
4. Estrellas, doseles e intentos de maldición.
—¿Qué es esto Hadrian? —Un pequeño Harry de cinco años veía fijamente una delgada tarjeta con el dibujo hecho a crayones de una flor de pétalos redondos y morados. Alargada y con el tallo de un verde brillante.
Las tarjetas habían sido creadas por Bella hacía un tiempo para que aprendiera a reconocer las plantas y los distintos animales mágicos. Harry lo veía como un juego, repasaba los nombres todo el tiempo como si se tratara de un memorama.
—Es ¡Lupa... Lupaia!
—Bien —la niña pelirroja asintió complacida —se dice: Luparia. Y también tiene otros nombres ¿sabes cuáles son?
—No —Harry frunció su ceño. —¿Por qué tiene más nombres Bella? No es justo.
—Porque pueden hacerlo. Es como contigo; te llamas Harry, pero también Hadrian y James. Son tres diferentes nombres pero todos son tuyos. ¿No te gustan?
—¡Si! Porque mamá escogió Hadrian y papá también se llamaba James. Son especiales. —Harry miró a su hermana con los ojos brillantes mientras sonreía con duda. —¿Verdad?
—Si. Muy, muy especiales. Y pasa lo mismo con la Luparia. También le puedes decir acónito o matalobos.
—¿Su nombre también lo escogió su mamá?
—No lo sé.
—Pero Bella, tú lo sabes todo.
—No todo Harry.
—¡Pero casi! ¿Viste en el lugar al que fuimos con tus maestros? Todos dijeron que eras muy inteligente. Mucho, mucho.
—¿Te gustó ir?
—¡Si! Porque nos dieron mucha comida y tu maestra me regaló una paleta muy bonita cuando fuiste a hablar con los otros niños grandes de uniforme. ¡Y le dije gracias! Porque soy un niño muy bueno —Harry se detuvo a pensar un poco —¿soy muy bueno, verdad? ¿Aunque la tía Petunia diga que no? —Sus ojitos se llenaron de lágrimas. Estaban en el ático. Por supuesto que podía llorar.
—Eres el mejor niño de todos Harry. Muy, muy bueno. —Arabella tomó al niño por las manos. —Ya te dije, nuestros tíos son mentirosos. Muy mentirosos. No debes creer nada de lo que digan.
—¿Por qué son así? Mi maestra dijo que nadie debe decir mentiras.
—Por qué son malos. Las malas personas dicen mentiras.
—¿Por eso no nos quieren? ¿Por eso el tío Vernon siempre quiere pegarnos y me encierra en el armario? ¿Por qué son malos?
La pequeña Arabella de nueve años no supo qué responder.
...
Severus Snape había pasado los últimos diez años de su vida sabiendo que este día llegaría. Eso no lo hizo más fácil.
Tener al hijo de Lily frente a él era un sentimiento extraño. Físicamente era tan parecido a James Potter que quería maldecir. ¿Sería demasiado cobarde si se agarrara a ese sentimiento de desprecio que burbujeaba en su pecho para evitar el dolor que le causaba mirarlo? Con esos lentes y ese cabello rizado sería tan fácil.
Pero no podía hacerlo. Primero, porque sorprendentemente era parte de su casa. Casi había podido reír de lo irónico que era que un Potter estuviera en Slytherin por primera vez en al menos cien años. Segundo y más importante, porque el niño tenía los ojos exactamente iguales a como los había tenido su madre, y Severus estaba seguro de que preferiría morir antes que permitir que la otrora mirada de Lily le contemplara con miedo o decepción.
¿Qué se suponía que debía hacer?
Harry no estaba muy seguro de que pensar de su nuevo maestro de pociones.
Lucía estricto, cual témpano de hielo. Como la clase de persona a la que nadie debía hacer enojar. Había entrado en silencio mientras sus túnicas ondeaban a su alrededor. Por Merlín, Harry quería aprender a caminar así.
Con voz apenas alta les dio un discurso acerca de las genialidades de las pociones y porqué creía que desperdiciaba su tiempo enseñándoles, enfocó su mirada en los Gryffindor.
—Con suerte uno o dos de ustedes serán alumnos competentes. —dijo, aunque su voz anunciaba que no guardaba grandes esperanzas.
Les explicó las reglas generales del laboratorio; se resumían a seguir atentamente las instrucciones que escribiría en el pizarrón con tiza blanca (o que en todo caso estaban en los libros que tenían en sus escritorios) y a no hacer preguntas estúpidas.
Está bien, pensó Harry, primer maestro difícil. Estaba listo para ellos.
El laboratorio donde estaban era precioso. Tan parecido a las aulas donde Bella le había enseñado que tomaba Química o Biología, con cuadros de flores muertas sobre papel pálido. El vidrio que les cubría parecía brillar con cada mirada que Harry le daba. La paredes refulgían. El techo, los suelos. La luz del sol que entraba de los grandes vitrales entintados chocaba contra ellos. El almacén se contemplaba atiborrado de ingredientes que interactuaban unos con otros sin crear caos. Le gustaba cómo se sentía. La magia iba de un lado a otro, fluyendo.
—Bien, Potter —dijo el profesor recién terminó de pasar lista mientras azotaba el libro contra el escritorio. El niño se tensó, no le gustaban los ruidos fuertes y repentinos. —Veamos si su estatuto de celebridad no le ha arruinado el cerebro.
Harry casi rodó los ojos frente al nuevo adulto. ¿En serio? ¿Otro que se quejaba de eso?
—Dígame, si comiera hojas de alihotsy ¿qué me pasaría?
—Se reiría muy fuerte y por mucho tiempo, profesor —contestó el niño con un rostro sereno. Seriedad Harry, se decía, seriedad. No sonrías. No sonrías. —O en todo caso se pondría histérico.
—Nombre tres pociones en las que puedas usarla.
—Poción de la risa, de la memoria. Y... —Harry forzaba a su cerebro a recordar la información de las tarjetas con las que jugaba cuando niño. La última respuesta estaba en un trozo café, letra azul en el medio, dibujo con marcador morado y naranja. Recuerda. ¡Recuerda! Empieza con "A". ¿Con "A"? Pero que tonto soy, tiene el mismo nombre de la planta. —Filtro de alihotsy.
—Bien, entonces dígame tres ingredientes con contraindicaciones.
—Aguijón de Billywig, su propiedad que permite la levitación también incrementa la histeria. —Remarcaste esa información en amarillo, piensa. —El abrepuño y el Jarabe de eléboro eliminan las inhibiciones, por lo que impide que la risa pare.
Severus sonrió internamente. Bien, el niño se había preparado. Buen hijo de Lily debía de ser.
—¿Y si cambiamos de tema? ¿Dónde encontraría un bezoar?
—¿En una tienda de suministros de pociones? —Harry solo vio como el profesor levantaba una ceja. Amargado. —En el estómago de una cabra, si quiere ser más específico profesor.
En el fondo del salón se escuchó una risita.
—¿Podría decirme señor Weasley, qué le parece tan divertido? —Harry volteó. El mismo chico pelirrojo ruidoso y grosero del tren estaba pálido. —O mejor aún, ¿podría decirme cual es la diferencia entre el acónito y la planta matalobos?
Todo el salón permaneció tenso, en silencio hasta que se volvió incómodo.
—No... no lo sé. ¿Por qué mejor no deja que ella le conteste? —Señaló a la niña de cabello alborotado en primera fila que no dejaba de levantar el brazo por el cielo. El profesor Snape la ignoró.
—Qué decepcionante. —El chico se encogió ante esa palabra —Si quisiera que ella respondiera, le hubiera preguntado. ¿Alguien sabe la respuesta? ¿Señorita Patil? ¿Señor Finnigan? ¿Usted, señor Potter? ¿O sus anteriores respuestas fueron solo suerte?
Hadrian se sintió ofendido. ¿Suerte?
—Por supuesto que no, Profesor. Acónito o Matalobos son la misma planta. También se le conoce como Luparia o Anapelo azul.
Draco sentado a su lado, solo pudo pensar dos cosas: Primero: ¡Wow! Después: Ahí se fue mi camino fácil a ser el mejor alumno del curso. A mi padre le va a dar un infarto.
—Por demostrar que hay algo más en su cabeza que una cicatriz, tome veinte puntos para Slytherin, señor Potter.
Harry se pavoneó interiormente, orgulloso de sí mismo. Por supuesto que lo había hecho bien, su hermana no le había enseñado a un tonto.
—Y para los demás, es mejor que en la siguiente clase hayan leído al menos el índice de su libro de pociones.
Los demás niños de Slytherin no protestaron el que Snape no les hiciera preguntas. Hasta cierto punto, los más astutos entendieron que su Jefe de casa necesitaba probar específicamente a Harry Potter.
Cuando él profesor Snape se volteó, Harry miró a Draco y sonrió, tal vez un poco burlón.
Y Draco, que jamás renunciaba a ganar, sólo pensó: ¿con qué quieres jugar? Bien, vamos a jugar.
La clase continuó tranquila después de eso. En el pizarrón apareció escrita con tiza blanca la receta para preparar una poción curadora de forúnculos. Harry abrió su libro en la página ciento cincuenta y tres. En sus márgenes con tinta oscura, había escrito pequeñas notas donde corregía los pasos. Le gustaba que se vieran bonitas y ordenadas, así que siempre lo hacía con cuidado. Tomó la información de las notas pertenecientes a los libros de su madre y de los tomos que habían encontrado y leído a lo largo de los años. Lo había hecho él solo. Así que cuando su hermana lo vio —después de que se lo diera dudoso, porque siempre tenía miedo de no hacer las cosas lo suficientemente bien— y le revolvió el cabello mientras decía "bien hecho Harry", se sintió orgulloso de sí mismo.
Fue por los ingredientes al almacén: Colmillos de serpiente, púas de puercoespín, babosas cornudas. Trituró. Mezcló. Agitó. Cuidó cada paso y cronometró el tiempo. Cuando la poción se volvió de un rosado profundo e intenso, supo que lo había hecho bien.
De pronto, justo cuando Harry terminaba de verter su poción en los viales; se escuchó una explosión.
—¡Longbottom! ¡Niño inútil! ¿Cómo se te ocurre agregar las púas de puercoespín sin haber retirado el caldero del fuego?
Era el mismo niño llorón que había buscado a su sapo. Su caldero completo se había derretido, dejando una mancha sobre el escritorio de madera. Todo su rostro y cuello estaban cubiertos de asquerosos forúnculos que amenazaban con supurar pus. Tuvo que irse llorando a la enfermería.
Al final, Snape escogió las mejores cinco pociones: Las de Harry, Draco, Theo, Blaise y la chica Greengrass.
—Los demás pueden tirar sus viales a la basura. No es que sirvan de mucho.
Auch.
Parkinson y Davis lo tiraron con rostros tensos, pero sabían que no era su mejor asignatura. La chica Gryffindor que no dejaba de alzar la mano —Su nombre era Granger, se enteró Harry después —lo hizo con el rostro rojo y lágrimas furiosas corriendo por sus mejillas. Había estado tan cerca de calificar.
¿Snape era consciente de lo cruel que era hacerles eso? Por supuesto que sí. No era que le importara. Era consciente de cada cosa que pasaba en su salón. Como la tímida sonrisa que había puesto el niño de ojos verdes —que duró menos que un parpadeo— justo después de que le dijo: Bien hecho.
...
Herbología fue una materia fácil. El invernadero resplandecía en una vida llena de colores y texturas. La tierra era fresca al tacto con las manos. Pomodora Sprout parecía una bruja amable, del tipo que se puede convencer con ojos suplicantes y sonrisa inocente. Perfecto.
...
Harry sentía que estaba flotando. Sabía que Draco lo tenía sujeto de un brazo, arrastrándolo de un lado a otro mientras le hablaba por los pasillos. Theo y Blaise lo miraban con ojos risueños, entendiendo perfectamente lo confundido que estaría alguien ante el parloteo de un joven mago llamado Malfoy.
Después del almuerzo siguieron en Transformaciones con los Ravenclaw. Harry se sentía cómodo con ellos. Centrados y en silencio. Sin bullicio. Los cuatro Slytherin se sentaron juntos.
—No dijiste que eras tan bueno en pociones. —La voz de Draco fue suave.
—Bueno, no preguntaste. Aunque si dije que había tenido una buena maestra.
—¡Nosotros también tuvimos un buen maestro!
—¿Quién?
—El profesor Snape —susurró Theo —Es amigo del papá de Draco. Nos ha estado enseñando por años. Y no nos fue tan bien.
—También he leído varios libros ¿tal vez sea eso?
Draco pareció considerarlo. —Puede ser. Aunque lo principal sería que tan a menudo hacías las pociones.
—¿Ah? ¿Hacerlas? Nunca. Esa fue la primer receta que de verdad preparé.
—¿Qué?
—Bueno, no hay muchos lugares donde comprar ingredientes mágicos en el lado muggle ¿sabes?
—Pero entonces ¿cómo... — La voz de Theo tembló. —¿cómo hiciste para hacerlo tan bien?
—¿Para cortar y revolver y eso? Practiqué haciéndolo con ingredientes no mágicos. Un amigo de la familia fue pocionista, así que Bella replicaba sus movimientos conmigo para que yo aprendiera. Y solo seguía lo que decían los libros.
—¿Y ya?
—Ajá. Tranquilo, es solo una materia de siete. ¿Quién sabe? Tal vez soy un asco en las demás.
...
Harry debía empezar a callarse la boca.
Su clase de Transformaciones había empezado bien. El gato negro que llevaba mirándolos diez minutos se convirtió en la misma profesora que le había puesto el Sombrero Seleccionador.
Minerva McGonagall era su nombre. Había leído páginas y páginas hablando de ella en los diarios de su madre. Jefa de Casa en Gryffindor, había sido profesora de sus padres y aparentemente, los había adorado. Harry no sabía si eso era bueno o malo. ¿Esa mujer recordaría que quien estaba frente a ella era Harry, solo Harry? ¿O pensaría en el cómo el hijo de James Potter? ¿Siquiera deseaba conocer la respuesta?
Lo hacía. Y esta no era demasiado complicada.
Porque a Minerva le tomó exactamente diez minutos y treinta y seis segundos entender que las similitudes entre Harry y James Potter empezaron y terminaron con los lentes y los rizos.
Así, donde en sus recuerdos el Potter mayor gritaba, este niño estaba en silencio.
Mientras uno tenía el cabello en rizos alborotados, otro los tenía perfectamente peinados en ondas definidas.
Donde James se había rodeado del único Gryffindor de los Black y dos mestizos de procedencia dudosa. Harry parecía chocar hombro a hombro con los hijos de dos políticos tradicionalistas y el nieto de un Duca italiano. En un solo día.
Incluso en la forma de caminar, James había sido como un cervatillo. Dando pequeños saltos y tropezando sin darse cuenta. Y Harry (¿quién rayos había criado a este niño?) parecía fluir. Cuál grulla sobrevolando el suelo nevado de Kushiro. Recto y calmado. No era esa la imagen que un niño de once años debía de dar. Algo estaba mal.
Algo ponía a Minerva extrañamente incómoda.
En todo caso, Harry le recordaba más a la elegancia aristocrática que habían tenido los hermanos Black (la que Regulus había ostentado con orgullo y de la que Sirius había intentado deshacerse sin éxito durante los primeros años) a la arrogancia indomable que había sido James Potter durante sus años en Hogwarts.
Y eso le dolió profundamente en el interior de su corazón. Porque de James Potter, ese pequeño niño al que había amado con su brillante ánimo ya no quedaba nada.
Harry no sabía nada de esto. Por supuesto. Él sólo contemplaba como una bruja casi anciana salía de entre el pelaje de un gato negro.
La profesora no le pareció mala. Si, estricta. Pero eso estaba bien. Les dio el discurso de "Transformaciones es una de las magias más complejas y peligrosas que aprenderán en Hogwarts. Cualquiera que pierda el tiempo en mi clase tendrá que irse y no podrá volver. Ya están advertidos". Y después transformó una mesa en un cerdo.
Eso fue sorprendente.
Harry jamás había intentado cambiar la forma de algo. ¿Y si hacía que su primo se convirtiera en el sillón favorito del tío Vernon? Sería tan divertido.
Ahora, no iban a empezar su curso con algo tan divertido como sillones, cerdos o primos. Les dio un palillo de madera, les mostró el movimiento de la varita y les dijo que lo convirtieran en una aguja de metal.
Fácil. En teoría.
En práctica, no tanto.
Existía una ley universal de la transformación. Harry sabía esto. De forma resumida, esta decía que si se multiplicaba el poder de la varita por la concentración del mago; se dividía sobre el producto de la ambición que tenía la persona que realizaba el hecho y el peso corporal que se intentaba transformar; y todo eso junto se multiplicaba por una variante desconocida. Se debía de obtener una transformación exitosa.
Harry tenía bien cuatro cosas.
El poder de su varita era considerable. Estaba hecha de tejo, después de todo.
Se encontraba concentrado, de la forma adecuada. Y su ambición era lo suficientemente alta.
El peso del palillo era insignificante, no debía de ser un problema.
Pero la variante desconocida, mejor conocida como "Harry no tiene idea de cómo regular la magia que suele usar por pura intención por medio de una varita", estaba hecha un caos.
Harry jamás había creído tener un problema con su magia. Podía crear esferas de luz en lugares oscuros. Calentar el ático cuando sentían que se congelaban hasta los huesos. Romper y volver a armar ventanas de cristal y tontos jarrones de cerámica. Por Merlín, que podía crear fuego y hacer que las personas sintieran que se quemaban por dentro (pero solo lo usaba en situaciones de emergencia). Entonces ¿Por qué no podía convertir un tonto palillo en una aguja?
La respuesta, era que siempre usaba toda la magia sin ponerle un límite claro (exceptuando el fuego, pero él no era quien recordaba poner el límite, era Bella). Jamás se había parado a pensar demasiado cuánto poder utilizaba. A propias instancias, era la misma magia quien se autorregulaba, quién sabía cuánto poder ocupar. Pero ahora, esta no entendía que sólo quería una tonta aguja de metal.
No tomó ni veinte minutos que el palillo se hiciera de metal.
Y no fueron más de treinta cuando esta puso un final en punta y un pequeño agujero en su extremo.
Pero a los cuarenta, la nueva aguja se calentó, y se calentó, y se calentó. Hasta que estuvo de un rojo vivo en las manos de Harry y se hizo cenizas. Y pasó lo mismo con el siguiente palillo que tomó. Y el siguiente. Hasta que una pequeña montaña de cenizas estaba sobre su escritorio.
Por Merlín. Gimió y puso su frente sobre la mesa. Fue cuando Draco y Theo, ambos sentados a sus lados, voltearon.
—¿No puedes hacerlo? Mira, no es tan difícil —Y le mostró una aguja que seguía siendo de madera. —Creo que no está tan mal para una primera clase, ¿no?
Harry iba a volver a poner el rostro en la mesa cuando Theo lo detuvo.
—Cuidado. ¿De dónde cayó tanta ceniza? Vas a mancharte. Y —examinó el lugar con la mirada —¿Dónde está tu palillo?
Harry tomó uno nuevo de los que tenía en sus mangas y les mostró. Primero la madera se hizo acero. Después, tomó forma. Los dos chicos le contemplaron asombrados hasta que vieron como empezaba a quemarse. Una nube de polvo gris suave le siguió.
—Por Salazar, ¿cuántos llevas así?
—Quince —su voz sonó cómo un pequeño lamento —no tengo idea de que estoy haciendo mal.
Esta era una clase corta, así que cuando su profesora pasó frente a él y le pidió que le mostrará su progreso. Harry hizo lo mismo de hace diez minutos, y la aguja desapareció. Como hace diez minutos. Solo le miró con los ojos estrictos y susurró.
—Quédese a hablar conmigo después de clase, señor Potter.
Cuando se dio la vuelta, Harry murmuró.
—Ah. ¡Es mi ruina!
—No seas dramático. Lo más seguro es que te enseñe a hacerlo bien.
—Eres quien más estuvo cerca de lograrlo, tu opinión no cuenta. —Amonestó Draco a Theo.
—¡Tú también estuviste cerca! —dijo Blaise —Dejen que Harry y yo nos sintamos miserables ¿vale? Tan solo vean esto —mostró un palillo de metal —ni siquiera parece una aguja.
Draco volteó los ojos.
—Dramáticos.
—¡Escuché eso!
...
Cuando Harry se quedó solo en el salón con la profesora McGonagall, se sintió un poco nervioso. ¿Qué podría decirle?
Se sentía apenado. Se suponía que estaba en esta escuela para aprender a hacer grandes cosas. ¿Por qué fallaba en algo tan ridículo?
—Señor Potter, acérquese por favor. ¿Podría mostrarme otra vez su transformación?
A Minerva le tardó diez segundos darse cuenta de lo que estaba pasando. No por lo que vio, sino que lo sintió.
—Si le pidiera que transformará esto en otra cosa, la que usted realmente desee ¿podría hacerlo?
Harry pensó ¿otra cosa? ¿Lo que sea? ¿Algo que se quemé? ¿O que no? A su mente vino la imagen de la lagartija que había incinerado sin querer el verano pasado. No había sido su intención, pero había estado tan enojado ese día. Con sus tíos. Con su escuela. Con los adultos del mercado. Incluso con su hermana. Tan, tan enojado. Y no podía quemarlos por más que quisiera. Aunque fuera lo que más había deseado en la vida. Así que salió al parque cerca del colegio y dejó fluir su furia con lo primero que encontró.
Aun podía escuchar los chillidos que había dado el animal. Se había sentido tan culpable. Bella lo había encontrado con los ojos rebosantes de lágrimas, sin poder derramar ni una sola, tirado junto a un tronco con las cenizas en sus manos.
No había sido justo para esa lagartija. No era justo. No era justo. Pero ¿cuándo algo lo había sido para él?
—¿Estás segura de que no soy una mala persona? —le había preguntado a Bella. —Todo el mundo lo dice. Todo el mundo cree que soy malo.
Pero ella le tomó el rostro entre sus manos y lo acunó.
—Estoy segura Hadrian. Eres bueno, muy bueno. Lo sé. Lo veo. Créeme.
—¡Pero hice esto! ¡La maté! —su voz se había elevado. Incluso en momentos como ese, Arabella no le estaba gritando. De alguna forma, eso le hizo sentir peor.
Ahora, con su profesora frente a él, el palillo de madera se transformó poco a poco en esa pequeña lagartija con escamas verde oscuro. Pequeña e increíblemente dócil en su mano. Y Harry sonrió.
A su pesar, Minerva McGonagall también lo hizo. Era la respuesta innata al ver a un niño que se había presentado con un rostro serio, sonreír como si le hubieran bajado el sol. No porque su rostro se hubiera vuelto expresivo de repente, o porque mostrara todos los dientes; sino por el brillo en sus ojos, que se iluminaron como dos pequeñas luciérnagas.
Ciertamente, el pequeño tenía la mirada de Lily.
—Lo que pasa señor Potter, es que está usando demasiada magia para una simple aguja. El tamaño y dificultad no necesitan esa cantidad de poder. Al ser tanta, termina por destruirse. Debo decir que es interesante que terminé en cenizas, lo común sería un montón de astillas. Ahora, un ser vivo es diferente. Y es por eso que esa pequeña ¿salamandra?
—Lagartija.
—Bueno, esta lagartija puede mantenerse porque le da la cantidad necesaria de poder. Puedo preguntar ¿qué otras cosas puede hacer?
Harry formó un orbe de luz en su mano.
—¿Sin varita?
Harry abrió un poco más los ojos. Las comisuras de sus labios se levantaron ligeramente. Minerva suponía que era una expresión avergonzada.
—Compré la varita hace un mes y no había podido practicar. Es... Difícil. No estoy seguro de cómo hacer para que no se envíe demasiada magia a través de ella.
—Bueno señor Potter, me temo que solo puedo ayudarlo con su problema en Transformaciones. Sin embargo —garabateó algo en una hoja pergamino. —Lleve esto a su Jefe de Casa. Él sabrá qué hacer. Ahora, veamos esos viejos libros que están por aquí...
...
De camino a donde le esperaban los chicos, Harry leyó en el pergamino:
Síndrome de Sobre flujo mágico infantil.
Por Medea y Circe. ¿Qué significaba?
Ni siquiera tuvo tiempo de pensarlo, porque sintió como la magia en el chispoteó y un conjuro pasaba por su lado. ¿Pero qué...
Weasley.
Parado con un intento de mirada desafiante y la varita en alto.
¿Ese chico se había atrevido a lanzarle un hechizo por la espalda?
Harry sintió el fuego. No. Le dijo. Ahora no. Puedo resolverlo solo, está bien.
El chico pelirrojo estaba solo, sin nadie cubriéndole las espaldas.
—¿Puedes explicarme por favor —que su hermana le diera un premio por no perder la cortesía —qué estás haciendo?
Weasley le miraba con recelo. ¿Es que Harry había hecho algo y no lo podía recordar? Pero, si no llevaban ni un día en la escuela...
—¿No es obvio? ¡Voy a quitar las maldiciones que te pusieron esas asquerosas serpientes!
¿Ah?
—¿Maldiciones? —Que niño tan tonto. Harry volteó los ojos. —No estoy maldito.
—¡Claro que lo estás! ¿Si no por qué estarías en Slytherin con esos asquerosos mortífagos?
—Estoy en Slytherin porque el Sombrero decidió que ese era mi lugar. —¿De verdad era tan difícil de entender?
—¡Pero ese no es tu lugar! Deberías estar en Gryffindor con nosotros. ¡Como tus papás! ¿Que no quieres que estén orgullosos de ti?
—Lo que yo quiera o no de mis padres no es asunto tuyo. Ahora, déjame en paz. No estoy en Gryffindor y jamás lo estaré. Supéralo. —Harry sentía que su frustración subía por sus venas hirviendo. ¿Por qué todo el mundo quería opinar sobre su casa y sus padres? No era su asunto.
—¡No! —el chico Weasley se lanzó y lo tomó por el hombro. —¡Déjame curarte! Le robé a mi hermano unos conjuros rompe maldiciones y así podremos ser amigos y...
Y el enojo floreció. Ron Weasley sintió como la temperatura en su cuerpo ascendía a la velocidad de una estrella fugaz. Como si de pronto alguien lo hubiera arrojado a una hoguera. ¿Qué estaba pasando? Se suponía que Harry Potter debía de estar feliz de que Ron quisiera ayudarlo. Debía de querer ser su amigo. Había leído todo sobre él en los periódicos. Dejó que sus hermanos le contaran sobre los libros que estaban escritos en su nombre. Él lo había planeado. Lo había planeado todo. ¿Por qué estaba saliendo todo mal?
Ron sintió la punta de una varita en su cuello mientras Harry le quitaba bruscamente la mano de su hombro.
—No vuelvas a agarrarme así en tu vida. —dijo Harry con el sonido de las hojas secas chocando contra el pavimento. —Porque para la próxima, haré algo peor que esto. —Y susurró un Levicorpus mientras agitaba brevemente su varita. —No necesito nada de ti y jamás sería amigo de alguien como tú.
El hechizo funcionó a la perfección. Internamente, Harry bufó. Claro, podía colgar a alguien en el aire de cabeza pero no podía transformar una aguja inútil.
Entonces Ron entendió.
—Eres tan asqueroso y malo como ellos ¡¿Verdad?! —Se debatió con la magia que lo mantenía en el aire. —¡Bájame! ¡Maldito traidor!
Por Merlín, tenían once años. Se suponía que ya no eran bebés ¿no podía comportarse de una manera más digna? ¿Que nadie le había enseñado a hablar de forma correcta?
Harry sólo caminó ignorando los gritos del chico. Había detenido su fuego a tiempo y el Levicorpus no era un hechizo peligroso. Estaba muy satisfecho consigo mismo.
...
Arabella estaba sentada en la biblioteca pública sin saber dónde empezar a buscar. Palabras clave como: Cicatriz. Maldición asesina. Sobreviviente. Magia tenebrosa. Odio. Dolor en presencia de ciertas personas. No eran términos que fuera a encontrar ahí. Pero tampoco lo estaba encontrando en ninguno de los libros mágicos que había robado.
Así que estaba consultando mapas de la Ciudad y sus alrededores intentando encontrar lugares donde hubieran escondido más información. Lotes baldíos, casas abandonadas. Paramos en medio de grandes edificaciones que estaban extrañamente despobladas. Era increíble que, gracias a la quema masiva de libros sobre magia oscura que hizo el ministerio hace décadas —y al hecho de que ningún mago dejó que toda esa información se perdiera— ella pudiera obtener tantas cosas.
Sentía la mirada de Cass sobre ella, analizándola. Siempre hacía eso, aunque Arabella no entendía porque. Volteó hacía él y lo sonrió. No fue exactamente una sonrisa sincera, pero tampoco fue la que practicaba para casi todas las personas a su alrededor. Era lo más honesto que ella podía ofrecerle a ese chico.
Aún no estaba segura de que había hecho para encontrarlo en su destino. Pero lo agradecía cada día.
Cuando niños fue él, el primero en ofrecerle comida a cambio de tarea, y quien consiguió que los demás hicieran con ella tratos similares. Fue quien peleó contra otros niños cuando intentaron golpearla por llamar demasiado la atención (las maestras siempre le habían preferido). Él bien pudo haberla dejado sola —ella era consciente de que fue carnada fresca para los matones de la escuela en sus primeros años— pero jamás lo hizo.
Cass. Su nombre completo era Cástor, como la segunda estrella más brillante de Géminis. Era el tipo de chico que creció toda su vida en hogares temporales. Iba de un lado a otro, siempre lo suficientemente cerca para poder ir a la misma escuela que Bella (hasta que entraron a séptimo grado). No tenía el mejor comportamiento, pero se calmó cuando amenazaron con mandarlo fuera de Londres. Llevaba cerca de cuatro años con su última familia.
Con esa experiencia, había sido él quien le advirtió sobre no dejar que los Servicios Infantiles supieran sobre ella y Harry, porque los mandarían con desconocidos, como a él.
Primero le habló de las cosas leves: era poco probable que alguien los quisiera a ambos. Tendrían que separarlos y para una Arabella de diez años, eso sonó como una sentencia a muerte.
Cuando habló de las cosas graves, lo hizo susurrando.
—Hay cosas que duelen más que ser golpeado y que te dejen sin comida ¿sabes? Cosas mucho, mucho peores.
No hizo falta que Arabella le preguntara si lo sabía por experiencia. Vio el aura de vergüenza alrededor de él. Su miedo y su asco. Lo supo.
Ella jamás permitiría que Harry se viera así.
Su opción fue aguantar con los Dursley. Al menos sabía que cuando su hermano cumpliera once años él podría estar a salvo. No se preocupaba por ella. Al menos no demasiado. Tenía a Cass ahí. Era el único además de Harry que le había visto llorar de verdad en mucho tiempo. Quien le ayudaba con los moretones o los golpes, porque no quería que Harry los viera.
Ese tonto niño. Sabía que se sentiría culpable si viera que su magia no había podido curarla por completo. Lo quería tanto, por eso. Y por muchas otras cosas. Pero no era su responsabilidad que se preocupara por ella, Arabella era la mayor. Ese era su papel.
Sabía que Cass empezaba a impacientarse. Así que tomó lo que se llevaría y fueron a su casa.
Arabella no sabía que era peor, dormir en un ático con goteras o en un sótano húmedo como lo hacía Cass. La serpiente rescatada seguía durmiendo entre la arena y los focos calientes que había conseguido.
—Toma. —Cass le pasó la mitad de una hamburguesa.
—No. Cómela tú, tienes más hambre.
—Anda, tómala. Le prometí a tu hermanito qué comerías. —Le dio una sonrisa perezosa.
—¿Y qué? ¿Harry te da miedo?
—Por supuesto, es aterrador.
—Tiene once años.
—El niño de once años más inquietante que he visto —se dejó caer junto a Bella— ¿qué vas a hacer con ella? —preguntó señalando hacia la arena.
—Adoptarla.
—¿No es peligrosa?
—Supongo que no. —Arabella mentía. La víbora de cadena o Daboia magicis russelli (como le llamaban los magos) era asquerosamente venenosa según los libros de criaturas que tenía. Su veneno actuaba directamente sobre el núcleo y el alma de un mago así que en teoría era menos peligrosa para un muggle. Aún así, estaba registrada dentro de una de las especies más mortíferas del mundo.
Y era sumamente inteligente, de los pocos reptiles que podían entender (pero no hablar) a un humano sin necesidad de saber pársel. Como todas las serpientes mágicas, siempre que tuviera un lugar caliente y arena, podía regenerarse sola. Por eso Bella hizo un trato con ella cuando la encontró. Curarla a cambio de no hacerle daño a ningún humano.
La serpiente más muerta que viva no tuvo de otra más que aceptar.
—¿supones? —el tono de Cass intentó ser severo. No lo logró. Sabía que quedaría como tonto porque él hacía cosas mucho más peligrosas que cuidar animales moribundos. —¿Por qué quieres adoptarla? No es mejor, yo qué sé, ¿un gato o un perro?
—¿un perro con los Dursley? Mi tío lo mataría de una patada a su primera oportunidad.
—¿Y a la serpiente no?
Arabella le dio a Cass una de las sonrisas que lo hacían estremecerse. Aún no lograba descubrir si era de miedo o de emoción.
—Quiero verlo intentarlo. Y... —se acomodó un largo mechón mientras al fin tomaba un trozo de papel para responder a la carta de su hermano —sería un buen regalo de navidad para Harry ¿no crees?
En la arena, la serpiente siseó insultada. Mascota.
—Claro, dale al niño aterrador una serpiente venenosa.
Arabella se encogió de hombros.
—Le gustan.
Especialmente, cuando descubrió que hablaba pársel.
—¿Por qué no me sorprende?
—Vamos ¿qué ha hecho Harry que sea malo?
Cass sabía esa respuesta: Nada.
Eso era lo terrorífico. Que un niño de esa edad tuviera una expresión tan serena y tan buen comportamiento. Podía engañar a los adultos, pero no a él. Y estaban los rumores que otros chicos difundían. Cosas sobre sentir que se quemaban cuando hacían enojar al chico.
En el fondo de esa máscara de niño inocente, Cass tenía el presentimiento de que Harry deseaba hacerles daño.
Sabía que Arabella lo sabía tanto como él, aunque no estaba seguro de que le importara. Con cómo era ella con ese niño, bien podía traerle el cadáver de alguien y solo le diría: Bien hecho. Y lo abrazaría.
Mierda, a veces ni siquiera Cass sabía quién era más... Inquietante. Si Harry por serlo, o su amiga por aceptarlo.
Pero ¡meh! A fin de cuentas no era su problema, quería a Arabella (especialmente cuando estaban solos y ella no tenía que centrarse en ser totalmente perfecta) y Harry soportaba su presencia. Era mejor que no tener a nadie.
—Vale, vale. Lo dejo por la paz. De todas formas tengo que irme a trabajar. ¿Te quedas esta noche también, no? —se levantó mientras se acomodaba las agujetas de las botas y pasó una mano por su cabello casi rapado —Ve que esté cerrado con cerrojo.
—Vale ¿Quieres que te ayude a hacer alguna tarea?
—¡Nah! No voy a una escuela elegante como la tuya, no pasa nada. Los maestros están a dos días de darse por vencidos con nosotros.
—¿seguro?
—Por supuesto. —Cass se acercó a ella y le dio un beso en la frente. Después se fue.
Arabella suspiró. Sabía que desde que ella había entrado en el Henrietta Barnett, Cass había estado... Entristecido. Era irónico, ya que había sido él junto a Harry quien la había convencido de entrar.
Era una buena escuela, debía de aceptarlo. Profesores mucho mejor preparados que la llevaban a concursos mejor posicionados. Tenía recursos y también podía conocer a personas adecuadas. Además, era sólo de chicas.
Arabella se acomodó en el suelo mientras escribía. Le contó a su hermano las cosas pertinentes de esos dos días que llevaban sin verse: La tía Petunia había estado catatónica desde que llegó de la estación del tren. Vernon aún no llegaba de ir a dejar a su primo a ese internado en medio de la campiña que apenas habían conseguido pagar con su sueldo de clase media. Se estaba quedando a dormir con Cass e iba a entrar al colegio la semana siguiente. No le contó de la serpiente, esa era una sorpresa. Probablemente iría al cementerio a limpiar la tumba de la señora Cauley y le dejaría algunas flores. Había renunciado a su trabajo en la tienda de cerámica del mercado ahora que no necesitaba tanto dinero, pero conservaba el de ayudarle a la bibliotecaria por las tardes.
Le dijo lo de siempre. Que tuviera cuidado. Que solo se preocupara por aprender y hacer amigos (aunque no debía olvidarse de ser cortés). Que no se estresara por eso de hacer alianzas como heredero, ya habría tiempo para hacerlo en el futuro. Que si la necesitaba así fuera por la cosa más pequeña del mundo, le dijera. Que era el mejor hermanito del mundo (porque lo era) y que estaba muy orgullosa de él.
Volvió a tomar la carta que llegó ayer por la tarde. Releyó que había sido seleccionado en Slytherin. Sonrió.
Lo sabía.
Una parte de ella se sintió profundamente aliviada. Tanto los periódicos con sus memoriales como su propia experiencia sabían una cosa: la mayoría de los magos que pelearon la guerra y pertenecieron a Gryffindor murieron. Los Slytherin, encerrados en Azkaban o no, seguían con vida.
Se subió en una silla para alcanzar la pequeña ventana que sobresalía hacia la superficie. El sótano de Cass no estaba tan profundo y un recuadro que rozaba el techo permitía ver el pasto de afuera.
—Arcane —Susurró. El pequeño halcón se metió al sótano en unos minutos. Traía dos ratones muertos consigo. Le ofreció uno. —gracias, bonito pajarito. —dijo mientras le acariciaba las plumas. Llevó el ratón muerto a la serpiente. Arcane chilló indignado. —Vamos, es por una buena causa. —La serpiente siseó. —Vale, vale. Tranquilos. Todos aquí somos amigos. —tomó al halcón entre sus manos y empezó a acicalarlo. —Lo que hay que pensar es: ¿cómo serán esos nuevos magos que quieren ser amigos de nuestro Harry? ¿Qué dices? ¿Prometes qué si quieren hacerle daño les vas a sacar los ojos?
Arcane cantó, encantado.
—Ese es mi chico.
...
Harry entró a tomar un baño hasta que todos sus compañeros de habitación estuvieron dormidos. Había sido un día aburrido después de lo de Weasley.
Draco los había llevado de un estante a otro en la biblioteca buscando libros de pociones y Harry lo había dejado. Le gustaba que sólo le tomará el brazo en un gesto impersonal. Como si fuera algo normal para él. Le gustaba el olor del lugar. Aceite para lustrar madera y papel viejo. Había pasado al menos la mitad de su vida entre libros antiguos.
Cuando le preguntaron qué títulos había leído para la asignatura, Harry sólo se encogió de hombros y dijo:
—No se permiten en Hogwarts.
Y ellos entendieron.
Eran hijos de familias conocidas por su magia oscura. Jamás aceptado ante la legislación del Ministerio pero de conocimiento común.
En la noche Harry se había acercado a Noah Carrow cuando los demás compañeros que le rodeaban se habían ido. El chico mayor le había mirado con curiosidad. Como un gato que observaba los trucos de un ratón antes de darle un bocado.
—Niño Potter ¿a qué debo el honor? —una sonrisa fanfarrona había acompañado la voz.
—Necesito ver al profesor Snape.
—¿Primer día y ya te metiste en problemas? ¿Qué pasó?
—Nada importante.
—Si no fuera algo importante no tendrías por qué ver a tu jefe de casa. Un prefecto puede resolverlo. ¿Qué es?
—La profesora McGonagall me pidió que le diera algo.
—¿Y eso es...?
—Confidencial. —Harry estaba tenso —le vas a decir si puedo verlo ¿o no?
—No hay necesidad de estar a la defensiva niño. —Carrow revisó unos papeles que tenía en su regazo. —Ahora es demasiado tarde. Mañana espéralo en su oficina después de clases. Le diré que te reciba. ¿Contento?
—Si. Gracias. —Compórtate Harry. Se recordaba. Cortés. Cortés.
—Ah... Y Potter. Cuidado con andar solo por los pasillos. Un pajarito me contó que dejaste a un Weasley colgando por horas. Tuviste suerte de que solo fuera uno. Pero la próxima pueden ser más. —Una sonrisa engreída se asomó entre sus labios. —Aun así. Bien hecho.
Y Harry se alejó mientras sentía algo cálido en su pecho. Le gustaba que le dijeran que había hecho algo bien.
Ahora, frente al espejo del baño, Harry miró su torso después de salir de la ducha. Con su mano frotó la capa de vapor que lo había empañado con cuidado.
Él no tenía el cuerpo tan lastimado como debería al vivir con una familia como los Dursley. En parte era por su magia. Y en parte era, porque un gran número de palizas que estaban destinadas a él (especialmente cuando aún no había sobrepasado los ocho años) fueron recibidas por Arabella.
Arabella, que se había puesto entre Harry y el cinturón sin dudar mientras le gritaba que corriera. Ella, que miró cada noche a Vernon a los ojos mientras le golpeaba, sintiendo como su rabia y su dolor crecían más y más. Ella que supo que sus pestañas rebozaron en lágrimas, pero que no permitió que se derramara ni una sola porque no deseaba que Vernon le viera llorar.
Y Harry, que siendo aún demasiado pequeño para ser valiente, esperó sentado junto a la puerta del ático temblando, sin saber si era de miedo o de rabia. Sentado mientras agarraba el coraje de ir a buscar a su hermana, que regresó cojeando y temblando, sosteniendo su estómago después de defenderlo. Harry, que la ayudó y la recostó mientras le pidió, le imploró a su magia que la curara. Que no permitiera que todos esos golpes le hicieran tanto daño.
La magia siempre le respondió, salvando a Bella (y a Harry) una y otra vez.
Así que no. Harry no estaba tan lastimado como debió de estarlo. Para ser sinceros, con el trato que Vernon les daba a ambos debieron de haber muerto hace mucho.
Incluso pareció aumentar su fuerza y su coraje, cuando Harry cumplió los nueve años (justo después de la muerte de la señora Cauley) y decidió que no permitiría que su hermana tomara todo el dolor por él.
Los golpes nunca se detuvieron.
Jamás.
Y Harry nunca entendió porque ese hombre los odiaba tanto. Si el odio era hacia ellos. ¿Ese asqueroso ser los usaba como chivo expiatorio? Tal vez simplemente tenía el corazón podrido. No importaba.
No importaba porque aún con todas esas cicatrices y huesos rotos curados, ellos eran el testimonio de que aún seguían ahí, resistiendo.
...
Cuando regresó a la habitación cambiado, sintió una mirada sobre él. Draco estaba despierto, sentado en su cama con las cortinas sin correr.
—¿Por qué te has bañado tan tarde? —preguntó. Su voz tan suave como todo el día.
—Simplemente me gusta.
—Ven. —palmeó su cama. —Siéntate conmigo.
Y Harry le hizo caso porque ¿qué podía perder?
Ambos se hicieron un espacio en la cama (no era difícil, la cama era enorme) y se recostaron. Harry alzó la vista y sintió cómo su corazón palpitaba.
—¡Tienes todas las constelaciones del hemisferio norte aquí arriba!
En la parte superior del dosel de la cama de Draco, un cielo estrellado se movía lentamente. Cientos y miles de pequeños puntos blancos parpadeaban sobre un manto oscuro. Era hermoso.
Completa y totalmente encantador.
—¿También te gustan las estrellas? —Su voz, por primera vez, tenía un toque de timidez. —Sé que... Que tal vez es un poco infantil, pero me ayuda a dormir por las noches. Mi madre me enseñó el encantamiento y funcionó. —Draco puso una pequeña sonrisa cuando habló de su madre. —Mi padre dijo que un Malfoy no debía necesitar estrellas para poder dormir. Pero mi madre le dijo que yo no sólo era un Malfoy, sino también un Black y que se callara.
Harry también sonrió. Junto con un pequeño dolor en el centro de su corazón.
—Mis estrellas favoritas están en el cinturón de Orión. —señaló el centro del cazador —Cuando era muy pequeño, mi hermana me dijo que me regalaba a Alnitak y que siempre sería mi estrella. Alnilam es suya y Mintaka es de los dos. Es importante. —Y a Harry le dio miedo el haber sido tan sincero demasiado pronto. Pero Draco también lo había sido con él ¿no?
Draco puso su mano sobre la de Harry.
—Aprecio que me digas eso —su voz seguía ligeramente tímida, con un toque de formalidad. —Sé que en la mañana estuve un poco intenso. Tanto por despertarte tan temprano y algo en la biblioteca con las pociones.
—¿De verdad es tan importante para ti ser bueno en la asignatura?
—Es... Es algo que dice mi padre. Los Malfoy debemos de ser los mejores en lo que hacemos. Simplemente quiero... Quiero que él vea que lo estoy intentando. ¡Pero no se te vaya a ocurrir dejar de hacerlo bien! ¡Los Malfoy nunca rechazamos un desafío! y si voy a ser el mejor, quiero serlo porque lo he ganado.
—Está bien. De todas formas no planeaba bajar la calidad. También tengo a alguien a quien hacer sentir orgullosa.
—¿Tu hermana?
Harry asintió.
—Ella es lo único que me queda. Ya no hay más Potter en el mundo. Y es extraño porque... Sé que incluso si fuera el peor en todas las materias, ella aun diría que está orgullosa de mí pero...
—Quieres demostrarle que te mereces ese orgullo ¿verdad?
—Si.
—Ah querido Heredero Potter, creo que a fin de cuentas no somos tan diferentes.
—Me parece que no, apreciado Heredero Malfoy. —Harry hizo un pequeño intento de reverencia. Ahí, acostado entre cojines de terciopelo negro viendo las estrellas.
Draco sonrió.
—Solo quiero preguntarte algo.
—Pregunta.
—¿Por qué dijiste que sí? A... A ser amigos. ¿Fue porque somos herederos?
—¿Te ofendería si dijera que sí?
—No exactamente. Nosotros también lo hicimos un poco por ello.
Harry rió.
—Bueno, sí fue porque son herederos. ¿Siempre es bueno que estemos juntos, no? Pero también fue porque son un poco agradables.
Draco alzó una ceja —¿un poco?
—Los más agradables del curso. —aclaró Harry —quiero decir, ve a Weasley. Es insufrible.
—¿Por qué es un traidor de sangre?
—¿Qué? ¡No! Es porque es ruidoso. Escandaloso. Y tan...
—¿Maleducado?
—Exactamente. Parece que va saltando de un lado a otro saltando. Agitando su varita y diciéndome que soy un traidor por estar en Slytherin.
—¿Te dijo eso? —El tono de Draco se había hecho agrio —es ridículo que él quiera hablar de lo que es o no ser un traidor.
—Lo sé. Y solo... Es por eso que agradezco que ustedes no sean así.
—Jamás. Un mago digno no se atrevería —dijo mientras subía la barbilla, orgulloso. —Pero no se puede esperar nada bueno de su familia.
Y después de eso solo hablaron de cualquier cosa, entre bostezo y bostezo, hasta que horas más tarde (más por deber que por querer) Harry se arrastró a su cama y durmió.
...
En Londres, Arabella contemplaba el techo del sótano mientras esperaba que Cass llegara. Era de madrugada y aún no estaba y ella, aunque quisiera evitarlo, se preocupaba. Era la única persona a la que podía llamar amigo.
Pero a él le encantaba hacer cosas peligrosas con todo su tonto grupo de amigos, que fumaban y tomaban licor barato mientras escuchaban The 4-Skins y Combat 84 y fingían que trabajaban.
Dejó que su mente vagara. Evitó recordar lo que había descubierto el último mes. No era que funcionara. Jamás había podido lograr que su cerebro olvidara algo. Por más fuerte que intentó.
Hace tiempo, cuando Bella entendió siendo pequeña que sus tíos jamás vendrían a buscarlos, los odió. Después se convenció de que habían muerto, como sus padres. En su mente, esa fue la única razón por la que ellos no habían ido a rescatarlos.
Ahora, el saber que Sirius estaba vivo, le hizo anhelar tontas esperanzas. No. Se decía. Si ellos siguen vivos y libres, te abandonaron. Te dejaron sola, a ti y a Harry con Vernon. No merecen tus lágrimas. No merecen que llores por ellos.
Pero no pudo hacer que su corazón lo creyera.
...