonrisas. Por verlo despertar y saber que era feliz a su lado. Harry podía- quería dárselo.
Pero Draco apartó la mirada, y Harry sabía que no estaba pensando en él cuando dijo aquello.
Que siempre quiso eso, pero con alguien más.
Deseaba que no fuera así. Deseaba que fuese él. Que Draco- que Draco lo eligiera.
Pero como sabía que aquello no era posible, Harry simplemente insistía en que viera a un médico. Si no podía tener su corazón, al menos podría asegurarse de que no lo abandonara. Era mejor tener un poco de él que nada en absoluto.
Y Draco siempre le respondía que ya lo había hecho, que no había manera de curarse, no sin arriesgar su vida, pero Harry sentía que no era suficiente. Que nunca nada sería suficiente.
Que no pudieran pasar un mes entero sin pelear debilitaba a Draco también, y Harry a veces simplemente quería, por unos segundos, pensar que de todas formas podrían funcionar. Que podría ser posible.
Draco también enviaba señales confusas. Harry recordaba un día en concreto, en el que él se quedó hasta tarde en el Ministerio y no eran horas apropiadas para ir a ver a Draco. El problema fue, que apenas su espalda tocó la cama, su teléfono empezó a vibrar.
Y el remitente era desconocido.
—¿Aló? —preguntó con un bostezo, llevándose el teléfono a su oído.
Un bullicio se escuchaba a lo lejos, mientras una respiración estaba demasiado apegada al auricular.
—¡Hola! —gritó la voz a través del teléfono—. ¡Holaaa!
Harry se sentó en la cama al reconocer a Draco. Estaba arrastrando las palabras, y ahora podía reconocer mejor que el ruido de fondo era una fiesta. Draco lo estaba llamando en medio de una fiesta, y probablemente borracho.
—¿Draco? —preguntó—. ¿Dónde estás? ¿De dónde llamas?
El desgraciado se rio. Como si lo que Harry dijo hubiera sido el mejor chiste del año.
—Una amiga acaba de prestarme su teléfono. La conozco de hace cinco minutos. Me cae bien —respondió, balbuceando—. ¿Estoy interrumpiendo un momento de amor con la Weasley?
Harry cerró los ojos, suspirando.
—¿Dónde estás? Déjame ir a buscarte.
—¡No! ¡No necesito de tu ayuda, Harry Potter!
El moreno resopló, empezando a irritarse. Las manos le picaban por ir a buscarlo. Por estar con él. Además de que le hubiese gustado saber que estaba despierto, habría aprovechado más su tiempo estando con Draco que solo en Grimmauld Place.
—¿Entonces por qué llamas? —preguntó cansado—. Draco, déjame...
—No —repitió—. No, ¿sabes qué? Llamo para decirte que te odio.
Harry se mantuvo en silencio por unos segundos.
—Eh-
—Sí, como oíste. Te odio. Te odio demasiado. Me acordé porque estaba aquí, a unas cuadras de mi piso y he visto un lobo, y ¿sabes cómo son los ojos de los lobos? Bueno, súper mega hiper penetrantes y... —Alguien le habló en medio del vómito verbal y Draco soltó una carcajada—. Y... me acordé de ti y de tus estúpidos ojos feos y de cómo me gustaría estar contigo ahora mismo.
Harry pasó sus movimientos, y volvió a cerrar los ojos. Su corazón no tenía derecho de estar latiendo tan rápido.
—Déjame ir a buscarte —pidió de nuevo.
—¿No me escuchaste? —replicó Draco—. ¡Te odio!
—Yo no —le dijo él—. Eres lo más precioso que he visto y te lo he dicho un montón de veces, y quiero verte de nuevo ahora. Así que, ¿por qué no me dejas...?
—¿Qué hay de la Weasley? —lo interrumpió el rubio, con voz pequeña—. ¿No está ahí?
Harry miró el hueco vacío a su lado, y se dijo a sí mismo que debía contarle la verdad. Solo que le dolía demasiado pensar en la indiferencia de Draco cuando se lo dijera. Lo retrasaría lo máximo posible.
—No, Ginny no está —respondió—. Draco...
—Te extraño —volvió a interrumpirlo él—. Eres calentito y a veces útil. Me hacer reír, ¿sabías eso? Hace mucho que no me río con alguien.
Harry sonrió.
—Déjame hacer más —murmuró.
—¿Qué?
—También te extraño.
Draco emitió un quejido a través del teléfono.
—Entonces, ¿dónde estás?
Harry suspiró, sabiendo que aguantaría eso y más con tal de verlo.
—Draco —murmuró—. Draco, dime dónde estás tú.
Draco soltó una respiración temblorosa.
—A una cuadra de mi piso, ya te dije —respondió—. Harry...
Harry se quedó quieto, esperando escuchar lo que diría.
—¿Podrías...? —El bullicio de atrás cesó un poco—. ¿Podrías, por una noche, pretender que sí te preocupas por mí?
Harry sintió cómo algo se hundió en su pecho.
—Me preocupo por ti. Me importas.
Draco volvió a suspirar.
—Sí —dijo—. Sí, justo así.
Harry sacudió la cabeza, levantándose de la cama.
—Voy para allá —informó.
Draco soltó una risita.
—¿Algún día dejarás de salvarme?
—Cuando me lo pidas.
Harry llegó a la entrada de su casa.
—Pero eso significa que me dejarías. Y yo no quiero que me dejes.
El moreno se detuvo, analizando sus palabras. ¿Aquello significaba que había esperanza? ¿Draco verdaderamente podría...? ¿Podría estar con él? ¿Bien?
Y Harry creyó que quizás, solo quizás, podría enamorarlo entonces.
Sus esperanzas se extinguieron por completo cuando, un día que Harry pasó la noche allí, las protecciones de Grimmauld Place vibraron de pronto alertando que Ginny había entrado a la casa.
—Mierda.
Harry se levantó de golpe de la cama, tirando todas las sábanas hacia atrás. ¿Qué podría querer Ginny a esa hora? ¿Y por qué no le había avisado que iría? Un pequeño ramalazo de irritación se abrió paso por su sistema a medida que se levantaba.
—¿Pasó algo? —preguntó Draco somnoliento.
Harry se giró para verlo. Tenía el cabello esparcido por la almohada y las mejillas rojas. Aquella noche simplemente se habían besado hasta el cansancio, porque Draco no se encontraba del todo bien, y Harry lo abrazó en sueños para así calmar su dolor. O lo que podía..
—Ginny... —explicó Harry, inclinándose para besar su frente. Draco lo apartó—. Quiere- quiere entrar... No lo sé. —Se tropezó con sus propias palabras, al ver el rechazo del rubio—. Debería irme.
Salió de la cama, ignorando lo que acababa de suceder.
—Oh.
Harry tomó su ropa y comenzó a vestirse. Era su uniforme de Auror. Aquel día lo primero que hizo al salir del Ministerio fue ir a ver a Draco.
¿Él pensará en aquello? ¿Apreciará estos detalles?
No. Porque no es a ti a quién quiere y lo sabes.
—Me voy —dijo Harry finalmente—. ¿Nos vemos mañana...?
Se volteó para así poder despedirse, pero la cara de Draco lo detuvo. Estaba cerrada, con esa mirada que decía que lo quería a tres metros de él.
—No creo que sea lo mejor —respondió este con firmeza.
Su vientre se hizo pesado.
—Oh —Harry murmuró, mordiéndose el labio—. ¿Pasado mañana entonces...?
—No, Potter.
Lucía determinado, su cara completamente en blanco. Harry habría preferido verlo tenso, molesto, enojado. Habría preferido que le gritara. Cualquier cosa menos esa máscara indiferente.
No es una máscara.
—¿Estás molesto? —cuestionó Harry con cautela.
Draco bufó, y prontamente en cada línea de su cara, en cada ángulo de su rostro y recta, estaba el hastío. El hastío que Draco expresaba hacia él cada que tenía oportunidad de hacerlo.
—Estoy tan jodidamente cansado.
Harry sintió cómo su garganta se contraía.
—¿De qué? —dijo con un hilo de voz
—De esto —respondió Draco automáticamente—. De ti.
No importaba que Harry tuviera claras las cosas. No importaba que estuviera consciente de que Draco podía ser cruel cuando quería. No importaba. No podía evitar que doliera.
—¿Quieres terminar esto? —preguntó, con la voz seca—. ¿Eso me estás diciendo?
Draco sonrió. No era una sonrisa bonita.
—Estoy diciendo que eres un puto egoísta. Eso estoy diciendo.
Muy a pesar del dolor, también estaba la rabia. Draco a menudo decía cosas así cuando se enfadaba con el resto y se desquitaba con Harry, y el ojiverde ya había tenido suficiente,
—¿Yo? —replicó alzando la voz—. No trates de fingir que no me estás usando.
—Bueno, quizás lo estoy haciendo —respondió Draco al instante.
Harry lo miró de hito en hito desde el umbral.
—¿De dónde viene todo esto? —dijo incrédulamente.
Draco soltó un suspiro exasperado, llevándose una mano al corazón.
—Estás aquí todo el tiempo —murmuró en respuesta—. En todas partes. Me hace sentir enfermo.
No parecía importarle aquello cuando lo besaba y Harry le murmuraba que no había nadie como él. No parecía importarle cuando Harry le llevaba el almuerzo, y Draco fingía no anotar sus comidas favoritas para cocinarlas cuando tuviera la ocasión. No parecía importarle cuando acariciaba su mano, y Draco se dormía entre sus brazos.
—¡Lárgate Potter, joder! —gritó el ojigris ante su silencio—. ¿Qué mierda esperas? ¡No quiero verte la puta cara!
Harry se enojó. Porque la otra opción lo iba a destruir demasiado.
Y entonces, el moreno le gritó que, por una maldita vez, le dijera las cosas claras. Que estaba usando eso como una excusa, y que era un cobarde. Y Draco le gritó de vuelta que sí, y que no podía culparlo por ser tan jodidamente cargante. Y todo se había vuelto una pelea gigante que escaló hasta que Harry le dijo que quizás no sería tamaño cabrón si no fuera gracias a los Mortífagos de sus padres, y Draco le había gritado de vuelta que no era su culpa que Harry no hubiera tenido gente que se preocupara por él. Para cuando llegó el punto en que Harry se acercó, poniéndole la varita en el cuello, y Draco trató de abalanzarse para golpearlo, ninguno entendía cómo de un segundo a otro, estaban besándose.
Harry arrojó a Draco contra la pared, y éste le mordió los labios, mientras murmuraba contra su boca que lo odiaba, que lo odiaba tanto que le dolía; a medida que Harry lo follaba con lentitud, repitiendo su nombre una y otra vez.
Quería abrazarlo una vez que terminaron. Quería disculparse. Quería que Draco se disculpara. Quería que volvieran a dormir y prometerse que tratarían de ser mejores y que intentarían construir algo. Pero era una mentira.
Así que lo único que logró hacer fue separarse de él, y huir.
Sí, como un jodido cobarde. De lo mismo que había acusado a Draco, pero sabía que si se quedaba, todo terminaría, y le dolía tener que alejarse de él. Siempre tuvo claro que ese momento llegaría, tarde o temprano, pero Harry quería hacer todo lo que estuviera en sus manos para retrasarlo lo máximo posible.
Hasta que ese día llegó.
Después de esa noche, Draco y él apenas pasaban tiempo juntos. Ambos se evitaban. Ambos sabían que lo que sea que llevaban haciendo había alcanzado su punto culmine y ya no había vuelta atrás.
Lo que lo llevó a dar el paso, la verdad, fue confesar el secreto. Confesarle absolutamente todo a Hermione luego de que ella quisiera que se reconciliara con Ginny, quien, la noche de la pelea, había ido a buscar sus últimas cosas a Grimmauld Place, pidiéndole a Harry que la retirara el paso de las protecciones, explicándole que estaba haciendo una vida nueva con alguien más.
Y Harry explotó entonces en la sala de estar de Hermione, diciéndole a su amiga que no, no iba a volver con Ginny o iba a tratar de reconquistarla, porque se había enamorado del jodido Draco Malfoy.
Ahí fue cuando Hermione, por primera vez en muchos años, calló para poder escucharlo. Calló mientras Harry le contaba todo lo que había pasado, desde un inicio. Y para cuando Hermione abrió la boca, el moreno esperaba un montón de recriminaciones, una lista larga de por qué lo que estaba sucediendo entre ellos estaba simplemente mal, pero lo único que consiguió fue que su amiga lo mirara y le dijera con toda la seriedad del mundo, que si realmente lo amaba, tenía que dejarlo ir.
Que si realmente lo amaba, debería decirle a Draco que enamorara a la persona que necesitaba enamorar. Que si Harry no lo hacía, le estaba impidiendo curarse.
Se sintió cómo si le echaran un balde de agua fría, como si lo hubieran traído a la realidad de golpe.
Así que se marchó lo antes que pudo, y se Apareció fuera de la casa de Draco a los pocos minutos.
Harry no sabía qué decir, para variar. Literalmente no tenía una idea fija, solo que... Solo que no podía retener a Draco solo porque le quería, y definitivamente no podía estar allí cuando lograra enamorar a la otra persona. Porque sabía que lo haría, ¿quién, en su sano juicio, no se enamoraría de Draco Malfoy? Era imposible de concebir.
Estaba asustado.
Estaba aterrorizado, de lo que eso significaría para él.
Harry tocó el timbre del piso, dándose cuenta que durante todo el tiempo que estuvo con Draco, muy pocas veces había llegado por la puerta principal. Recordaba dos ocasiones en concreto, cuando Harry arribó con comida para llevar y películas para pasar la noche, porque Draco faltó al trabajo al sentirse enfermo; y la segunda, cuando el rubio le dijo que no tenía ganas de hacer nada esa noche, y Harry le ofreció salir a dar una caminata al mundo muggle. Ambos habían vuelto por la puerta principal aquella noche, besándose y metiéndose bajo las sábanas a los pocos minutos.
Distintas eran las circunstancias actuales.
Draco le abrió, y Harry aprovechó beberse una última vez de su imagen. Tenía el cabello cada vez más largo, de modo que estaba amarrado en una coleta. Había ganado un poco más de peso, pero se veía igual de pálido que unos meses atrás. Sus labios formaban solo una línea, y para cuando Harry llegó a sus ojos, supo de inmediato que Draco entendía qué hacía ahí.
Y era jodidamente injusto, porque Harry era el que merecía ese amor, ese amor que lo estaba matando y hacía que el ojiverde no durmiera pensando en cómo cambiarían las cosas si fuera él a quien Draco amaba. Harry sabía que él lo cuidaría, que él haría lo que estuviera en sus manos por hacerle ver qué valía la pena. Que valía las peleas. La tristeza. Que Draco lo valía todo. Que no merecía estarse muriendo por un cabrón que no correspondía a sus sentimientos.
Harry lo amaba. Lo amaba tanto que le dolía el pecho. Lo amaba tanto que estaba dispuesto a dejarlo ir para que pudiera tener una oportunidad de seguir vivo.
El moreno abrió la boca, sintiendo cómo su corazón se rompía.
—Sé que estás haciendo aquí —lo cortó Draco, con ese particular tono de voz vacío.
Harry pestañeó un par de veces, abrazándose a sí mismo.
Duele. Duele. Duele. Duele.
—¿Cómo? —susurró.
Draco suspiró, haciendo un gesto vago que abarcaba toda su cara.
—Lo llevas escrito en todo el rostro —respondió.
Se veía tan... normal. Tan... poco afectado. Harry se acarició el pecho por encima de la ropa, sintiendo cómo su interior se contraía.
—Lo siento... —dijo, bajando la mirada—. Me- me gustaría que las cosas fueran diferentes-
—Pero no lo son.
Harry cerró los ojos con fuerza. No podía creer que en un par de meses, Draco había logrado que sintiera que separarse de él era como algo antinatural. Cómo ser empujado a un abismo y esperar que el golpe no te matara.
—Sí... —murmuró.
Harry tomó aire, sin ser capaz de verlo nuevamente. Porque sabía que se arrepentiría. Sabía que apenas viera su rostro, se abalanzaría y lo llenaría de besos. Le prometería en vano que sería capaz de curarlo en base al amor que tenía, y le diría que no permitiría que muriera mientras él estuviera vivo.
Por eso y más, Harry no levantó la mirada.
—Creo que deberías encontrar una forma de curarte. Claramente esto no te está haciendo bien —susurró, casi inaudible para sus propios oídos—. Creo que deberíamos dejar de vernos.
Draco no respondió, y el lugar quedó en absoluto silencio por unos largos momentos. La noche era fría, y oscura, y la luna era lo único que los iluminaba.
—Era claro que no iba a durar para siempre —dijo el rubio finalmente, su voz sonó extrañamente débil y... triste.
Se sintió cómo si alguien le hubiera enterrado una daga. Harry dejó salir el aire se sus pulmones, negando.
—Mereces que te amen —dijo, con total sinceridad. No era capaz de expresar que debía correr a su enamorado e intentar conquistarlo. No era capaz. Dolía demasiado—. Mereces encontrar una forma de que te amen. Y ambos sabemos que yo no soy la persona indicada para eso.
Oyó cómo Draco se atragantaba con su respiración. Harry, por el rabillo del ojo, notó sus manos formando puños.
—Entonces lo sabes —le dijo, con firmeza.
Harry no respondió. No sabía a qué se refería. Aunque antes de que pudiera preguntar, el rubio continuó hablando.
—Sabes la verdad, y estás acabando esto porque no puedes cambiar las cosas. —Su voz estaba teñida de un sentimiento que Harry no podía identificar.
Tenía razón. Harry no podía cambiar las cosas. Si fuera así, Draco ya no estaría enfermo. Si fuera así, la enfermedad sabría que él le correspondía y ambos tendrían su final feliz. Harry lo estaba dejando ir porque esperaba que Draco pudiera encontrar el amor que anhelaba. Aunque le doliera, aunque sintiera que estaba muriendo al pensar en él con alguien más, casándose, riendo y pasando una larga vida al lado de otra persona que no era Harry.
Prefería mil veces verlo de lejos, vivo y sano con otra persona, que ese intermedio enfermizo que compartían juntos.
—Lo intenté —respondió. Pero tú no puedes amarme a mí—. Lo siento.
Draco soltó una risa oscura.
—No, no lo sien-
No alcanzó a terminar la frase.
No alcanzó a terminar la frase, porque en ese momento, una de las cosas más aterradoras que Harry había presenciado en la vida, sucedió.
Draco se llevó una mano a la garganta, doblándose hasta la mitad de su eje, y comenzó a toser.
Peor de lo que alguna vez le había escuchado.
Todo pasó de un segundo a otro.
Harry lo tomó de la espalda de forma instintiva, a medida que el piso se bañaba de rosas y de sangre y de espinas.
Pero esa vez no era todo, no, porque pequeños fragmentos de carne, coágulos y cosas del interior de Draco salían envueltas en las flores. La tos del ojigris era una combinación entre bocanadas de aire, tratando de respirar, quejidos de dolor, y el sofocante sonido de regurgitación de las cosas que estaban asentadas en su sistema respiratorio.
Draco comenzó a perder fuerza, intentando levantar la cabeza para así mirar a Harry, aunque esa sola acción pareció marearlo. Cayó al piso con un ruido sordo, con los pétalos saliendo de sus oídos, de su nariz, de su boca.
—No, no, no. Draco no mueras —murmuró Harry, al borde de las lágrimas mientras se aferraba a sus vestimentas—. No mueras por favor.
Pero Draco no lo escuchaba.
Harry no sabía qué hacer, su corazón latía a mil por hora, un peso frío se había instaurado en cada rincón de su cuerpo. La cabeza le daba vueltas, y se negaba a pensar que ese podía ser el final. Draco pronto se calmaría, se calmaría y-
No paraba.
Draco empeoraba.
Con un sudor frío, y unas tremendas ganas de vomitar por el miedo, Harry se Apareció en San Mungo.
•••
Era triste pensar, que nunca tuvo el chance de ver a Harry preocupado por él, de ver cómo se ponía su cara cuando alguien a quien él quería estaba en peligro. A pesar de que eso era a lo que aspiró toda su vida.
Desde pequeño, Draco se sintió tan... Solo. No tenía muchos amigos, ni siquiera en Hogwarts llegó a hacer amistades demasiado cercanas, y sus padres eran lo único que conocía en la vida. Nunca fue bueno socializando, quizás por eso la cagó la única vez que intentó hacer una amistad por su propia cuenta. Para él, su mayor meta era tener la atención de Potter, fuera de buena o mala forma. Que no lo ignorara.
Hubiese sido un logro tan grande, poder experimentar que a El Elegido le importara de verdad. Que quien era él le importara realmente.
Otra cosa que agregar a su lista de cosas que pudieron ser. Pero no fueron.
Sin contar a Harry, Draco estaba completamente solo en Inglaterra. Su madre murió años después de la guerra, y su padre se encontraba en Azkaban. Pansy se marchó a Francia, Blaise y Theo a Italia, y Goyle a Suecia. Si hubiera tenido un poco más de astucia en el momento, Draco debió haberse marchado también.
En el presente, al menos Pansy había vuelto, preocupada por su estado. Draco le dijo que estaba bien en cuanto la vio, le dijo que realmente estaba bien.
Pero era una gran mentira.
Draco no estaba ni bien, ni mal, ni feliz, ni enojado, o triste. O molesto. O cualquier mierda. Draco no... No estaba. Esa era la verdad.
Continúa caminando, sabiendo que tarde o temprano deberá Aparecerse de todas formas, e ignora la pequeña sensación de irritación que tiene al respecto.
Lo retrasa lo más que puede, aunque sabe que está siendo un cobarde. Lo retrasa lo más que puede, mientras piensa en ese día en San Mungo.
Ese jodido día.
Tantas cosas cambiaron. Tantas cosas acabaron.
Y quizás nunca debió haber tomado la decisión.
Quizás nunca debió haber dicho que lo operaran.
•••
Todo sucedió muy rápido.
Harry llegó a la recepción de San Mungo buscando a gritos algún Sanador para Draco Malfoy mientras lo sostenía entre sus brazos y hablaba incoherencias. Recordaba haber luchado hasta el cansancio para que no lo alejaran de Draco, y recordaba que lloró hasta que sus ojos se secaron.
Luego, lo perdió de vista. Fueron unos momentos, u horas, no podía decirlo con certeza, solo que Harry estaba muerto de miedo andando de un lado a otro por el pasillo y agarrándose la cabeza mientras esperaba que alguien fuera a decirle qué carajos estaba pasando. No podía creer que lo último que le había alcanzado a decir era que lo sentía. Que no le dijo que lo amaba. ¿Por qué mierda no le había dicho que lo amaba? ¿Qué era lo que estaba mal con él? Draco se merecía saber que había al menos una persona en el mundo que lo dejaría todo, absolutamente todo lo que le importaba para que él estuviera a salvo.
Harry pataleó, tocó puertas, habló con medimagos, hizo todo lo posible para saber del estado de Draco. Incluso, sacó a relucir la carta de: Soy-el-héroe-del-maldito-mundo-mágico-y-si-no-fuera-por-mí-no-estarías-vivo, para que lo dejaran ver al rubio.
Cosa que finalmente logró.
Cuando entró a la habitación donde lo tenían, se encontraba débil, se notaba al verlo. Su respiración era lenta y lucía mucho más delgado de lo que Harry recordaba que era en realidad, pequeño contra la cama del hospital y viéndose como un moribundo.
Pero estaba vivo.
Harry pasó la noche con él, despierto, contando cada peca de su rostro y cuántas pestañas tenía cada ojo. Harry amaba eso. Amaba todo de él. Amaba cómo alguien podía lucir tan delicado, y podía ser tan fiero a la vez. Amaba cómo podía ser tan mezquino, cómo podía ser tan cruel, pero también amar con tanta pasión e intensidad que su afecto era demasiado para que su sistema pudiera soportarlo. Amaba las contradicciones que significaba ser Draco Malfoy. Amaba que tuvo la oportunidad de conocerlas.
Draco despertó apenas el sol asomó por el cielo, y Harry comenzó a llorar de alivio instantáneamente.
Nunca había sido alguien emocional. Aparentemente, enamorarse cambiaba algunas cosas de tu persona.
Draco miró a cada lado, desorientado, y Harry sintió cómo la habitación se iluminaba nuevamente. Cómo todo parecía triste y vacío sin sus ojos grises abiertos.
—No vuelvas a hacer eso, por favor, no vuelvas... —El moreno soltó de pronto, cuando Draco dirigió la mirada hacia él—. No-
Harry no fue capaz de terminar la oración mientras las escasas lágrimas corrían por sus mejillas. Tomó la mano de Draco, sintiendo cómo su mundo volvía a tener sentido, y la besó, apreciando la forma de su muñeca, mirando el largo de sus dedos. Apreciando que estaba allí y que seguía vivo.
—¿Qué...? —preguntó Draco, desorientado.
Harry levantó la mirada, viendo la cara de confusión que tenía el rubio en el rostro. Se pasó una mano por la mejilla, limpiando el resto del agua que las bañaba, y negó, pensando en algo que ayudaría a disolver la dolorosa arruga del entrecejo de Draco.
—Ssh —susurró, pegado a su piel—. Lo siento. No sé qué paso- Lo siento.
No tenía idea por qué pedía perdón. No lo sabía. Solo sabía que necesitaba estar bien con él. No podía dejarlo. No en ese momento.
—Haré lo que esté en mis manos para que la persona que amas te ame de vuelta. —Los ojos del rubio se desenfocaron ante esa afirmación, mientras sus manos hacían puños con las sábanas. Harry supuso que no le gustaba el tema de su enamorado—. Lo que sea, Draco. Solo, por favor, no vuelvas a hacerme algo así.
Draco abrió la boca, aunque luego la cerró. Se hundió en su almohada, cerrando los ojos.
—¿Por qué? —susurró.
Y hay tantas cosas en esa pregunta, tantas emociones, tantas dudas. ¿Por qué me ofreciste una tregua, casi un año atrás? ¿Por qué me invitaste al bar? ¿Por qué me dejaste conocerte? ¿Por qué me besaste? ¿Por qué me follaste? ¿Por qué me dejaste follarte? ¿Por qué tuvimos... lo que sea que tuvimos? ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué estás diciendo esto?
Y la respuesta era simple.
—Porque te amo.
Se sentía casi catártico decirlo en voz alta. Se sentía libre. Tenía claro que no era correspondido, lo sabía, pero aún así el poder confesarlo a Draco de una buena vez era como retirarse un peso de los hombros.
Draco parpadeó, y, de un momento a otro, parecía más pálido de lo normal.
—¿Qué? —murmuró.
Harry ignoró cómo su estómago se encogió de decepción. Había esperado aquello.
—Sé que no- Sé que no es recíproco. —Se apresuró en aclarar—. Por eso terminé... lo que sea que tuvimos. Porque quería que tuvieras una oportunidad con él- ella. Quien quiera que sea. Por eso. Y sé que jamás podría hacer que me amaras a mí, digo, te estás muriendo por es-
—Potter —lo interrumpió Draco con un respiro—. Eras tú...
Su corazón se ralentizó.
—¿Qué?
Draco cerró los ojos, tomando una honda bocanada de aire y arrugó la frente, girándose de lleno hacia él.
—Eras tú —murmuró Draco, cerrando los ojos con tanta fuerza, que Harry lo encontró doloroso—. Fuiste tú todo el tiempo.
Y todo cobró sentido en ese preciso instante.
Las reacciones de Draco. Las peleas. Las cosas que decía. Cómo lo quería alejar. Los celos. Cómo empeoraba cada que sus discusiones escalaban. Todo.
Harry se llevó una mano al pecho, conteniendo las nuevas lágrimas.
Sentía que todo acababa de cambiar, que le habían abierto una puerta de posibilidades que antes no estaban ahí. Que de un momento a otro le habían dicho que podría tener su final feliz. Harry apretó la mano de Draco, con la emoción bullendo en su pecho y volvió a besarla.
—¿Entonces por qué...? ¿Por qué no sanaste? —preguntó Harry, sin entender completamente cómo eso estaba pasando de verdad.
Draco se mordió el labio, negando. Sus mejillas comenzaban a adquirir un poco de color.
—No... No lo sabía —dijo en voz baja—. Si lo hubiera sabido-
—Señor Malfoy...
Ambos desviaron la mirada hacia la mujer que había hablado. Tenía el cabello morado, la bata verde del hospital encima y una expresión severa en el rostro.
La sonrisa de Harry se congeló.
Volvió a voltearse a Draco, tratando de no prestarle atención a la presión que se instaló en su estómago, con el presentimiento de que algo no andaba bien. Que no podía estar todo bien. Era imposible, ¿cuándo las cosas habían sido fáciles para él?
En su lugar, Harry intentó enfocarse en la revelación que había tenido segundos atrás. Nada podía ser tan terrible si Draco lo amaba, ¿cierto?
Porque Draco lo amaba.
¿Estás seguro de eso?
Harry frunció el ceño, sintiendo que había sido golpeado.
¿Estás completamente seguro?
Entonces, recordó sus palabras.
"Eras tú."
"Fuiste tú."
No. No. No. No.
—Señor Malfoy —repitió ella, visiblemente incómoda.
Y Harry sabía. Sabía por la cara de la medibruja, sabía por su mirada, que lo que estaba a punto de decir no podía ser bueno.
Y no lo fue.
—Hemos cumplido su último deseo, como usted nos pidió explícitamente: —dijo, ignorando a Harry por completo— cuando nosotros creyéramos que no sería capaz de superar el ataque, trataríamos de remover las raíces de su interior de forma manual con una operación, como último recurso.
¿Operación...?
Harry se giró a Draco, quien tenía la mirada fija en la Sanadora. Su cuerpo estaba relajado, como el moreno no veía desde hace meses, y su semblante tranquilo, totalmente contrario a la avalancha de emociones que él sentía en el interior. Harry acarició su garganta, que había comenzado a picar. Aquello no era posible, ¿no? Hermione le dijo que no había cura.
Draco asintió para que prosiguiera.
—El único problema es que hubo... un inconveniente —continuó la mujer a su seña—. Al ser una cirugía experimental, como le explicamos, hubo una opción que no contemplamos. Usted siempre nos dijo que no perdería nada. O moría por la enfermedad, o moría en nuestro quirófano, pero al menos con la operación, había una pequeña chance de vivir, aunque eso significara deshacerse hasta de los recuerdos que podría albergar de su enamorado.
Harry se sintió físicamente enfermo, dejando caer la mano de Draco finalmente de vuelta al colchón.
Todos sus sentidos le decían que saliera de ahí. Que algo malo estaba a punto de pasar. Que eso significaba... significaba que Draco decidió operarse para olvidarse de él. Que la operación haría que el amor que sentía por él desapareciera.
Y lo habían hecho. Habían removido las flores.
Harry sintió su garganta apretarse.
—El problema es que en su caso —la medibruja prosiguió, sus ojos enfocados en Draco y nada más—, un caso particular cabe acotar, el amor que albergaba por esta persona era tan grande y llevaba tantos años gestándose, (más de una década, me atrevería a decir), que no podíamos retirar las raíces y las espinas aferradas en su interior, sin extirpar con ellas todo sentimiento.
Eran demasiadas cosas para Harry de procesar. ¿Una década...? ¿Draco le había amado por más de una década?
¿Sentimientos? ¿De qué? ¿De qué estaba...?
Lo oyó contener la respiración a su costado. La Sanadora lucía verdaderamente apenada.
—Lo siento, Señor Malfoy, pero usted no podrá volver a sentir nunca más. Nada.
Estaba seguro de que el Crucio en el cementerio a los catorce años era menos doloroso que aquello. Harry se llevó las manos a la cara, negando. Eso no podía estar pasando. No podía estar pasando. No-
Draco lo amaba. Lo amaba.
Y lo había perdido antes de tenerlo.
Draco no podía sentir nada. Harry no sabría lo que sería sentir amar y ser amado. Draco lo quiso por más de una década. Draco lo quiso todo el tiempo. "Eras tú", había dicho. "Siempre fuiste tú". Draco lo había amado incluso cuando no se quería a sí mismo, y Harry no lo sabía. No lo sabía. No lo sabía. No lo sabía.
Y ahora ya nunca tendría la oportunidad de saberlo.
—Podrá sentir emociones temporales, como que le cause gracia algo, o, si sus instintos de supervivencia, por ejemplo...
Pero Harry no escuchaba. De pronto sintió que el cuarto se hacía extremadamente pequeño y que la opresión de su pecho era simplemente insoportable. Su garganta estaba cerrada, su corazón latía a mil por hora, y dolía; su cabeza dolía, todo su cuerpo dolía, y Harry quería llorar, quería gritar, quería hacer algo.
Quería respirar.
Intentó tomar una bocanada de aire.
Harry no podía respirar.
Se llevó una mano al pecho, sintiendo cómo crecían, cómo se asentaban, cómo dolían, cómo aquello era una puta tortura en vida.
Se inclinó encima de la cama en busca de apoyo, mientras abruptamente manchaba las sábanas de sangre, ante la mirada horrorizada de sus testigos.
—¿Señor Potter? —oyó.
Y ahí, fue cuando Harry expulsó la primera rosa.
•••
Draco recuerda la desesperación que sintió al despertar.
Recuerda cómo vio a Harry a su lado, frenético, besándolo y hablando al borde de las lágrimas. Y recuerda cómo no podía interesarle. Cómo parecía vacío por dentro. Recuerda que le dolió físicamente el tratar de buscar algún sentimiento, pero las mariposas en el estómago ya no estaban. La alegría, la tristeza, no estaban.
Y las flores tampoco.
Lo único que podía sentir era paz. Era libertad. Era volver a respirar el aire con claridad y estar libre de dolores en sus entrañas. Era por fin capaz de decir dos palabras sin sentir los pétalos dañando su tráquea, o el sabor a sangre en su boca.
Y entonces, se dio cuenta de que había dejado de amar a Harry.
Y que eso le estaba ocasionando un daño gigante al hombre, que eso hizo que tosiera una flor, que comenzara a adentrarse en un infierno que no tenía salida. Que Harry iba a sufrir e iba a maldecir el momento en el que se fijó más de dos segundos en él.
Y no le podía importar ni un poco.
No sabe para qué despertó entonces.
A veces, desea haberse quedado con los ojos cerrados.
Por siempre.
•••
Harry abrió los ojos un día después, en una cama de San Mungo.
En un principio no recordaba qué hacía ahí, ¿había sido herido en una misión, otra vez? ¿Había arriesgado su vida de tal forma que estaba internado en el hospital?
Pero solo duró un segundo, porque apenas intentó levantarse, sintió las raíces de sus pulmones moverse con él. Sintió su pecho pesado, su garganta llena, herida, y un narciso florecer desde la punta de sus dedos hasta el inicio de su cuello. Sintió las espinas clavándose en sus órganos y el hecho de que la enfermedad había empezado desde el inicio en su peor etapa clavado en su mente.
Harry trató de controlarse, de no hacer ni pensar en nada que desencadenara otro ataque. Sentía las vías respiratorias constipadas, y sabía que no podría respirar mejor aunque quisiera. Que eso era todo. Aún así, prefería aquello que volver a experimentar lo que sintió al escuchar lo que había pasado con Draco.
Draco.
Las flores se expandieron por su tráquea y el narciso floreció, por lo que Harry se obligó a no pensar en él. A no recordar por qué se enfermó en primer lugar. Desvió su mirada a la ventana de San Mungo, preguntándose cuánto llevaría inconsciente.
En ese momento entró Draco quien lucía tan hermoso, que le rompió el corazón. Con el mismo cabello brillante, los mismos ojos color mercurio, claros y atrapantes. La misma línea de la mandíbula y esa forma de hablar y caminar. Todo era igual. Y sin embargo, lucía completamente diferente. Como un extraño.
Si la guerra no lo había devorado por completo, esto sí.
No venía solo, por supuesto que no. Ron y Hermione caminaban tras él. Tenían los ojos rojos de haber llorado y el cansancio era palpable en cada arruga de sus rostros. Se pusieron a cada lado, tomándolo de las manos y tratando de inyectarle fuerzas, tratando de expresar sin palabras que lo apoyarían pasara lo que pasara, mientras Draco miraba y Harry intentaba no sucumbir a la desesperación.
—Encontraremos una forma —Fue lo único que le aseguró Hermione en voz baja.
Por un momento, Harry deseó con todas sus fuerzas haber podido creerle.
Sabía que intentarían buscar una manera de cambiar el destino. Pero no existía. La única persona que podía curarlo estaba frente a él, esperando para llevarlo de vuelta a casa, y no podía. No porque no quisiera, si no porque realmente no podía.
Para cuando lo despacharon del hospital, explicándole los procedimientos y el poco tiempo que le quedaba, los tres lo acompañaron a Grimmauld Place. Draco no había dicho una sola palabra, y Harry intentaba ahogar todo pensamiento, ahogar que a menos que se arriesgara a hacerse la operación, iba a morir.
Quizás es lo correcto, pensó. Después de todo, ya he escapado a la muerte dos veces. Es casi poético pensar que ella siempre ganaba, sin importar el cómo.
Apenas puso pie dentro de la casa, y Hermione junto a Ron se marcharon para así poder investigar sobre qué hacer, Harry sintió que el ambiente se cernía sobre él y lo asfixiaba. Intentó alejarse de las paredes, de los recuerdos, de cómo había cambiado su vida. Pero no pudo.
Finalmente, terminó pidiendo por favor a Draco que lo llevara de vuelta a casa.
Con él.
Y lo hizo. Draco no se molestó en tomar el flú o siquiera avisarle. Los Apareció directamente en su cuarto, haciendo que Harry se mareara. Miró a su alrededor, sintiendo el mismo desasosiego que experimentaba cada vez que veía la cara vacía de Draco. Todo estaba igual. Las paredes eran las mismas, la cama también. Los adornos. Las fotos. Pero lucía... Distinto. Fuera de lugar.
Quizás porque sabía al Draco que pertenecían todas esas cosas ya no existía.
Harry hizo caso omiso a la punzada de dolor que le atravesó la sien, y a la espina clavándose en su costado. Avanzó hasta el colchón, con los ojos fijos en el piso.
—¿Puedes acostarte conmigo? —preguntó a Draco con delicadeza, sin ser capaz de verle la cara.
Dolía demasiado.
Se sentía como un imbécil. Lo era, de hecho. Era completamente absurdo e irónico el resultado de las cosas, una broma de mal gusto. Si hubieran conversando más. Si Harry hubiese sido un poco más honesto, o Draco un poco más claro. Si solo hubieran tenido una sola idea de cuánto significaban para ambos...
Se la habían pasado toda su vida corriendo tras el otro, y cuando al fin tuvieron la oportunidad de encontrarse, se habían perdido.
El rubio se posó a su lado una vez que Harry se recostó. Envolvió sus brazos de forma vacilante alrededor de su cuerpo, y prontamente Harry estaba con la cara contra su pecho, y Draco acariciaba su cabello. El moreno inhaló, intentando sentir su aroma, pero lo único que inundaba sus fosas nasales era el dulzón olor a lirio.
—Lo siento —murmuró Draco de pronto encima de su pelo.
Harry dejó escapar una respiración flaqueante.
—No es tu culpa —replicó con suavidad.
Porque no lo era. No podía culpar a Draco por querer vivir, por querer encontrar una manera de deshacerse de un sentimiento que lo único que había hecho era causarle daño. No tenía idea de lo que eso terminaría provocando en Harry, que él le correspondería, al final.
El moreno apretó más fuerte a Draco contra él, tratando de darle consuelo. Consuelo que no era necesario, sabiendo que al rubio simplemente le daba igual.
Le daba igual.
De pronto fue demasiado. Todo fue demasiado abrumador. Los brazos de Draco se sentían firmes en su espalda, y todos los errores que cometió pasaban como cascadas frente a sus ojos.
Harry levantó la cabeza, tosiendo unos pétalos que cayeron encima de la cama.
—Lirios —dijo Draco ausentemente.
Harry esbozó una sonrisa triste.
—Me gustan —contestó, pensando en su madre—. Cuando era pequeño, siempre creí que tendría lirios en mi casa.
Draco se le quedó mirando. Más no contestó. Quizás en otro momento le habría dicho que con Ginny habría tenido eso. Eso y más.
Pero es que Harry no quería a Ginny. Harry lo quería a él, y le quemaba pensar en un Draco enamorado, creyendo que era su secreto. Creyendo que era su segunda opción.
Porque no lo era. Draco lo era todo.
—Nunca estuve con Ginny —dijo de pronto.
La pesadumbre de su pecho se hizo gigante, monstruosa, mientras sus ojos comenzaban a picar. Draco lo miró, pestañeando un par de veces como si no entendiera por qué aquello era relevante.
Joder. Joder. Joder. Respira.
—Desde que empezamos a quedar juntos —confesó entonces, en voz baja—. Nunca estuve con ella.
El entendimiento llegó a la cara de Draco en ese instante, pero eso fue todo. Ni un músculo se movió, ni el pulso que Harry sentía bajo su tacto se aceleró.
—Siempre te quise a ti —murmuró, con la voz rompiéndose por fin al terminar.
Draco trató de volver a abrazarlo contra su pecho, pero Harry no lo dejó.
—Harry...
Sintió cómo la oscuridad lo devoraba, cómo millones de cuchillas se clavaban en su cuerpo. Harry soltó el primer sollozo.
—Siempre te quise a ti —continuó—. Y ahora ya no te puedo tener.
No quería llorar, de verdad que no quería llorar. Porque si lloraba, no sería capaz de detenerse, y las flores desgarrarían sus pulmones, y Harry se dejaría ir porque estaba harto de vivir en sufrimiento a cada momento de su vida.
Era suficiente.
—Harry —susurró Draco, a falta de palabras—. Descansa.
Harry se dejó tirar en el abrazo que el ojigris quería darle, porque sabía que no había palabras capaces de solucionar ese desastre.
—Draco —dijo el moreno, tratando de fingir que todo estaría bien, siempre y cuando lo sostuviera así.
Draco se removió, en señal de que estaba escuchando.
Harry tomó aire.
—Te amo —soltó al final.
Draco no pudo responderle lo mismo.
•••
Debería haberlo dicho, piensa, mientras camina mirando al suelo. Después de todo, no era ninguna mentira. Antes, al menos.
Mira las flores en su mano y suspira, sintiéndose extrañamente fuera de lugar. Por supuesto que Harry no apreciaría que le llevase flores. Por supuesto que parecería un insensible y una broma de mal gusto, ¿en qué estaba pensando?
No estás pensando, como de costumbre.
Vivir la vida en automático era más triste de lo que Harry pensaba. Aunque él en realidad no pudiera sentir esa tristeza.
Draco llega al límite entonces, y sabe que no puede retrasarlo más. Que no puede continuar caminando, y que debe llegar al fin.
Cierra los ojos, y se Aparece.
•••
El sonido fue lo que despertó a Harry de su siesta, anunciando que Draco había llegado de San Mungo luego de la cita con su Sanadora.
Su día a día como un enfermo terminal no era muy distinto a como se imaginaba. Harry había querido volver al trabajo, para así poder hacer algo con su mente y que los pensamientos no terminaran haciéndole perder la cabeza. Pero Ron y Hermione se negaban a dejarlo, alegando que podía pasarle cualquier cosa. A lo que Harry en su momento contra argumentó que Draco continuó trabajando con la enfermedad avanzada. Entonces Draco tuvo que intervenir diciendo que él estaba enfermo desde los catorce, y desde los dieciséis que estaba acostumbrado a vivir en un dolor constante, que para Harry no sería lo mismo. Lo que terminó ocasionando que Harry se desgarrara por dentro al pensar que Draco estaba enamorado de él desde que era un niño, que si no hubieran sido tan... imbéciles, habrían estado juntos.
Nada de eso hubiese ocurrido nunca.
Y no faltó mucho tampoco, para descubrir ahí que, efectivamente, podrían haber estado juntos desde siempre. Que irónicamente Draco siempre estuvo en su Amortentia, y él lo había confundido con Ginny. Que la conexión, el amor que Harry sentía por Draco era tan intenso que la enfermedad no pasó por su etapa de "deterioro".
Tuvo que callar. Tuvo que callar porque esa revelación no le haría bien a nadie. Tuvo que obligarse a enterrarlo, o aquello lo iba a matar.
No había mucha diferencia entre la tortura psicológica y la física, en todo caso. Ver a Draco cada día como un dementorizado, como una sombra de lo que alguna vez fue, el de las bromas sarcásticas y los berrinches espontáneos... Harry no tenía idea cómo dormía por las noches.
Lo único que podía agradecer era que estaba vivo.
El ojiverde también notaba que Draco intentaba hacerle sentir en casa. Que no lo quería echar. Que no parecía importarle.
No le importa, le recordó una voz.
El rubio llegó a la sala de estar, apoyándose en la pared mientras lo miraba.
—Hey —Saludó Harry con una sonrisa suave que Draco correspondió, aunque no llegó a sus ojos—. ¿Preguntaste?
El semblante pacífico del ojigris se esfumó, siendo rápidamente reemplazado por incomodidad. Se le notaba en cada músculo.
—Sí —respondió con cautela.
Harry se abrazó a sí mismo, sintiendo el frío colarse por sus huesos, los pétalos raspando su tráquea.
—¿Y no hay...?
No sabía por qué preguntaba. Sabía la respuesta antes de que Draco contestara.
—Harry —dijo suspirando—. No.
El azabache bajó la cabeza, los temblores comenzando.
—No hay forma de hacer que mis sentimientos regresen —prosiguió él.
Harry lo intentó, realmente intentó detenerlo. Pero apenas notó cuando cayó al suelo de bruces, y su cuerpo parecía estar devolviendo cada pedazo de su interior.
Esa tarde, tosió sangre hasta la inconsciencia.
•••
Parece haber salido de un mal sueño.
Los árboles se levantan a la lejanía y el atardecer comienza a hacerse presente. Aquellos segundos son los segundos más claros que Draco ha sentido toda su vida. El canto de los pájaros, la brisa de viento que agita su cabello, el firme suelo bajo sus pies, las voces de los magos a su alrededor. Contrastan tan fuertemente con el por qué de su visita que se lamenta, genuinamente, que las circunstancias no sean distintas.
Draco se detiene un momento sintiendo que comienza a tiritar de forma inconsciente. Quiere irse. Quiere dar la vuelta. Quiere olvidar que una vez existió, que tenía pasado y no era solo una sombra sin nombre. No quiere afrontar esto.
Porque sobre todo, tiene miedo de no sentir nada.
Sabe, que no sentirá nada.
•••
No se iba a operar. Harry se rehusaba a pasar el resto de su vida como Draco.
Nada le aseguraba que la operación fuera exitosa, y si aún así lo fuera, dentro de sí Harry sentía simplemente incorrecto continuar sus días sin sentir una mierda hacia Draco, incluso cuando éste no la sentía por él. Mucho menos se imaginaba experimentando aquello hacia cada una de las personas que importaban en su vida. Porque no lo era, no era vida ser como Draco, pasando el día a día como un robot sin ninguna aspiración o real propósito para seguir respirando.
El rubio lo apretó con fuerza, al oírlo toser.
Estaban a un lado del fuego esa noche, Harry acostado encima de su pecho mientras Draco le había contado un cuento de niños para hacerlo dormir. Una vez, el otro Draco, había hecho lo mismo. El contraste de las dos situaciones solo hizo que su boca se llenara de sangre.
Harry no tenía idea de qué sentir respecto a sus acciones. Por un lado, se arrepentía de haberlo besado. Se arrepentía de haberse preocupado por él. Se arrepentía de haberlo convertido de un extraño, al amor de su vida-
No. No al amor de su vida.
Porque si era así, estarían juntos. Serían felices. Draco no podía ser el amor de su vida. Sin embargo, sabía que Draco era la persona para él. Pero no en ese momento. No en ese destino prescrito, en el que parecía que una fuerza quería juntarlos con la misma pasión que deseaba separarlos. No podía ser el amor de su vida, porque ese título parecía tan insustancial en comparación a lo que Draco representaba para él. No podía describirlo en palabras. Harry solo sabía una cosa, y era que no se había equivocado de amor.
Si no de vida.
De todas formas, una parte de Harry se arrepentía de haber hecho todas esas cosas con él; pero viéndolo objetivamente, aquello parecía inevitable. Y prefería la nada que tuvieron, a una vida sin haberlo conocido. Prefería haber tenido esos pequeños momentos de felicidad, que nunca haber tenido a Draco en absoluto.
Incluso si eso significaba que moriría.
Harry creyó que lo había aceptado, verdaderamente sí. Creyó que ya se había hecho la idea de que se iría en poco tiempo. Pero para cuando llegó el día frío, donde las horas pasaban más lentas y los brazos de Draco de pronto se hicieron insuficientes para calmarlo, supo que no era así.
Harry no estaba preparado para morir. Para irse sin Draco.
Se removió entre su agarre con tanta brusquedad que sus lentes cayeron al suelo e hizo que Draco parara de hablar. No le importaba. No le importaba.
El miedo era más grande.
—No quiero morir —dijo de repente, cuando Draco comenzó a preguntar una y otra vez qué pasaba.
Harry quería huir. Quería olvidar. Quería ignorar que esto estaba sucediendo. Pero no podía. Levantó la cara, y Draco se estaba mordiendo el labio, dudoso, buscando palabras que no sonaran como una completa farsa.
—Yo tampoco quiero que mueras —dijo cuidadoso.
Pero eso era una mentira.
Era una mentira, porque Draco, su Draco, no podía querer o no querer absolutamente nada. Draco no podía sentir nada respecto al hecho de que Harry estaba sosteniéndose a él. Que estaba llorando encima de su pecho. Harry sabía que Draco no podía sentir nada al respecto acerca de él dejando esa vida.
Y aún así la mentira ardió, la realización de que, hasta que llegó ese momento de su vida, nunca vivió en un mundo en el que no le importara en lo absoluto a Draco Malfoy. Y su llanto se convirtió en sollozos, y los sollozos en hipidos, y Harry solo quería que alguien lo aturdiera de una buena vez porque el dolor era jodidamente insoportable. El pensar en lo que pudieron haber tenido, si las cosas hubieran sido diferentes.
—No quiero morir, Draco —insistió sin ánimos—. Pero tampoco quiero seguir vivo de esta manera. No soporto, no soporto-
Ni siquiera podía decirlo en palabras, no podía describir qué significaba para él el saber que la persona a su lado no era más que una cáscara, una cáscara vacía que existía y nada más. Que no vivía. No podía describir la desesperación que tenía al saber que abandonaría a Ron, y a Hermione, y a los Weasley. Que si decidía quedarse, hacerse la operación, era probable que nunca más podría sentir nada respecto a ellos. Que lo perderían de igual forma.
Y como siempre, no podía evitar buscar en el rostro de Draco alguna señal de reconocimiento, de que por milagros del destino, hubiera podido sentir un ápice por él. Pero la esperanza se moría y se clavaba en su pecho como un cuchillo, porque Draco se veía igual a como había salido del hospital. No había cambiado en nada. Su gesto no había variado, y las sonrisas perezosas, el ceño fruncido o los besos espontáneos nunca volverían.
Y Harry se dio cuenta de que ese no era Draco.
Harry había perdido a Draco mucho tiempo atrás. Draco murió en el hospital, murió en el momento en el que acabó su supuesta relación. Draco había muerto y ni siquiera supo que Harry correspondía a sus sentimientos. Harry no le había podido decir "te amo" al Draco verdadero.
Debió haberlo hecho, joder. Debió haberlo gritado al mundo. Debió haberlo escrito en cada pared. Debió haberlo dejado en claro. Draco estaría con él ahora. Draco estaría amándolo si lo hubiera dicho.
Estaba tan- tan cansado. Solo quería reencontrarse con el hombre que perdió, el de las sonrisas tímidas y los insultos mordaces para ocultar lo que sentía. El de los abrazos luego del sexo, o el que se quemaba mientras cocinaba, para luego llevarle desayuno con formas, fingiendo que Harry no notaba aquello. Harry quería tener la certeza de que, una vez que se marchara, aquel Draco estaría esperándolo tras el velo.
Pero no era así, porque el fantasma de la persona que amaba estaba justo frente a él.
—Lo siento —murmuró el rubio, con una voz extremadamente vacía—. Siento que tengas que pasar por esto.
Pero tampoco lo sentía, Harry podía verlo en su rostro. Draco estaba intentando de forma desesperada buscar alguna emoción dentro de su pecho. Algo, cualquier cosa.
Y Harry sabía que nunca más podría encontrar nada.
—Te extraño —hipó él, sintiendo las lágrimas caer cómo cascadas—. Te extraño, a cada momento del día. Te extraño desde que me despierto en la mañana, hasta que me voy a dormir por la noche. Te extraño. Y lo peor de todo es que sé que no volverás. —Su voz se quebró, y Harry se llevó una mano hasta la boca, negando—. No volverás y me he estado aferrando al hecho de que sigues vivo. Tu corazón funciona, respiras. Pero no estás aquí. No estás aquí.
Draco apretó los labios, y lo abrazó más fuerte, como si aquello fuese capaz de compensar el dolor. Pero solo lo hizo llorar más, hasta que el pecho le dolió de lo insoportable que era saber que Harry jamás podría superar algo así. Que moriría sin saber cómo era ser amado propiamente por Draco.
Porque su Draco lo habría besado para calmar el dolor. Su Draco lo habría llevado hasta la cama y le habría hecho el amor. Habría peinado su cabello y habría susurrado palabras tranquilizadoras. Harry sabía que lo habría hecho. Pero él, el hombre que lo sostenía, no tenía idea de eso.
Sintió la sombra que lo había acompañado toda la tarde cernirse sobre sus cabezas, esperando atacar. Harry ya se encontraba resignado a la idea.
—Sé que no voy a pasar la noche. Esto es todo —murmuró, limpiando sus lágrimas—. Aquí termina.
Draco no respondió, y Harry trató de consolarse, sabiendo que al menos volvería a ver a sus padres. Sirius. A Remus. A la gente que había perdido antes de perder a Draco.
Y tenía la oportunidad de pasar esos últimos momentos a su lado.
—Te... Te volveré a ver. En algún momento. Y espero que cuando te vea, seamos capaces de amarnos cómo se supone que debíamos —dijo, esbozando una sonrisa triste.
Las raíces en sus pulmones empezaron a afianzarse, creciendo y expandiéndose entre sus costillas, perforando poco a poco el órgano vital que protegían.
Harry levantó la mirada, aferrándose a Draco.
—Prométeme —pidió, al borde de la desesperación—. Prométeme que- que no me vas a olvidar.
Draco pasó saliva, sin saber qué hacer. Qué decir. Cómo actuar.
—Te lo prometo —susurró de vuelta.
—Prométeme que aunque no sientas nada, aún recordarás mi color favorito, o la forma en que suena mi voz —Su tono de voz era cada vez más y más tembloroso—. Promételo.
Draco asintió.
—Lo prometo.
Harry trató de tragarse las lágrimas, el ardor que quemaba su garganta.
—Promete que sabrás cuál es el tipo de ropa que me gusta ponerme, o cómo- —Tropezó con sus palabras, las raíces y los pétalos raspando sus vías respiratorias—. Prométeme que no te vas a permitir a ti mismo olvidarme —acabó con dificultad.
Harry se llevó una mano al pecho, sintiendo el familiar sabor a sangre inundarle la boca. Lo único que aliviaba ese dolor, era saber que sus amigos no tendrían que prometer no olvidarlo.
¿Cómo estarían? ¿Pensarían que lo volverían a ver? ¿Estarían tranquilos?
Esperaba que sí.
—Te lo prometo —replicó Draco.
Harry no podía respirar. No podía respirar, y cada pequeña célula de su cuerpo dolía como si sus órganos estuvieran reventando, lenta y cruelmente. Draco lo sostuvo, mientras las espinas comenzaban a desangrarlo, y los pétalos de rosas empezaban a salir a toneladas de su boca, de su nariz; a media un tallo se expandía desde su cuello hasta la planta de sus pies.
—Harry...
Y entonces vino otro ataque.
El último.
•••
Harry murió por asfixia, una hora después de eso.
Draco nunca había visto algo más horrible que aquello. Y, viniendo de alguien que vio asesinatos por un año entero, que tuvo al mismísimo Señor Tenebroso viviendo en su casa, era bastante decir. Ver a Harry toser sus entrañas, ver cómo la esperanza abandonaba sus ojos y la vida se le iba de las manos... Era terrible.
Lo Apareció en San Mungo apenas tuvo oportunidad, y Harry se aferró a él con fuerza. Draco pensó brevemente que quizás, lo último que Harry quería sentir era los brazos de Draco sosteniéndolo, su aroma y su cuerpo. Incluso cuando éste no sentía nada al respecto de su muerte. Nada más que cierta repulsión por el espectáculo.
Los Sanadores los movieron a una habitación, pero no trataron de separarlos, mientras Draco pedía que por favor llamaran a Hermione Granger y Ron Weasley. Sabían que Harry Potter no deseaba hacerse la operación, aunque hubo más de alguno que intentó proceder de todas formas. Lo único que estaba en su poder era tratar de calmar el ataque, o minimizar el dolor que Harry se encontraba sintiendo en sus últimos momentos. Considerando que se estaba desangrando entre sus brazos, era inútil intentar parar su tos. Los medimagos simplemente les ofrecieron una cama, e intentaron hacer hechizos en Harry que le dieran un poco más de fuerza y oxígeno. Nada funcionó en verdad, y Draco simplemente se dedicó a besar su frente mientras todo acababa.
Hermione y Ron llegaron a San Mungo a los pocos minutos que Harry diera su último respiro.
Ella lloró cuando se enteró, cayendo de rodillas al suelo como si alguien le hubiera clavado un puñal. Lloró, gritó, hasta que el sonido de su voz se rompió y se hizo ensordecedor a sus oídos. Y él agarró a Draco de las solapas, golpeando una y otra vez su pecho sin real fuerza, insultándolo mientras lo jalaba, diciéndole que Draco no merecía haberlo visto y poder despedirse de él. Que no merecía haberlo tenido en sus momentos finales. Que Harry era su amigo, su hermano, su confidente, su todo. Que Ron tenía el derecho de haber podido decirle una última vez cuánto lo amaba. Lo que significaba para él. Que Harry fue la única luz que tuvo en sus peores momentos. Que Draco no merecía que murieran por él.
Que, bueno, tenía un punto.
Draco solo los miró, mientras se deshacían en sollozos y decían que podrían haber hecho algo más. Que de estar ahí lo habrían salvado. Que siempre había sido así. Que juntos evitaron la muerte desde que tenían memoria y que si no se hubieran separado de Harry él seguiría vivo.
Draco no tuvo el corazón de decirles que eso era imposible.
Más gente comenzó a llegar después, los Weasleys acaparando todo el lugar, llorando a mares por el hecho de que Harry los dejó sin aviso. Que no era justo que se hubiera metido en sus vidas desde pequeño, que se hubiera metido bajo su piel, para marcharse de esa forma. Que era un egoísta al no querer hacerse la operación. Que...
Draco dejó de escuchar cuando la señora Weasley dijo entre hipidos que había perdido a otro hijo.
Quiso marcharse todo el tiempo, extremadamente incómodo por las miradas mortíferas que le echaban. Pero suponía que a Harry le habría gustado que se quedara. Además, le había hecho una promesa. El irse era una forma de olvidar los verdaderos deseos que él tenía.
Se preguntó en ese entonces, y continuaba preguntándose hasta ese día, dónde estaría Harry. ¿Estaría bien? Draco esperaba que sí. Después de todo el sufrimiento que había pasado en vida, merecía un descanso. Merecía la paz y felicidad que él nunca fue capaz de otorgarle. Y quizás, quizás cuando aquello pasara, y Draco finalmente falleciera... Quizás él sería capaz de compartirlo con él.
Y allí no lo iba a dejar ir. Lo iba a abrazar, lo iba a besar, e iba a hacer que todo valiera. Que valiera la pena haberse conocido. Que valiera la pena haber pasado por lo que pasaron. No lo soltaría, juntos serían felices.
Algún día lo vería de nuevo. Era una promesa.
Draco camina por el cementerio con la cabeza gacha.
No sabe si sentirse agradecido o no de que no pueda sentir nada. Solo sabe que si tuviera sentimientos, jamás podría recuperarse de la muerte de Harry. Lo comería vivo. Haría que quisiera sacarse la piel solo para sentir algo que no fuera el irremediable dolor con el que viviría su día a día.
Pero, de nuevo, la razón de que Harry muriera en primer lugar, era que Draco no podía sentir nada.
Si hubieran sido diferentes, si las cosas hubieran sido diferentes... Harry estaría vivo. Serían felices. Comprarían una casa en Godric's Hollow y la remodelarían juntos. Caminarían tardes enteras por el pueblo y reirían de las cosas más absurdas. Compartirían desayuno y miradas cómplices cada mañana en la cocina, y por la tarde se sentarían frente al televisor que Harry insistiría en comprar y que Draco fingiría odiar, para así ver una película a la que no prestaría atención porque estaría más ocupado acariciando el cabello de Harry y dejando besos en todo su rostro. Y entonces... Entonces se irían a acostar, sabiendo que le pertenecían al otro. Que se amaban como nadie más en el mundo se amó hasta entonces.
Esas serían sus vidas.
Si las cosas hubieran sido diferentes.
Draco se para frente a la tumba, mirándola por tanto tiempo que sus ojos duelen. Se obliga a llorar por sus pensamientos. Se obliga a desgarrarse por dentro, al saber que ya nunca volverá a verlo. Que no lo oirá reír, que no volverá a escucharlo pelear, que nunca volverá a hacerle el amor como si Draco fuera lo más hermoso que había visto ese mundo. Se obliga a poder sentir algo frente al hecho de que metros más abajo, estaba el cuerpo de la única persona a la que había amado en toda su vida.
Pero no podía.
—Tal vez en otra vida, Harry.
Draco suspiró, dejando los lentes encima del mármol.
—Habríamos podido amarnos como el destino quería.